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[Crash Bandicoot] Universos Entremezclados - Prólogo



 A Ana siempre le gustaron los juegos de Crash.

Siendo bien pequeña, corría el año 1997, cuando apenas levantaba un palmo del suelo, sus padres se compraron una Playstation porque ellos también eran jugadores desde la época de las recreativas. El adquirirla suponía una clavada a sus ahorros, pero no les importó porque consideraban que era una buena inversión al ser un medio que les iba a proporcionar horas y horas de diversión. Junto con la misma compraron varios juegos a los que les habían echado el ojo desde el primer momento, tales como Metal Gear Solid, Tekken, Gran Turismo, Medievil, Spyro el dragón, Tomb Raider… o Crash Bandicoot.

Como sus trabajos les permitían en esa época tener las tardes libres éstas las usaban en su mayoría para jugar con la nueva consola, apartando de su rutina un poquito a la NES, la Sega Megadrive y la SNES que aún conservaban (las dos primeras del padre, la última de la madre). La pequeña Ana enseguida mostró un gran interés por lo que veía en el televisor, como ya lo hizo con las anteriores consolas y enseguida se le consintió sostener un mando entre sus manos, si bien es cierto que se le hizo muy difícil acostumbrarse a su tacto y peso, pues no tenía que ver en absoluto con los mandos de las anteriores, más delgados y pequeños. Y es que la pequeña Ana fue creciendo viviendo todo tipo de aventuras entre coches de carreras y saltos entre plataformas y su soltura al mando era tan buena que hasta superaba a sus padres.

Disfrutó de todos los juegos pero el de Crash Bandicoot se hizo un hueco en su corazón casi desde el principio, inspirándole un gran cariño que iría perdurando con el paso de los años.

Ana se desternillaba de risa con las caras de Crash, sufría calculando sus saltos y desafiaba a los malos malísimos como Cortex, o cuando éstos asomaban el careto. Aún así a Ana le caían simpáticos porque siempre eran derrotados por Crash bajo su control excelente y porque aunque fueran malvados tenían cierto toque cómico que sumaban encanto a la saga. Sobre todo su favorito era el Dr. Cortex porque, por muy malo que fuera, en el fondo a Ana le daba pena que siempre fracasara en sus planes… Con el tiempo incluso le cogió más cariño, cuando supo que sufrió el desprecio de sus compañeros de clase. De todos modos eso no era excusa para que ella le dejara salirse con la suya en su idea de conquistar el mundo.

- Además, no me gusta que experimentes con animalitos – le había regañado ella, muy seria, cuando tenía 7 años mientras jugaba a Crash Bandicoot 2 con su hermano mayor, Daniel, a quien todos llamaban Dany. Y es que otra cosa que le encantaba a Ana eran precisamente los animales, cuanto más pequeñitos y peluditos mejor.

- Que no te oye, tonta – había murmurado su hermano poniendo los ojos en blanco.

Ana le contestaba sacándole la lengua.

Sin embargo no siempre todo era divertido puesto que las consolas eran motivos muchas veces de discusiones entre Ana y Dany, lo que provocaba a su vez que sus padres se enfadaran con ellos, poniéndose a veces de parte de Ana y otras de Dany según correspondiera. Se peleaban por el mando en los juegos de un jugador – en realidad, se peleaban casi por cualquier cosa – y este era el principal motivo de discusión. Sin embargo y a base de disciplina se solucionó enseguida este problema y se convirtieron en buenos colegas: disfrutaban mucho más jugando juntos que por separado, ayudándose a pasar las fases y desafíos que les eran planteados e intentando batir los récords del otro; si la palmabas le pasabas el mando al otro, una regla que impedía las discusiones. Se pasaban también horas hablando en casa, en el bus del cole (en los recreos Dany prefería estar con sus amigos, aunque Ana al final se ganó un hueco entre ellos porque todos eran jugones) hablando sobre los personajes, los juegos, buscando explicaciones a hechos no expuestos en las historias o, a su vez, fantaseando con el juego ideal.

Y cuando salió la Playstation 2 los hermanos no se lo pensaron dos veces y la pidieron a sus padres. Éstos por aquella época ya no solían ponerse a los mandos porque tenían obligaciones muy diferentes a los de unos hijos entrados en la adolescencia, pero también iban mucho mejor de dinero por lo que les compraron la consola de buena gana. Los hermanos ahorraban parte de su paga y eso les permitía comprarse los juegos una vez que eran rebajados, y los Crash no faltaban entre ellos. La Venganza de Cortex que salió allá por un frío mes de octubre del año 2001 fue comprado de salida y acabado en menos de una semana. Dany había sacado hacía tiempo la broma de que ellos eran homólogos de los hermanos Bandicoot (Dany era mayor que Ana en un par de años, llevaba el pelo algo de punta como Crash mientras que su hermana era rubia como Coco y muy lista, aunque ésta última afirmación él la hiciera sin mirarle directamente a la cara y con cierto fastidio) por lo que no era de extrañar que sus nombres en clave entre sus amigos frikis del instituto era precisamente "Los Bandicoot".

Tras el instituto vinieron las responsabilidades. Dany empezó a salir con chicas y a trabajar para pagarse los estudios universitarios, aunque al poco tiempo los abandonó. Con sus ahorros y con la ayuda de sus padres se montó un bar donde el rock y el metal eran los géneros principales, pues Dany era un amante de este tipo de música. La propia Ana trabajaba allí tras las clases, sobre todo los fines de semana, como camarera para pagarse la universidad; una carrera en veterinaria no iba a pagarse sola.

En cuanto a salir con chicos… ella nunca se había considerado guapa y no estaba muy satisfecha con algunos de sus rasgos, pero cualquiera hubiera dicho que sí que era bonita. Siempre llevaba su pelo rubio largo hasta la cintura, normalmente con flequillo recto o desfilado. Sus ojos eran azules de largas pestañas y sus labios ligeramente gruesos y redondeados. En cuanto a su nariz era un poco puntiaguda y presentaba un pequeño arco sobre el hueso nasal, que disgustaba a la chica a pesar de no ser en absoluto pronunciado. Tampoco le agradaba que le salieran pecas sobre la nariz y pómulos, sobre todo en los meses de verano por la acción del sol, ya que las pecas no le parecían en absoluto bonitas. Por suerte con la edad le salían muchas menos.

Realmente el problema de no haber tenido novios era ella misma. Por supuesto siempre le gustaba algún chico por el que suspiraba pero éstos solían ser curiosamente lo más populares del instituto y, por algún motivo "misterioso", Ana era invisible para ellos. Bueno, quizá tuviera que ver con que por aquella época no se preocupaba mucho por su aspecto, pues prefería ir con la cara lavada, el pelo recogido en moños o coletas y casi siempre iba con deportivas y ropa cómoda, al contrario que sus compañeras. Como no podía tener a los chicos que le gustaban tenía que conformarse con sus amores platónicos del cine y de los videojuegos.

Esta costumbre terminó una vez que conoció a Greg casi al finalizar el instituto. Él era el novio perfecto para ella y Ana estaba perdidamente enamorada de él… pero Greg le rompió el corazón. El comportamiento del chico, que en boca de su hermano había sido el de un auténtico capullo, provocó que Ana cayera durante muchos meses en la más absoluta miseria emocional. La ruptura apenas había ocurrido hacía un año y, en este tiempo, Ana pasó de los chicos y se enfrascó en sus estudios y en el trabajo… y, cada vez más ocasionalmente, en los videojuegos; eso sí, si sacaban un título de Crash Bandicoot éste era imprescindible que acabara en sus manos. Los tenía todos comprados de salida, rejugándolos en muchas ocasiones. Era una friki del universo Bandicoot, y eso la enorgullecía. Sus favoritos eran el 1 (por ser el primero al que jugó), el 3 y el Twinsanity, éste último le provocó muchos dolores de barriga de tanto desternillarse y fue el título que más jugó durante esos primeros meses de infierno.

Por supuesto que nada de esto jamás entorpeció en sus obligaciones: sus notas siempre eran brillantes, trabajaba sin parar en el bar tanto por el dinero como por estar con su hermano, sus padres estaban encantados con ella y la apoyaban en todo lo que se embarcaba… y, a pesar de que todo esto le ayudó a superar el dolor, en el fondo nunca más se sintió feliz.

A veces la tristeza era tan fuerte que se pasaba horas llorando porque lo que más echaba en falta eran amigos; siempre fue una marginada, que es como la llamaban cruelmente sus compañeras porque en vez de interesarse por las típicas cosas de chicas ella lo hacía por los videojuegos y los estudios. Los únicos amigos que había tenido eran los colegas frikis de su hermano (llamados "nerds" o "perdedores" por el resto de sus compañeros) de los cuales apenas tenían contacto con un par de manera muy ocasional, por no decir de los de su última pareja. Esa fue la única vez que se sintió bien de verdad con "gente normal" pero se distanciaron incluso antes de que Greg cortara con ella, sin duda porque ya sabían lo que iba a pasar. La única que no la dio de lado y, que de hecho, era su única y mejor amiga, era Jessica, que trabajaba como psicóloga en una clínica privada. Jess sabía escuchar a la gente y no se impresionaba con facilidad, por lo que Ana sentía que podía contarle cualquier cosa. Lo malo es que ella también era amiga de Greg y eso incomodaba a Ana, pero su amiga evitaba cualquier comentario acerca de él. Ana sabía que jamás superaría lo de Greg sino era rompiendo todos y cada uno de los lazos que les unían pero Jess y ella se tenían tanto cariño que eso era impensable. Se sentía tan sola a nivel emocional pero a la vez tan temerosa de entrar en otra relación… sin Greg nada sería igual…

Ana sacudió la cabeza y abrió los ojos, que estaban húmedos por las lágrimas, al igual que sus mejillas. ¿Por qué estaba soñando con eso? Directamente ¿por qué estaba soñando? Si no se había acostado… iba… no podía recordarlo.

Parpadeó porque había mucha luz, de fondo escuchaba el arrullo del mar. El olor característico del eucalipto le invadió la nariz y por un rato no pudo oler nada más. Se incorporó y soltó un gruñido cuando la cabeza le dio vueltas. Una náusea casi le hizo vomitar pero Ana respiró hondo varias veces tragando con firmeza, refrenando así el malestar. Tras un rato inspirando y expirando con la mano en el pecho y los ojos cerrados pudo por fin recuperarse del mareo. Entrecerrando los ojos por el sol y colocando su mano extendida sobre su frente echó un vistazo a su alrededor.

Estaba en medio de la naturaleza y hacía un calor de mil demonios. El sol irradiaba con mucha fuerza sobre su cabeza lo cual era un problema porque Ana era de piel pálida y, si no se echaba crema protectora, se ponía roja como un cangrejo.

- ¿Pero qué…? – susurró mirando fijamente el eucalipto, empeñado por lo visto en que su olor fuera el que gobernara el lugar.

Ana pensó con lentitud que no había eucaliptos en su ciudad, estaba completamente segura. ¿Cómo había acabado aquí? Era sencillamente imposible. Se sacó el móvil del bolsillo e, incrédula, comprobó que no funcionaba.

- Estupendo… gracias – dijo para sí misma volviendo a guardárselo.

Entonces oyó sonido entre la vegetación. Avanzó unos pasos y un canguro salió escopetado de su escondite. Apenas le vio pero Ana estaba segura que estaba ante un Macropus Giganteus o Canguro Gris. Y si no había eucaliptos en su ciudad menos aún había canguros dando saltos de aquí para allá.

- ¿Pero qué…? – volvió a decir, esta vez en voz alta.

¡¿Estaba en Australia?!

Su cabeza empezó a darle vueltas de nuevo y sintió un gran vértigo.

Era absolutamente imposible. Se mordió los labios y miró nerviosa en la dirección por la que el canguro se había marchado asustado.

- A ver, Ana, tranquila, todo tiene una explicación científica – dijo en voz alta y miró el reloj– Oh, maldita sea.

Por mucho que pensara no se le ocurría ninguna idea en absoluto que explicara cómo demonios había acabado en Australia si estaba en su ciudad, a miles de kilómetros, en tan sólo un momento. Su reloj marcaba tan sólo una hora de diferencia pero el día era el mismo.

- Una broma, sí, tiene que ser eso – dijo no muy convencida – Veamos – continuó elevando la voz - ¿Dónde están las cámaras? Porque ya vale.

Nada sucedió. Ni vio ninguna cámara ni nadie salió de entre los matorrales a decirle que todo era una pesada broma y que ya había terminado, que se podía ir a casa.

Resignada pensó que no ganaba nada quedándose ahí parada y decidió seguir el sonido del mar por si encontraba alguna forma de averiguar lo que estaba pasando. No tenía otra opción.

Caminó durante casi otra hora. Por el camino tuvo más que suficientes pruebas para confirmar de que se encontraba en algún lugar de Australia: llegó a ver a una hembra de koala con su cría en un eucalipto echándose una siestecita e incluso distinguió el característico canto de un Cucaburra, que era similar a una risa. No era un ave muy conocida pero su hermano le enseñó unos años atrás un vídeo que le hizo desternillarse de risa, llamado el Remix del Cucaburra, a pesar de que él no tenía ni idea de que animalito se trataba. Qué demonios, si hasta lo tenía de tono de llamada en el móvil cuando Dany le llamaba.

El sol no daba tregua y Ana comenzó a tener sed. Llegó hasta un promontorio y miró abajo. Por delante de ella se extendían los árboles hasta llegar a orillas del mar y, aliviada, pudo ver construcciones de madera en la playa.

- De acuerdo, sólo debo seguir esa dirección y podré salir de este lugar – pensó más animada.

Bajó la cuesta trotando y, para su alivio, encontró un sendero.

Pero lo que vio en él le provocó quedarse unos minutos totalmente rígida, con los ojos mirando como platos, totalmente incrédula y ahora sí casi desquiciada.

Porque había fruta wumpa por todas partes.



Emisario de las Sombras



Nueva York, 2006

Despacho de la detective freelance
Susan Bluestone
23:30

Querido Richard:
Escribo a toda prisa porque apenas me queda tiempo, estoy totalmente segura, ya no hay duda. Vienen a por mí. Pero antes de que esos cabrones enajenados se me echen encima debo escribirte estas palabras para advertirte.

¡Oh Dios! ¡Jamás debí aceptar ese trabajo! Porque todas mis sospechas se han hecho realidad, Richard. TODAS. Todo esto me ha rebasado y bien sabe Dios – aunque ya dudo de su existencia - que me he fumado cuatro paquetes en lo que va de día y que tengo el pulso tan inestable por la urgencia, por el whisky y porque tengo tanto miedo que creo volverme loca. Por nada del mundo deseo que sepas lo que sé pero no puede dejar que se salgan con la suya, espero de verdad que puedas perdonarme; creo que lo harás en cuanto hayas leído esta carta.

¿Recuerdas aquel material del que te hablé hace unos días? ¡Finalmente lo encontré! Fue endemoniadamente complicado dar con él pero lo conseguí y ahora te aguarda en aquél sitio que tú ya sabes. Siento ser tan vaga pero no puedo permitir que esos lunáticos encuentren esta carta cuando me registren de nuevo y que sepan lo que tengo, por eso te he mandado diferentes mails hace un momento. ¡Pero por el amor al cielo no leas lo que hay en ese paquete! Al menos, no todo. Es importantísimo que transfieras ese condenado pergamino a un experto en ocultismo y magia blanca porque ahí, estoy segura, se encierra parte de la clave para detenerlos. El libro ayuda, lo he leído de cabo a rabo y no entiendo la mitad de las cosas – ni falta que me hace, sé más de lo que me gustaría. Tras muchos problemas y búsquedas di con la persona conveniente, el Dr. Craven, de Salem. Intenté entrevistarme con él pero me fue imposible porque no estaba en el país, aunque le dejé un mensaje. Aún no ha contestado, a pesar de que tiene que estar a punto de regresar. Pero para mí es tarde; el sueño llegó a su fin y ahora Él puede cazarme también en el mundo real. Y yo con estas pintas.

Susan se interrumpe porque empieza a reír histéricamente. ¿De veras era capaz de bromear en un momento como este? Sin embargo, termina llevándose las manos a la cabeza agarrándose los cabellos, abrumada por recordar de nuevo aquella pesadilla. Tiembla de puro terror porque desde el rincón más profundo de su mente le llega un grito de su propia conciencia, a pesar de haberla intentado silenciar con el alcohol, advirtiéndole que no tendría una muerte rápida e indolora si Él conseguía atraparla, cosa que ocurriría de un momento a otro.
Intentando serenarse pensando en Richard y en la enorme carga que depositaba sobre sus hombros, acariciando mientras tanto con mano temblorosa el revólver que descansa sobre su escritorio Susan consigue tranquilizarse de manera más efectiva y menos nociva que con los cigarrillos y la bebida, retomando así su escrito:

He tomado ciertas medidas como colocar ciertos amuletos ocultos por todo mi despacho y mi apartamento, recitar ciertas frases que ni puta idea de qué significan e, incluso, dibujar un hechizo protector en la entrada. En teoría pueden frenar su avance, pero creo que debes ser un auténtico creyente para que funcionen. Sabes que nunca he creído ni en lo divino ni en lo sobrenatural, pero después de lo que he visto y lo que he leído es posible que suene la flauta. Todo está en el libro.
Y si aun así toda esta mierda de parafernalia mística no funciona tengo otro método más directo para asegurarme de que no me atrape.
A pesar de mi fracaso estoy segura de que Craven descifrará en su totalidad el contenido del manuscrito y así estarás protegido, pero hasta entonces ¡cuánto menos sepas mejor! Porque si sabes demasiado Él te visitará en tus sueños también, Richard, tal como hizo conmigo. Y de verdad, de verdad te lo digo, que NO te conviene que eso ocurra. Aunque algo ya sabes ¿verdad? A fin de cuentas yo misma te conté una parte…

Susan deja de escribir y levanta la cabeza ahogando un grito mientras un escalofrío le recorre la espalda. Mira con ojos desorbitados la puerta de su despacho, cree haber escuchado un ruido en el pasillo pero tras permanecer unos segundos totalmente inmóvil y no oír nada aparte del suave repiqueteo de la lluvia y su acelerada respiración vuelve de lleno a su actividad frenética garrapateando el papel con su mano derecha mientras que de la izquierda se desprende la ceniza de su consumido y olvidado cigarrillo. Mecánicamente y sin prestar atención lo aplasta contra el cenicero desbordado de colillas anteriores.

Lo único que te conviene saber, al menos de momento, es lo siguiente:
Los temores del Sr. Deveraux eran ciertos. Como te dije, su mujer está metida hasta las cejas en esa mierda de secta. Pero no hablo de un chanchullo como la Cienciología, los Masones y toda esa mierda, te digo que es algo realmente chungo y antiguo, MUY antiguo. Agárrate esos machos, se hacen llamar Hermandad de la Auténtica Sabiduría; creo que se bautizaron así porque se creen que lo saben todo y que por ello pueden hacer y deshacer según les convenga. Según he podido averiguar en mis investigaciones, esos tipos son sólo engranajes en una maquinaria que opera a toda velocidad desde hace muchísimo tiempo en las sombras y son jodidamente peligrosos, unos auténticos fanáticos tarados. Ya te digo que la desaparición de mi cliente, el Sr. Deveraux, y su súbita negativa a que siga con la investigación no las considero fortuitas.
No tengo pruebas pero creo que hay gente más gorda que los Deveraux metida en medio, aunque sigo ignorando hasta dónde puede llegar su presencia. Por supuesto, intenté rastrear los orígenes de la secta pero se pierden en las tinieblas del pasado, cierto que no he concluido mi trabajo, pero ya digo que creo que es bastante más antigua de lo que parece. Está todo en el expediente.
Que, por cierto, mi "amiguita" la Sra. Deveraux ostenta un rango alto dentro de este sistema pero ni por asomo es la que dirige el cotarro como tal. Tampoco el tipo albino de aspecto siniestro. No, no, no. ¿Recuerdas al tipo alto y negro del que te hablé? Si hay que cortarle la cabeza al monstruo para que deje de joder por Él es por quien deberías empezar. Pero ojalá fuera tan fácil como podar la mala hierba. A ese… ese…

Susan da un respingo cuando el trueno retumba en su despacho, que está prácticamente a oscuras salvo por la tenue luz de su lámpara de escritorio. Estaba tan absorta en la lectura que no se percató del relámpago que apenas unos segundos antes había iluminado de manera súbita el cuarto. Cree haber escuchado un sonido superpuesto al de la tormenta proveniente del pasillo pero eso sólo hace que se apresure aún más en su escrito mientras el aleteo acelerado de su corazón le golpea en las sienes.

No te lo conté todo Richard. Sé que las cosas se enfriaron entre nosotros por mi culpa. Sé que siempre te ha confundido enormemente mi estoico hermetismo y que te dolió enterarte de aquel asunto, aunque ya te digo que no hubo – ni hay - nada entre esa persona y yo. Pero… soy tan, tan cobarde que por eso me empeñaba en dejar pasar lo que debería haber ocurrido de nuevo. No sabes lo realmente importante que eres para mí. Necesitaba al menos decirte eso…

¿Recuerdas el sueño Richard? Claro que sí. La oscuridad, el altar blanco de marfil, las ataduras de manos y pies a los cuatro pilares cubiertos de runas trazadas con sangre humana… mi total exposición porque no podía ni moverme ni soltarme… los cultistas orando con un tono monocorde a cierta distancia del altar que me sostenía, sus rostros totalmente ensombrecidos por las grandes capuchas de sus túnicas granates. La única luz provenía de un par de lámparas de aceite en un escalón inferior al altar y de las propias estrellas del cielo, que era lo que podía observar desde aquella perspectiva sin girar la cabeza. Intentaba liberarme pero me sentía como si estuviera "colocada" y lo único que conseguía era saltarme la piel de las muñecas y tobillos hasta sangrar. Por este motivo miraba hacia abajo y me percataba que estaba totalmente desnuda, mi vientre surcado por unos dibujos extraños de runas, grabados y otras cosas que no consigo rememorar trazadas con lo que parecía sangre, ya algo reseca.
¿Recuerdas que entonces Él emergía de la oscuridad caminando hacia mí? ¿Qué adelantaba una de sus negras manos tocando mi cuerpo mientras se intensificaban los cánticos? ¿Cómo parecía tumbarse sobre mí como si fuera a poseerme? ¿Qué yo temblaba de terror pero que una parte de mi parecía desearlo enormemente? Hasta ahí sabías tú, pero hay más. Oh sí, precisamente gracias a eso he podido saber qué es lo que se traen entre manos. ¡Él me lo ha mostrado porque el muy cabrón está convencido que no puede ser detenido! ¡Confirmó las sospechas que empecé a tener tras leer aquel libro!

No se colocaba encima con intenciones sexuales como en otros rituales que hacían estos sectarios, Él está más allá de eso, lo supe en ese momento. En su mano, invisible para mí hasta ese último sueño, portaba un puñal de afilada daga serpenteante. Subía los brazos lentamente mientras los cánticos se aceleraban e intensificaban cada vez más. Gritaba algo totalmente incomprensible para mí, con una voz increíblemente profunda hablando en un idioma blasfemo que hería los oídos. Un destello de luz era arrancado justo antes de que bajara con fuerza la daga, hundiéndola en mi pecho. Dicen que en los sueños no sientes dolor. ¡Ja! Porque yo lo sí que lo sentía con ganas, no sabía ni cómo podía soportarlo. Gritaba, gritaba hasta desgarrarme la garganta.

Y, algo igual de malo, es que no podía moverme ni un ápice, como si alguna invisible fuerza sobrehumana me lo impidiera empujándome en la dirección contraria a la que me movía. Tras esa puñalada Él continuaba cortando bajando hasta mi vientre lentamente. Luego, retiraba la daga y metía su mano dentro de mí, sacando algo. Sé que me negaba a ver qué órgano u órganos de mi ser sostenía entre sus manos ensangrentadas. En ese momento el cántico ya se había convertido en un enfebrecido alarido.

En medio de esa agonía mientras la risa de mi ejecutor y los gritos demenciales de sus seguidores me penetraba en los oídos… vi las estrellas. ¡Sabes cuánto me ha serenado siempre su contemplación! Pero en esta pesadilla horrorosa ellas también brillaban mortecinamente hostiles.
Y entonces… se rompían Richard, se hacían añicos a la par que mi vida se apagaba para dejar paso a la auténtica oscuridad invocada tras mi sacrificio cuya aparición hendía el aire a mi alrededor… pero eso no era lo peor, oh no… peor era ver aquella cosa, ser consciente de su existencia y, por ello, perder por completo el juicio, sintiendo que mi alma quedaba irremediablemente atrapada, bailando enajenada por toda la eternidad al compás de esa música demencial de flaut

Otro ruido proveniente del pasillo hizo que Susan se sobresaltara de nuevo. Ahora sí que se podían oír claramente el sonido de pasos, pisadas lentas, decididas, imparables. Susan, con el sudor ya perlándole la frente haciendo que su flequillo se le pegara soltó un breve gemido pero sabía que no debía detenerse, a pesar de que estaba al borde de la histeria. De pronto, fue consciente de que la lámpara, a pesar de que seguía encendida, emitía muchísima menos luz de lo que debiera, como si la bombilla hubiera perdido fuerza. Pero el problema no era la bombilla si no que la oscuridad alrededor había aumentado. Ansiosa, buscaba espacio que ocupar alargando sus tentáculos, cercando a la mujer en un terreno desconocido y para nada deseado. Supo en ese momento que los trazos torpes y débiles de tiza en el suelo, adyacentes a la puerta, no frenarían a su cazador. Ella, que siempre había rechazado lo sobrenatural apenas había comenzado a creer pero el miedo era tan atroz y estaba tan aferrado a su alma que era incapaz de encontrar tiempo para hacerlo. ¡Debía terminar la carta!

¡Dios! Está aquí… le siento… toda resistencia es inútil.
Olvídate de momento del Otro. Si Él es detenido el Otro no podrá llegar y tendrán que esperar de nuevo a que las estrellas sean propicias, esto es, dentro de cientos y cientos de años. Él además es posible que quede atrapado en otro espacio, aislado y encadenado, si tenéis éxito. Pero su derrota sólo tendrá lugar si sabes su nombre: el auténtico, impronunciable y blasfemo, no aquellos mil que recibe, si no aquél que sólo conocen unos pocos, como sus seguidores – incluso yo, pues está oculto en ese terrible libro y se me ponen los pelos de punta por ser incapaz de pronunciarlo o escribirlo sin perder el juicio, sospecho que Él así lo desea para guardar su rastro… y divertirse; se regocija con el sufrimiento ajeno.
Las instrucciones vitales las tienes en el paquete, en "Madagascar". Pero si por alguna razón no puedes hacer llegar los textos a Craven él tendrá alguna pista de su identidad si

El picaporte giró, la puerta se abrió a pesar de estar cerrada con llave. Susan dejó de escribir y miró hacia la puerta…


Nueva York, 2006
Despacho de la detective freelance Susan Bluestone
Más tarde

Richard apretaba los puños con fuerza haciendo acopio de toda su voluntad para no desmoronarse allí mismo. Había tenido todo el trayecto en coche hasta el lugar de los hechos para digerirlo, pero estaba pensando que era más de lo que podía soportar.
Cuando recibió la llamada del departamento no se imaginaba ni por un momento que fuera a tratarse de Susan, adormilado como estaba; había decidido aprovechar el respiro que tenía esa noche para acostarse temprano. Hubiera preferido estar una semana sin dormir hasta las trancas de trabajo que recibir semejante noticia.
- ¿Qué tenemos Alan? – preguntó intentando sonar indiferente mientras se ponía los guantes. Miraba con cierta aprehensión, e incluso con incredulidad, el bulto que yacía bajo la lona.
- No mucho, la verdad– comenzó éste leyendo la libreta que portaba – Al parecer los vecinos oyeron un grito de una mujer sobre la medianoche. El vecino de al lado, un tipo que se llama Roger Brown, encontró el cuerpo y llamó a la policía. Parece que sufrió algún tipo de ataque cardíaco fulminante…
- Improbable. No padecía ningún tipo de enfermedad crónica. Y, por mucho que fumase y bebiera, me parece escasa la posibilidad de que sufriera un ataque cardíaco. No tenía mala salud.
Alan, incómodo, bajó la cabeza.
- Bueno, nunca se sabe. A veces esas cosas pasan… sin embargo, hay algunas cuestiones un tanto extrañas y por eso, aparte de por ser también tu zona y que la conocías, te han llamado…
Richard apenas le escuchaba. Tenía que retirar la lona para examinar el cuerpo, era su trabajo. Lo había hecho infinidad de veces prácticamente sin inmutarse debido a su veteranía, incluso con cuerpos realmente destrozados, pero jamás había tenido que hacerlo cuando la víctima era un ser querido para él.
- Lo sé – contestó Richard – pero, tal como le he dicho al jefe, es demasiada coincidencia que estuviera metida en un caso tan delicado. Explícame un poco la situación que tenemos, por favor, antes de enumerarme los hallazgos tan extraños – añadió, mientras se agachaba para enfrentarse a su tormento.
- Verás. Para empezar no hay signos de violencia, ni en la víctima ni en el mobiliario. La puerta no fue forzada. Sin embargo, a su lado está ése revólver, un Colt 345 – dijo, señalando hacia la misma.
Efectivamente, Richard vio que estaba muy cerca de la única mano que quedaba al descubierto, la derecha.
- Lo reconozco. Es su arma, con los permisos totalmente en regla. Que lo reco… ¡cielo santo! – exclamó quedamente.
- Sí – corroboró Alan – le hiela a uno la sangre en las venas…

Richard sintió su corazón rompiéndose en mil fragmentos a pesar de su épico esfuerzo por intentar que la situación no lo superase. Cerró los ojos con fuerza unos instantes, respirando hondo, pero la sensación de vértigo lo golpeó con fuerza. A continuación los volvió a abrir y, ahogando un sollozo a duras penas, examinó por un momento la expresión desencajada, los ojos abiertos de par en par inyectados en sangre que parecían salirse de las órbitas, el cabello revuelto con unas canas más numerosas que la última vez que la vio y lo extraño de la postura corporal.
- ¡Dios, Susan! ¿Qué te ha ocurrido? - musitó, tapándose la boca con el dorso de la mano. El olor penetrante del guante invadió sus fosas nasales – Has… has sufrido terriblemente antes de morir, algo espantoso te sorprendió…
Richard vio que la otra mano de su amiga se aferraba la parte izquierda del pecho, con el puño cerrado, como si efectivamente Susan hubiera sufrido un infarto brutal. Una manera que tenía el médico de saber qué tan intenso había sido el dolor para el paciente tras el colapso era observar cómo éste describía sus sensaciones enfatizándolas llevándose la mano al pecho; si la apoyaba abierta, el dolor había sido de leve a moderado, mientras que si cerraba el puño significaba que había sido desgarradoramente intenso.
Tuvo que contenerse para no tomar las manos inertes entre las suyas, un gesto que había tenido mucho con ella.
- Quizá recibiera alguna noticia terrible y le diera el infarto o, tal vez, sí que estaba enferma – dijo Alan con cierta timidez - No sé, fíjate en ese cenicero y en la botella de whisky… no parecía estar muy tranquila que se diga
- Como te digo, no me consta, a pesar efectivamente de que abusaba de sus vicios - respondió Richard casi en un susurro mientras examinaba de cerca las manos de la muerta guardándose el hecho de que a él también le apetecía fumarse varios cigarrillos y emborracharse hasta perder el sentido – De hecho fue al médico hace poco y estaba como un roble. Sí que estaba expuesta a una gran tensión por el último caso que llevaba y tenía que tomar medicación. Por cierto, eso me recuerda…
Richard tapó el cuerpo y se dirigió al archivo con una sombra de sospecha. Efectivamente, el expediente del caso había desaparecido.
- No está – susurró.
- ¿Qué buscas! – preguntó Alan.
- Nada – mintió Richard, intentando disimular su desconcierto – Sólo comprobaba una cosa.
Se dirigió entonces a la mesa y rebuscó evitando todo lo posible el cambiar las cosas de lugar. Entonces se percató del bolígrafo que yacía bajo la mesa, cerca también del cuerpo.
Se agachó a examinarlo. ¿Qué hacía ahí? Susan no soportaba ver cosas por el suelo, era un poco maniática con el orden. Quizá acabara en el suelo cuando ella cayó.
Alan guardó silencio y lo miró extrañado, pero no dijo nada más. Richard le señaló el boli sin hacer comentarios y luego volvió al cadáver y le examinó los dedos de la mano derecha.
- ¿El boli? – preguntó el policía levantando una ceja - Sé que es absurdo preguntártelo. Pero ¿va todo bien?
Richard no contestó enseguida, porque justo se fijó en las manchas recientes de tinta en los dedos de Susan.
- Estuvo escribiendo recientemente, quizá justo antes de morir, pero no veo ni un solo papel manuscrito. ¿No te parece llamativo? – preguntó, ignorando la otra pregunta a su vez.
Alan guardó silencio, pero anotó obediente la observación en su libreta.
- ¿Qué me dices de la tiza? – preguntó de nuevo Richard- Parece un puto pentagrama ¿no? ¿Tienes alguna idea?
- Pues ni la más remota, la verdad. Está intacto, tal cual fue realizado. No hay borrones, ni pisadas. Quizá lo hiciera ella, aunque qué me aspen si lo entiendo. ¿Le tiraba el rollo esotérico?
- Susan era de todo menos creyente de esas paparruchas – inquirió Richard, pensativo – Pero, si en teoría no vino nadie, no se me ocurre otra posibilidad de que efectivamente lo hiciera ella misma, pero… ¿con qué fin?
Se acercó al dibujo y lo examinó con atención. Las palabras estaban escritas en latín y él no tenía ni pajolera idea de latín.
- Hay que buscar a alguien que sepa qué pueden significar estas palabras - susurró, copiando en su bloc el dibujo.
- ¿Crees que será necesario? Como te digo, no hay señales de violencia. Ni de robo. Sé que para ti es difícil Richard, pero ella ha muerto de…
- ¿Qué no hay señales de robo? – exclamó éste perdiendo los nervios – Alan ¡falta el puñetero expediente Delacroix! Era el caso en que Susan llevaba trabajando estas semanas y no está en su archivo. Un poco raro ¿no te parece? ¿Y qué me dices de la pistola?
- Quizá se lo llevara a su piso. Nadie ha entrado en este despacho aparte de la muerta y del vecino. Y lo de la pistola puede que…
- Hablando del rey de Roma, el vecino que la encontró, el tal Roger. ¿Qué dijo exactamente?
- No mucho, estaba muy nervioso, déjame mirar – repuso el policía, pasando un par de hojas en la libreta – Comentó haber escuchado el grito y que pensó que quizá la Srta. Bluestone estaba en apuros y salió rápidamente de su apartamento. Dijo que, cuando él llegó, la puerta estaba abierta y el cadáver tal donde está con el revólver muy cerca de la mano diestra, como si lo hubiera tenido agarrado pero se le cayera cuando se precipitó al suelo. Dijo también que él sólo tocó lo justo para comprobar que no respiraba y entonces nos llamó. Fin de la historia.
- ¿Nada más? ¿Dónde está?
No era mera coincidencia, no podía serlo. Las últimas veces que vio a Susan ésta estaba cada vez más preocupada y nerviosa, aunque poco le había revelado del caso, pareció empezar a afectarle en lo personal. Apenas comía y dormía. Aquellas pesadillas…
- Está en su piso, con un compañero, estaba muy nervioso y quería tomarse una tila…

Richard salió como una exhalación, enfilando el pasillo hasta llegar a la puerta abierta del apartamento de al lado.
Estaban en la cocina. Dos compañeros permanecían de pie delante del testigo, uno de ellos sostenía otro blog y tomaba nota de la declaración. El Sr. Brown estaba sentado en bata y con una taza caliente entre las manos. Se le veía pálido y ojeroso. Richard le conocía apenas de haberse cruzado con él un par de veces en alguna de las muchas visitas a Susan en su despacho.
Sabía que este paso era muy insoportable para los testigos puesto que tenían que repetir a diferente personal su historia, una y otra vez, pero era un paso esencial para el esclarecimiento de cualquier caso.
- Perdonad chicos – dijo Richard con voz cansada – pero ya me encargo yo…
- ¡Por favor! – se quejó, como se podía esperar, Roger – ¿No me diga que ahora tengo que contárselo también a usted? ¿No es acaso bastante terrible lo que le ha pasado a esa pobre mujer? ¡Sólo quiero descansar!
- Soy el detective forense Richard Bradford, del departamento de policía – dijo a modo de presentación enarbolando su placa unos instantes – Sé que para usted esto es difícil señor Brown, pero necesito su colaboración. Es muy importante porque podemos estar ante un caso de homicidio. Cuénteme, por favor, con todo detalle, lo que sabe.
- ¡Ya se lo he dicho! – exclamó el vecino, suspirando de frustración – Me levanté a por un vaso de agua cuando oí el grito al lado. Cogí el revólver del armario de entrada (siempre tengo uno ahí) y salí por la puerta cagando leches. La puerta de la Srta. Bluestone estaba abierta de par en par y ella yacía en el suelo. La tomé el pulso y vi que no tenía, si bien es cierto que me costó horrores porque no soportaba la expresión de su cara. ¡Jamás vi nada igual! ¡Dios! Aún sigo viendo esa expresión… Y luego les llamé enseguida a ustedes desde el teléfono de su despacho.
- ¿Está usted seguro, Sr. Brown, de que no vio a nadie salir del despacho de la Srta. Bluestone?
Éste bufó, incrédulo.
- Totalmente. Era muy extraño que la puerta estuviera abierta pero si hubiera habido alguien me hubiera dado en las narices con él, digo yo.
- ¿Nadie más puede haber visto u oído algo?
- El despacho de la Srta. Bluestone es el último del pasillo, como bien ha visto Sr. Bradford – dijo entonces uno de los policías – El apartamento de enfrente está vacío porque el propietario está de viaje. Los que están por encima y debajo no oyeron nada por estar en la cama.
Richard asintió y se volvió hacia Roger.
- Perdóneme que insista pero es muy importante. ¿No vio nada extraño? ¿No escuchó nada más? Por favor, sé que está cansado y harto de nuestras preguntas, pero esfuércese.
Roger chasqueó molesto la lengua y sacudió la cabeza, pero entonces frunció el ceño.
- Bueno, ahora que lo pienso… aunque no estoy muy seguro…
- ¡¿Qué?!
- Pues… la verdad estaba muy dormido cuando me servía el agua. Madrugo mucho por el trabajo ¿sabe usted? Juraría que escuché una voz grave masculina un momento antes de oír el grito. Es extraño, ya digo, pero creo que venía del despacho de la Srta. Bluestone. Pero ya le digo, lo más probable que fuera de la televisión de mi vecina de arriba, que es un poco dura de oído y, por supuesto, de las que se acuestan tarde. Si hubiera habido alguien en el piso de al lado ya le digo que me las hubiera visto con él. No tenía otra vía de salida...
- Gracias, Sr. Brown. Me ha sido muy útil – dijo Richard volviéndose a toda prisa y saliendo por la puerta, dejando a Roger y a sus dos compañeros un poco desconcertados.

Volvió al lado del cuerpo de Susan. En cuanto llegó hasta él se agachó levantando parcialmente la lona pero sin destaparle el rostro. Alan, que le había seguido hasta la entrada de la cocina del Sr. Brown, permanecía incómodo en el quicio de la puerta observando sus movimientos, evitando en todo momento pisar la tiza del suelo.
- Vamos nena – susurraba Richard mientras hurgaba en los bolsillos – dime que me has dejado alguna pista más. Dime que puedo ayudarte… o dime, que al menos, esos cabrones son de los que dejan tarjeta de visita…
Justo en el momento en que musitaba esas palabras sus dedos notaron algo suelto en uno de los bolsillos de la falda de la mujer. Cuando lo extrajo vio que se trataba de una pequeña tira de papel, con unas letras escritas con lo que parecía sangre – era imposible saber si era humana o no - rezando un mensaje tan anodino como indescifrable para él:

Tú, el más grande.
Emisario de Asmodeo,
de la ignota Kadath.

Richard sufrió un escalofrío al leer para sus adentros las tres líneas. Qué coño, se le helaron los huesos.
- Alan – dijo sin despegar la vista de aquellas letras y sintiéndose muy pero que muy cansado - me temo que vamos a necesitar café. Que interroguen al portero por si vio entrar o salir a alguien sospechoso y quiero un registro completo de las llamadas entrantes y salientes de este despacho, por no decir que quiero la declaración del Sr. Brown en marco de plata. Interroga también a los vecinos de la planta. Que se examinen minuciosamente los zapatos de la víctima en busca de trazas de tiza y el suelo en busca de restos de humedad, que está diluviando afuera. Estoy convencido de que estamos ante un asesinato.


FIN

[Relatos oníricos] La llamada del mar


La muchacha anduvo cuesta arriba hacia la carretera, arrebujándose en su chal. La niebla ya no era tan espesa como a primera hora de la mañana pero seguía complicando la visión. A pesar de que era húmeda, algo que a ella le agradaba, se trataba de una humedad fría, casi muerta. No estaba lejos de su destino pero, aunque aún tenía tiempo, prefería estar ya en la zona de destino y sentir el familiar aroma del...

Frunció el ceño cuando vio el quitamiedos de la carretera y se apoyó en el frío metal cuando terminó de subir la cuesta. Miró a ambos lados de la carretera pero sólo vio niebla gris. Jadeando aún por el esfuerzo de la subida se miró la ropa para comprobar que su aspecto fuera decente y luego levantó un pulgar, como había visto a hacer anteriormente a aquella joven. Se supone que era lo que tenías que hacer si querías que alguien te recogiera y a ella aún le quedaban unos cuantos kilómetros para llegar al pueblecito costero. Podría hacerlos a pie pero tardaría demasiado y eso suponiendo que la niebla no fuera a desaparecer dejando un odioso cielo despejado, como ya había sucedido el día anterior. Prefería no arriesgarse.

Escuchó el inconfundible ruido de un coche acercándose y levantó con más entusiasmo el pulgar, sonriendo con ciertas esperanzas. Sin embargo el coche rojo que pasó no se detuvo y continuó su camino. Por un lado mejor porque le pareció que en su interior iba una familia y eso podría dificultar un poco las cosas. Demasiadas explicaciones.

Un buen rato después, pues parecía una carretera muy poco transitada, pasó un camión pero éste tampoco se detuvo. La muchacha frunció el ceño de nuevo, mirando molesta durante unos segundos el lugar por el que acababa de desaparecer el vehículo. Los camiones siempre paraban. ¿Quizá no la había visto bien? Podría deberse al estúpido quitamiedos o que fuera un lugar complicado para detenerse, a juzgar por la pendiente y la curva. Decidió avanzar unos metros y así llegó a una parte de la carretera sin barreras, ni pendientes ni giros. Satisfecha, volvió a comprobar su aspecto, pasándose los largos y delgados dedos por el largo cabello apenas encrespado, para peinarlo un poco... o quizá para despeinarlo más, sí, mejor dar un aspecto más desvalido que impecable.

Se apresuró cuando escuchó el sonido de un vehículo grande acercarse y alzó de nuevo su brazo derecho y levantó el pulgar, encogiéndose un poco con timidez. Este camión no se le escaparía. Sin embargo el perfil que vislumbró fue el de un autobús. Bajó el brazo y frunció el ceño, cada vez más molesta. No era lo que ella esperaba, no era discreto. Pero entonces el autobús se detuvo a su lado. Pudo ver a algunos pasajeros (no había muchos) mirándola con curiosidad por las ventanas. Intentó disimular su malestar y esperó pensando qué excusa poner para quitárselo de encima. La puerta se abrió y pudo ver al conductor. Se trataba de un hombre que rondaría los cuarenta, sin atractivo, pero que parecía afable. Llevaba el cabello negro peinado con la raya a un lado, sus cejas eran gruesas y sus ojos oscuros ligeramente saltones. Tenía varios lunares en la cara, que iba por otro lado perfectamente afeitada. Llevaba un uniforme típico de la compañía de autobús: camisa de manga corta con corbata roja y pantalones grises, zapatos negros. En el asiento llevaba colgada la chaqueta azul marino.

- ¿Está perdida señorita? – preguntó, alzando ligeramente las cejas y sonriéndola con amabilidad – No es seguro andar por la carretera en un día así.

- Lo siento, pero no tenía más remedio – se disculpó, agachando la cabeza en un gesto de vergüenza muy ensayado mientras pensaba un modo de deshacerse de él. 

El conductor volvió a sonreírle escrutándola con sus ojos benevolentes pero ella, que tenía una habilidad propia de su condición, llegó a detectar un breve destello de deseo. Con una rápida ojeada imperceptible comprobó que el hombre no llevaba ningún tipo de alianza. Eso la decidió, no tendría que esperar a llegar al pueblo para encontrar lo que buscaba. Así que le dedicó su mejor sonrisa, sin dejar de parecer tímida pero con un toque de coquetería.

- He de ir al pueblo. He llegado haciendo autostop pero no pudieron acercarme más...

- Suba entonces.

Ella frunció el ceño, confundida y se ruborizó.

- No llevo dinero...El conductor se inclinó hacia delante en un gesto de intimidad y le guiñó un ojo.

- Bueno, eso no tiene por qué saberlo nadie ¿eh? La muchacha le compensó con la sonrisa más amplia y bonita que él había visto en su vida. Con un salto gracioso y ágil subió al autobús.



Rowan intentaba no distraerse pero le resultaba difícil. La chica, que rondaría los veinte años, se había sentado en el asiento más cercano al suyo, a su derecha. Había dejado en el aire una estela de un perfume delicioso que él respiró encantado. 

Los días de niebla le deprimían pues le resultaban aislantes, opresivos. El Pueblo ya de por sí era pequeño y aislado como para darle más énfasis al asunto. Y mejor no mencionar su situación personal.

 Él nunca había tenido pareja, no formal al menos. Había salido con varias mujeres a las que había conocido gracias a agencias pero nunca había cuajado la cosa hasta el punto de que quisieran repetir con él. Ya sabía que era poco agraciado pero siempre había intentado animarse diciéndose que el físico no lo es todo (él mismo lo pensaba así pues no era nada exigente) y compensaba su falta de atractivo con su amable y encantadora personalidad pero nadie parecía apreciarla, ni siquiera para hacerle compañía prolongada. Quizá por este motivo sabía apreciar la soledad como poca gente y se distraía con la lectura, con largos paseos y visitas a exposiciones y museos. Llegados a su edad, treinta y ocho años, ya casi había renunciado al amor pero seguía teniendo ciertas necesidades como hombre y hacia tanto que no...Cuando se dio cuenta en lo que estaba pensando y de que miraba por el espejo retrovisor a la muchacha que acababa de recoger se ruborizó, reprochándose por semejantes pensamientos. Pero es que esa chica tenía algo que le parecía increíblemente atractivo.

No era ya sólo que fuera guapa, que lo era: de piel pálida y ojos de un verde azulado, su mirada inocente. El cabello rubio era muy largo y abundante, un poco encrespado por la humedad. Sus labios rosados eran gruesos y redondeados, sus pómulos altos. Llevaba un chal grueso de color azul oscuro que no parecía combinar con el vestido color salmón de lunares morados que llevaba debajo, escotado y que parecía un poco sucio, como si hubiera estado a la intemperie durante más tiempo del que parecía o porque hubiera rondando por zonas no urbanizadas. Incluso desde la distancia se dio cuenta de que no llevaba ropa interior pues sus pezones se marcaban a través de la fina tela.

Cuando levantó la vista se topó con los ojos de la chica y él hubiera dado un respingo y apartado la mirada avergonzado de no ser porque ella le estaba sonriendo. No parecía haberse dado cuenta de su escrutinio.

- ¿Hace mucho que trabaja como conductor? – le preguntó ella cortésmente.

- Hace más de diez años, pero sólo llevo un par en esta línea, que fue cuando me mudé – contestó él, totalmente relajado y mirando a la carretera – La verdad que agradecí el cambio, estas carreteras nada tienen que ver con las de la ciudad. Son muy tranquilas e idílicas, además el lugar es precioso – tras una pausa, preguntó - ¿Y usted? ¿Es turista? - Ella asintió- Si me permite decirlo, no es la mejor temporada.

- Lo sé pero no me gustan las multitudes. Prefiero la paz y la tranquilidad. Además he venido a pasar una temporada con mi tía.

Él asintió con una sonrisa aunque, por un momento, se extrañó que la chica no llevara equipaje.

- Bueno, si busca tranquilidad en ese caso sí que ha venido en la mejor época – comentó con una sonrisa cordial pero pensando en lo que acababa de darse cuenta.

Hubo una ligera pausa y él no volvió a distraerse mirando por el espejo. Por alguna razón su charla le había animado y relajado.

- ¿Conoce bien la región? – preguntó la chica.

- Oh sí. En mis tiempos libres doy largos paseos y la conozco como la palma de mi mano. Vivo en la ciudad pero me quedo a menudo en el Pueblo.- En ese caso creo que ya he encontrado a mi guía perfecto.

Rowan la miró de nuevo a través del espejo y se ruborizó ante su mirada.

- Bue-bueno yo... tengo que conducir el autobús... además seguro que su tía podría enseñársela también.

- Ella se pasa el día trabajando en la ciudad, limpia en una casa. Yo he venido aquí porque necesitaba unas vacaciones– contestó ella visiblemente decepcionada – Es una lástima, parece usted un hombre muy amable y simpático.

- Usted sí que es amable ¿señorita?

- Puede llamarme Pam – dijo ella apresuradamente esbozando una sonrisa cautivadora.

- En ese caso yo soy Rowan. Encantado. ¿De dónde es usted?

- De San Francisco – contestó ella, pareciéndole a Rowan un tanto dubitativa.

Hubo otra pausa y luego ella retomó la conversación. Se inclinó hacia delante, apoyando sus brazos sobre la barandilla y el mentón sobre ellos.

- Tiene razón, tiene trabajo que hacer, además no creo que a su esposa le hiciera mucha gracia verle con una chica por ahí.

- Oh, no, señori... eer, Pam. No estoy casado.

Ella parpadeó, parecía sorprendida.

- ¿En serio? Me cuesta creerlo.

Rowan no contestó en seguida, sopesando si la muchacha estaba siendo realista o sarcástica. La examinó de nuevo pero la expresión de ella era tan dulce que era imposible que fuera lo segundo. Parecía tan joven, tan ingenua...

- Bueno... digamos que yo...- No tiene por qué explicarlo, lo siento, no pretendía incomodarle.

Él se sorprendió volviéndose hacia ella y diciéndole con cierta intensidad:- Eso sería imposible.

Pam bajó la vista y se sonrió, soltando una risita que casi era como un trino y agachó la cabeza, ruborizándose con timidez. Él volvió a mirar la carretera sorprendido por sus palabras y decidió guardar silencio.

¿Por qué demonios había dicho eso?

- "Deja de ligar Rowan, eres demasiado viejo para ella, por Dios".

Sin embargo volvió a mirarla de vez en cuando a través del espejo, prendado de su mirada y su sonrisa.

Cuando llegaron al pueblecito el autobús se vació al completo, pues era final de línea y Rowan fue sustituido por un compañero. Pam decidió permanecer cerca y miró a los alrededores. Sería alrededor del mediodía y la niebla se había dispersado al completo pero, por suerte, el cielo permanecía nublado.

El pueblo no era muy grande pero sus casas, de un blanco impoluto, eran preciosas. Una ligera brisa agitaba los árboles. Abajo, el paseo marítimo bullía en comparación con las calles. Era un lugar precioso pero "Pam" no estaba interesada en él.

Miró al hermoso océano y aspiró con ansia la brisa marina, paladeando su sabor salado; lo había añorado tanto. Pensó en las profundidades del mar, en el agua agitándose a su alrededor. El océano la llamaba. Ya faltaba poco para regresar a su hogar pero aún no podía marcharse, si lo hacía se arriesgaba a regresar demasiado débil y, por tanto, a perecer. Esa noche era la ideal porque la luna ya estaría completamente llena y tendría que bendecirla con su luz para poder volver. Pero antes había una última cosa por hacer.

Se volvió viendo en la distancia a Rowan hablando con su compañero. Podía descartarle y empezar de nuevo, buscar otro ejemplar, aunque también podría quedarse con este. Parecía sano. Además si se retrasaba podría morir igualmente.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Era la primera vez que hacía esa salida; la habían preparado en su infancia, como al resto de sus hermanas. Es cierto que algunas nunca regresaban pero a ella nunca le había gustado fallar. Si el Padre no le daba su Bendición no tendría derecho a reunirse con la Madre si no que se hundiría en los abismos del dolor eterno.

Cerró los ojos. No, no podía empezar de nuevo. Rowan debería bastarle. Se ajustó el vestido una vez más y apartó el chal, llevándolo en la mano. Había pillado al hombre mirándole a hurtadillas y sabía que no tendría que hacer gran esfuerzo por seducirle. Además a ella le quedaba mejor aquella ropa que a la tal Pam. Al pensar en este último punto las tripas le rugieron pero las ignoró y volvió a mirar a Rowan, quien ya se despedía de su compañero.

Se acercó a él.

- Hola de nuevo.

- ¡Oh, hola! ¿Sigue ahí? – preguntó Rowan, visiblemente satisfecho por verla.

Ella sonrió y se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja en un gesto casual pero que a él le pareció encantador. La leve brisa arrastraba su perfume hasta él.

- Sí. He estado preguntado pero la gente parece un poco... desconfiada.- Oh, cierto. Cuesta acostumbrarse pero sí que es verdad que no suelen ser muy amables con los forasteros, no al menos fuera de temporada. Saben que dependen del turismo y en verano son encantadores, pero fuera de esas fechas y si nunca te han visto...

- Lo entiendo, en realidad no me molesta pero sí admito que me complica las cosas...

Él frunció el ceño.

- ¿Por qué debería? Si su tía...

Ella se ruborizó de nuevo y bajó aún más la cabeza. Se mordió los labios (oh, Dios, cómo le gustó ese gesto) y luego carraspeó.

- Seré sincera contigo Rowan ¿puedo tutearte, verdad? – él asintió - No tengo ninguna tía. Te habrás dado cuenta de que no llevaba equipaje. Un poco raro si voy a pasar aquí unas semanas ¿no te parece? – él asintió, escuchando con interés - Yo tenía novio pero él me dejó – frunció el ceño ligeramente, sin duda le costaba hablar – Vine aquí con la idea de recuperarle, pues aquí viven unos familiares suyos y suele venir en sus vacaciones de primavera. Sin embargo cuanto más cerca estaba del pueblo más me daba cuenta de mi error... que era una tonta y que no me merecía – suspiró – Me he comportado como una niña estúpida. Me he quedado sin dinero y ahora estoy en un sitio desconocido. No sé qué hacer, estoy sola y...

Empezó a llorar. Rowan se acercó hasta ella y la tomó por los hombros, intentando reconfortarla.

- No se castigue, todos hemos hecho alguna cosa así en la juventud. ¿Quiere regresar a la ciudad? Puede coger el bus y...

- No en realidad, aún no sé muy bien qué hacer... necesito pensar.

- Comprendo – le dijo con una sonrisa amable. Luego se volvió y señaló hacia un edificio cerca de la costa- ¿Ve ese edificio? Es el hotel del pueblo. Comparado con uno de ciudad tiene ciertas carencias pero es bastante acogedor – sacó su cartera y le dio varios billetes

 – Quiero que lo acepte, podrá pagarse una habitación en lo que ve qué hacer – comprobó su reloj – No tengo el siguiente turno hasta dentro de una hora que llegue el próximo autobús desde la ciudad. Puedo acompañarla.

Pam le recompensó con una gran sonrisa.

- Eres tan bueno... Me encantaría.

Durante el camino hablaron de diferentes cosas mundanas y Rowan cada vez estaba más convencido de que se estaba enamorando de la chica. Sin embargo era más que consciente de su aspecto y de su edad, por lo tanto se esforzaba en ser lo más caballeroso que podía dejando de lado sus sentimientos. Además apenas la conocía pero el misterio que la envolvía no hacía sino acrecentar su atractivo... y eso que había algunas cosas un tanto extrañas.

Por ejemplo, Pam era encantadora pero parecía muy ingenua, a veces rozando la ignorancia. Se maravillaba con cosas sin importancia y se sorprendió cuando la chica le arrastró ante el escaparate del taxidermista. Parpadeó confuso cuando señaló al cabo de un rato a uno de los animales y preguntó qué era.

- Pues es una serpiente, creo que una boa aunque es un poco pequeña – agregó cuando ella le miró con curiosidad - ¿No sabe lo que es una serpiente? – preguntó incrédulo.

Ella negó con la cabeza.- Nunca había visto ninguna. ¿Dónde viven?- En las junglas, claro.- ¿Y qué hacen?- Pues – repuso él, frunciendo el ceño, cada vez más confundido – Lo que hacen todas las serpientes. Dormir y cazar. Normalmente las serpientes pequeñas son venenosas pero las grandes son constrictoras; es decir, envuelven a sus presas con sus cuerpos y aprietan hasta que dejan de respirar y les rompen los huesos. Hay un mito muy extendido – explicó sin dejar de mirar al reptil, contento porque alguien le escuchara con atención – en el que aseguran que las serpientes son capaces de hipnotizar a sus presas, atrayéndolas hacia sí y buscando su abrazo, como si éstas desearan encontrar la muerte.

La chica se encogió, apretándose contra él. Rowan sonrió, parecía que estaba asustada.- Lógicamente, sólo es un mito – agregó, divertido pero intentando tranquilizarla – Y además no debe preocuparse, no hay serpientes por aquí.- Es fascinante – musitó ella para su sorpresa, admirando al animal.

Antes de que Rowan pudiera preguntarle cómo era posible que jamás hubiera visto una serpiente se percató, azorado, de que la chica se mantenía agarrada a su brazo y que estaba muy cerca de él, rozándole con uno de sus senos.- ¿Habías visto alguna vez algo tan bonito? – le preguntó ella entonces y le miró seriamente, con tal intensidad que él por un momento fue incapaz de articular palabra.- Yo...– intentó contestar pero fue incapaz puesto que no podía apartar la mirada de aquellos ojos verdemar. Sin embargo durante una fracción de segundo aquellos le transmitieron una extraña sensación de frialdad y crueldad. Se estremeció ligeramente.

Pero el momento fue interrumpido cuando un cliente salió por la puerta de la tienda, saludándoles con educación. Cuando Rowan se volvió a mirarle la chica parecía haber perdido el interés en el escaparate y hacía un gesto para que continuaran caminando.- Pues aquí estamos – dijo Rowan cuando se plantaron delante del hotel.

El paseo fue tan agradable que se había olvidado de aquel momento desagradable delante del escaparate del taxidermista. La chica estudió la fachada y se volvió hacia él, que comprobaba la hora. La sonrisa de su rostro se esfumó.- ¿Ya te marchas? – le preguntó.- Sí, he de volver a la parada para recibir al siguiente autobús.- Pensaba que subirías conmigo – murmuró ella, bajando la vista y sus mejillas se tiñeron de rojo.

Rowan no supo qué contestar. Durante todo el trayecto ella se había mostrado encantadora con él y no había vuelto a soltarle del brazo, haciéndole sentir bien. Y ahora se le insinuaba abiertamente. Una cosa era fantasear con la perspectiva de acostarse con una muchacha tan bonita y joven pero otra muy diferente era llevarlo a cabo. Se sintió dividido: su líbido se lo rogaba a gritos, pues una parte de él quería cogerla en brazos e irrumpir en la habitación, quedándose con ella el resto del día pero otra parte de su mente, la más racional, le indicaba que no sería buena idea. Apenas la conocía, no sabía nada de ella. Era una turista que no llevaba equipaje alguno. Y ese desconocimiento de cosas tan básicas... Había algo extraño en todo esto pero cuando Rowan intentaba pensar al respecto buscando una respuesta el encanto de la chica parecía filtrarse en su interior, embelesándole.- ¿Tú querrías eso? – le preguntó, incómodo, tuteándola por primera vez.

Él nunca había sabido lidiar con las mujeres, no estaba acostumbrado a que ellas llevaran la iniciativa - al menos en la mayor parte de las ocasiones -  y él nunca la llevaba.

Pam asintió levemente.

- Te estoy tan agradecida que...

Así que de eso se trataba. Él negó con la cabeza.

- No tienes por qué agradecérmelo de esa manera. No te ayudo porque busque eso si no porque quiero ¿de acuerdo?

Ella le sonrió y asintió pero tenía una expresión triste. Casi parecía una niña... tan sola, tan vulnerable...

- Aún así me gustaría verte después, cuando termine tu turno. Podríamos dar otro paseo para que me enseñes el pueblo...Rowan no pudo negarse, ni tan siquiera pensar una negativa.

- ¡Me encantaría! Termino a las seis, así que en vez de quedarme en la ciudad cogeré el autobús de vuelta al pueblo, así que estaré sobre las seis y media en esta misma puerta. ¿De acuerdo?Ella asintió con una gran sonrisa.

- De acuerdo, entonces nos veremos a las seis y media – contestó, le dio un beso en la mejilla y entró en el hotel despidiéndose con la mano.

Rowan deshizo el camino, andando animadamente mientras silbaba una canción a pesar de que en el momento en que se separó de la muchacha se sintió tremendamente vacío.



El hombre estaba a su merced, eso estaba claro, por lo tanto no merecía la pena empezar de cero con otro. Eran tan fácil encender sus pasiones, seducirle, como si él lo estuviera deseando, el muy estúpido. Había notado una ligera desconfianza agitarse en su interior (a fin de cuentas, la historia de la tía era muy pobre) pero por suerte ella se había dado cuenta a tiempo y había conseguido recuperar su confianza inventando la historia del novio rompecorazones. Qué simples podían ser estos humanos. Empezaba a entender su modo de pensar.

Sin embargo debía actuar deprisa porque se le echaría la noche encima. Su plan de subirle al dormitorio había fracasado; si no, ya estaría lista y podría descansar totalmente despreocupada el resto del tiempo. Pero no estaba segura de poderlo conseguir a pesar de sus esfuerzos así que tendría que buscarse otra manera para lograrlo; debía ser rápida.

Una vez pagó por la habitación lo primero que hizo fue darse una ducha a pesar de que detestaba la insulsa agua que salía por aquella cosa llamada grifería, pues debía quitarse la suciedad y sobre todo aquél molesto fluido que llamaban sudor, al cual no conseguía acostumbrarse. Frotó su pelo y su cuerpo con insistencia hasta que la piel se le enrojeció y dejó que el agua fluyera por su cuerpo pensando que la próxima vez elegiría un vestuario más sugerente... pero tampoco pudo encontrar nada mejor, a fin de cuentas, lo había arrebatado y no comprado.

Ya seca se miró en el espejo. Su rostro lucía como apagado y tenía unas marcadas ojeras, fruto del hambre y el cansancio. Se había alimentado lo suficiente en el mes pero debía comer algo más antes de volver a casa para asegurarse que pudiera cumplir con su deber, si no, estaría demasiado débil y podría morir. Se examinó los dientes blancos y perfectos y se aseguró de lucir un aspecto impecable. Debía estar lo más deseable posible.

Salió del aseo y se encaminó hacia la cama, totalmente desnuda. Miró el vestido y el chal, que había dejado extendidos sobre la cama y sus ojos vagaron hasta la cartera de cuero marrón que tenía una mancha seca rojiza. La tomó una vez más para examinarla: dentro no había nada de dinero, tan sólo un ticket cuya tinta se había casi borrado y un carné de identidad a nombre de Pamela detrás de un plástico protector. Sin embargo la muchacha de la fotografía no se parecía en nada a la actual dueña de la cartera.- Pamela – susurró la chica, pasando el pulgar sobre el rostro de la fotografía, un rostro que ella misma había visto sin vida apenas unos días antes – Pamela ... Pamela... Pam.

Dejó que su boca ejerciera los movimientos necesarios para articular el nombre enrevesado, algo que al principio se le había antojado impronunciable. Entonces se le ocurrió que su verdadero nombre sería igualmente impronunciable para los humanos. Resopló.

Sintiéndose súbitamente aburrida cerró la cartera y la arrojó sobre la mesita de noche. Decidió que lo mejor que podía hacer era echarse un sueñecito en las horas que quedaban hasta las seis y media: necesitaría estar descansada. Se acostó y al rato empezó a refunfuñar por lo blanda que era la cama. Sin embargo terminó cogiendo postura y cerrando los ojos, durmiendo por primera vez desde hacía días. Y soñó con el océano.

Cuando Rowan llegó se encontró con la muchacha esperándole en la entrada del hotel. Llevaba exactamente la misma ropa que por la mañana y pensó con lástima cómo era posible que se hubiera dejado llevar por un amor no correspondido de una manera tan irresponsable llegando hasta este lugar. A pesar de que el vestido seguía algo sucio y arrugado ella estaba radiante.

- Hola – saludó él, un tanto tímido y apretó la caja de bombones que había comprado en la ciudad.

- Hola – saludó ella con la cabeza gacha pero con una sonrisa pícara, agitando el vuelo del vestido.

- Esto es para ti – dijo él y le acercó la caja con sorpresa.

Pam examinó la caja sin tomarla y él creyó ver una mueca de disgusto en su bonito rostro pero fue tan sólo un instante. Le sonrió tomando los bombones.

- No tenías por qué, eres muy amable. Pediré al recepcionista que me los guarde ¿te importa?

Él negó y la esperó fuera. No vio cómo Pam arrojaba la caja a la papelera de la entrada con una mueca de asco.

A primera hora de la tarde el cielo se había despejado un poco pero a esas horas, con el crepúsculo, se encapotó de nuevo y todo apuntaba a que habría niebla una vez más. Rowan y Pam caminaron durante toda la tarde, dando paseos por las calles del pueblo, mirando las tiendas, y hubieran tomado algo en una terraza de no ser porque la chica rechazó la idea. Aseguraba haber comido hasta hartarse en el hotel y que no tenía nada de hambre.

Habían empezado a pasear sueltos pero ahora lo hacían cogidos de la mano y a veces ella se le acercaba tanto que Rowan se le retorcía el estómago de puro nerviosismo y ansiedad. Se sentía como un adolescente. Por eso cuando ella, ya de noche y paseando por el paseo marítimo, se puso de puntillas para darle un beso él se abandonó. La rodeó con los brazos y la apretó contra sí, saboreando el instante y oliendo su perfume.

Al fondo sólo se escuchaba el oleaje del mar; quizá sólo fueran las nueve de la noche pero en esa época del año la gente se recogía pronto en sus casas. Estaban solos.

- Se me está ocurriendo una idea un poco loca – le susurró ella separándose un tanto pero sin soltarle.

- ¿Ah sí? ¿No será que volvamos al hotel? – preguntó Rowan.

Ella negó con la cabeza.

- Vayamos a la playa.

Él la deseaba y mucho, se había decidido. Así que dejó que ella le arrastrara hasta la arena.

Un rato después, cuando apenas se habían tumbado y él había comenzado a levantarle el vestido, sobándole los pechos debajo de la ropa ella le hizo detenerse.- Aquí no – susurró con un jadeo, sus labios apoyados en el oído de Rowan 

– Llévame al agua.

Se desnudaron en la oscuridad y corrieron al mar. En otras circunstancias a él no le habría parecido una buena idea y se hubiera negado pues el agua estaría helada. Sorprendentemente y a pesar de que así era apenas notó frío. No sabía si se debía al calentón pero el agua le pareció estupenda. Buscó con la mirada a Pam pero no la vio. La llamó pero siguió sin verla. Justo cuando empezó a preocuparse la chica reapareció a su lado y le echó algo de agua por la boca con un chorrito.

- Está muy buena – le dijo con una risita, alejándose más de la costa, nadando con gracia hacia atrás.

Él la siguió, se salpicaron un poco más pero finalmente Rowan la atrajo hacia sí para besarle con pasión, pensando en que hacía tanto tiempo que no se acostaba con una mujer que sin duda habría olvidado cómo se hacía.

La chica dejó que Rowan se abrazara a ella y comenzarla a besarla el cuello y a manosear su cuerpo a pesar de la repugnancia que sentía: parecía ser algo necesario antes de lo crucial para estos despojos de dos piernas. Miró hacia el cielo y comenzó a recitar para sus adentros una oración a al Padre, rogando que la considerara digna y que por ello la bañara con su luz. El hombre empezó a ponerse muy insistente y pesado de modo que intentó zafarse haciéndose la juguetona pero sin dejar que él perdiera el interés o se enfadara: a fin de cuentas, tenía que hacerlo con él pero aún necesitaba algo más de tiempo. Cuando volvió a acercarse a ella y rodearla en sus brazos ella notó su duro miembro contra un muslo y "Pam" volvió la cara, arrugando el rostro por el asco.

Entonces notó la luz sobre su piel. Con la cabeza apoyada en el trapecio del hombre, aquél hueco entre el cuello y el hombro, elevó sus ojos verdemar para contemplar la luna llena, que se dejaba ver entre los jirones de las nubes. "Pam", la falsa Pam, pues lo que quedaba de la de verdad yacía enterrada en algún punto del bosque, cerró los ojos y sonrió agradecida. Se abrazó fuertemente al hombre y escondió su rostro en su hombro, abriéndose de piernas, invitándole.

Rowan apenas podía creer su suerte: no quería ir demasiado deprisa porque temía que Pam se asustase porque ni tan siquiera se había parado a pensar si podría ser virgen. Pero cuando ella abrió las piernas ya no pensó más y simplemente se entregó a su placer, erguido como estaba con los pies hundidos en la arena y el agua marina llegándole al pecho: hizo todo el trabajo porque la chica sólo permanecía aferrada a él rodeándole con sus piernas pero para Rowan fue increíble.

Si no hubiera estado tan adormilado tras su esfuerzo se habría dado cuenta de varios detalles que quizá, sólo quizá, le hubieran dado unos segundos valiosos. Seguía en la misma postura pero la muchacha hacía un rato que había bajado sus piernas y que flotaba sólo agarrada a su espalda, meciéndose en el agua de una manera ondulante.

- Gracias Padre – murmuró la chica entonces, tan rápido y bajito que apenas se le entendía haciendo que Rowan, quien hundía el rostro en su cuello, frunciera el ceño – Gracias por darme tu Bendición, pues todas sabemos que con tus rayos fecundaste a la Madre para darnos la Vida. Así pues te consagro la vida que ahora llevo en mi vientre y la sangre de esta ofrenda, para que me permitas volver al seno de la Madre y terminar así un nuevo ciclo.

- ¿Qué? – murmuró Rowan, aturdido. Alzando finalmente la cabeza y bajando sus manos de la espalda de la chica a su cintura: al hacerlo se dio cuenta de que su piel, antes tersa y suave, ahora era áspera, casi... escamosa.

Fue entonces cuando sintió un gran dolor en el cuello, allí donde ella había apoyado su rostro. Rowan gritó de agonía pero unas manos fuertes, de largos y delgados dedos, le apretaban con una inusitada fuerza. Unas uñas similares a garras se le clavaron en la espalda, perforándole la carne y haciéndole sangrar. Sintió la cola de pez aleteando a su lado mientras la sangre, cálida y espesa, brotaba de la herida del cuello.

- ¡Oh, Dios, oh Dios mío! – gritó él y forcejeó con aquel monstruo.

De algún modo consiguió golpearlo con el puño cerrado en las costillas. La cosa emitió un chillido inhumano, liberándole de su agarre y desapareciendo en las oscuras aguas. Rowan se llevó inútilmente una mano al cuello, intentando detener la hemorragia, pero se sentía mareado y débil. Giró sobre si mismo, buscando la costa, que se le antojó realmente lejana. Apenas había dado dos pasos cuando vio a Pam (o lo que había sido Pam) a la luz de la luna, emergiendo del agua, cortándole el paso.

El cabello rubio mojado le caía en mechones enmarcando su rostro, hermoso y terrible, de rasgos más afilados. Curvaba sus espesos labios en una sonrisa pero los ojos, ahora más verdeazulados que nunca, le miraban con una inmensa crueldad.

Como si lo hiciera a propósito dio una fuerte sacudida, manteniéndose a flote en la misma posición, pero Rowan pudo ver a pesar de la escasa luz una cola azulada similar a la de un pez.

¡Era una sirena! Pero no una sirena como las de los cuentos de los niños, si no un monstruo digno de una pesadilla.

- Regocíjate humano Rowan – le susurró con una voz hermosa pero terrible, que sonaba como la de Pam pero que no lo era – Eres afortunado, pues Él acepta tu sangre y yo acepto tu semilla... junto con tu carne... gracias a ti he completado el ciclo y vuelvo a ser una con la Madre. Ahora puedo honrarla como se merece...

Rowan, en medio de su agonía, negó con la cabeza, espantado de terror: todo este tiempo ella había sido su cazador y él su presa. Le había acechado, le había atraído hipnotizándole con sus encantos y él se había echado a sus brazos como un estúpido. Y ahora iba a morir, lo sabía, puesto que notaba cómo la vida se le escapaba de las manos. 

- Oh Dios mío...Lo siguiente que la sirena exclamó fueron una serie de chirridos agudos totalmente incomprensibles: su lenguaje real. Entonces su sonrisa se ensanchó dejando ver unos dientes alineados y afilados como cuchillas. Se abalanzó sobre el infortunado Rowan, que nada pudo hacer contra semejante fuerza; apenas hubo resistencia, apenas hubo forcejeo cuando ella volvió a morderle, desapareciendo con su alimento bajo el agua en medio de un remolino de espuma rojiza.

Salvo por las ropas abandonadas en la playa nadie diría que había pasado nadie por ese lugar.

Nadie vio cómo la sirena se llevaba al hombre moribundo, sumergiéndole en las aguas y arrastrándole hasta las profundidades, devorándolo, como había hecho con otras tantas personas durante ese mes.

Las sirenas tenían la creencia de que habían nacido como especie cuando los rayos lunares habían tocado las aguas marinas: igual que el Padre lunar había fecundado a la Madre del mar ellas debían buscar afuera su contraparte para la reproducción: solían acostarse con varios hombres para después devorarlos pero no le hacían ascos a alimentarse de las hembras humanas, si era necesario. Y es que diez años  entraban en celo y podían salir del mar con luna llena, reemplazando su cola por piernas. Y justo para el siguiente pleniluinio debían estar de regreso en el oceáno o de lo contrario morían.

Además la transformación conllevaba una gran pérdida de energía y para ello debían alimentarse en abundancia previamente so pena de morir igualmente en el proceso: en el mar comían pescado pero en la superficie, como se ha dicho, carne humana. Y ya no sólo por este proceso debían tener fuerzas, si no para el posterior embarazado y parto... Muchas nunca lo conseguían, pero otras como nuestra protagonista sí conseguían completar del todo ese ciclo peligroso...

La policía nunca encontraría al asesino de aquellas personas y nadie recordaría haber visto a aquella muchacha perdida, vulnerable y solitaria, de ropajes sucios y raídos, en su periplo por engendrar descendencia y volver a su hogar... a las insondables profundidades del océano.

FIN



N/A: El origen de este relato es un sueño que tuve hace unas semanas. No lo he subido antes porque, tras escribirlo y contárselo a mi pareja, éste me dijo que debí de sacar la idea de la serie Siren tras ver su tráiler; cuando le dije que no lo había visto me dijo que quizá fuera por alguna miniatura de la misma que hubiera visto en alguna página (es posible, quizá youtube, pero no lo recuerdo). Aunque no era su intención esto me desanimó a publicarlo por si alguien se pensaba que era copia pero en su momento, cuando analicé el sueño tras despertar, en mi cabeza me parecía más una fusión entre Madison de 1,2,3 Splash! (peli de mi infancia) y las sirenas de Piratas del Caribe: En mareas misteriosas. Igualmente he decidido subirlo porque me gustó la historia, aunque me temo que no fue así al propio Rowan (que en mi sueño era casi igualito a Rowan Atkinson más joven, no sé por qué, aunque de ahí el nombre xD)

N/A 2: he resubido la historia corregida, puesto que siempre me dividí entre dos finales posibles, el original del sueño (donde la sirena busca reproducirse) o el suavizado: inicialmente puse el suavizado pero jamás he estado del todo conforme, de modo que aquí dejé ya el original.

Traidor de sangre


La breve historia de un Zephonim que traiciona a su clan por amor.


Mientras corro para salvar mi vida y la de mi amada, pienso que no me arrepiento de nada. Me permito el mirarla un momento, en nuestra carrera precipitada entre los árboles iluminados por la luz de la luna llena; su larga melena rizada ondula tras su espalda por efecto del movimiento. Por su color pareciera que éste estuviera en llamas y ella corriera para huir de su destrucción. Pero ni por asomo, sólo forma parte de su increíble belleza y la miro fascinado. Sus ojos dorados se clavan en mí un momento y su intenso brillo me insta a seguir adelante…

Sobre el blog Universos Entremezclados



Este es otro rincón más del pequeño espacio entre universos, donde todos ellos confluyen y se cuentan sus historias… ¿os apetece quedaros a leer un poco?