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[Crash Bandicoot] Universos entremezclados - Capítulo I - Problemas


Ana parpadeó varias veces y, por último, se frotó los ojos con fuerza. ¿Quizá le había dado una insolación? Lentamente y con cuidado alargó la mano hacia uno de los frutos, como si pensara que en cualquier momento a éste le fueran a salir dientes que usaría para morderla.

Pero no fue así y la tomó en su mano. Pesaba muy poquito y despedía un olor dulzón. Estaba casi segura de que era una fruta Wumpa.

- Pero no es posible – se dijo – quizá sea un mango y estoy alucinando o algo así. Sí, debe ser eso. El caso es que para ser un mango no tiene exactamente la misma forma pero no es una manzana como muchos la denominan; las manzanas no tienen este color. No obstante si quiero quedarme tranquila, deberé abrirla. Entonces veré que el interior es naranja y así me sentiré la chica más tonta del mundo.

Con cierta aprensión mordió la fruta y la masticó. Estaba muy buena pero casi la escupió cuando vio la carne púrpura.

- ¡Ay! – tosió atragantándose.

Tras recuperarse de la revelación comenzó a pensar. Decidió seguir un consejo de un personaje de ficción bastante conocido: descarta todas las posibilidades, la más improbable será la solución.

- ¿Cómo es posible? La fruta Wumpa no existe salvo en el universo de Crash. ¿Estaré dentro de este universo? – al sopesar la idea brotó de sus labios una risa nerviosa, casi histérica – Pero si eso es imposible. Es decir… ¡es un videojuego! ¡Y, como tal, no existe! Yo… ¿acaso estaré volviéndome loca?

Intentó recordar lo último que había hecho. Con esfuerzo se vio así misma en el bar de su hermano echando el cierre. Era viernes noche y, antes de terminar, habían tomado unas copas para celebrar algo relacionado con la universidad. Su hermano se ofreció a llevarla en coche pero ella lo rechazó al preferir pasear (su apartamento no estaba lejos). ¡Eso significaba que en su ciudad ahora mismo era de noche y no de día!

Ana sopesó su situación. ¿Qué más daba cómo había llegado hasta allí? Tenía mucha sed por el calor y al menos la fruta le ayudaría a mitigarla en parte, o quizá no, sopesó, porque era muy dulce. Se encogió de hombros; al menos se quitaría el hambre.

Comió un par de frutas Wumpa manchándose las manos y los labios, que se limpió lo mejor que pudo con un pañuelo que sacó de su bolsito.

Entonces miró de nuevo el lugar de la fruta. Era un poco extraño porque ésta estaba dispersa de tal manera que parecía marcar un camino que se alejaba del sendero que acababa de encontrar.

Ana sintió curiosidad y avanzó siguiendo el rastro Wumpa, cogiendo alguna fruta más. Entonces oyó un sonido lastimero de un animal en las cercanías. Su corazón se le aceleró y decidió acercarse a echar un vistazo; sabía que no debía interferir en la madre naturaleza pero se le rompía el corazón cuando veía a un animal, del tipo que fuera, sufrir.

Siguiendo el sonido del animalito llegó finalmente hasta él. Resultó ser un Wombat . Al pobre le había caído una jaula encima, sujeta con una cuerda y todo estaba lleno de fruta Wumpa mordisqueada. Estaba claro que la fruta era un señuelo para atraerlo hasta la trampa.

- Pobrecito – murmuró Ana agachándose dispuesta a liberarlo.

Iba a tocar la jaula cuando dudó. ¿Y si era la comida del pueblo indígena? No les iba a gustar un pelo que alguien liberara a su comida, aunque Ana no tenía ni idea si los Wombat eran comestibles o no. Quizá querían atraer otro animal y picó éste; si no servía para comer le soltarían. En cualquier caso era probable que provocara la ira del pueblo de Papu Papu cuyo temperamento Ana conocía más que de sobra.

Pero entonces la chica se percató de que la jaula no era de madera o ramitas si no que era de metal. Además había una especie de antenita parpadeante de color rojo que emitía un tenue pitido.

Este acto no era obra de indígenas si no de otra persona que disponía de cierta tecnología en su poder… y esto a Ana no le gustó un pelo. Mejor sacar al animal y alejarse lo antes posible.

- Tranquilo, amiguito, que ya te libero – dijo Ana al Wombat que la miraba con curiosidad.

Más tarde pensaría que se comportó como una auténtica idiota pero no se arrepentiría de haber liberado al animal. Y es que según tocó la jaula algo tironeó de su pierna y la alzó con la cabeza abajo. Ana gritó sobresaltada pero ya no tenía remedio; estaba colgada a un par de metros del árbol por una gruesa cuerda que no había visto y que le rodeaba el tobillo izquierdo.

El Wombat había quedado libre y salió corriendo alejándose del lugar. Ana había arrastrado la jaula con ella y la dejó caer mientras maldecía su estupidez. Debería haberlo imaginado. Intentó doblarse para agarrarse la pierna pero no estaba muy en forma que digamos.

- ¡Mierda! ¡Con lo fácil que es en las películas! – exclamó malhumorada.

La sangre comenzó a agolpársele en la cabeza y empezó a marearse. Justo en ese momento escuchó el sonido de unos motores que se acercaban. Se trataba de un vehículo volador que se detuvo a su lado. Sin decir ni una sola palabra unos hombres se apearon del vehículo. Todos eran iguales, vestían una bata blanca de laboratorio, eran calvos y tenían unas gafas de culo de vaso, lo que demostraba que sin ellas no verían tres en un burro. Ana era plenamente consciente de quiénes se trataban.

Se le acercaron con unas argollas de metal y unos artilugios que tenían toda la pinta de ser para cualquier cosa menos para decir la hora.

- ¡No os acerquéis que no respondo! – les gritó Ana – Como me pongáis una mano encima os juro que no lo contáis.

Se puso a patalear con la pierna libre y a golpear con los puños; esto sólo conseguía marearla al bambolearse de un lado a otro y sobre sí misma, pero si se la iban a llevar al menos quería ofrecer resistencia. Los hombres se quedaron inmóviles mirándola durante unos momentos sin acercarse, a salvo de sus golpes.

No le sirvió de mucho. Sin inmutarse uno de ellos sacó una pistola y le disparó.

Ana empezó a sentir mucho sueño.



- … han tenido que dispararle dardos tranquilizantes – decía una voz - ¿Cree usted que pueda ser peligrosa o tener algún poder sobrenatural?

- No seas idiota, es una simple humana como nosotros – contestó otra voz, más autoritaria y enérgica - Quizá este aparato sea capaz de decirnos unas cuantas cosas interesantes de su naturaleza. Nunca vi nada igual pero me da la sensación de que es un ordenador en miniatura.

Sin embargo, la información no está accesible, lo cual es frustrante.

- Si me lo permite parece tratarse de una simple medida de seguridad, lo más probable es que se pueda desbloquear ingresando una secuencia alfanumérica.

- ¡Eso ya lo veo! Pero tendremos que encontrar la manera de vulnerarla y acceder a sus secretos. Es posible que nos sea muy útil.

- ¿Y qué quiere hacer con la chica?

- ¡Oh! Quizá nos pueda contar algo interesante de su lugar de origen. Si no, ya veremos – dijo con malicia la segunda voz.

Ana parpadeó confusa. Le picaba el cuello, allí donde el tipo aquel le había disparado, pero cuando intentó rascarse descubrió que no podía. Estaba más que claro que habían usado algún tipo de sedante, lo más probable pentotal sódico, y la habían trasladado a otro lugar. Al principio había mucha luz y a sus ojos les llevó un momento adaptarse, por no decir que veía doble. Todo le daba vueltas.

Sentía hormigueo por todo su cuerpo, intentó de nuevo rascarse y no pudo. Doblando el cuello comprobó la razón de su incapacidad; estaba sujeta por muñecas y tobillos a una mesa. Se percató también que tenía varias ventosas adosadas a su cuerpo que iban hasta unas máquinas adyacentes; estaban monitorizando mediante los electrodos sus constantes vitales. Eso la hizo mirar su cuerpo de nuevo y suspiró, aliviada, porque no le habían sacado la ropa.

Aun así estas revelaciones eran inquietantes y comenzó a preocuparse. Miró nerviosa a su alrededor aunque ese gesto le costó una náusea. Comprobó que se encontraba en el interior de un laboratorio; aunque por un momento le recordó al aula donde hacía las prácticas de cirugía, fría y antiséptica, eso no significaba que le transmitiera las mismas sensaciones de satisfacción que en la universidad. No podía ver a los animales enjaulados desde su posición pero sí oírlos y olerlos, de ahí que supiera que estaban. En otras circunstancias le habría preocupado el estado de los mismos pero Ana había escuchado las voces situadas por detrás de su cabeza y no le gustaba nada lo que había oído. Un zumbido constante invadía la habitación.

Había reconocido aquellas voces tras haberlas escuchado en multitud de ocasiones, no importaba que le llegaran distorsionadas al seguir atontada por el tranquilizante. No era precisamente la compañía que alguien pudiera desear. Se revolvió intentando liberarse, sin éxito.

- ¡Oh! Parece que nuestra invitada despierta de su sueñecito – dijo el dueño de la voz autoritaria - Veamos si nos es más útil que estos animalejos inmundos ahora que recuperó la consciencia.

Una luz la enfocó directamente a la cara y Ana sintió dolor. Cerró los ojos con fuerza y boqueó. Estaba empapada en sudor.

- ¿Cómo has llegado aquí? – le preguntaba la voz, acosándola - ¿Para qué sirve este dispositivo?

Ana no contestó. Había girado la cara para evitar la molesta luz y se negaba a abrir los ojos. Varias lágrimas le corrieron por las mejillas.

Una mano enguantada la tomó del mentón y le giró el rostro hacia arriba de nuevo. Ella se resistió pero entonces notó que la luz desaparecía. Abrió los ojos, aliviada y vi un rostro delante de sus narices. Unos ojos oscuros e inteligentes le devolvieron la mirada. Su dueño la miraba con expectación; sus espejas cejas negras se fruncían y lucía una mueca en la que dejaba ver sus dientes, perfectamente alineados y blancos. Cualquiera hubiera dicho que se trataba de un personaje pintoresco, sobre todo por la gran N que lucía en su frente. Vestía una especie de bata de laboratorio de color blanca.

- Aún parece estar bajo los efectos del narcótico, doctor Cortex – apostilló un segundo individuo entrando en su campo de visión.

Éste era igual de inquietante que a su compañero, al que se dirigía con evidente deferencia. Su rostro nada agraciado estudiaba a Ana con curiosidad.

- Mmmm – murmuró el doctor Cortex examinándole las pupilas. A continuación levantó un dedo– Dime, muchacha ¿cuántos dedos ves aquí?

Ana parpadeó en lugar de contestar intentando que las lágrimas dejaran de brotar.

- ¿Qui-quizá no habla nuestro idioma? – se aventuró el otro.

- ¡No seas imbécil, Brio! – gritó el doctor, lo que provocó que el otro se encogiera con un gemido - Lo poco que hemos visto de ese aparato está en nuestra misma lengua. ¡Claro que nos entiende!

Ana intentaba pensar en algo que la hiciera salir de esta situación, lo que fuera. Pero su cerebro parecía embotado o haberse ido de vacaciones.

- ¿Cuántos dedos ves aquí? – volvió a preguntar Cortex, espaciando las palabras, como si hablara con alguien especialmente estúpido.

Si tienes ventajas sobre tu enemigo es mejor ocultarlas para que éste no pueda defenderse. La chica sabía que no estaba en un lugar fiable y se apostaba el cuello que esos dos personajes no tenían ni idea de que ella les conocía increíblemente bien. Sería la mejor baza que tendría Ana para entender qué estaba pasando y, sobre todo, para volver a su casa.

El científico se impacientó y le agarró con su mano enguantada fuertemente por la mandíbula, haciéndole daño. Ana dio un pequeño respingo y le miró con los ojos muy abiertos.

- ¿Acaso estoy rodeado de idiotas? – preguntó él con resignación.

El cerebro de Ana comenzó a trabajar a una velocidad lenta, perezoso en su afán, intentando idear algún plan que la sacara de este problema.

- Sus pulsaciones van muy aprisa – comentó Brio.

- Su corazón no me importa – dijo Cortex mirando a un punto a un lado de Ana - Sin embargo la monitorización de sus funciones cerebrales parece normal, no detecto ningún tipo de anomalía y los efectos del tranquilizante ya han pasado. O es una retrasada mental o simplemente, no le da la gana contestar. Quizá un estímulo externo te ayude a soltarte la lengua ¿no? – añadió, sonriéndola con malicia y levantando una aguja larga.

A un gesto suyo Brio pulsó un botón y Ana escuchó el chasquido inequívoco de la electricidad.

- Bien, querida – le susurró con dulzura fingida - Por última vez. ¿Cuántos dedos ves aquí? – y volvió a levantar un dedo.

Ana supo que se le había acabado el tiempo. ¿En serio estaba dentro de un juego o algo así? Si era así quizá no corría ningún peligro inmediato. Pero en esa misma fracción de segundo comprendió que era absurdo arriesgarse. Pero no tenía otra opción. Llegó a la conclusión que lo mejor era… jugar.

- U-uno – dijo con esfuerzo.

El doctor Cortex asintió satisfecho.

- Bien, vamos progresando. Nos entiendes a la perfección. Ahora dime ¿de dónde vienes?

Ella parpadeó.

- Vamos, vamos, no tenemos todo el día – la animó Cortex balanceando la aguja eléctrica.

- No lo sé – dijo al fin.

- ¿Ah no?

- ¡No sé cómo he llegado hasta aquí! – contestó Ana – No recuerdo cómo. Sólo sé que iba paseando y, de pronto, me desperté al lado de un eucalipto. Seguí las Wumpas hasta que me topé con tus hombres.

- No, no, no – negó él – Me refiero a que de dónde vienes, tu lugar de origen. Ya sé que no son precisamente estas islas, hasta ahí llego.

- No… no lo recuerdo – mintió Ana. Pensó que fingir una amnesia podría ser su salvavidas para mantenerse a flote en este mar de enredos en el que se acababa de meter.

- ¿Sabes? Eres una pésima mentirosa. Por no hablar que estás insultándome si crees que voy a creerme esa mentira.

- ¡No estoy mintiendo!

- Claro, claro y los koalas vuelan. En fin – dijo, tirando la aguja eléctrica en una mesa. Ana se relajó un tanto – Me estás haciendo perder el tiempo y, francamente, me estás aburriendo demasiado. Llevadla a la jaula grande mientras pienso qué hacer con ella.

Los esbirros obedecieron. Ana intentó resistirse pero tenían mucha fuerza – no en vano, eran androides – y la metieron dentro de una jaula cercana, en un rincón del laboratorio. Ana vio que en la jaula vecina que era igual de grande había una sombra echa un ovillo, que no se inmutó ante su presencia.

Cortex y Brio se pusieron a hojear ciertos aparatos cuya función Ana desconocía pero al rato volvió a ser el centro de atención de ambos científicos.

- Es una lástima que no podamos recuperar las lecturas del Psicotrón y quizá sólo hayamos ganado un mueble más en la ya abarrotada habitación con esta lamentable adquisición – decía Cortex – Sin embargo, siento curiosidad por saber de dónde vienen. Sus abducciones no estaban planeadas.

Hablaba en plural. ¿Quién era el otro del que hablaba?

- Siento decírselo doctor Cortex, pero me temo que será imposible recuperar los últimos datos del Psicotrón. ¡Está frito!

- Tiene que haber un modo, maldita sea. ¡No podemos haberlo perdido! Lo de la muchacha me da igual pero el otro espécimen… no podemos abandonarlo pero tampoco podemos dejar de lado el E-Volvo, no ahora. ¡Quiero que me elabores un informe sobre los daños que ha sufrido el Psicotrón y que encuentres un modo de acceder a esos datos!

- Pero doctor, eso me retrasará notablemente…

- No es mi problema. Si no perdieras tanto tiempo con tus cacharritos de química irías más al día.

Brio bajó la cabeza de manera obediente.

- Por cierto ¿qué son todos estos bártulos? – dijo Cortex, señalando una caja de plástico.

- Oh, lo trajeron los esbirros. Creo que son las pertenencias de la chica.

Ana les observó con interés.

- ¿Ah sí? No me había fijado. ¿Has oído niña? Tenemos todas tus cosas. Ya que no has querido hablar quizá saquemos algo en claro de ellas.

Tomó el bolso de Ana y lo dejó en la mesa. Tras observarlo por encima se puso a abrirlo y a hurgar en su interior. Brio lo observaba de cerca.

- ¡Eh, eso es privado! – gritó Ana, agarrando con fuerza los barrotes.

- ¿No me digas? – repuso Cortex ignorándola – A ver ¿qué llevamos en el bolsito de la señorita de pitiflú?

Brio encontró muy gracioso el comentario y soltó una carcajada. Cortex reía entre dientes.

- Veamos… Paquete de pañuelos, un kit básico de manicura, barra de labios… puaj.

Ana le observaba con impotencia mientras rebuscaba en las pocas cosas que había traído con ella. Se sintió tan profundamente invadida en su privacidad que es como si la hubieran desnudado.

- ¿Cómo pueden caber tantísimas cosas en un bolso tan pequeño? – preguntó Brio.

- Cosas de mujeres – dijo Cortex encogiéndose de hombros. Iba depositando todo el contenido a un lado.

- Y, por fin, una cartera. ¡Cómo no, al fondo! A ver si aquí hay algo que merezca la pena. ¡Ajá! Tu pasaporte… aunque realmente no me dice gran cosa. ¿Qué más? Dinero, tarjetas de crédito, tarjeta de… eh ¿"Hell's Door: Tu bar rockero"?… suena bien – comentó, depositando la tarjeta del local de Dany sobre el montón – Uh ¿y éste guaperas? – le preguntó con sorna sosteniendo la foto tamaño carné de Greg.

Ana se ruborizó pero rechinó los dientes.

- No te importa.

- Cierto, la verdad es que no. Muy… mono – dijo con desdén pero dejó la foto en su sitio – Más dinero, un vale para comida rápida… Humm, esto sí que es interesante. "Carné de Estudiante Universitario: Annabelle Marie Parker. Estudiante de veterinaria de tercer grado. Universidad de… bla bla bla, validez bla bla, fecha de nacimiento qué-más-me-da… O sea, que tienes conocimientos en biología animal – dijo Cortex, interesado, más para sí que para la chica. Caminó de aquí para allá sumido en sus pensamientos. Entonces, súbitamente, se volvió hacia ella– Te propongo un trato. Si trabajas para mí y me ayudas con mis experimentos, serás libre.

- Debes estar de broma – dijo Ana, sintiéndose realmente ofendida y cada vez más furiosa. Se agarró a los barrotes de su celda y fulminó al doctor con la mirada- Para que lo sepas, al contrario que tú no uso mis conocimientos para dañar. Adoro a los animales; quiero protegerlos, cuidarlos y preservarlos. No capturarlos, torturarlos ni esclavizarlos. Preferiría mil veces pudrirme en esta prisión que ayudar a alguien tan despreciable como tú.

Brio la miró pasmado y dio un paso atrás, esperando ver la reacción de su superior. ¡Menuda insolente! Pero no quería exponerse a la ira del doctor por lo que no se atrevió a abrir la boca.

En cuanto a Cortex no dijo nada más aunque su expresión había ido cambiando hasta reflejar la ira más absoluta. Tanto él como la chica se sostuvieron la mirada, relampagueando por los ojos. Pero entonces súbitamente se calmó.

- Bien, ignoro cómo sabes todo eso, pero si es lo que quieres, que así sea – dijo de manera despreocupada y le dio la espalda a la chica.

Cuando la noche cerrada cayó sobre el castillo y se apagaron las luces Ana se desinfló completamente. Estaba realmente agotada por las emociones del día y seguía dándole vueltas sin parar a cómo era posible que hubiera llegado aquí. Cortex había dicho algo que le hacía pensar en que había sido un accidente y se lamentó profundamente de su suerte. Sin embargo tenía que escapar, encontrar la manera de estar a salvo y luego ya pensaría fríamente cómo volver a su hogar.

Se encaminó hasta la puerta de la jaula y examinándola más con el tacto que con la vista, se percató del candado. Se quitó entonces una de las horquillas que llevaba e intentó hacerse una ganzúa, a pesar de que no tenía ni idea de cómo se hacían, salvo la que se había hecho por las películas.

Intentó de todas las maneras posibles pero no conseguía nada. Comenzó a impacientarse y entonces la horquilla se partió. Intentando mantener la compostura probó con uno de los trozos pero se acabó partiendo también. Frustrada la arrojó lejos.

La forma de al lado no se movió pero ahora con el silencio Ana se percató de una respiración acompasada.


1 comentario:

  1. Ah pues puede ser que lo vieras y no lo leyeras.

    Estás deseando ver a Crash ¿eh?

    Pues cualquiera de las voces que tiene Cortex molan, la verdad (al menos en castellano, en latino ya no sé) pero yo también me lo imagino más como la de Twinsanity.

    Gracias por pasarte y que te mejores de esa dichosa gripe.

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