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[Crossover: Medievil x Corpse Bride] La voz es más fuerte que la espada - Capítulo 4



Capítulo 4
REDENCIÓN EN LA MUERTE


La quietud del bosque se vio interrumpida por el repiqueteo metálico que producía su armadura por bailar sobre su esquelético cuerpo. Si hubiera sido más observador se habría dado antes cuenta de los varios pares de grandes ojos amarillos que le observaban desde la oscuridad, acechándole, susurrándose entre sí las cosas malvadas que querían hacerle. Sin embargo él no estaba en condiciones para fijarse en detalles. No debemos censurarle, teniendo en cuenta que se trata, literalmente, de un esqueleto tuerto.

Alzado de entre los muertos Sir Daniel Fortesque, antiguo caballero de la corte del rey, había despertado de un sueño de cien años para ponerse en camino para derrotar al brujo Zarok.
Poco quedaba ya de él: ni sus cabellos negros como alas de cuervo ni su poderosa mandíbula cuadrada, rasgos de los que se enorgullecía en vida pues a los ojos de la gente – en especial las mujeres - le daban un aspecto un tanto atractivo. Pero ahora no tenía cabellos (ni siquiera carne y aún menos piel) y hace tiempo que su mandíbula se cayó, roída por los ratones y los gusanos en los cien años que permaneció muerto allá en su cripta. Se había dado cuenta, mientras había vagado por la cripta buscando sin éxito su mandíbula perdida, que no quedaba nada de su anterior yo.

Fuente: Cómic Medievil: Fate's Arrow.

Aún así Sir Daniel Forqueste – Daniel en el uso práctico, Dan o Dani para los amigos más cercanos – no debe inspirarnos ninguna lástima. En su día fue nombrado sire por el mismísimo Rey Peregrino y capitán de su guardia, título y cargo ganados a base embustes y mentiras. Estos cargos le proporcionaron un trabajo de lo más tranquilo y bien remunerado, consistente en su mayoría en organizar los turnos de la guardia, por lo que la máxima dificultad que encontraba en su día a día era cuando uno de los soldados había caído enfermo y se debía cubrir su puesto sin demora. El resto del día lo solía pasar en compañía del resto de los cortesanos y del Rey Peregrino, en banquetes, fiestas y juegos de todo tipo siendo su favorito el croquet. Era durante estos pasatiempos donde inflaba más el pecho, contándoles sus supuestas andanzas a las jovencitas de la corte, mostrando unos modales exquisitos y una galantería envidiable que conseguía que más de una suspiraba embelesada.
Pero ninguno de ellos, ni siquiera el Rey, sabía que debajo de esa fachada de guerrero valeroso, galán e indómito se escondía un impostor: un hombre tramposo, mentiroso rozando lo compulsivo y, sobre todo un cobarde. Tuvo una gran suerte de que nunca se encontró con situaciones embarazosas que le hubieran puesto a chillar como un histérico mientras salía corriendo… como solía pasarse cuando veía un simple ratoncito. Y si alguien lo hubiera visto habría pensado que el pobre Dan tendría simplemente un mal día o que quizá le rondaba el horror de sus escaramuzas pasadas.
Su suerte se terminó cuando Zarok, el antiguo hechicero de la corte, volvió de su destierro y comenzó a amenazar a Gallowmere con su ejército de muertos vivientes y demonios. El Rey Peregrino organizó sus ejércitos y puso a Sir Fortesque al frente  con el rango de capitán. Dan demostró una gran sangre fría cuando elevó el espíritu de los soldados a su cargo con un buen discurso, pero nadie  se percató del crucifijo que portaba un desgastado de tanto frotarlo en sus plegarias. Tampoco se fijaron en cómo repiqueteaba su armadura de lo que le temblaban las piernas. Sí, sus soldados le vieron dar la orden sin ningún tipo de temblor en la voz, cargar de frente, con la espalda en ristre aunque en sus adentros recitaba de carrerilla todas las oraciones que sabía. Y una vez más nadie, pero absolutamente nadie, se fijó en cómo cayó abatido por la primera tanda de flechas, su ojo izquierdo atravesado por una desafortunada y mal intencionada saeta… 


Sir Daniel agitó la cabeza para descartar aquellos pensamientos, sus fantasmas del pasado. No tenía sentido recordar su vida pasada pues ahora, a fin de cuentas, estaba aquí en el presente, buscando la redención en la muerte, mientras seguía su camino valientemente hacia la Guarida de Zarok. Había pasado mil peligros que hubieran hecho que cualquier otro guerrero hubiera depuesto las armas y echado a correr con los pies en polvorosa sin mirar atrás. Obvió la innegable cuestión de que él contaba con la ventaja de estar muerto por lo que no tenía nada que perder, así que se sentía orgulloso de sí mismo.
Sí; se había tenido que abrir paso a través de hordas de muertos vivientes y otras criaturas infernales, habiendo derrotado a un demonio de cristal, a unos perros fantasmales e, incluso, a una reina calabaza. Había tenido que abrirse paso a espadazos en aquellos campos de espantapájaros por no hablar de las dificultades por las que pasó cuando llegó hasta el Pueblo Durmiente, donde se topó con otra de las manifestaciones de la magia de Zarok: la población, cuyas almas habían sido robadas para reanimar a los muertos, era ahora esclava del hechicero. No le pusieron fáciles las cosas a Dan, que tuvo que moverse sigilosamente por la ciudad para llegar hasta la casa del alcalde, donde descubrió que los esbirros de Zarok se habían llevado a su persona no mucho tiempo atrás. En sus notas desvelaba un gran secreto: el escondite del Artefacto de las Sombras. Según aseguraba el alcalde, Zarok codiciaba ese objeto creado poco después de la supuesta muerte del hechicero para aprisionar a los demonios que usó en sus batallas. El lugar de la prisión: la Tierra Encantada.


Dan concluyó, a pesar de su cerebro en descomposición, que sería una buena idea visitar ese lugar pero primero convendría liberar al alcalde de su prisión, aunque no sabía dónde buscar. Fue entonces cuando los guardias de Zarok irrumpieron en el pueblo buscando el artefacto.  El caballero resucitado se enfrentó a ellos tras pasar unos momentos de desconcierto y asombro al fijarse en las extrañas armas que portaban: largos palos de metal que disparaban, con gran estruendo, bolas de metal. Como pudo comprobar el bueno de Dan lo más sensato era evitar que esas bolas le dieran a uno, pues dolían como mil demonios. A pesar de su aparente desventaja Fortesque se impuso sobre los guardias  y, antes de eliminarlos a todos, sonsacó a uno de ellos la ubicación del lugar donde retenían al alcalde: los Jardines del Asilo. Así pues tomó la decisión de rescatarlo, como buen héroe que se proponía ser, si bien antes de hacerlo se aseguró de conseguir hacerse con el Artefacto de Sombras, demostrando una gran astucia para conseguirlo para ser un muerto viviente con el seso descompuesto.
Tomó entonces un desvío en su viaje para rescatar al alcalde. Tuvo que ceder ante los deseos de diversión del viejo Jack del bosque, adicto empedernido de las adivinanzas y bailar a su son para poderse abrir paso por los jardines. El viejo, vinculado mágicamente a los jardines, cerraba los mismos a su antojo y retaba al primer insensato que se adentraba a ganarse el acceso a base de acertar los enigmas. Por otra parte los monjes que se encargaban del mantenimiento del asilo, proporcionando un lugar donde vivir con cuidados a los enfermos – en esta época moderna ya no se les quemaba en las hogueras o se les sometía a terribles exorcismos pensando que estaban endemoniados, si no que se sabía lo que era una enfermedad mental gracias al auge exagerado, a juicio de Dan, de los psiquiatras– también habían caído bajo los hechizos de Zarok y estaban tan locos como los que ellos cuidaban. Y si Dan pensaba que su paciencia llegaba hasta el límite una vez que traspasó las puertas del asilo comprendió que su prueba no había hecho más que empezar: el lugar era gobernado por los desequilibrados – algunos de ellos zombies locos – y Fortesque no tuvo más remedio que abrirse paso a golpe de espada e incluso, a puñetazo limpio. A pesar de que le superaban ampliamente en número consiguió salir victorioso, nada mal para un esqueleto.
En su camino, tuvo tiempo de pensar preocupado en qué estado se encontraría el bueno del alcalde. ¿Estaría llorando, tembloroso y sucio después del cautiverio? ¿Quebrantado por terribles torturas para sonsacarle el lugar donde ocultó el Artefacto de las Sombras? Sin embargo y para su sorpresa, se encontró con que el alcalde no sólo ofrecía buen aspecto, sino que además hasta se permitía tararear una canción.
Se trataba de un hombre robusto víctima de la moda más estrambótica: llevaba un largo y estrecho sombrero a rayas negras y blancas, un jersey violeta estampado con detalles dorados, medias a juego del mismo color y, para realzar la supuesta elegancia del conjunto, completaba su atuendo una gorguera blanca y un monóculo. Fortesque, quien se hizo con la llave, abrió la celda del prisionero.


- ¡Por Dios que me alegro de verte! – exclamó éste sin parecer importarle que estuviera hablando con un esqueleto tuerto embutido en una armadura  - Ese Zarok intentó forzarme  a entregar el Artefacto de Sombras. Quería liberar a los demonios de su tumba en el Bosque Encantado. Pero le dije… sí, le dije “¡No me puedes tocar son don nadie! ¡Yo soy el alcalde!” Sí señor, eso le dije. Entonces me encerró aquí con todos esos locos – el hombre hizo una pausa para tomar aire. Dan quiso aprovechar para decir algo pero el alcalde retomó su monólogo - ¡AH, ha sido horrible! No he conseguido que nadie me diga nada inteligible durante semanas…
- Dímelo a mí – suspiró Dan, sincerándose al cien por cien.
El alcalde le miró fijamente durante unos segundos, de hito en hito, sin pronunciar palabra. El silencio fue de lo más incómodo.
- Eeh – carraspeó finalmente, quien no había entendido absolutamente nada de nada – Muy bien… ya encontraré yo mismo la salida, gracias… 
Se dispuso a salir rezando porque un capricho no hiciera que la puerta se cerrase dejándole encerrado con aquel extraño caballero pero entonces recordó sus modales y se volvió una vez en el umbral de la puerta.
- Por cierto, mira con atención todo lo que te rodea. Zarok ha dejado cosas que te pueden ser de ayuda… 
- ¡Genial! – exclamó Dan entusiasmado - ¡Gracias!
- Eh… sí, bueno… será mejor que me vaya al pueblo, estoy seguro que me habrán echado de menos ¡Adiós!
Y así fue como puso pies en polvorosa mascullando algo acerca de que no quería volver a ver a ningún loco en lo que le quedara de vida.
Poco después de su marcha Dan se dio cuenta de que podía haberle avisado que sus conciudadanos ahora eran mudos psicópatas armados hasta los dientes. Pensó durante unos segundos si estaba a tiempo de alcanzarle pero luego se encogió de hombros, diciéndose que no le pasaría nada malo. A fin de cuentas tenía carácter y parecía haber aguantado bien las semanas de cautiverio.
En cualquier caso hizo caso del consejo y examinó el lugar, donde encontró varias bolsas de oro y, lo más importante, una gema de dragón. Él ya tenía la pareja, pues la Bruja Calabaza se la había obsequiado tras meter en cintura a las díscolas calabazas del valle de las Calabazas… uf, eso sí que había sido un trabajito complicado.



De esta guisa Dan fue a dar con sus pies hasta La Tierra Encantada... aunque si por él hubiera sido le hubiera llamado La Tierra Detestablemente Encantada. Había recibido ese nombre desde que la magia residual que manaba de los aquelarres que se celebraban bajo la colina del cementerio hizo mella en estas tierras: sapos-dragón mutados que le escupían ácido a uno (a pesar de no tener ni pizca de carne el ácido no era tampoco saludable para los huesos), plantas venenosas que disparaban semillas a todo el que pasara, el pájaro dragón que era demasiado protector con sus huevos... y luego estaba la Bruja Buena del Bosque. No es que ella fuera un problema pero le metió en un buen lío cuando se dejó enredar por sus peticiones… aunque, para ser justos con ella, fue el mismo Fortesque quien la invocó con su Amuleto, conseguido en la colina del cementerio, pensando que quizá ella tuviera algo que ofrecerle como la Bruja Calabaza.
En contraparte con su colega, la Bruja Buena del Bosque era una mujer anciana, enjuta y de larga y curvada nariz. Llevaba su largo cabello canoso recogido en una cola de caballo y vestía más a la usanza de la clásica bruja: larga túnica de un verde oscuro y sombrero picudo.
- La verdad es que me alegro de verte Sir Fortesque – dijo la bruja tras gastarle una, como lo llamó ella, pequeña bromita de vieja – Necesito siete piezas de ámbar que están escondidas en el nido de las hormigas. ¡Trámelas y te daré una recompensa  especial! Sólo te ofreceré una oportunidad. ¿Quieres intentarlo?
- ¡Sí, venga! – exclamó Dan, asintiendo para enfatizar su respuesta, consciente de que nadie entendía lo que decía… aunque las brujas sí lo hacían.
La bruja le sonrió y, sin ningún tipo de aviso, elevó las manos hacia él y unos rayitos naranjas fluyeron de sus palmas hasta el caballero. Con un chisporroteo Dan se encontró sobre una colina en cuyo punto mal alto había un agujero. Con horror se dio cuenta de que estaba sobre el hormiguero y que su tamaño había menguado en demasía.
- Perdón – dijo la bruja aguantándose la risa - ¿No mencioné que  te tengo que reducir al tamaño de un insecto? 
- ¿QUÉ ME HAS HECHO?  - protestó Fortesque, pataleando y agitando los brazos realmente asustado y enfadado a partes iguales.
La bruja dejó de remover su misteriosa poción y se agachó para verle mejor.
- Bueno va, no vayas a ponerte así por una tontería de nada – le dijo – Ya te he dicho que tendrías que buscar el ámbar en un hormiguero. No debes preocuparte, una vez salgas te devolveré a tu tamaño normal. Ahora, date prisa…
- Está bien, está bien – refunfuñó él antes de entrar en la abertura.



Dan aún se estremecía cuando recordaba los largos y sinuosos caminitos de tierra, que las hormigas obreras habían excavado con sus mandíbulas. Hubiera pasado mucho, pero que muchísimo miedo si no fuera por una razón: las hadas del bosque. Éstas habían sido aprisionadas por las hormigas mientras recolectaban el ámbar para la Bruja y eran sus enemigas desde que la magia las corrompió. Por lo tanto Fortesque tuvo triple tarea: recuperar el ámbar para la bruja, rescatar a las hadas y matar a la Reina de las hormigas, pues todos sabían que sin la Reina la colonia se extinguiría.
Otras de las razones por las que Dan estaba consiguiendo sus objetivos era la voz misteriosa. Cuando en su viaje le había flaqueado el valor, lo cual había sido bastante a menudo, había escuchado una melodiosa y hermosa voz que cantaba algo que él no conseguía entender. La voz no procedía de su cabeza sino que parecía fluctuar sobre él, como si le bañara en una luz cálida y agradable, similar a la del sol. Sentía un homigueo en sus pies, su pecho se llenándose de valor, que las fuerzas le volvían permitiéndole agarrar con más fuerza su espada y sostener más firmemente su escudo.
Al principio pensó que era alguien que cantaba en los alrededores  pero como nunca encontraba a quien la entonaba llegó a pensar que se trataban de delirios producto de la descomposición que atacaba su cerebro. La primera vez que la había escuchado había sido cuando penetró en el Mausoleo de la Colina, luego la había llegado a escuchar superpuesta a los terribles aullidos que daban aquellos guardianes del cementerio, también mientras luchaba con la Reina Calabaza, en las mazmorras del Asilo y, por supuesto, allí abajo en el hormiguero.
Se sentía en deuda con aquella voz y solía pensar en sus caminatas en quién podría ser la cantante, pues sin duda se trataba de una mujer joven. Tenía que ser una princesa, seguro, o el espíritu de una princesa. O una princesa hechicera… Él era un héroe y recordaba claramente que en los cuentos que escuchaba de niño siempre había una princesa que el héroe rescataba y con la que se llegaba a casar. Bueno, él no se iba a casar dadas las circunstancias (de hecho las bodas le seguían dando algo de miedo) pero su curiosidad iba en aumento conforme se prolongaba su viaje. Mínimo quería encontrar a la princesa y darle las gracias por infundirle valor con su mágico canto.
Una vez retornó a la superficie tras terminar con las hormigas y recuperó su tamaño normal llegó a preguntarle a la Bruja Buena del Bosque.


- Mmmm – dijo la anciana, mirándole con una ceja enarcada y una pícara sonrisa cuando él le preguntó sobre el tema, pensando en que podía tratase de algún tipo de magia ancestral –No sé si se trata de una princesa pero de seguro que vuestros caminos se encontrarán tarde o temprano. No podemos eludir al destino, sir Fortesque.
- ¿Destino?
- Esa doncella y tú estáis vinculados por un vínculo mágico del destino – explicó  el hada con quien Dan se había encontrado primero y que permanecía al lado de la bruja aleteando sus alitas – Las hadas sentimos la magia porque la magia nos creó y tú hueles poderosamente a magia, Fortesque… a la magia oscura que te levantó de la muerte pero también a la magia blanca que te impulsa en tu camino. 
La bruja asintió dando a entender que estaba de acuerdo con lo que decía su amiga el hada.
Dan escuchó atentamente sus palabras pero seguía sin entender exactamente qué querían decir.
- Pero ¿quién es ella? – preguntó.
El hada y la bruja intercambiaron una mirada, sonriéndose ligeramente, lo que hizo a Dan sospechar que lo sabían.
- Lo sabrás cuando la veas, sir Fortesque, además ella sabe de ti también  – se limitó a indicar la bruja – Por el momento no dejes que la incógnita te desvíe de tu camino. Tienes una misión que cumplir y debes continuar adelante.



Así había hecho, liberando a los Demonios de las Sombras en el proceso. Dan no quiso hacerlo pero no tenía elección. Ahora que caminaba por el sendero que llevaba a la salida de aquella Tierra Encantada supo que era su destino el liberar de nuevo a los demonios… para destruirlos de una vez por todas. La Bruja Buena del Bosque se lo había explicado poco antes de separarse:
- Como todo hechicero o bruja sabe existen diferentes planos de existencia al igual que existen otras esferas allá lejos, más allá de la bóveda celeste… sí, no pongas esa cara de desconcierto sir Fortesque. De hecho nosotros mismos vivimos en una esfera y quien te diga lo contrario miente como un bellaco – hizo una pausa, visiblemente exaltada. Tras respirar un par de veces de manera lenta y profunda, continuó - En fin, ¿por dónde iba? ¡Ah sí! Como decía nosotros en concreto vivimos en este plano material pero existen otros múltiples planos regidos por otras leyes diferentes a las nuestras. Los demonios son, de hecho, habitantes de uno de esos otros planos. Mediante una disciplina prohibida de la magia negra, llamada demonología, se pueden conocer fórmulas mágicas para sacarles de su lugar de origen y que se manifiesten en este plano de existencia; esto es lo que se llama Invocación. Además con el hechizo adecuado, se les puede someter y que cumplan la voluntad del hechicero que le invoca. Por supuesto esto entraña un gran peligro porque al estar regidos por otras leyes su naturaleza es totalmente impredecible: lo único que ellos desean es causar la máxima destrucción posible antes de regresar a su plano de origen. La Invocación requiere de mucha sabiduría y mucho poder: se sabe de casos en que hechiceros débiles han intentado invocar y o bien han sido asesinados directamente por sus demonios invocados o bien han sido poseídos por ellos, obligándoles a hacer cosas verdaderamente terribles – hizo una pausa, sacudida por un escalofrío – Pero, en el caso de Zarok no fue así. No me gusta admitir que ha demostrado tener una increíble pericia puesto que de algún modo consiguió no sólo traer a los demonios sin sufrir daños, si no que además los sometió a sus órdenes y los ató permanentemente a nuestro plano de existencia, por lo cual ellos no pueden tampoco regresar a su lugar de origen de manera voluntaria… de ahí que tuviésemos que encerrarlos en esa tumba, cuya llave por lo que ya he visto, posees. La única forma de expulsarlos de este plano material es matándolos, sir Fortesque. Es cierto que al liberarlos desataremos el mal en Gallowmere pero es necesario para poderlo extirpar de raíz de una vez por todas…
Y allí estaba Daniel, acechado por ojos dorados en las tinieblas. Delante de él decidieron manifestarse por fin los dueños de esos ojos extraños, largas sombras aladas que surgían de las propias sombras de los árboles del bosque. Sus bocas dejaban ver poderosos colmillos puntiagudos, en su cabeza podían verse los largos cuernos y sus garras podían atravesar a un hombre de lado a lado.
Dan tragó saliva cuando aquello que le acechaba decidió mostrarse al fin. Tragó saliva mientras levantaba su espada y alzaba su escudo para protegerse, estudiando atentamente los movimientos de aquellas criaturas oscuras. Sin embargo sus fuerzas no flaquearon, si no que recordó las palabras de la Bruja Buena del Bosque pero sobre todo aquella voz melodiosa a la par que misteriosa, que le instaba a seguir adelante. De modo que adoptó una postura defensiva pero que le permitiría atacar a su vez, plantando firmemente los pies en el suelo. Cuando el demonio se abalanzó sobre él su espada no falló.