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[Crossover: Medievil x Corpse Bride] La voz es más fuerte que la espada - Capítulo 8 - La batalla en la arena



Capítulo 8 
LA BATALLA EN LA ARENA



- Con eso bastará - pensó Dan.
Se había ido abriendo paso entre los guardias armados y algún demonio de las sombras alado que aún quedaban en este plano junto con una serie de misteriosos ojos alados que, aunque nunca habían intentado hacerle daño, sospechaba que servían de espías para Zarok por lo que, cada vez que había visto alguno, lo había derribado a saetazos. Había tenido que usar diferentes combinaciones para poder acceder a las disapres partes de aquél dispositivo extraño de metal lleno de engranajes, relojes, discos, agujas y palancas con decoración con imágenes zodiacales, solares y lunares. El resto de su funcionamiento no lo comprendía pero tampoco estaba interesado en averiguarlo: si tenía que ver con Zarok su propósito era malvado seguro.
Ahora mismo acababa de alinear aquellos extraños embudos de tal manera que, cuando accionara la maquinaria, aquél rayo rojo pudiera fundir el cristal donde se encontraba el último de los cálices de almas. Los había ido recogiendo porque se trataba de artefactos mágicos que atraían a las almas que liberaba de los cuerpos de los esbirros de Zarok y que pertenecían a la población de Gallowmere. Al reunirlo estaba salvándolos. Así se lo habían hecho saber los héroes y le habían encargado que recogiera todos y aquellos cálices mágicos.
El cristal estalló en mil pedazos cuando se le aplicó el suficiente calor. Dan asintió satisfecho y apagó la corriente para hacerse con él. ¡Ahora ya podía ir a por Zarok! Tomó el cáliz, que una vez reclamada su posesión desaparecía para materializarse en la Galería de Héroes, y descendió al nivel inferior encaminándose hacia la estación del carruaje… digo, del tren.
La estación se trataba de nuevo de una sala circular con cuatro puertas, todas tenían raíles de metal por los que podía circular el tren pero algunas de ellas habían estado cerradas a su llegada. Dan había observado que los raíles no estaban correctamente alineados ya que en la plataforma circular central donde reposaba el tren se encontraba aislada del resto. Sin embargo se había percatado de la aguja y, tras ciertas pruebas, había comprobado que servía, efectivamente, para alinearlo con el raíl correspondiente. 
Pero cuando regresó dispuesto a retomar su camino se encontró con que los últimos guardias que quedaban se habían agrupado para sabotearle sus intentos de llegar hasta su última parada.
- ¡Ahí está! – gritó uno de ellos mientras otros dos empujaban la aguja para colocar el tren y llevárselo.
Dan comenzaba a estar harto de ellos. Alzando el escudo mágico de oro con el que lo armó Karl Sturnguard cargó directamente contra el guardia que le señalaba. Éste abrió fuego pero los balines de metal dieron contra el escudo, que resistió su impacto sin sufrir daños visibles. Dan llegó hasta él y usando el escudo le dio un empujón para desestabilizar al guardia, luego lo apartó y usó la espada mágica de Dirk Steadfast para rebanarle la cabeza.
Los otros dos interrumpieron su tarea cuando se percataron de que el caballero esqueleto centraba su atención en ellos. Uno de ellos alzó su arma lo que hizo que Dan se refugiara tras su escudo mientras su compañero aguardaba, alejándose de su posición trazando un círculo para intentar pillar a Dan desprotegido. Sin embargo él ya esperaba este tipo de estrategia. Sin inmutarse provocó en primer lugar que el guardia errara el tiro y luego se las apañó para rodar por el suelo para esquivar el siguiente disparo. Una vez de rodillas golpeó con la espada al primer guardia, que se cubrió en parte con el trabuco. Sin embargo fue herido y Dan sólo tuvo que rematarlo. El tercer y último guardia se apresuraba a recargar su arma mientras retrocedía y sir Fortesque se permitió tomárselo con calma antes de abatirle con tres movimientos de espada, pues a pesar de que esas armas eran muy potentes su recarga era más lenta incluso que la de una ballesta. 
- ¿Ya? – preguntó de manera retórica mirando a su alrededor, agitando la espada.
Como efectivamente ninguna otra criatura oscura quería hacerle frente volvió a ensamblar de manera correcta el raíl y tomó el tren para encarar a Zarok de una vez por todas. 


Así fue como llegó hasta las puertas de la última guarida de Zarok sin más contratiempos. Cuando el tren se detuvo delante de la puerta con forma de calavera todo quedó sumido en el más absoluto silencio.
Sin embargo sí había alguien: una de las gárgolas con las que Dan se había encontrado en sus viajes en reiteradas ocasiones. Siendo una de las criaturas más inteligentes de Gallowmere nadie parecía saber cuándo y de dónde salieron y mucho menos por qué motivo están ancladas a las paredes. Sin embargo parecía que este contratiempo no les impedía ser de lo más fisgonas y metomentodos, con lo cual eran ideales para alguien que deseara enterarse de cualquier noticia o extender rumores. A pesar de que inicialmente sir Fortesque no les agradaba y solían burlarse a su costa, últimamente parecía que se había ganado su respeto.
- Nunca pensamos que llegarías tan lejos – admitió la gárgola – Pero te advierto que tu encuentro final con Zarok va más allá de lo que pensabas. Se ha rodeado de sus guardaespaldas artificiales así que te las tendrás que ingeniar para igualar tus oportunidades. Buena suerte, Daniel Fortesque.
A pesar de las noticias el caballero esquelético no se dejó impresionar. Ya había contado con algo así. Cuadrando los hombros y revisando sus armas Dan atravesó el umbral.


Llegó hasta una sala enorme cuyo suelo era de arena y las paredes estaban revestidas con planchas de metal. La única iluminación provenía de las antorchas ancladas a las mismas. Justo delante de él, en la pared opuesta, vio lo que parecía un palco entre dos puertas con rejas de metal. Cuando dio unos pasos la puerta que había tras él se cerró dando un portazo. Tras mirar de soslayo por encima del hombro Dan avanzó decidido hasta el centro de la arena y se detuvo sobre el sello. En ese momento Zarok surgió de entre las sombras y le observó con desdén desde el palco.
- Sir Fortesque, mi antigua venganza – dijo – así que nos volvemos a encontrar. Ya veo que un siglo como comida de gusanos no ha ayudado a disminuir tu infantil obsesión sobre la libertad de Gallowmere. 
Dan no le hizo caso ni hizo ningún comentario. Sabía cuánto había fastidiado a Zarok sus opiniones y usualmente en la corte él se había burlado de sus comentarios; pero Dan, a pesar de que en vida fue un noble arrogante y altivo defendía que Gallowmere tenía derecho a un futuro digno y que nadie debía gobernar sobre un pueblo en contra de sus deseos.
Zarok hizo un gesto con los brazos. Las rejas de las puertas adyacentes al palco se alzaron y surgieron varios guerreros esqueléticos, ataviados con cotas de malla, ropajes raídos, escudos y espadas. Se alinearon delante de Dan, con sus armas alzadas. El hechicero esbozó una sonrisa.



- Esto no me gusta – rezongó Emelda con las manos extendidas sobre la bola de cristal – Son Fazgules. Guerreros alzados con magia oscura, nigromántica. No creo que las armas que lleve sir Dan puedan hacer algo contra ellos.
- ¡Tiene que haber alguna forma de derrotarlos! – exclamó el Rey Peregrino – Una vez lo hicimos y lo volveremos a hacer.
- Dejadnos pensar, mi rey.




- ¿Sorprendido? – preguntó Zarok con tono burlón - ¿Acaso pensabas que te iba a poner las cosas fáciles? ¡Preparaos para atacar, mis guerreros! Quiero que los perros encuentren la médula de esos huesos en la próxima hora.
Los fazgules golpearon sus escudos y los adelantaron, dispuestos a avanzar hacia su objetivo. Dan evaluó la situación: eran ocho contra uno. Y no sólo eso, si no que se apreciaba que estos sí que eran formidables guerreros. Claramente estaba en desventaja…




Emily miraba con preocupación la bola de cristal. No sabía qué podrían hacer ellos para ayudar a Fortesque. Permanecía con las manos entrelazadas, mirando expectante a la Bruja Buena del Bosque, quién parecía meditar.
- ¡Ya lo tengo! Cáspita se me había olvidado – río ella – Por algo la magia blanca es maravillosa ¡Sir Dan debe usar el cáliz! Las almas que ha liberado están muy agradecidas y sin duda estarán dispuestas a prestar sus espadas por él. Siguen vinculadas al Cáliz pero seguro que se mueren de ganas de vengarse de Zarok. Ahora sólo tenemos que encontrar la forma de hacérselo saber al caballero…
Emily dio un respingo, consciente de que era su turno de hacer algo. Notó además la mirada de las dos brujas clavadas en ella. Sintió una súbita vergüenza por dirigirse a Daniel directamente, ahora que ya sabía su auténtica identidad. Sin embargo se reprochó semejante pensamiento infantil y cerró los ojos.
- Vamos Emily – le animó Wartilda – Ya sabes cómo se hace.
- Noto el vínculo muy débil… por el aura de la magia de Zarok – murmuró frunciendo el ceño.
- Debes intentarlo jovencita – le apremió el rey – Si eres la única que puede avisarle hazlo. Gallowmere depende de él.
Ella frunció el ceño y se concentró todo lo posible.
- Sir Fortesque… Sir Fortesque ¿Puedes oírme?




- ¿Victoria? – preguntó Dan en un susurro cuando escuchó la voz en su cabeza. Miró a su alrededor a pesar de que sabía que ella no se encontraba ahí.
- ¿Qué te pasa Fortesque? – se rió Zarok malinterpretando el gesto - ¿Acaso buscas una forma de escapar? ¡Pues no la hay!
Los guerreros avanzaban implacablemente, paso por paso, preparados para hacerle picadillo. Dan había retrocedido en lo que pensaba algo antes de escuchar la débil voz de Victoria. Apenas la escuchaba…
- ¡Venga! ¡Acabad con él de una vez! – ordenó Zarok.
Distraído no vio que uno de los esqueletos se había adelantado y llegado hasta su posición. Dan tuvo el tiempo justo para agacharse y esquivar la espada que trazó un arco justo por donde había estado su cuello. Encogiéndose sobre sí mismo giró hacia un lado y paró otra estocada con el escudo, rechazando una tercera con la espada. Retrocedió sin quitarles la vista de encima mientras Zarok reía a carcajadas desde su tribuna.
- Sir Fortesque ¿puedes oírme?
Otra estocada, otra parada a duras penas. Dan fue lanzado contra la pared por el golpe de un escudo. Hincando la rodilla en el suelo pudo parar el siguiente golpe y encontrar un hueco entre los cuerpos que intentaban rodearle para escaparse de los guerreros antes de que éstos le cercaran del todo. Aprovechando el giro que realizó proyectó su espada con todas sus fuerzas y dio contra uno de aquellos guerreros… y por poco le salta de las manos cuando su arma rebotó contra la armadura.
Zarok prorrumpió en una sonora carcajada.
- ¡Tus armas inútiles no sirven de nada contra ellos! – gritó Zarok – No son no-muertos corrientes como contra los que te has enfrentado hasta ahora. Y éstos además han sido especialmente entrenados por mi campeón, Lord Kardok. ¡No tienes ninguna posibilidad de ganar Fortesque! Así que hazme un favor, hinca la rodilla y muérete de una condenada vez. 
- No le escuches – dijo la cálida voz que le había acompañado en su viaje ahora reducida a un susurro apenas audible.
- Victoria…
- Él cáliz… debes usar el cáliz. Llámalo y las almas te ayudarán… deprisa…
¡El Cáliz de Almas! Dan retrocedió varios pasos más puesto que los guerreros se acercaban e invocó el cáliz con tan sólo pensar en él, que se materializó en el sello de la arena.
- ¡Eh! ¿Qué es eso? – exclamó Zarok - ¿Tu copa de la suerte? 
Dan le ignoró mientras el cáliz comenzó a vibrar y con un resplandor verdoso lanzó una serie de chispas que refulgieron por toda la estancia. Los fazgules se detuvieron, indecisos, al percibir las vibraciones mágicas del cáliz. Y allí donde las chispas aterrizaban se materializaron unos guerreros, igualmente esqueléticos, armados de escudos y espadas. 
- ¡Por el honor de Gallowmere! – gritaron al unísono para, a continuación, lanzarse contra los fazgules.





- ¡Sí, chúpate esa! – exclamó Emelda mientras Wartilda aplaudía - ¡Suerte que recordé el antiguo hechizo que está inscrito en los bordes de la copa!
- ¡Esto es más justo, sí señor! – exclamó el Rey Peregrino observando satisfecho la bola de cristal.
Emily también se alegraba de que Daniel hubiera podido escucharla pero seguía estando muy preocupada. Observó cómo los guerreros del cáliz se enzarzaban en combate contra los guerreros oscuros de Zarok y, aunque no tenía mucha idea de batallas, le dio la sensación de que no sería suficiente. Vio como Daniel, sin poder participar en la batalla, corría de un lado a otro dando ánimo a sus soldados. Sin embargo pronto quedó clara la superioridad de los guerreros de Zarok, pues iban mejor armados y protegidos que los suyos.
- ¡Algo no va bien! – exclamó el rey – ¡Los valientes guerreros de Gallowmere parece que tienen las de perder!
- Sus almas aún no están listas para separarse de sus carcasas materiales – razonó Wartilda, la Bruja Calabaza – Por este motivo no están tan fortalecidas, pues aún pertenecen al mundo de los vivos mientras que los fazgules se han fortalecido por las malas artes de Zarok y por su estancia en el inframundo . ¡El cáliz es lo único que mantiene a las buenas almas pero necesitan aun así un sustento constante!
- ¡Sir Dan debe sanarlas usando el cáliz! – dijo Emelda – Pero esto implica que haga un gran sacrificio por su parte.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Emily con las manos entrelazadas.
- Toda magia exige un precio. Debe sacrificar su propia vitalidad para que ellos tengan éxito – repuso la bruja con ojos brillantes.




Dan se percató de lo que sucedía al poco de empezar la escaramuza. Sus guerreros, a pesar de ser muy bravos, no eran rival para los de Zarok. Pronto uno de ellos sucumbió y su alma retornó sin poderse evitar al cáliz que él portaba en la mano. Entonces sir Fortesque se dio cuenta de que el cáliz ya no lucía con una luz rosada si no con una verdosa y parecía emanar de él un fino filamento que lo unía a cada uno de los guerreros. Sin duda se trataba de magia y aunque él no entendía mucho de la misma sí había aprendido algo en su viaje. Como invocador de los guerreros ellos le obedecían pero también le debían su existencia. Extraían su esencia del cáliz y sólo éste podía devolvérsela.
Se le ocurrió una idea y cuando vio que uno de los guerreros de Gallowmere desfallecía extendió el cáliz hacia él.
- ¡Cúrate! – ordenó.
Entonces sintió cómo si un rayo le recorriera todo el cuerpo, agarrotándole y haciéndole temblar los miembros. Sabía que eso era imposible pero el increíble dolor, a pesar de carecer de nervios, fue muy real. Más bien sentía como si le doliera el alma. Vio sorprendido cómo de su cuerpo manaba una luz verdosa, llegaba hasta el cáliz y éste a su vez lo enfocaba contra el guerrero, quien parecía recobrar sus ánimos y retomaba la lucha con renovado esfuerzo. ¡El cáliz le estaba drenando su vitalidad para dársela a sus guerreros! Dan observó con detenimiento el artefacto siendo muy consciente de lo que esto significaba. Tendría que tener cuidado y no abusar porque de lo contrario podía matarle, del todo.
Pero estaba dispuesto a correr el riesgo con tal de vencer a Zarok y por ello, a pesar de saber el tormento que le esperaba, volvió a enfocar el cáliz hacia sus tropas cuando fue necesario mientras soportaba estoicamente el dolor.
Zarok fue perdiendo la compostura a medida que veía caer a sus guerreros fazgules. Había contado con la mínima posibilidad que ese maldito Fortesque recibiera alguna ayuda pero aun así fue realmente irritante para él contemplar cómo los huesos del último de sus guerreros se esparcían por el suelo.
Los guerreros que habían surgido del cáliz celebraron brevemente su victoria y luego volvieron a convertirse en chispas de luz. Dan, que apenas le quedaban fuerzas, luchaba por no tambalearse de extenuación. Entonces las chispas le atravesaron una por una y con cada una de ellas sintió que su vitalidad se recuperaba. Una vez pasaron por él regresaron al cáliz del que habían surgido.
- Siempre fuiste afortunado en la batalla Fortesque – comentó Zarok intentando disimular su ira y se inclinó sobre el balcón – Veamos cómo te las arreglas ahora contra mi campeón, el último Lord Kardok. ¡Se traga a gente como tú como si fuera un suplemento de calcio!

La verja de la puerta de la izquierda de Zarok se abrió dejando pasar una figura enorme. Se trataba de un jinete esquelético ataviado con casco de cuernos amenazadores y una pesada armadura, montado a su vez en un caballo esquelético gigantesco de cuya columna emanaban llamas a modo de crines. Avanzaron trazando un círculo alrededor de Dan dejando unas huellas marcadas en la arena que seguía ardiendo durante unos segundos allá donde el caballo plantara sus cascos. El animal se alzó sobre sus patas y el jinete hizo oscilar en el aire un enorme mangual. A continuación el caballo, guiado por Lord Kardok a través de las riendas, inició el galope en dirección a sir Fortesque.





- ¡Oh, mamaíta, no quiero  mirar! – exclamó Maggot. A pesar de que se dio la vuelta siguió mirando todo por el rabillo del ojo.
- Nunca es fácil luchar a pie contra un hombre montado a caballo – comentó el Rey Peregrino con tono instruido – E incluso en la muerte ese Lord Kardok sigue siendo de lo más intimidante.
- ¿Cómo murió? – preguntó Emily, horrorizada por la visión del jinete esquelético.
- El segundo de Fortesque, Puntería Tim, le acertó entre los ojos con una flecha de un disparo realizado con su ballesta a mil metros de distancia – contestó el rey con la voz llena de orgullo – Lástima que el pobre muchacho encontrara la muerte justo después y que nunca se supiera la verdad, pues divulgamos que había sido el propio Fortesque quien lo mató. Una pena, como digo, nadie había realizado jamás semejante tiro en toda la historia de Gallowmere… 
- A pesar de lo que digan los libros créeme si te digo que Puntería Tim recibió la recompensa que merecía – refunfuñó la Bruja Buena del Bosque, a quien le había parecido de lo más injusto el desprecio oficial que le habían dado al joven arquero.
- ¿Podemos darle alguna ayuda más a sir Fortesque? – preguntó Emily mirando esperanzada a la bruja.
Ésta miró a su compañera y ambas negaron con la cabeza.
- Me temo que aquí todo depende de la pericia de sir Daniel en el combate, querida – contestó la Bruja Calabaza.




Dan experimentó una punzada de terror cuando notó que algo le inmovilizaba las piernas. Bajó la vista y vio a un cadáver semienterrado que se aferraba a sus pantorrillas con el único deseo de impedirle el movimiento para que Lord Karkok pudiera arrollarle. Sin embargo no se dejó llevar por el pánico y, dándole una patada, se liberó a tiempo de rodar para esquivar las patas del caballo y el mangual del campeón. Dan se hizo a un lado y aprovechó el desconcierto del jinete para golpear fuertemente con su espada en una de las patas del caballo. Éste estuvo a punto de encabritarse, alzando las patas en el aire pero Lord Karkok consiguió someterle e hizo que plantara las pezuñas con un fuerte pisotón que salpicó de fuego los alrededores. Dan tuvo el tiempo justo de cubrirse con el escudo mágico a tiempo pero cayó sobre las posaderas. Se apartó esquivando por último el peligroso mangual y Lord Kardok inició el galope en otra dirección con la idea de repetir la maniobra.
No era buena idea pelear tan directamente contra un jinete, pues éste contaba con la ventaja de la altura y del propio caballo, que podía morder o patear al guerrero que luchara a pie. Además estaba el terrible mangual con el que Lord Karkok podía partirle los huesos sin mucho esfuerzo. Echó a correr con ánimo de mantener las distancias y para ello tuvo que usar la espada para abatir algunos caballeros del barro, iguales que los que vio en la ciénaga, que habían surgido en el campo de batalla invocados por Lord Kardok. Sin embargo Dan no huía si no que estaba meditando la mejor estrategia ya que tenía una idea clara de lo que quería hacer a continuación; era una prueba obvia que debía hacer para asegurarse y si salía bien, podría derribar a Lord Kardok de su caballo, que era la máxima prioridad.
En ese instante rememoró su instrucción en los patios de la casa de su padre. Por esa época Dan era un muchacho malcriado y perezoso, acostumbrado a conseguir lo que deseaba sin esforzarse nada más que dando una orden. Lord Cedric Fortesque sostenía que la instrucción marcial era una asignatura obligatoria y deseaba que su hijo primogénito fuera nombrado caballero para poder acceder a la guardia real; pero a Dan lo único que le interesaba de la vida del caballero eran ser blanco de los anhelos y deseos de las damas. Por tanto a Dan por aquella época le distraían demasiado los vicios típicos de alguien de su edad y situación social por lo que cuando fue desarmado por su instructor en una maniobra de lo más simple éste no pudo evitar mirarle con severidad.



- Fortesque – le había dicho – No estás prestando atención. Te he desarmado igual que podría haber desarmado a un niño recién destetado y tu nivel está muy por encima de esto. Recoge tu arma.
- ¿Y a quién le importa? – había contestado él con despreocupación pero obedeciendo la orden.
El profesor había apretado los labios formando una línea finísima y había sacudido la cabeza.
- Serías bueno, realmente bueno, conque pusieras sólo un poquito de la misma pasión que pones cuando sales de cacería o cuando te cruzas con una falda.
- ¿Cómo te atreves a hablarme con semejante descaro?
- Mira, no me quejo porque tu padre paga bien pero no me gusta cobrar oro por no hacer mi trabajo. Es sólo un consejo, muchacho. Puedes ser un caballero y de los mejores pero sólo si te esfuerzas. Tienes el potencial para ser un guerrero, eso se nota nada más verte. Cuando estás concentrado eres capaz de hacer unos combates realmente buenos.
Dan recordaba, algo avergonzado de sí mismo, cómo se había cruzado de brazos y mirado desdeñosamente a su instructor.
- Que yo soy mejor que tú ya lo sé, no hace falta que me lo digas – había dicho el joven Fortesque con sorna.
- ¡Pues demuéstramelo! – le había retado el otro, demostrando una gran paciencia y temple, alzando el escudo y la espada - ¡Venga, otra vez!
- Ahora no me apetece.
- Chico, no saldrás de aquí hasta que me hayas desarmado.
- Puedo salir cuando me de la real gana porque para algo soy un lord – había replicado Dan pero algo dubitativo en aquella ocasión.
- ¿Acaso me obligarás a hablar con tu padre diciéndole que no pones de tu parte?
Dan en ese momento se había crispado y en cierto modo, achantado, puesto que su padre tenía un carácter terrible cuando se enfadaba. Ese día el instructor se había salido finalmente con la suya… El Dan actual agradecía la paciencia de aquel hombre cuyo nombre había olvidado porque con su constancia y esfuerzo había conseguido que él aprendiera el arte de pelear; nunca lo había sido tan útil.
Cuando Lord Kardok azuzó a su caballo hacia él con total despreocupación, seguro de su ventaja y superioridad, Dan se plantó en el suelo, con el escudo y la espada preparados. En el momento en que el caballo se le echaba encima soltó el escudo y rodó a un lado en el último momento, alzando la espada para trazar una línea recta proyectándola contra las patas del caballo. Éste con un agudo relincho cayó bruscamente hacia delante haciendo que Lord Kardok diera de boca contra el suelo arenoso. Dan se incorporó y se volvió contemplando su obra. A pesar de que luchaba contra un caballo no-muerto su idea había funcionado. Se acercó con precaución al animal derribado, que movía sus patas relinchando de indignación y buscó a Lord Kardok con la mirada. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que el campeón había quedado atrapado bajo el peso de su caballo y no conseguía liberarse de modo que Dan alzó la espada y se la clavó en la cara.
Se escuchó un rugido de rabia cuando los cuerpos de jinete y caballo fueron pasto de unas llamas abrasadoras que los volatilizaron.

Daniel se volvió hacia Zarok quien había contemplado el desenlace de su campeón con sorpresa mayúscula. 


- ¡De acuerdo! – bramó furioso dando un golpe con el puño - ¡Ya estoy harto de tus intromisiones!
Dicho esto se retiró fuera de la vista de sir Fortesque, quien aguardó pacientemente a que diera la cara en la arena.
- ¿Dónde está ese hechizo? – dijo Zarok en voz alta, hablando para sí mismo -  ¡Ah sí! 
Se escuchó un sonido como de electricidad y a continuación un resplandor verdoso.
- ¡Cococoricóooooo… oh! No – dijo el hechicero de nuevo – No, ese hechizo no…
Páginas de papel rozando, el relincho de un caballo y el sonido de algo metálico siendo golpeado. De nuevo aquél sonido eléctrico y un fogonazo de luz amarilla.
- ¡Beeeeh! – baló una oveja.
- Oh, no… ahora no – murmulló Zarok.
- ¿Cómo? – pensó Dan sacudiendo la cabeza. Pero entonces se escuchó el roce de las páginas de un libro, y un nuevo chisporroteo eléctrico, esta vez más intenso y prolongado.
- ¡Ajá! Ya lo tengo – dijo la voz de Zarok, esta vez exultante.
Otro chisporroteo eléctrico y un último fogonazo de luz violeta.
Dan, quien no quería ni imaginarse qué estaba pasando ahí adentro, escuchó un retumbar que provenía de la puerta de la derecha. Expectante observó que algo grande se movía en las sombras.





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