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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Un lugar al que llamar hogar - Capítulo IX: El secuestro

 


Raphael no se dio cuenta de lo que sucedía hasta que era demasiado tarde. Había golpeado hasta la inconsciencia a varios Dragones, pero eso le había mantenido demasiado ocupado como para prestar atención a nada más. Cuando se acordó de echarle una ojeada a la chica sólo llegó a tiempo de verla parcialmente mientras desaparecía por la puerta de acceso a la azotea. El Mohicano, que portaba un arma, se la dio a uno de sus compañeros, señaló a Raphael y echó a correr detrás.

- ¡NIÑA!

En su afán por ir en su busca no vio el puño que se dirigía a toda velocidad y el golpe, que le dio en la cara, le hizo dar varios traspiés a un lado. Apenas se recuperaba un nuevo puñetazo le alcanzó en el vientre. A pesar de la protección que le proporcionaba el plastrón sintió un dolor que le ayudó a centrarse de nuevo en la pelea. Cuando hincó la rodilla en el suelo y le fueron a golpear de nuevo esta vez soltó los sais y paró el puño con ambas manos. Estaba muy, pero que muy cabreado.  Tiró hacia si y proyectó la cabeza hacia su atacante, que resultaba ser el tipo cachas. Le dio con la frente de lleno en la nariz, que crujió cuando se partió por el golpe. El hombre gritó y se llevó las manos a la cara. Entonces Raphael se incorporó tomando los sais y le mandó de una patada volando contra la puerta de la azotea. El tipo ya no se levantó más. 

Raphael se volvió hacia la puerta pero interponiéndose en su camino se encontraba el tipo que ahora llevaba el arma de tranquilizantes y que recargaba en ese mismo instante. Cuando se percató que contaba con toda la atención de la tortuga dio una voz.

Los cuatro Dragones más próximos se echaron sobre Raphael y le agarraron de las extremidades.

- ¡Sujetadle! – gritó, apuntándole con el arma – Tranqui, que enseguida te reunirás con tu amiguita. Dulces sueñ… 

Sus palabras murieron en la boca cuando Raphael, con un rugido de ira, lanzó por los aires de a dos de los cuatro que le sujetaban. Pudo haber tenido una oportunidad ante la duda del hombre armado, que en lugar de disparar el dardo tranquilizante se quedó petrificado de terror. Por desgracia para Raphael otros seis dragones, ya recuperados de la tunda, se le echaron encima y le volvieron a inmovilizar, esta vez con más éxito. El hombre del arma sonrió y alzó de nuevo el arma… pero cuando fue a disparar algo le golpeó y le saltó el arma de las manos.

Dando un aullido miró hacia arriba y justo entre él y Raphael aterrizaron tres figuras achaparradas y no muy altas.

Un bo golpeó al hombre armado en el pecho y le mandó dando vueltas contra el suelo a tres metros de distancia. Los dragones que sujetaban a Raphael le soltaron y retrocedieron cuando las tres figuras les saltaron encima.

En apenas un abrir y cerrar de ojos todos fueron despachados y quedaron amontonados en un rincón. Raphael se encargó de mandar allí de un puñetazo al último de ellos y entonces se volvió a los recién llegados.

- ¡Chicos! – exclamó de lo más contento.

Sus tres hermanos habían acudido lo más rápido que habían podido. Como cada caparamóvil tenía un localizador no les había costado nada seguir la señal del de Raphael, que seguía abandonado en el suelo si bien no en el mismo lugar. Alguien lo había mandado de una patada contra la pared de la barandilla de la azotea. Donatello se acercó a recogerlo y luego centró su atención en el arma que yacía en el suelo.

- ¡Guau! ¡Menuda colección! – exclamó Mikey sacudiendo una mano y mirando de lo más animado el montón de dragones púrpura que habían acumulado en el suelo. Algunos se movían y gimoteaban, pero poco más – ¡Fijaos! ¡Está la tía con el tinte de fantasía, el tipo pelo-pincho, el calvete y hasta el fortachón del grupo! ¡No hay ninguno repetido!

Raphael le miró por un momento y sacudió la cabeza. ¡Y entonces se acordó de la chica! 

- ¿Se puede saber qué demonios has hecho? – le preguntó muy enfadado. Lo que faltaba - ¡Eh, no me ignores! – gritó cuando Raphael se precipitó para asomarse a la azotea.

Cuando su hermano le agarró por el hombro y tiró de él Rapha le encaró.

- ¡No es momento de discutir Leo!

- Claro que SÍ es momento de discutir. No te vas a escaquear…

- ¡Cállate y escúchame! ¡Se han llevado a la niña!

La expresión de Leonardo cambió sutilmente y entonces comprendió por qué Raphael actuaba de esa manera. Se asomó también para mirar a la calle, pero no vieron ningún movimiento extraño, ningún vehículo que saliera a la carrera y mucho menos a dos tipos con una chica mutante a cuestas. ¿Les había dado tiempo a marcharse mientras ellos se ocupaban de los matones?

- ¿Cómo has podido permitirlo? – le preguntó entonces Leonardo en ese tono de sermón que tanto odiaba.

- ¡Por si no te habías dado cuenta estaba un poquito ocupado! – se quejó señalando al montón de Dragones apaleados.

- ¡Esa no es excusa! ¿Lo ves? ¡Si te hubieras ceñido al plan nada de esto hubiera sucedido!

- ¡No me vengas con esas!

- ¡Oh sí! ¡Has vuelto a meter la pata por hacer lo que te da la gana, como siempre!

Estaban perdiendo los estribos de nuevo. Michelangelo se dio cuenta y dejó sus bromas para otro momento; enseguida se interpuso entre sus dos hermanos más mayores.

- ¡Chicos, chicos, calma! – les pidió, aunque sospechaba que sería inútil – Discutiendo no llegaremos a ningún sitio…

- ¿Por qué siempre tienes que actuar por tu cuenta? – insistió Leo mirando a Raph por encima de Mikey.

- ¡Porque soy el único que comprende de verdad a esa niña! – respondió éste empujando a Mikey a un lado.

- ¡TÚ QUÉ VAS A COMPRENDER! ¡SOLO ACTÚAS SIN PENSAR Y, COMO SIEMPRE, ¡LO ÚNICO QUE CONSIGUES ES ESTROPEARLO TODO!

- ¡YO NO ESTROPEO NADA!

- ¿AH NO? 

- ¡PARAD YA! – gritó Donatello y se aproximó hacia ellos con el dardo tranquilizante, que les mostró– Está claro que ellos también tenían un plan para cuando volvieran a cruzarse con nuestra amiga. Por el olor y el sabor se trata de un fuerte anestésico. Apenas lo he probado y ya se me está durmiendo la punta de la lengua...

- ¡Puaj! ¿En serio has chupado esa cosa? – preguntó Michelangelo con cara de asco.

- Tenemos que encontrarla antes de que la hagan daño – dijo Donatello, ignorando a su hermano pequeño - Y no podremos hacerlo si no dejáis de discutir de una vez.

Leonardo agachó ligeramente la cabeza y asintió.

- Donnie tiene razón, dejemos la charla para después. Pero no creas que me olvido – advirtió señalando a Raphael.

- Ya sabes que no me gusta dejar las cosas a medias, hermano, así que cuando quieras – respondió Raphael en un tono un tanto altivo.

Tras una breve pausa Michelangelo se rascó la cabeza.

- ¿Pero y dónde se la han llevado?

Leonardo miró al montón de dragones que tenían al lado.

- No será que no tenemos dónde preguntar… 

Cuando se dispuso a aproximarse al montón Raphael le detuvo poniéndole una mano en el hombro. Leonardo, aún enfadado, estuvo a punto de apartarle de malas maneras, pero la expresión de Raphael se lo impidió. Estaba sonriendo con cierta picardía.

- Aunque me encantaría interrogar a estos gusanos me temo que iríamos demasiado despacio. Se me ocurre una manera mucho más efectiva de dar con ella.

- ¿A qué te refieres? – le preguntó Leo.

- Donnie, intenta localizar los caparazones – pidió Raphael sin apartar la vista de Leonardo.

A pesar de que la petición sonaba un tanto absurda Donatello obedeció sin hacer comentarios. Como ya se ha dicho, hacía tiempo que el genio había instalado en todos los caparamóviles dispositivos de localización, por si surgía alguna emergencia. Dejó la bandolera en el suelo y sacó el escáner. Tuvo que hacer una recalibración para omitir las cuatro señales más cercanas, las de los suyos, pero apenas tardó un minuto. Entonces en la pantalla del escáner apareció un único punto rojo parpadeante.

- ¡Tengo señal! – anunció Don.

Leonardo miró sorprendido a Raphael.

- ¿Le colocaste el dispositivo de localización?

- A fin de cuentas, no actúo tan a ciegas ¿eh? -dijo, guiñándole un ojo. 

No mencionó que la ocasión se le había presentado sola: mientras la niña lloraba en su hombro sólo tuvo que deslizar el localizador con discreción en el bolsillo de su abrigo, algo que había hecho por si acaso todo se torcía. Al recordar el abrazo que ella le había dado volvió a experimentar esa sensación extraña y ajena de la vez anterior. Antes se moriría que admitir que se había dejado abrazar: como Mikey se enterara sería capaz de aprovechar cualquier descuido por su parte para darle un abrazo sorpresa por el mero hecho de molestarle.

- Se mueve muy aprisa, deben haberla metido en un vehículo – apuntó Donatello, caminando por la azotea. Finalmente alzó una mano - ¡En esa dirección!

- Pues ¿a qué estamos esperando? – preguntó Raph - ¡Vamos!




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