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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Un lugar al que llamar hogar - Capítulo I: La fiesta de los dragones

 


NA: Para esta serie de fics de Teenage Mutant Ninja Turtles (sí, habrá continuación) he tomado como referencia la serie de 2003. Esto quiere decir que aparecerán personajes y sucesos de la misma en el fic; intentaré respetar tanto el orden de los episodios como la cronología de la serie en la medida de lo que me sea posible y obviamente incluiré cosas de mi propia cosecha. 

Hace unas semanas comencé a subirlo a fanfiction pero no me gustó cómo lo había enfocado, así que lo borré y cambié el punto de vista para que no fuera tan caótico leerlo. Por último y pasado un tiempo, lo revisé y corregí algunos errores.

Los personajes principales como son Leonardo, Raphael, Michelangelo, Donatello, maestro Splinter, Shredder así como los secundarios April O’Neil  Casey Jones, Dragon Face, Hun, los Foot Ninja y los Dragones Púrpura no me pertenecen. El resto de personajes de los que nunca habéis oído hablar son de mi creación.

Espero que os guste 😊



Era de noche en la ciudad de Nueva York, una noche como cualquier otra donde la gente común se encontraba cenando en familia viendo su show favorito de la televisión para luego irse temprano a dormir, ya que al día siguiente se levantarían con la primera luz del alba para iniciar un nuevo y duro día de rutina, siguiendo el frenético orden establecido autoimpuesto de la gran urbe. 

Pero a pesar de ello siempre había individuos que se salían de dicha constitución:  por ejemplo, los había que tenían que acudir a alguna urgencia o regresaban más tarde por echar horas extra en su trabajo o los que preferían ahogar sus penas en el fondo de un vaso de cristal en su antro de mala muerte favorito o aquellos que desarrollaban otro tipo de actividades que nada tenían que ver con el neoyorkino de a pie.

Éste era el caso de una familia desconocida para la inmensísima mayoría de sus vecinos. Esta familia en concreto vivía escondida de las miradas de todos los demás en lo profundo de las alcantarillas y, aunque llevaban unos meses pisando la superficie, lo evitaban todo lo posible … aunque no esta noche, al menos por parte de uno de sus miembros, que tenía ganas de tomar un poco el aire.

Bueno, más bien se trataba de una incursión nocturna. El motivo de por qué actuaban de esta manera se debía a que eran mutantes; por suerte también eran ninjas de modo que tenían sus recursos para pasar desapercibidos y deambular a su antojo por la ciudad. ¿Acaso pensabais que por vivir bajo tierra no conocían la ciudad de Nueva York como cualquier otro neoyorkino? Pues el que lo creyera estaba muy equivocado.

¿Y qué hacía una tortuga mutante ninja y además adolescente saltando de azotea en azotea por la noche en la gran manzana? Pues buscar delincuentes. 

Raphael era el más mayor pero también el más impulsivo de sus hermanos; por esa razón el maestro Splinter no le dejaba ser líder. Su favorito para ese rol era Leonardo, quien lo aceptaba de buen grado dada su naturaleza responsable y honorable (o porque era un pelota, añadiría Raphael). Es verdad que esto a veces le molestaba mucho, porque sentía que nunca sería lo suficientemente bueno como para poder ser el líder. Y a pesar de que muchas veces, dado su carácter, discutía acaloradamente con Leonardo sobre cómo realizar las cosas, eso no hacía que le quisiera menos, como al resto de sus hermanos… aunque eso jamás lo expresaría en voz alta.

Otro de los problemas que tenía Raphael y que le impedían tener potestad para la toma de decisiones era que no sabía canalizar su ira. Un buen guerrero debía mantener la mente fría ante cualquier circunstancia o problema pero él se excedía en las situaciones más insospechadas. En una ocasión había estado a punto de herir a Michelangelo de gravedad con un trozo de tubería de metal durante una simple peleilla amistosa de hermanos; por suerte Leonardo lo evitó, haciendo que Raphael se diera cuenta de lo que había estado a punto de hacer.  No es que él quisiera hacer daño a Mikey, es que simplemente no se dio cuenta. Desde entonces seguía un entrenamiento aparte con Splinter para controlar sus emociones, pero para Raphael a veces eso no era suficiente… de modo que aquí estaba, buscando delincuentes a los que poder dar una buena paliza para poder relajarse. 

A veces hacía las labores de patrullero junto con un amigo humano del grupo, Casey Jones, el justiciero de la máscara de hockey. Pero esa noche Casey estaba ocupado por lo que se iba a perder la diversión.

Pero uno no podía salir sin más a la enorme ciudad y dar vueltas esperando a que la acción llegara sola. Por ello se había traído el capara-chivato, que era como Donatello había bautizado un dispositivo que él mismo había creado. Raphael lo usaba para captar la señal de la policía y saber dónde sucedían los delitos. Fue sencillo aprenderse el llamado Código 10, la jerga policial para comunicarse por radio de manera directa y concisa, que permitía saber de antemano el tipo de delito que se estaba cometiendo.


De modo que ahí estaba, corriendo por la azotea de un edificio con el capara-chivato encendido. Sin embargo, esa noche, por alguna razón, no estaba sucediendo nada interesante. Tras una hora de espera empezó a impacientarse. Se detuvo y, de cuclillas, se puso a examinar el Capara-chivato tras sacarlo de su cinturón.

- Vamos, vamos – se quejaba aporreando con un grueso dedo uno de los botones como si eso sirviera para algo – No es mucho pedir que suceda algo que no sea un altercado doméstico o problemas con un gato que subió a un árbol o un borracho cantando a todo trapo en medio de una zona residencial a las tantas de la madrugada. Quiero patear culos. Vamos…

- Atención unidades – dijo una voz femenina a través del dispositivo – Tenemos un 10-32 en la quinta con la sexta avenida…

- ¡Por fin! – celebró Raph– 10-32 o lo que es lo mismo: se ha visto a alguien portando un arma. Hoy es mi noche de suerte porque estoy al lado… bueno, como quien dice – agregó poniéndose en marcha.



Cuando casi había llegado tuvo apenas un momento de observar cómo una furgoneta se movía a toda pastilla con un derrapar de neumáticos. Seguro que sus dueños eran los que habían cometido el delito. 

- ¡Porras! Me va a tocar correr…

Raphael apretó el paso y fue saltando de fachada en fachada procurando no perder de vista la furgoneta. No era un vehículo llamativo por lo que sería difícil de rastrear para la policía. Es más, cuando se había alejado lo suficiente del lugar adoptó una marcha normal, sin duda por no llamar la atención. Eso benefició a la tortuga; aunque tuviera buen fondo debido a sus intensos entrenamientos no podía estar corriendo y saltando entre edificios de manera indefinida.

El capara-chivato le dejó claro a Raphael que cuando la policía se había personado en el lugar del delito no tenían ninguna pista decisiva que seguir. No se interpuso ninguna denuncia y la descripción del vehículo que había sido aportada por un testigo era harto ordinaria. Raphael se crujió los nudillos, satisfecho, mientras veía a la furgoneta entrando en un callejón.

- Hummm – murmuró para sí mismo, observando el movimiento desde una fachada adyacente – Puede que la furgoneta sea de lo más normalucha pero la pinta de esos tíos desde luego que no lo es.

Se habían apeado cinco individuos, todos con ropa y peinados de lo más llamativos. Uno de ellos, un tipo alto y corpulento, con corte de pelo a lo mohicano teñido de rojo y chupa de cuero tachonada, que llevaba gafas de sol redondas a pesar de que era de noche, dio unas órdenes de lo más concisas. 

- Traed la guita.

Dicho esto, abrió una puerta y entró en el edificio de al lado con otros tres compinches.

- Bueno, está claro que no han ido a tomar el aire – comentó Raphael mirando muy risueño cómo bajaban un par de bolsas de gimnasio bastante abultadas.

- ¿Has visto la cara de miedo que tenía el último tío? – preguntó uno que llevaba una de las bolsas, con el pelo totalmente de punta.

- ¡Ya te digo! – respondió el otro - ¡Me encanta esta mierda de recaudar! ¿Tienes hierba por cierto?

- Seeeeh…

- Pues tráela para acá…

Y sin más los dos desaparecieron por la misma puerta que el Mohicano (así decidió Raphael que llamaría a aquel tipo hortera de las gafas de sol).

Así que extorsionadores… quizá una panda de sabandijas que intimidaba a la gente de los pequeños comercios amenazándoles con aceptar sus servicios de protección (inexistentes) a cambio de un módico precio o de lo contrario te hacían la vida imposible. A veces te destruían tu negocio e incluso te mataban a ti o algún ser querido, tal como le había pasado al padre de Casey cuando éste era un niño. 

Raphael estudió la fachada. Se trataba de un edificio de tres plantas. Parecía abandonado, a juzgar por la cantidad ingente de pintadas y las ventanas rotas y tapiadas con madera. Pero también se escuchaba música dentro así que supuso que esa era su ratonera.

Apagó el capara-chivato para que no le delatara y comprobó que no hubiera moros en la costa para acercarse y buscar una entrada.

Por fin había llegado la hora de repartir leña.



Encontró un acceso por una de las ventanas abiertas del último piso. Desde luego el lugar estaba ruinoso y aunque estuviera a oscuras, procuró avanzar sin hacer ruido. De todos modos no le oirían aunque fuera pateando todo, pensó, a juzgar por el volumen de la música que provenía de la planta de abajo. Pero él era un ninja; no era su estilo entrar a un sitio como un elefante en una cacharrería.

Raphael comenzó a bajar por las escaleras. Oyó voces y enarboló sus sais sin poder evitar esbozar una sonrisa torcida. Pero antes debía echar un vistazo; aunque le encantara lanzarse a la lucha no era aconsejable hacerlo a ciegas. Para empezar, no sabía cuánta gente podía haber ahí dentro y qué tipo de armas tendrían; por descontado contarían con un arsenal de armas blancas a su disposición, pero siempre cabía la posibilidad de que tuvieran armas de fuego, algo que complicaría las cosas.

Cuando se asomó vio dos estancias separadas por un muro con dos puertas: una de las salas parecía usarse como de estar y la otra probablemente fuera la cocina. El que no existiera una iluminación decente y que lo tuvieran todo lleno de mierda, con grandes cantidades de cajas con a saber qué dentro, le ayudaba en su esfuerzo por esconderse y no llamar la atención.

Tomó nota mental de las vías de escape: ventanas y puertas. Por supuesto comprobó también que había doce hombres y tres mujeres a la vista. Algunos de ellos ya habían empezado la borrachera de esa noche. Un tipo y la que parecía ser su chica remoloneaban en el sofá, dándose el lote; en la mesa auxiliar de delante había esparcidas todo tipo de cosas, desde botellas y vasos vacíos hasta lo necesario para fumar crack. Raphael apartó la vista de tan patética escena de los tortolitos – a su parecer - y en su lugar observó la mesa desvencijada de madera, llena de pintadas y palabras talladas a navaja, donde habían dejado las bolsas de dinero, interrumpiendo lo que parecía una partida de póker.

- ¡PAAAASSSSTAAAA! – gritaba un tipo largo y delgado con cresta de punk y un cigarrillo humeante colgando de la boca. Tomó varios fajos de billetes en sus manos y los alzó en el aire.

Los que estaban a su alrededor se rieron y una de las mujeres, con la cabeza rapada y que lucía un tatuaje de una serpiente en un lado del rostro, comenzó a reírse como una hiena. Fueron a echar mano del botín, pero se alzó una voz.

- ¡Quietos! – les riñó el Mohicano, aún con sus gafas de sol puestas – Recordad que no es toda para nosotros.

Emitieron un gemido de protesta, similar al puchero que haría un niño pequeño, pero devolvieron obedientes casi todos los fajos a la bolsa. El resto era su asignación personal.

- No os quejéis, que la recaudación ha sido muy buena, chicos – dijo el Mohicano, más relajado, poniendo dos cubos de cervezas sobre la mesa – El jefe estará contento. Dejaré las bolsas con las otras y cuando vea el buen trabajo que hemos hecho, nos dará un plus. ¡Pero de momento aquí tenéis birra!

- ¡SIIIIIII! ¡YUHUUUU! – gritaron el resto y se afianzaron la bebida. Alguien subió más el volumen de la música.

Dicho esto, el Mohicano se retiró con el dinero. Los hombres que le habían acompañado se unieron a la fiesta.

El hombre rapado dio varios golpes a la mesa y exhaló una bocanada de humo tomando cinco cartas para volverlas a echar a la mesa, desvelando su jugada.

- ¡Venga, va, sigamos! – exclamó, sentándose de nuevo en su asiento y dejando el cigarrillo en un mugriento cenicero. Raph se percató del bate de béisbol que descansaba a su lado - ¡A ver tus cartas, Ricky!

Retomaron su partida. Raphael dejó de prestarles atención y sus ojos vagaron hasta una chica que bailaba de manera un tanto desenfrenada sobre el otro sofá. Su pelo cardado iba de un lado a otro mientras sujetaba una botella abierta de cerveza con unos brazos llenos de pulseras de pinchos y tachuelas. Llevaba un top negro ajustado, una chaqueta vaquera con parches, medias de rejilla, minifalda roja y botas de tacón negras con punta de metal. Raphael siempre se había preguntado cómo podían andar las mujeres con semejante calzado. Sin embargo, no fue ni la chica ni su indumentaria lo que le llamó la atención si no el enorme dragón púrpura que decoraba la parte trasera de su chaqueta. Casi todos ellos llevaban algo parecido, por lo que no había que ser un genio para saber quiénes eran. ¿En serio estos pringados eran de los Dragones Púrpura? 

- “Jo tío, Hoy en día aceptan a cualquiera “– pensó Raph con una sonrisa maliciosa.

Los Dragones Púrpura habían comenzado como una simple pandilla callejera, integrada en su mayoría por chavales jóvenes conflictivos que hacían novillos en el instituto o que solamente querían encajar en algún sitio, para pasar a convertirse en una importante organización criminal de la ciudad. Sus principales actividades eran los atracos y extorsiones a comerciantes de la parte baja de la zona Este de Nueva York; comerciantes como a los que habrían extorsionado para conseguir el dinero que Raphael acababa de ver. Pero no se descartaba que se dedicaran a alguna otra actividad, puesto que la fuerza de la banda residía en su número. El jefe de los mismos era el que se hacía llamar Dragon Face, si bien las tortugas ya sabían que éste le rendía cuentas a alguien mucho peor y más peligroso.

Para ingresar en la banda debías cometer una serie de delitos y pasar una última prueba eliminatoria llamada la Jaula, sólo así se ganaban su tatuaje de dragón. Las tortugas conocían bien la Jaula; a fin de cuentas habían acabado en ella cuando intentaban ayudar a Casey Jones a enderezar a su amiga Angel, que aspiraba a convertirse en una dragona. 

Raphael consideró que había visto suficiente; había llegado su momento de entrar en escena y joderles la fiesta pero justo cuando se disponía a hacerlo la puerta principal se abrió de un golpe. 

Algo salió volando, impactando contra las pocas luces que iluminaban el lugar. Al estallar las bombillas la estancia se quedó pobremente iluminada con la luz que entraba de la calle. En la puerta Raphael pudo ver una silueta delgada ataviada con una especie de abrigo largo. Mantenía la cabeza gacha; una capucha le ensombrecía sus facciones. 

- ¿Pero qué…? – gritó el hombre de la cresta punk, poniéndose de pie y tomando su bate. Lo usó para señalar al recién llegado a la par que alguien apagaba la música - ¿Quién cojones eres tú y como te atreves a entrar a esta fiesta privada?

En un abrir y cerrar de ojos todos los presentes encaraban al recién llegado con todo tipo de armas: cadenas, bates de béisbol tanto de metal como de madera, palancas o navajas… e incluso una katana. 

Sin embargo, esto no parecía poner nervioso al misterioso individuo ya que cuando habló lo hizo con un tono de voz desafiante y directo.

- Vas a cantar – dijo, con voz amortiguada, como si algo le cubriera la boca.

Al lado de los dragones no abultaba gran cosa ya que era bajito. Éstos se miraron y se empezaron a reír.

- “¿De qué va este tío?” – se preguntó Raphael, intrigado por lo extraño de la escena. 

- ¿Cantar? ¿Yo? – le espetó el tatuado, sonriendo de manera burlona – ¿Me ves pinta de cantante, atontao? A lo mejor el que acabas cantando eres tú de las hostias que te voy a meter.

En ese momento se escuchó un sonido metálico y Raphael pudo ver cómo caía una gruesa cadena de las manos del desconocido de cuyo extremo colgaba un adoquín de cemento gris.

- Veámoslo – dijo por toda respuesta y saltó hacia delante mientras hacía bailar el adoquín girando la cadena en círculos.

Todo sucedió muy deprisa. El misterioso desconocido cubrió la distancia de más de tres metros que les separaba; ejecutó una patada giratoria contra el bate, que saltó de las manos de su dueño y aprovechando el movimiento proyectó el adoquín contra su cara. El punky encajó el golpe dejando tras de sí un reguero de saliva y sangre. Cayó al suelo y durante un par de segundos nadie dijo nada. Finalmente sus compañeros, aturdidos en un principio por lo sucedido, lanzaron un grito de furia y se abalanzaron sobre él con las armas por delante.


Raphael había observado la escena con los ojos como platos. En apenas unos segundos todo se había descontrolado.  No tenía ni idea de quién carajo era ese tío pero le resultaba divertido por sus métodos para dar mamporros. Raphael vio al inconsciente dragón punky en el suelo, con un charco de sangre que iba haciéndose cada vez más grande debajo de su cabeza.

- “Guau, eso sí que es ir directo al grano” – pensó, sumamente intrigado – “Esto promete”.

Decidió observar un poco más la pelea por la curiosidad. Vio aterrizar sobre la mesa a otro de los dragones. Las cartas, las fichas y los billetes saltaron en todas direcciones cuando la mesa volcó. El desconocido retrocedió, esquivando la mesa derribada, mientras usaba la cadena para detener el golpe de una katana. A continuación, usó la cadena para envolver la muñeca del atacante. Entonces retorció la cadena a la vez que proyectaba una patada hacia atrás contra la mujer de la cabeza rapada, que se abalanzaba sobre él con una navaja. EL tío tenía cierta técnica, observó Raphael.

Aun manteniendo amarrado al tipo de la katana, ya desarmado, el desconocido se retorció y barrió con un pie el suelo derribando al dragón y liberando así la cadena. Pero tuvo mala suerte porque al volverse no pudo evitar una patada en mitad del pecho que le propinó un grandote rubio con una bandana en la frente. Retrocedió, tropezó con el cuerpo del punky tatuado y cayó de espaldas, perdiendo su arma. Por suerte para él se recuperó y, jadeando, tomó el bate que había a su lado, estampándolo contra el de la bandana.

Raphael ya había visto suficiente. No tenía ni idea de quién era ese desconocido pero se había ganado un punto a favor por esa entrada y otro por estarse zurrando con los Dragones Púrpura. Pero eso no significaba que le fuera a dejar toda la diversión. Saltó entre las cajas, con los sais en sus manos, y cayó dando una patada a otro de la banda que intentaba pillar desprevenido al desconocido desde atrás.

- ¡Es hora de equilibrar la pelea un poco, ¿no crees? – le dijo al dragón derribado y le pateó de nuevo.

El desconocido o bien no se percató de la aparición de Raphael o lo ignoró porque siguió agitando el bate para mantener a raya a sus oponentes. Un dragón se le echó encima a Raphael de una manera un tanto errática y torpe; el tipo drogado del sofá. La tortuga usó uno de sus sai para desarmarle y luego descargó el puñetazo directamente contra su cara. Éste cayó de nuevo contra el sofá y Raph no pudo evitar hacerle una coña.

- Creo que necesitas tumbarte, amigo… ¡ouh!

Algo se rompió en su cabezota; por el sonido, una botella. Raphael se dio la vuelta y vio un puño lleno de anillos dirigiéndose a su cara. Lo interceptó con la mano y vio a la chica del pelo cardado mirándole con cara de psicópata. En la otra mano, que tenía por detrás, portaba lo que quedaba de la botella rota, usándola a modo de puñal. Pero Raphael rompió lo poco que quedaba de la botella usando su sai

- De eso nada, monada – le dijo y aprovechando que aún la mantenía agarrada la lanzó contra el otro sofá, que volcó por el golpe.

Se permitió echar una ojeada al desconocido, que en se momento danzaba sobre los hombros de uno de los tipos más grandotes de la banda. Se le había sentado sobre los hombros, con las piernas alrededor de su cuello; el grandote giraba sobre sí mismo para echarle fuera pero el desconocido aprovechó la inercia proyectándose hacia abajo, ejecutando una llave que les llevó a ambos al suelo pero mientras que el desconocido aterrizó con cierta suavidad no podía decirse lo mismo del dragón. A continuación, y aún en el suelo, proyectó el pie contra la cara del dragón, dejándolo inconsciente. Raphael creyó ver, con el movimiento del abrigo, que el desconocido no llevaba calzado y que tenía algo colgando por detrás de… un puñetazo en la nuca le hizo centrarse de nuevo en la pelea.

Rodó de espaldas por el suelo, pero cuando se incorporó volviéndose para encarar a su nuevo adversario notó preso extra sobre su caparazón; el desconocido le estaba usando como apoyo para llegar a una viga del techo. Raphael miró hacia arriba y le vio columpiándose por encima de él… se soltó y aterrizó con los pies por delante sobre el tipo que había golpeado a Raph por la espalda.

- ¡Buena! – exclamó la tortuga, consiguiendo que por primera vez el desconocido le prestara atención. 

A pesar de lo oscuro que estaba Raphael pudo ver que llevaba la cara parcialmente tapada con una especie de pañuelo. Entre eso y la capucha sólo pudo ver unos grandes ojos castaños que le miraron con una mezcla de recelo y alarma. 

La distracción le costó cara al desconocido, pues la chica del pelo cardado había vuelto y se le echó encima con los puños por delante mientras que Raphael se tuvo que volver alzando  sus sais, parando un golpe de una palanca que de haberle alcanzado le habría dejado una buena brecha.

- ¿Qué coño está pasando aquí? 

El Mohicano había vuelto al escuchar los ruidos de la pelea tras depositar el dinero a buen recaudo. Al principio había pensado que el muy idiota de Shawk había iniciado una nueva pelea, pero cuando llegó y vio a casi todo su grupo apalizado por un gilipollas con pintas que no tenía nada mejor que hacer que dar por saco, se enfureció de veras.  Sacó su pistola y apuntó al desconocido, quien había despachado a la chica del pelo cardado sin ningún problema de un contundente puñetazo. Ambos se miraron por una fracción de segundo y el desconocido se apresuró a hacerse a un lado justo en el momento en que el Mohicano abrió fuego.

Raphael, quien acababa de noquear a su último contrincante vio cómo el desconocido intentaba ponerse a cubierto de los disparos del dragón. Cómo estaba en el suelo oculto por la mesa volcada éste no le había visto. Sería un error ir a por él de frente armado así así que en su lugar optó por lanzar uno de sus sais contra el brazo extendido del Mohicano. El arma de éste saltó por los aires mientras su dueño lanzaba un grito y el sai se clavaba contra la pared de detrás. El tipo se agarró la mano sangrante y se volvió hacía Raphael.

- Eres un maleducado – le dijo la tortuga haciendo girar el sai que le quedaba en su mano – Mira que traer un arma de fuego al festival de las armas blancas. ¿Es que tu padre nunca te enseñó modales?

El Mohicano fue a decir algo, pero una sombra se arrojó sobre él. El desconocido, soltando un bramido de rabia, le agarró por su ropa y lo arrojó contra la pared. Extrajo el sai clavado al lado y se lo puso al cuello.

- ¡DÍMELO! – le chilló con una voz sorprendentemente aguda y con cierto toque de histerismo.

Raphael no entendió la actitud tan vehemente del desconocido y se sintió molesto porque hubiera agarrado su sai sin su permiso.

- ¿Q-qué? – gritó el Mohicano, con sus gafas torcidas. Parecía muy asustado.

El desconocido meneó su cabeza, como si intentara espantar algo molesto que tuviera encima.

- ¡YA ME HAS OÍDO! ¿DÓNDE ESTÁ?

- ¿E-el qué? ¡Agh! – gimió cuando el sai se clavó ligeramente en su cuello y comenzó a manar un hilillo de sangre - ¿De qué hablas, tío? 

Pensó en el dinero, pero no iba a admitirlo delante de él. Curiosamente el encapuchado reaccionó de manera muy errática.

- N-no… yo… no…

Volvió a sacudir la cabeza y se llevó la mano con que sostenía el sai a la sien, dándose ligeros toquecitos que a Raph le sonaban mucho por haberlos visto en algunas películas de manicomios.

- “Genial, el tío está pirado” – pensó, alzando las manos y comenzando a andar hacia el desconocido le dijo en voz alta – Eh, amigo, tranqui… cálmate ¿quieres?

En ese mismo momento se empezaron a escuchar las sirenas de la policía. Raph miró hacia la puerta, inquieto. Tenía que salir pitando de allí ya.

El desconocido también miró en esa dirección y el Mohicano aprovechó su oportunidad. Abandonó su actitud de víctima, elevó la rodilla y golpeó al desconocido en el estómago, haciéndole chocar contra Raphael, que cayó de espaldas al haber estado distraído mirando la puerta; la dura cabezota del encapuchado le atizó en todos los morros. El Mohicano aprovechó la confusión y salió corriendo; pocos segundos después escucharon el inconfundible sonido de una puerta golpeando contra una pared.

- ¿Estás bien, colega? – preguntó Raphael, frotándose la boca y ofreciendo al desconocido una mano para ayudarle a levantarse– Devuélveme mi sai y salgamos de aq… ¡ooough!

No había esperado esa reacción. La patada en sus partes le hizo hincar la rodilla y lo dejó incapacitado por un momento. Cuando se recuperó lo suficiente vio que el desconocido se había esfumado sin devolverle su arma.

- Serás… serás mangante hijo de… 

Luces rojas y azules. Problemas.

Cuando los agentes irrumpieron en el local no encontraron nada más que a un grupo de maleantes que habían recibido una buena paliza.

Raphael había conseguido fundirse con las sombras, desapareciendo en medio de la noche indemne pero con un arma menos.


2 comentarios:

  1. hmmm. Solo he leído este capitulo, pero me ha parecido genial!

    Me ha encantado todo! Absolutamente ♥

    Hasta ahora no tengo ninguna critica constructiva porque la lectura se me hecho muy amena y nada aburrida; todo lo contrario, captó mi atención desde el principio

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    1. ¡Muchas gracias! Me alegro que te haya gustado y que no aburra, sobre todo eso jeje

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