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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Un lugar al que llamar hogar - Capítulo VII: Sin siquiera despedirse


Apenas cinco minutos después de la acalorada discusión Raphael enfilaba hacia los dormitorios. En voz alta iba ensayando la disculpa, pero no conseguía ni sonar de arrepentido ni decir nada acertado.

- Oye mocosa… eh, mejor no…. Escucha niña… no, tampoco – carraspeó – Verás, es posible que me haya ido de la lengua hace unos minutos, pero debes comprender que todo lo que dije es verdad – suspiró largamente – Mira, yo no te gusto y tú no me gustas, en eso estamos de acuerdo. Además, creo ha sido por eso que hemos empezado con mal pie, pero… mmm…. No.

Apenas había empezado a darle vueltas cuando ya había llegado a la puerta del cuarto de Michelangelo. No quiso asomarse porque, aunque en esa casa no existieran puertas, respetaban la intimidad igualmente. 

- Ey tú… renacuaja - la necesidad de llamarla por un nombre le trabó al principio pero una vez pronunció esa palabra se regañó así mismo – Ehm… Soy Raphael, quiero hablar contigo.

La chica no se asomó. Esperó un momento, pero cuando estaba claro que ella no lo haría estuvo tentado de marcharse. Pero sabía que eso no sería suficiente para Splinter, de modo que tendría que insistir un poco más.

- Quizá te guste saber que gracias a nuestra pequeña bronca me va a tocar limpiar con un cepillo de dientes hasta el último rincón de la casa. Así que bueno, eso ha sido un punto a tu favor ¿eh?

Nada. Era dura de roer. Se rascó la cabeza y resopló. ¿Por qué siempre le resultaba tan difícil pedir disculpas? Porque odiaba hacerlo, era algo tan impropio de él como el ponerse una bandana de color rosa (algo que estuvo a punto de suceder cuando su primera bandana destiñó al lavarse y montó un buen lío hasta que Splinter le consiguió una nueva). 

¿Qué se suponía que debía decir? No tenía ni idea y no encontraba las palabras adecuadas. Pensó en lo que solía decirle Leo a modo de sermón: “prueba a hablar con el corazón. Ponte en el lugar del otro, para variar”.

Así que eso hizo. Pensó en aquella irritante muchacha y las palabras del maestro Splinter que había pronunciado apenas hacía cinco minutos resonaron en su mente:

- “Ella y tú os parecéis más de lo que crees. La diferencia es que ella no dispone de una mano amiga que la guíe por el camino correcto. Hacía apenas un día que pensaba que era la única de su condición y cuando por fin encuentra a otros mutantes, con un estilo de vida totalmente ajeno para ella. ¿Esto es lo que recibe?

Recordó cómo la había arrojado aquella piedra que había desembocado en su caída del viejo mástil; de no haber sido por la intervención de Leo muy probablemente la chica se habría roto todos los huesos del cuerpo al dar contra el suelo, eso suponiendo que no se hubiera matado. Y todo porque se había dejado llevar por uno de sus impulsos… como hacía un momento con la discusión.

Tal como se dio cuenta de su error cuando ocurrió el episodio de Michelangelo comprendió lo mal que había obrado de nuevo. Recordó que le había herido tanto física como emocionalmente, pues le había hecho llorar… a una niña solitaria que había estado espiando por una rendija con cara extasiada algo tan ajeno para ella como era un hogar, que entonces había dado media vuelta porque se notaba a la legua lo insegura que se sentía por haberles seguido, y cómo se le iluminó la cara cuando le ofrecieron entrar y quedarse a pasar la noche. Volvió a pensar en lo que había dicho Splinter y por primera vez desde que había pronunciado esas palabras tan crueles se arrepintió de verdad de haberlas dicho.

No era su intención lastimarla; es cierto que ella le había golpeado a él antes pero ¿acaso ella no se había disculpado hasta en dos ocasiones por lo sucedido de una manera harto sincera? ¿Y no era más cierto que en una de esas disculpas además le había dedicado un cumplido? 

Se le escapó una sonrisita. Era al primero de todos sus hermanos que una chica le decía algo así. Entonces recordó la escena de hacía unos minutos y se sintió tremendamente avergonzado. Miró de nuevo la puerta y suspiró. 

¿Y si empezaba por devolverle aquel gesto? Cuando ella se lo dijo él encima reaccionó de malas maneras. Intentó pensar en alguna palabra amable para dirigirse a ella y que eso ayudara a allanar terreno para la inminente disculpa.

- De acuerdo – dijo, probando de nuevo – Sé que estás enfadada conmigo. Y no te culpo si no quieres hablarme, pero al menos escucha lo que te tengo que decir…

Esperó, pero ninguna airada voz femenina se alzó del interior exigiéndole que se marchara. Podía ser una buena señal, así que decidió seguir.

- Escucha, yo… olvida todo lo que te he dicho antes ¿Quieres? No pienso que seas una desagradecida, ni tampoco pienso que te falten neuronas…

Hizo una pausa y sacudió la cabeza, volviéndose de tal manera que daba el caparazón a la puerta.

- “Eso, tú repítele lo que le has dicho por si se le había olvidado” – pensó, regañándose a sí mismo. 

Dedicó unos segundos a reorganizar sus pensamientos, respiró hondo y apoyó el caparazón contra la pared, justo al lado de la puerta.

- Supongo que este intento de disculpa llega un poco tarde, una vez que se dicen las cosas por mucho que uno se disculpe eso no las borra. Deberías saber que tengo una gran facilidad para abrir la boca más de la cuenta, sobre todo cuando me enfado; puedo llegar a decir muchas gilipo… tonterías. De verdad NO creo que seas estúpida; esa forma de jugárnosla en la fábrica, cuando me lanzaste el sai a la cara porque estabas acorralada. ¿Qué me dijiste después? Que yo peleaba de diez. Pues tú tampoco lo haces nada mal; eso de usar mi caparazón para impulsarte y patear a aquel tío, por no decir el trompazo que le diste al punk con el adoquín… sí, les dimos una buena paliza a esos idiotas ¿eh? 

Cuando quiso darse cuenta estaba sonriendo. Carraspeó de nuevo porque sentía que se iba por las ramas y se obligó a centrarse.

- Sé que también me pediste disculpas por la patada y por el sai. Yo ya sabía que no lo habías hecho con mala idea pero no te dije nada porque… bueno, porque soy imbécil. Lo que debía haberte dicho es que yo también siento haber intentado abrirte la cabeza con una piedra, que encima por poco hago que te mates… y también siento toda esa mierda que te dije hace un momento.  Olvídalo – hizo una pausa esperando que ella dijera algo o se asomara, pero no fue así– Supongo que estamos en paz. ¿Tú qué opinas? ¿Empezamos de nuevo?

Todo siguió en silencio a excepción de un goteo distante de alguna cañería. Raphael, extrañado cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro. Había hecho un notable esfuerzo por disculparse pero ella no debía considerar que fuera suficiente. Eso le molestó y mucho.

- Oye, ya te he pedido disculpas. ¿Qué más quieres? – preguntó de nuevo elevando la voz – Podrías decir, no sé, por ejemplo: “Vale, ya te oí” o “estoy de acuerdo” o incluso “me importa una mierda” pero decir algo al menos. ¿No? – otra pausa - ¿NO? – otra pausa – VALE. Ahora me ignoras… e-esto es, esto es estupendo. ¿Pues sabes qué? – titubeó, señalando la puerta con indecisión y retrocediendo unos pasos – Y-yo ya he cumplido. Q-quédate ahí, sí y calladita… y… y ¡que te lo pases muy bien tú sola! ¡ADIÓS!

Y dicho eso se alejó gruñendo entre dientes y pisando fuerte.



Cuando volvió al dojo sus hermanos le miraron con atención. Splinter parecía estar ocupado regando sus bonsáis pero realmente no le quitaba el ojo de encima.

- ¡Eh Raph! – dijo Mikey, corriendo hacia él - ¿Ya te has disculpado? ¿Qué te ha dicho? ¿Ha preguntado por mi?

- Quita, Mikey. No me des la brasa – dijo Raph y le apartó de un empujón.

Pero Michelangelo, acostumbrado a los arrebatos de mal humor de su hermano, no se lo tomó a mal y continuó acosándole, si bien a cierta distancia. Raphael le ignoró y se puso a golpear su saco de boxeo de manera metódica.

- Déjame adivinar – aventuró Donatello interrumpiendo su trabajo por un momento – No ha aceptado tus disculpas.

Raphael respondió con un gruñido y propinando un puñetazo más fuerte de lo normal al saco de boxeo.

- Ya me lo suponía – dijo Donnie y volvió a concentrarse en el meticuloso trabajo que suponía el arreglar un dron de vigilancia. 

- Eso es que no te has disculpado bien – le dijo Leo observando a su hermano con los brazos en jarras.

Raph paró un momento y se volvió a Leo.

- Oye, ya sé que pedir perdón no es mi especialidad, pero créeme, lo he hecho. Lo que pasa es que esa niña tonta no se ha dignado en decirme nada. Ni siquiera se ha asomado al pasillo, he tenido que hablar mirando a la pared de enfrente. Es… una engreída…

Leonardo meditó sus palabras y le dejó continuar golpeando el saco para que se desahogara, ya que un Raphael enfadado o frustrado era como un barril de dinamita a punto de explotar. Observó al sensei afanándose con sus bonsáis; Leo sabía que les estaba escuchando pero que no quería intervenir porque esto era algo que debía arreglar el propio Raphael, para que aprendiera. Él estaba de acuerdo pero quizá su hermano necesitara una ayuda. Así que hizo de tripas corazón y se inclinó ligeramente hacia él.

- ¿Quieres que te eche un cable y hable con ella?

Raph paró y le miró calculadoramente. Finalmente bajó los hombros y suspiró.

- Si no te importa. Aunque cuando me vea esta tarde dejándome los riñones mientras froto toda la mugre del cuarto de Mikey seguro que se le pasa el mosqueo.

- ¡Ey! Que mi cuarto está limpio y ordenado – cuando sus dos hermanos le miraron se encogió de hombros – Bueno, a mi manera.

Leo asintió y ahogó una risita, ya que no quería provocar más a Raphael, quien reanudó sus golpes al saco de una manera algo más tranquila.

Se dispuso a ir al dormitorio donde descansaba la chica pero Michelangelo se puso en medio.

- ¿Por qué no me dejas a mi hablar con ella? Seguro que me hace caso.

- ¿Y qué le dirás? ¿Le recitarás tu famoso alfabeto de eructos?  – repuso Raphael sin volverse.

A Donatello se le escapó una carcajada y, cuando se sintió observado por los otros, disimuló siguiendo su tarea como si él no hubiera sido, aunque supiera que era inútil intentarlo.

- Oye ¿por quién me tomas? – preguntó Mikey volviendo la vista de Donnie a Raph - Yo a una chica no la hablaría con eructos… salvo que ella me lo pidiera. Y eso sería tope guay – agregó con un suspiro.

- Nada de eructos – dijo Leo – Y he dicho que yo me encargo.

- Meh… aguafiestas – murmuró Michelangelo por lo bajini mientras le observaba marcharse.

 Cuando Leonardo regresó no habían pasado ni cinco minutos.

- Caray, eso sí que ha sido rápido – comentó Mikey quien apenas se había tirado en el sofá a leer un cómic.

- ¿Qué te ha dicho? – preguntó Raphael sin poder disimular su interés cuando se acercó rápidamente al recién llegado.

Leo miró a Splinter, quien estaba recogiendo los bártulos de jardinería y luego miró a sus hermanos.

- Tenemos un problema.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó Donnie no sin cierta impaciencia, temiéndose que tendría que abandonar sus planes.

- Al menos puedo decirte por qué ella no mostró ningún interés por tus disculpas, Rapha… porque se ha ido.


- Menudo chasco – protestaba Michelangelo – Se ha marchado y sin siquiera despedirse…

Nadie le hizo caso. Apenas unos minutos de descubrir la marcha de la chica las tortugas habían informado a Splinter. Éste meneó la cabeza cuando recibió la noticia.

- Me lo esperaba. Debéis encontrarla y traerla de vuelta, estoy preocupado.

- ¿Qué quieres decir, papá? – preguntó Leo.

- Esa pobre niña no comprende que el camino que ha tomado sólo puede llevarle a un único y desenlace fatal. Va directa hacia la boca del lobo.

Raphael, quien permanecía más rezagado, escuchaba cabizbajo las palabras del sensei.

- Todo ha sido por mi culpa – dijo, convirtiéndose el blanco de todas las miradas, pero eso no le importó – Si no hubiera sido tan duro con ella, seguiría aquí.

Splinter le miró con una gran dulzura, apenado y a la vez conmovido. Negó con la cabeza.

- No, Raphael – dijo – no sólo tus palabras la han empujado a marcharse. Es algo que llevaba pensando desde el mismo momento en que puso un pie aquí dentro. Está claro que es una chica impulsiva y solitaria que vaga por el mundo sin un rumbo fijo y que camufla sus miedos e inseguridades con un fuerte carácter, sobre todo cuando es provocada.

Raphael se encogió ante el comentario; no pudo evitar recordar que Splinter había asegurado, no hace mucho, que ambos se parecían mucho más de lo que él creía. Visto así, no le faltaba razón.

- Ha estado sola mucho tiempo y, sin alguien mayor que vele por ella, se habrá sentido muy vulnerable y desprotegida – prosiguió Splinter, ajeno al conflicto interno que afrontaba uno de sus hijos - Ha tenido que aprender ella sola a buscarse la vida y eso en una ciudad hambrienta como Nueva York es todo un logro… y más siendo mutante y tan joven.

- Pero hay algo que no encaja – dijo Donatello – Vale que sea introvertida y desconfiada por las experiencias que haya tenido anteriormente. Pero ¿por qué no revelar su nombre ni aceptar la ayuda que le ofrecemos? ¿Soy el único que cree que sabe más de lo que dice?

- No, a mi también me da esa impresión – dijo Leo y se volvió a Splinter – Sensei, ella no me desagrada, pero…

- No confías en ella – concluyó el sensei – Entiendo lo que quieres decir.

- Está claro que protege a alguien o algo – insistió Leo – Y estoy seguro que eso también tiene que ver con el motivo de que ataque a los Dragones. Ella misma decía que considera a todos los humanos malvados, pero ¿por qué no atacar entonces de manera indiscriminada a todo aquel que se cruce en su camino?

- Bueno, ella dijo que les robaba ¿no? Y que se lo merecían – aventuró Michelangelo – Quizá sea su modo de vengarse por lo que le hayan hecho.

- Puede ser – concedió Splinter – Pero su destino, por algún motivo, está fuertemente ligado a los Dragones por lo que ella no cejará en su empeño hasta conseguir aquello que se proponga, sea lo que sea eso.

- Ella dijo “vas a cantar” – susurró Raphael y luego dijo, más seguro – Cuando la vi por primera vez encarando a uno de los dragones, ella le dijo “vas a cantar” pero cuando el tipo intentó intimidarla ella le rompió la mandíbula con aquel adoquín sin dudarlo siquiera.

- ¿Cantar? – preguntó Michelangelo - ¿Cómo cantar una canción? 

- Y luego, con el que parecía el jefecillo de ese grupo, el tipo del peinado de mohicano, le preguntó ¿cómo era? – dijo, esforzándose por recordar - ¡Ah sí! Le preguntó “¿Dónde está?” pero el tipo aquel se pensaba que hablaba del dinero de la recaudación de la noche. Cuando le preguntó si era eso ella no respondió, si no que pareció… no sé… 

No supo encontrar las palabras exactas pero imitó el movimiento que ella había hecho: golpearse una sien de manera reiterada con el canto de la mano.

- Fue como si se volviera loca o algo así – concluyó sin ser capaz de explicarse mejor.

- El mismo gesto que hizo al abandonar la siguiente guarida – comentó Donatello, pensativo.

Durante unos segundos nadie dijo nada, todos estaban reflexionando sobre las palabras de Raphael.

- Está claro que busca algo que los dragones tienen pero cuando le preguntas esquiva la pregunta – expresó Leonardo - ¿Se os ocurre qué puede ser?

- Me temo que eso no es lo importante, al menos no de momento – señaló Splinter – Lo primero es encontrarla. Ya tendremos tiempo de convencerla de que lo que queremos es ayudarla. Y para ello debéis ir en su busca, hijos míos.

- Pero ella no quiere, sensei. Creo que hemos sido bastante gentiles trayéndola aquí pero no ha sabido o no ha querido apreciar el gesto. Entiendo que si nos la volvemos a encontrar pueden suceder dos cosas: o bien que salga corriendo o bien que nos ataque abiertamente.

- Entonces tendréis que ser persuasivos, nada de emplear la fuerza con ella. Es una situación delicada pero no podemos obligarla a hacer algo en contra de su voluntad. Si no quiere nuestra ayuda, deberemos velar por ella desde las sombras.

Las tortugas intercambiaron una mirada asertiva.

- De acuerdo – asintió Leo – Pero antes de tomar la decisión de vigilarla desde la distancia me gustaría intentar de nuevo un acercamiento. Si su respuesta es negativa, necesitaremos encontrar la forma de saber dónde se encuentra en todo momento – agregó mirando directamente a Donatello.

- Ya sabes que eso no es ningún problema para mí – respondió éste, mostrando un discreto localizador, el mismo que implementaba en los caparamóviles que llevaban cada uno de ellos – Sólo sería cuestión de deslizarle esto sin que se dé cuenta. 

- Pues yo preferiría no tener que llegar a hacerlo sin su consentimiento – dijo Raphael- Si a mi me hicieran eso sólo me estarían confirmando que hago bien en ser desconfiado.

- Debemos pensar que es por su bien Raph – dijo Leo – Yo también preferiría que no fuera necesario.

- A mí todo en el plan me parece bien – dijo Michelangelo encogiéndose de hombros – Pero estamos saltándonos el primer paso, hermanos. ¿Por dónde empezamos a buscarla?

- La respuesta es obvia hermanito – respondió Leo – Empezaremos por el principio.



Esa misma noche las tortugas se presentaron en el edificio de la fábrica abandonada. Sabían que podía ser una pérdida de tiempo pero no estaba de más probar; no obstante, preferían que la chica no se encontrara allí porque eso indicaría que al menos les había hecho caso en algo de lo que habían aconsejado. Tras peinar el lugar corroboraron que no había vuelto desde la noche anterior pero, por si acaso, para asegurarse, Donatello dejó un par de dispositivos de detección de movimiento que les avisarían si ella volvía a hacer acto de presencia.

Pero por contraparte si no la podían localizar allí ¿dónde? Para Leonardo la respuesta era sencilla. Volverían a seguir el mismo plan que la otra vez: montarían guardia en los puntos calientes donde los Dragones se dejaban ver más e intentarían evitar que la chica consumara su ataque.

Raphael llevaba fatal las esperas por su carácter impaciente pero lo soportó lo mejor que pudo. Seguía sintiéndose terriblemente culpable de que la chica se hubiera marchado, a pesar de que el maestro Splinter le dijera lo contrario. Por otro se sentía furioso: no entendía la actitud de la chica para con ellos y mira que lo había intentado.

Además ¿qué demonios sería lo que buscaba? ¿Qué podían tener los Dragones Púrpura que fuera tan importante como para arriesgar la vida para recuperarlo? Y, si eso era ¿por qué no aceptar la ayuda de más gente? ¿Por qué no contarles lo que sucedía?

- “Porque a lo mejor le pasa lo que a ti” – se dijo – “Porque quizá metió la pata hasta el fondo y necesita arreglarlo ella misma

Esa podía ser la razón, al menos eso para Raphael tenía más sentido. Él mismo era un solitario y su forma de ser y actuar entraba muchas veces en conflicto con el resto de sus hermanos: era una fuente continua de discusiones y tensiones, sobre todo con Leonardo.

 ¿Acaso Raphael no había optado muchas de esas veces por marcharse y hacer lo que le viniera en gana sin contar con los demás? ¿No había pensado en muchas ocasiones en abandonar a sus hermanos e iniciar una vida en solitario donde no tuviera que justificarse, ni dar explicaciones ni intentar razonar con nadie? Pero nunca daba un paso definitivo en esa dirección. ¿Por qué?

Porque le daba mucho miedo. Temía perder todo lo que tenía, a su familia, por su testarudez. Temía que si les daba el caparazón y luego se arrepentía no volvieran a admitirle. Y el pensar en esa posibilidad le destruía por dentro.

De modo que siempre se encontraba dividido entre las dos posibilidades: no se marchaba pero tampoco dejaba de dar la tabarra, como solía decir Leonardo. Le resultó un tanto irónico el pensar que, mientras que él tenía una familia a la que muchas veces había pensado en abandonar para ser feliz la chica tuviera la libertad que él tanto ansiaba pero no pareciera más feliz por ello. ¿Cómo era aquello que decía el maestro Splinter?

Ante la difícil decisión entre una u otra opción, quizá la más sensata de elegir es aquella que suponga el equilibrio entre ambas”.

Raphael soltó un resoplido. Él no era precisamente equilibrado… y la niña tampoco lo parecía.


Hablando de la niña… 


Raphael se levantó rápidamente y echó mano de sus prismáticos, enfocándolos hacía una azotea próxima. Esbozó una media sonrisa. Acababa de encontrarla.


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