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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo II

 


- ¡Vaya choza! – alabó Gioconda con un silbido un tanto ordinario.

Acababan de llegar a la dirección que la mujer le había susurrado a Leonardo poco antes de desvanecerse. Se trataba de una casa estrecha de dos plantas, situada en pleno corazón de Chinatown. Poseía una valla alta de piedra y hasta un pequeño jardín con una fuente próxima al acceso principal, algo atípico en aquel lugar: el barrio chino colindaba al norte con Little Italy, al este con Lower East Side y al sur con el Civic Center. Estaba densamente poblado, con sus aceras siempre atestadas de gente yendo y viniendo entre tiendas de recuerdo, restaurantes y establecimientos de té. Los edificios eran, en su mayoría, bloques de viviendas de varios pisos de altura. De hecho, la casita de la mujer parecía encajada entre dos de estos edificios, destacando como un rosal en medio de un yermo solar.

Como buenos ninjas que eran los mutantes se habían desplazado por la ciudad sin ser vistos, yendo despacio no obstante porque Leonardo no podía usar las manos al tenerlas ocupadas sosteniendo a la mujer. Una vez penetraron en el jardín Gioconda, que llevaba la delantera, comprobó la puerta del balcón del piso superior y tal, como esperaba, estaba abierta.

Mientras pensaba en lo descuidada que era la gente en lo que se refería a la seguridad del hogar le hizo un gesto a Leonardo para que se aproximara y ambos entraron en la vivienda. 

El acceso que habían tomado daba a un dormitorio dominado por una bella cama con dosel donde Leonardo depositó con delicadeza a la joven mientras Gioconda cerraba la puerta del balcón, corría el panel japonés – aunque la decoración parecía hecha al estilo occidental contaba con ciertos detalles de la japonesa tradicional - y encendía una lamparita de pie que había en un rincón, al lado de lo que parecía un sillón destinado a la lectura. 

Mientras tanto Leonardo contemplaba a la misteriosa mujer, pensando cómo podría despertarla sin ser brusco. Sus ojos se posaron en la mesita de noche donde, convenientemente, por cierto, había un juego de té de dos tazas y una tetera. Decidió probar suerte y, efectivamente, en la tetera había algo de agua. Tomando un pañuelo que también había sobre la mesa lo humedeció con el agua y lo puso sobre la frente de la mujer, pasándolo con pequeños toques delicados.

Casi al instante ella comenzó a mover la cabeza y a gemir entre dientes, abriendo despacio los ojos. Parpadeó y miró a Leonardo, que retiraba en ese momento la mano con el pañuelo. La mujer abrió aún más los ojos y se incorporó, ligeramente sobresaltada. Él se apresuró a levantarse y alzó las manos. Gioconda por detrás se volvió, ligeramente inclinada hacia adelante y la cola alzada en el aire, expectante.

- Tranquila – dijo Leo, con voz suave – No vamos a hacerte ningún daño. ¿Nos recuerdas del callejón?

Los ojos de la mujer pasaban de Leonardo a Gioconda y viceversa, se los frotó, los miró de nuevo y finalmente pareció relajarse.

- Sí, pero yo creía – se interrumpió, frunciendo el ceño – Creía que los kappas eran todos malignos.

- Es que no somos kappas– aclaró Leo, rascándose la cabeza, pensando en cómo explicárselo de la forma más sencilla y rápida posible, sin entrar en demasiados detalles – Sólo soy una tortuga, mutante, eso sí. Mi nombre es Leonardo. Y ella es mi hermana adoptiva, Gioconda, una lagarto mutante. 

- No sabía que los mutantes pelearan como vosotros…

- Bueno, es que también somos ninja.

La mujer pareció sorprendida por un momento.

- ¿Shinobi-no-mono*? – preguntó y entonces asintió levemente con la cabeza – Wakarimashita**… e-entiendo – agregó, retomando el inglés - Mi nombre es Kobayashi Hayami. Siento haberos confundido con kappas, perdonadme.

Gioconda resopló.

- ¿Puede alguien explicarme de una vez lo que es un kappa, por favor?

- Los kappa son… yõkai***, son… demonios que viven en ríos y estanques de Japón y que se alimentan de personas – explicó Hayami – Tienen un aspecto parecido al de un reptil; se dice que incluso tienen caparazón. De ahí mi confusión.

- ¡Oh, vaya! Gracias – replicó la chica con tono sarcástico. No le había gustado mucho que la confundieran con un monstruo.

- Os pido disculpas de nuevo ante mi torpeza.

- No tiene mayor importancia – dijo Leonardo, lanzando una mirada de advertencia a Gioconda - ¿Cómo te encuentras? 

Ella suspiró.

- Mucho mejor ahora, gracias a vosotros.

- ¿Puedo preguntarte quiénes eran esos hombres y por qué querían hacerte daño?

Hayami palideció ligeramente y se llevó distraídamente una de sus manos a la perla que llevaba al cuello, comenzando a pasarla entre sus dedos. De ahí se llevó las manos a los brazos y los frotó a través de la tela del vestido.

- Yo… no sé, no sé por dónde empezar – dijo, dubitativa. Ante la mirada de Leonardo ella desvió la suya, se levantó de la cama y fue hasta el biombo que había en el otro lado de la estancia. Parecía hecho de madera de bambú y estaba decorado con la figura de un estilizado zorro apoyado en un árbol bajo la luz de la luna. 

Hayami desapareció detrás del biombo y pudieron escuchar el sonido de roce; sin duda se estaba cambiando de ropa. Leonardo se dio la vuelta, ofreciendo su caparazón, a pesar de que no podía ver nada a través de las hojas del biombo. No insistió en su interrogatorio, pues una de sus cualidades era la paciencia.

Intercambió una mirada con Gioconda que se encogió de hombros, enarcando las cejas y se sentó sin pedir permiso sobre el sillón de lectura, mirando distraídamente los detalles de la habitación.

- Está bien – dijo Hayami finalmente – Me habéis salvado, así que es justo que os cuente mi historia. ¿Habéis oído hablar de Nomura Corporation?

- No, la verdad es que no – contestó Leo, ladeando ligeramente la cabeza en su dirección. Gioconda también negó con la cabeza, admirando un curioso cuadro que había colgado sobre la cómoda; dependiendo del ángulo que lo mirases podría parecer que los ojos de la dama japonesa del cuadro, vestida a la moda del Japón Feudal, te siguiera con ellos; poseía una mirada penetrante como el filo de un puñal. Como amante del arte y dibujante aficionada Gioconda estudió el cuadro con curiosidad, buscando entender la técnica para conseguir semejante efecto tan interesante.

- Nomura Corporation es una de las empresas de negocios más notables del sector de la banca que hay en Japón en la actualidad – continuó explicando Hayami, saliendo finalmente de detrás del biombo. Se había puesto un sencillo y austero kimono de color azul. Leonardo se giró para quedar de nuevo cara a cara con ella. La mujer miró hacia el juego de té – ¿Queréis que prepare algo de té?

- No te molestes, no es necesario – dijo Leonardo.

Ella inclinó la cabeza y tomó asiento en la cama, posando ambas manos sobre su regazo. Suspiró.

- Como decía, hace cosa de una década decidieron abrir una sucursal aquí, en la ciudad de Nueva York. Nomura Tetsuo es el shachou, el presidente de la compañía, para que me entendáis, y decidió trasladarse aquí personalmente dejando a su primogénito a cargo de la oficina de Tokyo. Nomura-san es un hombre imponente, ambicioso e implacable en los negocios, pero también es viejo. Le conocí hará cosa de un año, cuando entré a trabajar en la empresa como su secretaria. Con el tiempo comenzó a brindarme un trato más cercano y a hacerme regalos – hizo una pausa y suspiró de nuevo – Para resumir, se enamoró de mi; yo lo acepté por mera cortesía y como muestra de agradecimiento al darme la oportunidad de trabajar para él pero… yo no correspondía sus sentimientos, de modo que cuando Nomura-san me pidió que me casara con él no pude evitar rechazarle. Eso no le agradó, siendo un hombre que conseguía cualquier cosa, lo que fuera, con sólo chasquear los dedos. Creo que lo único que conseguí con rechazarle fue que se obsesionara más conmigo y no hacía nada más que insistir en sus agasajos pensando que así cedería a su petición… pero para mí pronto se hizo insoportable seguir así y finalmente pedí mi dimisión al departamento de recursos humanos aprovechando uno de sus viajes. Lamentablemente como era de esperar a su regreso se enteró de todo y comenzó a tomar… otras medidas.

Hayami hizo una pausa, mordiéndose ligeramente sus gruesos labios, con los ojos clavados en la pared de enfrente a la cama. A esas alturas había captado plenamente la atención de ambos mutantes, que la contemplaban en el más absoluto silencio: Gioconda mirándola expectante y con el ceño ligeramente fruncido, Leonardo con cara de póker pero los hombros tensos.

- Puso vigilancia en mi puerta las veinticuatro horas del día – confesó finalmente Hayami – Tiene mucho dinero y puede pagar a sus empleados de confianza para hacer este tipo de cosas. Por aquella época había comenzado a verme con un joven bastante decente que, de la noche a la mañana, me llamó por teléfono para decirme educadamente que ya no quería volver a quedar conmigo. Cuando le pregunté el motivo sólo obtuve una disculpa y me colgó sin más; siempre he creído que ellos le amenazaron o le hicieron algo, pero no he podido probarlo. Las pocas entrevistas de trabajo que he tenido desde entonces parecían prometerme un nuevo comienzo, pero volvían a contactarme para decirme, con un tono seco y frío, que no había sido seleccionada para trabajar con ellos. Estoy segura que Nomura-san tiene que ver con ello; no falta trabajo en la ciudad y me ha sido totalmente imposible conseguir encontrar uno, sea de lo que sea. Me sentía constantemente espiada y me sorprendía a mí misma mirando a menudo por encima del hombro para ver si esos hombres estaban allí observándome... sus hombres.

- Déjame adivinar, son los mismos que hemos visto esta noche – dijo Leonardo.

Ella asintió, retorciendo sus manos sobre el regazo.

- Literalmente no podía dar un paso sin sentirme vigilada, en casa sólo me sentía a gusto cuando corría las cortinas… pero ya ni siquiera me sentía segura. Recibía cartas de él a menudo que nunca abría, si no que directamente rompía y tiraba a la basura. No me hacía falta leerlas para saber lo que decían: que si con él jamás me faltaría de nada, que tenía todo el dinero del mundo para ofrecerme, ya no tendría que molestarme en trabajar nunca más, que si yo era la mujer más hermosa del mundo y que él sólo respiraba por mí, que pondría el mundo a mis pies... También tiraba las flores y los bombones que me llegaban por mensajero; nunca contesté a ninguna de sus muestras de afecto. Esa insistencia, ese… acoso, me ponía enferma. Me sentía enloquecer a cada día que pasaba y ya apenas salía de casa… y un día llamaron a la puerta. Era él, Yoichi-kun, el que encabezaba esas vigilancias: el hombre que visteis portando la katana en el callejón. Me dijo que Nomura-san me iba a dar una última oportunidad: esa noche debía acudir a una cena con él, a solas, que tendría lugar en cierto hotel lujoso de la ciudad. Si lo hacía es que aceptaba formalmente su petición nos comprometeríamos y me perdonaría el silencio irrespetuoso al que le había estado sometiendo en los últimos meses. Pregunté qué pasaría si no acudía a la cita, que si finalmente me dejaría en paz. Yoichi-kun sólo me dijo que, si ese fuera el caso, Nomura-san sabría a qué atenerse. De modo que le respondí directamente que no se molestara en preparar nada porque no pensaba acudir. Yoichi-kun optó por señalar que la cena tendría lugar igualmente y que estarían esperándome. Dicho esto, se marchó. Por supuesto no acudí… y por lo visto Nomura-san ha sabido, efectivamente, qué hacer a continuación.

- ¿Matarte solamente porque no le quieres? – preguntó Gioconda, rompiendo su silencio - ¿Quién se cree qué es? ¿La yakuza o algo así? – cuando Hayami la miró significativamente la chica bufó – Debes estar bromeando.

- No lo hago, Gioconda-san – aseguró – Precisamente había muchos rumores en Tokyo hace muchos años acerca de lo rápido que Nomura-san se había ganado un hueco entre los hombres más influyentes de la ciudad. Poco a poco la fama que giraba en torno a su persona se trasladó hacia su empresa y no al revés como suele ser habitual. Y todos aquellos que en algún momento le han desafiado de alguna manera han terminado barridos del tablero.

- Es una acusación muy seria esa que hace, señorita Kobayashi – dijo Leonardo, mirándola a los ojos – En general, todo eso que ha comentado acerca del señor Nomura… 

- ¿Acaso no me crees?

- Yo no he dicho eso.

- Ni yo estoy acusando a nadie, Leonardo-san, pero expongo algo que es sabido en el entorno de Nomura-san en Japón. ¿Sería descabellado pensar que ha abandonado las prácticas que usara en su país natal sólo por estar en territorio americano? Sobre todo teniendo en cuenta que es un hombre de costumbres – dicho esto la mujer pareció perder toda la compostura que le quedaba – Asumiendo lo que hay, lo siguiente que me he preguntado es ¿y qué puedo hacer yo al respecto? ¡Lo único que quiero es que me deje vivir en paz! – sacudió la cabeza - Debí… ¡debí aceptar esa última invitación!

- ¿Y ser algo así como una esclava el resto de tu vida? – preguntó Gio, exacerbada - ¡Y una mierda! ¡Le den por saco al vejestorio!

- ¡Gioco, ese lenguaje! – la recriminó Leonardo.

- ¡Pero es que es injusto! ¡Nadie debe obligar a nadie a hacer algo en contra de su voluntad! No está bien… es… uuf…

Leonardo la siguió mirando hasta que la chica se calmó un poco y luego volvió de nuevo su atención a Hayami, que había comenzado a sollozar. La tortuga se acercó hasta ella, hincando una rodilla en el suelo. Alargó el brazo, pero se detuvo, dudando sobre si apoyar la mano sobre el hombro de la mujer para consolarla: le hubiera gustado, pero apenas la conocía y sabía que los japoneses eran muy reservados con las muestras afectivas. De modo que, en su lugar, apoyó la mano en la cama– Escucha, señorita Kobayashi – comenzó y se sintió ridículo habiendo mezclado el hablarle de “usted” con el tuteo – Hayami – rectificó, sintiéndose más natural. Ella le miró por encima de sus manos, sus ojos brillantes por las lágrimas – El no haber aceptado unas condiciones que van en contra de tus deseos te honra: no aceptaste vender tu honor a cambio de unas cuantas monedas. Alguien muy sabio que conozco me dijo una vez que no es posible concebir una pérdida mayor que aquellos que han perdido el autorrespeto: tú no eres así y se lo has demostrado. Deberías sentirte orgullosa de ti misma por ser tan valiente.

Sus palabras consiguieron que asomara una tímida sonrisa en el precioso rostro de Hayami.

- Arigatõ, Leonardo-san – susurró ella, sus ojos oscuros clavados en los de Leonardo, que se estremeció ligeramente ante sus palabras.

Pero tan rápido como vino así de rápido se desvaneció esa bonita sonrisa.

- ¿Qué ocurre?

- Que eso no me servirá para escapar de sus garras – musitó ella – Ya os dije que Nomura-san está acostumbrado a salirse siempre con la suya. Esta noche aparecisteis vosotros pero ¿y la siguiente?

- ¿Has denunciado esta situación a la policía?

Hayami rió con cierto sarcasmo.

- El dinero e influencias que maneja Nomura-san son capaces de comprar los funcionarios y abogados que él precise.

- Odio decir esto, pero ¿no puedes coger tus cosas y simplemente marcharte? – preguntó Gioconda desde el sillón.

- ¿Y adónde iría y con qué dinero? – preguntó Hayami – Además amo esta ciudad, aunque extrañe las estrechas y concurridas calles de Tokyo. 

- ¿No hay ningún familiar o alguien que pueda ayudarte? – sugirió Leonardo.

Ella negó con la cabeza.

- Estoy sola, no tengo a nadie a quién acudir… a menos que… – hizo una pausa, pensativa y entonces su rostro se iluminó - ¡Shinobi-no-mono! – exclamó.

- ¿Qué? ¿Qué quieres decir?

- ¡Vosotros sois ninja! ¡Vosotros podéis ayudarme a librarme de él para siempre!

Leonardo se echó hacia atrás, sorprendido y escandalizado por lo que ella acababa de decir.

- ¡No, Hayami! Te equivocas, nosotros no somos asesinos…

Ella pareció confusa.

- ¿Qué es si no en su mayor parte un ninja, más que un asesino a sueldo? En Japón hay un clan que…

Leonardo negó con la cabeza, sabiendo perfectamente a quién iba a nombrarle****. Comenzó a sentir una leve irritación.

- Nosotros no somos ese tipo de ninja. Siento decírtelo, pero sólo usamos nuestras habilidades en defensa propia y de los que puedan necesitarlo.

- Pero yo lo necesito – dijo Hayami, desesperada - ¿Qué puede hacer una mujer como yo contra algo así? Dímelo si lo sabes, Leonardo-san, por favor – le miró, anhelando una respuesta que nunca llegó. En su lugar la tortuga desvió la mirada – No puedes responderme. Acabas de decir que usáis vuestras habilidades para proteger a los que puedan necesitarlo. ¿Acaso no soy yo una de esas personas?

- Nos gustaría ayudarte, de verdad – aseguró Gioconda – Pero tiene que haber otra forma que no consista en matar al viejo acosador.

- NO HAY otra forma. Nomura-san no se deja intimidar por nada ni nadie; si lo intentaras él te devolverá el golpe con creces, créeme. Tiene los medios: dinero, influencias y hombres de confianza. Si sólo fuerais a asustarle no escatimaría en gastos en averiguar quién está detrás e ir a por todas a por los responsables – hizo una pausa, viendo los rostros contrariados de los dos mutantes - Pero tenéis razón. Yo… no puedo obligaros a hacer algo que no queréis, sólo me rebajaría al nivel de ese hombre pero… puede que sí que haya otra forma… quizá… quizá si yo…

Leonardo la miró, horrorizado, cuando un pensamiento fugaz pasó por su mente: una daga cortando piel pálida, sangre escarlata brotando de las muñecas, goteando hasta el suelo.

- ¡NO! – exclamó - ¡NI SE TE OCURRA PENSAR EN ALGO ASÍ! ¡NO LO PERMITIRÉ!

- ¿Y permitirías entonces que ellos me hicieran eso a mí? – preguntó Hayami, su voz cargada con tanto reproche que sus palabras le golpearon como un bofetón.

- Yo… yo... yo no…

Él la miró a los ojos, unos ojos oscuros, furibundos y penetrantes, que parecían gritarle una orden que no podía eludir. Leonardo enmudeció, sin ser capaz de romper el contacto visual y entonces, finalmente, ella apartó la mirada, liberándole de su influencia.

- Estoy atrapada, entonces – murmuró Hayami, cruzándose de brazos y dándole la espalda – Os agradezco de verdad lo que habéis hecho por mí, pero es hora de que os marchéis…

- Hayami – rogó Leonardo, extendiendo una mano hacia ella, pero la mujer no se movió, si no que pareció encogerse ligeramente. 

- Marchaos… dejadme sola, por favor.

Leonardo bajó la vista, totalmente perdido y sin saber qué paso dar. ¿Qué se suponía que debía hacer en una situación así? Era cierto que ya le había hecho un favor a Hayami, una mujer a la que no conocía de nada y que, por tanto, no era su obligación hacer nada más por ella. Pero su sentido del deber, su honor como guerrero le impedía mirar hacia otro lado: ahora que conocía su historia se sentía obligado a hacer algo al respecto, a intervenir para favorecer a esta pobre mujer cuyo destino parecía tan incierto. Debía defenderla de aquel hombre malvado… una furia ciega, con una calidez que casi le resultó reconfortante, comenzó a quemarle por dentro. ¿Era justo que aquel hombre se saliera con la suya? Gioconda tenía razón. ¿Quién se creía que era para ordenar matar a una mujer sólo por el hecho de que no le amase?

Era… era… ¡un bastardo! Apretó a sus manos con fuerza, cerrándolas en puños a ambos lados de su cintura. Cerca, a un lado, Gioconda le miraba con reservas pero él la ignoró. En su lugar, alzó la mirada y la posó en el cabello negro, en la espalda cubierta por el kimono azul.

- Está bien, Hayami – cedió – Te ayudaremos.



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* Otra forma de nombrar a un ninja.


** Entiendo - en japonés.

*** Yõkai: Espectro, espíritu o demonio del folclore japonés. Algunos tenían partes humanas y/o animales. Algunos ejemplos de  son los kappa o los tengu. 

**** Por supuesto, Hayami se refería al clan de los Foot en Japón.

1 comentario:

  1. Es posible que hayas leído correctamente sobre lo de Hayami, otra cosa es ya cómo lo interpretes.

    Eso que mencionas en el segundo párrafo es algo que yo siempre me he preguntado, qué tipo de relación puedes tener con alguien que es así, un psicópata y asesino; en algunas pelis se romantiza, pero yo me imagino una más del tipo que se ve en Casino, por ejemplo, o en el Precio del Poder.

    En cualquier caso Hayami tiene las cosas difíciles, desde luego... siempre y cuando haya sido sincera 😮

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