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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo VIII (Final)

 


Gioconda recuperó dolorosamente la conciencia. Se sentó en aquel sucio y viejo suelo, con la cabeza y la herida del hombro latiéndole de dolor. Se llevó una mano a la cabeza y… ¡Ouch! ¡Ahí dolía más! Entonces notó algo húmedo. Bajó la mano, frotando con el pulgar aquel líquido escarlata: sangre. Se había hecho una brecha, pero ¿cómo?

No sin cierto trabajo intentó recordar lo que le había pasado. Ese sitio cayéndose a pedazos, el débil aroma dulzón a jazmín… el olor de Hayami. Y Leo… ¡la había atacado!

La había sujetado por el cuello y había comenzado a apretar. Ella había intentado hablar con él, preguntándole tontamente qué es lo que estaba haciendo. Leonardo, por toda respuesta, se había limitado a apretar más su agarre a la par que se incorporaba, arrastrando a la chica con él. 

Gioco, tras entender que no iba a soltarla había decidido pasar a la acción. Comenzó aporreando con sus puños los brazos de la tortuga, con todas sus fuerzas, pero no funcionó. Había pues pasado a intentar zafarse con un movimiento para contrarrestar el agarre, pero también fue en vano. Por último, ya con desesperación porque empezaba a faltarle el aire, probó a golpearle en las costillas y aunque él pareció que iba a aguantar de nuevo estoicamente sus golpes, gruñó y dio unos pasos hacia atrás, tambaleándose por la resistencia de Gio.

Sin embargo, Leonardo la arrastró haciéndola dar media vuelta y la estampó contra la pared… ahí. Ahí fue cuando todo se volvió negro. Pero ¿durante cuánto tiempo?

- ¡MÁTALO! ¡MÁTALO!

Era la voz de Hayami. Y golpes; alguien estaba peleándose. Todo provenía del piso de abajo.

- Leo – murmuró, mirando el arco de la puerta del dormitorio. Y entonces se espabiló del todo – Yoichi…

Salió corriendo.


En apenas un vistazo desde la escalera vio a ambos enzarzados en un duelo a muerte mientras Hayami, de pie dándole la espalda, observaba la escena con notable diversión. Esa… esa… ¡zorra!

Gioconda apretó los dientes con furia, saltó sobre la barandilla a la par que extraía sus tessen y se lanzó sobre Hayami… para que ésta la esquivara con suma rapidez. Sus ojos amarillos brillaban de malicia.

- Confiaba en que mi esclavo hubiera seguido mis órdenes y me hubiera librado de tí, chiquilla, pero eres persistente – dijo, arrugando la nariz – Francamente empiezas a irritarme.

- Tiendo a causar ese efecto, sí – admitió Gioconda, adoptando una nueva postura de ataque y soplándose el flequillo – Es una de mis cualidades, según Raph: puedo ser como un grano en el culo. Por cierto, tú tampoco te quedas atrás…

Hayami gruñó y se lanzó a por Gioco sorpresivamente, usando sus garras. La chica esquivó por los pelos, encadenando una serie de saltos hacia atrás para alejarse lo máximo posible de ella. Aprovechó para lanzar una mirada de soslayo en dirección a los otros dos guerreros, pero eso casi la cuesta un zarpazo en la pierna. 

Yoichi les había hablado del kitsunetsuki, es decir, la posesión del zorro; en las historias se contaba que los kitsune eran capaces de poseer a sus víctimas. Sin embargo, el joven decía que él tomaba este acto con cautela, puesto que dadas las descripciones que se daban en esos relatos esa posesión no dejaba de ser una explicación o excusa de la época para justificar ciertas enfermedades mentales. Antiguamente la epilepsia, por ejemplo, no se consideraba una enfermedad si no una posesión demoníaca. Tal desconocimiento ocasionaba terribles consecuencias para el pobre desafortunado que la padeciera.

A pesar de ello y visto lo que había sucedido, para Gioconda saltaba a la vista que algo de cierto sí que tenía el kitsunetsuki; puede que no fuera una posesión demoníaca literal pero sí que parecía que el kitsune tenía cierta forma de influir en la voluntad de los demás: la prueba de ello era el comportamiento de Leonardo. Él jamás la habría lastimado. Pero ¿por qué la criatura no se limitaba a hacer lo mismo con ella? Gioconda no tenía respuesta para eso, pero poco importaba.

- “Debo distraerla de nuevo” – pensaba la chica – “Antes funcionó porque casi la obligo a cambiar de forma… quizá ahora pueda ayudar a que disminuya su influencia sobre Leonardo, pero… es rápida, es increíblemente rápida. No sé si podré seguir con este ritmo mucho más tiempo. ¡Vamos Leo! ¡Vuelve en ti!



Yoichi salió expelido hacia atrás debido al empujón, pero no perdió el equilibrio. Alzó nuevamente la katana, que se interpuso ante una de las espadas gemelas de la tortuga; tras rechazarla cambió su orientación y consiguió bloquear el golpe de la otra. Hacía rato que había cejado de insistir en razonar con él: Leonardo-san estaba, lamentablemente, bajo el kitsunetsuki. El joven Nomura no deseaba herirle, pero se quedaba sin opciones. Leonardo tampoco parecía estar en sus mejores condiciones físicas, puesto que su forma de luchar era más indisciplinada y burda que cuando cruzaron espadas en la residencia de su padre. Yoichi se había dado cuenta de esto, pero desconocía la razón; quizá fuera cosa del kitsunetsuki o puede que se debiera simplemente a que la tortuga estaba ya a esas alturas de la noche tan exhausta como él. 

El humano comenzaba a sentirse desesperado: o atacaba abiertamente a Leonardo arriesgándose a herirle de gravedad o podía huir, pues así no llegaría a ningún sitio.  Se había quedado sin más opciones.

Justo se preguntaba si debía intentar retroceder hacia la escalera para subir al piso superior y huir por allí, ya que no quería marcharse sin Gioconda, cuando la mutante hizo acto de presencia y comenzó a luchar contra la kitsune en el otro extremo de la estancia.

Esta irrupción hizo que sus fuerzas se renovaran, diciéndose a sí mismo que debía imponerse a Leonardo-san aunque tuviera que causarle algunas heridas; en ese caso intentaría que fueran mínimas.

Contrarrestó el último ataque del mutante adolescente y elevó la pierna de tal modo que asestó a la tortuga un puntapié en su mano izquierda, saltándole una de las espadas. Giró sobre sí mismo, proyectó de nuevo la pierna y le alcanzó en pleno mentón. Su contrincante retrocedió dando con el caparazón en una columna y Yoichi intentó clavarle a la misma por el hombro derecho para que quedara inmovilizado. Sin embargo, Leonardo se apartó y su katana se clavó en cambio en la viga de madera, quedándose ahí atascada. ¡Maldición!

Nomura tiró con todas sus fuerzas, pero el arma apenas se movió unos centímetros cuando Leonardo se le volvió a echar encima con la única espada que le quedaba y el joven se vio obligado a apartarse de la columna. Desarmado, tenía pocas opciones, pero un samurái solía tener muchos trucos bajo la manga. Se despojó de su obi, enrollándolo en parte alrededor de su brazo para acortarlo y esperó al siguiente ataque de la tortuga. Cuando Leonardo atacó Yoichi esquivó el golpe y envolvió las muñecas de Leonardo con su cinturón, tirando lo suficiente como para impedir que siguiera en su ataque.

Yoichi iba a iniciar un forcejeo cuando de pronto vio algo inaudito: la tortuga le había guiñado un ojo. Se quedó clavado en el sitio, aún aferrando la muñeca de Leo, mirándole de hito en hito.

- Buen movimiento – murmuró la tortuga, apenas abriendo su boca.

- ¿L-Leonardo-san? 

- La perla – dijo Leo y señaló con la cabeza a Hayami – Eso es lo que buscas. El Hoshi-no-tama, su colgante.

Yoichi dirigió su mirada hacia Hayami quien, en ese momento intentaba golpear con sus colas a Gioconda. Vio la perla, unida a la bonita cadena dorada, botando en su cuello: ahora que lo pensaba, jamás había visto a Hayami sin su colgante. Miró de nuevo a Leonardo, sorprendido y sintiéndose, por qué no, molesto.

- Te pido disculpas – se excusó Leo, entendiendo su expresión. Agarró el obi, soltándolo con sutileza – Por eso Gio sigue viva: he estado resistiéndome todo lo posible a su influencia – Así que eso era, entendió Yoichi: Leonardo no estaba bajo la influencia de la kitsune, de ahí que no hubiera estado luchando tan en serio– Pero es tan fuerte que aún la siento, en mi cabeza, a pesar de estar distraída. Si vamos a hacer algo, tiene que ser ya – agregó, viendo que Hayami había conseguido desembarazarse finalmente de Gioco, lanzándola por los aires contra la escalera.

- Es mía – susurró Yoichi, quedamente.

Leonardo asintió y le tendió su espada, pues no tenían tiempo de andar tomando la katana. Y a la par que el joven Nomura se lanzaba en pos de su enemiga la tortuga se mantenía en la retaguardia.



Ella le vio venir en el último instante. Había estado tan concentrada en derribar a aquella cachorrita persistente que no se dio cuenta del engaño del que había sido víctima.  La kitsune que se hacía llamar Hayami estaba de pie, a punto de pisotear sin piedad a la niña mutante, cuando percibió un peligro aproximándose a ella. Apenas tuvo tiempo de apartarse cuando notó un filo rasgándole dolorosamente la carne de su clavícula.

La kitsune aulló apartándose, golpeando y mordiendo casi a ciegas por la furia y el dolor; estas sensaciones provocaron que tomara la decisión de cambiar finalmente de forma. Se revolvió y se encaró a Yoichi quien la encaraba con una de las espadas de Leonardo en las manos, manchada de sangre… su sangre.

No sin cierta alarma Hayami entendió que Yoichi había descubierto su Hoshi no tama y había intentado arrebatárselo. Por suerte para ella, no lo había conseguido: como ahora poseía una forma completamente vulpina la esfera de poder colgaba de la punta de su cola central.

- Me has dado – dijo mentalmente, haciendo oscilar la esfera reluciente con el movimiento de sus colas– Toda una hazaña, te lo reconozco, aunque necesitarás mucho más que eso para obligarme a marchar. Y créeme, lo tienes difícil: me había limitado a jugar contigo pero ahora que por fin me ves tal como soy, no tendrás ninguna posibilidad. Te mataré, luego a tu padre y por último, a esa hermana tuya…

Yoichi apretó los dientes, furioso, pero no hizo ni un solo movimiento porque mientras hablaba la kitsune la esfera había comenzado a brillar más y más. Del hocico abierto de Hayami surgió un rayo de luz que el joven esquivó, rodando por el suelo a un par de metros más cerca del zorro. Hizo una pequeña carrera y de un salto intentó alcanzar una de las colas del zorro, pero falló su golpe. Hayami se volvió, golpeando con las colas, alcanzando a Yoichi y derribándole en el suelo; acto seguido saltó y quedó suspendida en el aire, el Hoshi no tama ondulando con los movimientos de su cola.

- Persistente pero inútil – se burló el zorro – Y dices llamarte samurái. Por mucho que lo odie he de reconocer que ni siquiera llegas a Tanjiro a la suela de los zapatos, por muy vil y traicionero que pudiera ser.

- ¡Silencio! – espetó Yoichi, incorporándose con trabajo y alzando de nuevo la espada de Leo - ¡Un ser como tú no tiene derecho a tachar de vilezas y traición!

Los ojos del kitsune relucieron.

- No tienes ni idea. Tengo todo el derecho del mundo a hablar de ese… ese despreciable hombre sin corazón.

- ¿De qué estás hablando? ¿De tu expulsión de la aldea a punta de espada? ¡Tus maldades debían tocar a su fin!

- ¡Necio, yo no era aquel kitsune!

Yoichi jadeó, sorprendido, pues no había esperado semejante réplica. El zorro bajó sus orejas y por una vez pareció completamente abatido.

- No era más que un cachorro, hambriento y miedoso – susurró el zorro – Solía esconderse para espiar a los humanos, fascinado y curioso por todas aquellas cosas que solían hacer durante el día. Por ello gustaba de adoptar el aspecto de uno de ellos para observarles más de cerca, provocando que a su madre le diera en más de una ocasión un gran susto cuando llegaba y no lo encontraba. Le advirtió que no se acercara a ellos, que no debía dejarse ver… pero él lo hizo. Eso atrajo a Tanjiro a la guarida; a él le daba lo mismo que fuera un cachorro o no… no sintió ninguna piedad cuando arrebató su vida - Una lágrima surgió de uno de los ojos de la kitsune, que resbaló hasta caer al suelo. Cuando alzó la cabeza lo hizo con las fauces abiertas, mostrando una hilera de dientes puntiagudos - ¡Era mi pequeño! ¡Mi único hijo! Él lo mató… lo mató y yo no estaba allí para protegerlo… fue a buscarle, a Tanjiro, porque necesitaba verle con mis propios ojos. Él nunca fue mi objetivo: sólo quería ver al asesino de mi hijo. Por eso juré que, un día cuando terminara mi luto y me fortaleciera, volvería y acabaría con su descendencia. Sólo una vez que la haya cumplido, mi hijo podrá descansar en paz…

Yoichi había aprovechado el descuido del kitsune para irse aproximando, despacio, paso a paso, con el único objetivo en mente de atrapar la esfera de poder. La historia revelada por Hayami le había conmovido ligeramente pero no podía permitir que ella le matara a él y a su padre: no podía hacerlo, independientemente de sus motivaciones. 

Estaba muy cerca y justo cuando creía que podría conseguirlo la kitsune le atacó. Cerró sus fauces en el brazo que portaba la espada de Leo que él soltó dando un alarido de dolor. El zorro se elevó en el aire arrastrando al hombre con él, al cual zarandeó y lanzó de cabeza contra la columna donde había quedado clavada su katana. Yoichi resbaló por la misma hasta dar con el suelo, semi inconsciente.

- ¡No me detendré hasta que el último de los descendientes de Nomura Tanjiro esté muerto! – bramó, con un ladrido agudo – Es hora de poner fin a todo esto, cachorro. ¡Daré la paz al espíritu de mi hijo que por fin podrá descansar en…! ¿Qué?

Visto y no visto. Hayami no había detectado a Leonardo tan ocupada estaba en terminar con Yoichi de una vez por todas. Pero sí notó el tirón, el corte, que separó la esfera de la punta de su cola central… y cuando quiso mirar vio a la tortuga de pie, con la esfera en una mano y un tantõ en la otra. Echó las orejas hacia atrás y mostró los dientes pero no le atacó.

- Tú… creía que…

- ¿Me controlabas? – preguntó Leo – Lo hiciste, Hayami, pero ya no. Como te dije, no soy un asesino, pero tienes razón en una cosa y es que es la hora de poner fin a esto, de una vez por todas…

El zorro descendió lentamente hasta posar sus patas en el suelo de madera, encogiendo sus colas y manteniendo las orejas gachas. La luz que emitía el Hoshi no tama se iba debilitando.

- Tortuga… Leonardo-san – dijo en un tono de voz calmado y suave – Eso que sostienes es parte de mi alma: si la alejas de mi… moriré.

- Quiero devolvértela, Hayami, o como quiera que te llames. Pero sólo si me prometes que dejarás vivir a la familia Nomura y esto implica que liberes a Tetsuo de tu influjo.

Ella gruñó.

- ¿Acaso no has escuchado lo que he contado hace un momento? Lo único que deseo es…

- Vengar la muerte de tu hijo. Sí, lo he escuchado. Estoy más familiarizado con la venganza de lo que puedas imaginar; si algo he aprendido es que la misma no soluciona nada. Tomar la vida de Yoichi y de Tatsuo no te devolverá a tu hijo perdido.

El kitsune se deshizo en gemidos y gañidos, temblando en el suelo, intentando aproximarse a Leonardo adelanto una pata y luego otra.

- Por favor – rogó – Devuélvemela.

- Si haces lo que te pido: sé que en este punto se hace un trato.. Yo te devuelvo tu Hoshi no tama, tu esfera de estrellas, y tú me concedes aquello que deseo, que es que olvides tu venganza, aceptes la muerte de tu hijo y permitas vivir a los Nomura.

Más gemidos. Sollozos.

- Eso es… injusto…

- La muerte de tu hijo fue injusta, pero él murió debido a tus acciones para con la aldea. Pagó por tus pecados, de modo que la única responsable de su muerte fuiste tú. Hubiera podido suceder en cualquier momento, en cualquier lugar, pero fue en aquel instante. Siento tu pérdida de todo corazón, pero matar a otros no es la solución. Lo hecho, hecho está y no puede deshacerse: eso es algo que he terminado aprendiendo y entendiendo. ¿Podrás hacerlo tú? Si no es así, sacrifícate por él: da tu vida con honor, para reparar tu error. Aquél por el que tu hijo pagó con su vida.

El zorro miró a Leonardo a los ojos, tendido como estaba con la panza sobre el suelo. Ambos se sostuvieron la mirada durante largos segundos. La esfera apenas emitía una tenue luz blanquecina, mortecina, preludio de lo que podía estar a punto de pasar en cualquier momento.

Pero entonces la kitsune habló.

- Tienes mi palabra – cedió, agachando la cabeza, derrotada – No dañaré ni ahora ni nunca a la familia Nomura, pero no pienso concederles mi perdón. Una madre no puede olvidar semejante dolor, pero te concedo tu deseo. Ahora, devuélvemela.

Leonardo accedió y lanzó el Hoshi no tama a su dueña, que lo recuperó tomándolo en su boca. Al instante la luz resplandeció con energías renovadas y la kitsune se alzó en el aire de nuevo, vigorizada.

Se dio la vuelta, agitando las colas y lanzando de nuevo la esfera, cuyo brillo iba en aumento, para colocarla en la punta de su cola central. Se disponía a marcharse, pero antes de hacerlo se volvió a Leonardo.

- No olvidaré esta noche tortuga – le dijo mientras el brillo de la esfera se hacía más y más fuerte hasta el punto que Leonardo se vio obligado a interponer su mano para no quedarse ciego– Te di mi palabra y como tal debo cumplirla, pero también te digo que es muy posible que nos volvamos a ver… y te aseguro que no será en términos amistosos.

Dicho esto, se desvaneció con un último destello, desapareciendo de la vista y sumiendo la casa abandonada en las tinieblas.

Una vez la kitsune que había adoptado la forma de una mujer llamada Hayami había desaparecido Leonardo bajó la cabeza. Cerca de él Yoichi Nomura se incorporaba lentamente y Gioconda, quien había permanecido por orden de Leo al margen desde que fuera derribada por la criatura, se aproximó a él.

- ¿Ya está? – preguntó, mirando a su hermano primero y luego a Yoichi - ¿Lo hemos conseguido?

Ninguno de los dos respondió pero en ese momento se escuchó un bip-bip que provenía de algún lugar del cuerpo del joven humano. Éste, que no lucía el mejor aspecto tras la pelea, con su moño medio deshecho, la sangre manchando un lado de su cara y manchando la manga de su kimono y cubierto de polvo blanquecino, se llevó la mano a uno de los pliegues y extrajo un teléfono móvil.

- Hai , Nomura Yoichi* – dijo y quedó a la escucha. Su rostro, normalmente serio, ¿demudó en una expresión de sorpresa – Honkidesu ka?**  – nueva pausa – Ima okonatteru!***  - Y colgó. Cuando alzó la vista vio a los dos mutantes mirándole, expectantes – Mi padre… acaba de despertarse y ha preguntado por mi… e-está bien. Lo hemos conseguido.

Leo y Gio suspiraron de alivio. Yoichi, a pesar de que no lo exteriorizaba, se sentía realmente entusiasmado. Se moría de ganas de volver al lado de su padre pero quería ir por orden. Sorprendió a los dos adolescentes mutantes cuando casi se arrojó al suelo, poniéndose de rodillas, las manos extendidas sobre el suelo y el rostro hacia abajo.

- Dõmo arigatõ  – dijo – E-estoy en deuda con vosotros, mutantes. Sin vuestra ayuda, jamás lo habría conseguido. Yo… por favor, decidme qué puedo hacer por vosotros para compensaros vuestros esfuerzos.

Gioconda se había quedado completamente estupefacta ante la efusividad de semejante agradecimiento.

 Observó a Yoichi con sus grandes ojos castaños y después a Leonardo, quien permanecía de pie al lado de ella.

- No es necesario que – empezó Leo, pero se interrumpió. Lo consideró mejor y continuó – Ponte en pie, Nomura Yoichi, hijo de Nomura Tetsuo – el interpelado obedeció – Acepto de buen grado tu agradecimiento, pero por ahora no se me ocurre en qué forma puedes ayudarnos.

- La kitsune – dijo Yoichi – Escuché lo que te dijo antes de marcharse. Lo ha vuelto a hacer: cumple su promesa pero a la vez lanza una amenaza… sabes que te buscará ¿verdad? – Leo asintió ligeramente con la cabeza – Cuando suceda, por favor, ponte en contacto conmigo y te ayudaré, tal como esta noche has hecho conmigo. Solamente debes mandar un mensaje a mi padre o a la persona que esté al frente de la Nomura Corporation por entonces; ellos me avisarán. Dime que lo harás.

- Lo haré sin dudar, te doy mi palabra.

Ambos se estrecharon las manos. Entonces Yoichi volvió el rostro hacia una de las ventanas, por las que se llegaba a ver parte del cielo nocturno entre los edificios de la ciudad: el alba comenzaba a despuntar. El joven Nomura sonrió con cierto aire ausente.

- Y así comienza un nuevo día – murmuró y se retiró para recuperar su katana. En el suelo, cerca, vio una de las ninjatos de Leonardo, que devolvió a su dueño. Una vez hecho esto se encaminó hacia la salida pero antes de marcharse, se dio la vuelta una última vez e hizo una nueva reverencia
.
- Ha sido para mi un honor conoceros, Leonardo-san… Gioconda-san. Espero que cuando nos volvamos a encontrar sea en un momento menos aciago que el que hemos vivido.

Dicho esto, atravesó la puerta y desapareció.



Una vez Yoichi se hubo marchado, Gioconda se llevó las manos a la zona lumbar y se estiró hacia atrás.

- ¡Uf! Ha sido una noche intensita – dijo y su espalda quiso confirmarlo con un sonoro crujido – Estoy molida. ¿Podemos irnos ya a casa? Leo… ¿Estás bien? – preguntó, poniéndole una mano en el hombro.
Leonardo parecía preocupado, como si estuviera disgustado por algo.

- Sí, ha sido una noche dura – respondió y viendo la expresión de la chica, forzó una sonrisa – Estoy bien, sólo un poco cansado…

- No es sólo eso y lo sabes. ¿Acaso es por la amenaza de la kitsune? No debes preocuparte; la hemos vencido una vez, podremos vencerla una segunda.

- Lo sé… pero no… no es eso lo que me ronda en la cabeza…

- Mm… oye, si es por lo que ha pasado arriba, no te preocupes, sé que no eras tú mismo.

- No, no lo era. Ella quería que te matara…

- Pero no lo hiciste.

- Podría haberlo hecho.

- Pero no lo hiciste – insistió ella – Le plantaste cara, demostraste que eres más fuerte que ella. Por eso sólo me dejaste inconsciente… si te soy sincera, prefiero este chichón que lo otro. Y no te guardo ningún rencor ¿vale?

- Es bueno saberlo pero, y no te enfades, en realidad no era eso exactamente – se interrumpió y como vio que ella aguardaba, decidió seguir – No he sido siquiera sincero conmigo mismo. Quiero decir, ella había perdido a su hijo... acaso… ¿qué diferencia hay entre sus motivos y los del maestro Splinter? No deja de ser la misma historia. ¿Acaso soy un hipócrita por haber impedido que Hayami obrara su venganza?

Gioconda guardó silencio, entendiendo su dilema; para ella también había sido un tanto fuerte haber descubierto el auténtico motivo por el que Hayami quería dañar a los Nomura. Su historia era muy triste, pero eso no justificaba sus ansias de querer matar… ¿o quizá sí, puesto que el maestro Splinter se la tenía igualmente jurada a Shredder porque éste asesinó, a su vez, a su querido maestro Hamato Yoshi? ¿Era lícito que ellos lucharan por cobrar esa venganza y Hayami no? 

- Yo… no lo sé, Leo – admitió de mala gana – Creo que hay sutiles diferencias entre vuestro caso y el de los Nomura, a pesar de que digas que es lo mismo, pero de todas formas yo no soy la más apropiada para darte una respuesta. Aunque – añadió, viendo el gesto de contrariedad de la tortuga – si quieres saber mi opinión, tampoco creo que matar sea la venganza sea la mejor respuesta para ello pues a menudo la volcaremos sobre personas inocentes, como nosotros… o como el propio Tetsuo. Porque aunque su antepasado mató al hijo de Hayami no fue él personalmente quien lo hizo. ¡Ni siquiera había nacido! Es decir ¿debe pagar él por el crimen de su tatatatarabuelo? Yo creo que no… yo misma he aprendido que la venganza es sólo es un fuego que consume tu alma hasta extinguirla del todo – hizo una pausa y le miró a los ojos – Pero eso es, repito, lo que yo creo. Si tanto te carcome la conciencia, deberías hablar con el maestro Splinter sobre ello…  venga. Volvamos a casa; lo único que quiero ahora mismo es abrazar a mi almohada…

Leonardo torció el gesto, fijándose en el alba que despuntaba. 

- Creo que a lo único que llegaremos a abrazar según lleguemos será la clase del sensei.

No pudo evitar echarse a reír tras ver la expresión de horror de la muchacha.



Así abandonaron Chinatown, dejando tras de sí una parte de su inocencia así como al solitario zorro de cinco colas que, oculto entre los árboles cercanos, espiaba su marcha, con una promesa de venganza ardiéndole en el corazón; algún día la kitsune regresaría para saldar sus cuentas pendientes… desde luego que lo haría.


FIN









* ¿Sí? o ¿Dígame?, respuesta formal a la hora de atender el teléfono.


** ¿Estás seguro?


*** Voy para allá. 

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo VII

 


Hayami contemplaba con el rostro desencajado por la furia a la joven mutante. Debido a que había tenido que volverse para encararla y esquivar su ataque había tenido que soltar a Leonardo, liberándole de su influjo.

- ¿Cómo te atreves? – preguntó Hayami en tono amenazador y miró a Leonardo – ¡Creía que habías dicho que te habías desecho de ella!

Él no respondió, pareciendo demasiado aturdido o debilitado como para reaccionar. Gioconda observó a su hermano.

- ¿Qué es lo que le has hecho, cabrona? – exclamó con los puños apretados.

La mujer sonrió.

- Nada que él no quisiera.

Esa respuesta enfureció a Gioconda, que fulminó a la mujer con la mirada desde su posición, dividida entre atacarla o aproximarse a Leo.



Mientras tanto Hayami dio unos pasos a un lado para situarse enfrente de la mutante, repasándola con la mirada de arriba a abajo, despacio. En su momento había sentido desconfianza hacia ella, si bien parecía habérsela ganado tras contar su historia, por lo que había recibido como buena noticia su supuesta marcha. Pero ahora estaba allí y conocía su pequeño secreto, sin duda lo habría averiguado en la casa de Nomura.

De modo que de nada valía seguir fingiendo. Quizá si hubiera olido antes su aroma podría haber evitado exponerse tan pronto, pero había bajado la guardia, tal como solía hacer cuando comenzaba a alimentarse, aunque apenas había tenido oportunidad de saborear la energía vital de la tortuga a través de sus manos: si hubiera llegado a besarle… no sólo hubiera podido comer más, sino que además le habría esclavizado por completo. 

En cualquier caso, debido al ataque sorpresivo de aquella chiquilla y al esfuerzo empleado en esquivarlo, no había logrado mantener su disfraz de modo que su aspecto físico había cambiado. En fin, tampoco es que importara mucho. 

De su cabello ahora surgían dos orejas puntiagudas, la izquierda mellada, y sus ojos castaños habían pasado a ser amarillos. Por no hablar que, detrás de ella, se alzaban nada menos que cinco colas de pelaje anaranjado con la punta castaña: las colas de un zorro. Sus labios rojos se curvaron en una sonrisa que hubiera podido resultar encantadora de no ser por el brillo peligroso de aquellos ojos ambarinos y esos colmillos pronunciados.

- Bien, jovencita. Ahora que lo sabes dime ¿qué piensas hacer? – preguntó, estirando los brazos a ambos lados de su cuerpo. Sus uñas crecieron varios centímetros - ¿Crees que tienes alguna posibilidad de luchar contra alguien como yo y ganar? 

- ¡La tenemos, kitsune! – exclamó una voz masculina y un hombre vestido de oscuro apareció detrás de la mutante, haciendo que Hayami se tensara de la sorpresa. Un gruñido gutural se alzó de su garganta.

- ¡Nomura Yoichi! – exclamó con odio.


El susodicho se llevó una mano a su obi, del cual colgaba su katana enfundada. Se había preparado para la ocasión recogiéndose el cabello al estilo chonmage* y vistiéndose con un kamishimo** en tonos azules. En la parte del kataginu podía verse el escudo familiar que se remontaba a los tiempos de su antepasado Tanjiro. Extrajo el arma empuñándola con ambas manos y apuntándola hacia Hayami.

- ¿Reconoces esta espada, kitsune? – preguntó Yoichi – Ya probaste su filo una vez hace trescientos años por mano de mi antepasado, Miyamoto Tanjiro, cuando te expulsó en dos ocasiones de los pueblos de los hombres a los que intentaste causar un gran mal. ¿Acaso deseas recordar su contacto?

Hayami gruñó y meneó su oreja mellada, vestigio de aquel enfrentamiento al que aquel descarado joven se refería; él, quien había impedido que ella culminara su venganza entrometiéndose en sus asuntos.

Cuando habló lo hizo con la voz cargada de rabia.

- ¡Vosotros, los humanos, sois unos hipócritas! – gruñó ella – Os creéis mejores que el resto de razas que pueblan esta tierra y las extermináis con la excusa de que os “causan un gran mal” cuando lo único que intentan es sobrevivir.

- ¡Tus actos no son de supervivencia si no de pura maldad! – contestó Yoichi, a voz en cuello - ¡Tú y todos los yõkai buscáis provocar el mayor daño posible sólo por pura diversión y maldad!

Ella enseñó los dientes y adoptó una expresión socarrona.

- A pesar de ser joven te crees muy listo, cachorrito. Estás convencido de que conoces y entiendes el funcionamiento del universo, pero en realidad no tienes ni idea – chasqueó la lengua - Resulta patético. 

- Basta de charla – la cortó Yoichi – Ya sabes qué es lo que he venido a buscar. Y te advierto que no me iré de aquí hasta conseguirlo…

Avanzó hacia Hayami y ésta, a pesar de su sonrisa despectiva, retrocedió un par de pasos, agitando sus colas tras de sí. 

Gioconda los miraba casi como hipnotizada. Para ella había resultado casi un shock que, al llegar con Yoichi momentos después que Leonardo, se encontraran con una casa sucia, ruinosa y abandonada, y el que había sido el dormitorio de Hayami no era una excepción. Llegó a dudar seriamente de no haberse confundido pero Yoichi le había contado que los kitsune eran propensos a encontrar refugio en casas abandonadas y que podían crear visiones muy elaboradas para engañar a sus víctimas. Sin duda, aunque increíblemente, la hermosa casa que viera la primera vez había sido tan sólo un espejismo. Uno más de sus muchos trucos.

- Ayuda a tu hermano – dijo el joven a la muchacha sin apartar la vista de Hayami – Aunque no esté del todo transformada sigue siendo muy peligrosa – entonces alzó la voz – Te daré una última oportunidad, kitsune. Libera a mi padre de tu influencia y déjanos en paz, olvida esa venganza que lleva siglos reconcomiéndote, y te doy mi palabra de honor que te dejaré marchar con vida.

Hayumi emitió un gañido que, en realidad, era una risa despectiva.

- ¿Palabra de honor? – preguntó con tanta indignación que casi escupía las palabras. La perla que portaba en su cuello parecía brillar con luz propia en ese momento - ¡No me vengas con esas, samurái! ¿Acaso crees que no tuve palabras huecas suficientes por parte de tu antepasado? 

- Es mi única oferta: acéptala o muere.

- ¡Vosotros los samurái aparentáis ser hombres sabios, honorables y valientes! Mostráis una apariencia impecable, como el de la manzana más lustrosa del árbol.  Pero cuando alguien os toma y mira en vuestro interior lo único que encuentra son gusanos…

- No lo repetiré de nuevo – insistió Yoichi, concentrado en no perder su objetivo de vista - Libera a mi padre y vive; niégate y muere.

Por toda respuesta recibió una sarta de palabras en japonés pronunciadas con tanto énfasis y odio que sólo podían ser insultos.

Yoichi guardó silencio un par de segundos antes de volver a hablar.

- Si es esa tu respuesta, sea así pues. 

Sin más preámbulos el hombre aguerrido cargó contra ella. A pesar de lo rápido de su ataque la mujer se apartó con una velocidad pasmosa de la trayectoria de la katana, pasando a estar a la espalda del hombre. Pero en lugar de atacarle corrió hacia la salida. Intentaba escapar.



Mientras Yoichi salía en pos de Hayami Gioconda ya había llegado hasta Leonardo, que seguía tendido en el suelo sin apenas moverse, pareciendo dormido o inconsciente.

- Leo… ¡Leo! ¿Puedes oírme? – le llamó, poniéndole una mano sobre la mejilla mientras que con la otra le sacudía el hombro con suavidad – ¡Contesta, por favor! ¿Te encuentras bien? ¡Leo!

- S-sí… creo que sí – respondió entreabriendo los ojos e hizo amago de incorporarse.

Gioconda le ayudó, despacio.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó al cabo de un momento, frotándose la cabeza con una de sus manos. Gioconda le aferraba la otra con sus dos manos - ¿No ha salido bien el plan?

- Más o menos, pero esa mala pécora te hubiera dejado seco de no haberme impacientado.

El plan que habían ideado con Yoichi para aproximarse a la kitsune había sido bastante sencillo: como Leonardo, dado su sexo masculino, era más vulnerable a su influencia ella se fiaría más de él que de Gioconda. Es más, probablemente Hayami sintiera cierto reparo en la presencia de la mutante, pues no contaba con que su magia la afectara de igual modo; si se sentían amenazados los kitsune podían ser bastante impredecibles, de modo que era mejor que ella se quitara de en medio. Una vez de regreso a su guarida Leonardo debía distraerla lo suficiente como para permitir a Yoichi acceder al lugar guiado por Gioconda, que conocía el terreno; el hombre les había advertido de que era muy probable que la kitsune quisiera alimentarse de Leonardo para asegurarse que estaba completamente a su merced, cosa que si no sucedía, la tortuga debería forzar la situación. Con esa maniobra Hayami muy probablemente mostrara su auténtica forma de modo que Leonardo sería capaz de dar con el Hoshi no tama. 

...

- Es arriesgado – les había advertido Yoichi – Incluso puede que ella ya no te considere útil y decida terminar contigo en ese mismo momento. Y no lo hará despacio como con mi padre, por lo que es posible que no haya mucho tiempo de reacción.

Gioconda había mirado preocupada a Leonardo pero éste parecía totalmente imperturbable, algo que tampoco era extraño. La tortuga raramente dejaba que sus emociones afloraran a la superficie, sobre todo en sus misiones o durante el combate.

- Estoy dispuesto a correr ese riesgo si con ello conseguimos dar con el Hoshi no tama – aseguró tras guardar unos segundos de silencio tras el aviso de Yoichi – No creo que Hayami esté dispuesta a colaborar por las buenas de modo que esa esfera será la única opción que tendremos para salvar a tu padre. De modo que, por mí, adelante.

Yoichi cerró los ojos e inclinó ligeramente la cabeza ante sus palabras. Entonces volvió a hablar.

- Convendría que fueras tú quien nos diera la señal de cuándo atacar, y más si te ves en peligro. Debe ser algo sencillo, como un sonido o una única palabra, pero que Hayami no conozca y que por tanto no la permita alarmarse. 

Leonardo lo meditó unos instantes. Entonces miró a Gioconda y sonrió. Ella le devolvió la mirada enarcando una ceja.

- ¿Qué te resulta tan gracioso?

- La palabra que he escogido.

- ¿Y bien?

- ¿No la adivinas?

Ella frunció el ceño mientras que la sonrisa de Leo se amplió.

- ¿Se te ocurre algo mejor que el grito de Mikey?

Ella abrió los ojos como platos y, entonces sí, sonrió.

- No estarás pensando en exclamar ESO ¿verdad? 

- ¿Por qué no? – preguntó él, encogiéndose de hombros – La desconcertará porque no lo esperará. Tampoco lo entenderá; es perfecto. No se me ocurre un grito de batalla mejor que ése, la verdad.

- ¡Madre mía, Leo! Que Raph no se entere de esto ¿quieres? ¡O le dará un ataque!

Dicho esto, Gioconda se desternilló de risa y Leonardo se le unió. Yoichi les miró de hito en hito, primero a uno y luego a la otra, sin entender qué era tan gracioso. 

- Disculpad, pero se trata de desconcertar a la kitsune y no a vuestro aliado – repuso, pero primera vez en toda la noche consiguieron que el hombre sonriese.

- En realidad es una tontería – había respondido Leonardo, risueño, instantes después – Sólo una bromita entre hermanos…

...

- No la dijiste – le reprochó Gioconda – La palabra mágica. Y por eso nosotros estábamos esperando como un par de pasmarotes, sin decidirnos si era buen momento para aparecer o arruinaríamos el plan. Menos mal que soy una impaciente y me dio por fisgonear antes de tiempo...

- Lo siento – se disculpó él – Pero Gio ¡ya sé dónde esconde Hayami el Hoshi no tama! Se trata de...

Entonces se escuchó un aullido; Leonardo se llevó las manos a la cabeza, cerrando los ojos con fuerza y gritó como si algo le doliera. 

- ¡LEO! ¿Qué te ocurre? – exclamó alarmada, intentando comprender lo que le sucedía - ¡Dime algo!

Pero tan súbitamente como había venido el malestar desapareció y Leonardo quedó tranquilo, pero contemplando la pared de enfrente, con la mirada perdida.

Y antes de que Gioconda pudiera decir nada más él la agarró por el cuello.



Yoichi había alcanzado a la kitsune en la planta inferior de la casa abandonada que la criatura usaba como escondite. Ella se había vuelto para atacarle con sus garras de tal modo que el joven tuvo que hacer alarde de una gran agilidad para bloquear su embestida con la hoja de la katana, que restalló con un retintineo.

Aprovechando su guardia Yoichi ejecutó un movimiento de contraataque, trazando un arco con la katana de izquierda a derecha y de arriba abajo, pero sólo alcanzó el aire, pues su enemiga había vuelto a evadir su ataque. Aún así él continuó concatenando varios movimientos de tal modo que consiguió cortar un mechón de su cabello.

Ella se apartó mientras él alzaba de nuevo la katana, preparado para seguir la lucha. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ella le había arañado en el brazo izquierdo, pues notó la sangre tibia empapándole la manga.

- Demasiado lento, cachorrito – dijo Hayami, relamiéndose los labios – Juegas a los guerreros pero apenas eres una sombra temblorosa en comparación con tu antepasado, aunque eres tan arrogante como él… igualito que tu padre.

Yoichi apretó los dientes furioso y volvió a cargar contra ella con un poderoso grito de batalla. Sin embargo Hayami se apartó y le azotó con sus colas, haciendo que saliera despedido contra la pared de madera que tenía justo delante; ésta, toda rota y medio podrida, cedió ante el embate del joven, que la atravesó en medio de una nube de polvo.

Ella se rió.

- ¡Y he ahí el ímpetu del guerrero del que tan orgullosos estáis! – se burló – Ahora dime, ¿qué tal se siente por morder el polvo por una vez?

Yoichi se alzó tambaleándose y tosiendo, pero sujetando firmemente la katana. Hayami aprovechó su vulnerabilidad para lanzarse hacia él, con las manos de largas uñas alzadas y mostrando sus colmillos pero el hombre, quien en realidad estaba más espabilado de lo que aparentaba, se las apañó para apartarse y propinarle un rodillazo en la cadera. Ella gruñó e intentó retirarse pero esta vez él consiguió cortarle en un brazo con su arma.

Hayami retrocedió, aferrándose con cara de espanto el brazo y entonces alzó la cabeza y aulló. Acto seguido miró a Yoichi quien pugnaba por recuperar el aliento, aún tosiendo por el polvo que le cubría tras haber atravesado la pared. Se había hecho una brecha en la sien y la sangre le resbalaba hasta la mejilla.

Entonces se oyeron una serie de ruidos sordos en el piso de arriba, seguidos por un contundente golpe. Luego pasos que corrían. Yoichi alzó la mirada, en dirección a la escalera, desde la que vio en su dirección una pequeña figura.

Leonardo aterrizó justo al lado de Hayami con las piernas flexionadas pero cuando se alzó portaba sus dos espadas gemelas apuntándolas en dirección al hombre… con una expresión hostil en su rostro de reptil.

- Equilibremos un poco la balanza, si me lo permites – susurró la kitsune, retrocediendo y colocándose por detrás de Leonardo. Inclinándose, agregó al oído de la tortuga – Mátale.



Yoichi contempló con cierta duda a la tortuga, que frunció aún más el ceño tras recibir aquella orden. ¡Maldición! ¡No había previsto que Leonardo estuviera tan influenciado por el poder de Hayami! Retrocedió un paso, intentando ganar tiempo, a la par que se preguntaba qué habría pasado con la otra mutante.

- Bushi – dijo, intentando hacerle volver en sí – Tú no quieres hacer esto. Baja las armas, no me obligues hacerte daño.

- No puedo hacer eso, bushi – respondió Leonardo, cargando el título con cierto desprecio – Porque quieres lastimar a Hayami-san y no puedo permitirlo…

- ¡No soy tu enemigo, Leonardo-san si no ella! – exclamó Yoichi, apurado, pues estaba muy cerca de dar con la espalda en la pared de detrás – ¡Recuerda lo que hablamos! Debes luchar, ¡resiste a su influencia!

Leonardo se detuvo, cerrando los ojos y apretando los dientes, pero fue sólo algo momentáneo, porque por detrás él Hayami sonreía.

- No le escuches, querido Leonardo-san – susurró con dulzura – Sólo debes atenderme a mi: mátalo y compláceme.

Como si sus palabras fueran el combustible necesario Leonardo se activó de súbito y se abalanzó contra Yoichi, con ambas espadas por delante.







* Chonmage - peinado asociado al período Edo y a los samurái, aunque en la actualidad se asocia más a los luchadores de sumo. El cabello se lleva liso y recogido en un moño relajado.


** Kamishimo - vestimenta más formal de los samurái, compuesta por la el hakama (pantalón largo con pliegues) y el kataginu  (chaleco con hombreras ostentosas.