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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo VII

 


Hayami contemplaba con el rostro desencajado por la furia a la joven mutante. Debido a que había tenido que volverse para encararla y esquivar su ataque había tenido que soltar a Leonardo, liberándole de su influjo.

- ¿Cómo te atreves? – preguntó Hayami en tono amenazador y miró a Leonardo – ¡Creía que habías dicho que te habías desecho de ella!

Él no respondió, pareciendo demasiado aturdido o debilitado como para reaccionar. Gioconda observó a su hermano.

- ¿Qué es lo que le has hecho, cabrona? – exclamó con los puños apretados.

La mujer sonrió.

- Nada que él no quisiera.

Esa respuesta enfureció a Gioconda, que fulminó a la mujer con la mirada desde su posición, dividida entre atacarla o aproximarse a Leo.



Mientras tanto Hayami dio unos pasos a un lado para situarse enfrente de la mutante, repasándola con la mirada de arriba a abajo, despacio. En su momento había sentido desconfianza hacia ella, si bien parecía habérsela ganado tras contar su historia, por lo que había recibido como buena noticia su supuesta marcha. Pero ahora estaba allí y conocía su pequeño secreto, sin duda lo habría averiguado en la casa de Nomura.

De modo que de nada valía seguir fingiendo. Quizá si hubiera olido antes su aroma podría haber evitado exponerse tan pronto, pero había bajado la guardia, tal como solía hacer cuando comenzaba a alimentarse, aunque apenas había tenido oportunidad de saborear la energía vital de la tortuga a través de sus manos: si hubiera llegado a besarle… no sólo hubiera podido comer más, sino que además le habría esclavizado por completo. 

En cualquier caso, debido al ataque sorpresivo de aquella chiquilla y al esfuerzo empleado en esquivarlo, no había logrado mantener su disfraz de modo que su aspecto físico había cambiado. En fin, tampoco es que importara mucho. 

De su cabello ahora surgían dos orejas puntiagudas, la izquierda mellada, y sus ojos castaños habían pasado a ser amarillos. Por no hablar que, detrás de ella, se alzaban nada menos que cinco colas de pelaje anaranjado con la punta castaña: las colas de un zorro. Sus labios rojos se curvaron en una sonrisa que hubiera podido resultar encantadora de no ser por el brillo peligroso de aquellos ojos ambarinos y esos colmillos pronunciados.

- Bien, jovencita. Ahora que lo sabes dime ¿qué piensas hacer? – preguntó, estirando los brazos a ambos lados de su cuerpo. Sus uñas crecieron varios centímetros - ¿Crees que tienes alguna posibilidad de luchar contra alguien como yo y ganar? 

- ¡La tenemos, kitsune! – exclamó una voz masculina y un hombre vestido de oscuro apareció detrás de la mutante, haciendo que Hayami se tensara de la sorpresa. Un gruñido gutural se alzó de su garganta.

- ¡Nomura Yoichi! – exclamó con odio.


El susodicho se llevó una mano a su obi, del cual colgaba su katana enfundada. Se había preparado para la ocasión recogiéndose el cabello al estilo chonmage* y vistiéndose con un kamishimo** en tonos azules. En la parte del kataginu podía verse el escudo familiar que se remontaba a los tiempos de su antepasado Tanjiro. Extrajo el arma empuñándola con ambas manos y apuntándola hacia Hayami.

- ¿Reconoces esta espada, kitsune? – preguntó Yoichi – Ya probaste su filo una vez hace trescientos años por mano de mi antepasado, Miyamoto Tanjiro, cuando te expulsó en dos ocasiones de los pueblos de los hombres a los que intentaste causar un gran mal. ¿Acaso deseas recordar su contacto?

Hayami gruñó y meneó su oreja mellada, vestigio de aquel enfrentamiento al que aquel descarado joven se refería; él, quien había impedido que ella culminara su venganza entrometiéndose en sus asuntos.

Cuando habló lo hizo con la voz cargada de rabia.

- ¡Vosotros, los humanos, sois unos hipócritas! – gruñó ella – Os creéis mejores que el resto de razas que pueblan esta tierra y las extermináis con la excusa de que os “causan un gran mal” cuando lo único que intentan es sobrevivir.

- ¡Tus actos no son de supervivencia si no de pura maldad! – contestó Yoichi, a voz en cuello - ¡Tú y todos los yõkai buscáis provocar el mayor daño posible sólo por pura diversión y maldad!

Ella enseñó los dientes y adoptó una expresión socarrona.

- A pesar de ser joven te crees muy listo, cachorrito. Estás convencido de que conoces y entiendes el funcionamiento del universo, pero en realidad no tienes ni idea – chasqueó la lengua - Resulta patético. 

- Basta de charla – la cortó Yoichi – Ya sabes qué es lo que he venido a buscar. Y te advierto que no me iré de aquí hasta conseguirlo…

Avanzó hacia Hayami y ésta, a pesar de su sonrisa despectiva, retrocedió un par de pasos, agitando sus colas tras de sí. 

Gioconda los miraba casi como hipnotizada. Para ella había resultado casi un shock que, al llegar con Yoichi momentos después que Leonardo, se encontraran con una casa sucia, ruinosa y abandonada, y el que había sido el dormitorio de Hayami no era una excepción. Llegó a dudar seriamente de no haberse confundido pero Yoichi le había contado que los kitsune eran propensos a encontrar refugio en casas abandonadas y que podían crear visiones muy elaboradas para engañar a sus víctimas. Sin duda, aunque increíblemente, la hermosa casa que viera la primera vez había sido tan sólo un espejismo. Uno más de sus muchos trucos.

- Ayuda a tu hermano – dijo el joven a la muchacha sin apartar la vista de Hayami – Aunque no esté del todo transformada sigue siendo muy peligrosa – entonces alzó la voz – Te daré una última oportunidad, kitsune. Libera a mi padre de tu influencia y déjanos en paz, olvida esa venganza que lleva siglos reconcomiéndote, y te doy mi palabra de honor que te dejaré marchar con vida.

Hayumi emitió un gañido que, en realidad, era una risa despectiva.

- ¿Palabra de honor? – preguntó con tanta indignación que casi escupía las palabras. La perla que portaba en su cuello parecía brillar con luz propia en ese momento - ¡No me vengas con esas, samurái! ¿Acaso crees que no tuve palabras huecas suficientes por parte de tu antepasado? 

- Es mi única oferta: acéptala o muere.

- ¡Vosotros los samurái aparentáis ser hombres sabios, honorables y valientes! Mostráis una apariencia impecable, como el de la manzana más lustrosa del árbol.  Pero cuando alguien os toma y mira en vuestro interior lo único que encuentra son gusanos…

- No lo repetiré de nuevo – insistió Yoichi, concentrado en no perder su objetivo de vista - Libera a mi padre y vive; niégate y muere.

Por toda respuesta recibió una sarta de palabras en japonés pronunciadas con tanto énfasis y odio que sólo podían ser insultos.

Yoichi guardó silencio un par de segundos antes de volver a hablar.

- Si es esa tu respuesta, sea así pues. 

Sin más preámbulos el hombre aguerrido cargó contra ella. A pesar de lo rápido de su ataque la mujer se apartó con una velocidad pasmosa de la trayectoria de la katana, pasando a estar a la espalda del hombre. Pero en lugar de atacarle corrió hacia la salida. Intentaba escapar.



Mientras Yoichi salía en pos de Hayami Gioconda ya había llegado hasta Leonardo, que seguía tendido en el suelo sin apenas moverse, pareciendo dormido o inconsciente.

- Leo… ¡Leo! ¿Puedes oírme? – le llamó, poniéndole una mano sobre la mejilla mientras que con la otra le sacudía el hombro con suavidad – ¡Contesta, por favor! ¿Te encuentras bien? ¡Leo!

- S-sí… creo que sí – respondió entreabriendo los ojos e hizo amago de incorporarse.

Gioconda le ayudó, despacio.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó al cabo de un momento, frotándose la cabeza con una de sus manos. Gioconda le aferraba la otra con sus dos manos - ¿No ha salido bien el plan?

- Más o menos, pero esa mala pécora te hubiera dejado seco de no haberme impacientado.

El plan que habían ideado con Yoichi para aproximarse a la kitsune había sido bastante sencillo: como Leonardo, dado su sexo masculino, era más vulnerable a su influencia ella se fiaría más de él que de Gioconda. Es más, probablemente Hayami sintiera cierto reparo en la presencia de la mutante, pues no contaba con que su magia la afectara de igual modo; si se sentían amenazados los kitsune podían ser bastante impredecibles, de modo que era mejor que ella se quitara de en medio. Una vez de regreso a su guarida Leonardo debía distraerla lo suficiente como para permitir a Yoichi acceder al lugar guiado por Gioconda, que conocía el terreno; el hombre les había advertido de que era muy probable que la kitsune quisiera alimentarse de Leonardo para asegurarse que estaba completamente a su merced, cosa que si no sucedía, la tortuga debería forzar la situación. Con esa maniobra Hayami muy probablemente mostrara su auténtica forma de modo que Leonardo sería capaz de dar con el Hoshi no tama. 

...

- Es arriesgado – les había advertido Yoichi – Incluso puede que ella ya no te considere útil y decida terminar contigo en ese mismo momento. Y no lo hará despacio como con mi padre, por lo que es posible que no haya mucho tiempo de reacción.

Gioconda había mirado preocupada a Leonardo pero éste parecía totalmente imperturbable, algo que tampoco era extraño. La tortuga raramente dejaba que sus emociones afloraran a la superficie, sobre todo en sus misiones o durante el combate.

- Estoy dispuesto a correr ese riesgo si con ello conseguimos dar con el Hoshi no tama – aseguró tras guardar unos segundos de silencio tras el aviso de Yoichi – No creo que Hayami esté dispuesta a colaborar por las buenas de modo que esa esfera será la única opción que tendremos para salvar a tu padre. De modo que, por mí, adelante.

Yoichi cerró los ojos e inclinó ligeramente la cabeza ante sus palabras. Entonces volvió a hablar.

- Convendría que fueras tú quien nos diera la señal de cuándo atacar, y más si te ves en peligro. Debe ser algo sencillo, como un sonido o una única palabra, pero que Hayami no conozca y que por tanto no la permita alarmarse. 

Leonardo lo meditó unos instantes. Entonces miró a Gioconda y sonrió. Ella le devolvió la mirada enarcando una ceja.

- ¿Qué te resulta tan gracioso?

- La palabra que he escogido.

- ¿Y bien?

- ¿No la adivinas?

Ella frunció el ceño mientras que la sonrisa de Leo se amplió.

- ¿Se te ocurre algo mejor que el grito de Mikey?

Ella abrió los ojos como platos y, entonces sí, sonrió.

- No estarás pensando en exclamar ESO ¿verdad? 

- ¿Por qué no? – preguntó él, encogiéndose de hombros – La desconcertará porque no lo esperará. Tampoco lo entenderá; es perfecto. No se me ocurre un grito de batalla mejor que ése, la verdad.

- ¡Madre mía, Leo! Que Raph no se entere de esto ¿quieres? ¡O le dará un ataque!

Dicho esto, Gioconda se desternilló de risa y Leonardo se le unió. Yoichi les miró de hito en hito, primero a uno y luego a la otra, sin entender qué era tan gracioso. 

- Disculpad, pero se trata de desconcertar a la kitsune y no a vuestro aliado – repuso, pero primera vez en toda la noche consiguieron que el hombre sonriese.

- En realidad es una tontería – había respondido Leonardo, risueño, instantes después – Sólo una bromita entre hermanos…

...

- No la dijiste – le reprochó Gioconda – La palabra mágica. Y por eso nosotros estábamos esperando como un par de pasmarotes, sin decidirnos si era buen momento para aparecer o arruinaríamos el plan. Menos mal que soy una impaciente y me dio por fisgonear antes de tiempo...

- Lo siento – se disculpó él – Pero Gio ¡ya sé dónde esconde Hayami el Hoshi no tama! Se trata de...

Entonces se escuchó un aullido; Leonardo se llevó las manos a la cabeza, cerrando los ojos con fuerza y gritó como si algo le doliera. 

- ¡LEO! ¿Qué te ocurre? – exclamó alarmada, intentando comprender lo que le sucedía - ¡Dime algo!

Pero tan súbitamente como había venido el malestar desapareció y Leonardo quedó tranquilo, pero contemplando la pared de enfrente, con la mirada perdida.

Y antes de que Gioconda pudiera decir nada más él la agarró por el cuello.



Yoichi había alcanzado a la kitsune en la planta inferior de la casa abandonada que la criatura usaba como escondite. Ella se había vuelto para atacarle con sus garras de tal modo que el joven tuvo que hacer alarde de una gran agilidad para bloquear su embestida con la hoja de la katana, que restalló con un retintineo.

Aprovechando su guardia Yoichi ejecutó un movimiento de contraataque, trazando un arco con la katana de izquierda a derecha y de arriba abajo, pero sólo alcanzó el aire, pues su enemiga había vuelto a evadir su ataque. Aún así él continuó concatenando varios movimientos de tal modo que consiguió cortar un mechón de su cabello.

Ella se apartó mientras él alzaba de nuevo la katana, preparado para seguir la lucha. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ella le había arañado en el brazo izquierdo, pues notó la sangre tibia empapándole la manga.

- Demasiado lento, cachorrito – dijo Hayami, relamiéndose los labios – Juegas a los guerreros pero apenas eres una sombra temblorosa en comparación con tu antepasado, aunque eres tan arrogante como él… igualito que tu padre.

Yoichi apretó los dientes furioso y volvió a cargar contra ella con un poderoso grito de batalla. Sin embargo Hayami se apartó y le azotó con sus colas, haciendo que saliera despedido contra la pared de madera que tenía justo delante; ésta, toda rota y medio podrida, cedió ante el embate del joven, que la atravesó en medio de una nube de polvo.

Ella se rió.

- ¡Y he ahí el ímpetu del guerrero del que tan orgullosos estáis! – se burló – Ahora dime, ¿qué tal se siente por morder el polvo por una vez?

Yoichi se alzó tambaleándose y tosiendo, pero sujetando firmemente la katana. Hayami aprovechó su vulnerabilidad para lanzarse hacia él, con las manos de largas uñas alzadas y mostrando sus colmillos pero el hombre, quien en realidad estaba más espabilado de lo que aparentaba, se las apañó para apartarse y propinarle un rodillazo en la cadera. Ella gruñó e intentó retirarse pero esta vez él consiguió cortarle en un brazo con su arma.

Hayami retrocedió, aferrándose con cara de espanto el brazo y entonces alzó la cabeza y aulló. Acto seguido miró a Yoichi quien pugnaba por recuperar el aliento, aún tosiendo por el polvo que le cubría tras haber atravesado la pared. Se había hecho una brecha en la sien y la sangre le resbalaba hasta la mejilla.

Entonces se oyeron una serie de ruidos sordos en el piso de arriba, seguidos por un contundente golpe. Luego pasos que corrían. Yoichi alzó la mirada, en dirección a la escalera, desde la que vio en su dirección una pequeña figura.

Leonardo aterrizó justo al lado de Hayami con las piernas flexionadas pero cuando se alzó portaba sus dos espadas gemelas apuntándolas en dirección al hombre… con una expresión hostil en su rostro de reptil.

- Equilibremos un poco la balanza, si me lo permites – susurró la kitsune, retrocediendo y colocándose por detrás de Leonardo. Inclinándose, agregó al oído de la tortuga – Mátale.



Yoichi contempló con cierta duda a la tortuga, que frunció aún más el ceño tras recibir aquella orden. ¡Maldición! ¡No había previsto que Leonardo estuviera tan influenciado por el poder de Hayami! Retrocedió un paso, intentando ganar tiempo, a la par que se preguntaba qué habría pasado con la otra mutante.

- Bushi – dijo, intentando hacerle volver en sí – Tú no quieres hacer esto. Baja las armas, no me obligues hacerte daño.

- No puedo hacer eso, bushi – respondió Leonardo, cargando el título con cierto desprecio – Porque quieres lastimar a Hayami-san y no puedo permitirlo…

- ¡No soy tu enemigo, Leonardo-san si no ella! – exclamó Yoichi, apurado, pues estaba muy cerca de dar con la espalda en la pared de detrás – ¡Recuerda lo que hablamos! Debes luchar, ¡resiste a su influencia!

Leonardo se detuvo, cerrando los ojos y apretando los dientes, pero fue sólo algo momentáneo, porque por detrás él Hayami sonreía.

- No le escuches, querido Leonardo-san – susurró con dulzura – Sólo debes atenderme a mi: mátalo y compláceme.

Como si sus palabras fueran el combustible necesario Leonardo se activó de súbito y se abalanzó contra Yoichi, con ambas espadas por delante.







* Chonmage - peinado asociado al período Edo y a los samurái, aunque en la actualidad se asocia más a los luchadores de sumo. El cabello se lleva liso y recogido en un moño relajado.


** Kamishimo - vestimenta más formal de los samurái, compuesta por la el hakama (pantalón largo con pliegues) y el kataginu  (chaleco con hombreras ostentosas. 

1 comentario:

  1. Se supone que algunos kitsunes pueden poseer a las personas, es una habilidad que se llama kitsunetsuki, si bien en mi caso lo he enfocado más a algún tipo de control mental que a una posesión directa. Precisamente el detalle de que no se llegara a producir ese beso va a ser determinante, porque la kitsune ha probado parte de la esencia vital de Leo, pero no mucha.
    Lamento si Leonardo te decepciona pero, si te sirve de consuelo, como es un perfeccionista, jamás superarás su propio sentimiento. Si tu estás decepcionado imagínate él consigo mismo.

    Es que precisamente es lo que ella nos está dando a entender: en esencia, salvo alguna mentirijilla, ha dicho la verdad. Pero sí, desprecia a los humanos bastante, los odia, básicamente.

    ¡Un saludito! Gracias por comentar

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