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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo VI

 


Mientras Yoichi se encargaba de prepararse para la misión Leonardo y Gioconda descansaron, mentalizándose para lo que estaba por venir, si bien Leonardo no podía dejar de sentirse avergonzado de sí mismo.

A pesar de lo que había expresado sus dudas sobre cuál sería la versión auténtica su intuición le decía que, efectivamente, debía creer al joven Nomura. Había ciertos detalles y ciertas obviedades que conseguían que ahora pensara así. Se preguntó, en ese caso, cómo podía haberse dejado engañar tan fácilmente. Era de suponer que, como líder, debía haber sido mucho más inteligente. El imaginar que ella le había engañado y manipulado para que hiciera el trabajo sucio hacía que se le retorciera el estómago. Y el pensar en cómo casi había estado a punto de matar a una persona inocente era lo que le causaba más inquietud. Por eso quería continuar, llegar al fondo de todo este asunto: quería restaurar su honor por haber atentado contra las víctimas y no contra el verdugo.

Ella había usado palabras amables, se había puesto en el papel de víctima indefensa acosada injustamente y él se había dejado cegar por su belleza y su aspecto vulnerable. Pero ahora que estaba lejos de su presencia Leonardo se creía más libre, más dueño de sus propios pensamientos; como si Hayami hubiera sido una droga que hubiera adormecido sus sentidos y ahora se hubieran pasado los efectos. Lo único que deseaba era volver donde ella estaba para enfrentarla, para corroborar la verdad; una parte de él deseaba estar equivocado, pero lo dudaba seriamente.

- ¿Estás bien? – le preguntó Gioconda, observándole con la cabeza ladeada. Por su tono denotaba que no estaba segura de si debía haberle preguntado o haberle dejado tranquilo. Una cosa que le gustaba de la muchacha: no agobiaba demandando respuestas, pero sabía demostrar que estaba ahí si la necesitabas.

- Sí, ahora sí – respondió él, suavizando su expresión. Suspiró; casi que necesitaba desahogarse, aunque igualmente lo hablaría más tarde con el sensei – Es sólo que… me siento tan estúpido por lo que ha pasado…

- ¿Significa eso que das credibilidad a la versión de Yoichi? – preguntó ella.

Él asintió 

- ¿Acaso tú no?

– Admito que la cosa está muy enrevesada pero hay demasiadas evidencias como para que sea mentira ¿verdad? – agregó mirando el cuadro del samurái con el zorro de varias colas y recordando que la propia Hayami tenía, en su biombo, un dibujo muy similar al de ese mismo kitsune – En fin, el estado prácticamente vegetativo del viejo es lo más decisivo de todo esto. En la historia de Hayami hay verdades mezcladas con pequeñas mentiras.

- Y por eso no puedo evitar sentirme así de idiota.

- ¿Por haberte dejado engañar por una cara bonita? – preguntó la chica con una sonrisilla - ¿Es eso lo que quieres decir? – cuando vio el mohín de él Gioco se apresuró a agregar – No tiene nada de malo, Leo. Es decir… ahm… eres de carne y hueso, por si no te habías dado cuenta.

- Pero se supone que he recibido entrenamiento para no caer en esos errores – insistió él – Como futuro jonin debo estar por encima de todo eso.

Gioco se le quedó mirando, tomó aire y se sentó a su lado,  pues antes se había levantado para admirar las piezas de colección del Japón Feudal del viejo Nomura, que por cierto habían quedado desperdigadas por el suelo de la estancia. Por suerte no eran de esas que se rompían.

Una vez se acomodó pareció tomarse su tiempo en responder. 

- Piénsalo de este modo – dijo, finalmente - Puede que tú te hayas entrenado para no caer en ciertas tentaciones, pero también estarán los que se han preparado a su vez para derribar ese tipo de defensas. Según el maestro Splinter yo misma, como kunoichi, debo aprender no sólo a usar las armas blancas si no también mi belleza natural para manipular, engatusar y sonsacar hasta al tipo más frío y duro del lugar – hizo una pausa y sonrió socarronamente - Ahora bien, no sé en qué casos me puede ser útil, la verdad, no es que sea una sex-symbol precisamente.

El último comentario lo dijo a modo de broma, para quitarle hierro al asunto, pero como vio que Leonardo seguía estando demasiado serio e incluso perdido de nuevo en sus pensamientos, lo dejó estar. Le dio un codazo suave en el brazo, obligándole a mirarla. 

- Eh, Leo. No es por hacerte la pelota, pero a mí me parece que, como líder, lo haces francamente bien. No te obsesiones con el tema: a fin de cuentas, no eres una máquina, ¿vale? No eres perfecto y nunca lo serás, por mucho que te esfuerces. No puedes evitar tener ciertos sentimientos. ¿Te acuerdas cuando me encontrasteis?  Yo os ataqué y aun así empatizaste conmigo cuando viste que era mutante. Si en lugar de eso hubieras hecho lo que debías como líder, proteger a tus hermanos independientemente de mi condición, muy probablemente yo no estaría aquí ahora; seguiría rondando por las calles sin rumbo fijo o quizá estaría muerta porque los Dragones hubieran terminando dado conmigo– agregó y, aunque notó cierto cambio en la postura de Leo, éste seguía demasiado hosco, de modo que probó con otra cosa - Además, ya escuchaste a Yoichi; ella llevará como tres siglos haciendo esto, de modo que es toda una experta. Mucho más que tú, ni qué decir yo, así que a mí me parece bastante lógico que haya podido jugárnosla.

- Pero a ti no te ha afectado tanto como a mí. ¿Me equivoco?

- Ya escuchaste a Yoichi; su objetivo son los hombres. Estoy segura de que lo hubiera hecho si me gustaran las chicas en vez de los chicos, que no por eso no deja de parecerme guapísima, ojo – puntualizó Gioconda – Creo que es normal que haya podido atraerte de ESA forma. De todos modos, si te sirve de consuelo, a mí me engañó igualmente al aparecer de esa guisa de damisela en apuros, de modo que no te machaques tanto ¿quieres? Eres demasiado duro contigo mismo; nacimos para cometer errores y aprender de ellos, no para fingir ser personas perfectas.

Leonardo no pudo evitar que se le escapara una sonrisa.

- Eso se parece mucho a algo que diría el maestro Splinter.

Gioconda torció su sonrisa.

- Quizá sea de mi propia cosecha, o quizá me lo dijera él poco después de llegar a vuestra casa, quién sabe – admitió, arrugando el hocico.

- ¡Sí, creo que a mí también me lo ha dicho alguna vez!

Ambos se rieron entre dientes y ella se inclinó para chocar su hombro con el suyo en un gesto de camaradería.

- No le des tantas vueltas y prométeme que no vas a seguir castigándote por eso.

- Lo intentaré – prometió Leo, al cabo de un momento – Gracias.

Ella sacudió una mano, restándole importancia.

- Más te vale – dijo Gioco, poniéndose de pie al ver que Yoichi regresaba, debidamente pertrechado – Porque además te necesitaremos bien centrado para lo que está por venir.



Poco después Leonardo regresaba a China Town, saltando de azotea en azotea, alejado de la mirada de los escasos transeúntes que pululaban, a pesar de las horas, por las calles. Ya se sabe lo que se dice de Nueva York: es la ciudad que nunca duerme.

Se coló en el jardín de la propiedad de Hayami y salto hasta el balcón de la segunda planta. La puerta de cristal estaba abierta y la cortina no estaba corrida del todo: tomó aire y la apartó.

- ¿Hayami? – preguntó.

La encontró sentada al estilo japonés, de rodillas sobre la estera del suelo, con los ojos cerrados y las manos puestas sobre su regazo. El largo y liso cabello negro caía sobre sus hombros hasta la cintura y ahora vestía un kimono de color rojo y negro con detalles en dorado. Sus ojos sesgados se abrieron al escuchar hablar a la tortuga, a la que miró sin variar su postura.  

Quizá fueran imaginaciones suyas pero Leonardo pensó que, desde ese ángulo, su rostro se asemejaba más que nunca al de un zorro. Sus ojos parecían brillar de una forma peligrosa.

- ¿Lo hiciste? – preguntó casi en un susurro - ¿Acabaste con el viejo Nomura y sus lacayos?

- No, no lo hice – admitió Leonardo, en un tono tranquilo. Aguardó algún comentario de la mujer, pero como nunca llegó, decidió continuar – Como ya te dije, no soy ningún asesino.

- Vaya cualidad más desafortunada para un ninja – comentó ella en tono despectivo. A pesar del enfado que sentía las palabras dichas por la mujer y sobre todo esa forma de pronunciarlas le golpearon como latigazos – Supongo que al menos fuiste capaz de darle el mensaje. ¿O quizá le dejaste esa tarea a tu hermana y por eso no está aquí?

- Por sus heridas tuve que mandarla de regreso a casa. Y en cuanto al mensaje lo hubiera dado, quizá, si el viejo Nomura no se encontrara postrado en cama en estado de coma. ¡Ah! ¿No lo sabías? – preguntó Leo cuando vio una confusión momentánea en el rostro de Hayami – Pues así ha quedado después de tus artes.

El rostro de Hayami se contorsionó por la ira.

- ¿Es eso lo que ese despreciable de Yoichi te ha dicho sobre mí? – siseó sin alzar la voz - ¡Fui yo la acosada y la amenazada!

- Eso fue hace trescientos años. Lo único que han hecho ahora los Nomura es defenderse de ti.

- ¿Qué? ¿De qué estás hablando? – ahora parecía confusa y afligida, vulnerable – Leo-san, no comprendo qué quieres decirme...

- Lo sabes perfectamente, deja de fingirte la víctima. Me engañaste y por ello estuve a punto de traicionar todos aquellos principios que mi padre me inculcó desde que no era más que un niño...

- Leo-san, escúchame – dijo ella, interrumpiéndole, llevándose la mano al pecho y poniéndose en pie – No sé qué te habrá dicho Yoichi-kun de mí, pero él me odia. Me odia porque me culpa de los males de su padre, que es un hombre obsesivo que es capaz de enfermar cuando no tiene aquello que quiere. Hasta esos extremos llega con tal de salirse con la suya… siempre fue inestable.

- Pero ¿tú te escuchas? ¿Cómo va a provocarse así mismo ese estado? No, Hayami, no voy a creer ninguna más de tus mentiras – dijo él, dándole el caparazón.

Leonardo percibió cómo ella se le aproximaba desde atrás y pronto el dulce aroma a jazmín inundó sus fosas nasales.

- No me des la espalda, por favor – rogó ella, en un tono de voz tan dulce y persuasivo que era muy difícil resistirse – Eres demasiado gentil y bueno; unido a tu juventud, te hace fácilmente influenciable al sufrimiento ajeno. Nadie se había preocupado por mí de una manera tan sincera, no en mucho tiempo al menos – calló un momento esperando que él dijera algo – Mírame – pidió de tal forma que él no pudo cuanto más que obedecer; ahora ella estaba muy cerca de él– Esos hombres que has visto esta noche son poderosos, ambiciosos, y por eso siempre se han creído con el poder de dictar a otros lo que tenían que hacer, donde tenían que vivir y en qué momento debían respirar. Son malvados, y por ello lo único que merecen obtener como pago es la misma moneda. Y, sin embargo, no todos son capaces de asegurarse de que sea efectivamente eso lo que reciban…

- Pero ellos no son malvados… ellos…

Leonardo se interrumpió incapaz de completar la frase. Hayami estaba muy cerca de él: aunque la mujer sobrepasaba su estatura con creces estaba inclinándose para poder mantener un contacto visual directo con la tortuga. Por un instante Leo se sintió aprisionado bajo aquella mirada para automáticamente decirse así mismo que sólo estaba imaginando cosas y que la idea era cuanto menos ridícula. Una vocecita en su cabeza comenzó a gritarle, instándole a que hiciera algo, pero embriagado por el aroma y su cercanía no se movió, ni siquiera cuando ella apoyó sus delicadas manos pálidas sobre los hombros de él.

- Shhh…  ¿Acaso no ves lo que han hecho contigo? – preguntó con una voz aterciopelada y dulce – Estás tan confundido. Te han engañado porque su fin es salirse siempre con la suya, conseguir lo que quieren a cualquier precio sin importar las consecuencias. A un guerrero de tan puro corazón como tú, cuya meta es hacer siempre lo correcto. Mírame – volvió a decir, su rostro a escasos centímetros del suyo – Yo no soy tu enemiga, Leonardo-san. Déjame que te lo demuestre y, a cambio, sólo pediré una parte de tu esencia…

¿Iba a hacer lo que él creía? Había cerrado los ojos, ladeado el rostro que aproximaba al suyo con los labios entreabiertos. Leonardo la miraba fascinado, dividido entre el impulso de corresponderla o apartarla pero, por algún motivo, era incapaz de tomar una decisión. A esas alturas había perdido la noción del espacio y del tiempo pues de pronto se dio cuenta de que no recordaba ni siquiera dónde se encontraba ni que había venido a hacer. No había nada más alrededor que Hayami.

Pero cuando ella estaba a punto de consumar ese beso Hayami pareció olisquear por la nariz y abrió los ojos enfocándolos no en Leonardo si no en un punto situado por detrás de ella. Mostró sus dientes, escapando de lo más profundo de su garganta un gruñido y se dio la vuelta a una velocidad pasmosa esquivando por los pelos una suriken que pasó rozándole el rostro y cortando varios de sus cabellos oscuros.

En el umbral de la entrada al amplio dormitorio había una figura de poco más de un metro y medio de estatura que contemplaba furiosa la escena, con un brazo flexionado con una shuriken en la mano.

- ¡Quítale a mi hermano tus sucias manos de encima, harpía! – gritó entonces Gioconda.



1 comentario:

  1. Se le ha visto el plumero y algo más. Si ya has leído sobre los kitsune, sabrás que suelen absorber la energía vital de los hombres tras tener sexo con ellos... no digo que Hayami fuera a cepillarse a Leo pero con el beso + el contacto físico de sus manos, empezaría a absorber parte de su energía vital, simple y llanamente, mientras le manipula de nuevo para que se ponga de su lado, pues está viendo que Leonardo duda de ella y está por descubrirla.

    En el anterior comentario ya te expliqué cómo surgió la historia, sí que es cierto que me ayudó el tomar notas pero también un episodio de Territorio Lovecraft donde sale una kitsune y otro de Love + Death + Robots que también salen dos kitsunes, no de un anime. Recuerda que apenas veo Animes, pero creo que te refieres al kurama de Naruto ¿puede ser? Mi chico tiene una figura del kurama y él sí que se ha visto Naruto pero yo no xD

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