Listado de fics del blog

Dale al título para ver el listado completo. Te animo a que me dejes un comentario si detectas algún link roto o erróneo. Con ánimo de que o...

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo V


- ¡LEO, YA BASTA!

Gioconda había tenido que actuar con rapidez para evitar que Leonardo cometiera un grave error. De un ágil salto la chica había llegado hasta el ninjato caído, lo había empuñado con ambas manos y había corrido presta para desviar la estocada mortal contra el humano llamado Yoichi. Ahora, cruzando espada con Leo, temblaba bajo la implacable fuerza de su hermano, que con la mirada fija en Yoichi y los dientes apretados, pugnaba por salirse con la suya.

- No… somos… asesinos – dijo Gioco con voz temblorosa por el notable esfuerzo que empleaba por contrarrestar la fuerza de la tortuga – ¿Qué… diría… el m-maestro S-splinter de esto?

La chica había dado con las palabras mágicas. Como si el nombre de su sensei fuera una clave para desactivarle Leonardo cerró los ojos, sacudió la cabeza y entonces vio a Yoichi tendido bajo su pie, y su espada cruzada con la que portaba Gioco. Entonces ahogó una exclamación, bajó su arma y retrocedió, aturdido. La mutante, aliviada y extenuada, resopló y bajó igualmente la ninjato.  Por último se la ofreció a Leonardo, que la recuperó sintiéndose avergonzado bajo el escrutinio de aquellos ojos castaños.

- Y-yo… yo no quería…

Se sentía bloqueado y finalmente soltó sus armas, que cayeron pesadamente al suelo, temeroso de que pudiera repetirse de nuevo aquella situación. Se llevó una mano a la frente y cerró los ojos de nuevo, intentando poner en orden sus pensamientos. Al poco notó la mano de su hermana adoptiva en el hombro. 

- No puedo creerlo – susurró, mirando entonces sus dos manos, abiertas con las palmas hacia arriba, temblorosas. No pudo evitar pensar en Raphael; eso le ayudó a encontrar las palabras exactas de lo que quería decir. Cerró las manos en puños – He… he perdido el control de mi mismo. No… no entiendo cómo ha podido pasar…

- Porque estás bajo el influjo de su mahõ, kappa.

Leonardo alzó la vista y su mirada se cruzó con la de Yoichi. Éste se había puesto de pie y les observaba con una expresión difícil de interpretar.

- No somos kappas – le espetó Gio mientras Leo guardaba silencio - ¿Y qué quieres decir? ¿Su qué?

El hombre observó por un par de segundos a la muchacha sin variar su expresión, les dio la espalda y avanzó hasta situarse al lado de su katana. Miró a sus hombres tendidos en el suelo, derrotados. Por último, extrajo la espada. Leonardo notó cómo Gioconda se tensaba a su lado, pero sus temores fueron vanos: el humano la enfundó.

- Su mahõ, su magia – aclaró, dándose la vuelta – Os ha embrujado, pero sobre todo a él – añadió, señalando a Leo - Tu compañero es…  es técnicamente un hombre, por eso su magia le afecta más.

La tortuga de antifaz azul sacudió la cabeza y Gioconda bufó.

- Si vas a explicarte así, tío, estamos apañados. ¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?

- Disculpa sus formas – dijo Leonardo con rapidez, pues se percató de que el hombre parecía haberse ofendido por la contestación brusca de Gio. Era orgulloso – Pero, como comprenderás, esto es muy confuso para nosotros. ¿Podrías explicarte mejor? ¿Quién me ha embrujado? ¿A qué te refieres?

El hombre se cruzó de brazos. 

- Baka!* – espetó, mirando a un lado – No sabéis nada y, aun así, habéis osado entrar en una casa ajena y que habéis destrozado, todo con ánimo de atentar contra la vida de su propietario. Ya no sé si de verdad sois kappas o tan sólo unos insensatos...

- ¿Disculpa? – dijo Leonardo, extendiendo un brazo para frenar a una Gioconda igualmente enfadada – Si hemos penetrado aquí es porque el propietario que mencionas ha amenazado la vida de una mujer inocente… de hecho tú mismo estabas allí, en aquel callejón.

El hombre soltó una risa despectiva. Leonardo, a pesar de lo que acababa de suceder, comenzó a impacientarse y a encontrar molesta la actitud de Yoichi. Sacudió de nuevo la cabeza y tomó aire: no ganaba nada con perder los estribos. Un buen líder jamás se dejaba llevar así por sus emociones, si no que actuaba con sabia y tranquila inteligencia. Y, sobre todo, confiaba en su instinto. Así se lo había enseñado su sensei.

Y ahora mismo ese instinto le indicaba que aquí había algo más de lo que parecía. ¿El qué? Sólo había una forma de averiguarlo.

Se inclinó para recoger sus espadas gemelas y las enfundó igualmente a su espalda. 

- Me parece que no hemos empezado con buen pie – dijo – Por favor, creo que deberíamos aclarar un par de cuestiones pues comienzo a estar cansado de información velada.

- Te lo concederé sólo porque estoy en deuda con ella – afirmó el hombre, señalando a Gio – Me acaba de salvar la vida. Le pagaré escuchando lo que tengas que decirme. Ahora sí, sé breve. Nunca he sido alguien paciente.

El hombre le había hablado con tono amenazante, pero Leonardo no dejó intimidar. Para él resultaba lógico que estuviera enfadado, pero apreció su predisposición a escuchar.

- Te lo agradezco. Me llamo Leonardo y ella es mi hermana, Gioconda. Como bien te ha explicado, nosotros no somos kappas, si no mutantes.

- No me importa lo que seáis realmente, criatura – espetó Yoichi – La cuestión es que habéis entrado en la casa de mi padre para matarle.

- ¡Nosotros no somos asesinos! – exclamó Gio, inclinándose hacia delante y los puños apretados apuntando al suelo.

- Espera, espera… ¿tu padre? – preguntó Leo, a la vez.

- ¡Nomura Tetsuo es mi padre! – exclamó el hombre - ¡Yo soy Nomura Yoichi, su primogénito! 

- Pero yo… yo creía que tú eras… su… lacayo, un asesino de la yakuza…

- ¿Cómo te atreves? – gritó Yoichi y se desnudó los brazos – ¿Acaso ves tatuajes ensuciando mi piel**? Eso es lo que esa maldita mujer os ha contado para que hagáis su trabajo sucio. Y vosotros os creéis lo primero que os cuentan…

- ¡No íbamos a hacerle daño! – gritó Leonardo, sintiendo que perdía el control de la conversación. Respiró hondo de nuevo, intentando centrarse – No… no somos asesinos. Mi familia practica el ninjutsu únicamente como método defensivo, te doy mi palabra de honor.

- Claro, por eso os aliáis con demonios – replicó Yoichi, sarcásticamente.

- Nosotros no nos hemos aliado con ningún demonio.

- ¡No, no lo habéis hecho! ¡Y sin embargo aparecisteis en el momento oportuno en aquel callejón, justo cuando la tenía acorralada!

- ¿Admites, pues, que acosabais a la mujer llamada Hayami? – preguntó Leo.

- ¿Mujer? – rió Yoichi - ¿Tan ciegos estáis? ¿Cuándo vais a quitaros la venda de los ojos para daros cuenta de que ella no es una mujer?

Leonardo se quedó petrificado en el sitio, un escalofrío recorriéndole la columna vertebral que yacía oculta bajo su caparazón. ¿Qué…?

- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó Gioconda y cómo Yoichi no respondió, si no que en su lugar se quedó mirándolos con una desagradable sonrisa, insistió - ¡Habla, maldita sea!

- La “mujer” que llamáis Hayami no es, en absoluto, una mujer. Es un espíritu maligno que os ha engañado y manipulado… ¡kitsune!



- Kyubi no kitsune – recitó Yoichi Nomura – En Japón es cómo se les conoce a estos yõkai… espectros, espíritus, demonios que son medio hombre, medio animal. Cuando alcanzan cierta edad se dice que pueden tomar forma humana, especialmente la de mujeres bellas y jóvenes, un disfraz efectivo para ocultar su verdadera forma y embaucar a los necios y débiles de mente – hizo una pausa – Tal y como hizo con mi padre. Veréis ahora mismo lo que esa mujer le hizo.

Según les había hecho la revelación Yoichi, tras calmar al personal de seguridad que para ese momento había recuperado el conocimiento, les había conducido hasta el dormitorio de la planta superior. Por lo que les indicó les habían descubierto por las cámaras de vigilancia camufladas repartidas por toda la casa y un sensor de movimiento oculto justo en la planta superior, que activaba una alarma silenciosa.

En el dormitorio pudieron ver la razón por la que Tetsuo Nomura no había salido alertado por el escándalo de la pelea: se encontraba postrado en cama, conectado a una máquina pues, según su hijo, estaba en coma por las acciones del kitsune. Por el día siempre había una enfermera privada cuidando de él y que dormía en el mismo edificio, en la planta inferior, por si surgía una urgencia. Tetsuo estaba literalmente consumido, pues sus huesos se marcaban tanto bajo su piel que su rostro casi parecía una calavera. A pesar de su palidez su cabello, que comenzaba a canear, estaba no obstante bien peinado y el pijama azul parecía impecable. Un tubo transparente iba de su nariz a la máquina, las vías intravenosas conectadas al suero que le mantenía con lo mínimo día a día, la sonda conectada para extraer sus desechos. Tetsuo Nomura, un hombre de negocios cuya moralidad era intachable, yacía de esa guisa ajeno a todo lo que le rodeaba y al hecho de que unos asaltantes habían intentado llegar hasta él con ánimo de amenazarle por algo que no había cometido realmente.

- Llegó a la empresa de mi padre pasándose por una joven mujer que buscaba empleo – había proseguido Yoichi poco después cuando volvieron al salón. Se sentaron en el suelo al estilo japonés, pues los muebles habían quedado destrozados por la pelea – Era joven, hermosa y discreta: el prototipo de mujer tradicional japonesa que mi padre tanto apreciaba para sus negocios. Por otra parte, siempre le gustaron demasiado las mujeres, incluso cuando vivía madre – hizo una pausa - Ella le sedujo con ánimo de acercarse hasta él y comenzar a usar su magia para influenciarle t: para volverle loco y así alimentarse de su genki… su energía vital – aclaró, para no confundir a sus dos oyentes, pues resultaba obvio que no estaban familiarizados con el japonés – Es por esto que le ha dejado postrado en cama, demasiado débil para seguir. Si volviera a alimentarse de él… terminaría con su vida.

- ¿Por qué hace eso? – preguntó Gioco.

- Porque eso le da poder – explicó Yoichi – Cuanto más antiguos son los kitsune más genki necesitan para generar sus colas y poder así ascender hasta los cielos.

- ¿Y cómo supiste que Hayami es una kitsune?

- En realidad no fui yo quien lo descubrió – suspiró, pareciendo avergonzado – Debería haberme dado cuenta antes, pero no lo hice, estaba demasiado ocupado al frente de la empresa en Tokyo y no prestaba mucha atención a las conversaciones que mantenía con él so pena que fueran de trabajo. Fue mi hermana quien lo notó primero. Cuando éramos pequeños nuestra madre nos contaba todo tipo de leyendas de nuestro pueblo, cuyos habitantes parecían vivir siempre rodeados de lo misterioso y sobrenatural. Suzume siempre fue más partidaria a creer en este tipo de historias supersticiosas, pues nuestra madre afirmaba ser descendiente directa de un samurái de bastante talento del período Edo y que, casualmente, protagonizó algunos encuentros con algunas de estas criaturas del folclore tradicional. Hasta no hace mucho yo era un hombre que rechazaba lo sobrenatural. En cambio Suzume, como he dicho, es más imaginativa: también mantenía mucho más contacto personal con padre que yo, si bien por las noches mientras tomábamos el té me ponía al día de lo que él hacía. Me habló de una joven de la que padre parecía haberse enamorado apasionadamente, de un modo que hasta a mi hermana le parecía extraño y fortuito. Y ya directamente un día me llamó directamente al despacho, preocupada, diciendo que padre estaba embrujado. Intenté tranquilizarla, pero fue en vano: aseguraba que veía en él la sombra de la acción de un espíritu malvado y me instó a venir a Nueva York lo antes posible. Conseguí convencerla de que se quedara y marché yo con ánimo de que así se calmaría y comprobar todo esto de lo que me hablaba. Cuando llegué él se enfadó muchísimo, no me quería aquí y me presionaba continuamente a que regresara a Tokyo para no descuidar la empresa, alegando que yo no era quien para meterme en sus asuntos personales, pues obviamente le expliqué el motivo principal de mi viaje. Pero justo cuando iba a marcharme vi a la mujer… sí, poseía una hermosura tal por la que cualquier hombre podía matar, pero también una gran soberbia, algo que tampoco sería llamativo. Pero mi instinto me alertaba de que aquella belleza era peligrosa– hizo una pausa – La animadversión que parecía sentir hacia mí se palpaba en el aire y me pregunté el motivo, pero estaba tan cansado por el viaje en avión, pues no había pegado ojo desde que saliera de mi país, que me dije a mi mismo que para pensar con claridad primero debería descansar.  Una vez repuesto y tras meditar sobre el tema, me dije a mi mismo que lo primero que debía hacer era saber más cosas de ella, de modo que mandé a un par de hombres que trabajan para la seguridad de mi padre a espiarla. Cuando ellos me contaron lo que habían averiguado no era gran cosa, pero para mí estaba claro que aquella mujer sólo se acercaba a mi padre por su dinero, pues parecía tener gustos caros; demasiado caros para un sueldo de una simple secretaria. Intenté hacérselo ver a mi padre, que por cierto cada vez le veía más y más deteriorado, demostrando una debilidad que hasta entonces jamás había sentido. Se me ocurrió usar un intermediario para ofrecerle una buena suma de dinero a la mujer para que dejara el trabajo y se alejara de mi padre, pero nunca lo hice porque un día que mi padre tenía una reunión de negocios ella decidió despedirse de la empresa y se marchó, llegando incluso a ignorar los esfuerzos posteriores de mi padre por comunicarse con ella. Estaba casi loco y esa desesperación, ese profundo apego insano hacia ella le hizo enfermar: sollozaba que todo era por mi culpa, que yo le había alejado de su adorada Hayami porque desde que yo llegué ella comenzó a comportarse de forma extraña. Telefoneé a Suzume y le conté todo, buscando su consejo, pues el médico dijo que el estado de nuestro padre no tenía ninguna explicación porque, físicamente, estaba sano como un roble. Y entonces mi hermana dijo “Yoichi-kun, por supuesto que padre es un hombre sano y no le aflige ningún mal físico, pues su enfermedad es espiritual. Es víctima de la magia del kitsune: recuerda la historia del viejo Tanjiro-san”. La regañé diciendo que dejara de lado por una vez las dichosas leyendas, pero entonces algo, una chispa, se encendió en mi mente: cuando miré a la mujer, vi algo más, algo debajo de ella. Una sombra de múltiples colas. Debí susurrarlo al auricular porque entonces Suzume me volvió a preguntar “¿Recuerdas la historia del viejo Tanjiro-san? ¿Recuerdas lo que hizo para ver al kitsune?”. Y yo contesté “La recuerdo, la recuerdo muy bien…” De modo que me hice con lo que necesitaría, averigüé su dirección y me presenté en su casa. No quiso atenderme, pero conseguí convencerla, alegando tener un obsequio bastante caro de parte de mi padre: ella accedió y abrió la puerta. Entonces vio lo que yo había llevado al menos por instante, su auténtica apariencia… había confirmado las sospechas de Suzume con esa pequeña artimaña. Pero como dudaba de mis propias capacidades de lucha y que estaba además en su territorio decidí posponer la caza, de modo que me dediqué a vigilar día y noche sus movimientos. Cuando encontré una oportunidad fue justamente cuando vosotros dos aparecisteis. 

- Ibas pues a matarla porque es una kitsune – dijo Gioconda, para asegurarse de que había entendido todo.

- No es mi intención matarla salvo que ella me obligue – replicó Yoichi – Dudo incluso que pueda hacerlo, pues es una kitsune bastante experimentada. Sólo quiero obligarla a liberar a mi padre de su embrujo; haría cualquier cosa por conseguirlo.



Llegados a este punto Yoichi Nomura guardó silencio. Gioconda lanzó una mirada de soslayo a Leonardo, que permanecía a su lado en la misma posición que usaba para meditar: piernas cruzadas, manos apoyadas en los tobillos y cabeza inclinada ligeramente hacia abajo. Parecía fijar la vista en la espada que había entre ellos, la espada de Yoichi, que éste había depositado en el suelo como garantía de que no iba a hacerles ningún daño. Incluso la chica se había dado cuenta que tanto la funda como la espada eran realmente antiguas, dada su elaborada y cuidada ornamentación.

Como Leonardo no dijo nada decidió hablar ella.

- Tenemos dos versiones de la misma historia bastantes parecidas entre sí. Puntos en común: que ella trabajaba en la empresa familiar, el enamoramiento de Tetsuo o las vigilancias a Hayami. Pero hay ciertas diferencias: según ella dejó el trabajo porque se sentía acosada por los sentimientos de Tetsuo a los cuales no podía corresponder.

- Vil mentirosa… ¡es ella la que se acercó a él en un primer momento y no se separó hasta que yo llegué!

- Y que cuando tú te presentaste en su casa fue para hacerle una proposición de parte de Tetsuo, una cena en la que ella tendría que aceptar casarse con él o las consecuencias de la negativa…

- Mi visita fue tan sólo para comprobar si ella era la kitsune de la leyenda de Tanjiro, tal como mi hermana sospechaba. 

- ¿Cómo lo confirmaste?

- Porque le mostré algo que los kitsune temen profundamente y, aunque no era de verdad, fue suficiente para que sus emociones la traicionaran.

- ¿Y qué era?

- Una figura de Hachiko***, el famoso perro fiel.

Gioconda se quedó estupefacta.

- No entiendo nada…

- Quizá debiera contaros la historia de Tanjiro-san primero.

- Por favor – rogó la chica, impaciente.

Yoichi guardó de nuevo silencio y su mirada se posó en el enorme cuadro que dominaba el salón: de estilo tradicional mostraba a un samurái, ataviado con su armadura y en actitud aguerrida, enfrentando con su katana a un zorro de múltiples colas.

- Miyamoto Tanjiro, mi antepasado, fue un orgulloso y poderoso samurái que vivió en el Japón Feudal – explicó entonces Yoichi, tomó el arma que había entre ellos– Esta espada le pertenecía; la heredó de su padre, como su padre antes que él. Es una reliquia familiar y ahora me pertenece a mi – hizo una pausa - Como sin duda recordareis, os dije que Tanjiro es protagonista de varias de nuestras leyendas familiares a las que yo nunca di ninguna credibilidad. Pero hay una de esas viejas historias que ahora sé que es verdad. Se cuenta que, durante uno de sus viajes, en una ocasión hizo noche en un pueblecito de las montañas donde pudo enterarse que alguien estaba hostigando a esas buenas gentes, provocando todo tipo de problemas y riñas entre la gente de la aldea. Como samurái era su deber salvaguardar los intereses y a las gentes de la comunidad de su daimio****, de modo que se puso a hacer sus investigaciones para dar con el culpable. Hizo reunir a toda la gente de la aldea en la plaza central y se hizo acompañar del señor que le había prestado cobijo y que observara de lejos. El samurái usó la excusa de un agradecimiento formal hacia la aldea por su hospitalidad. Una vez regresó con el hombre éste señaló a un joven muchacho al que no supo ubicar en ninguna familia. El viejo Tanjiro se aseguró de dar con la casa en la que vivía el rapaz, que resultó ser una propiedad en ruinas; se cuenta que hubo una cruenta batalla entre el samurái y el kitsune, pues eso era realmente aquel chico. No hay detalles, pero se dice que Tanjiro lo expulsó y aseguró poco después a la aldea que aquel ser jamás volvería a molestarles. Y así fue, de modo que aquella aldea siempre estuvo en deuda con él. Poco después regresó a su hogar sólo para darse cuenta de que había una criada nueva trabajando allí: hacía una sustitución de una de las asistentas personales de su esposa, Miyamoto Nozumi. Y él apenas la vio supo de inmediato que había algo extraño en ella, algo que él pudo ver en apenas un primer vistazo, pues Miyamoto Tanjiro era un hombre muy devoto y, en aquella ocasión, supo identificar al kitsune en cuanto lo tuvo delante. Sin embargo, el astuto Tanjiro mantuvo la calma, disimulando perfectamente el hecho de no haberse dejado engañar por la artimaña del yõkai. En su lugar se aseguró de mandar discretamente a una sirvienta a por uno de los perros que se usaban por la noche para la vigilancia, en concreto su favorito, Shinko, a quién él había amaestrado personalmente. Cuando poco después se retiró a sus aposentos el kitsune entró sigilosamente, ajeno a que Tanjiro fingía dormir. Y cuando estuvo justo a su lado, con el puñal alzado con ánimo de asesinarle, Tanjiro emitió un único silbido, el que se usaba para mandar a los perros atacar. El animal se lanzó directamente contra la sirvienta y entonces el kitsune mostró su auténtica forma, dispuesto a huir, pues se sabe que tienen un miedo visceral a los perros y los lobos. Pero allí estaba Tanjiro preparado, portando la misma katana que veis en la mesa; se cuenta que esta vez apresó al kitsune y, robándole su Hoshi no tama, le forzó a marcharse definitivamente con la promesa de que jamás volvería a intentar vengarse sobre él, ni sobre su esposa ni sus hijos y los hijos de éstos, a cambio de devolvérselo. El Hoshi no tama es una esfera que, se dice, posee parte del poder del kitsune o, lo que es lo mismo, una parte de su alma – explicó - Si se separa mucho tiempo de éste, el kitsune puede morir, por lo que para él es sumamente valioso. Y a pesar de que el kitsune es un ser taimado, traicionero e incluso malévolo, se ve obligado a cumplir sus promesas so pena de morir. Sin embargo, tras haber recuperado su Hoshi no tama y antes de marcharse, sintiéndose humillado, le advirtió que a pesar de su promesa se vengaría de Tanjiro por semejante ofensa ante alguno de sus descendientes.

De nuevo se hizo un pesado silencio. Gioconda, quién había escuchado absorta toda la historia, se echó ligeramente hacia atrás para estirar la espalda.

- Guau – dijo. Entonces frunció el ceño – ¿Y dices que crees que Hayami es la misma kitsune que aparecía en esta historia? ¿Cómo puedes estar seguro?

Pero no fue Yoichi quien contestó a la pregunta.

- Si la historia que cuentas es cierta, SON el mismo – aseguró Leonardo, rompiendo por primera vez su silencio desde que se le rebelara la auténtica naturaleza de Hayami – Quiere resarcirse atacando al linaje de Tanjiro – hizo una pausa - Háblame más del Hoshi no tama.

- ¿Qué es lo quieres saber?

- ¿Qué es exactamente? ¿Qué aspecto tiene?

Aquí Yoichi frunció el ceño.

- No sé decirte con seguridad, la leyenda nunca lo explicaba. Sólo sé que es una especie de esfera que el kitsune lleva consigo a todas partes.

- No vimos que Hatsumi llevara ningún objeto como el que describes – observó Leo, pensativo.

- Al parecer sólo se muestra cuando el kitsune cambia de forma.

- Entonces si queremos vencer a Hayami debemos forzarle a adoptar su verdadero aspecto.

Yoichi asintió. Leonardo pareció meditar.

- Como bien ha dicho Gio, tenemos dos versiones muy similares y a la vez distintas de lo que ha sucedido entre tu padre, Tetsuo y la mujer misteriosa, Hayami. ¿Por qué deberíamos creer tu versión en vez de la de ella?

Los ojos de Yoichi parecieron relampaguear.

- ¿Es que no has escuchado nada de lo que os he contado esta noche, tortuga? – preguntó - ¿Tan ciego estás por sus encantos que te niegas a ver la verdad? 

- He visto y he escuchado – aseguró Leonardo, decidiendo ignorar su intento de provocación – Pero no voy a precipitarme a la hora de tomar una decisión si no es con ciertas garantías. No pienso ponerme en riesgo ni a mí ni a Gioconda por ninguno de vosotros.

- Quizá lo que debas preguntarte es por qué deberías elegir ayudarnos a cualquiera de los dos. ¿Acaso es realmente de vuestra incumbencia toda esta historia? Si de verdad no quieres poner en riesgo a tu familia lo suyo es que decidas retirarte; yo jamás he pedido vuestra ayuda.

- Por un lado, tienes razón, no lo hiciste, pero te equivocas en cuestionar si esta historia nos compete. Porque lo hace; desde que decidimos poner nuestros pies en el callejón – dijo Leonardo – Nos entrometimos y ahora sólo estamos inmersos en las consecuencias. Mi padre me instruyó para ser un buen guerrero, y un buen guerrero hace una elección y sigue adelante hasta el final – ladeó ligeramente la cabeza, para mirar a Gioconda de reojo – Para bien o para mal.

- Somos valientes y estamos dispuestos – corroboró la chica para darle a entender su postura.

Leonardo sonrió para sus adentros, agradecido.

- Pero si voy a tomar esta decisión – continuó - necesito saber primero quién dice la verdad y quién miente. Yo… necesito saberlo – concluyó, frunciendo el ceño y apretando los puños.

Yoichi le miró en silencio y fijamente durante largo rato, casi como si fuera la primera vez que lo viera.

- A pesar de ser joven e inexperto hablas como lo haría un auténtico samurái – le dijo, haciendo que Leonardo alzara la mirada – No esperaba eso de alguien como tú.

- He sido educado por mi padre en los preceptos del bushidõ**** – se limitó a confirmar Leo.

- Yo también - Yoichi suspiró suavemente – Hemos sido sinceros el uno con el otro, bushi*****. Aun así entiendo tus reservas, pues efectivamente es mi palabra contra la de la mujer, que todo lo que has visto y escuchado puede tener diferentes sentidos según qué versión elijas. Pero hay algo que puedo garantizarte: Hayami no es humana. Y dada su edad es bastante poderosa, por lo que dudo seriamente que pueda enfrentarla yo sólo, de modo que como has decidido continuar, me gustaría llegar a un acuerdo contigo. Si demostrara que Hayami es una kitsune ¿me ayudarás para convencerla que libere a mi padre de su hechizo?

- ¿Y si estuvieras equivocado?

- Cejaría en mis hostilidades hacia ella, y te pediría que tú eligieras el modo en que podría resarcirme mi error y restituir su honor.

Leonardo guardó silencio durante un buen rato durante el cual sostuvo la mirada de Yoichi, que no pestañeó ni una sola vez. En cambio Gioconda no paraba de pasar de uno al otro, preguntándose cómo demonios acabaría todo este embrollo.

Entonces su hermano dio un paso al frente y extendió la mano.

- Tienes mi palabra. 

Yoichi se la estrechó.

- No es por ser aguafiestas pero ¿cómo desenmascaramos a Hayami? – preguntó Gio – No será tan simple como pedírselo ¿verdad?

- Hay que obligarla – respondió el joven humano.

- ¿Cómo? – preguntó Leonardo - No creo que vuelva a funcionar el truco de colarle la figurita del perro.

- Con astucia.





* Insulto japonés que suele traducirse como "tonto" o "necio".


** Es sabido que en Japón no gustan los tatuajes porque los Yakuza los usan como forma de demostrar su lealtad a sus jefes y señalar también su rango dentro de la organización. Irónicamente la yakuza surgió a raíz de la prohibición de los samuráis que, buscando una forma de ganarse la vida, se pusieron a trabajar para las bandas criminales. 


*** Hachiko: el famosísimo perro Akita que existió de verdad y cuya triste historia hizo que se le dedicara una estatua conmemorativa en la plaza de trenes de Shibuya, pues fue allí donde el animal estuvo por 9 años aguardando hasta su muerte el regreso de su amo, al que esperaba allí cuando volvía de trabajar, y que murió de un derrame cerebral. 

**** Daimio: o Daimyõ, señores feudales para los que trabajaban los samurái. A cambio éstos recibían como pago tierras y riquezas. Aquellos que no tenían un señor y trabajaban de manera independientemente eran conocidos como rõnin, que significa "hombre vagabundo".


***** Bushidõ:  el camino o la vía del guerrero. Era el código ético bajo el cual se regían los samurái. Algunos de sus preceptos eran el absoluto respeto hacia los maestros, la autodisciplina, comportamientos éticos y el respeto hacia uno mismo. Sus raíces filosóficas retoman aspectos del Budismo, el Confucionismo o el Zen.


****** Bushi: "guerrero", término que usaban los samurái para dirigirse a alguien de su misma condición.

1 comentario:

  1. Sí, es inventada. Cuando fui a escribir esta historia tenía claro que con Leonardo quería algo de temática japonesa y, a ser posible, sobrenatural, pues en las TMNT salen también cosas de fantasía y ciencia ficción. Con Raph y Don ya escribí con temas más mundanos, tocaba algo así.
    Entonces sabiendo esto me puse a leer sobre criaturas del folclore japonés y vi al kitsune que era el que más juego me podía dar. A raíz de ahí me escribí un resumen con los puntos más importantes de la criatura y, a raíz de eso, un guión con lo más básico de lo que sucedería; a partir de ahí ya es profundizar y detallar.

    He ahí la cuestión, ambas historias se parecen y son verosímiles, pero hay diferencias. ¿Cuál es la correcta? ¿O quizás es algo más subjetivo? En cualquier caso, habrá que seguir leyendo para saberlo.

    Leo quiso decir con eso que, por un momento, se sintió Raph: actuando como sin pensar, dejándose llevar por su rabia. Pero como esto es algo ajeno a él, no sabía cómo explicarlo y al acordarse de su hermano, encontró las palabras adecuadas: perdió el control

    ResponderEliminar