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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo IV

 


¿Cómo demonios les habían detectado? pensó Gioconda. Si no había cámaras, tampoco habían hecho el menor ruido ni había saltado ninguna alarma y el vigilante de la azotea había quedado noqueado sin darle tiempo ni a pestañear… un momento. ¿Acaso había dado la casualidad de que le hubieran llamado por radio o por el pinganillo, no contestara y vinieran corriendo? La reacción derribando la puerta era un poco exagerada porque quizá su silencio sólo se debiera a un malfuncionamiento de las comunicaciones… en cualquier caso daba lo mismo pensar en ello; en lo que debía centrarse ahora era en encontrar un modo de salir de ese atolladero.

Algo muy similar pensaba Leonardo, que escuchó la barandilla de cristal explotar en mil pedazos, las balas atravesando la pared que había tenido detrás hacía un instante mientras los cuadros caían de sus ganchos, estallando en una lluvia de cristales rotos. Por el momento se mantenían a cubierto tras la pared adyacente al dormitorio, aunque había ido por los pelos, pero ahora se encontraban atorados. Los recién llegados bloqueaban la puerta de salida, sin contar la azotea, pero era demasiado arriesgado el intentar llegar hasta ella y, por otro lado, los hombres armados no tardarían en subir por la escalera obligándoles a retroceder hasta el dormitorio… donde seguramente estaba el viejo Nomura. Cabía la posibilidad del que el dueño de la casa tuviera algún arma allí dentro si bien era raro que aún no hubiera salido con semejante alboroto. Leonardo se preguntó cuál sería el motivo.

- ¿QUÉ HACEMOS? – preguntó Gioconda - ¡ESTAMOS ENCERRADOS!

- ¡LO SÉ! – dijo él, obligándose a apartar esa cuestión de su mente – “Paso por paso” – pensó, apartando a un lado la cuestión del dormitorio. Lo que debía hacer era buscar un modo de sacarles de allí. 

- ¡SI SALIMOS SEREMOS PATOS DE FERIA! – exclamó la chica con un timbre agudo de voz, casi como si hubiera podido leerle el pensamiento. Aunque estaba muy nerviosa mantenía la compostura, pues hacía bastante tiempo que había superado su pavor paralizante a las armas de fuego - ¿CÓMO PODEMOS SALIR SIN QUE NOS VEAN?

A Leo se le encendió la bombilla en ese mismo instante. Hurgando en su faltriquera se puso en cuclillas.

- Gio ¿tienes shurikens*? – preguntó.

- Unas cuantas…

- Dámelas.

Ella se las ofreció sin rechistar, sabedora que él tendría mejor puntería. Leonardo contó las estrellas de metal que habían reunido entre los dos y esperó que fueran suficientes. Alzó la vista hacia el foco que tenían justo encima, se lo pensó mejor, y devolvió a la chica las que ella le había dado. Señaló hacia la fuente de los disparos.

- Cuando te lo indique, quiero que lances todas las que tienes, salvo una, en su dirección, lo más rápidamente que puedas – ordenó – No hace falta que seas precisa, es sólo para distraerles y darme algo más de tiempo. Yo me encargo de las luces. La última lánzala contra esta de aquí – señaló la única luz del pasillo elevado – Y esa será la señal para bajar. ¿Queda claro?

- ¿Estás seguro?

- Como has dicho, estamos encerrados. No tenemos otra opción que ir directamente a por ellos pero su potencia de fuego es mucho mayor y letal. Necesitamos ganar terreno y las shurikens nos ayudarán a conseguirlo. Recuerda: la oscuridad es la mejor aliada del ninja. No nos verán venir pero nosotros a ellos les oiremos perfectamente.

- ¡Luchar a ciegas! – dijo ella con una sonrisa y apretó una de los shuriken en un puño - ¡Vamos!

Leonardo inclinó la cabeza y a continuación cerró los ojos, intentando ignorar los disparos, visualizando dónde estaban las luces del salón, de la cocina y del pasillo, pues las había memorizado con un vistazo rápido cuando entraron. Era probable que no tuvieran ángulo para destrozarlas todas, pero confiaba en apañárselas.

Esperó a que los hombres tuvieran la necesidad de recargar. Sabía que tendría muy pocos segundos para hacer lo que se proponía. Observó la gran cantidad de polvo blanquecino que se había levantado a raíz de los agujeros que estaban abriendo en las paredes, insuficiente para proporcionar una buena cobertura a los ojos de sus enemigos. Sí, definitivamente oscurecer todo era la mejor opción.

Los disparos se detuvieron, sumiendo la casa en un agradecido y bendito silencio. Poco después escuchó al hombre llamado Ren vociferando órdenes en japonés y el sonido inconfundible de armas que eran recargadas. Era el momento.

- Ahora – susurró, se alzó y levantó los brazos.

Lanzó las shurikens en rápida sucesión apenas se dejó ver. Su aparición levantó gritos en sus atacantes, que detuvieron en seco en su avance, pues habían comenzado a encaminarse hacia la escalera en lo que recargaban. Pero no tuvieron ocasión de disparar pues Gioconda arrojó sus shurikens contra ellos, que gritaron, trastabillaron y corrieron a cubrirse donde pudieron. Mientras tanto Leo reventó todas y cada una de las lámparas o focos de luz para sumir la casa en la oscuridad. Él y Gio se sincronizaron bien pues según se parapetó de nuevo ella lanzó la última shuriken, reventando la fuente de luz de su zona, impidiendo que fueran visibles.

- Kuso!** – gritó alguien - Sono rokudenashi wa akari o keshita!*** 

- Nani mo mienai!****  – gritó otro.

- Kinishinai!***** – gritó Ren, su voz ya era conocida para Leo - Karera wa mada soko ni iru node, uchi tsudzukete kudasai!****** 

Leonardo, que para ese momento había retrocedido hasta la puerta entreabierta del dormitorio, no sabía lo que estaban diciendo, pero intuía que estaban intentando organizarse mejor tras lo sucedido. Tenía que aprovechar a hacer su movimiento, puesto que si él fuera Ren ordenaría que, sabiendo que los enemigos contaban con proyectiles, siguieran disparando desde cierta distancia para forzarles a agotarlos y evitar, a su vez, exponerse a salir heridos.

Tenía claro su próximo movimiento, pero para ello debía evitar pisar el suelo: los cristales rotos de los cuadros y la barandilla podrían cortarle los pies y su crujido les daría a los otros una pista sobre dónde tenían que disparar. Sería un movimiento exigente, pero no se le ocurría otro modo de bajar rápido y lo más silenciosamente posible. Además, no había quedado todo tan a oscuras como le hubiera gustado: como la piscina estaba iluminada, las ondas del agua se reflejaban en las paredes, otorgando cierta luminosidad a la zona de la derecha, el espacio para ver el televisor, que era el que estaba más cerca de la mampara de cristal. Por suerte no llegaban hasta la planta superior, donde se encontraban ahora, ni hasta la cocina, que es donde quería ir.  No tenía otra alternativa que pasar a la ofensiva, y hacerlo rápido.

Le hizo señas a Gioco, indicando los cristales; ella asintió. Él iría primero, pero prefería avisarla por si acaso la chica no se había dado cuenta. 

Entonces Leonardo echó a correr, sin hacer ruido, y cuando llegó a la altura donde el pequeño pasillo se abría al salón y que estaba cubierta de cristales dio un salto contra la pared para, a continuación, rebotar hacia la izquierda usando su pie derecho, que tocó la barandilla para, por último, saltar así hacia la isla de la cocina, dando una vuelta en el aire para obtener su impulso.

El saltó funcionó, pues no hizo ningún sonido cuando aterrizó en la fría superficie de mármol de la encimera. Para cuando volvieron a disparar dos de aquellos hombres él ya no estaba allí encaramado mientras que Gioconda estaría a salvo de los disparos si permanecía en su posición. Vio de dónde provenían las deflagraciones por el destello de los disparos: del hall, los dos hombres que disparaban y un tercero que no, seguramente Yoichi, justo detrás. ¿Y los otros dos? Debían ser los que había visto avanzar hasta la altura del sofá. 

Desenvainó sus espadas, cuyo sonido quedó camuflado por los tiros y en ese momento percibió algo moviéndose a su lado. Uno de los dos que no había visto pasó por su lado, pegado a la pared opuesta, hacia la escalera. Leo no perdió el tiempo y con una pirueta llegó hasta su lado, propinándole un contundente golpe con la empuñadura de su espada en la cabeza. El hombre retrocedió un par de pasos y cayó contra el sofá, entrando en la franja de trémula luz azulada que se colaba por la mampara. Le vio uno de los dos que estaban en el umbral al salón y entonces un tercer hombre, el otro al que Leo había perdido la vista, apareció de detrás de la alacena que había justo a la izquierda del hall y que había estado ocupado recargando su arma.

La alzó para disparar y Leo no pudo por más que hacer nuevas piruetas, saltando por un lado del sofá sobre el que había caído el guardaespaldas noqueado y aterrizar por detrás de la barra de bar que quedaba justo enfrente de la posición de los hombres, en la esquina entre el mueble del televisor y la mampara de cristal. Los disparos reventaron varias botellas, así como acertaron a la mampara que daba al exterior, haciendo que una lluvia de cristales cayera sobre Leonardo: la tortuga se encogió un tanto bajo su caparazón para evitar posibles cortes.

Entonces escuchó un grito de dolor, el sonido de algo rompiéndose, más gritos y se atrevió a asomarse. Mientras él acaparaba toda la atención Gioconda se había puesto en movimiento: imitando la idea de Leonardo aterrizó sobre la isla de la cocina, tomó un frutero que había sobre la encimera y lo lanzó contra los dos hombres del hall, acertándole a uno de ellos en el brazo y haciendo que se le cayera el arma. Acto seguido y ejecutando un mortal hacia atrás procedió a parapetarse tras la isla antes de que pudieran acertarla los otros dos.

- ¿Queréis más menaje? – les gritó - ¡Porque aquí tengo de sobra para todos!

- “Gioco” – pensó Leonardo, preocupado, y buscó con la mirada algo que pudiera lanzar a aquellos hombres para atraer su atención.

- Dan'yaku nashi!******* – escuchó sin saber lo que quería decir eso. 

- Kuso! Watashi mo sōde wanaidesu!******** – exclamó otro en contestación.

Por el tono de voz dedujo era algo malo para ellos, aunque no tenía ni idea de qué. ¿Qué no veían nada? ¿Qué se quedaban sin munición? Se asomó ligeramente para echar un vistazo y vio a los cuatro hombres buscando camuflarse en las sombras. 

- Para ser demonios peleáis bien, kappas – dijo entonces el hombre llamado Yoichi, pasando a hablar en inglés – Y lo hacéis a la manera tradicional, sin armas modernas. Os honraría si no fuera por vuestro ruin origen y vuestras viles maquinaciones.

- ¡No somos demonios! – exclamó Gioconda desde su posición segura.

- ¡Tus intentos por confundir mi mente son ridículos, kappa, pues sé lo que ven mis ojos! – exclamó Yoichi y Leo escuchó el sonido de la katana rozando con su funda – Esta es la espada de mi antepasado, con la que segó vidas de demonios como vosotros varios siglos atrás. ¡Esta noche tanto vosotros como esa furcia pagaréis por vuestra osadía! ¡La muerte se cierne sobre nosotros!

¡Basta de cháchara! Leonardo se enfureció cuando Yoichi hizo mención de Hayami en semejantes términos. Quería acabar la pelea y terminarla ya. Se hizo con un par de botellas que habían sobrevivido a la masacre y las lanzó en la dirección que provenía la voz de Yoichi mientras echaba a correr, pero no en línea recta hacia él, si no hacia un lado. Saltó sobre el sofá y vio el reflejo de la katana moviéndose cuando las botellas acertaron cerca del hombre. Allí enfocó su ataque con sus ninjatos.  

- ¡Kiai! – gritó con furia cuando el metal dio contra el metal.

Retrocedió hacia la luz, forzando a Yoichi a seguirle para poder verle con más claridad y ambos se hubieran enzarzado frenético si no fuera porque sus acompañantes se lanzaron sobre Leonardo, empuñando ahora armas blancas. La tortuga confirmó así que se habían quedado sin munición.

Aun así, Leonardo se movió rápidamente, desviando o esquivando todos sus ataques a la vez, aunque eran abrumadores. Esos hombres contaban con cierto entrenamiento en la lucha cuerpo a cuerpo. Iba a retirarse a la zona oscura cuando surgió Gioconda, ejecutando una patada área que derribó a dos de los hombres que le atacaban. En sus manos portaba sus dos tessen abiertos, que usó para interceptar y bloquear los ataques que pronto cayeron sobre ella.

Yoichi saltó hacia atrás, ocultándose en la oscuridad, dejando a su compañero restante pelear contra Leonardo, quién intentaba en vano localizar al hombre, que finalmente reapareció saltando sobre su caparazón, con la katana por delante. Leonardo esquivó por los pelos, rodó por el suelo alejándose de Yoichi, que cortó con su espada un pequeño pedazo de uno de los extremos de su bandana azul. Cuando Leo se incorporó propinó una patada doble en tirabuzón contra el compañero de Yoichi, que acabó fuera de combate lanzado contra la alacena cercana, cuyos cristales se rompieron por el impacto, provocando que varios de los platos y copas que había dentro terminaran volcados y reventados igualmente. 

Al darse la vuelta Leonardo cruzó sus dos ninjatos justo en el momento en que Yoichi descendía su katana sobre él: ambos espadachines ejercieron fuerza para sobrepasar la guardia del otro y se miraron a los ojos, mostrando los dientes. Ninguno cedía ante el otro, de modo que Yoichi optó por levantar la espada e intentar un corte desde un lado, que Leonardo bloqueó con un ninjato para contraatacar a su vez con el otro.

Mientras Gioconda se había visto obligada a retroceder de nuevo hasta la isla de la cocina, donde había esquivado los intentos de los dos hombres que quedaban por apuñalarla. Se coordinaban bien y cuando su espalda dio contra la encimera saltó para ponerse de pie sobre ella. Amarró los tessen en su obi y saltó sobre los hombros del más cercano, rodeando su cabeza con sus piernas, retorciéndose y girando de tal modo que cuando se estiró hacia abajo llevó las manos hasta el suelo y le arrastró consigo, quedando inconsciente por el golpe. Ella quedó sentada y en ese momento escuchó un repiqueteo metálico y vio por el rabillo del ojo una de las ninjatos de Leonardo deslizarse por el suelo hasta dar con la alacena reventada. La distracción estuvo a punto de costarle una lesión, pero esquivó por los pelos el asalto del que quedaba en pie que, usando su tantõ, golpeó de arriba a abajo. Gio se volteó a un lado, giró sobre una pierna sobre sí misma, proyectando su cola contra el estómago del tipo, que gritó y cayó de espaldas contra la isla de la cocina, dándose un buen golpe en los riñones y perdiendo el puñal en el proceso. Aun así, se recuperó enseguida alzando el brazo izquierdo para bloquear un derechazo de Gio; a su vez contratacó y asestó un puñetazo a la chica en el pecho, haciendo que trastabillara hacia atrás mientras daba con la espalda contra la encimera. 

El guardaespaldas se irguió y quiso golpearla de nuevo con las manos desnudas, pero Gioconda reaccionó desviando el golpe con el antebrazo y golpeándole con el puño adoptando la forma del shikan-kern ********** en plena sien. El humano quedó instantáneamente noqueado, cayó sobre sus rodillas y por último de lado para no volver a alzarse.

Gioconda, jadeando, se detuvo para retomar el aliento y, mientras lo hacía, buscó con la mirada a su hermano adoptivo. Sus ojos se abrieron de par en par cuando, a pesar de lo oscuro que estaba, a la luz fluctuante pudo ver el destrozo que habían ocasionado tanto él como Yoichi en su pelea: muebles volcados o marcados con cortes de espadas y los sofás rajados. 

Pero lo que más le sorprendió fue ver a Yoichi arrastrándose por el suelo en pos de su katana que, de alguna forma, había terminado clavada en el suelo de madera a cierta distancia de él. Y entonces vio a Leonardo quien, no sin gran frialdad, se cernía sobre él. Vio, atónita, cómo le plantaba un pie en mitad de la espalda, obligando de una forma dolorosa a que el humano permaneciera inmóvil en el suelo.

- Tenías razón – dijo Leonardo entonces, con un tono de voz engañoso: era calmado sí, pero podía percibirse que debajo se agazapaba una gran ira – Esta noche la muerte se cierne sobre nosotros pero sólo te llevará a ti, guerrero, pero ahora… – añadió, comenzando a alzar su ninjato sobre su cabeza, despacio.

- ¿Qué? – pensó Gioconda, meneando la cabeza como si eso fuera a cambiar lo que estaba sucediendo ante sus ojos – No, no lo haría, Leonardo jamás…

Debajo Yoichi se retorció para mirarle a la cara.

- ¡Déjame que ponga fin a tu sufrimiento! – exclamó la tortuga.



Yoichi había cometido el error de subestimar a su oponente: se suponía que los kappas no eran seres tan inteligentes ni hábiles como para saber pelear tan bien con armas blancas pero éste era excepcionalmente bueno. Poseía una técnica muy avanzada, moviéndose con gran soltura a pesar de su, en apariencia, aparatoso caparazón. Aunque Yoichi había conseguido desarmarle parcialmente, la criatura siguió luchando con fiereza con una sola espada, hasta el punto que consiguió desarmarle a su vez; su katana saltó por los aires y cayó, clavándose en el suelo de parqué. De una patada en el pecho el kappa le había derribado y ahora se disponía a acabar con su vida.

- Tenías razón – dijo el demonio tras pisarle con fuerza la columna vertebral – Esta noche la muerte se cierne sobre nosotros, pero sólo te llevará a ti. Luchaste bien, guerrero, pero ahora…

Yoichi estaba demasiado cansado y dolorido para poder revolverse. Había fracasado, pero no cerraría los ojos ante la muerte de modo que se volvió para mirar cara a cara al kappa, que había alzado la espada por encima de su cabeza. Yoichi dedicó su último pensamiento a su padre, pidiéndole perdón por haberle fallado. Era lo que le verdad le dolía de todo esto: que su error no sólo tendría consecuencias para él.

El kappa debió de malinterpretar su gesto como una demostración de dolor, pues dijo:

- ¡Déjame que ponga fin a tu sufrimiento!

La espada descendió hacia él… sólo para ser desviada por la intrusión de su gemela. A pesar de la fuerza del impacto el kappa no soltó su arma, si no que rectificó y volvió a llevar la espada contra Yoichi. 

Y de nuevo la espada gemela se interpuso, cruzándose con la otra. ¿Quién estaba impidiendo su ejecución? Yoichi había esperado a uno de sus hombres pero no salía en sí de su asombro pues estaba equivocado: se trataba del otro kappa.







* Shurikens: las famosas estrellas ninja, armas de metal arrojadizas, que poseen una gran variedad de formas y estilos si bien predomina la forma de estrella, con filos cortantes y de tamaño pequeño para ocultarlas con facilidad.

** ¡Mierda! - del japonés.

*** ¡Ese bastardo apagó la luz! - del japonés.

**** ¡No puedo ver nada! - del japonés.

***** ¡No importa! - del japonés.

****** Todavía están allí ¡así que seguid disparando! - del japonés.

******* ¡Sin munición! - del japonés.

********* ¡Yo tampoco! - del japonés.

********** Shikan-kern: Técnica que es usada contra zonas óseas duras y amplias; se semicierra el puño de forma que sobresalgan los nudillos medios, que son los que golpean. Enfocado a huesos de la cara, pecho y costillas

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