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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 1

 


Era difícil caminar en silencio por la nieve ya que, cuando es pisada, emite un crujido de lo más característico, algo irónico teniendo en cuenta su capacidad de silenciar el entorno. La explicación a este fenómeno es bien sencilla: la nieve está compuesta, en realidad, por cristales de hielo que, cuando se depositan en el suelo, se generan pequeños colchones de aire que impiden que emita ningún sonido. Hasta que no se endurece por la bajada de las temperaturas o, simplemente, se compacta, la nieve absorbe la acústica del paisaje, sumiéndole en una quietud casi sobrenatural. Así era tal y como se encontraba el bosque en esos momentos, el silencio sólo roto sólo por el avance de los cazadores.


Ellos sabían que con sus pisadas podían delatarse ante los oídos más atentos pero tras muchos años de práctica conseguían disimularlo increíblemente para conseguir su propósito de pasar desapercibidos. Sus compañeros lupinos no precisaban tanto esfuerzo, pues poseían una habilidad totalmente innata para ello. El que iba en cabeza olfateaba en busca del rastro de una posible y necesaria presa, pues en esas fechas el alimento escaseaba. La vida podía llegar a ser bastante dura en esas montañas.

La manada de lobos se detuvo un momento para estudiar el siguiente rastro, haciendo que los cazadores aguardaran con paciencia.

- Se viene una buena ventisca – gruñó uno de ellos, despojándose de su capucha y elevando su prominente mandíbula hacia el cielo encapotado.

Como si el viento le diera la razón, éste arreció. Los pocos copos de nieve iniciales se convirtieron en toda una miríada de puntitos blancos que se posaban en sus cálidas pieles.

- Dales un poco más de tiempo – protestó su otro compañero– ¡Seguro que pronto encuentran un rastro!

- Dijiste lo mismo hace casi una hora. No hay progresos.

- Eres como un pájaro de mal agüero, Uthul – dijo su compañero, riéndose entre dientes.

- Lo que tú digas Roggar – escupió el otro – Yo ya lo avisé.

- ¿Acaso te asusta una pequeña tormenta? – preguntó Roggar, en tono burlón.

- No el momento de empezar una pelea – intervino el tercer orco antes de que Uthul pudiera responder, con las manos verdes de gruesos dedos apoyadas sobre el tronco blanquecino de un árbol. Acto seguido y como si de una broma se tratara procedió a arrancar un trozo de corteza.  Roggar lo observó sin dar crédito.

- ¿Tienes que hacer eso ahora, Ifta?

La hembra le dedicó una mirada de reproche de sus ojos oscuros.

- No me apetece volver con las manos vacías – gruñó ella arrancando otra tira y guardando los trozos con cuidado en una bolsa bandolera que llevaba a la cadera – En invierno siempre se necesita corteza de abedul; alivia el dolor de huesos de los más mayores. Abuela Garula lo agradecerá.

- Pero con ese estrépito nos espantas a las posibles presas – protestó Roggar.

Ella se volvió y señaló a su alrededor.

- ¿Cuáles, cerebro de ogro? – preguntó ella.

Roggar la señaló con una uña rematada en punta y una sonrisa feroz.

- ¿Nos dices que no iniciemos una pelea y ahora me insultas?

Ella le devolvió una socarrona.

- Lo que no quiero es aguantaros a ninguno de los dos – acto seguido miró al cielo – Uthul tiene razón; se viene una fuerte tormenta. Si no nos ponemos ya en marcha nos pillará de lleno… y ni siquiera yo os podré orientar de regreso a las cuevas.

Ifta lo decía porque, de los tres, era la mejor rastreadora, pero efectivamente no podía hacer milagros, aunque todos conocían esas montañas como las palmas de sus manos una violenta tormenta de nieve podía ser realmente peligrosa.

Roggar emitió un sonido gutural a modo de protesta y vio cómo por el rabillo del ojo Uthul se cruzaba de brazos con aire altanero. Miró a los cuatro lobos que iban con ellos y que parecían igualmente frustrados y, por último, al cielo blanquecino que se cernía sobre sus cabezas: era cielo de tormenta, no había duda. Y los nubarrones grises que provenían del norte parecían realmente prometedores. Por mucho que odiara dejar una cacería a medias y regresar sin nada a casa, debía admitir que sus dos amigos llevaban razón.

Ante su duda Uthul le presionó.

- Si lo prefieres, podemos dejar al osado Roggar a solas enfrentando a los elementos. ¿Será capaz de salir airoso de semejante combate?

- Déjame el grog y ya verás que si salgo airoso – gruñó éste.

Ifta le lanzó una mirada de reproche.

- ¿Y dejarías a tu hermana pequeña y a la abuela preocupadas por ti durante toda la noche?

Roggar bufó, pues ella había puesto el dedo en la llaga.

- ¡Está bien! Regresemos… y ya te ajustaré las cuentas allí – agregó mirando a Uthul.

- Cuando quieras, hermano.

 

Los copos de nieve caían cada vez más gruesos y abundantes en su camino de regreso, por lo que los jóvenes apretaban el paso sin prestar atención a nada más, ya que era cuestión de tiempo que la tormenta descargara toda su furia sobre ellos. Teniendo en cuenta las altitudes y la época del año en la que estaban, pleno invierno, las nevadas podían ser de lo más virulentas: la insolencia de desafiarlas podía costarles la vida… aunque ellos estaban bastante preparados.

Los Frostwolves sabían predecir el clima tan bien como cabría esperar de un clan que llevaba años viviendo en las montañas, a pesar de que éste podía ser tan caprichoso como un cachorro malcriado. Pero habían sabido explotar la montaña y a sus habitantes, todo de una forma harto respetuosa, por supuesto. Eran capaces de rastrear y preparar trampas para cazar animales de todo tipo, usando sus pieles para protegerse de los elementos, por no hablar de usar todas aquellas plantas y hongos que les pudieran ser de utilidad.

Los jóvenes orcos eran temerarios e impulsivos por naturaleza y estos tres no eran una excepción. El invierno era además la época que se les hacía más tediosa, ya que gustaban de salir al bosque a estirar las piernas y vivir todo tipo de experiencias fuertes.  En el hogar esta estación se aprovechaba a hacer todas aquellas tareas que se iban posponiendo el resto del año, amén de las diarias básicas pero la cacería se seguía practicando, ya que a pesar de contar con reservas de alimentos eran muchos miembros, con ancianos y niños pequeños, y los escasos conejos que cayeron en las trampas aquel día no daban para todo el clan ni de lejos. Aun así, los mayores aventuraban un día nefasto para salir de cacería, pero los tres jóvenes desoyeron sus consejos y decidieron salir de todos modos.

Roggar, Uthul e Ifta eran buenos amigos, ya que eran más o menos de la misma edad y se habían criado juntos. Su grupo lo constituían más jóvenes, pero simplemente habían desdeñado la oferta. Salvo Ifta y Roggar ninguno tenía lobo propio así que los acompañaban los lobos de sus mayores, de ahí que Uthul no tuviera un vínculo tan cercano con sus camaradas lupinos ni supiera entender algunas de las señales o gestos que éstos hacían, pues no estaba compenetrado con ninguno. Cuando un lobo elegía a su compañero orco se creaba un vínculo realmente fuerte entre ambos, que sólo se rompería en el momento en que uno de los dos muriese. No estaban muy seguros de por qué ocurría esto, pero según su guía espiritual eso sólo atañía a la decisión del espíritu de la naturaleza.

Por eso cuando el lobo de Ifta, Sharpefang, que iba a la retaguardia, se detuvo y alzó las orejas sólo ella se dio cuenta del cambio en el animal. Le miró atentamente, pues los otros que iban un poco más adelante no parecían inquietos.

Ifta siguió con la mirada la dirección en la que su lobo observaba, pero no veía nada más que árboles y nieve.

- ¿Qué ocurre, mi amigo? – preguntó en voz baja, aunque el viento ahogaba sus palabras arrancando potentes crujidos de los árboles adyacentes.

Sharpefang no parecía tenerlas todas consigo con el rostro lobuno apuntando hacia la dirección en la que venía el viento, que agitaba su pelambrera blanca con violencia. Como continuamente cambiaba de dirección para el lobo era dificultoso ubicar aquel aroma que le había llamado la atención. Estaba inquieto, de eso no había duda.

- ¿Qué sucede? – preguntó Uthul, volviendo sobre sus pasos y situándose al lado de su amiga.

- No estoy segura, creo que ha captado algo, pero no sé el qué…

Ifta iba a instarle a pasarlo por alto, pero entonces el viento les dio de frente de nuevo y Sharpefang volvió a tensarse, con la cola en alto. Fue entonces cuando los otros lobos le imitaron.

- ¡Han captado un aroma! – exclamó Roggar, entusiasmado, adelantando su lanza.

- ¿Qué hacemos, lo seguimos? – preguntó Uthul pero por su postura corporal estaba tan interesado como su amigo.

Ifta apenas se tomó unos instantes para meditarlo: ella también detestaba haber salido nada más que por un poco de corteza de abedul. Tomó el arco que llevaba cruzado al pecho.

- Kagh! – gritó a Sharpefang, azuzándolo.

Los lobos echaron a correr seguidos por los tres jóvenes a través de la tormenta.

 

La carrera ayudó a incrementar la emoción por la cacería. Los cazadores avanzaban en abanico, ligeramente agachados y daban pasos rápidos para minimizar el sonido de sus pisadas en la nieve, a pesar de que seguramente quedaban disimulados por el viento, que si cambiaba también podía arruinarles su intento, pues como llevara el olor de los lobos y de los orcos hacia la presa, ésta escaparía alertada por su presencia.

Aun así, los jóvenes querían intentarlo pues su éxito significaría unos cuantos kilos de carne fresca para su clan. Confiaban que las pieles de lobo que cubrían sus cuerpos les ayudarían a camuflarse a la vista, pero seguían teniendo el problema del viento cambiante. Por suerte, ahora mismo parecía mantener la misma dirección.

Los lobos habían tomado la delantera y los vieron desaparecer tras una pendiente no sin antes que Sharpefang se detuviera y los mirase con la cola alzada, lo que significaba que habían llegado hasta su destino.

Ifta, que llevaba la delantera, alzó un puño para indicarles a sus compañeros que aminoraran el paso y preparó una flecha en su arco: quería un tiro certero directo al corazón. Sí, Los Frostwolves cazaban por necesidad y evitaban causar un sufrimiento innecesario en los animales que abatían: por un lado, porque no era necesario y por otro porque entendían que si tenían éxito se debía a la mera voluntad del espíritu de la naturaleza y una acción tan vil como aquella lo encolerizaría. Por ello también daban agradecimiento al mismo una vez el animal expiraba, para ayudar al espíritu que regresara de vuelta a su seno.

Sus compañeros también se prepararon para entrar en acción, pero cuando llegaron hasta la parte más alta del desnivel se quedaron totalmente sorprendidos cuando vieron lo que sus lobos habían olfateado pues era lo que menos se habían esperado.

- ¿Pero qué…? – preguntó Roggar, su vozarrón silenciado en parte por el gélido viento.

 

Ifta, como curandera principiante que era, fue la primera en vencer su sorpresa y tener el impulso de apresurarse salvando el desnivel y pasando entre los lobos que, curiosos, permanecían a una distancia prudencial rodeando a la figura que yacía en el suelo, tumbada boca abajo y con una mano extendida hacia delante.

Lo primero que percibió es que era otro orco y que sus ropajes eran insuficientes para soportar las bajas temperaturas de la zona. El viajero llevaba además una mochila de viaje a su espalda y sus grandes pisadas aún se veían frescas en la nieve. ¿Cuánto llevaría ahí? ¿Acaso estaba vivo siquiera? Se preguntó la joven. Como si él hubiera escuchado sus pensamientos alzó la cabeza, con movimientos temblorosos y unos inusuales ojos azules se clavaron en ella. Ifta pensó que podría considerarse atractivo, pero como nunca había visto a otro orco con un color de ojos así, semejante contraste le chocó: esos eran los ojos de humano. Pero… eran idénticos a los que ella… esto resultó ser tan inesperado que se quedó atónita. Apenas notó cómo sus dos compañeros se aproximaban desde atrás.

Las fauces del extraño se abrieron, como si quisiera decirle algo, pero ningún sonido salió de su garganta, tan sólo una débil bocanada de vapor. Entonces sus ojos se pusieron blancos y simplemente se desvaneció.

Eso hizo reaccionar a Ifta, que apoyó una mano sobre él y lo agitó, pero no obtuvo ninguna reacción por su parte. Al menos sintió su corazón latir.

- ¿Se puede saber qué hace este insensato al raso en un día como éste? – preguntó Roggar echándose la capucha hacia atrás.

- Lo mismo que nosotros – apuntó Uthul rascándose la ceja con el pulgar, aún sorprendido por el hallazgo.

- ¡Qué dices! Mírale, si va de verano… ¿acaso está loco o sólo es estúpido?

Ifta se volvió hacia ellos y, aunque la capucha le tapaba buena parte de la cara ambos supieron que su mirada era de enfado.

- ¿A qué estáis esperando? ¡Moveos! – les gritó – Morirá si no le llevamos a un lugar seguro… Drek’Thar sabrá qué hacer.

 

El código de honor que regía al clan Frostwolf establecía que debían auxiliar a aquellos que estaban en apuros, aunque fueran extraños. Pero esto era raro … nadie en su sano juicio se aventuraría tan al norte de las Alterac en la parte más cruda del invierno y menos con tan poca preparación como este forastero. Roggar tenía razón: o era un estúpido o no estaba en sus cabales. Pero no competía a ninguno de ellos sopesar la diatriba más allá de poner en práctica el código: lo llevarían ante Drek’Thar y, si sobrevivía, que diera las oportunas explicaciones y que el viejo líder decidiera.

Así que a pesar de que las circunstancias de su aparición eran harto sospechosas los tres se pusieron manos a la obra con diligencia. Roggar y Uthul tomaron las hachas que llevaban atadas a los cintos y procedieron a cotar algo de madera para preparar una angarilla para cargarle.  Mientras tanto Ifta se despojó de su gruesa capa de lobo y la echó por encima del viajero inconsciente. Se cuidó de taparle sobre todo la cabeza y el cuello pues eran las zonas donde se producía la mayor pérdida de calor, no sin antes comprobar que él seguía respirando.

Como si supieran lo que se esperaba de ellos los lobos se aproximaron y se tumbaron pegados al extraño, intentando de esa manera proporcionarle algo de calor extra y cobertura contra del viento cada vez mayor.

Sólo entonces Ifta corrió hacia sus compañeros para ayudarles a preparar la angarilla. Ellos ya habían cortado varias ramas y la hembra comenzó a atar con cuerda los extremos mientras Uthul sacaba una red que llevaba encima para estos casos y la ataba fuertemente para proporcionar un soporte. Los lobos les contemplaban trabajar en silencio desde sus posiciones de vigilia.

Uthul sólo interrumpió su tarea para ofrecer su piel a Ifta: aunque ella la rechazó al principio terminó aceptándola para no ofenderle.

A pesar de que trabajaban deprisa y con manos expertas les llevó un tiempo dejarla lista. Mientras había oscurecido y el viento había arreciado haciendo caer sobre ellos copos de nieve bien gruesos, anticipando que lo peor de la tormenta estaba próximo. Por suerte la angarilla ya estaba casi lista así que mientras sus compañeros ultimaban los detalles Ifta corrió de nuevo hacia el extraño, aún protegido por los cuerpos cálidos de los lobos, y comprobó de nuevo cómo se encontraba. Seguía inconsciente pero sí que parecía tener algo más de calor: eso era bueno. No obstante, cada segundo contaba y tardar más de la cuenta podía significar su final.

Ifta hizo una señal para indicar a los lobos que se apartaran, le despojó de la piel y de la mochila y le dio la vuelta sólo cuando Uthul y Roggar llegaron a su lado con la angarilla. Mientras ella se echaba la mochila del desconocido al hombro sus dos compañeros lo tomaron de los tobillos y de las axilas y lo alzaron colocándolo en la angarilla. Ifta se apresuró a cruzarle los brazos sobre el pecho para echarle a continuación su piel de lobo por encima, pero seguía sin cubrirle del todo: el orco era muy alto.

Fue a quitarse la piel que Uthul le diera, pero Roggar alargó una mano para que se detuviera y fue su abrigo el que echaron por encima, asegurándose de que quedaba bien cubierto.

- Ve delante con los lobos – ordenó Uthul. Tanto él como Roggar disimulaban estoicamente el frío que sentían – Abrirás la marcha.

Ifta asintió y marcó a Sharpfang la orden de que los llevara a casa. Los lobos se pusieron en movimiento siguiéndolos, flanqueando a Roggar y Uthul cargando con el forastero por su instinto protector de la manada.

 

 

Cuando llegaron al territorio del clan fueron recibidos por los vigías. Ifta se limitó a decir que ayudaran a sus dos compañeros y se adelantó trotando con una cueva en mente.

- ¡Throm-ka, líder! – gritó cuando apartó la gruesa piel de la entrada.

El anciano orco se encontraba sentado tomando un caldo bien caliente que le había preparado Palkar, su lazarillo. Era un muchacho que le ayudaba en todo lo que podía y que aspiraba a ser chamán como él.

- ¡Ah! El ímpetu de la juventud – rezongó el anciano dando un sorbo.

Ifta resopló a sabiendas de que efectivamente no había entrado de la forma más respetuosa pero la urgencia de la situación la había hecho olvidar sus modales. Para intentar suavizar su insolencia postró una rodilla en el suelo y se llevó un puño al pecho.

- Drek’Thar. Perdona mis formas, pero traemos a un desconocido que hemos encontrado en el bosque. Me he adelantado para avisarte, pero Uthul y Roggar lo traen de camino; sufre de una severa hipotermia y está inconsciente.

- Ya veo – repuso Drek’Thar haciendo un pequeño chiste dada su condición. Apenas se inmutó, pero dejó en el suelo el caldo, aun humeante – Palkar – llamó, alzando sus ojos ciegos hacia su ayudante – Prepara un lecho para el forastero. Ya que estás ahí, Ifta, trae mis hierbas; ya sabes cuáles son las más acertadas. Veremos qué podemos hacer por él.



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