Era difícil caminar en silencio
por la nieve ya que, cuando es pisada, emite un crujido de lo más
característico, algo irónico teniendo en cuenta su capacidad de silenciar el
entorno. La explicación a este fenómeno es bien sencilla: la nieve está
compuesta, en realidad, por cristales de hielo que, cuando se depositan en el
suelo, se generan pequeños colchones de aire que impiden que emita ningún
sonido. Hasta que no se endurece por la bajada de las temperaturas o,
simplemente, se compacta, la nieve absorbe la acústica del paisaje, sumiéndole
en una quietud casi sobrenatural. Así era tal y como se encontraba el bosque en
esos momentos, el silencio sólo roto sólo por el avance de los cazadores.
Ellos sabían que con sus pisadas podían
delatarse ante los oídos más atentos pero tras muchos años de práctica
conseguían disimularlo increíblemente para conseguir su propósito de pasar
desapercibidos. Sus compañeros lupinos no precisaban tanto esfuerzo, pues
poseían una habilidad totalmente innata para ello. El que iba en cabeza
olfateaba en busca del rastro de una posible y necesaria presa, pues en esas
fechas el alimento escaseaba. La vida podía llegar a ser bastante dura en esas
montañas.
La manada de lobos se detuvo un
momento para estudiar el siguiente rastro, haciendo que los cazadores
aguardaran con paciencia.
- Se viene una buena ventisca –
gruñó uno de ellos, despojándose de su capucha y elevando su prominente
mandíbula hacia el cielo encapotado.
Como si el viento le diera la
razón, éste arreció. Los pocos copos de nieve iniciales se convirtieron en toda
una miríada de puntitos blancos que se posaban en sus cálidas pieles.
- Dales un poco más de tiempo –
protestó su otro compañero– ¡Seguro que pronto encuentran un rastro!
- Dijiste lo mismo hace casi una
hora. No hay progresos.
- Eres como un pájaro de mal
agüero, Uthul – dijo su compañero, riéndose entre dientes.
- Lo que tú digas Roggar –
escupió el otro – Yo ya lo avisé.
- ¿Acaso te asusta una pequeña
tormenta? – preguntó Roggar, en tono burlón.
- No el momento de empezar una
pelea – intervino el tercer orco antes de que Uthul pudiera responder, con las
manos verdes de gruesos dedos apoyadas sobre el tronco blanquecino de un árbol.
Acto seguido y como si de una broma se tratara procedió a arrancar un trozo de
corteza. Roggar lo observó sin dar
crédito.
- ¿Tienes que hacer eso ahora,
Ifta?
La hembra le dedicó una mirada de
reproche de sus ojos oscuros.
- No me apetece volver con las
manos vacías – gruñó ella arrancando otra tira y guardando los trozos con
cuidado en una bolsa bandolera que llevaba a la cadera – En invierno siempre se
necesita corteza de abedul; alivia el dolor de huesos de los más mayores. Abuela
Garula lo agradecerá.
- Pero con ese estrépito nos
espantas a las posibles presas – protestó Roggar.
Ella se volvió y señaló a su
alrededor.
- ¿Cuáles, cerebro de ogro? – preguntó
ella.
Roggar la señaló con una uña
rematada en punta y una sonrisa feroz.
- ¿Nos dices que no iniciemos una
pelea y ahora me insultas?
Ella le devolvió una socarrona.
- Lo que no quiero es aguantaros
a ninguno de los dos – acto seguido miró al cielo – Uthul tiene razón; se viene
una fuerte tormenta. Si no nos ponemos ya en marcha nos pillará de lleno… y ni
siquiera yo os podré orientar de regreso a las cuevas.
Ifta lo decía porque, de los
tres, era la mejor rastreadora, pero efectivamente no podía hacer milagros,
aunque todos conocían esas montañas como las palmas de sus manos una violenta
tormenta de nieve podía ser realmente peligrosa.
Roggar emitió un sonido gutural a
modo de protesta y vio cómo por el rabillo del ojo Uthul se cruzaba de brazos
con aire altanero. Miró a los cuatro lobos que iban con ellos y que parecían
igualmente frustrados y, por último, al cielo blanquecino que se cernía sobre
sus cabezas: era cielo de tormenta, no había duda. Y los nubarrones grises que
provenían del norte parecían realmente prometedores. Por mucho que odiara dejar
una cacería a medias y regresar sin nada a casa, debía admitir que sus dos
amigos llevaban razón.
Ante su duda Uthul le presionó.
- Si lo prefieres, podemos dejar
al osado Roggar a solas enfrentando a los elementos. ¿Será capaz de salir
airoso de semejante combate?
- Déjame el grog y ya verás que
si salgo airoso – gruñó éste.
Ifta le lanzó una mirada de
reproche.
- ¿Y dejarías a tu hermana pequeña
y a la abuela preocupadas por ti durante toda la noche?
Roggar bufó, pues ella había
puesto el dedo en la llaga.
- ¡Está bien! Regresemos… y ya te
ajustaré las cuentas allí – agregó mirando a Uthul.
- Cuando quieras, hermano.
Los copos de nieve caían cada vez
más gruesos y abundantes en su camino de regreso, por lo que los jóvenes
apretaban el paso sin prestar atención a nada más, ya que era cuestión de
tiempo que la tormenta descargara toda su furia sobre ellos. Teniendo en cuenta
las altitudes y la época del año en la que estaban, pleno invierno, las nevadas
podían ser de lo más virulentas: la insolencia de desafiarlas podía costarles
la vida… aunque ellos estaban bastante preparados.
Los Frostwolves sabían predecir
el clima tan bien como cabría esperar de un clan que llevaba años viviendo en
las montañas, a pesar de que éste podía ser tan caprichoso como un cachorro
malcriado. Pero habían sabido explotar la montaña y a sus habitantes, todo de
una forma harto respetuosa, por supuesto. Eran capaces de rastrear y preparar
trampas para cazar animales de todo tipo, usando sus pieles para protegerse de
los elementos, por no hablar de usar todas aquellas plantas y hongos que les
pudieran ser de utilidad.
Los jóvenes orcos eran temerarios
e impulsivos por naturaleza y estos tres no eran una excepción. El invierno era
además la época que se les hacía más tediosa, ya que gustaban de salir al
bosque a estirar las piernas y vivir todo tipo de experiencias fuertes. En el hogar esta estación se aprovechaba a
hacer todas aquellas tareas que se iban posponiendo el resto del año, amén de
las diarias básicas pero la cacería se seguía practicando, ya que a pesar de
contar con reservas de alimentos eran muchos miembros, con ancianos y niños
pequeños, y los escasos conejos que cayeron en las trampas aquel día no daban
para todo el clan ni de lejos. Aun así, los mayores aventuraban un día nefasto
para salir de cacería, pero los tres jóvenes desoyeron sus consejos y
decidieron salir de todos modos.
Roggar, Uthul e Ifta eran buenos
amigos, ya que eran más o menos de la misma edad y se habían criado juntos. Su
grupo lo constituían más jóvenes, pero simplemente habían desdeñado la oferta.
Salvo Ifta y Roggar ninguno tenía lobo propio así que los acompañaban los lobos
de sus mayores, de ahí que Uthul no tuviera un vínculo tan cercano con sus
camaradas lupinos ni supiera entender algunas de las señales o gestos que éstos
hacían, pues no estaba compenetrado con ninguno. Cuando un lobo elegía a su
compañero orco se creaba un vínculo realmente fuerte entre ambos, que sólo se
rompería en el momento en que uno de los dos muriese. No estaban muy seguros de
por qué ocurría esto, pero según su guía espiritual eso sólo atañía a la
decisión del espíritu de la naturaleza.
Por eso cuando el lobo de Ifta,
Sharpefang, que iba a la retaguardia, se detuvo y alzó las orejas sólo ella se
dio cuenta del cambio en el animal. Le miró atentamente, pues los otros que
iban un poco más adelante no parecían inquietos.
Ifta siguió con la mirada la
dirección en la que su lobo observaba, pero no veía nada más que árboles y
nieve.
- ¿Qué ocurre, mi amigo? – preguntó
en voz baja, aunque el viento ahogaba sus palabras arrancando potentes crujidos
de los árboles adyacentes.
Sharpefang no parecía tenerlas
todas consigo con el rostro lobuno apuntando hacia la dirección en la que venía
el viento, que agitaba su pelambrera blanca con violencia. Como continuamente
cambiaba de dirección para el lobo era dificultoso ubicar aquel aroma que le
había llamado la atención. Estaba inquieto, de eso no había duda.
- ¿Qué sucede? – preguntó Uthul,
volviendo sobre sus pasos y situándose al lado de su amiga.
- No estoy segura, creo que ha
captado algo, pero no sé el qué…
Ifta iba a instarle a pasarlo por
alto, pero entonces el viento les dio de frente de nuevo y Sharpefang volvió a
tensarse, con la cola en alto. Fue entonces cuando los otros lobos le imitaron.
- ¡Han captado un aroma! –
exclamó Roggar, entusiasmado, adelantando su lanza.
- ¿Qué hacemos, lo seguimos? –
preguntó Uthul pero por su postura corporal estaba tan interesado como su
amigo.
Ifta apenas se tomó unos
instantes para meditarlo: ella también detestaba haber salido nada más que por
un poco de corteza de abedul. Tomó el arco que llevaba cruzado al pecho.
- Kagh! – gritó a
Sharpefang, azuzándolo.
Los lobos echaron a correr
seguidos por los tres jóvenes a través de la tormenta.
La carrera ayudó a incrementar la
emoción por la cacería. Los cazadores avanzaban en abanico, ligeramente
agachados y daban pasos rápidos para minimizar el sonido de sus pisadas en la
nieve, a pesar de que seguramente quedaban disimulados por el viento, que si
cambiaba también podía arruinarles su intento, pues como llevara el olor de los
lobos y de los orcos hacia la presa, ésta escaparía alertada por su presencia.
Aun así, los jóvenes querían
intentarlo pues su éxito significaría unos cuantos kilos de carne fresca para
su clan. Confiaban que las pieles de lobo que cubrían sus cuerpos les ayudarían
a camuflarse a la vista, pero seguían teniendo el problema del viento cambiante.
Por suerte, ahora mismo parecía mantener la misma dirección.
Los lobos habían tomado la
delantera y los vieron desaparecer tras una pendiente no sin antes que Sharpefang
se detuviera y los mirase con la cola alzada, lo que significaba que habían
llegado hasta su destino.
Ifta, que llevaba la delantera,
alzó un puño para indicarles a sus compañeros que aminoraran el paso y preparó
una flecha en su arco: quería un tiro certero directo al corazón. Sí, Los
Frostwolves cazaban por necesidad y evitaban causar un sufrimiento innecesario
en los animales que abatían: por un lado, porque no era necesario y por otro
porque entendían que si tenían éxito se debía a la mera voluntad del espíritu
de la naturaleza y una acción tan vil como aquella lo encolerizaría. Por ello
también daban agradecimiento al mismo una vez el animal expiraba, para ayudar
al espíritu que regresara de vuelta a su seno.
Sus compañeros también se
prepararon para entrar en acción, pero cuando llegaron hasta la parte más alta
del desnivel se quedaron totalmente sorprendidos cuando vieron lo que sus lobos
habían olfateado pues era lo que menos se habían esperado.
- ¿Pero qué…? – preguntó Roggar,
su vozarrón silenciado en parte por el gélido viento.
Ifta, como curandera principiante
que era, fue la primera en vencer su sorpresa y tener el impulso de apresurarse
salvando el desnivel y pasando entre los lobos que, curiosos, permanecían a una
distancia prudencial rodeando a la figura que yacía en el suelo, tumbada boca
abajo y con una mano extendida hacia delante.
Lo primero que percibió es que
era otro orco y que sus ropajes eran insuficientes para soportar las bajas
temperaturas de la zona. El viajero llevaba además una mochila de viaje a su
espalda y sus grandes pisadas aún se veían frescas en la nieve. ¿Cuánto
llevaría ahí? ¿Acaso estaba vivo siquiera? Se preguntó la joven. Como si él
hubiera escuchado sus pensamientos alzó la cabeza, con movimientos temblorosos
y unos inusuales ojos azules se clavaron en ella. Ifta pensó que podría
considerarse atractivo, pero como nunca había visto a otro orco con un color de
ojos así, semejante contraste le chocó: esos eran los ojos de humano. Pero… eran
idénticos a los que ella… esto resultó ser tan inesperado que se quedó atónita.
Apenas notó cómo sus dos compañeros se aproximaban desde atrás.
Las fauces del extraño se abrieron,
como si quisiera decirle algo, pero ningún sonido salió de su garganta, tan
sólo una débil bocanada de vapor. Entonces sus ojos se pusieron blancos y
simplemente se desvaneció.
Eso hizo reaccionar a Ifta, que apoyó
una mano sobre él y lo agitó, pero no obtuvo ninguna reacción por su parte. Al
menos sintió su corazón latir.
- ¿Se puede saber qué hace este
insensato al raso en un día como éste? – preguntó Roggar echándose la capucha
hacia atrás.
- Lo mismo que nosotros – apuntó
Uthul rascándose la ceja con el pulgar, aún sorprendido por el hallazgo.
- ¡Qué dices! Mírale, si va de
verano… ¿acaso está loco o sólo es estúpido?
Ifta se volvió hacia ellos y,
aunque la capucha le tapaba buena parte de la cara ambos supieron que su mirada
era de enfado.
- ¿A qué estáis esperando?
¡Moveos! – les gritó – Morirá si no le llevamos a un lugar seguro… Drek’Thar
sabrá qué hacer.
El código de honor que regía al
clan Frostwolf establecía que debían auxiliar a aquellos que estaban en apuros,
aunque fueran extraños. Pero esto era raro … nadie en su sano juicio se
aventuraría tan al norte de las Alterac en la parte más cruda del invierno y
menos con tan poca preparación como este forastero. Roggar tenía razón: o era
un estúpido o no estaba en sus cabales. Pero no competía a ninguno de ellos
sopesar la diatriba más allá de poner en práctica el código: lo llevarían ante Drek’Thar
y, si sobrevivía, que diera las oportunas explicaciones y que el viejo líder
decidiera.
Así que a pesar de que las
circunstancias de su aparición eran harto sospechosas los tres se pusieron
manos a la obra con diligencia. Roggar y Uthul tomaron las hachas que llevaban
atadas a los cintos y procedieron a cotar algo de madera para preparar una
angarilla para cargarle. Mientras tanto Ifta
se despojó de su gruesa capa de lobo y la echó por encima del viajero
inconsciente. Se cuidó de taparle sobre todo la cabeza y el cuello pues eran las
zonas donde se producía la mayor pérdida de calor, no sin antes comprobar que
él seguía respirando.
Como si supieran lo que se
esperaba de ellos los lobos se aproximaron y se tumbaron pegados al extraño,
intentando de esa manera proporcionarle algo de calor extra y cobertura contra
del viento cada vez mayor.
Sólo entonces Ifta corrió hacia
sus compañeros para ayudarles a preparar la angarilla. Ellos ya habían cortado
varias ramas y la hembra comenzó a atar con cuerda los extremos mientras Uthul
sacaba una red que llevaba encima para estos casos y la ataba fuertemente para
proporcionar un soporte. Los lobos les contemplaban trabajar en silencio desde
sus posiciones de vigilia.
Uthul sólo interrumpió su tarea
para ofrecer su piel a Ifta: aunque ella la rechazó al principio terminó
aceptándola para no ofenderle.
A pesar de que trabajaban deprisa
y con manos expertas les llevó un tiempo dejarla lista. Mientras había
oscurecido y el viento había arreciado haciendo caer sobre ellos copos de nieve
bien gruesos, anticipando que lo peor de la tormenta estaba próximo. Por suerte
la angarilla ya estaba casi lista así que mientras sus compañeros ultimaban los
detalles Ifta corrió de nuevo hacia el extraño, aún protegido por los cuerpos
cálidos de los lobos, y comprobó de nuevo cómo se encontraba. Seguía
inconsciente pero sí que parecía tener algo más de calor: eso era bueno. No
obstante, cada segundo contaba y tardar más de la cuenta podía significar su
final.
Ifta hizo una señal para indicar
a los lobos que se apartaran, le despojó de la piel y de la mochila y le dio la
vuelta sólo cuando Uthul y Roggar llegaron a su lado con la angarilla. Mientras
ella se echaba la mochila del desconocido al hombro sus dos compañeros lo tomaron
de los tobillos y de las axilas y lo alzaron colocándolo en la angarilla. Ifta
se apresuró a cruzarle los brazos sobre el pecho para echarle a continuación su
piel de lobo por encima, pero seguía sin cubrirle del todo: el orco era muy alto.
Fue a quitarse la piel que Uthul
le diera, pero Roggar alargó una mano para que se detuviera y fue su abrigo el
que echaron por encima, asegurándose de que quedaba bien cubierto.
- Ve delante con los lobos – ordenó
Uthul. Tanto él como Roggar disimulaban estoicamente el frío que sentían – Abrirás
la marcha.
Ifta asintió y marcó a Sharpfang
la orden de que los llevara a casa. Los lobos se pusieron en movimiento
siguiéndolos, flanqueando a Roggar y Uthul cargando con el forastero por su
instinto protector de la manada.
Cuando llegaron al territorio del
clan fueron recibidos por los vigías. Ifta se limitó a decir que ayudaran a sus
dos compañeros y se adelantó trotando con una cueva en mente.
- ¡Throm-ka, líder! –
gritó cuando apartó la gruesa piel de la entrada.
El anciano orco se encontraba
sentado tomando un caldo bien caliente que le había preparado Palkar, su
lazarillo. Era un muchacho que le ayudaba en todo lo que podía y que aspiraba a
ser chamán como él.
- ¡Ah! El ímpetu de la juventud –
rezongó el anciano dando un sorbo.
Ifta resopló a sabiendas de que
efectivamente no había entrado de la forma más respetuosa pero la urgencia de
la situación la había hecho olvidar sus modales. Para intentar suavizar su
insolencia postró una rodilla en el suelo y se llevó un puño al pecho.
- Drek’Thar. Perdona mis formas,
pero traemos a un desconocido que hemos encontrado en el bosque. Me he
adelantado para avisarte, pero Uthul y Roggar lo traen de camino; sufre de una
severa hipotermia y está inconsciente.
- Ya veo – repuso Drek’Thar
haciendo un pequeño chiste dada su condición. Apenas se inmutó, pero dejó en el
suelo el caldo, aun humeante – Palkar – llamó, alzando sus ojos ciegos hacia su
ayudante – Prepara un lecho para el forastero. Ya que estás ahí, Ifta, trae mis
hierbas; ya sabes cuáles son las más acertadas. Veremos qué podemos hacer por
él.
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