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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 2

 


- ¿Es cierto que al forastero lo trajisteis vosotros?

- Así es – confirmó Roggar.

- Y que es un Frostwolf perdido años atrás…

- Parece ser.

- ¿De dónde viene? ¿Por qué se marchó?

- Todo eso no lo sé… supongo que tendremos que esperar un poco más para saberlo.

- ¿Es cierto que tiene los ojos azules?

- Lo es – respondió Ifta, sin volverse, mientras restregaba enérgicamente la piel extendida para eliminar la grasa y carne residuales. 

Se hizo un breve silencio sólo interrumpido por los sonidos de su trabajo; los jóvenes se habían reunido para trabajar juntos alrededor de una hoguera: un par limpiaban las pieles y los otros estaban limpiando herramientas y armas.


- Y tiene un nombre humano – siseó una de las hembras finalmente - Thrall...

El comentario elevó gruñidos. Ifta frunció el ceño, pero no interrumpió su tarea. Uno de los machos escupió con desprecio.

- Conque “esclavo” ¿eh? – dijo - ¿Qué clase de nombre es ese para un orco?

Uthul asintió ante tal comentario.

- No sé cómo Drek’Thar le permite quedarse – insistió el que había hablado – Ya sólo por ese nombre merece ser expulsado...

Ifta había tenido suficiente: no le importaba lo que hablaran del desconocido, pero otra cosa era hablar de su superior en esos términos.

- ¿Cómo te atreves a cuestionar la decisión de nuestro líder? – le preguntó mostrando sus colmillos - ¿Acaso te consideras tú más sabio que Drek’Thar, insolente cachorro?

Se hizo un incómodo silencio entre los presentes. El que había hablado, Rekkar, que era también el más joven del grupo, se revolvió incómodo ante las miradas.

- No, no lo hace – intervino Uthul – Ninguno lo hacemos – aclaró - Pero debes admitir que ese orco es más que sospechoso. ¿O a ti no te lo parece?

Ifta desvió la mirada un instante.

- Por supuesto que me lo parece – afirmó finalmente y se cruzó de brazos – Pero debemos confiar en el criterio de Drek-Thar. Si le ha dado la oportunidad de quedarse, por algo será… y nosotros no somos quienes para cuestionar su decisión… ni chismorrear como viejas alrededor de la fogata en vez de hacer algo de provecho – agregó, apuntándoles con la herramienta. 

Dicho esto, se volvió y continuó con el raspado de esa piel.

Podía sentir al resto de sus compañeros intercambiar miradas al respecto, pero le dio igual. Al cabo empezaron a hablar de otro tema que no fuera el forastero.


A pesar de su irritación Ifta no podía reprochar a sus compañeros su curiosidad. Ella misma la tenía, pero no había elevado ninguna pregunta a Drek’Thar al respecto ni el anciano le había indicado nada diferente que al resto: que el tal Thrall era el hijo del anterior líder Frostwolf, Durotan, desaparecido años atrás, que ahora había regresado y que, como miembro legítimo que era, se quedaría.

Una historia cuanto menos increíble pues Durotan partió hacía más de una década acompañado por su pareja Draka por motivos que en sí el clan desconocía. Aunque se daba por implícito que Drek’Thar sí los sabía, como segundo al mando que era en aquella época, no había hecho a nadie partícipe de dicho conocimiento. Y ahora el hijo que habían llevado con ellos había regresado. Hasta la fecha nunca habían sabido lo que había ocurrido con los tres, pero al ver que no regresaron se habían figurado que habrían muerto. 

Ifta sentía un profundo aprecio hacia Drek’Thar; todos lo tenían en realidad a pesar de ser ya anciano y estar ciego. Había quedado al cargo del clan tras la marcha de su predecesor y desde entonces los Frostwolves habían vivido con relativa facilidad. Todos eran conscientes de que gracias a él estaban donde estaban ahora, incluso los más jóvenes, y que su pérdida podía significar tiempos oscuros. El propio viejo lo sabía y de ahí que se esforzara porque los elementos aceptaran a un segundo chamán que pudiera brindar apoyo cuando él ya no estuviera. Pero éstos se habían limitado a rechazar o ignorar todos sus candidatos; esto Ifta lo sabía bien.

Como todos allí había escuchado las historias que los más mayores contaban de la Horda y de cómo los Frostwolves, tras sufrir exilio, tuvieron que aprender a sobrevivir por su cuenta en un ambiente de lo más extraño y hostil. De no ser por los esfuerzos de Drek’Thar por estar en armonía con los elementos la cosa hubiera estado infinitamente más difícil: ellos no lo pusieron fácil ya que seguían ofendidos por la facilidad con la que los antiguos chamanes les dieron la espalda para abrazar las artes oscuras, mucho más accesibles, seductoras y viles: la brujería demoníaca. 

Ifta no había conocido aquella época pues era demasiado joven y apenas podía hacerse una idea, pero siempre había tenido preguntas en mente que no siempre eran respondidas. Tampoco había conocido al anterior jefe de los Frostwolves ya que ella ni siquiera había nacido cuando se marchó, pero sí sabía que su desaparición misteriosa coincidió con el ocaso de la Horda. Los orcos ya no eran aquella mezcolanza de clanes orgullosos blandiendo el hacha de guerra al unísono si no que se encontraba fragmentada y dispersa, perdida en las extensiones de aquel planeta alienígena... muñecos rotos abandonados por las fuerzas que les impulsaron inicialmente a llevar a cabo esa invasión. Eso era, al menos, los rumores que les había llegado hasta ahí.

Cuando percibió que sus compañeros habían interrumpido su incesante parloteo alzó la mirada para comprobar el motivo y pudo ver al forastero abandonando la cueva con Drek’Thar. Allí había permanecido durante su tiempo de recuperación. Ifta no le había llegado a ver despierto y aunque había estado en la cueva de Drek’Thar por ser su maestro el forastero despertó apenas la noche anterior; si hubiera sabido lo chismosos que eran sus amigos no les habría contado nada de lo que el viejo chamán le había dicho.

Lo observó intercambiando unas palabras con Drek’Thar: corroboró así que era increíblemente alto y parecía en buena forma. Entonces ambos se separaron y el orco que parecía llamarse Thrall tomó un hacha y se puso a cortar leña.

- Míralo – se burló Rekkar –Ya era hora de que fuera útil. ¿O acaso pensaba que por ser el hijo del antiguo jefe le daríamos todo hecho?

Uthul se crujió los nudillos.

- El esclavo trabaja bien – dijo en un tono igualmente despectivo – Veremos hasta dónde hace honor a su nombre.

Ifta lo miró cortar un par de leños y entonces retomó su tarea. La prueba había comenzado.



Una vez que Thrall se hubo repuesto pudo unirse al clan, realizando todas aquellas tareas y trabajos que le encargaban, normalmente las más engorrosas: cortaba la leña, desollaba animales, echaba tierra sobre las letrinas… todo bajo miradas de hostilidad o de completa indiferencia. De todos era el último en comer, incluso los lobos recibían su ración antes que él. Le asignaron la cueva más pequeña y húmeda para dormir, le apartaron las peores mantas y pieles y le dieron las peores armas y herramientas… y por supuesto apenas le dirigían la palabra nada más que para mandarle qué hacer, todo en tono seco y hosco.

Sin embargo, él aguantó con paciencia, pues se lo tomaba como una prueba para que quedara claro que él era uno más y no alguien especial. Aun así se sentía bastante solo durante el día porque los otros jóvenes del clan mantenían las distancias; los más pequeños lo miraban con curiosidad, pero la inmensa mayoría tenían la misma forma de comportarse hacia él que los adultos. Era consciente de que murmuraban a sus espaldas y callaban en cuanto se aproximaba. A veces los sorprendía lanzándole miradas, algunas de soslayo y otras bastante descaradas y todo lo que veía en sus oscuros ojos era desdén y desconfianza. Era difícil de sobrellevar, pero los comprendía. Por ello no forzaba las cosas por lo que se mantenía lejos por propia iniciativa.

No tardó en percatarse que había una hembra en particular que le observaba de una forma extraña que él no sabía determinar, como si ella misma intentara comprender el porqué de su presencia o lo estuviera evaluando. Pertenecía al grupo de los jóvenes y Thrall calculó que tenía más o menos su edad, quizá más joven. Tenía los ojos castaños, cabello largo moreno que llevaba trenzado al estilo del clan y adornado con cuentas, las orejas y nariz tachonados con pendientes de diversos tamaños, vestía pieles y otros detalles de color azul distintivo del clan. Solía ir acompañada la mayor parte del tiempo por un enorme lobo blanco, algo que parecía muy habitual entre los orcos de allí; no había visto eso entre los Warsong. Una buena razón para que el clan tuviera semejante nombre.

El caso es que la pilló observándole en el momento que ponía el siguiente trozo de madera sobre el tocón. Iba cargada con una bolsa que llevaba sobre su cadera y por su postura parecía que acababa de salir de una de las cuevas; se había quedado de pie, sin más, mirando en su dirección. Él sostuvo el hacha con ambas manos y decidió sostenerle la mirada: aunque ella terminó apartándola se la aguantó un rato de un modo un tanto insolente, pero cuando bajó la vista parecía azorada. Lo más raro de todo es que ella le resultaba familiar, algo que era imposible porque nunca antes la había visto… ¿o sí? 

Thrall la vio caminar a buen ritmo con la cabeza gacha y desaparecer en una de las cuevas, sin duda alguna parecía en medio de alguna tarea, como él mismo. Volvió el rostro, alzó el hacha y la dejó caer sobre el trozo de leña, partiéndolo en dos. Ya casi había acabado.


- ¿Necesitas algo más, abuela?

- No hija, ya has hecho más que suficiente – rezongó la anciana recostándose en su lecho y devolviéndole el cuenco. 

Apenas hizo el movimiento un nuevo acceso de tos la sacudió entera. La joven frunció el ceño, mirándola preocupada; pensaba que ya se había curado de aquella tos que arrastraba desde el otoño. Para más inri, se le estaba juntando con su enfermedad crónica. Apoyó una mano en su frente. Suspiró aliviada; al menos no tenía fiebre.

- Pero no has terminado la infusión. Debes beberla toda…

- Ya me encuentro mucho mejor; la beberé luego… ahora sólo quiero descansar…

Ifta la consintió y se apresuró a cubrirla con una piel para que no se enfriara, pasándole una mano con suavidad por la arrugada frente.

- Volveré más tarde – le susurró, pero la anciana ya estaba dormida. No había podido pegar ojo en toda la noche por el dolor e Ifta tampoco; había acudido a la botica de Drek’Thar a reponer su bolsa de medicinas, pero había regresado para asegurarse que la anciana se había bebido la infusión que la dejara hecha antes de irse.

Miró unos instantes el cuenco con la infusión y decidió dejarlo al lado de su lecho, a la altura de la cabeza, de tal modo que apenas tuviera que esforzarse si quería beber más tarde. Recogió sus enseres y salió de la caverna, volviéndose hacia la niña orca que aguardaba pacientemente a la entrada, Morga, la hermana de Roggar. Había estado jugando, pero acudió enseguida que la vio entrar.

-– Está durmiendo, no debe ser molestada - le explicó – La examinaré de nuevo más tarde; poco más podemos hacer porque la enfermedad de los huesos no tiene cura, sólo podemos aliviarla – suspiró – Con un poco de suerte el tiempo mejorará y con ello su salud. He dejado el sobrante del remedio en el cuenco de al lado de su lecho. Si se despertara con dolor que se la beba… toda. ¿Entendido? – la niña asintió. Ifta hizo amago de irse, pero se lo pensó mejor – Ah, Morga, y si vuelve a toser, dímelo.

- Está bien– dijo Morga y desapareció en el interior.

La joven suspiró. El invierno era la estación más atareada para ella porque con el frío venían muchas más enfermedades o achaques, sobre todo a los más mayores. Incluso el propio Drek’Thar solía sufrir intensos dolores y eso le impedía en ocasiones ejercer dichas labores de modo que delegaba la mayor parte del trabajo en ella, la segunda curandera. La joven orca lo aceptaba de buen grado: le gustaba sentirse lo más útil posible para su clan. Se lo merecían; nunca sentiría que había saldado por completo la deuda que tenía con ellos.

Hablando del chamán. ¿Debería contarle sobre el sueño que tuvo aquel verano? Al principio dicho suceso la fascinó, porque se le antojaba harto premonitorio; luego lo descartó porque consideró que no tenía significado alguno, ya que había sido rechazada en el rito de iniciación con lo que no tendría dotes videntes, llegando así casi al punto de olvidarlo. Sin embargo, la llegada del desconocido lo cambió todo. Su aparición la alteró más de lo que ella estaba dispuesta a admitir. Demasiada casualidad. ¿Esto daba mayor realidad a su sueño? ¿O seguía siendo una caprichosa coincidencia y nada tenía que ver? Ella se veía incapaz de interpretarlo más allá que lo que había visto… sabía que los sueños no debían tomarse normalmente al pie de la letra, pero tampoco descartarse, así como así. Por ello no sabía qué hacer. ¿Debía dejarse llevar o pasar de ello?  ¿Era o no importante? 

Por más que meditara al respecto sabía que no tenía respuesta. Necesitaba consejo y el único que podría ayudarla sería precisamente la sabiduría de Drek’Thar. Sin embargo, cada vez que se sentía con iniciativa por contárselo la vergüenza frenaba su lengua: no quería generar malentendidos ni parecer una chiquilla estúpida, aunque no sabía tampoco por qué debería sentirse así. Pero quizá él lo viera de ese modo y perdiera prestigio a sus ojos… ¿Qué podía hacer? 

Buscó al recién llegado con la mirada, pero ya no estaba en el lugar donde le había dejado; sin duda habría terminado y le habrían asignado otra tarea. No podía evitar sentir una gran curiosidad, pero no sabía cómo tomarse su presencia ni alcanzaba a imaginar cómo podía afectarles a todos ellos (en especial a ella) por lo que por otra parte creía que debía guardar las distancias. Esto ahora resultaba sencillo, pero más pronto que tarde él pasaría la prueba y ¿entonces qué pasaría?

Miró a su inseparable compañero, Sharpfang, como si él fuera a tener la respuesta. Pero no era así. Frustrada resopló y decidió buscar a Drek’Thar.

Le encontró atendiendo a otro de los mayores que estaba sufriendo el frío invernal en los huesos. Se aproximó a grandes zancadas y permaneció al lado, observando, pero guardando un respetuoso silencio: no quería interrumpir al chamán en su escrutinio. Y éste tampoco dio señales de darle preferencia alguna, aunque sabía que estaba ahí.

De hecho, según terminó y se volvió para proseguir su camino le habló directamente.

- ¿Hay algo que quieras contarme? – inquirió el anciano.

Una sonrisa fugaz afloró en el rostro de la joven porque su anciano mentor, por muy ciego que estuviera, veía más que muchos que sí tenían ambos ojos intactos. Aunque dicha sonrisa fue momentánea porque enseguida surgió el apuro por su consulta. Simplemente, al pensar en ello, hizo que sus mejillas se tiñeran de un color más oscuro. Por suerte su vergüenza pasó desapercibida pero el anciano aguardaba expectante. ¿Se atrevería ella a preguntar aquello que tanto la preocupaba?

- Queda poca corteza de abedul – dijo finalmente – No recogí la suficiente.

Drek’Thar guardó silencio más de lo normal e Ifta se llegó a preguntar si se había dado cuenta o no de que eso no era realmente lo que ella quería decir.

- Pues tendrás que salir a buscar más – respondió él – De hecho, sí, saldrás; hay varias hierbas que ya escasean – la joven asintió y se relajó hasta que - Llévate a Palkar… y al recién llegado.


Thrall observó no sin cierta envidia al grupo de jóvenes disfrutar de un rato de esparcimiento, riéndose y dándose empujones, participando en alguna especie de juego-entrenamiento que no conocía. Una parte de él quería acercarse y unirse, pero sabía que si lo intentaba no sólo no le dejarían si no que seguramente se marcharían a otra parte.

Aun así, no se lamentaba, porque cuando oscurecía solía reunirse con Drek’Thar para que le contara más cosas de sus padres y de su propio pueblo. Y con eso se conformaba; de hecho, pensar en esas charlas le daba ánimos. 

Continuó limpiando el conejo distraídamente, con la mirada clavada en los jóvenes, pero dándole vueltas a una de las cosas que el anciano chamán le contara la noche anterior cuando una sombra se cernió sobre él. 

Al alzar la vista vio que se trataba de la hembra vigilante. Parecía preparada para salir al bosque, acompañada por su inseparable lobo y con un pedazo de tela en las manos, que dejó caer justo delante de Thrall. Éste miró lo que ahora distinguió que era un saco y luego la volvió a mirar a ella.

- Ven – se limitó a decirle.

Dubitativo miró de soslayo a la otra hembra que había a su lado y que era más mayor, que también andaba ocupada con la misma tarea.  Ésta asintió, tomó el conejo de sus manos sin decir nada y se puso a limpiarlo. Thrall miró de nuevo a la joven, pero ésta se estaba dando la vuelta y comenzó a alejarse, así que él se puso de pie. Quiso limpiarse las manos, pero el pedazo de trapo para tal fin había, de algún modo “misterioso”, desaparecido. Se tuvo que conformar con frotarse las manos en sus propias ropas y entonces se apresuró a tomar la bolsa y trotó detrás de la hembra joven, que había echado a andar sin tener la cortesía esperarle.

- ¿Adónde vamos? – le preguntó una vez la había alcanzado, intentando disimular su enfado.

Como en el fondo había esperado ella no le respondió si no que siguió caminando y la vio elevar una mano para saludar a otro de los jóvenes con los que solía juntarse, uno grande y fortachón, con un colmillo partido. Éste le devolvió el saludo y se quedó mirando a Thrall con ojos entrecerrados.

- Hola – dijo una vocecita algo más aguda por debajo, atrayendo su atención.

Era Palkar, el lazarillo de Drek’Thar. También llevaba una bolsa similar. Le dedicó a Ifta una sonrisa y luego miró a Thrall con curiosidad.

- ¿El también viene? – preguntó el niño.

- Sí – respondió Ifta – Vamos.


Se internaron en el bosque y durante largos minutos nadie dijo nada. Thrall ya había supuesto que iban a realizar alguna tarea allí, pero se preguntó cuál sería: estaba claro que no era una cacería. Llegados a cierto punto ella se detuvo examinando un árbol y se arrodilló escarbando en la nieve. Palkar se apresuró a unírsele. Thrall se limitó a esperar cerca de ellos y a mirar los alrededores.

Le gustaba la quietud del bosque nevado, aunque los crujidos que emitían los árboles cargados de nieve le habían sobresaltado la primera vez que se internó bajo ellos. El lobo de la hembra parecía bastante relajado, tumbado en la nieve con los ojos entrecerrados muy próximo a ellos.

- Thrall – llamó ella – Ven aquí.

Extrañado se aproximó donde ellos estaban. La joven llevaba algo en las manos y Thrall tuvo que acuclillarse para verlo mejor. Se trataba de una planta de aspecto espinoso y retorcido.

- Brezoespina – le explicó ella, asegurándose que la viera bien– Suele crecer en la base de los árboles; sus tallos tienden a trepar por la parte baja de los troncos, estrangulando al árbol en el proceso. Tiene propiedades regenerativas y estimulantes. Al cortarla debes proceder con cuidado por las espinas... Ahora huélela.

No le había mirado en ningún momento a los ojos ni tampoco lo hizo cuando le plantó delante de la cara aquella planta. Thrall ladeó la cabeza y olió, arrugando la nariz. Apestaba a rancio.

- Ese olor significa que está podrida y no sirve – continuó ella, descartándola. Retiró y procedió a examinar otro tronco cercano, excavando con una herramienta para quitar la nieve. Al cabo volvió a arrimarle otra muestra. Esta vez olía mejor – Esta está bien.

Thrall asintió para decirle que lo entendía. Dicho esto, la depositó en un pedazo de tela extendido en las manos de Palkar, que había aguardado pacientemente y entonces el niño las envolvió con cuidado antes de guardarla en su bolsa.

Poco después llegaron a una pequeña colina donde Palkar se apresuró a subir y a apartar la nieve con delicadeza. Ambos le miraban cuando, al poco, extrajo otra planta que alzó para que ambos la vieran bien. Miró a la hembra. 

- ¿Por qué no lo explicas tú?  – le pidió ella con voz amable. 

- Raíz dorada – recitó Palkar y Thrall le escuchó con sumo interés – Suele crecer en lo más alto de pequeñas colinas como esta, así que conviene echar siempre un vistazo. Crece en matorrales espinosos de color dorado, aunque ahora en invierno, como ves, tiene una coloración más rojiza. Aun así, resiste bien las heladas. Ayuda a despejar la mente, a proteger la vista y… – miró a la hembra un instante - ¡Ah sí! Y es estimulante.

Ella asintió complacida y entonces Palkar procedió a guardarlos con sumo cuidado en la bolsa.


De modo que ese día Thrall recibió una clase sobre herboristería, aprendiendo a identificar y localizar algunas plantas que los Frostwolves usaban para sus infusiones, guisos, apósitos y medicina en general. Se encontraba sorprendido por la cantidad de plantas y hongos que aún podían encontrarse en invierno, ya que esta era la estación menos amable para ellos; este campo de conocimiento era uno de los pocos que nunca había tocado en sus libros, aunque algunas hierbas medicinales y sus usos le sonaban de habérselas oído a los curanderos humanos que solían atender sus heridas tras los combates de la arena.

Aparte la salida también le sirvió para darse cuenta de que entre la hembra y Palkar parecía existir un vínculo estrecho, aunque era algo que había apreciado en general entre los miembros de este clan. Todo lo que había leído en los libros que Tari le había pasado a escondidas retrataba a los orcos como poco menos que monstruos desalmados: su paso por los campos de internamiento y por el clan de los Warsong al menos había ayudado a dilucidar un poco más la realidad; a fin de cuentas, esos libros estaban escritos desde un punto de perspectiva humano que sólo había visto a los orcos en los campos de batalla. No obstante, los Frostwolves parecían más compenetrados que los Warsong y se preguntó si esos lazos se habían fortalecido más por las duras condiciones que debían soportar para sobrevivir o simplemente se debía a que eran algo excéntricos. Quizá le preguntara a Drek’Thar más tarde sobre esto.

A pesar de que la experiencia en general fue muy instructiva el trato que recibió de la joven hembra fue, cuanto menos, distante. Sólo le hablaba o interactuaba con él lo justo y necesario para aleccionarlo, aunque si él formulaba una pregunta ella se la respondía de buena gana. Se preguntaba si la hembra le trataba así por el mismo motivo que el resto del clan o si de verdad tendría algún tipo de antipatía o animadversión hacia él. De todos modos, Thrall lo dejó estar.

Palkar por el contrario parecía mucho más natural en su presencia y a veces le pillaba mirándole con la misma curiosidad que había mostrado cuando despertó en la cueva por primera vez. Aun así, a veces la hembra frenaba su entusiasmo con un discreto llamamiento de atención. En cualquier caso, a Thrall le agradaba el pequeño lazarillo de Drek’Thar.


Regresaron con el sol bajando por el horizonte y con la bolsa llena de plantas. El trabajo no había terminado porque tuvieron que sentarse ante una hoguera delante del acceso a la cueva del chamán a separar, limpiar y almacenar por orden todas las que habían cogido. Thrall tuvo que ir nombrando en voz alta cada ejemplar para demostrar que había estado prestando atención, así como enumeraba las propiedades que conseguía recordar. Palkar le corregía si cometía algún error bajo la atenta mirada de la hembra, pero ella no tuvo que hacer ninguna intervención porque el niño era un entendido en la materia. 

La herboristería no consistía ya sólo en saber qué planta era cada cual y sus usos, lo que ya de por sí exigía una buena memoria, sino que también el recolector debía tener buen ojo para localizarlas y excelente memoria para saber dónde solían crecer. Palkar se conocía unos cuantos lugares específicos tomando de referencia algunos elementos como podía ser un río, un arroyo, un desnivel o una formación rocosa. Se los fue enumerando y Thrall, algo abrumado por tanta información, meneó la cabeza y río entre dientes. Le divertía que alguien tan jovencito tuviera tanto que enseñarle.

- Me has dado toda una lección – alabó, haciendo que el chico se sonriera, satisfecho – Creo que necesito estudiar más.

- En realidad es bastante fácil – decía el niño, atando con cuidado un manojo de hojas. Miró a la hembra – He tenido buenos maestros.

Ella le dedicó una mirada fugaz y esbozó una sonrisa de complicidad, aunque no hizo ningún comentario.  En cuanto terminó de trocear unas raíces se sacudió las manos y miró al chico.

- Ve adentro – le dijo – Es casi la hora de cenar.

Palkar abrió los ojos como platos. ¡Había perdido la noción del tiempo! Y como buen lazarillo que era, debía encargarse de llevarle la cena al viejo chamán. De modo que no perdió el tiempo, tomó las plantas que tenía a su lado y entró apresuradamente en la cueva. Al cabo volvió a salir y se fue corriendo hasta la hoguera central

Thrall lo observó divertido y prosiguió con su tarea.  Al cabo depositó el manojo de brezospinas a un lado, dándose cuenta de que había terminado con su parte y cuando quiso iniciar una conversación con la hembra la vio alejarse en la misma dirección que Palkar, sin haberle avisado de que se marchaba. Suspiró para sus adentros: paciencia, se dijo por enésima vez aquel día.

Cuando poco después llegó hasta sus fosas nasales el delicioso aroma de la cena se percató de lo hambriento que estaba… pero eso daba igual porque aún no sería su turno. Tomaría los restos fríos que los demás no quisieran. Resignado optó por remolonear un poco más abrazando su soledad.



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