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[Relatos oníricos] La Niebla Roja - Capítulo 3


El día había amanecido gris y lluvioso y a aquella hora de la tarde seguía estando gris y lluvioso. Había bajado del autobús y, aunque sabía que estaba en la dirección correcta, volvió a revisarlo en el papel. Apenas podía reconocer su propia letra. La lluvia enseguida lo reblandeció e hizo que la tinta azul del bolígrafo con el que había escrito se emborronara pero a él no le importó. 


Alzó la vista, dejando que la lluvia empapara su cabello negro y su abrigo de fieltro gris. La gente que pasaba a su alrededor le era totalmente ajena, al igual que el mundo que le rodeaba… salvo una pareja joven que se dedicaba grandes sonrisas de afecto. ¿De verdad podría haber gente en esos momentos que fuera feliz? ¿Gente que estuviera en sus hogares, de paseo o haciendo la compra como si nada anormal ocurriese? Él mismo debería haber estado en casa corrigiendo trabajos pero en su lugar se encontraba en este sitio. 

Miró el edificio de bóveda redonda durante un buen rato, estudiando el edificio de ladrillo rojo y tejado verde, y luego cruzó la calle. Se encaminó hacia la entrada pero apenas dio unos pasos se desvió completamente y se detuvo en el pequeño callejón de al lado, intentando serenarse. El pelo negro y lacio le chorreaba gotas de lluvia pero él no le prestó atención. Se acercó un puño a la boca y lo mordió, cerrando los ojos con fuerza intentando ahogar un sollozo.

Pasados unos minutos consiguió mantener la calma. Alzó la vista, tomando una profunda bocanada de aire… ¿qué había sido eso? ¿Alguien le llamaba? Miró las ventanas de cristal que había por encima de él, a unos tres metros. Una de ellas estaba parcialmente abierta por la parte de arriba y Stephen se quedó de piedra. Pero antes de poder estar seguro de lo que estaba viendo las gotas de lluvia que empapaban su cabello le cayeron sobre los ojos. Se quitó la humedad sobrante con los dedos pero cuando volvió a mirar el rostro familiar que había creído ver al otro lado ya no estaba detrás del cristal.

Por un momento había creído escuchar su voz y verla pero allí no había nadie… además era totalmente imposible. Y él lo sabía. ¿Acaso se estaba volviendo loco?  Apesadumbrado sacudió la cabeza, tomó aire de nuevo y decidió acabar cuanto antes. Se dio la vuelta y enfiló hacia la entrada, consiguiendo pasar por la puerta de cristal.


- ¿Señor Williams? Soy el Mayor Evans. Lamento haberle hecho venir pero necesitamos que corrobore su identidad… ya me entiende.

- Sí…

El Mayor Evans, un hombre de color con el pelo moreno ribeteado de canas que vestía su uniforme y portaba una carpeta que ponía “Clasificado” en una de sus manos, enfiló el pasillo acompañando a Stephen en uno de los momentos más duros de su vida. Detrás de ellos iba otro militar cuyo papel era meramente administrativo.

- ¿Puede decirme al menos cómo ocurrió?

- Verá señor Williams, me temo que eso es información clasificada…

- A la mierda su información clasificada. Ya que trae la carpeta haga el favor de usarla.

Al pronunciar estas palabras Stephen no alzó su tono de voz y eso fue lo que hizo que el Major Evans y el militar administrativo se detuvieran. Evans estaba claramente incómodo y levantó las manos en un claro gesto conciliador.

- Mire, señor Evans – comenzó, mientras Stephen se pasaba la mano por el cabello húmedo y luego por el mentón – Lamento de verdad hacerle pasar por este trámite y lamento mucho más la pérdida de su esposa…

- Prometida – rectificó Stephen intentando que las lágrimas no asomaran a sus ojos enrojecidos – Nosotros… íbamos a casarnos en unos meses.

Evans torció la boca y agachó la cabeza, asintiendo.

- Lamento mucho la pérdida de su prometida, pero debería bastarle saber que ella murió en cumplimiento de su deber. Recibirá honores y una condecoración al valor…

- Todo eso no me importa ahora mismo, mayor. Yo lo que necesito son respuestas… respuestas que, aunque no me la traigan de vuelta, ayuden a mi alma a salir de ésta. ¿Comprende? Todo el futuro que habíamos construido, todo lo que habíamos soñado se ha esfumado… porque ella, efectivamente, cumplió con su deber y eso le costó la vida.  Y estaré orgulloso de ella en el futuro pero por ahora todo lo que siento es un dolor tan lacerante que no se lo desearía a nadie. Nunca. Voy a ver su cuerpo para que ustedes puedan poner el sello de identificado obteniendo a cambio una visión que estoy seguro que tardaré años en borrar de mi mente. Firmaré lo que sea, aunque estipule que si algún desdichado día dentro de cincuenta años me vaya de la lengua y alguien tenga que venir a meterme un tiro entre ceja y ceja… pero si me deniegan el saber lo que le sucedió no espere que yo traspase esa puerta.

El administrativo y el mayor intercambiaron una breve mirada. Luego Evans torció el gesto y alzó la carpeta que tenía en la mano, leyéndole su contenido.


Unos quince minutos después Stephen entró en la morgue, seguido de cerca por el Mayor Evans y el empleado administrativo. En mitad de la antiséptica sala había una mesa metálica sobre la cual descansaba un cuerpo tapado por una blanca sábana. Stephen se puso delante con el rostro de piedra mientras que sus acompañantes se quedaban unos pasos por detrás. A un gesto del mayor el forense destapó el cadáver y fue cuando Stephen se quebró en mil pedazos. Sus labios se curvaron en una mueca de paroxismo de dolor, su cuerpo se sacudió en un temblor y sus ojos se anegaron en lágrimas mientras intentaba contener un sollozo. No pudo decir nada pero asintió con la cabeza. El forense miró de nuevo al mayor que asintió con a su vez. El cuerpo volvió a quedar cubierto.

Stephen se dio la vuelta precipitadamente y abandonó la sala abriendo las puertas con tanto ímpetu que rebotaron contra las paredes del pasillo exterior. El empleado administrativo se dispuso a ir detrás de él pero el mayor le detuvo.

- Ya ha hecho todo lo que tenía que hacer. Déjele en paz.

Luego él mismo abandonó la estancia seguido por el empleado. El forense no tardó mucho después en marcharse también.

En esa misma sala, en una de las esquinas opuestas a la puerta, un alma atormentada se descomponía en medio de su sufrimiento.

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