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[Relatos oníricos] La Niebla Roja - Capítulo 1

Otra historia que soñé una vez...


Iban a conseguirlo. Estaba segura. A pesar de que las circunstancias no eran las más propicias para ser optimistas, ella no hacía más que repetírselo como si el hacerlo fuera a garantizarles el éxito. Quizá lo más aproximado sería decir que estaban cada vez más cerca de hallar la salida. Sin embargo las posibilidades de que perecieran en el intento eran igualmente posibles.


El grupo avanzaba lo más rápidamente que podía teniendo en cuenta que el sonido parecía atraer a esas malditas cosas. Bridges iba en cabeza; era el oficial con más grado de los que quedaban. Se trataba de un hombre maduro, rondando los cincuenta, de ojos algo saltones, piel de color aceitunada y pelo ensortijado pero que llevaba casi rapado. El grupo le respetaba por su veteranía y porque injustamente no estaba en el rango que le correspondería. A pesar de que se mantenía serio, sereno y concentrado ella le había visto horrorizarse durante la misión en más de una ocasión, algo que no podía reprocharle. Si esto impactaba de esa manera en un tipo tan duro como él cómo no les iba a afectar a los demás. Hicieron un alto, algo que ella agradeció. Se apoyó un segundo en la pared, inspirando mientras cerraba los ojos.

- Amelia ¿te encuentras bien? – le preguntó Ross con suavidad.

Ella abrió los ojos y se volvió hacia él, un hombre de unos treinta y pocos, de cabello rubio. Uno de sus mejores amigos del grupo, al que quería como si fuera parte de su familia. La miraba preocupado. Forzó una sonrisa para tranquilizarle.

- Sí, estoy bien, Jim.

Jim Ross la miró como si no terminara de creerla pero terminó asintiendo.

- No hay moros en la costa, señor – apuntó otro de sus compañeros en un susurro.

Del grupo que entró en esas instalaciones ya apenas quedaban ellos cinco. La última que habían perdido había sido Wilkinson, quien se había separado del grupo sin que nadie se diera cuenta y no habían vuelto a verla. Era inútil usar las radios, no funcionaban, de ahí que fueran siempre todos juntos. Bridges hizo una señal y Amelia se puso en movimiento.

Estaban volviendo, desandado lo andado. Bendito Bridges. Si Amelia hubiera tenido que regresar sola habría sido incapaz. Antes no, pero ahora, sobre todo después de haber entrado en contacto con aquel misterioso artefacto extraterrestre…

- Estamos entrando en las vías del tren – les informó Bridges, volviéndose hacia ellos – Debemos tener un gran cuidado porque es muy probable que en los túneles haya más de aquellas cosas. ¡Ya sabéis lo que tenemos que hacer si los vemos! Que nadie dispare, que nadie mueva ni un solo músculo porque si tenemos otra confrontación no saldremos vivos de ésta.

Todos asintieron. Amelia dudaba si sus nervios serían capaces de aguantar una vez más el escrutinio de una de aquellas cosas para asegurarse de que no era un ser vivo comestible.

- Muy bien – dijo Bridges, sacándola de sus sombríos pensamientos. Amelia enarboló el arma, volviendo a concentrarse – Adelante.

Penetraron en la estación subterránea. Todas esas instalaciones, altamente secretas, estaban bajo tierra. Ninguno sabía exactamente dónde se encontraban (les habían llevado hasta allí desde la base con los ojos vendados) y no les importaba especialmente mientras que vivieran para contarlo. Y eso sólo sucedería si alcanzaban la superficie.

El equipo de las fuerzas de choque de Amelia había sido convocado y enviado con el único pretexto que a ellos les valía: había habido un accidente y debían rescatar a las personas que trabajaban en el subterráneo, algunas de las cuales era muy probable que estuvieran heridas o incluso muertas. Ellos tenían entrenamiento para afrontar confrontaciones, estaban acostumbrados a situaciones de alto estrés y la propia Amelia contaba con varios enemigos abatidos durante sus misiones de rescate, algunas de las cuales incluían rehenes, pero ninguno de ellos había estado preparado para lo que habían encontrado allí abajo.

Lo poco que sabían de aquellos seres, y esto era algo que habían descubierto tan sólo por estar ahí, era que no venían de la Tierra. Su aspecto ayudaba a llegar a esa conclusión junto con otras tantas pruebas que habían encontrado. Nadie les avisó de su presencia pero tras atravesar las instalaciones de punta a punta habían averiguado más que suficiente.

Se trataba de seres humanoides de unos dos metros de alto, sumamente delgados pero fuertes, de piel dura y negra y que poseían varias hileras de dientes. Tenían garras como las de un animal depredador y una larga y vertebrosa cola con la que podían defenderse, hincándola como si fuera una lanza. Parecían ciegos y se guiaban por el sonido, quizá incluso aquellos ruidos de baja frecuencia que emitían a veces hacía las veces de ecolocalizador, similar al que usaban los murciélagos para orientarse en sus cuevas o para atrapar a sus presas. Desconocían su número exacto; habían conseguido abatir a algunos de ellos pero pagando un precio excesivo en sangre. Por suerte, a pesar de poseer una especie de exoesqueleto rígido que resistía cualquier arma blanca, eran vulnerables a las balas. Les disparabas varias veces a la cabeza y morían rápidamente. Eso sí, mejor no tocar su sangre si no querías que te abrasara, pues era negra y estaba tan caliente que parecía bullir.

Al principio habían creído que eran fruto de un experimento altamente secreto que habían creado los del gobierno para usarlos como arma biológica. En algún punto se les había ido de las manos, los ejemplares habían escapado y habían asesinado prácticamente a todo el mundo. Pero luego encontraron los documentos (los poquísimos a los que habían podido acceder) y eso les descubrió la verdad del origen extraterrestre de aquellas criaturas de pesadilla.

Bridges se había puesto furioso. Internamente todos los estaban porque nadie les había informado de a qué se iban a enfrentar allí abajo; una cosa era enfrentarse a secuestradores o terroristas y otra muy diferente a aquellas cosas. Pero nadie había poseído la información o, mejor dicho, nadie había querido dársela; habían encontrado pruebas ahí abajo que demostraban que algo sí se sabía por parte de los mandos superiores… Y ahora sólo quedaban ellos como únicos supervivientes. No habían encontrado a nadie vivo allí abajo salvo a algunos animales, sobre todo perros, que habían escapado también de las jaulas donde los mantenían encerrados mientras habían aguardado su turno para someterse a las agujas hipodérmicas del laboratorio. Y luego estaban esos dos artefactos desconocidos…

Amelia se maldijo porque había vuelto a distraerse. Desde que habían entrado en contacto con el primer artefacto, denominado por sus investigadores como el Tótem, le pasaba mucho; tenía la sensación de que su cerebro desconectaba a veces, como si se perdiera en pensamientos ajenos, mientras la acción transcurría a su alrededor. Esto, a su vez, afectaba a su noción del tiempo pues era incapaz de estimar cuánto tiempo había transcurrido desde que entraran en aquel maldito lugar. Y su reloj no ayudaba pues desde que habían penetrado el segundo artefacto, llamado la Cámara, había empezado a funcionar de manera errática, dando horas imposibles... por no hablar de las radios, fritas también desde entonces. En su mente cansada le daba la sensación de llevar semanas allí. Este era un hecho que le preocupaba porque a pesar de que sus compañeros habían tenido el mismo contacto no parecían tan afectados como ella… ¿o quizá no querían hablar del tema? Amelia a veces creía escuchar sus voces rumiando lo que pensaban para luego fijarse en sus rostros y ver que sus labios nunca se movían… y aunque al principio ese sonido era apenas un susurro, cada vez más iba aumentando su volumen…

Se escuchó un grito inhumano. Bridges levantó un puño en el aire, haciendo que se detuvieran en uno de los anchos andenes del centro. Tenían que atravesar la estación de lado a lado para acceder al ala sur, la administrativa, la salida más cercana a ellos.

Henson era el más joven del grupo y temblaba de manera más que evidente en su uniforme oscuro mientras mantenía el arma en alto, apuntando a la oscuridad del túnel que se perdía hacia el oeste. Amelia, que era más veterana como el resto, se mantuvo firme a pesar de que podía sentir los rápidos latidos de su corazón en sus oídos y el sudor goteándole por las mejillas y la nuca. No había contacto visual. Se permitió desviar la mirada hacia su superior, que se mantenía en tensión, con sus grandes ojos fijos que en ese momento entrecerraba, mirando el túnel. Esperaron un rato pero no vieron nada y decidieron arriesgarse a continuar; lo único que deseaban era salir cagando leches de allí.

Bordeando uno de los trenes descarrilados se toparon con un grupo muy numeroso de perros que deambulaba por las vías: los había de todos los tamaños y razas, algunos mestizos, pero curiosamente predominaban los de la raza Akita. Bridges los miró con recelo. Los animales eran tímidos y asustadizos puesto que no confiaban en los seres humanos tras haber sufrido el cautiverio y las pruebas en el laboratorio y ahora que se habían agrupado en una manada no estaba de más tomar precauciones, por más que los perros no habían llegado tampoco a manifestar una actitud agresiva contra ellos, al menos por el momento. Además había otro problema añadido: sus movimientos incesantes podrían atraer a los monstruos.

Al poco se escucharon de nuevo aquellos chillidos y el inconfundible sonido metálico de cadenas arrastradas. Se quedaron paralizados, completamente aterrorizados. Algunos perros ladraron y aullaron y salieron con pies en polvorosa.

- ¡Al suelo! – exclamó Bridges sin emitir sonido, la orden fue gestual.

Todos obedecieron, echándose boca abajo; algunos se estiraron y otros se hicieron un ovillo, todo para parecer una parte más del entorno.

Alpha Prime, el nombre que constaba en los archivos y que denominaba a la máxima jerarquía entre esos seres, no tardó en aparecer. Aún arrastraba las cadenas que le habían apresado durante su permanencia en las instalaciones y sabían que era ella porque era la único de todos los bichos que las llevaba. Más grande que sus congéneres, con una altura de unos tres metros, andaba ligeramente encorvada sobre sus dos patas. Amelia recordó por alguna razón que en el informe se indicaba que Alpha Prime no parecía haber alcanzado aún su máximo tamaño. Sin embargo eso no parecía ser impedimento para gestar a su progenie, responsables de la caída de aquel lugar. Alpha Prime había sido hallada en el interior de la Cámara, que a su vez se había hallado enterrada en las profundidades de la montaña. Se hallaba en criostasis y los científicos pronto descubrieron que el Tótem ayudaba al control de la Cámara (y por tanto, del sueño de Alpha Prime y los suyos) aunque pronto comenzaron a sospechar que poseía algún otro tipo de rol más misterioso. Estaban seguros que otra raza diferente a la de los Primes, como los llamaron, eran los responsables de los dos artefactos, pero no poseían más información sobre ellos. En algún punto de la investigación algo salió mal y Alpha Prime junto con la progenie que había engendrado, fue acabando poco a poco con todo el mundo de allí abajo.

Amelia recordaba todo esto de los informes que habían fotografiado para poder presentar pruebas de lo sucedido, pero ahora mientras yacía hecha un ovillo pensaba que si no hubiera sido mejor que nunca hubieran encontrado aquél lugar. A su izquierda percibió que los perros habían comenzado a gimotear y se quedaban igual de inmóviles que ellos.

Desde su posición podía ver, por el rabillo del ojo, a Alpha Prime examinando los escombros. Ladeaba la cabeza y la movía de un lado a otro, y cuando estuvo lo bastantemente cerca Amelia escuchó que emitía una especie de ronroneo de baja frecuencia. Entonces tuvo una visión.

Estaba de pie en medio de una neblina de color nácar, rosa y violeta. Ante ella había una niña muy pequeña, de apenas un par de años, mirándola con su adorable carita redondita y sonrosada. Vestía un vestidito blanco debajo del cual se apreciaba el pañal y diminutos pendientes dorados con forma de rombo. Amelia se acercó a la niña quien, a pesar de serle desconocida, le resultaba de alguna manera familiar. Ésta le señalaba con un dedito regordete a la derecha y Amelia, que lo siguió con la mirada, vio de nuevo a Alpha Prime pero, en vez de estar en la mina, se encontraba caminando en medio de un bosque abierto. Apenas había amanecido, la brisa mecía las hojas doradas de los árboles provocando que algunas de las mismas cayeran sobre el césped verde tras haber flotado por el aire varios metros. Era un paisaje otoñal precioso, lo único que desentonaba en él era Alpha Prime que en esos momentos seguía con la cabeza la caída de una hoja. Se incorporó y acercó su fea cabeza a las hojas de los árboles, haciendo un ligero movimiento como si las mirase o las oliese. Entonces la voz infantil de la niña resonaba en su cabeza una vez más mientras la miraba con sus grandes ojos castaños:

Ellos pueden ver por el sonido, pero también con la vista. Pero todo lo que lo que ven es rojo – le susurraba con una sonrisa infantil, inocente, que no contrastaba con la dureza de su voz – Ella lo ve todo rojo como el color de la sangre.

Como para dar más énfasis a sus palabras, todo se tiñó del color escarlata. Ahora los únicos colores que se veían era el negro y el rojo.

No son ciegos – asintió Amelia, contemplando a Alpha Prime que continuaba su camino, aplastando con su paso las hojas y la hierba indistinguibles del suelo por tan poco espectro de color – Perciben los colores y el movimiento pero no como nosotros y desconocen lo que es la belleza. En su mundo nunca la hallaron. Pero tampoco les importa… sólo ven en rojo, sólo ven el color de la destrucción – agregó sintiendo un escalofrío y se volvió a la niña… pero esta ya no estaba y ella, Amelia, seguía hecha un ovillo en el suelo de una mina a quién sabe cuántos metros de profundidad.

La criatura pasó por su lado pero entonces se detuvo, ladeando la cabeza. A Amelia le dio un vuelco el corazón, que en esos momentos le latía con tal fuerza que temía que la otra lo escuchase. Miró al compañero que tenía más cerca: Lewis cerró los ojos con fuerza, apretando los dientes, cuando la bestia se agachó y le pasó su "hocico" por encima. Amelia apenas se atrevía a mirar por temor a moverse pero no podía evitarlo.

Lewis hizo alarde de una gran frialdad cuando Alpha Prime, sin duda desconcertada ante el bulto blando pero inmóvil que tenía delante, se esforzó por meter su cabeza entre el suelo y el hombre, dándole la vuelta. Él apenas tembló pero tenía tal expresión de desesperación en el rostro que resultaba doloroso el contemplarle. Finalmente la criatura se aburrió y pasó de largo hacia otro de los compañeros de Amelia quien pensó que ella no habría sido capaz de resistir algo así. Miró a Lewis pero este ahora parecía desmayado.

Entonces se escuchó el sonido de un roce y Alpha Prime se volvió emitiendo un gañido. Amelia se atrevió a levantar ligeramente la cabeza, en un movimiento suave y lento. Vio que había algunos perros rezagados... y entonces la manada al completo, regresando del túnel por el que se habían metido, volvió sobre sus pasos y echó a correr en su dirección. La criatura pareció observar con su cabeza ciega, emitiendo un chasquido grave que helaba la sangre, el paso de los cánidos y Amelia admiró la astucia de los animales y obtuvo respuesta a su pregunta de cómo se las habían apañado los perros para sobrevivir: corrían siempre juntos, apretados, de tal modo que Alpha Prime pensaba que se topaba ante un ser más grande que ella. Pero por desgracia la cosa no salió perfecta puesto que los perros tuvieron que esquivar algunos obstáculos del camino, forzándose a romper la formación. Pasó uno, luego otro, y otro más pero ya al cuarto el monstruo se había dado cuenta de lo que sucedía y se abalanzó sobre él. El perro Akita lanzó un terrible alarido cuando las tres filas de dientes se cerraron sobre su cuerpo peludo. La sangre chorreó, provocando un sonido de salpicadura de lo más nauseabundo y se escuchó el crujir de los huesos del pobre animal mientras el aullido moría entre sus dientes.

Amelia cerró los ojos y se forzó a no moverse, reprimiendo las ganas de vomitar. Entonces escuchó un chillido y un gran estrépito de cadenas, lo que hizo que volviera a mirar. La horrible criatura había echado a correr persiguiendo a los perros por los túneles y se alejaba de ellos. Sin apenas entretenerse a sentir compasión por los animales el grupo aprovechó la distracción para abandonar aquella terrible estación de muerte, siguiendo su camino que por suerte llevaba en dirección contraria a la que los animales y su perseguidora habían tomado.



Como no tenía manera de medir el tiempo ignoraba cuánto les llevó llegar hasta el ala administrativa. Bridges dijo que harían un breve descanso antes de continuar. Ross, Henson y Lewis hablaban al otro extremo asomados a lo que parecía una sala de espera.

Se quitó el casco y se aflojó ligeramente las correas, estaba acalorada y necesitaba el descanso. Repasó la visión que había tenido de Alpha Prime caminando por aquel paisaje otoñal pero sobre todo a la misteriosa niña. ¿Quién sería? ¿Una personificación de su subconsciente? Amelia consideró seriamente en ese mismo momento que necesitaría un psiquiatra. Meditó durante largos minutos...  Frunciendo el ceño se percató de que habían dejado las puertas abiertas de par en par. Juraría que las habían cerrado. Así parecía que prácticamente estaban invitando a esas bestias a que entraran. Lanzó una mirada furiosa a sus compañeros. Entonces se dio cuenta de que faltaba Lewis. ¿Adónde había ido? Se incorporó, dando una pequeña vuelta (ni por asomo marcharía sola a buscarle, era una regla básica) por la gran sala de espera, mirando por si se hubiera echado a dormir en la garita de la recepcionista. Los otros no parecían haberse dado cuenta de su desaparición.

De pie en el umbral de la garita tuvo un mal presentimiento y decidió que debía cerrar las puertas cuanto antes. Caminó hasta el umbral y cuando se disponía a cerrarla captó… algo. No era un sonido, no era un olor, simplemente era… una presencia, algo que ocupaba un lugar en el pasillo invadido por la más absoluta oscuridad... Ellos habían venido por allí. Se quedó totalmente quieta, intentando ver lo que la inquietaba, pero era inútil. Tuvo la intuición de concentrarse y cerrar los ojos… y pudo verse así misma, una oscura silueta recortada contra una claridad teñida de rojo pero no una vez si no muchas, muchas veces, como si esa imagen se repitiera en una larga lista proyectada en diferentes mentes. Pero también vio otras cosas diferentes: puertas, pasillos, tuberías… y a Lewis, inerte en el suelo, sus ojos abiertos mirando al techo, mientras se agitaba porque algo (Amelia) se alimentaba de sus entrañas… todo en colores negros y rojos. "Ella lo ve todo rojo". Soltó un suspiro y tuvo un escalofrío a pesar del sudor que perlaba su frente. Abrió los ojos y entonces lo vio. Era uno de esos alienígenas caminando a cuatro patas por el suelo moviéndose en el más absoluto silencio, acercándose.

Amelia retrocedió y su movimiento hizo que la criatura saltase. Con un grito cayó al suelo de espaldas con aquella cosa sobre ella. Interponiendo su arma hizo pulso para intentar quitárselo de encima pero ¡Dios! Era extremadamente fuerte. No podía con él; de nada serviría evocar el recuerdo de su ser querido porque no tenía suficiente fuerza. Sabía que iba a morir pero no se rindió y siguió aguantando… entonces una bota golpeó al monstruo, derribándole a un lado. Ella rodó hacia el lado contrario y un arma rugió descargando una lluvia de balas sobre el monstruo, que murió con un chillido. Su sangre humeante borboteaba en el suelo.

Unas manos fuertes la ayudaron a incorporarse y ella, aún aturdida por lo sucedido apenas podía respirar.

- ¿Estás bien? – le preguntó Ross mientras Bridges miraba al bicho con ojos desorbitados. Ella asintió. Milagrosamente no había sufrido ninguna herida.

Por detrás el resto se afanaba en cerrar la puerta doble. Se volvieron hacia ella.

- ¿Y Lewis?

- Está muerto – sentenció Amelia, elevando la vista, recordando aquella horrible visión.

Hubo como un destello blanco en su mente a la vez que sus compañeros parpadeaban y boqueaban como si les hubieran dado un puñetazo. Amelia se mordió los labios y todos intercambiaron una mirada de terror y comprensión. Ella se lo había enseñado y ellos lo habían visto.



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