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[Crossover: Medievil x Corpse Bride] La voz es más fuerte que la espada - Capítulo 10 - Descanse en paz

 


Capítulo 10  
DESCANSE EN PAZ


Todo comenzó a temblar a su alrededor y diferentes piedras de todos los tamaños empezaron a desprenderse del techo. Dan entendió que era momento de salir pitando de allí.

Con el último hechizo malogrado de Zarok toda la estructura subterránea que albergaba su dispositivo comenzó a desintegrarse, provocando temblores que pusieron a prueba las máquinas que mantenían en funcionamiento el dispositivo. Por supuesto se trataba de una de esas pruebas extremas y no pudieron soportar las diferentes tensiones y ondulaciones del terreno, lo que dio lugar a que muchas de ellas comenzaran a explotar provocando más derrumbamientos e incendios.

Algunos fragmentos saltaron por los aires y un engranaje partido especialmente grande rebotó a toda velocidad contra el suelo de metal de la pasarela por la que iba corriendo Dan, haciendo que éste trastabillara y clavara la rodilla en el suelo. Se volvió para echar una ojeada y entonces tuvo lugar una explosión realmente grande. La onda expansiva le golpeó de lleno y aunque se cubrió con sus brazos esqueléticos de manera instintiva para protegerse de los proyectiles no pudo evitar salir despedido fuera de la plataforma… para caer sobre uno de los engranajes flotantes. Se aferró con sus brazos, dando vueltas sobre sí mismo y ascendiendo hasta una repisa desde la que pudo ver el cielo. Dan se concentró en la misma y cuando el engranaje pasó cerca se impulsó con todas sus fuerzas, consiguiendo asirse al borde por los pelos. Notó cómo los huesos de su hombro izquierdo crujieron, protestando porque les sometieran a semejantes ejercicios, pero aguantaron en su sitio. Se alzó en el mismo momento en que una gran explosión hacía retumbar todo el lugar, provocando una onda expansiva llameante que arrasó todo el lugar. A pesar de estar más alto Dan no contaba con que estuviera a salvo y echó a correr por la cueva, sintiendo un temblor cada vez más grande bajo sus pies.

¡Apenas le quedaban unos metros para alcanzar la salida! Fue en ese momento cuando la onda expansiva le alcanzó de nuevo. A pesar de que se había debilitado y apagado el vapor era caliente y le hizo alzarse, haciéndole girar en el aire sin ningún control. Asustado vio cómo salía disparado hacia el exterior donde no había más que un precipicio… Cuando lo daba todo por perdido notó un movimiento por encima de él y unas garras fuertes le agarraron por los hombros.

- ¡Sí! ¡Te tengo! – gritó triunfal Rokh - ¡Sigo estando en forma, sí!

- ¡Uuff! ¡Gracias! – repuso Fortesque pasándose la mano por el cráneo -  Esto… ooh…

Mientras Rokh surcaba los cielos en dirección norte fueron sobrepasados por un sinfín de auras plateadas y blancas. Dan observó cómo se alejaban, maravillado, mientras el sol del amanecer le acariciaba con sus rayos.

- Las almas cautivas – susurró solemnemente Rokh – Por fin son libres y vuelven a donde deben estar.

Dan contempló, sintiéndose reconfortantemente bien, cómo las almas se dispersaban por los diferentes rincones de Gallowmere. Poco después sobrevolaron el Pueblo Durmiente y vieron cómo sus habitantes quedaban libres del oscuro hechizo que les había lanzado Zarok, recuperando sus propias almas y recuperando así su personalidad y su propia voluntad. Sir Fortesque se fijó en un aldeano grueso, que portaba un hacha, elevarse en el aire un par de metros mientras su alma penetraba en su carcasa mortal, tocar de nuevo el suelo con los pies y mirar confuso en todas direcciones. Acto seguido miró el enorme hacha que portaba en sus manos y la arrojó, soltando una risita como si hubiera estado haciendo alguna travesura.

Rokh y Dan se alejaban volando pero éste último sonreía y más cuando el hombre alzó la vista al cielo y los saludó con la mano.

Pero eso no era todo;  a lo largo de viaje pudo ver cómo las plantas y los animales volvían a despertar de su letargo, cómo la oscuridad parecía ir cediendo poco a poco espacio a la luz en el firmamento conforme el sol se iba alzando en el cielo; volvería a lucir sobre Gallowmere como siempre lo había hecho. Los vivos recuperaban su libertad y poco a poco volvía todo a la normalidad.

Y allá a lo lejos distinguió la Colina del Cementerio. Según Rokh fue descendiendo Dan pudo observar cómo los muertos vivientes volvían a sus tumbas y criptas, somnolientos y cansados, deseando estar cubiertos de nuevo por la tierra o la piedra como tenía que ser. Él mismo se sintió terriblemente exhausto y empezó a notar que echaba de menos su cripta, con telarañas incluidas.

- Y aquí me despido – digo Rokh mientras volaba cada vez más rasante – Ha sido un placer trabajar contigo, sir Fortesque, y de verdad muchas gracias por salvar nuestro reino.

- ¡Gracias a ti! – repuso Dan alzando el pulgar hacia el ave.

- Creo que te has ganado un merecido descanso. ¡Adiós buen amigo!

Rokh aflojó sus garras y Dan cayó al suelo, hincando las rodillas. Se incorporó alzando una mano para despedir al gran pájaro que, con un chillido rapaz, se alejó volando en dirección a su hogar en las montañas. 

El caballero contempló la verja un tanto oxidada que daba acceso al terreno reservado para el mausoleo de los Fortesque y vio más almas que iban descendiendo poco a poco mientras buscaban a sus propietarios. Se sorprendió porque con la luz del día todo lucía diferente. Los árboles ya no eran amenazadores, la extraña neblina enfermiza que cubría el cementerio se había desvanecido y las flores volvían a abrirse para saludar al sol. De camino hasta la colina donde se alzaba su cripta admiró un rosal, cuyas rosas rojas lucían un aspecto espléndido con el rocío de la mañana aun resbalando por sus pétalos. Pudo ver que a su alrededor muchos zombies seguían ocupados buscando sus lápidas, metiéndose en los hoyos que habían abierto con sus propias manos y volviéndose a echar la tierra por encima, procurando dejarlo lo más liso posible. Las cosas volvían a la normalidad  ¡y todo gracias a él!

- Lo has hecho bien, amigo mío - dijo una voz a sus espaldas.

- ¡Mi Rey! - exclamó Dan.

El espíritu del Rey Peregrino se había materializado por última vez en el reino de Gallowmere y sonreía gentilmente a su antiguo caballero. Dan no perdió tiempo y, aproximándose hasta él, le saludó como correspondía: con una rodilla hincada en tierra.

- Creía que… el castillo…

- ¡No, Fortesque! Al contrario; con la destrucción de esas viejas ruinas los grilletes que me unían a ella se rompieron y con la derrota de Zarok ya no hay nada que amenace al reino, por lo que he quedado libre. Por fin puedo descansar en paz. Gracias, gracias por todo. 

Dan, henchido de orgullo, bajó modestamente la cabeza. El rey sonrió. Poco a poco se volvía más traslúcido y su luz fantasmal perdía brillo pero aun así pudo decir una última cosa antes de desvanecerse.

- Te nombro héroe de Gallowmere por lo que abraza la gloria venidera que se te concede. Sin embargo acepta el consejo de un viejo como yo: no dejes ningún cabo suelto antes de retirarte. Ve en paz, amigo mío.

Dan pudo sentir una brisa que mecía las hojas de los árboles cercanos y una vez que alzó la vista vio que el rey había desaparecido para siempre. En frente tenía el acceso a su cripta y justo en el camino una figura alta y delgada le aguardaba.


Él apenas se sorprendió, pues había sospechado que ella le esperaría. Le observaba de pie, con las manos cruzadas sobre el regazo; a estas alturas debía saber la verdad. Intentó discernir algún gesto que delatase que ella estaba molesta o enfadada pero no lo halló, lo cual no significaba que no fuera así. Dan por su parte ahogó un suspiro y se acercó con paso firme, pues había meditado seriamente las palabras que le diría cuando volviera a encontrársela. Victoria le sonrió ligeramente y también se aproximó. Cuando estuvieron a unos a tres pasos de distancia se detuvieron. Él espero que ella dijera algo pero como no fue así, decidió ser el primero.

- Hola – dijo él sin que le temblara la voz.

- Hola - respondió ella.

Dan carraspeó, sintiéndose incómodo. A pesar de llevar el discurso preparado se había quedado en blanco nada más empezar.

- Victoria, yo... yo no…

Se interrumpió cuando ella alzó la mano y la puso con suavidad en el sitio donde deberían ir sus labios. 

- No debes decir nada, sir Daniel Fortesque. Lo sé todo.

Dan agachó los hombros y sintió que se le quitaba un peso de encima. Efectivamente ella LO SABÍA.

- Siento haberte mentido - consiguió decir.

- Bueno, yo tampoco he sido del todo sincera. No me llamo Victoria Everglot si no Emily.

- Es… es más bonito aún que Victoria.

Ella le sonrió un poco más pero entonces sus delgadas cejas bajaron un tanto.

- Sólo me gustaría saber exactamente por qué no me dijiste quién eras en realidad.

- Tú esperabas a alguien muy distinto de lo que yo soy - respondió él - Pensé que te decepcionaría mucho saber que sir Fortesque era... yo. Además en vida nunca fui un héroe: era presumido, un farsante y...

Enmudeció cuando ella alzó la mano, entornando los ojos.

- Fui un fraude – concluyó a pesar de eso - Si tú supieras...

- Si tú supieras - repitió Emily, señalándose a sí misma - Pero lo pasado, pasado está. ERES un héroe, todo esto lo has conseguido tú, aquí y ahora.

Emily estiró los brazos para abarcar todo, para dar más énfasis a sus palabras. 

- Tú también has contribuido a que esto suceda - repuso él extendiendo una mano - Si no hubiera sido por ti jamás habría llegado tan lejos.

- Eso dicen, pero no puedes saberlo. Estoy segura de que igualmente lo hubieras conseguido.

- He recibido mucha ayuda en mi viaje, así que estoy seguro, sí – hizo una breve pausa- De modo que ¿no estás enfadada porque te haya mentido?

- Yo misma mentiría si afirmase que no es así… entiendo por qué lo hiciste. No, no estoy enfadada contigo- terminó, esbozando una pequeña sonrisa.

Él la sonrió ampliamente pero entonces sintió vértigo. Se llevó una mano al cráneo y se tambaleó. Emily ahogó un grito y le sujetó, impidiéndole que cayera al suelo.

- ¡Daniel! ¿Qué te ocurre? - le preguntó preocupada.

- Es... la hora - susurró él y levantó la mirada hacia su cripta.

Ella lo observó y súbitamente entendió a qué se refería. ¿Acaso él…? Pero… pero… No, no protestó, no dijo una palabra de lo que realmente sentía, si no que luchó por no sucumbir a la amargura que la afligía. Se mordió los labios y dijo:

- Entiendo. Te ayudaré.

Dan se sintió agradecido. Consiguió incorporarse, venciendo la debilidad y la somnolencia cada vez mayores que se apoderaban de él y se apoyó un tanto en Emily para dar los pasos que le separaban de su cripta.

Una vez Emily abrió la puerta de la cripta Dan se separó al sentirse algo mejor y fue cuando se percató del pesar que a ella le embargaba.

- Emily ¿qué te ocurre?

- Vas a morir. ¿Verdad? – esperó una respuesta pero como él no se la dio, insistió – Debí suponerlo. El hechizo… al derrotar a Zarok lo has roto. Has salvado Gallowmere pero ya has cumplido tu cometido…

- ¿Tú no? – preguntó.

Ella negó con la cabeza.

- Yo no pertenezco a este sitio, el hechizo de Zarok no fue lo que me alzó de la tumba. 

Dan la miró sorprendido pero, efectivamente, tenía razón. Entonces recordó las palabras que el Rey Peregrino le había dicho antes de desvanecerse “No dejes ningún cabo suelto antes de retirarte” y entendió que, efectivamente, él y Emily debían separarse llegados a este punto.

- Será mejor que te des prisa – convino Emily, demasiado serena a juicio de Dan –  Puedo acompañarte hasta abajo pero si te mueres no creo que pueda arrastrarte hasta tu cripta.

- Emily, he de decirte que…

Se interrumpió. Emily no le miraba pero le interrumpió.

- Lo sé, con el hechizo roto el vínculo se rompió igualmente – susurró, volviéndose a mirar hacia atrás – Esa sensación como si una cuerda hubiera estado tirando de ambos para unirnos… ahora se ha roto y somos libres. Tú morirás en tu cripta y yo podré seguir el camino que me fue interrumpido…

Dan se sintió desolado. Quiso decirle de que a pesar de que no sentía esa atracción mágica de antes sí que sentía igualmente algo especial por ella pero ¿de qué serviría decírselo si no tenían opciones? La miró acongojado y sintió como su corazón – sabía que no tenía en el sentido físico de la palabra pero a pesar de estar muerto aún podía sentir ciertas cosas – se hacía trizas. Si hubo esperanza ya no era así, todo había terminado. Aun así estaba decidido a despedirse de ella, al menos darle las gracias como merecía. Decidido, tomó fuerzas y en vez de dirigir sus pasos para bajar la escalera y entrar en su cripta se volvió descendiendo de nuevo la cuesta.

- Daniel ¿qué haces? – preguntó Emily y le siguió.

No tuvo que andar mucho. Se acercó al arbusto que había visto antes y cortó una de las rosas rojas, entregándosela. Emily miró la flor con ojos como platos y luego le miró a él. Porque esa rosa roja… ella recordó sus lecciones: lirios símbolo de pureza, azahar como promesa de fidelidad, las rosas blancas para comprometerse eternamente… pero las rosas rojas en cambio tenían otro significado; quizá fuera un regalo muy atrevido porque significaba que quien te las regalaba es que estaba perdidamente enamorado de ti.

Emily se quedó paralizada por el pudor que sintió pero se dijo que a lo mejor él no conocía esos significados. Además se percató, con un vistazo fugaz, de que no había otras flores disponibles salvo margaritas y vulgares amapolas. Aun así alargó la mano y posó sus dedos sobre la rosa, sosteniéndola entre sus dedos fríos.

Dan había esperado que ella dijera algo pues las rosas rojas eran un regalo perfecto para indicarle lo que sentía hacia ella, pero se preguntó si Emily conocería su significado. Lástima que no pudiera preguntárselo porque sintió cómo se iba debilitando cada vez más. Se tambaleó y Emily, alarmada, se acercó hasta él. Sirviéndole de apoyo volvieron a ascender la colina hasta la cripta y le acompañó en el descenso de las escaleras.  

Atravesaron la primera estancia, un tanto afectada por el paso del tiempo, por lo que Emily dedujo que ningún familiar acudía a adecentarla. Al fondo del todo, pasada una reja abierta, estaba el lugar de reposo del caballero. Cuatro pilares se alzaban en el centro, albergando en su centro un altar que, sin duda, era donde había yacido el cuerpo de Dan pues sobre el mismo había una vidriera que recreaba a un hombre ataviado con un yelmo y armadura – sin duda una representación de Fortesque – luchando contra una dragón. El cristal de colores permitía que la luz del sol lo iluminara solemnemente en su muerte. 

A la visión de su lugar de descanso Dan se separó de ella y llegó por su propio pie. Apoyó las dos manos esqueléticas sobre la madera y dejó su espada y su escudo apoyados a un lado. Luego se dio la vuelta y se acostó de espaldas. Se sentía terriblemente cansado pero infinitamente feliz, porque había conseguido por fin ser un héroe de verdad y porque había conocido a Emily… aunque no pudieran permanecer juntos, se alegraba al menos de llevarse su recuerdo. La miró por última vez, de pie en la entrada con la rosa roja aferrada entre sus manos. Sonrió, volvió de nuevo la cabeza para mirar al techo… y expiró.


Emily vio cómo Dan exhalaba su último aliento y cerró los ojos. Se acercó hasta él, los tacones de sus zapatos blancos repiqueteaban en el suelo de mármol blanco y negro, sucio por tierra y hojas secas que habían entrado desde el exterior. Se acercó hasta su lecho y le observó, apesadumbrada. Ahora que él ya no estaba podía dejar de fingir entereza. Se permitió derramar lágrimas.

Sintió movimiento en su interior y Maggot emergió del cráneo por su oído. Como buen amigo que era había permanecido silencioso e inmóvil para no molestar a la pareja en sus últimos momentos juntos. Sin embargo no pudo esperar más y salió al exterior, descendiendo hasta su hombro derecho. 

- ¿Te encuentras bien? – le preguntó con suavidad mientras echaba una ojeada al cadáver de Dan.

- Sí… creo que sí. 

Pero en vez de preguntarse qué había hecho ella para que el destino le negara siempre el amor verdadero se cuadró y miró el cadáver de sir Fortesque con determinación.

- A pesar de todo no me arrepiento de haber venido – susurró e, inclinándose, posó suavemente sus labios sobre la calavera de Dan, allá donde debieran haber estado los suyos – Te quiero – dijo sin voz, sólo articulando con los labios.

Dicho esto se dio la vuelta y subió las escaleras para salir al exterior.


Afuera tuvo que cubrirse con el brazo porque los rayos del sol al amanecer le parecían muy intensos. El cementerio ahora estaba realmente tranquilo, con todos los no muertos de vuelta en sus tumbas. El canto de un ruiseñor se elevó quebrando el silencio.

- Había olvidado lo que se siente al estar bajo los rayos del sol – murmuró Emily pero no encontró la sensación nada agradable. Eran demasiado brillantes, demasiado cálidos.

- Yujuu – escuchó, desde algún punto a su izquierda.

Entonces vio a las dos brujas que le saludaban con la mano. Delante de ellas bullía un caldero que la Bruja Buena del Bosque se afanaba en remover. Emily se acercó hasta ellas agradeciendo que se hubieran puesto a la sombra. El cementerio estaba de lo más silencioso y lo único que se oía era el sonido de la brisa meciendo las hojas y el bullir de la poción.

- ¿Qué hacéis aun aquí?

- No queríamos que te fueras sin despedirnos de ti  – dijo la Bruja Buena del Bosque sin parar de remover – y sin agradecerte todo lo que has hecho por nosotros.

- No hay de qué… Entonces, se acabó – agregó poniendo los brazos en jarras.

- Se acabó – asintió Emelda - El Rey Peregrino descansa en paz y el reino de Gallowmere está completamente a salvo. Zarok ha muerto y todo su trabajo ha sido destruido. Nadie más amenazará este reino, nosotras nos encargaremos de que así sea.

- Me alegro muchísimo – asintió Emily pero a pesar de su sinceridad su expresión desolada la delataba.

- Pero querida ¿qué te aflige? – preguntó la Bruja Calabaza dulcemente.

- ¿No lo ves, Wartilda? – dijo la Bruja Buena señalando la rosa roja que portaba Emily – Nuestra pequeña novia vino hasta aquí para ayudar pensando que ni ganaría ni perdería nada en el proceso pero así ha sido. Se nos ha enamorado pero por desgracia se nos ha quedado descompuesta… oh, perdona la expresión.

- No pasa nada – respondió ella con un hilo de voz. Luego cerró los ojos un segundo – Supongo que éste es mi destino.

- Nosotros somos nuestro propio destino, querida – constató la Bruja Calabaza y echó unos polvos a la poción que preparaba la Bruja Buena del Bosque. Esto provocó que la poción chisporroteara y que pasara de un color amarillo a uno rojizo.

- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó Maggot mirando con cierta aprensión la pócima.

- Quiere decir que Emily debe proseguir su camino – aclaró la Bruja Buena. 

Extrajo de los bolsillos de su túnica una ampolla y la llenó con la poción. Luego se la alargó a Emily pero la retuvo cuando ella alargó la mano para cogerla.

- ¿Qué es lo que más deseas? – le preguntó.

- Pues… precisamente lo que Wartilda ha dicho: seguir mi camino, naturalmente – respondió Emily un tanto sorprendida por la pregunta y con la mano aún alzada – Encontrar mi lugar, ser feliz.

Las brujas intercambiaron una mirada y asintieron.

- Entonces bébete esta poción– dijo la Bruja Calabaza y Emelda se la entregó – Considéralo nuestro regalo por causarte tantas molestias, querida niña.

Emily sostuvo la ampolla con la poción rojiza, que emitía un ligero fulgor y lanzó una mirada de soslayo a  Maggot.

- ¿Qué hará? – preguntó.

- Ayudarte a conseguir aquello que más deseas – respondió la Bruja Buena guiñándole un ojito – Anda, bébetela Emily.

Ella obedeció y la bebió de un trago. Ni le supo a nada ni le hizo sentir nada en especial. Se encogió de hombros y le devolvió el frasquito de cristal a Emelda.

- Buena suerte y cuídate mucho querida – le dijeron las brujas y Emily, sonriente, las abrazó a las dos – Déjate llevar.

La novia asintió y se volvió de espaldas mientras Maggot se apresuraba a meterse en su cabeza otra vez. Pasó el tallo de la rosa roja por el encaje de su vestido, quedando así sujeta en el centro de su pecho. Antes de cerrar los ojos miró la cripta sobre la colina durante unos segundos y murmuró para sus adentros una cariñosa despedida. Entonces deseó ser libre de nuevo y las mariposas blancas surgieron de debajo de su vestido, envolviéndola en un remolino que se alzó hacia los cielos.




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