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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Noche de chicas - Capítulo III



La señora Ferguson no despertó hasta que April no le puso una botella de olor fuerte debajo de la nariz. Cuando lo hizo, se apresuró a retirarla y se inclinó hacia ella.

- ¿Gloria? – preguntó suavemente - ¿Se encuentra bien?

- ¡Oh, querida niña! – exclamó, sentándose en el sofá donde la habían tenido - ¿Qué ha ocurrido-ooh?

Sus ojos se abrieron tanto que casi se le saltaron de las órbitas cuando vio a Gioco, apoyada de espaldas en la pared con los brazos cruzados. La chica le sonrió un tanto forzadamente y alzó una mano insegura a modo de saludo.

- Tranquila, Gloria ¡míreme! – dijo April, consiguiendo atraer su atención – Todo está bien. No se preocupe. Esos dos tipos se marcharon ¿lo recuerda? Y no tema de Gioconda; es amiga mía.

- ¿Gioconda? – preguntó la mujer y miró de nuevo a la mutante – No… no entiendo nada de nada. ¿Ella es la iguana a la que te referías antes?

- ¿Iguana? – preguntó Gioco mirando con suspicacia en su dirección - ¿A quién está llamando iguana?

April se volvió rascándose la cabeza y con cierta sonrisilla.

- No importa, ya te lo explicaré más tarde – dijo y se giró de nuevo hacia su vecina  - Gloria, ¿le han hecho daño?

Observó a la buena mujer, un poco enjuta y bajita, con su cabello canoso recogido en un moño y sus lentes que, milagrosamente, no habían caído al suelo cuando se había desmayado. Seguía estando algo pálida pero no tanto como antes. Vestía un modesto vestido oscuro con flores estampadas y aún llevaba puesto el delantal, puesto que la habían sorprendido cuando empezaba a hacer la cena. Solía cenar tarde, cuando su hijo volvía del trabajo.

- No, estoy bien, gracias a ti. Y a ella – agregó, mirando a Gioconda con cierta reserva - ¿Qué es, por cierto?

- Me temo que es una larga historia, pero lo primero es lo primero. ¿Quiénes eran esos dos gorilas y qué querían de usted?

La señora Ferguson parpadeó un segundo.

- ¿Te importaría traerme un traguito de coñac? No soy capaz de pensar con claridad, estoy aún tan nerviosa…

April fue a buscar la botella siguiendo las indicaciones de la señora que, una vez que tomó su lingotazo del fuerte licor recuperó el rubor de sus mejillas y sus ojos adquirieron un brillo más despierto.

- Mucho mejor, gracias querida – hizo una pausa – Pues verás, no tengo ni la más remota idea de qué quieren esos hombres. Yo no los había visto en mi vida… les abrí la puerta pensando que querían venderme alguna cosa. No lo hubiera comprado, pero al menos les daría algo de conversación… está claro que no era el caso. Creo que ha habido una confusión…

- No debería abrir la puerta a desconocidos – dijo April.

- Eso me dice siempre mi hijo.

Sin embargo April no estaba satisfecha, pues había escuchado parte de una conversación que se contradecía con lo que ella explicaba. Y aunque no quería ser tan directa con la pobre mujer y más teniendo en cuenta su estado de salud necesitaba respuestas.

- Pues para que se hayan equivocado, eran de lo más agresivos…

La mujer sacudió la cabeza y pareció incómoda.

- Pues no tengo ni idea…

- No es por faltarle al respeto ni mucho menos pero, por favor, deje de mentir – intervino Gioconda, mirando con dureza a la mujer tendida en el sofá.

April se volvió a mirarla con cierta cara de reproche, pero Gioconda la ignoró. Se aproximó hasta el sofá, haciendo que la mujer se encogiera ligeramente, y se acuclilló para estar a su altura.

- Puede tener sus motivos y los respeto, pero le pido que tenga en cuenta que mi amiga casi sufre las consecuencias porque sólo quería comprobar si usted estaba bien, por no hablar que lo sucedido me ha obligado a exponerme cuando tengo por norma permanecer oculta a ojos de los humanos. Me pone en riesgo. ¿Comprende?

La señora la observó durante unos instantes y agachó la cabeza, cerrando los ojos con fuerza. Se pasó una mano temblorosa por la frente hasta el cabello y a continuación abrió los ojos. Miró tanto a Gioconda como a April.

- Tienes razón, jovencita. Lo siento mucho, yo no quería que esto sucediera – dijo, sincerándose – Será mejor que empiece por el principio. Veréis, mi hijo ha tenido… una vida difícil – hizo una pausa pero como vio que ninguna dijo nada, continuó - No siempre ha llevado una vida honesta, sobre todo en su más temprana juventud. Pero tras pasar una temporada en la cárcel y debido a mi estado de salud delicado entró, como suele decirse, en vereda. Actualmente tiene un trabajo estable y cuida de mi todo lo bien que le es posible. En el fondo siempre ha sido un buen chico; supongo que el perder a su padre cuando era tan niño le afectó más de lo que pude proveer y yo estaba tan ocupada que no le dediqué el tiempo ni el afecto suficiente.

- ¿Estuvo en la cárcel? – preguntó April escandalizada para disgusto de su inquilina - ¿Qué fue lo que hizo?

- Empezó cometiendo pequeños hurtos, tuvo una temporada de reventar cajas fuertes. Un día le pillaron y se fue a la cárcel. Siento muchísimo no habértelo contado – se disculpó – Pero como comprenderás no puedo ir por ahí diciendo a los cuatro vientos que mi hijo es un exconvicto. Además, él ya se ha encauzado, te lo digo de verdad. ¿Acaso has notado que faltara algo de valor?

- No, no, en absoluto – dijo April, más tranquila, porque por un momento había temido que hubiera metido en su casa al descuartizador de Boston o alguien peor – Pero debería habérmelo dicho igualmente.

- Lo siento mucho pero, si lo hubiera hecho ¿nos habrías alquilado el apartamento? – preguntó la mujer. April se ruborizó ligeramente sin decir nada y eso fue suficiente respuesta – Ahí lo tienes, aunque no te culpo. Es precisamente esto el origen de nuestros problemas. Mi hijo no conseguía encontrar trabajo a pesar de llevar una carta de recomendación del alcaide de su prisión, pues durante su condena tuvo un comportamiento ejemplar y ayudó mucho en la cárcel. Probó incluso alguna triquiñuela para conseguir el trabajo pero parece que huelen a los antiguos delincuentes a leguas de distancia. El caso es que el alquiler del piso donde vivíamos por aquel entonces era muy caro, sumando también el coste de mis medicinas nos era cada vez más difícil llegar a fin de mes. Imaginaos nuestra desesperación. Temí que mi Eddie tirara la toalla y volviera a robar. ¡Yo no podría soportarlo! Así que decidí pedir ayuda…

- A la banda de los gorilas antes presentes – concluyó Gioconda.

La señora Ferguson asintió.

- Fue un error, desde luego, pero como digo, estaba desesperada. Haría lo que fuera con tal de evitar que él volviera a prisión: me moriría. Y sé que se autoculparía por ello, no es la primera vez que piensa que mi enfermedad tiene origen en los disgustos que me ha dado. De modo que acudí a su antiguo jefe, un mafioso que le dio trabajo en más de una ocasión.

- ¿Cómo lo encontró? – preguntó April.

- Aunque sea una anciana enferma tengo mis métodos. Baste decir que di con él y le pedí dinero, rogándole que recordara los tiempos en los que mi hijo le hizo aquellos encargos. Él aceptó y me entregó una buena suma, que nos permitiría pagar todas las deudas que arrastrábamos meses atrás, entre ellas el alquiler. Sin embargo decidimos mudarnos una vez nos pusimos al día porque, como dije, ese alquiler era muy elevado. Por eso vinimos a este barrio, donde el precio es más modesto.

- ¿Su hijo no se preguntó nunca de dónde sacó tanta pasta? – preguntó Gioconda.

- Le mentí – admitió la mujer, un tanto avergonzada – Le dije que nos había tocado un pequeño premio de la lotería. El pobre se lo creyó. No estoy orgullosa, pero volvería a hacerlo con tal de protegerle – suspiró – El caso es que pareció que eso nos trajo suerte, porque mi hijo consiguió trabajo como mozo de almacén a tiempo completo y como todas mis preocupaciones desaparecieron, mi salud mejoró…

- Pero entonces llegó el momento de saldar la deuda – concluyó April, al ver la triste mirada de la anciana.

- Así es. El resto de problemas se solucionaron para dar pase a uno peor. Primero empezaron los mensajes y luego esos dos hombres empezaron a dejarse ver. Una vez uno de ellos me ayudó a cruzar la calle sólo para darme un mensaje de advertencia. Me asusté muchísimo; así que ese  mismo día conté todo el dinero que teníamos ahorrado y que cubriría lo que me habían prestado, aunque eso nos dejara tiritando lo entregué de buena fe. Lo tomaron pero me dijeron que debido al retraso debía pagar un interés y me dijeron que sólo me estaban dando algo más de plazo por los viejos tiempos en que Eddie trabajó para ellos. En fin, supongo que les puede la avaricia. Una noche les vi montando guardia delante del portal. Lo último ha sido entrar aquí y amenazarme con pagarles o de lo contrario ¡harían daño a mi Eddie! – hizo una pausa, ahogando un lamento - Me han dado de plazo hasta el amanecer pero no tengo más dinero. Les rogué más tiempo e intenté apelar a su misericordia, pero ellos no saben qué es eso – en este punto se llevó una mano al cuello - Vieron la cruz de oro que me regaló mi difunto marido en nuestra boda y… en fin, me lo arrebataron y se lo llevaron…

- ¡Jo, si lo llego a saber lo hubiera recuperado! – se lamentó Gioconda, meneando la cabeza.

- ¿De cuánto dinero estamos hablando? – preguntó April, pensando en si los escasos ahorros que tenía serían suficientes.

Pero cuando Gloria Ferguson respondió soltó un silbido y Giocionda una palabrota.

- ¿Por qué no prueban a marcharse de aquí? Irse muy lejos, donde no puedan encontrarles – sugirió April, si bien no de un modo egoísta para evitar represalias en su recién reconstruido hogar.

La mujer negó con la cabeza.

- No tenemos donde ir y mi estado de salud es bastante delicado a raíz de todo esto como para hacer un viaje largo. El médico me ha dicho que debo llevar una vida tranquila y sin sobresaltos.

- ¿Y la policía?

- ¿Crees que no tomarían represalias contra nosotros si hiciéramos eso? Aparte, la policía no hará nada por ayudarnos, sobre todo siendo mi hijo un exconvicto. Pensarán que mi historia es falsa y que en realidad él está metido en algo turbio. No, la única solución es que les pague lo que me piden y que nos dejen en paz, pero no sé de dónde lo sacaré.

- Pero ¡eso no funcionará! – objetó Gioconda – Nada les impide pedirle más y más dinero cada vez.

La señora Ferguson suspiró. Se la veía tan devastada que a la chica mutante le dio mucha pena y rabia.

- ¿Crees que no lo he pensado?

- ¿Su hijo no tiene ahorros? – preguntó April.

- No, todo el dinero me lo da a mi y yo lo administro. Ya he entregado hasta el último centavo que tenía pero eso a ellos les da igual.

- Dígaselo a Eddie – dijo April.

- ¡No! – casi aulló la señora Ferguson - ¡No podría ni mirarle a la cara! ¡Él no debe saberlo nunca!

Y como si lo recordara súbitamente, miró el reloj y se puso pálida de nuevo al ver la hora que era. ¡Eddie estaría a punto de regresar del trabajo!

- Por favor ¡tenéis que iros! – les pidió, empujando tanto a April como a Gioco hacia la puerta. Comprobó con cierto alivio que las chicas habían recogido el estropicio de los platos rotos pero debería bajar la basura para que Eddie no lo viera. O bueno, quizá pudiera inventar alguna excusa si no le daba tiempo – Si os ve aquí o le da un infarto – comentó mirando a Gioconda – o me hará preguntas y… no sé si seré capaz de mentirle.

- ¡No! Espere un momento… – protestó la pequeña mutante.

- Pero… ¿y usted? – preguntó April, en absoluto convencida.

- Ya me las apañaré. Negociaré con su jefe, haré lo que haga falta para evitar que Eddie lo sepa y para solucionarlo, pero por favor tenéis que iros ya antes de…

Enmudeció cuando escuchó unos pasos en la puerta de entrada y cuando, con un sonido metálico, alguien encajó una llave en la cerradura de la puerta.

 

Cuando Eddy Ferguson llegó al descansillo del apartamento que compartía con su madre, agotado tras un largo día en el trabajo, poco podía imaginar lo larga que sería esa noche para él. Trabajaba a turno completo en un almacén que abastecía a numerosas tiendas de la ciudad de Nueva York y la actividad era frenética casi todos los días; aun así siempre que tenía opción echaba horas extras con tal de llevar algo más de dinero a casa para poder pagar los gastos médicos de su madre, que no eran baratos. Sumado al hecho de que a su jefe no parecía importarle el dar trabajo a un expresidiario hacía que se dejara la piel en el trabajo, siendo un empleado ejemplar. Su madre había tenido que soportar muchos disgustos por su culpa y estaba convencido de que su forma de proceder en el pasado le había provocado su enfermedad actual; por tanto haría cualquier cosa por ella pues sabía que nada podía hacer por compensarla, aunque nunca sintiera que fuera suficiente.

Esa noche llegaba un poco más tarde porque había tenido que hacer la compra, in extremis dadas las horas que le dieron y cargaba con la bolsa de papel llena de productos cuando metió la llave para abrir la puerta.

Se dio cuenta en ese momento de que algo pasaba, pues siempre dejaban cerrado con llave y pestillo y nada de esto estaba echado. Suspiró, pensando que su madre se había vuelto a olvidar y considerando por enésima vez si no debería pagar los servicios de alguna cuidadora a domicilio.

- Mamá, te he dicho muchas veces que debes cerrar con… llave.

Y ya cuando abrió la puerta y vio a su madre en compañía de la casera, ambas con rostro de sorpresa y estupefacción ya se quedó desconcertado del todo. Pero enseguida se recompuso: April O’Neil parecía una joven agradable, a pesar de que sólo había hablado con ella al principio, cuando alquilaron el piso. A partir de entonces y dado que pasaba casi doce horas fuera de casa todos los días el trato se reducía a un saludo o una despedida verbal o con la mano. Nunca les había molestado, como otros caseros que habían tenido años atrás, que no hacían más que quejarse absolutamente por cualquier cosa. Así cuando se le ocurrió el único motivo por el que la casera pudiera estar allí la miró molesto.

- ¿Qué hace usted aquí? – preguntó, mirándola con el ceño fruncido entrando en el piso y dejando la bolsa en la mesita de la entrada- No irá a subirnos el alquiler, ¿eh?

April miró significativamente a la señora Ferguson y ésta, aún aturdida, sacudió ligeramente la cabeza.

- ¡Q-qué va! – contestó April, un poco aturullada, ya que quedaría rarísimo que no respondiera. Pensaba que el hombre debía conocer lo que sucedía pero ella no era quien para contárselo: eso correspondía a la señora Ferguson – Tan sólo vine a visitar a su madre, pues me pareció que tenía cierto problemilla…

- ¿Ah sí? ¿Cómo cuál?

Eddie sabía que podía ser seco y descortés a veces, podía echarle la culpa a la cárcel por eso. Cuando se dio cuenta de que intimidaba un poco a April se forzó a suavizar sus modales pero aun así no se le pasó por alto la forma en que la chica le miraba.

- N-nada importante, hijo. De verdad. ¿Qué tal el día?

- Bien – respondió mirando a su madre suspicaz. La conocía demasiado bien y estaba claro que algo la incomodaba profundamente. Se preguntó si tenía que ver con April o con él mismo – Mamá ¿qué es lo que pasa? Y no me digas que nada, que esa cara de susto que tienes lo dice todo. ¿No será por culpa de ella, ¿verdad? – preguntó, señalando a su casera con el dedo.

April le miró, ofendiéndose por primera vez desde que él pusiera un pie en el edificio.

- Oiga ¡yo no he hecho nada malo! Tan sólo he venido a ayudar…

- Es verdad, hijo.

- Pero algo te pasa, mamá. ¿De qué se trata? ¿Has empeorado? Te veo muy pálida…

La señora Ferguson se volvió y miró a April en busca de ayuda.

- No puedo – le susurró alzando los brazos y cruzando las manos delante de su rostro.

- Debe hacerlo – rogó April, mirándola a ella y luego a su hijo, que comenzaba a enfadarse.

- Oiga ¿qué demonios está pasando aquí? – estalló él, poniéndose nervioso - ¿Va alguien a responderme de una vez? ¿Qué es lo que no puedes hacer mamá?

Se hizo un incómodo silencio, donde Eddie sólo tenía ojos para su madre quién había retrocedido hasta una silla, se había sentado y se había puesto a llorar.

- Señor Ferguson… Eddie – dijo April, decidiéndose a usar su nombre de pila, a pesar de que apenas habían tenido trato desde que estaban alquilados – Su madre tiene que contarle algo muy importante. Vamos – añadió, animando a la señora Ferguson.

Ésta miró con ojos desolados a su hijo y suspiró.

- No sé por dónde empezar…

 

Eddie Ferguson era un tipo duro; había tenido que serlo cuando inició su vida de delincuencia y más aún cuando estuvo en chirona por todos esos robos. No se dejaba intimidar fácilmente ni tampoco tenía reparos en llegar a los puños, si bien debido a la influencia de su madre intentaba ser un hombre mucho más tranquilo, sosegado y pacífico. Pero aún así y a pesar de la presencia de su progenitora y de su casera estalló de un modo que no lo había hecho en años: enfurecido, dio un puñetazo en la mesa y golpeó la bolsa de la compra, que cayó al suelo desperdigando su contenido. April sofocó un grito, al contrario que la señora Ferguson, que gimió lastimeramente.

- ¡Ese condenado bastardo! – gritó Eddie. Entonces recordó a las dos mujeres y tras luchar un poco consigo mismo, consiguió calmarse. Pero cuando miró a su madre seguía con el ceño fruncido - ¿Cómo no me dijiste nada? ¿Cómo fuiste a pedirle ayuda a él precisamente?

- L-lo siento, t-tenía m-miedo que si lo s-sabías volvieras a… a delinquir y yo… y-yo no podía soportarlo – sollozó su madre y enterró el rostro en sus manos.

April fue a acercarse a consolarla pero Eddie se le adelantó, abrazándola.

- Lo siento mucho, mamá, pero es que hay tantas cosas que no sabes – le susurró con cariño – Sé que no he sido un buen hijo y te pido perdón por todos estos años de disgustos. Y sólo quiero que sepas que por ti haría cualquier cosa. ¿Me oyes? Cualquier cosa con tal de que estés bien.

La señora Ferguson le sonrió entre un mar de lágrimas y ambos se volvieron a fundir en un cálido abrazo. April les miró conmovida pero apartó la vista para darles algo de intimidad, mirando en dirección a la puerta entornada del baño, donde Gioconda se había escondido en los dos segundos que él tardó en abrir la puerta. Entonces presintió a Eddie cerca suyo y se volvió.

- Siento mucho haber sido tan brusco con usted señorita O’Neil  – le dijo, con sinceridad – Ha ayudado a mi madre y estoy en deuda con usted y, si alguna vez necesita algo, avíseme. Salvo si es ilegal, eso sí – agregó, a modo de una pequeña broma para aliviar la tensión, cosa que no consiguió.

La señora Ferguson le había contado todo lo sucedido esa noche, salvo la parte donde intervenía Gioconda, que dejó más en el aire, pero sí le explicó que le había contado todo a April, incluido su pasado delictivo.

- N-no tiene importancia – repuso April un poco azorada y, aunque sonara cliché, agregó - ¿Para qué están los vecinos?

Eddie le sonrió de vuelta. Sin esa expresión adusta casi perpetua podía llegar a ser un hombre con cierto atractivo: llevaba el pelo moreno corto (April notó algunas canas plateadas en las sienes), una camiseta de manga corta de Metallica, pantalones gastados del trabajo y botas de motorista.

- En cualquier caso, gracias, de todo corazón – dijo, y entonces se dio la vuelta – Mamá, voy a sacarte de este lío.

- ¿Qué vas a hacer? – le preguntó ésta, sumamente preocupada.

Él no fue capaz de mirarla a los ojos. Le dio la espalda cuando respondió.

- Saldaré la deuda, por supuesto. Y recuperaré la cruz de papá, te lo prometo.

- Pero no tenemos dinero… ¿acaso? ¿Acaso vas a pedirle a tu capataz un anticipo de la paga?

Él guardó silencio y suspiró.

- Me gustaría decir que sí, pero no puedo mentirte. Saldaré tu deuda de la única manera que sé.

- ¡NO! – exclamó la señora Ferguson y se puso delante de él, aferrándole por los brazos – No… otra vez no. ¿Y si te atrapan? ¡No podría soportarlo!

- ¿Qué otra opción hay mamá? Porque a mi no se me ocurre. No podemos ir a la policía, no podemos huir porque ya te digo yo que nos encontrarán. Créeme que preferiría mil veces reventarle la cara, por todo esto y por lo que sucedió en el pasado… pero no puedo hacerlo; son demasiados. Así que la única opción es conseguir dinero para pagar la deuda antes de que se cumpla el plazo.

- A mí me parece buena opción. La de reventarles la cara, digo.

Todos se quedaron de piedra al escuchar esa voz, que provenía del servicio. Eddie miró en esa dirección, complemente atónito.

- ¿Qué? ¿Quién?

- ¿Estás segura, Gio? – preguntó April, preocupada, mirando en la misma dirección. El señor Ferguson la miró de hito en hito.

- ¡Claro! ¡Es muy injusto todo! – exclamó aquella voz, “Gio”. Eddie se percató de que su dueña era alguien jovencísimo - Piensa en lo mal que lo han pasado para llegar hasta aquí. ¡Se merecen una vida feliz!

April suspiró y se giró hacia Eddie, quien permanecía de pie al lado de su madre totalmente paralizado.

- Será mejor que te sientes – le recomendó– Verás, mi amiga ha sido la que ha despachado a esos dos gorilas antes.

Eddie la miró embobado y a continuación miró a su madre, que se limitó a asentir con la cabeza.

- Me dijo que se había expuesto por ello, que había corrido un riesgo. Por eso no me atreví a mencionarla pero estamos en deuda con ella, hijo.

- ¿Y por qué no ha salido hasta ahora? ¿Acaso está indispuesta? Si te ha ayudado, me gustaría mucho darle las gracias. Quiero verla… verte… bueno…

April a se encogió de hombros, en un gesto que indicaba claramente “que no digas que no te lo avisé” y se volvió hacia la puerta del dormitorio.

- Está bien. Veamos qué puede hacerse.


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2 comentarios:

  1. Pues, que te puedo decir? ... Cada vez se pone más interesante jeje

    Era lógico que algo debía la señora Ferguson a esos matones pero por alguna razón nunca pensé que fuera ella quien realmente debiera el dinero, si no que el hijo era el que andaba en malos pasos y a ella le estaba tocando pagar los platos rotos; pues no fue así.

    Me ha gustado como supiste introducir la historia de los Ferguson a la trama, algo así tipo "The Wonder Years" la serie de TV

    Y otra vez lo has dejado en lo emocionante 😆 ... Habría quedado un poco largo si lo continuabas supongo.

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    1. Confieso que en principio no sería ella quien tendría contraída la deuda, si no su hijo; la mujer hubiera sido, efectivamente, víctima colateral. Pero se me antojó que fuera finalmente como se ve porque no fuera tan obvio.

      No he visto esa serie, pero entiendo qué quieres decir xD

      Y sí, divido las partes un poco por la longitud pero también por los sucesos que tienen lugar.

      ¡Gracias por comentar!

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