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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Noche de chicas - Capítulo II

 


El edificio de April poseía tres plantas, sin contar el sótano, que una vez también alquiló a cierto dibujante tiempo atrás: el bajo, donde se situaba la tienda de antigüedades de la joven O’Neil, el primer piso que era su apartamento que contaba con un amplio salón con cocina americana, un baño y un dormitorio y, por último, el segundo piso, antiguo trastero y domicilio de la señora Ferguson desde hacía ya casi seis meses, que fue lo que acordaron por contrato. Se trataba de una mujer ya entrada en los sesenta mientras que su hijo Eddie no llegaría a los cuarenta.

A pesar de que parecían buenas personas April siempre había sospechado, por ciertas costumbres y comportamientos que había visto en ellos, que podían estar pasando por serias  dificultades pero la joven no había tenido forma de averiguarlo. Además, tampoco es que fuera asunto suyo, siempre y cuando pagaran el alquiler y fueran buenos vecinos, requisitos que cumplían perfectamente.

Cuando subió por las escaleras y vio la puerta abierta se extrañó, pero siguió adelante. Mientras llegaba hasta la puerta entornada escuchó una conversación que mantenía la señora Ferguson con, al menos un par de eprsonas. Se aproximó silenciosamente y miró por la rendija.

Vio las anchas espaldas de dos hombres, altos y fuertes, trajeados de pies a cabeza; uno de azul y otro de blanco. La señora Ferguson permanecía de pie delante de ellos y estaba mortalmente pálida, muy asustada. ¿Qué estaba pasando? En el suelo podía ver parte de lo que parecían restos de una vajilla destrozada.

- P-pero ya lo di todo, se lo juro – farfullaba la mujer muerta de miedo – A-además no tengo más…

- No nos tome por tontos, señora Ferguson – decía uno de los hombres, con un ligero acento italiano – Como sabe todo préstamo tiene sus intereses.

- Quizá debiéramos pedírselos al pequeño Chip – insinuó el otro tipo.

- ¡N-no le metan en esto, se lo ruego!

- ¡Pues pague! Venga, seguro que tiene un fondo de contingencias, todas las madres lo tienen… ¿ey, que es eso que veo?

La señora Ferguson dijo algo totalmente incomprensible para April y a continuación vio un forcejeo entre su vecina y el que acababa de hablar. April un respingo, ofendida por el trato dado a la mujer.

- ¡Mira por dónde! Y es de oro del bueno – dijo el hombre sosteniendo algo que April no pudo ver.

- ¡Devuélvamelo, se lo ruego! Me lo regaló mi difunto marido y…

- ¡Cállese! Esto no ha terminado…

Ya había viso suficiente.  Debía llamar a la policía pero recordó que se había dejado el teléfono en su piso. Retrocedió unos pasos pero al apoyar el pie en uno de los tablones de madera éste crujió. Apretando los dientes miró hacia a la puerta y pudo ver cómo uno de aquellos hombres, con una mano bajo la chaqueta de su traje, se asomaba por la puerta y miraba en su dirección. Según le vio April le reconoció porque les había visto rondando por la zona unos días atrás e, incluso, bajar de las escaleras del piso de su inquilina en una ocasión, que en su momento no le dio importancia a pesar de su aspecto sospechoso.

- Vaya ¿qué tenemos aquí? ¡La vecina metomentodo! – comentó el hombre, que también la había reconocido.

- ¡La policía está en camino! – exclamó April en un intento por acobardarle, pero era ella la que tenía miedo – Así que si yo fuera usted cogería a mi amigo y me largaría de aquí a toda pastilla.

Para su consternación y horror el hombre se río. Aún mantenía la mano bajo su chaqueta.

- ¿De veras, nena? ¿Por qué será que no te creo?

- ¡Ermine! ¿Qué pasa ahí afuera? ¿Con quién estás hablando?

- Con una invitada – contestó éste y extrajo su mano de debajo de la chaqueta, mostrando aquello que había estado buscando: un revólver – Ven aquí – ordenó, con voz firme y ya sin rastro de su sonrisa.

En ese mismo momento se escuchó un golpe en el piso de abajo. Tanto April como Ermine miraron abajo y luego éste a ella.

- ¿Hay alguien más ahí abajo? – preguntó.

April dudó. Estaba claro que se trataba de Gioconda y sospechaba que el ruido había sido hecho a propósito. Era una kunoichi y uno de sus fuertes era la discreción. ¿Acaso habría escuchado la conversación y quería captar su atención? April no tenía manera de saberlo.

- Sólo mi iguana – dijo no obstante encogiéndose de hombros.

El tipo con aspecto de mafioso esbozó una gran sonrisa de dientes blancos casi perfectos.

- Claro, una iguana… Ferret – llamó Ermine, volviéndose para mirar a su compinche, que se asomó y miró a April – Mete un tiro a la señorita metomentodo si intenta alguna jugarreta. Voy a revisar el piso de abajo.

Ferret asintió e hizo que April entrara en el apartamento de la señora Ferguson. La chica se apresuró al lado de la señora, que temblaba de pies a cabeza.

- ¿Se encuentra usted bien? – le preguntó, tomándola de las manos.

- S-sí. Pero ¡querida! ¿Cómo se te ocurre venir? – susurró la mujer, lanzando una mirada de soslayo a Ferret, que se mantenía pendiente de ellas desde la puerta pero también lanzaba miradas hacia la escalera por la que su compañero había descendido – Estos hombres… son peligrosos. ¿Quién más hay contigo? ¡Debes decirle que se marche y pida ayuda!

- No se preocupe, señora Ferguson – murmuró April – Mi amiga no es de las que necesiten ayuda. Ella ES la ayuda.

 

Cuando Ermine descendió al segundo piso, con su pistola en alto, no vio moros en la costa. Lo que vio fue la puerta abierta de par en par del apartamento de April y decidió asomarse a echar un vistazo. Por supuesto no se había creído la penosa excusa de la iguana pero le parecía muy raro que, suponiendo que hubiera alguien más, no hubiera salido corriendo despavorido para pedir ayuda. No había escuchado ningún ruido de pasos así que, de haber alguien, estaba en la casa de la vecinita metomentodo. Quizá un novio. Decidió estar preparado, sólo por si acaso.

Se asomó al interior del apartamento de April, apuntando con su pistola. Estaba vacío pero cuando vio la cantidad de platos en el fregadero y los dos vasos sobre la mesa supo de inmediato que aquella jovencita no estaba sola, con o sin iguana. A sus oídos llegaba el ruido de la ducha. Sonrío. Avanzó con más determinación, la vista clavada en la puerta entornada del aseo sin darse cuenta de que la puerta del apartamento se estaba entornando.

Cuando Ermine llegó hasta la puerta del baño, la empujó con brusquedad y apuntó con su pistola se llevó un buen chasco cuando vio que no había nadie bajo la ducha. Alguien había abierto la llave del agua pero no estaba disfrutando del relajante baño.

- Pero ¿qué? – preguntó, retrocediendo.

Y cuando fue a darse la vuelta no tuvo nada que hacer frente al rayo carmesí y escarlata que se le echó encima.

 

El estrépito de la pelea llegó hasta el piso de arriba. La señora Ferguson miró incrédula a April, quien a su vez no apartaba la vista de Ferret que, apostado en la puerta, intentaba atisbar algo a través de la escalera.

- ¡Ermine! ¿Qué cojones está pasando ahí abajo? – gritó. Luego se volvió a April y la apuntó con la pistola - ¡Tú! ¡Ven aquí ahora mismo!

No tuvo más remedio que obedecer. Cuando se puso a su lado Ferret la agarró del brazo y la empujó hacia afuera. La señora Ferguson se levantó e intentó acercarse pero Ferret apuntó a April con el arma.

- Ni un paso, señora, o adiós a su vecinita. Pero acérquese usted también para que yo pueda verla. Y tú – dijo, volviéndose a April – Camina hacia la escalera. ¡Ya!

De esta manera con April por delante y la señora Ferguson en el umbral de su puerta, Ferret alcanzó los primeros escalones. Para entonces todo se había quedado en silencio.

- ¡Ermine! – llamó desde lo más alto de la escalera - ¿Estás ahí, compadre? Dime algo.

- ¡Algo! – respondió una voz femenina, agravada para parecer la de un hombre, desde el piso de abajo.

- ¿Pero qué…? ¡Tú no eres Ermine!

- Te has dado cuenta ¿eh? – dijo la impertinente voz, ya hablando en su tono natural. Le enfureció más comprobar que era de lo más infantil. April en cambio no pudo evitar sonreír: el parecido que tenía Gioco a veces con Raphael en un esfuerzo por imitar sus insolencias y sarcasmos siempre le había chocado pero ya tenía una explicación para ella. Y le pareció adorable, a pesar de las circunstancias en las que se encontraba - No gastes saliva tío, que tu colega no te va a contestar. Si quieres hablas conmigo, pero te lo advierto: no me calientes.

- ¿Y quién puñetas eres tú? – gritó Ferret, enfureciéndose - ¿Qué le has hecho a Ermine?

- ¿Qué quién soy? Tu peor pesadilla. En cuanto a tu colega, se está echando un sueñecito, que es más de lo que merece un gusano como él. ¿Por qué a los malos os gusta siempre meteros con gente que es más débil que vosotros? Dais asco…

Ferret soltó un juramento.

- ¡Déjate de mierdas! ¡O sales ahora mismo o me cargo a la pelirrosa! ¿Me has oído, chulita? – preguntó Ferret, presionando con furia la pistola en la espalda de April, que no pudo evitar dar un respingo - ¡Tienes hasta tres! ¡Uno! – hizo una pausa - ¡Dos! – hizo otra pausa, dubitativo, esperando que fuera quien fuera se mostrara.

- ¡Está bien! Tú ganas.

Ferret esbozó una sonrisa de lo más desagradable.

- ¡Aaaah! Eso está mejor. Ven hacia la escalera ¡y sin jueguecitos, que soy de gatillo fácil!

- Ya voy, me estoy acercando…

Inmediatamente se escucharon unos pasos en el piso de abajo, unos pasos que resonaban de manera exagerada teniendo en cuenta lo silenciosa que podía ser Gioco, pensó April. Ésta mantenía la mirada fija en la base de la escalera, pensando que la kunoichi tendría que tener algún tipo de plan. ¿Verdad?

Unos segundos después vislumbraron la figura que se acercaba hasta el pie de las escaleras.

 

Ferret había visto muchas cosas raras su vida – a fin de cuentas, esto era Nueva York - pero ninguna como la tipa que apareció en su campo de visión. ¿Qué coño era eso? ¿Un puto extraterrestre como los de aquella famosa serie de la televisión? ¿También había venido para esclavizar a la humanidad? Quizá sólo fuera una friki disfrazada, pero si era así, era el disfraz más realista que había visto en toda su vida. Lo que estaba al pie de la escalera era una especie de chica lagarto con un vestido rojo y peluca castaña… suponiendo que no fuera su pelo de verdad. Era menuda y delgada, tanto, que tendría que haberle hecho sospechar al momento de haber sido un poco más listo: no había ni rastro de Ermine. ¿Cómo era posible que esa mocosa tan pequeña se hubiera encargado de él? Como mínimo, tendría que habérsele pasado por la cabeza que hubiera necesitado ayuda, aunque como bien sabemos hubiera estado equivocado.

Pero Ferret no era un tipo que se pudiera llamar espabilado. Se dejaba llevar por la emoción del momento, que en esta ocasión consistía en que creía que tenía la situación bajo control. Sonrió de nuevo, algo que afeaba su rostro y miró con satisfacción a la chica-lagarto sin dejar de apuntar a April, que estaba en un escalón por debajo de él.

A pesar de su falta de luces y del shock inicial se percató de que ésta llevaba las manos escondidas tras la espalda.

- ¡Eh, tú, la lagarta! ¡No avances más! – ordenó y ella obedeció, deteniéndose cuando ya había subido un par de escalones – Bien. Las manos donde yo pueda verlas.

Gioconda sonrió de tal manera que a April le recordó de nuevo a Raphael: era la misma sonrisa que éste esbozaba ante la visión de una pelea. Entonces la joven se dio cuenta de que Gioco la estaba mirando fijamente y que hacía un gesto casi imperceptible con el hombro izquierdo, alzándolo ligeramente hacia la pared. ¿Qué…?

- ¡Estás sorda o qué? – preguntó Ferret, poniéndose nervioso- ¡Levanta las manos o le hago a la chica un nuevo agujero en mitad de la espalda!

- Vale, vale – dijo Gioco, aún esbozando un poco esa sonrisilla– Tranqui, tío. Iré despacito ¿de acuerdo?

Justo cuando iniciaba el movimiento ladeó la cabeza para mirar al rellano del piso de abajo y sus ojos se abrieron de par en par, esbozando una mueca de dolor.

- ¡NOOOOO! – gritó.

Ferret se volvió al momento, apuntando la pistola en esa dirección y entonces Gioconda abandonó su pantomima y alzó del todo las manos a la velocidad del rayo, apuntando en su dirección.

April apenas tuvo tiempo de ver algo acercarse y se apartó contra la pared justo cuando las dos surikens de cuatro puntas pasaron volando a su lado con un silbido. Ferret se revolvió a su lado y lanzó un grito cuando una de las estrellas acertó en su pistola, que saltó de su mano, cayendo escaleras abajo. La señora Ferguson chilló cuando las surikens se clavaron en la pared cercana.

Sin embargo Ferret no tuvo tiempo de lamentarse por perder su arma porque la chica-lagarto había salvado la distancia que los separaba, dio un salto y le asestó una patada voladora en mitad del pecho.

Ferret salió despedido y dio contra la pared de atrás, desprendiendo las estrellas ninja que cayeron al suelo de madera con un sonido metálico. Se quedó tendido con la espalda apoyada en la pared, aturdido. Gioco bajó rápidamente para tomar la pistola y volvió a subir al trote la escalera.

- ¿Estás bien April? – preguntó tomándose un momento para echar una ojeada a su amiga.

- No… vuelvas… a… hacer… eso – advirtió April, aún sobresaltada, con una mano en el pecho.

- Perdona, pero ya te hice el gesto para que te echaras contra la pared. El muy idiota mordió el anzuelo. Toma, ya me deshice de la del otro tío – dijo Gio, tendiéndole el revólver. Entonces se aproximó hacia el derribado Ferret, que sangraba por una brecha en la parte trasera de su cabeza que se había hecho al chocar contra el muro. Le tomó por las solapas de la chaqueta del traje y le alzó, poniéndole contra la pared – Debería darte una buena tunda por amenazar a mi amiga pero prefiero perderte de vista tanto a ti como a tu “compadre”. Y más te vale que no vuelva a ver vuestros caretos por aquí. ¿Capici?

En el piso de abajo se escucharon pisadas. Ermine parecía no haber tenido suficiente y quería recibir un poco más. Gioco se volvió hacia la escalera aferrando aún a Ferret.

– ¡Creo que es hora de sacar la basura! – exclamó Gioconda y lo lanzó escaleras abajo.

Ferret cayó dando un alarido y se chocó con su compañero, provocando que ambos descendieran rodando lo que quedaba de la escalera. Entonces se recompusieron y salieron corriendo atropelladamente.

- ¡Corred cobardes, que eso es lo que sois! ¡Cocoricóo! – exclamó Gioco inclinándose por la barandilla.

Una vez quedó patente que ambos matones se habían ido se incorporó sacudiendo las manos con total satisfacción.

- Pan comido – dijo con una gran sonrisa. Entonces vio a la señora Ferguson observándola con ojos como platos – Ups…

- Cielo… ¡cielo santo! – dijo ésta, tambaleándose mientras se aferraba a la puerta.

April, quien había observado toda la escena sujetando la pistola sólo con el dedo pulgar y el índice como si el metal le quemase, se apresuró hasta ella y la sostuvo antes de que cayera al suelo.

- ¡Señora Ferguson! – exclamó April pero apenas podía con su peso muerto. Se volvió a Gioco – Ayúdame a meterla dentro. Creo que ya da lo mismo ahora que te ha visto…

Gioconda se apresuró y se pasó uno de los brazos de la ahora desmayada señora Ferguson sobre sus hombros y April la imitó con el otro brazo.

- Se lo ha tomado bastante mal ¿eh? – preguntó Gioco mientras entraban en el apartamento.

- Bueno, a mi me ha parecido de lo más razonable – repuso April recordando su propia reacción cuando conoció a las tortugas y a su maestro:  ella se había desmayado hasta en dos ocasiones.


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2 comentarios:

  1. Jamás hubiera pensado que se trataba de dos matones. En realidad pensé que era un ladrón o algo parecido...

    Me extraña que concluyera el altercado en esta parte., Puesto que pensé que de eso se tratarían las últimas dos partes...me preguntó de qué tratará el cierre.

    —————
    Definitivamente es mejor leer tus historias desde el celular y ya recostado 😛

    Aunque, aquí ya es un poco tarde y tendré que dejar la siguiente parte para mañana, pero me ha gustado bastante lo que he leído
    ♥️♥️♥️

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    1. Eeeeeey jiji puede que la buena señora tenga algo que ocultar, quién sabe. Que por cierto ¿quién ha dicho que sólo queden dos partes? La verdad que a pesar de que la historia es corta, me ha quedado larguita xD

      Me alegro que te haya gustado lo que has leído. Gracias por comentar ^^

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