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[Teenage Mutant Ninja Turtles] El topo y el mouser - Capítulo VII


Seymour había permanecido hasta el momento olvidado en la entrada de la guarida de Dirtbag. Ni Gioconda ni Donatello se acordaron más de él porque estaban un poquitín ocupados intercambiando golpes con un topo mutante que llegaba al metro noventa de estatura. Y aunque Seymour en principio podría parecer que no estaba allí, pues había quedado en hibernación bajo orden de su dueña, su programa se seguía ejecutando, a fin de cuentas. “Veía” lo que sucedía en la habitación adyacente pero su código era indiscutible. Sin embargo, llegó el punto en el que se activó una excepción planteada por Donatello que hacía peligrar el modo hibernación, una de las pocas razones por las que el mouser podía pasar automáticamente al modo activo de nuevo. Esa contingencia era que Gioconda estuviera en peligro.

Cuando Dirtbag la sujetó del cuello, alzándola en el aire, Seymour determinó que esa situación era peligrosa para la chica en un determinado porcentaje que no era suficiente para decidirle actuar. Pero cuando poco después determinó que Gioconda no era capaz de defenderse ni escapar, éste porcentaje creció alcanzado la cuota máxima posible. De modo que la alarma interna saltó y Seymour se activó de nuevo en modo automático con un único comando en mente: proteger a Gioconda. 

Por lo tanto no era de extrañar que Seymour se moviera rápidamente, usando sus dos patitas de metal a la par que abría y cerraba su mandíbula aserrada, produciendo ese sonido chasqueante que podía conseguir que a uno se le helara la sangre de las venas. En su cabeza destellaba una luz roja, que denotaba que estaba actuando en ese momento en modo de emergencia. Se aproximó como una bala hacia Dirtbag quien, como en ese momento estaba distraído mirando con ojos como platos el brazo de aquella lagartija un tanto escuchimizada, no se percató del peligro que le amenazaba.

En el mismo momento en que el topo mutante iba a hablar a la chica que aún mantenía presa Seymour saltó con sus mandíbulas abiertas, apuntando hacia el brazo extendido de Dirtbag, mientras en su mente se repetía constantemente en bucle la orden de “proteger a Gioconda”.


Donatello tuvo serias dificultades para darse cuenta que había estado a punto de perder el conocimiento. Le dolía todo el cuerpo pero eso nunca había sido una excusa para dejar de pelear: aunque él siempre había preferido usar el cerebro antes que los músculos estaba igualmente capacitado para aguantar los mismos asaltos que sus hermanos, aunque secretamente se consideraba a años luz de la fortaleza física de Leonardo o Raphael o incluso de la agilidad y versatilidad en combate de Michelangelo. El caparazón y el plastrón ayudaban pero también un estricto entrenamiento y una férrea determinación eran necesarios para templar al mejor guerrero. Con un quejido se dio la vuelta y tanteó buscando su bo, caído a su lado. Lo recuperó con una mano mientras que la otra se la llevaba a la sien izquierda, sacudiendo la cabeza, que le palpitaba de dolor. El topo le había sacudido bien en lo que duraba un respiro pero todo había sido culpa suya: se había dejado engañar por el mismo truco que él empleara con el propio Dirtbag y...

¡Dirtbag! ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Y Gioconda? Donatello se espabiló de golpe en el preciso instante en que todo se volvía caótico a su alrededor.

Vio a Seymour saltando contra Dirtbag quien sólo se salvó de acabar con un brazo triturado porque se apartó en el último segundo. Vio cómo Gioconda, libre del agarre estrangulador, cayó al suelo y comenzó a toser, llevándose una mano al cuello. Donatello echó un vistazo rápido a Dirtbag intentando librarse del acoso de Seymour; optó por concentrar su atención en comprobar que la chica estuviera bien así que corrió hasta su lado y la sujetó por los hombros, alzándola para mirarle la cara, que quedaba oculta por la mata de pelo sucio.

- ¡Gio! ¿Estás bien? – preguntó Donatello pero la última palabra la pronunció entrecortada porque la chica le aferró una de las muñecas con gran fuerza.

- No… Dirtbag – susurró con voz ronca y áspera producto de la estrangulación. 

- ¿Qué?

- El… el número… tiene…

Donatello sacudió la cabeza. No entendía nada de lo que le intentaba decir Gioconda y no sabía si disponía de tiempo para intentar entenderla. 

- ¡PARA, NO HAGAS ESO, MALDITO TRASTO! – gritó Dirtbag entonces, acaparando toda la atención de Donatello.

Seymour no había conseguido alcanzarle, en apariencia. La tortuga sabía que estando en modo defensivo el mouser no pararía salvo que alguien se lo ordenara. Su programación hacía que quisiera proteger a la chica a toda costa y parecía que el pequeño robot había resuelto que la mejor manera de conseguirlo era acabar con la amenaza, o sea, Dirtbag. Donatello se fijó en una pequeña abolladura que tenía en el morro y vio la pala que Dirtbag enarbolaba en las manos. Se había librado de un ataque muy devastador gracias a ello pero la mala suerte había hecho que bateara al mouser precisamente contra una columna maestra… y el pequeño robot la estaba mordisqueando a base de bien. Sus mandíbulas estaban especialmente diseñadas para triturar piedra y metal, materiales que sin duda encontraría en los bancos que hubiera tenido que atracar de haber salido bien los planes de su creador. Además lo hacía a una velocidad increíblemente pasmosa y antes de que Dirtbag pudiera llegar hasta él para impedírselo grandes cascotes comenzaron a desprenderse del techo. 

- ¡SEYMOUR, PARA! – ordenó Donatello pero el mouser no le hizo ningún caso, ni siquiera levantó la cabeza ni interrumpió por un segundo la tarea. Donatello dudó – Detente ahora mismo… ¡Apágate!

No había nada que hacer. La luz roja siguió brillando, un fatídico aviso de sus intenciones. El mouser estaba fuera de control.

Donatello hizo una mueca de apuro: si sobrevivía a esto debía revisar ese maldito código y hacer ciertos ajustes, pues la medida de Seymour había sido harto desproporcionada y ni tan siquiera obedecía. ¡Iba a matarlos a todos!

- ¡Gio, el techo! ¡Vamos! – exclamó, tirando de la aún aturdida chica para ponerla en pie.

La hizo caminar hasta llegar al acceso por el que ellos habían entrado y se volvió para buscar a Dirtbag, quien en vez de poner pies en polvorosa o intentar detener al mouser se estaba dedicando a intentar salvar su botín.

- ¡DIRTBAG! – llamó Donatello - ¡Deja eso y ponte a salvo!

- ¡Ni hablar, es mi tesoro! ¡No pienso irme sin él! – gritó el topo sin volver la cabeza mientras trataba inútilmente de arrastrar los sacos con las joyas.

Donatello chasqueó la lengua y, mientras pensaba mentalmente en la palabra “IDIOTA” para calificar a Dirtbag echó a correr para llegar hasta su lado. Le agarró del brazo derecho y tiró de él.

- ¡No puedo pararlo! – le gritó - ¡Si no salimos ahora mismo nos tendrán que recoger con una cuchara!

Sus palabras sensatas no causaron ningún cambio en la actitud de Dirtbag, que se volvió para apartarle.

- ¡No pienso dejar todo mi botín aquí! Es…

Un crujido los interrumpió. Miraron alarmados la columna central y vieron a Seymour alejarse a toda prisa de la misma pues ésta comenzó a colapsar. El techo sobre sus cabezas se vino abajo y Donatello tuvo los reflejos suficientes como para hacerse a un lado cuando bloques de piedra y tierra cayeron sobre ellos. Dirtbag no tuvo tanta suerte.

Cuando el polvo se asentó en buena parte Donatello pudo ver que el topo seguía vivo pero estaba aprisionado entre las rocas, que habían sepultado el lugar donde ocultaba su botín. Los músculos de sus brazos y cuello estaban tensos mientras luchaba por liberarse.  Mientras Seymour la había emprendido con el último pilar maestro, cuyas mandíbulas daban buena cuenta de él.

Donatello se levantó y en ese momento una figura pasó a toda prisa a su lado. Gioconda. La chica se arrodilló delante de un atónito pero desesperado Dirtbag, le agarró de un brazo y comenzó a tirar de él.

- ¡No te quedes ahí plantado! – le gruñó entre dientes, por el esfuerzo - ¡Y mueve el caparazón hasta aquí de una vez!

La tortuga obedeció tras invertir dos segundos en darse cuenta de que se refería a él, pues estaba sorprendido no por la orden si no por el tono de la voz de la chica, tan firme y urgente que casi no parecía ni ella. Donatello se acercó y se dispuso a apartar los cascotes.

- ¿Por qué me ayudáis? – preguntó Dirtbag, que había elegido un mal momento para conmoverse. Alzó la cabeza y miró a Gioconda con ojos de cordero degollado – No… no lo sabía… yo no hubiera…

- ¡Cállate! -  le espetó ella - ¡La charla luego, que se te va la fuerza por la boca! ¡Estás así por tu culpa, avaricioso de las narices! ¡Mueve esas malditas piernas!

Dirbag cerró el pico porque no estaba acostumbrado a que nadie le gritara ni le diera órdenes ni mucho menos que le hablara así; no se atrevió a llevar la contraria a semejante harpía. Donatello lo hubiera encontrado divertido de no estar en una situación crítica. De hecho, los cascotes eran tan grandes que no podría apartarlos él solo.

Y, para empeorar más las cosas, se escuchó un nuevo crujido. Seymour se apartaba del segundo pilar de sustento, lo que significaba que cedería en cuestión de segundos. 

- ¡El pilar! ¡Maldita sea Seymour! – le gritó Gioconda muy enfadada.

- ¡Ya te dije que no era buena idea repararlo! – le gritó Don, también enfadado.

- ¡No me vengas con eso ahora! ¡Como puedes ver no es el mejor momento, Donatello!

- Dejadme…

Los dos se interrumpieron y miraron hacia abajo. Dirtbag mantenía sus orejas* gachas pero su tono de voz era firme.

- Todo se va a derrumbar en cuestión de segundos. Poneros a salvo, no podéis hacer nada por mi…

- ¡No! – gritó Gioco – ¡No te dejaremos aquí!

- Tenías razón, todo esto ha sido por mi culpa. Si llego a saberlo antes nunca os hubiera atacado… marchaos y…

Un nuevo crujido. Donatello miró hacia arriba y vio cómo el techo comenzaba a ceder. Actuó sin pensar. Placó a Gioconda de tal modo que se la cargó en un hombro y echó a correr hacia la salida más cercana. Tuvo que saltar al túnel y ambos rodaron por el suelo mientras la galería al completo retumbaba por el derrumbe.

Pasaron unos segundos que invirtieron en recuperar el aliento. Cuando se incorporaron detrás de ellos no quedaban más que polvo en suspensión y cascotes; el acceso a lo que había sido la guarida de Dirtbag estaba completamente taponado.








* Lo sé, los topos no tienen orejas, pero este sí. Y lo peor es que son monas. Asumámoslo.

2 comentarios:

  1. No podés! Seriously? ...por qué?

    Se que era malvado pero cuando soltó a Gioconda supe que todavía quedaba bondad en su alma, no esperaba que las cosas terminaran así... me había hecho algunas ideas sobre como continuaría todo excepto la muerte de Dirtbag. Ta muy Sad! 😥

    Aunque dudo mucho que muriese; es un topo, seguro encontró alguna forma de escapar, ¿no?

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    1. Bienvenido a una técnica ancestral muy típica: si no sucede el derrumbe, GIoconda y Dirtbag se sentarían a charlar sobre esos números y es posible que nos enteremos de todo o casi todo sobre el origen de Gioconda. ¿No te parece que saberlo así sin más es demasiado aburrido?

      Efectivamente Dirtbag iba a soltar a Gioconda después de todo pero Seymour intervino de una manera muy bestial. Lástima.

      ¿Estará vivo? ¿Estará muerto? Hagan sus apuestas.

      ¡Un saludo!

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