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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Los vigilantes - Capítulo VI


Casey Jones se tomó unos instantes en procesar lo que tenía ante sus ojos. No sabía mucho de niños, sólo lo justo: que gritaban y lloraban, que hacían pis y caca y que había que cambiarles los pañales de vez en cuando. Ese niño en concreto parecía que ya había superado esa fase, aunque no estaba del todo seguro. Era un negado para saber la edad de un niño con sólo mirarle, todo lo contrario que su madre. Sin embargo, la edad del churumbel no era lo importante (Casey le calculaba unos tres o cuatro años de todos modos) sino más bien ¿qué demonios pintaba allí?

- Pero ¿y este niño? – preguntó, rascándose la cabeza y trasladando el peso de su cuerpo de un pie a otro.

- ¿Nos ves con cara de saberlo? – preguntó Raphael, tan perplejo como él.

Gioconda estaba examinando al pequeño. A la mutante seguían sin gustarle del todo los seres humanos por ciertos episodios desagradables que había tenido con ellos anteriormente, como ya habíamos indicado; hechos que le habían obligado a vivir escondida, moviéndose sin ser vista, por temor a que la hicieran daño o la matasen simplemente por ser lo que era. Había aprendido a la fuerza que debido a su aspecto no podía moverse entre ellos a simple vista, por lo que encontrar un refugio o comida le habían resultado tareas muy complicadas durante el tiempo que vivió en la calle; las tortugas y su maestro estaban en su misma situación con la diferencia de que ellos fueron más listos refugiándose en las alcantarillas. Allí Gioconda estaba aprendiendo muchas cosas, una de las cuales era que no todos los humanos son crueles o malvados. Le había costado aceptar y confiar en April pero gracias a eso lo había entendido finalmente. Aquello le había facilitado las cosas para aceptar a Casey sin dudarlo apenas: si las tortugas confiaban en ellos es que eran buenas personas.

Aún así se sentía un tanto confusa con el niño: una cosa era aceptar personas que eran de confianza de tu familia y otra muy distinta a perfectos desconocidos. Este niño, a pesar de que era demasiado pequeño como para suponer una amenaza, ERA un desconocido, pero el sentimiento que le recorría por dentro cuando le miraba la dejaba desconcertada; a pesar de ser la primera vez que sentía algo así había algo extrañamente familiar en ello. 

No, no le odiaba, a pesar de no conocerle de nada, sino todo lo contrario. Sentía que en cierto modo le gustaba, que debía protegerle… quizá porque era pequeño, vulnerable… como ella misma lo había sido al principio, antes de pasar por la calle. Quizá por eso su impulso fue lanzarse sobre él, agarrarlo entre sus brazos y usar su propio cuerpo como escudo protector. Si no hubiera cubierto al pequeño quizá hubiera resultado herido en la reyerta, Raphael y Casey ni le habían visto. 

El niño había estado llorando antes y durante la pelea por todo el estrépito, Gioconda le había sentido agitarse y estremecerse entre sus brazos, tenía restos de papilla sobre el jersey rojo y el peto que vestía. Al menos esos desgraciados le daban de comer. Pero ahora el pequeño ya no lloraba, si no que miraba con unos grandes ojos azules a Gioconda, con una manita en forma de puño en su boca y con la otra sujetada por la mutante. Y a pesar de que ella era una mutante y que otra persona quizá se hubiera asustado o vuelto violenta con ella, le sonrió cuando su mirada azul se cruzó con los ojos castaños de ella. La muchacha le observó no sin cierta ternura.

- Está claro – respondió entonces la mutante, alzando la vista para mirar a Casey. Su expresión dulce se esfumó y dejó paso a una más seria – Él es el pimpollo.

Casey la miró durante unos instantes sin comprender o, más bien, negándose a comprender.

- ¿Qué?

Gioconda suspiró con impaciencia.

- ¿No lo ves? Piénsalo. ¿No se dijo ya que un cuadro de un museo era un botín inusual para una banda de moteros? Tú mismo detallaste qué tipo de actividades realizaba la banda: no me extrañaría nada que ahora sumaran el secuestro entre ellas.

- ¡Eso es! – exclamó Raphael, golpeando con un puño su palma de la mano – Case, el dinero del que hablaban. Deben haber secuestrado a este crío y pedido un rescate a sus padres, lo mismo son gente de mucha pasta. Mira, si toda su ropa es de marca...

Gioconda asintió.

- Pero… pero… pero ellos mismos dijeron que era el Pimpollo, mencionaron a de Rosa…

- ¿Un nombre en clave? – sugirió Raphael.

- O un apellido, quizá portugués – propuso Gioconda, luego se encogió de hombros – Yo qué sé. Pero un pimpollo tiene muchas acepciones: así se llama a los brotes tiernos, también a las rosas sin abrir… y de manera coloquial se puede referir a un niño. Ya sabes, uno arregladito y guapo. Justo como éste.

- Me recuerdas a Donatello cuando vas de marisabidilla ¿sabes? – dijo Raphael, sacudiendo la cabeza. Gioconda puso los ojos en blanco pero sonrió, aceptando su observación como un cumplido.

Por otra parte, como si se diera por aludido el niño hizo un gorgorito e intentó vocalizar la palabra pero lo máximo que consiguió decir fue algo así como “imoyo”.

En cuanto a Casey miró a sus dos amigos varias veces, luego al niño y por último a Gioconda. Entonces se llevó la mano enguantada a la frente.

- ¡Oh, maldita sea! – exclamó - ¡Esto es una faena, tío, una auténtica faena! Se suponía que íbamos a ganar mucho dinero recuperando una valiosa obra de arte pero ahora resulta que no la hay por ninguna parte – entonces se interrumpió, mirando al niño y poco a poco fue frunciendo el ceño, furioso - ¡Serán malnacidos! ¿Cómo se les ocurre secuestrar a un niño tan pequeñito? ¿Cómo es posible? Uf… ¡M-me ponen enfermo!

- Shhh ¡calla Casey! – le recriminó Gioconda, apretando al niño contra sí, que comenzó a agitarse y patalear – Le vas a hacer llorar si sigues gritando así…

- Ja, por no hablar de que vas a atraer a toda la banda al completo. Propongo que nos demos el piro, ya nos preocuparemos de encontrar a la familia del enano y devolvérselo. 

- Quiero… mi mamá – dijo entonces el niño, hipando.

- Además ¿cuánto tardará en empezar a oler mal? – concluyó la tortuga, con cierta aprensión.

- ¡Oh, no! ¿Cuánto tiempo llevamos charlando? – preguntó Gioconda, alarmada.

- Demasiado – dijo una voz áspera y dura. Los tres se volvieron instintivamente hacia la puerta.

Allí, a unos pocos metros de la entrada, estaba el jefe de la banda, el hombre albino. Detrás de él había varios de sus muchachos, esta vez apuntándoles con pistolas. Y a su lado, triunfante, estaba Chopper, liberado de la opresión del kusari-fundo que, por cierto, se había sujetado al cinturón para adjudicárselo.

- ¡Te lo dije, jefe! – exclamó Chopper con una gran sonrisa - ¡Te dije que estos tíos venían a llevarse a nuestro pimpollo! ¡De Rosa nos la ha jugado! ¡Ha debido contratarles para recuperar al niño por su cuenta! 

Al verlos el trío reaccionó de forma instintiva. Raphael empujó a Gioconda detrás de él y Casey se le acercó, interponiéndose ambos entre el niño y sus secuestradores con sus armas alzadas, listos para pelear.

- Muchachos, creo que vuestras intenciones son absurdas – dijo el albino en un tono de lo más seguro y tranquilo, alzando una mano enguantada para señalar por detrás de él – Esas armas tan bonitas no tienen nada que hacer frente a las pistolas de mis muchachos. ¿Por qué no salís de ahí, nos dais al crío y charlamos aquí fuera como personas civilizadas?

En ese momento se pudo escuchar el llanto del niño; no parecía gustarle demasiado el jefe de los moteros.

- Sí, claro, y de paso nos sacas un té y unas pastas – espetó Casey, sonriendo debajo de la máscara pero mirando con el ceño fruncido al albino. A pesar de su bravata sabía que tenían pocas opciones: no había más salida que la que tenían delante.

- Eso lo dejamos para otro día, si no te importa. Aunque déjame darte un consejo, chaval: no agotes mi paciencia – pausa – Es la última oportunidad: salid despacio, con las manos en alto como buenos chicos o abrimos fuego. A la de tres. Una…

- ¡Si disparas matas al niño y tu oportunidad de forrarte, copito de nieve! – exclamó Raphael, ganándose una mirada ofendida tanto de Casey como de Gioconda. Él se encogió de hombros y sacudió la cabeza: por supuesto no anteponía el valor del niño al de su propia vida, pero era sólo para confundir al albino.

- ¿Y qué me decís de vosotros? ¿Estáis dispuestos a dejaros acribillar junto al pequeño pimpollín? 

Se hizo un silencio incómodo. Casey maldijo para sus adentros. Tenía razón: antes se rendirían que permitir que el niño saliera herido o muerto. Pero entonces caería en manos de los Harley’s Demons otra vez y además ellos estarían a su merced. Volvió a maldecir: estaban en un punto muerto.

Miró a Raphael, buscando apoyo. Éste parecía tan contrariado como él: volvió la cabeza para mirar a Gioconda, que aferraba al niño llorón y le miraba con una mezcla de desesperación y furia reflejada en el rostro. Raphael volvió a mirar a Casey, apretó los dientes y asintió con la cabeza de mala gana. 

- Dos…

Mierda… mierda, mierda… ¡mierda!

- ¡Está bien! – exclamó Casey, resignado - ¡Ya salimos!

Con una última mirada a Raphael el hombre de la máscara de hockey tomó la delantera, seguido por la tortuga y la chica lagarto y salieron del despacho.


- Vaya, vaya, vaya ¡qué tenemos aquí! 

Snow no era un hombre que se dejara impresionar fácilmente pero debía reconocer que aquellos tres eran los tipos más raros que había visto hasta la fecha. Había oído todo tipo de cosas excéntricas sobre la ciudad de Nueva York y sin duda esta era una de las que se llevaban la palma. Un jugador de hockey, una lagarta y un tipo tortuga: los tres chalados que habían dado de tortas a buena parte de su banda.

La lagarta llevaba a cuestas al pimpollín, sujetándole como una madre posesiva y desconfiada; en cambio los otros dos tíos llevaban en sus manos objetos que podían ser considerados como armas. Les sonrió mostrando todos sus dientes e hizo un gesto con la mano señalando el suelo.

- Abajo.

El tipo tortuga arrojó los dos pequeños tridentes al suelo, clavándolos mientras que el tipo de la máscara tiró el palo de golf y la bolsa que llevaba a su espalda con más cosas. La lagarta no portaba ningún arma, pero se tensó cuando Snow clavó sus ojos en el niño.

- Creo que tenéis algo que me pertenece.

- ¡Tendrás que pasar por encima de mi cadáver! – siseó la chica.

Snow le dedicó una sonrisa aún más amplia mientras que, por el contrario, sus ojos brillaban con un destello helado. Alzó las manos enguantadas para que se fijara en los hombres armados. Algunos de los moteros se rieron entre dientes, entre ellos Chopper.

- Nena, no estás en posición de hacerte la dura. Ya hemos tenido antes esta conversación ¿Quieres que tu amiguito corra la suerte de recibir un balazo?

- Gio, dale al niño – le dijo Raphael con dureza.

- Pero…

- ¡Haz lo que te digo!

La chica miró a Raphael que, inflexible, le instaba a que obedeciera sin rechistar. Ella no podía creer que se rindieran tan fácilmente por lo que tenía la esperanza de que todo esto formara parte de algún plan. Porque era cierto que ambos chocaban algunas veces por su carácter, pero ella y Raph se parecían tanto que parecía existir una compenetración íntima y secreta que hacía que se entendieran sin necesidad de hablarse. A pesar de que fue a Leonardo a quién le reveló por primera vez su apariencia Raph fue con la primera de las tortugas con la que se encontró, aquel que supo buscarla más tarde y consiguió convencerla de que abandonara esa espiral de violencia sin sentido en la que se veía atrapada, quien podía entenderla mejor que nadie. Para ella Raphael era como un libro abierto y viceversa: mirarle a él era casi como si se mirase así misma. Gioconda no se rendía fácilmente.  Por eso ella buscó una señal, algo, en su mirada, que le diera una pista…

Finalmente bajó la vista y miró al niño, que la observaba a su vez con expresión inocente, aún con los churretes de las últimas lágrimas destacándose en sus carrillos. Endureció su expresión cuando alzó la vista al frente y miró al hombre albino de la bandana roja que le esperaba con impaciencia, un lobo feroz y hambriento que buscaba un corderito al que hincarle el diente. Vio también las pistolas apuntándoles.

Respiró hondo y avanzó lentamente, pasando entre Casey y Raphael, especialmente cerca de este último, en dirección al jefe de la banda. Apenas notó algo rozándole la cintura por detrás, allá donde había dejado sus tassen antes de coger al niño. En pocos pasos llegó hasta Snow y muy a desgana, le ofreció al niño. Éste le agarró sin miramientos, arrancándoselo de los brazos.

- ¡YA ES NUESTRO MUCHACHOS! – exclamó Snow triunfante, siendo coreado por sus seguidores e instantáneamente el pequeño se echó a llorar. El hombre esbozó una mueca de disgusto y se lo alargó a Chopper, que se hizo con él a duras penas. Gioconda les observaba impotente, con los puños apretados, aun siendo apuntada por las armas de fuego.

Snow se percató de su mirada cargada de odio y de desafío. Su entereza le enfureció.

- Apártate, inmundicia – dijo, mirándola con asco desde su altura superior y mandó a Gioconda de vuelta con sus compañeros de una patada. 

- ¡Gio!

Raphael apretó los dientes con furia y se apresuró hacia la muchacha, que cayó de espaldas al suelo con una mueca de dolor. Sin embargo, no se atrevió a encararse con él porque seguían apuntándoles con las pistolas: Casey y Gio estaban muy cerca de él y, aunque él confiaba en que podría esquivar los disparos como en otras ocasiones, ellos en cambio podían resultar heridos.

- ¿Qué hacemos con ellos jefe? – preguntó uno de los que empuñaban las pistolas - ¿Podemos jugar al círculo con ellos?

Algunas voces expresaron su agrado ante la idea del compañero. Ya habían imaginado la posibilidad de hacer el círculo y poner especialmente al tipo de la máscara y a la tortuga en el centro para que bailaran de un lado a otro recibiendo puñetazos y patadas de su parte. Tenían muchas ganas de hacerles pagar su osadía por atreverse a desafiar a la banda.

- ¡También podemos usarlos a los tres como tiro al blanco! – propuso otro. De nuevo varias voces expresaron estar de acuerdo.

- ¡O atarlos a nuestras motos y llevárnoslos de paseo como los perros que son! – dijo entonces Chopper, aún con el niño en brazos.

¡Oh sí, eso sería de lo más divertido! Las voces se elevaron de nuevo con un gran entusiasmo, un par de compañeros le palmeó la espalda para felicitarle por su gran idea. Snow meditó unos instantes, sumamente interesado en ver semejante espectáculo, pero no se pronunció al respecto. 

Fue entonces cuando, a través de los tablones de la pared más cercana, vislumbró unas luces en movimiento. Entonces recordó que De Rosa venía de camino para pagarles el dinero por el rescate de su hijo.

- Tendrá que esperar, muchachos – dijo, volviéndose a mirarles - Los negocios siempre van antes que el placer.

2 comentarios:

  1. Carajos! 😅 lo supiste sacar de ultimo momento! ya estaba pensando que se armaría la bronca otra vez, no tenían salida.

    Esperaba que el niño estuviera más grandecito; pero cuando lo pienso bien, es lógico que fuera tan pequeño si Gioconda lo cubrió completamente cuando estaba agachada

    Creo que todo lo anterior cobra sentido con lo del niño, sin duda no me lo esperaba; así como tampoco esperaba descubrir ese lado materno de Gioconda. Según entiendo ella es una humana transformada en mutante.

    Me ha encantado leerlo y saber como continuó la historia jeje. Te va quedando de lujo. 👍🌟

    Que tengas un bonito día/noche 🥂💖

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    1. Sí, curiosamente aquí ha sido Raphael el que ha dicho "basta" mientras que Casey y Gioconda no estaban muy convencidos con eso de tirar la toalla.

      El pimpollo es lo suficientemente mayor para no ser un bebé y lo suficientemente pequeño para no ser un niño como tal, está ahí ahí.

      Desde luego que he ido dejando alguna pista sobre la duda de que realmente fueran tras un cuadro, obvio llega un punto en el que hay que revelar la verdad.

      MUY interesante tu observación sobre Gioconda. No sabemos nada de su pasado porque tiene amnesia, tiene un tatuaje de un número en un brazo... pero recordemos que las tortugas también son antropomórficas, así que su comportamiento puede deberse tanto a que fue humana como también a que posee un instinto maternal inherente en las hembras de muchas especies; hay reptiles que son muy buenas madres.

      ¡Muchas gracias por tu opinión! Me alegra de que esta historia también te esté gustando ^^

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