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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Vientos del cambio - IV (FINAL)



Ni los traspiés me obligaron a detenerme. No paré hasta que sentí literalmente mis pulmones a punto de estallar. Me detuve en una intersección, apoyándome en la pared húmeda de piedra mientras me llevaba una mano al costado en un intento inútil de atenuar el dolor punzante en las costillas. Reviví de nuevo lo que acababa de pasar y entonces fue consciente de que aún sostenía la pistola en la mano. Con un grito la arrojé lejos y desapareció de mi vista con un chapoteo. 

Tardé un buen rato en recobrar la compostura, intentando apartar de mi mente las imágenes que habían quedado retenidas en mis retinas: piel derritiéndose, la mirada de aquella chica… todo por mi culpa. Esos chicos eran de mi edad y yo los había atacado sin que ellos hubieran hecho nada malo. Reaccioné de manera exagerada porque estaba asustada… me sentía acorralada cuando los humanos se me aproximaban e intentaban tocarme, agobiándome con todo tipo de preguntas, estrechando el círculo cada vez más a mi alrededor hasta que apenas podía respirar. Una no olvida fácilmente lo que sufrió cuando en vez de ser una heroína sólo era un bicho raro mutante que merecía ser apaleado o disparado por ser así…

- Tranquila, tranquila… haz el ejercicio de respiración que Leo te enseñó… uno… dos… tres…

Con un gran esfuerzo realicé con éxito el ejercicio y mi respiración se fue calmando, al igual que el molesto flato. Al recordar mi vida en la calle caí en las consecuencias que podrían tener lugar tras lo que acababa de pasar; las opciones me asustaron tanto que decidí dejarlo para más tarde.

Esa pistola servía para disparar un compuesto de tipo ácido realmente horrible. ¿Cómo había llegado a parar a un cementerio? ¿Acaso alguien la había dejado allí? ¿Por qué la querían esos militares, por el daño que era capaz de hacer? El líquido apenas había rozado aquel chaval y casi le deja sin cara. Recuperé la cápsula que quedaba, mirando ese líquido verde con nuevos ojos.

- Los chicos… deben saber esto – pensé alzando la vista en la dirección en la que había arrojado la pistola.

Debían saberlo; debíamos saber a lo que nos enfrentábamos. Así que por mucho que me repugnara me puse a buscar la pistola, que recuperé al cabo de un instante. Determinada a esclarecer todo esto me apresuré de vuelta a nuestro escondrijo.



Pero el camino a casa no resultó fácil porque, cuando apenas me quedaba un trecho que recorrer escuché voces en los túneles cercanos. ¡Había gente allí abajo! Al principio lo achaqué a mis nervios y paranoia pero cuanto más avanzaba menos dudas tenía, de modo que me escondí al escuchar unas pisadas que se aproximaban. Esperé pacientemente y vi a uno de aquellos militares, armado con un rifle de asalto, pasar justo delante. Le asalté desde atrás, agarrándole por el cuello para inmovilizarle.

- ¿Quiénes sois y qué queréis? – pregunté, pero el tipo supo reaccionar. En lugar de contestarme se giró y retrocedió contra la pared haciendo que yo quedara atrapada entre su cuerpo y la misma. Menos mal que había escondido en unos ladrillos sueltos el arma y la cápsula restante porque de haberse estallado en mi pecho la cosa no hubiera pintado bien para mí. Lo hice pensando en la posibilidad de que aquellos intrusos hubieran encontrado a los chicos, aunque me parecía improbable por las medidas de seguridad de Donnie.

El golpe me sacó todo el aire de los pulmones y fue peor cuando el soldado hundió su codo en mi estómago. Sin embargo, no le di más opciones: en el momento en que se daba la vuelta para apuntarme con el rifle yo ya le golpeaba con el brazo para desviar el arma, que salió disparada de sus manos, y de una patada le mandé contra la pared opuesta. Di una vuelta sobre mí misma barriendo sus pies con mi cola y cayó al suelo, donde le asesté un último puñetazo que le dejó inconsciente… mierda, se suponía que debía interrogarle. 

En su lugar hurgué en sus bolsillos y faltriquera buscando alguna identificación o pista del motivo que le había llevado hasta allí y entonces…

- Bravo-2, informe.

Su radio. La cogí y me mantuve a la escucha.

- Aquí Bravo-2, en el cuadrante A5 adyacente a la zona señalada por la rata. En posición. Esperando órdenes, cambio.

¿Cómo que “la rata”? ¿No se referiría al maestro Splinter?

- Recibido. Tango-2, responda.

- Aquí Tango-2, en posición. Sin objetivos visuales, no veo a las tortugas… Esperando órdenes, cambio.

¡Una emboscada en casa! ¡No podía perder más tiempo! Me colgué del obi* por si captaba algo y partí en busca de mis hermanos con el corazón palpitando con fuerza en mi pecho. ¿Qué hacía esta gente aquí? ¿Me habían visto llevarme lo que buscaban y habían atado cabos? No era un secreto que vivíamos en las cloacas y, si era cierto que tenían al maestro Splinter, eso les había llevado hasta casa. Debía encontrar a los chicos y avisarles de que…


...


Gioconda se despertó con un sobresalto, mirando en todas direcciones, pero a su alrededor estaba oscuro como la boca del lobo. Tardó varios segundos en darse cuenta de que se encontraba sentada en su cama y que había estado durmiendo. 

Resopló y se dejó caer de espaldas. ¿Todo había sido un sueño? Había parecido tan real… pero nada de lo que ocurría en ese sueño tenía sentido ni había sucedido. Ellos seguían siendo un secreto para los habitantes de la superficie y el maestro Splinter seguía vivo… respiró de puro alivio y poco a poco las pulsaciones de su corazón se fueron calmando. Se volvió para mirar el reloj de su mesilla. Las cuatro de la mañana. Bueno, al menos aún tenía tiempo de dormir.

Se arropó de nuevo y se dio la vuelta, pero cuando justo había pillado buena postura se dio cuenta de la sed que tenía. Así que a regañadientes encendió la lamparita auxiliar, se levantó y se encaminó hacia la salida de su cuarto. Vio una luz blanca encenderse en una esquina, la señal de que Seymour también se había despertado.

- Todo está bien, patito, sólo una pesadilla. Duerme – ordenó la chica y Seymour obedeció. Su piloto se apagó.

Así fue como una adormilada Gioconda se encaminó hacia la cocina con los ojos casi cerrados y arrastrando los pies. Si no hubiera cenado con tanta ansia la pizza de barbacoa hubiera bebido más agua y ahora no estaría tan deshidratada y podría haber seguido durmiendo.

No quería desvelarse ya que sabía que lo único que conseguiría sería que al día siguiente estuviera de lo más cansada, de modo que sólo se molestaba en prestar atención a lo más básico de cuanto le rodeaba: seguir el camino correcto, no tropezar con nada que estuviera por el medio, beber el agua y vuelta a la cama. A pesar de que aquel extraño sueño volvía a acudir a su mente lo apartó a un lado, ya pensaría en él por la mañana si para entonces lo recordaba.

Una fuerte luz le hizo parpadear cuando llegó a la zona común, se llevó la mano a la frente y miró en su dirección.

- Ey, Gioco – dijo Donatello - ¿No puedes dormir?

Por supuesto. No era nada extraño que la tortuga inventora trasnochara con ánimo de terminar un proyecto. 

- Agua – contestó con voz pastosa - ¿Quieres?

- Eh, pues mira, no sería mala idea. Ya que vas… Gracias…

Ella continuó su camino a la cocina. Sin molestarse en dar la luz abrió el refrigerador y sacó la botella de agua. A continuación, abrió uno de los armarios y sacó un par de vasos; sirvió el agua ambos vasos, ayudándose de la luz de la nevera que había dejado entornada para no derramar el agua. Vació el suyo de un trago y luego lo volvió a llenar a la mitad. Se lo bebió de nuevo y descartó el vaso dejándolo en el fregadero (a esas horas no se pondría a fregar). Devolvió la botella a la nevera tras rellenarla, la cerró y tomando el otro vaso volvió por donde había venido.

- Aquí tienes Don…

Se interrumpió porque vio que en apenas lo que ella había tardado en servir el agua Donatello se había quedado dormido sobre la mesa, con la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados, en sus manos aun sosteniendo una herramienta. Ella se acercó, a esas alturas bastante despierta, y le observó roncar. Justo delante de él tenía el cristal de luna**, que descansaba sobre un soporte. De modo que por eso se había quedado despierto toda la noche…

Gioconda miró de nuevo a Donatello y se dio cuenta de la cantidad del tiempo que la tortuga estaba invirtiendo en la investigación del cristal, en buscar una cura para los mutantes del subterráneo… y en extensión para ella. No pudo evitar conmoverse. Inclinó la cabeza, esbozando una ligera sonrisa de gratitud y cariño. 

Volvió hasta la cocina, abrió el congelador y sacó tres cubitos de hielo, que echó en el vaso de agua de Donatello; así el agua se conservaría fría por más tiempo en el caso de que se despertara y quisiera beberla. Regresó hasta la mesa de trabajo donde la tortuga dormitaba, dejó el vaso a un lado y después se volvió hasta el sofá. Tomó uno de los cojines y la manta de retales que ella misma tejió al poco de aprender. Le quitó con suavidad a Donatello la herramienta de la mano, y deslizó la almohada debajo para que estuviera más cómodo. Lo hizo con todo el cuidado que pudo para no despertarle y, a continuación, le echó la manta por encima. Por último, regresó a su habitación para continuar su descanso pensando en la maravillosa familia que tenía y en lo insoportable que sería para ella si perdía a cualquiera de sus miembros.








* Obi - faja ancha de tela o cinturón que se llevaba sobre el kimono y que se ata a la espalda de varias formas. El color del obi en algunos estilos está vinculado al nivel de aprendizaje y desarrollo del arte marcial.

** Cristal de Luna - visto por primera vez en los episodios del 13 al 15 de la primera temporada "Historias del subterráneo". Tengo a medias su escritura adaptando la historia a Gioconda, pues este cristal será importante en su próximo arco.


*** NA: He aquí el motivo de que a pesar de que este fic se trata en su mayoría de una especie de secuela de TMNT: Fuera de las sombras (Out of the shadows), haya puesto portadas de la serie de 2003 y lo haya incluido en la serie de Historias de la alcantarilla. Se debe a que yo misma tuve este sueño por febrero (aunque he tenido que hacer algunos cambios para adaptarlo y que tuviera algo más de sentido) y me decidí a escribirlo como si fuera Gioconda quien a su vez lo soñaba (en esencia, en el sueño yo era ella, por algo es mi oc) y debido a su final abrupto, decidí incluir una idea suelta que tenía de ella interactuando con Donatello y que no sabía exactamente dónde poner... y éste ha sido el resultado ✌

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Vientos del cambio - Capítulo III

 


Les busco en la noche, sigilosa e invisible, aunque no haya nadie de quien esconderse el ejercicio me sienta bien. Atravieso el cementerio, pasando entre lápidas, mausoleos y nichos, estatuas de ángeles guardianes y cruces tralladas en fría piedra. 

Me encaramo en lo alto de la capilla donde se oficia la ceremonia anterior a la sepultura, un bonito ejemplo de arquitectura gótica, y oteo los alrededores en busca de los chicos preguntándome dónde podían haberse metido. Es raro no haberme cruzado ya con ellos, pero tras examinar los alrededores termino llegando a la conclusión de que se han marchado… pero jamás se irían sin mí. ¿Acaso ha sucedido algo en el tiempo que estuve dormida? 

Me resulta todo muy extraño, pero quizá decidieron dejarme tranquila y se marcharon a casa. Si regresaba a la guarida, saldría de dudas. 

Justo cuando me disponía a marcharme fue cuando lo vi. Un fulgor verde que provenía de un balcón de la segunda planta del edificio administrativo adyacente. Me aproximé a echar un vistazo, pues no me sonaba que hubiera nada de eso antes. Ascendí hasta allí y pude ver que aquella cosa que emitía las luces estaba sobre la balda de una estantería junto con un montón de trastos de limpieza. ¡Qué lugar tan inusual para almacenar todo esto! Y más extraño era lo que tenía en mis manos.

Las luces provenían de una especie de líquido fosforescente contenido en cápsulas de cristal que estaban guardadas en un maletín abierto. Había sólo un par. También había una especie de pistola, aunque de un aspecto un tanto atípico. ¿Qué era todo esto y que hacía aquí entre los bártulos de limpieza? Examiné el maletín pero no había ningún logo ni nada escrito o grabado en su superficie. Antes de que pudiera darle más vueltas al asunto un movimiento captó mi atención. Alguien corría entre las lápidas en dirección al centro del cementerio. Instintivamente me agazapé y eché un vistazo y, aunque estaba oscuro, pude distinguir que se trataba de un militar con su uniforme de camuflaje. ¿Pero qué…?

Una mira láser de color rojo surgió de algún punto, apuntando a los ladrillos que había sobre mi cabeza. La observé descender un par de palmos y después desplazarse hacia la izquierda y luego hacia la derecha. Quise buscar con la mirada su origen, pero se perdía entre una silueta oscura achaparrada mucho más adelante. Hasta mis oídos llegaron unas voces de dos hombres hablando en lo que parecía alemán.

Algo iba mal… terriblemente mal. Algo me decía que estos tipos no eran trigo limpio. Llamadlo sexto sentido. 

Como la mira del francotirador había desaparecido aproveché para moverme; me guardé las dos cápsulas en un hueco del top que llevaba debajo de mi uwagi*, y me puse en movimiento con la pistola en una mano, abandonando el maletín que las había contenido. Ascendí hasta el tejado y me arrastré sobre a las tejas pero el sitio se había llenado súbitamente de estos militares salidos de a saber dónde. ¿Qué querían? ¿Por qué estaban aquí? ¿Tenía que ver con lo que me llevaba? No sabía cómo, pero intuía que así era. 

Pude ver un par más de miras láser bailando en la oscuridad sobre la fachada de la capilla. Estaba claro que no podría marcharme de aquí tranquilamente caminando de modo que busqué una vía alternativa de escape. Era una kunoichi y mi especialidad era moverme sin ser vista ni detectada, siempre adaptándome a cualquier tipo de situación y contratiempo.

¡Bingo! Justo debajo pude ver la entrada al sótano del edificio, al que se accedía descendiendo por unas escaleras de piedra, húmedas por las recientes lluvias. Vi la manguera y la puerta de acceso pero también la boca de alcantarilla.

En apenas tres movimientos calculados conseguí descender los metros que me separaban de la boca, la tomé en mis manos alzándola y me escabullí lejos de la amenaza de los militares extranjeros.


Poco después me vi forzada a subir a la superficie puesto que esta sección de alcantarillado me era desconocida. Ya me había alejado considerablemente del cementerio, avanzando por las galerías subterráneas al azar; prefería subir a la superficie para avanzar por los tejados en busca de una calle conocida para poder llegar al refugio de manera rápida. No quería preocupar más de lo necesario a los chicos. Seguía llevando conmigo la pistola y aquellas cápsulas de cristal tan extrañas… pensar en ellas de nuevo me dio una idea, pero antes tenía que asegurarme de que: a) nadie me seguía (cosa que corroboré al momento) y b) podía examinarlas con tranquilidad.

Ascendí por una escalerilla y me quedé escuchando cerca de la tapa de alcantarilla por si se oían vehículos por encima, pero no era así, de modo que estaba de suerte. Alcé la tapa con cuidado y examiné no obstante los alrededores; parecía estar en una especie de área de servicio. Fruncí el ceño. ¿En serio me había ido tan las afueras? En fin. Salí al exterior tanto como para orientarme como para echar un vistazo más detallado a lo que había encontrado. Me fui a la parte lateral del área de servicio sin despegar la vista del hombre que rellenaba su tanque de combustible: por suerte parecía estar tan flipado siguiendo el ritmo de la música rock que salía de su coche que no se dio cuenta de que una chica lagarto pasaba cerca de él.  De camino me detuve en una de las cabinas telefónicas y examiné la dirección que venía. ¡Ya sabía dónde estaba!

Apenas había llegado al lateral del edificio saqué los dos frasquitos de cristal. Los examiné con el ceño fruncido pero seguían sin decirme nada, si bien en mi cabeza resonaban las siglas T.C.R.I.** porque ¿acaso este mejunje no se parecía al que describía el maestro Splinter y que les mutó a todos? Pero no podía estar segura de que este compuesto fuera lo mismo y ni en el cristal ni en la pistola vi grabadas aquellas ni ningunas siglas, no había nada que me diera una pista. En cuanto a la pistola, que curiosamente me recordaba muchísimo a las que Donnie tenía y que usaba para aplicar la silicona descubrí que en el hueco que tenía en su parte superior parecía caber perfectamente una de esas cápsulas. Descarté una guardándola de nuevo en mi uwagi y probé a armar la pistola con la otra: encajaba perfectamente. Tiré de una palanquita y con un click el arma quedó cargada… y yo con más preguntas rondándome la cabeza. ¿Qué puñetas significaba todo esto? No tenía ni idea y opté por dejar que Donatello respondiera a eso, seguro que a él se le ocurría algo. Podría analizar el líquido verde y…

- ¡Ey! ¡Es una de ellos! ¡Fíjate! – dijo una voz de un chico joven. 

Me tensé, alcé la vista y me encontré con dos chicos y una chica observándome con curiosidad.

- ¿Queréis algo? – repuse, sonando más brusca de lo que pretendía. No me gustaba nada que se me quedaran mirando con cara de pasmarote, me hacía sentir incómoda. Por algún motivo me apresuré a esconder la pistola detrás de mí.

Los chicos se miraron dubitativos. En cambio la chica, de pelo rubio rizado hasta los hombros y vestida con ropa de marca, se aproximó un par de pasos.

- ¡P-perdona si hemos sido groseros! – dijo, con voz tímida. A pesar de que era bastante más alta que yo parecía mucho más cortada – Nunca habíamos visto… quiero decir – hizo una pausa y por su expresión vi que se esforzaba por comenzar de nuevo – Me llamo Beverly y éstos son Ian y Peter. ¡Somos unos grandes admiradores de las tortugas karatekas! 

Suspiré. Bueno, podría haber sido peor, quizá fanáticos anti-mutantes que habían aparecido recientemente y que alzaban pancartas entre gritos de odio y rechazo sobre todo lo que nosotros representábamos. 

Asentí despacio pero no dije nada; a estas alturas ya no me molestaba en corregir que el término correcto era ninjutsu. Cada cual nos calificaba y nos moteaba como se le antojaba, pero yo tenía ahora mismo otras cosas más importantes en las que pensar.

- Pero ella no es una tortuga Bev – dijo uno de ellos – Ellos no tienen cola y ella sí… quizá es otro tipo de mutante.

- “¿Cómo que las tortugas no tienen cola, chaval?” – pienso al escucharlo.

- Pero a mí me suena que había una chica lagarto con ellos – repuso Beverly pensativa y me sonrió - ¡Me suena porque eso es la leche!

Empezaron a hablar del tema y yo lo único que quería era marcharme de allí. El que me hubieran visto me hizo cambiar de idea; miré con anhelo la tapa de la alcantarilla, que se encontraba más allá de los chicos. Me parecía descortés y peligroso el pasar sobre ellos para regresar de modo que me di la vuelta y miré detrás de mí pero por alguna razón todo estaba muy oscuro y sólo veía una profunda negrura más allá del edificio del área de servicio…


…" Siempre hay cierta oscuridad antes de encontrar el camino "…


Maestro Splinter…


Pero eso no era una oscuridad normal… 

Era vacío… 

Y si por error o a propósito caías en el él, ya no podías volver…


- ¿Creéis que nos firmaría un autógrafo? 

- Podríamos preguntarle…

- Yo no me marcho sin uno…

- ¡Eh! ¿Nos firmas un…? 

El contacto me pilló desprevenida cuando la mano de uno de los chicos se cerró sobre mi antebrazo derecho en cuya mano sostenía la pistola. ¿Con qué derecho me tocaba? ¡Era un extraño! Años de vivir en la calle hicieron que mi cuerpo reaccionara de manera automática. Me lo saqué de encima de un empujón: del sobresalto había cerrado el puño y cuando quise darme cuenta escuché gritos de dolor mezclados con otros de terror.

- ¡PETER! ¡PETER! – llamaban sus amigos.

- ¡AAAAAAH QUEEEEEEMAAAAAA!

Aturdida vi mi mano extendida empuñando el arma y justo delante al chico que me había agarrado tirado en el suelo, retorciéndose de dolor. Beverly y el otro chico se habían agachado a su lado y pedían ayuda a gritos. ¡Le había disparado! ¡Había disparado a ese chaval sólo porque me había tocado! Aquel líquido verde le estaba provocando algún tipo de reacción horrible en la piel. Un olor nauseabundo invadió mis fosas nasales: el de la carne quemada. El disparo le había alcanzado de refilón, pero aun así su mejilla izquierda se estaba derritiendo en medio de un humillo grisáceo… si no hubiera estado tan horrorizada hubiera sufrido una arcada.

- Y-yo… n-no quería – balbuceé, demasiado asustada y bloqueada como para moverme.

Beverly volvió su rostro hacia mi cuando escuchó mi voz. Y esa mirada… supe que me perseguiría en mis pesadillas. 

A pesar de que mi mente me instaba a gritos que debía moverme no fui capaz, parecía que tenía los pies anclados al suelo. Finalmente reaccioné cuando vi que varias personas se acercaron corriendo. 

- ¿Qué ha pasado?

- ¡LO HE VISTO, HA SIDO LA MUTANTE!

- ¡HA ATACADO A ESE POBRE CHICO!

- ¡COGEDLA! ¡QUE NO ESCAPE!

Gritos de puro odio y rabia. No podía quedarme aquí. Eché a correr hacia la alcantarilla saltando por encima de los tres chicos.

Manos que volaban en mi dirección intentando aferrarme; si lo conseguirían me lincharían… siempre y cuando yo se lo permitiera, pero no quería empeorar aún más las cosas.

Tuve que empujar a uno de ellos y me apresuré sobre la tapa de la alcantarilla, deslizándome en su interior y echando a correr por la galería como alma que llevara el diablo mientras los gritos de dolor de Peter y la mirada de Beverly me perseguían en la oscuridad.







* Uwagi - chaqueta tipo kimono usada en Japón o mitad superior de un uniforme de artes marciales.

** T.C.R.I. - Siglas de Techno Cosmic Research Institute, organización científica presente en varias versiones de las TMNT con sede en el barrio de Brooklyn de Nueva York y cuyas siglas estaban impresas en el bote de mutágeno que mutó a las tortugas, al maestro Splinter y al cocodrilo Leatherhead.

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Vientos del cambio - Capítulo II


Si me preguntaran diría que, en mi opinión, un cementerio sería el lugar más tranquilo que uno puede encontrar en una gran ciudad. Piénsalo: aquí nada perturba el descanso de los muertos, al menos a estas horas de la tarde cuando apenas queda luz para ponerse a realizar trabajos de jardinería, preparación o mantenimiento de las tumbas. Lo único que se oirá será el susurro producido por las hojas de los árboles agitadas por el viento y el trino de algún pájaro oculto entre sus frondosas copas. Tampoco hay casi visitantes a estas alturas del día, cuando el sol prácticamente ha desaparecido en el horizonte con un último rayo de luz, prometiendo con esa caricia final el amanecer de un nuevo día.

Hace bastante que permanecer largo tiempo en espacios abiertos dejó de afectarme de manera negativa (me daba un pelín de ansiedad y más cuando era rodeada por un montón de humanos ansiosos por conocerme; Donnie lo llamó “agorafobia” y por suerte fue una etapa) por lo que a día de hoy puedo pasear durante muchas horas sin sentir la angustia retorciéndose en mi pecho.

Pero mientras camino descalza por el césped con una guirnalda de flores que yo misma he preparado, pasando entre hileras de tumbas, tengo más presente que nunca lo que hemos perdido. El ver los nombres y las fechas grabados en las lápidas me hace pensar en las decenas de personas que fallecerán en un día en esta ciudad, dejando a sus familiares sintiendo el mismo vacío que siento yo en estos momentos; ese sufrimiento extendido permanentemente en todas las partes del mundo. Pensar así hace que me invada una gran angustia, aunque al menos ésta ya no es tan insoportable como al principio. Me temo que me estoy acostumbrando a que sensei Splinter ya no esté y eso a su vez hace que me sienta culpable… y no soy la única.

Observo por el rabillo del ojo a Leonardo, que camina cerca de mí en silencio, cabizbajo, como si quisiera evitar que sus ojos se detengan en las inscripciones para no agravar su propio desánimo. Sus hombros se mantienen firmes a pesar del enorme peso que soporta siendo el líder del grupo, el cabeza de familia, que tiene que lidiar además de con la pérdida con las responsabilidades. Bajo su estoica expresión puedo sentir las oleadas de culpabilidad que le alcanzan una y otra vez, reforzadas por nuestra presencia en este lugar. Quiero decirle algo para reconfortarle, pero mis propios conflictos internos nublan mi mente y no se me ocurre nada, de modo que prefiero seguir callada y limitarme a hacerle compañía. Igualmente, y a pesar de lo que le decimos seguirá culpándose de la muerte de Splinter. Es demasiado duro consigo mismo.

El que haya un altar dedicado a Splinter en el cementerio se debe a su heroico sacrificio. Sin embargo, es algo simbólico pues a fin de cuentas no teníamos cuerpo que sepultar. Si hubiera sido por nosotros hubiéramos preferido un sitio más discreto que éste, quizá en el bosque colindante de la granja de Northampton, pero no habíamos tenido ocasión de ir por ahora. Así que de momento debíamos conformarnos con el butsudan* de casa para honrarle y con este monumento dedicado por la ciudad de Nueva York como agradecimiento, al que Leonardo insistía en visitar cada jueves a última hora de la tarde, justo antes del cierre.

Leo me adelantó enseguida puesto que me dediqué a remolonear observando las lápidas de esta zona, mucho más antiguas al encontrarnos en una parte más profunda del cementerio. Aunque verlas me ponía triste me gustaba mucho admirar las esculturas y trataba de imaginarme a sus autores tallándolas con gran esmero y dedicación. Algún día aprendería a esculpir. Finalmente me aproximé al sepulcro de Splinter.

Podía ver a Raph, Mikey y Don delante del monumento a nuestro sensei, contemplándolo en silencio tras depositar sus ofrendas, cada cual dedicándole sin duda una oración secreta. Me aproximo y dejo mis flores pero no sé qué decir. Detesto que Splinter se haya convertido en una especie de tema tabú: nadie habla de él, nadie le menciona, ni siquiera hablamos de los buenos tiempos. Todos nos silenciamos en lo que se refiere a expresar nuestros sentimientos hacia él y su pérdida. De Raphael me lo espero, mas ¿del resto?

Meditar sobre esto hace que se me encoja el estómago pues inevitablemente vuelvo a la cuestión de que Splinter sigue vivo y, en vez de estar buscándole, estamos aquí perdiendo el tiempo. ¿Qué opinan Mikey, Donnie y Rapha? ¿Es que no pueden decir nada al respecto? ¿No hacen nada más que guardar silencio y mirar hacia otro lado? ¿Acaso ahora tienen el síndrome de los san saru**, autocensurándose porque no desean ver un rayo de esperanza? ¿O quizá Leo tiene razón y es que sólo intento engañarme a mí misma? ¿Debería dejar de hacerme daño de esta manera y madurar de una vez, aceptando la realidad, como dice él?

La ira se acentúa por la confusión y me hago discretamente a un lado, alejándome del monumento y de los chicos. Tras vagar un rato encuentro un árbol de mi agrado, un sauce solitario, y me encaramo en sus ramas para esconderme de miradas indiscretas. Necesito un poco de paz para pensar o, mejor dicho, para dejar la mente en blanco…

Pasan los minutos y poco a poco va oscureciendo, siento cómo se refresca el ya cálido ambiente de finales de primavera con la primera brisa nocturna que comienza a soplar agitando con suavidad mis cabellos, y llega un momento en que creo escuchar al maestro Splinter llamándome entre el susurrar de las hojas mecidas por el viento… ¿es sólo el viento o es que acaso estoy volviéndome loca? 

No consigo despejar la mente. He perdido este asalto, así que ¡qué le den a todo! Paso. Alzo las rodillas escondiendo el rostro tras ellas, abrazo mis piernas con los brazos y me echo a llorar, abandonándome al desánimo...


Un crujido me despierta con un sobresalto, haciendo que casi me caiga de la rama del árbol en la que estoy sentada. Por un momento me encuentro totalmente desorientada pero entonces recuerdo la visita al sepulcro y mi escalada al sauce. Sacudo la cabeza y miro alrededor pero ya es noche cerrada. ¡Uf! ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo? ¿Y dónde están los demás?

Tras echar un vistazo furtivo desciendo del sauce con un único salto. Está bastante oscuro aquí, pero la luz de la luna algo ayuda. Me muevo en el más absoluto silencio, deslizándome entre las sombras como la kunoichi que soy, hasta llegar de vuelta a la tumba de Splinter. Los chicos no están. Miro a mi alrededor, pero allí no hay nadie; estoy completamente sola.

¿Acaso no estarán buscándome? Aunque vaya en contra del proceder del ninja pruebo suerte llamándoles.

- ¿Raph? ¿Donnie? – hago una pausa, no hay réplica - ¿Leo? ¿Mikey? – pregunto mirando en dirección contraria, pero nadie me responde tampoco.

Quizá estén más lejos y no me oyen. A fin de cuentas, este sitio es grande. Miro por un momento la lápida saturada de flores entre las que se encuentra mi corona y de una vela que dejó Mikey, ahora consumida. Pienso en papá y en todo lo sucedido estos últimos meses.

- Ojalá estuvieras aquí – le digo en voz baja – Siempre quisiste protegernos del mundo exterior porque te preocupaba lo que pudiera pasarnos, pero nosotros estábamos demasiado ocupados pensando cómo sería en integrarnos en él. Ahora lo hemos conseguido, pero tú ya no estás… sé que suena infantil, pero ¡ojalá pudiera deshacerlo todo y recuperarte! – a estas alturas estoy luchando por mantener la compostura, pero simplemente no puedo. Así que decido desahogarme de una vez por todas para poder dar un paso adelante - Decías que la muerte no era el final del sendero, que nuestros seres queridos nunca nos abandonan del todo. Sé que no debería perder el tiempo dándole vueltas, porque no importa que estés muerto ya que espiritualmente formas parte de nosotros. Pero aun así no puedo evitar echarte mucho de menos… Siempre te querré, papá, y nunca te olvidaré…

Ya estaba todo dicho. De modo que me enjugo las lágrimas con el brazo antes de dar la espalda al monumento, el pasado, para marchar hacia delante, en busca de mis hermanos adoptivos.







* Butsudan - armario de madera que representa un altar casero, el cual tiene como finalidad honrar a los antepasados de la familia que lo posee. También se usa para proteger símbolos budistas destinados a la meditación y para honrar a Buda.


** San Saru - término japonés para denominar a "Los Tres Monos Sabios": Mizaru (no ver), Kikazaru (no oír) e Iwazaru (no decir) cuyo significado tiene múltiples posibilidades de interpretación. Aquí Gioconda compara a las tortugas con ellos por convertir a su maestro desaparecido en un tema tabú debido a su duelo y porque no están dispuestos a aceptar que pueda seguir vivo.

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Vientos del cambio - Capítulo I


Es increíble cómo puede cambiarnos la vida en un abrir y cerrar de ojos. En lo que dura un suspiro, en el tiempo que una lágrima se desliza por nuestra mejilla. Aquellos que amas pueden serte arrancados de tu lado con tal violencia que apenas eres consciente de lo que has perdido… y una vez se extingue el temido viento del cambio el dolor te golpea con la fuerza de mil soles y el vacío te arrastra hasta lo más profundo de su insondable oscuridad.

En nuestro caso ocurrieron dos sucesos que han marcado un antes y un después en nuestras vidas: la muerte de nuestro sensei y nuestra exposición a la humanidad. Nada de esto había entrado en nuestros planes pero cuando sucedió ya no había marcha atrás. 

Habíamos salvado al mundo de un destino nefasto a manos del Krang pero con ello nos vimos expuestos. La gente nos descubrió y nos alabó como héroes por haberles protegido; estábamos expuestos como nunca antes lo habíamos estado… y no teníamos a nuestro sensei, a nuestro padre, con nosotros. 

Tuve miedo, mucho miedo, a pesar de que ese mundo que nos acababa de descubrir antes había sido el mío; un lugar al que regresar con el que fantaseaba en secreto algunas veces. No sé qué hubiera hecho de no contar con la guía de Leonardo, que enseguida se hizo cargo como siempre, ni con el apoyo de April y de Casey. Pasamos a ser unos completos desconocidos a héroes de la noche a la mañana. Ni cuando vivía sola en la calle recuerdo sufrir de semejante acoso. ¿Cómo lo llevaron los otros? Aún sigo sin estar del todo segura, pero sé de alguien quien lo encajaba tan regular como yo: Raphael.

Recuerdo que cruzamos una mirada en el momento en que comprendimos el alcance de las consecuencias de nuestras acciones y no me gustó nada de lo que vi en sus ojos: el miedo que vi en su interior me aterrorizó mucho más de lo que ya estaba. Raphael nunca le había temido a nada. Recuerdo que me acerqué a él, buscando cobijo. Sé que por mucho que yo lo desee jamás podré ser para él algo más que un hermana, una buen amiga, pero eso no me impide buscar refugio en su sombra. Pero aun así me aceptó, rodeando mis hombros con un brazo para brindarme su apoyo, aunque él mismo no estuviera en condiciones; sé que lo hizo lo mejor que pudo. Quizá secretamente también necesitara un lugar conocido en el que apoyarse, aunque sea pequeño, pues por desgracia apenas tengo nada que ofrecer. Espero que le sea suficiente.


Se nos quiso obsequiar con mil privilegios y pagos por nuestro servicio. Tentadores en cierto modo, aunque no del todo para mí. Suspiré de alivio cuando Leo los rechazó; seguiríamos viviendo a nuestro modo, bajo el subsuelo, como hasta entonces, lejos del ajetreo de la superficie. Aún así hubo una ceremonia por la que se nos concedía la ciudadanía de Nueva York y un decreto por el que se estipulaba que teníamos los mismos derechos que cualquier humano. Sé que Mikey y Donnie no estaban muy de acuerdo con la decisión de Leonardo, pero creo que él tomó esa decisión cuando nos vio a Raph y a mi… o quizá es que deseaba espacio e intimidad para desahogar su pena por la pérdida de Splinter. Sea por el motivo que fuere, estuve muy tentada de darle un abrazo en ese mismo instante como agradecimiento.


Aún así con el paso de las semanas y los meses comenzaron los cambios. Como dije se nos otorgaron unos derechos y, como seguíamos siendo unos adolescentes teníamos que cursar una educación mínima obligatoria, por lo que se nos matriculó en el undécimo curso de uno de los mejores institutos públicos de la ciudad. Tuvimos que apretarnos mucho las tuercas para alcanzar el nivel necesario; Splinter nos educó en el arte del ninjutsu y del bushido pero no en el del álgebra, literatura, sociología, economía o ciencias. Al menos los compañeros de clase eran en su mayoría amables, pero en esencia no dejábamos de ser “mutantes”; con esto quiero decir que había gente a la que, a pesar de haberles salvado y de lo estipulado en el decreto, no les agradábamos lo más mínimo y tuvimos que hacernos respetar en cierto momento al poco de llegar. No fueron rival para nosotros. Nadie nos defendió ni nos aplaudió cuando les dimos un buen repaso a esos intolerantes, tan sólo observaron con muda fascinación nuestra destreza en patear traseros. Nos llevaron ante el director, pero no se nos penó con castigos o expulsiones, tan sólo nos pidieron disculpas y nos rogaron paciencia. En cuanto a los otros, no nos molestaron más a partir de entonces. 

A pesar de las sonrisas, de los gestos amables y de que nos permitieran estar ahí nos encontramos rodeados por un círculo invisible que nos impedía relacionarnos como “personas normales” con los demás. Y esto no sólo aplica en el instituto. Sí, en los descansos a Mikey le invitaban a jugar al basket y se lo pasaba en grande haciendo reír a los demás con sus payasadas y Donnie asistía a talleres extraescolares de robótica e ingeniería, pero eso no quería decir que nos integráramos del todo. NUNCA seríamos como ellos; nunca podríamos caminar por la calle sin que nadie nos señalara y, aunque en su mayoría querían acercarse para saludarnos, hablar con nosotros y darnos las gracias, no era nada cómodo ni reconfortante. En clase teníamos nuestros propios asientos en primera fila; ningún humano se sentaba con nosotros, formábamos nuestra propia piña. A mí no me importaba siempre y cuando tuviera a los chicos conmigo. Porque eran mi familia, ahora y siempre, y eso era todo lo que yo necesitaba.


Así transcurrió un tiempo… nos convertimos en nuevos engranajes en la maquinaria de la monotonía, atrapados en el biorritmo ajetreado de la ciudad de Nueva York, en la que siempre hemos vivido pero a la que nunca habíamos pertenecido como hasta ahora… 


Otro día más en clase. Detesto el álgebra, pero aun así intento prestar atención. Sin embargo, al rato me doy por vencida y ahogo un bostezo; no falla, esta asignatura me da mucho sueño. Pienso en garabatear algún monigote, o quizá una flor, en la esquina de mis apuntes, pero en cambio decido observar a los chicos.

Sentado delante de mí está Leonardo. Observa sin pestañear a la profesora, la señorita Milton; sé que le escucha con gran atención, bebiendo de sus palabras y conocimiento con tanto fervor como lo haría un explorador con el agua del oasis tras cruzar el caluroso desierto. Sin embargo y a pesar de las apariencias sé que en realidad pasa por dificultades: a Leo tampoco se le da especialmente bien esta asignatura, pero como siempre, rendirse no entra en su vocabulario.

En cambio, Donatello se encuentra como un pez en el agua. Anota sin parar en su cuaderno, que está lleno de garabatos y cálculos que, en un rápido vistazo que doy por encima de su hombro, se me antojan indescifrables. Sin duda de todos nosotros es quien está más encantado con las clases. En el fondo sospecho que está algo colado por la señorita Milton y no sé por qué esto me molesta ligeramente.

Entre ambos está Michelangelo, quién contrasta en exceso conmigo, de ahí que Leo (en un intento por concentrar su atención) le hiciera sentar donde está. Le observo por el rabillo del ojo cómo sigue perezosamente el vuelo de una mosca, con la cabeza apoyada sobre una mano y con la otra haciendo bailar su bolígrafo sobre su dedo índice en un movimiento perfecto; una moda entre la gente de clase. Sé que está pensando en cualquier cosa menos en el álgebra, quizá en el cómic que estaba leyendo ayer por la tarde o en el partido de baloncesto que jugará en el patio dentro de un par de horas. De todos nosotros, es quien mejor se ha adaptado al cambio, algo que no me sorprende. Mikey siempre fue el más abierto, despreocupado y extrovertido de todos.

Y por último y a mi lado está Raphael. Como Leo parece seguir la clase, pero salta a la vista su aburrimiento. Repantingado sobre su caparazón con sus piernas extendidas, los brazos cruzados, mirando con ojos entornados a la profesora. Sé que desearía estar en cualquier sitio menos aquí, quizá practicando nuevos movimientos con sus sais o desfogando su ira con un saco de boxeo. En la única asignatura que le veo disfrutar algo es en educación física, pero sé que se le queda desesperadamente corta, como a todos los demás.

Y delante a la pizarra se encuentra la profesora Milton, una mujer bastante guapa de veinti-muchos o treinta y pocos, con gafas de pasta y el pelo oscuro recogido en un apretado moño, que explica con gran esmero sus lecciones. Es maja, aunque estricta. Suspiro, ojalá compartiera su entusiasmo por las matemáticas.

Miro el reloj y, profundamente indignada compruebo que aún queda más de media hora de clase. 

¿Dónde está mi apreciada historia del arte, la astronomía o la literatura? Evoco la poesía. Me ruborizo al pensar en el haiku que tengo a medio hacer, escondido entre los papeles de apuntes de trigonometría, cálculo y álgebra, pues sentía tentación de continuarlo. Espío por el rabillo del ojo a Raphael mientras intento encontrar el siguiente verso, inspirándome en su perfil. Tres versos de rimas de cinco, siete y cinco. ¿Cómo describir con éxito lo que siento por él, aunque sé que es perseguir una quimera? ¿Cómo transmitir que un olor, un aroma o incluso el color del cielo me resulta más intenso cuando él está cerca? No se me ocurre nada, así que en vez de finalizar el haiku sigo escribiendo esto... chúpate esa inspiración, no te necesito para evadirme de los polinomios, de las raíces cúbicas o de las incógnitas.

Suspiro de nuevo. No es suficiente. Ojalá sucediera algo interesante. El día de la ceremonia por la que ganamos la ciudadanía y nuestros derechos, que se retransmitió en todas las cadenas de la televisión, también ganamos el título de “protectores”. Por ello pedimos un aula con ventanas, por si el deber nos llamaba en alguna ocasión y teníamos que salir corriendo… o saltando por la ventana. No éramos los únicos mutantes de la ciudad (pero sí los más majos), los Foot siempre tendrían un líder, aunque Shredder haya desaparecido y Krang podría volver en cualquier momento con ganas de venganza.


Pero hoy no ocurriría nada, sería otro día largo… y entonces recuerdo que es jueves. Es el día de ir a visitar al maestro Splinter, el único padre que he conocido alguna vez. La angustia se presenta sin avisar, invadiendo mi territorio en contra de mi voluntad y oprimiendo dolorosamente mi corazón. Aún le veo una y otra vez desapareciendo en la luz azul, gritando algo que no puedo oír, en medio de aquella explosión que por poco acabó con nosotros; se sacrificó para darnos algo más de tiempo, entregó su vida para salvarnos… ojalá no hubiera tenido que hacerlo.

Pero, a pesar de que le vi desintegrarse con mis propios ojos en la explosión final, una parte de mi se niega a creer que está muerto. El tecnódromo desapareció, cito en palabras de Don, en un portal interdimensional. ¿Y si el maestro Splinter fue arrastrado con él a la dimensión del Krang? ¿Y si aún está vivo pero atrapado allí? Lo he planteado muchas veces, pero ninguno quiere escucharme, ni siquiera el propio Don; su silencio como respuesta llega a irritarme.  Tuve que darme por vencida cuando Leonardo me atajó de malos modos la última vez que me atreví a sacar el tema.

- ¡Está muerto, Gioconda! Y cuando antes lo aceptemos antes podremos seguir adelante con nuestras vidas – fueron sus duras palabras. 

En ese momento le odié profundamente pero el dolor que vi reflejado en sus ojos hizo que tan repugnante sentimiento se esfumara casi al instante. ¿Cómo culparle por querer superar semejante pérdida lo antes posible? ¿Tan egoísta soy que olvido que ha sido su padre toda su vida mientras que para mí lo ha sido, por decirlo de manera vulgar, durante apenas un telediario? Si a mí me duele a ellos les dolerá infinitamente más… quise seguirle la corriente, decirle que tenía razón en lo que decía, pero no he sido capaz. Sigo abrazando la esperanza de que Splinter está vivo y que pronto volverá… 

- De modo que sabiendo esto – decía la señorita Milton – No será difícil hallar las raíces adicionales del polinomio racional. ¿Quién quiere hacer los honores? – pregunta, ofreciendo una tiza de manera retórica a la clase. Por supuesto Don alza el brazo y ella le dedica una media sonrisa; sabe que es el más listo de la clase, pero a ella le gusta probar a los demás – Aparte de Donatello, claro – Casi puedo palpar la decepción de Don. Veo a la profesora pasar la mirada por los puestos y me encojo, rogando porque no me elija a mi – Michelangelo ¿quizá quieras probar?

- ¿Eh? – pregunta mi hermano, saliendo de su ensimismamiento.

Ufff, por los pelos. A mi lado Raphael suelta una risita entre dientes. Pobre Mikey, me compadezco de él, pero debería haber disimulado al menos que está prestando atención; escribiendo esto al menos parece que estoy tomando apuntes. 

Miro el reloj de nuevo. Treinta minutos. Suspiro una última vez. Al menos algo hemos avanzado.







* NA: como se puede deducir esta historia no está del todo inspirada en la serie de 2003 (aquí no existen ni el tecnódromo ni Krang como tal) pero he decidido mantenerla en esta serie de "Historias de la alcantarilla", ya sabréis más adelante el por qué.