Ni los traspiés me obligaron a detenerme. No paré hasta que sentí literalmente mis pulmones a punto de estallar. Me detuve en una intersección, apoyándome en la pared húmeda de piedra mientras me llevaba una mano al costado en un intento inútil de atenuar el dolor punzante en las costillas. Reviví de nuevo lo que acababa de pasar y entonces fue consciente de que aún sostenía la pistola en la mano. Con un grito la arrojé lejos y desapareció de mi vista con un chapoteo.
Tardé un buen rato en recobrar la compostura, intentando apartar de mi mente las imágenes que habían quedado retenidas en mis retinas: piel derritiéndose, la mirada de aquella chica… todo por mi culpa. Esos chicos eran de mi edad y yo los había atacado sin que ellos hubieran hecho nada malo. Reaccioné de manera exagerada porque estaba asustada… me sentía acorralada cuando los humanos se me aproximaban e intentaban tocarme, agobiándome con todo tipo de preguntas, estrechando el círculo cada vez más a mi alrededor hasta que apenas podía respirar. Una no olvida fácilmente lo que sufrió cuando en vez de ser una heroína sólo era un bicho raro mutante que merecía ser apaleado o disparado por ser así…
- Tranquila, tranquila… haz el ejercicio de respiración que Leo te enseñó… uno… dos… tres…
Con un gran esfuerzo realicé con éxito el ejercicio y mi respiración se fue calmando, al igual que el molesto flato. Al recordar mi vida en la calle caí en las consecuencias que podrían tener lugar tras lo que acababa de pasar; las opciones me asustaron tanto que decidí dejarlo para más tarde.
Esa pistola servía para disparar un compuesto de tipo ácido realmente horrible. ¿Cómo había llegado a parar a un cementerio? ¿Acaso alguien la había dejado allí? ¿Por qué la querían esos militares, por el daño que era capaz de hacer? El líquido apenas había rozado aquel chaval y casi le deja sin cara. Recuperé la cápsula que quedaba, mirando ese líquido verde con nuevos ojos.
- Los chicos… deben saber esto – pensé alzando la vista en la dirección en la que había arrojado la pistola.
Debían saberlo; debíamos saber a lo que nos enfrentábamos. Así que por mucho que me repugnara me puse a buscar la pistola, que recuperé al cabo de un instante. Determinada a esclarecer todo esto me apresuré de vuelta a nuestro escondrijo.
Pero el camino a casa no resultó fácil porque, cuando apenas me quedaba un trecho que recorrer escuché voces en los túneles cercanos. ¡Había gente allí abajo! Al principio lo achaqué a mis nervios y paranoia pero cuanto más avanzaba menos dudas tenía, de modo que me escondí al escuchar unas pisadas que se aproximaban. Esperé pacientemente y vi a uno de aquellos militares, armado con un rifle de asalto, pasar justo delante. Le asalté desde atrás, agarrándole por el cuello para inmovilizarle.
- ¿Quiénes sois y qué queréis? – pregunté, pero el tipo supo reaccionar. En lugar de contestarme se giró y retrocedió contra la pared haciendo que yo quedara atrapada entre su cuerpo y la misma. Menos mal que había escondido en unos ladrillos sueltos el arma y la cápsula restante porque de haberse estallado en mi pecho la cosa no hubiera pintado bien para mí. Lo hice pensando en la posibilidad de que aquellos intrusos hubieran encontrado a los chicos, aunque me parecía improbable por las medidas de seguridad de Donnie.
El golpe me sacó todo el aire de los pulmones y fue peor cuando el soldado hundió su codo en mi estómago. Sin embargo, no le di más opciones: en el momento en que se daba la vuelta para apuntarme con el rifle yo ya le golpeaba con el brazo para desviar el arma, que salió disparada de sus manos, y de una patada le mandé contra la pared opuesta. Di una vuelta sobre mí misma barriendo sus pies con mi cola y cayó al suelo, donde le asesté un último puñetazo que le dejó inconsciente… mierda, se suponía que debía interrogarle.
En su lugar hurgué en sus bolsillos y faltriquera buscando alguna identificación o pista del motivo que le había llevado hasta allí y entonces…
- Bravo-2, informe.
Su radio. La cogí y me mantuve a la escucha.
- Aquí Bravo-2, en el cuadrante A5 adyacente a la zona señalada por la rata. En posición. Esperando órdenes, cambio.
¿Cómo que “la rata”? ¿No se referiría al maestro Splinter?
- Recibido. Tango-2, responda.
- Aquí Tango-2, en posición. Sin objetivos visuales, no veo a las tortugas… Esperando órdenes, cambio.
¡Una emboscada en casa! ¡No podía perder más tiempo! Me colgué del obi* por si captaba algo y partí en busca de mis hermanos con el corazón palpitando con fuerza en mi pecho. ¿Qué hacía esta gente aquí? ¿Me habían visto llevarme lo que buscaban y habían atado cabos? No era un secreto que vivíamos en las cloacas y, si era cierto que tenían al maestro Splinter, eso les había llevado hasta casa. Debía encontrar a los chicos y avisarles de que…
…
...
…
Gioconda se despertó con un sobresalto, mirando en todas direcciones, pero a su alrededor estaba oscuro como la boca del lobo. Tardó varios segundos en darse cuenta de que se encontraba sentada en su cama y que había estado durmiendo.
Resopló y se dejó caer de espaldas. ¿Todo había sido un sueño? Había parecido tan real… pero nada de lo que ocurría en ese sueño tenía sentido ni había sucedido. Ellos seguían siendo un secreto para los habitantes de la superficie y el maestro Splinter seguía vivo… respiró de puro alivio y poco a poco las pulsaciones de su corazón se fueron calmando. Se volvió para mirar el reloj de su mesilla. Las cuatro de la mañana. Bueno, al menos aún tenía tiempo de dormir.
Se arropó de nuevo y se dio la vuelta, pero cuando justo había pillado buena postura se dio cuenta de la sed que tenía. Así que a regañadientes encendió la lamparita auxiliar, se levantó y se encaminó hacia la salida de su cuarto. Vio una luz blanca encenderse en una esquina, la señal de que Seymour también se había despertado.
- Todo está bien, patito, sólo una pesadilla. Duerme – ordenó la chica y Seymour obedeció. Su piloto se apagó.
Así fue como una adormilada Gioconda se encaminó hacia la cocina con los ojos casi cerrados y arrastrando los pies. Si no hubiera cenado con tanta ansia la pizza de barbacoa hubiera bebido más agua y ahora no estaría tan deshidratada y podría haber seguido durmiendo.
No quería desvelarse ya que sabía que lo único que conseguiría sería que al día siguiente estuviera de lo más cansada, de modo que sólo se molestaba en prestar atención a lo más básico de cuanto le rodeaba: seguir el camino correcto, no tropezar con nada que estuviera por el medio, beber el agua y vuelta a la cama. A pesar de que aquel extraño sueño volvía a acudir a su mente lo apartó a un lado, ya pensaría en él por la mañana si para entonces lo recordaba.
Una fuerte luz le hizo parpadear cuando llegó a la zona común, se llevó la mano a la frente y miró en su dirección.
- Ey, Gioco – dijo Donatello - ¿No puedes dormir?
Por supuesto. No era nada extraño que la tortuga inventora trasnochara con ánimo de terminar un proyecto.
- Agua – contestó con voz pastosa - ¿Quieres?
- Eh, pues mira, no sería mala idea. Ya que vas… Gracias…
Ella continuó su camino a la cocina. Sin molestarse en dar la luz abrió el refrigerador y sacó la botella de agua. A continuación, abrió uno de los armarios y sacó un par de vasos; sirvió el agua ambos vasos, ayudándose de la luz de la nevera que había dejado entornada para no derramar el agua. Vació el suyo de un trago y luego lo volvió a llenar a la mitad. Se lo bebió de nuevo y descartó el vaso dejándolo en el fregadero (a esas horas no se pondría a fregar). Devolvió la botella a la nevera tras rellenarla, la cerró y tomando el otro vaso volvió por donde había venido.
- Aquí tienes Don…
Se interrumpió porque vio que en apenas lo que ella había tardado en servir el agua Donatello se había quedado dormido sobre la mesa, con la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados, en sus manos aun sosteniendo una herramienta. Ella se acercó, a esas alturas bastante despierta, y le observó roncar. Justo delante de él tenía el cristal de luna**, que descansaba sobre un soporte. De modo que por eso se había quedado despierto toda la noche…
Gioconda miró de nuevo a Donatello y se dio cuenta de la cantidad del tiempo que la tortuga estaba invirtiendo en la investigación del cristal, en buscar una cura para los mutantes del subterráneo… y en extensión para ella. No pudo evitar conmoverse. Inclinó la cabeza, esbozando una ligera sonrisa de gratitud y cariño.
Volvió hasta la cocina, abrió el congelador y sacó tres cubitos de hielo, que echó en el vaso de agua de Donatello; así el agua se conservaría fría por más tiempo en el caso de que se despertara y quisiera beberla. Regresó hasta la mesa de trabajo donde la tortuga dormitaba, dejó el vaso a un lado y después se volvió hasta el sofá. Tomó uno de los cojines y la manta de retales que ella misma tejió al poco de aprender. Le quitó con suavidad a Donatello la herramienta de la mano, y deslizó la almohada debajo para que estuviera más cómodo. Lo hizo con todo el cuidado que pudo para no despertarle y, a continuación, le echó la manta por encima. Por último, regresó a su habitación para continuar su descanso pensando en la maravillosa familia que tenía y en lo insoportable que sería para ella si perdía a cualquiera de sus miembros.