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[Crash Bandicoot] Universos entremezclados - Capítulo VIII - Confesiones


1

Tras la operación y una estrecha vigilancia Lumpa se había recuperado por completo. Pero no sólo el demonio de Tasmania había salido beneficiado, pues si estuvisteis atentos os percataríais que la relación entre Neo y Ana había cambiado desde entonces. Ella comenzó a sentir cierta admiración por la habilidad y conocimientos de Neo, por lo que estaba interesada en oír las lecciones que éste le impartía durante su trabajo; tan absorta estaba que ya apenas pensaba en escapar aunque seguía echando en falta su hogar. Por su parte el doctor parecía más amable y dispuesto a enseñarle, llamándola para que acudiese a ver algo que creía que era interesante para ella o simplemente evaluándola con ciertas preguntas sobre un caso en concreto. Se halagaba enormemente por el interés que mostraba pero aunque eso normalmente aumentaría su ego curiosamente le hacía sentir más humilde.

Neo no había querido pensar mucho acerca de cómo le hacía sentir Ana pero, a raíz de las palabras de Uka-Uka, no pudo evitarlo. ¿Acaso él se había dado cuenta incluso desde su prisión? ¿Cómo era posible? Una inquietud despertó en su interior al sentirse tan estrechamente vigilado pero a fin de cuentas, eso formaba parte de su trabajo. 

¿Y qué había de Ana entonces? Cuando ella le sonreía a Neo le embargaba una sensación de lo más extraña, la misma que sintió muchos años atrás y que creía haber olvidado; era una especie de vértigo que provenía de su estómago y tiraba de su cuerpo hacia abajo… o quizá la expresión más acertada era asegurar que era como si tuviera mariposas revoloteándole en el estómago.

- ¿Mariposas revoloteando en el estómago? Menuda estupidez – pensaba en ese momento.

Soltó una carcajada un tanto forzada, tomó el último libro que estaba buscando y lo añadió al montón. Luego, cargado con los tomos, enfiló el pasillo hasta el cuarto de.

Llegó hasta la puerta cerrada pero cuando alargó la mano para abrirla se detuvo, se lo pensó mejor y llamó, poniendo cuidado en que no se le desparramaran todos los libros.

- Adelante – dijo una voz desde el interior.

Neo apretó el botón que desbloqueaba la puerta y ésta se abrió. Encontró a la chica en una postura de lo más complicada y se la quedó mirando aunque para eso tuvo que ladearse porque los libros le tapaban la visión. Ana Tenía los ojos cerrados y apoyaba todo su cuerpo sobre el cuello y hombros, elevando las piernas totalmente perpendiculares al suelo. Se había descalzado y se había puesto una almohada bajo la cabeza.

- Pero ¿qué haces? – le preguntó intrigado.

- ¡Ah! Perdona – se excusó la muchacha terminando el ejercicio – Hacía algo de yoga. Me ayuda mucho a pensar. Eso era la postura de la vela.

- ¿Postura de la vela? ¿Yoga?

- Sí, es muy beneficioso. Ayuda a calmar el cerebro, aliviar el estrés, tonifica los músculos, estimula ciertos órganos… y muchas cosas más igualmente beneficiosas. Deberías probarlo.

- Eeeh… No gracias, nunca he destacado en los ejercicios físicos. Termina si quieres y vengo en otro momento…

- ¡No, no! No pasa nada – dijo Ana y se fijó en los libros – Oh, ¿me traes más?

- Eh sí, te traigo otra tanda…

– ¡Muchas gracias Neo!

Enfatizó su agradecimiento apoyando una mano en su hombro para luego recoger todos los libros dejarlos en la mesa. ¡Le había tocado! Otra vez esa sensación en la boca del estómago. 

Se le había ocurrido esta idea ante un comentario que ella mismo hizo sobre que cuando volviera a casa le costaría adaptarse a las clases de nuevo. Lo que no imaginó que él mismo se sentiría ante la reacción que mostró Ana cuando se presentó la primera vez con varios volúmenes entre los brazos. Neo se sintió muy contento pero también oía su voz interior pidiendo auxilio.

- ¿Te gustan entonces? – preguntó torpemente, rascándose la nuca – Te he buscado algunos de la temática que me pediste pero me he tomado la libertad de agregarte alguno más.

- Estupendo – dijo ella, hojeando todos y seleccionando uno de los del medio - ¡Voy a empezar este ahora mismo! – y se dejó caer sobre la cama, tumbándose.

- Bien, bien – murmuró él y se fue hacia la puerta – Ehm, que pases buena noche…

- Igualmente – le dijo Ana sin despegar la vista del volumen.

Neo carraspeó una vez más y pulsó el botón para cerrar la puerta.


Esa misma noche Neo soñó de nuevo con Ana, seguro que por haber estado dándole vueltas a la insinuación de Uka-Uka, sólo que esta vez el sueño no era verde si no algo más inquietante. En él Cortex se veía algo más mayor sentado en el porche de una casa de campo observando una puesta de sol. Hacía una temperatura ideal, calor suavizado por una brisa fresca que agitaba los campos que tenía delante. El único sonido que se oía era el de la vegetación susurrando. Neo cerraba los ojos, ensimismado, cuando entonces notaba que alguien se sentaba a su lado. Abría los ojos y se trataba de Ana, con algunos años más encima también peor igual de bonita. Le sonreía y él la correspondía. Entonces ambos se cogían de la mano para seguir viendo juntos el atardecer.

Neo se despertó dando un bote y un débil alarido. Había empapado las sábanas con el sudor por culpa de la pesadilla. Miró su despertador, cogió la almohada para ponérsela sobre la cara y se desplomó en la cama de espaldas. Empezó a decir cosas inteligibles bajo la almohada y luego la estampó contra un rincón.

Se quedó mirando el techo de su cama con dosel con los ojos entrecerrados, maldiciéndose. Si albergaba algún tipo de duda ésta se le había despejado gracias a ese sueño. Ignoraba cuánto tiempo llevaba así, negando lo evidente, pero ya estaba tan claro que no tenía sentido seguir rechazándolo. Para él ya no era ningún misterio ninguna de las preguntas que se hacía al respecto sobre Ana, la respuesta estaba clara: se había enamorado de la chica.



Neo se había pasado otra tarde entera examinando y haciendo pruebas con el teléfono de Ana. Se las había apañado hacía semanas para hacerse con el cargador de la chica y, una vez que cargó el teléfono, lo devolvió a escondidas a su lugar. Pensaba que había tenido suerte de que ella no recordara que lo primero que había hecho era interrogarla sobre el aparato y que, cuando él le mintió acerca de que estaba desaparecido, no se diera cuenta.

Había avanzado considerablemente en unos pocos días y entendía bastante bien el manejo del mismo, consiguiendo incluso violar el protocolo de seguridad y acceder a los datos guardados. Comprobó que, a pesar de no tener señal, el dispositivo poseía memoria permanente, como bien le había indicado la chica.

Al principio se hizo mucho lío con los iconos y las aplicaciones que, por muy útiles que pudieran ser en el día a día de una persona normal lo serían totalmente inútiles para alguien como él, pero pronto le cogió el tranquillo. Pero cuando accedió al llamado “Whatsapp” y leyó parte de las conversaciones entre Ana y varios de sus contactos llamados “Dany”, “Jess” o “Mamá” se dio cuenta de cuán solitaria pero a la vez plena era la vida de la muchacha – eran los únicos de sus contactos con los que tenía esas conversaciones:

♥ Mamá ♥ : “Te he hecho albóndigas de tofu, así tendrás comida para un par de días”, “tu padre y yo te deseamos mucha suerte con los exámenes cariño”, “¿has llegado bien a casa?”…

- Jess 🥳: “Oye, si necesitas algo, ya sabes dónde estoy cielo”, “he hecho un hueco y me he pasado por aquella librería y te pillé el libro que querías, cuando te apetezca quedamos y te lo doy 

Mensajes de ese tipo hacían que Neo entendiera por qué Ana extrañaba su entorno; ¿cómo no hacerlo? ¿Acaso no era lo que todo el mundo quería? ¿Un hogar? ¿Familia? ¿Acaso no había soñado él algo parecido hacía varias semanas con aquella puesta de sol en una aborrecible casa de campo? Por un momento sintió otra punzada de celos, no sólo porque Ana prefiriera a estas personas si no porque Neo no sería capaz de darle algo así incluso aunque ella se fijara en él. ¿Cómo iba a hacerlo si él jamás había tenido algo así en su vida?  Apenas leyó algo más, líneas y frases sueltas, porque se ponía de mal humor.

En cuanto al icono que rezaba “Mi biblioteca” entró con ciertas reservas y pasó rápidamente sin detenerse demasiado.  Había muchas fotos de lugares, animales y comida, pero en algunas aparecía Ana con otra gente, sobre todo con otra chica pelirroja que dedujo que sería la tal Jess. Llegado a este punto decidió, incómodo, que había visto demasiado. Estaba vulnerando la privacidad de Ana a sus espaldas. Normalmente eso le habría importado bien poco pero ahora se sentía… culpable. Tras maldecir su debilidad guardó, malhumorado del todo, el móvil en un cajón y decidió tomarse un descanso.


Precisamente fue de camino a su dormitorio para leer algo cuando se topó con Ana en uno de los pasillos. Estaba apoyada en el alféizar de la ventana y miraba ensimismada al exterior. Vestía la ropa que trajo al llegar a la isla y que sólo se ponía cuando terminaba el trabajo: una camiseta de manga corta negra suelta, leggins de camuflaje y deportivas negras de tela. La brisa que entraba por la ventana le agitaba el pelo que se había soltado y le caía por la espalda en una cascada de oro.

- ¿Qué haces aquí? – le preguntó más bruscamente de lo que quiso.

Ana se volvió con un pequeño sobresalto.

- Sólo tomaba un poco el aire, hacía días que no refrescaba así…

Neo dejó de fruncir el ceño.

- Sí que es cierto, se agradece después de tanto calor. Creo que lloverá.

- Humm – dijo ella cerrando los ojos – Es una pena que el aire aquí esté tan contaminado, pero aún así mataría por tan sólo cinco minutos en el exterior para sentir ese aire…

Neo la ignoró al principio pero entonces, sin saber muy bien por qué le dijo:

- La verdad es que justo pensaba en algo así – mintió - Debajo del castillo hay una playa por la que me gusta pasear cuando necesito despejarme. Si te apetece venir, te quitaré el collar.

Ana le dedicó una amplia sonrisa.

Varios minutos después paseaban por la playa que había mencionado Cortex. No era especialmente acogedora, estaba llena de guijarros y otras piedras, pero Ana se arremangó los leggins, se quitó las deportivas y agradeció sumergir los pies en el agua fresca. Dio algunas patadas y giró sobre sí misma sonriente. Neo la miró pero no se unió.

Después de un momento ambos pasearon simplemente por la orilla. El sol aún asomaba por el horizonte, perezoso porque no tenía muchas ganas de irse a dormir pero las nubes le estaban obligando a retirarse antes.

- Gracias por dejarme salir, lo necesitaba – le agradeció Ana.

Él se encogió de hombros.

- Eh… no hay de qué.

- Parece que habrá tormenta, tenías razón – dijo ella señalando hacia las nubes que se acercaba por el este.

Una algarabía los hizo mirar hacia un lado; en las rocas varios de los pingüinos de Cortex se amontaban dejando sus enseres y se lanzaban al agua, sin duda a buscar pescado. 

- La hora de cenar – comentó Ana tras ver la escena.

- Qué va, menudos son. Van al Moulin.

- ¡Caramba! ¿Ya existe el Moulin? – preguntó Ana sorprendida y luego se mordió los labios. Otra vez el desliz.

Neo la miró intrigado.

- ¿Cómo sabes de él?

- ¿Qué? – preguntó haciéndose la tonta.

- Que cómo sabes de la existencia del Moulin.

- No, no lo sabía. ¿Por qué dices eso?

- Porque lo has preguntado de tal modo que parecía que sabes lo que es pero no te lo esperabas.

- No, qué va…

Sintiéndose observada y debido, sobre todo, a lo que había cambiado su relación con el científico Ana decidió dejar de hacer teatro.

- Está bien, sí, sé que el Moulin está en la Isla Iceberg y que es un cabaret para tus mutantes, o eso es lo que creo.

- Sí, así es. Brio y yo descubrimos que el Vortex no es suficiente y que con ciertos incentivos, como son una nómina y entretenimiento, la respuesta que recibíamos por su parte era más satisfactoria. El resto vino solo. ¿Pero cómo lo sabías?

- Mira, te seré sincera. Sé mucho acerca de vosotros, de las Isla Wumpa en general, porque técnicamente ya he estado aquí antes.

- ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir que en mi mundo muchos conocen al doctor Cortex y sus experimentos, al jefe Papu Papu y sus nativos y otras tantas cosas más.

- No comprendo cómo puede ser eso posible – dijo él con cierta aprensión; empezaba a darle mal rollo el asunto.

- Yo tampoco entiendo cómo puede ser posible que un videojuego se haga realidad, que de verdad exista, pero aquí me tienes.

- ¿Cómo un videojuego?

Ana intentó explicarle, como mejor pudo, qué eran ellos en su mundo pero omitió prudentemente todo lo relacionado directamente con Crash Bandicoot. Obviamente no le contó ni eso ni que ella sabía, pues saltaba a la vista, que de alguna manera estaba en un espacio temporal anterior a los hechos del primer juego. ¿Cuánto tiempo? Lo ignoraba, pero como era una especie de viaje en el tiempo y entre dimensiones siempre era prudente no mencionar cosas del futuro para no cambiar la historia… si es que ella ya no la estaba cambiando.

Cortex se resistía a creerla.

- Demuéstrame que es cierto.

- ¿No lo hice cuando me negué a trabajar para ti porque conocía tus experimentos? ¿O hasta hace un momento con el Moulin?

- Ahora que lo dices, eso es cierto, pero bien podías haberlo deducido siendo lo suficientemente lista. Has pasado mucho tiempo con mis esbirros, quizá alguno comentara sobre el cabaret.

- De acuerdo. Veamos, qué pensarás si te digo que naciste en Illinois, que tu segundo nombre es Periwinkle, que fuiste a la Academia del Mal de Madame Amberly y que volaste, en compañía de Brio, parte de una ciudad con una explosión accidental durante uno de vuestros experimentos cuando erais jóvenes. Una explosión fue también precisamente lo que mató a toda tu familia circense.

Estupefacto es una palabra que se queda corta para describir cómo se sentía Neo tras oír todo eso. 

- Es imposible que sepas todo eso... a no ser que Brio…

- Sabes que él no me contaría nada de esto - mintió, en parte, porque no deseaba exponer a Brio a la ira de Neo - ¿Es una prueba suficiente?

- Espera, creo que necesito sentarme – repuso él, algo pálido y se sentó en una de las rocas – Me siento mareado. ¿Acaso sabes entonces… todo lo de la academia?

- Sí, a grandes rasgos, pero sin detalles.

- Genial – murmuró él, sintiéndose realmente incómodo.

- Sé que has seguido este camino porque el mundo te ha tratado mal y es una auténtica lástima – agregó sentándose a su lado.

- Ni se te ocurra seguir – amenazó él con voz cortante – No necesito tu compasión ni la de nadie.

Ana guardó silencio durante un momento:

- Gracias precisamente a esas circunstancias he llegado adonde estoy ahora – continuó Neo -  Cada desprecio y cada burla me han hecho abrirme camino y alcanzado unos objetivos que nadie creía que fueran posibles. Primero en la academia y luego en mi trabajo. Cuando maté con uno de mis primeros experimentos a mi familia no derramé ni una lágrima, no les dediqué ni una palabra de disculpa, tan sólo sonreí porque me daba absolutamente igual qué hubiera sido de ellos. 

Ana le miró algo horrorizada por lo que estaba diciendo pero no le interrumpió.

- En las convenciones de ciencia, delante de decenas y decenas de colegas, tenía que aguantar que intentaran tirarme por tierra todas mis teorías. “Disparatadas, delirantes y apenas posibles”. Me río yo ahora … y te atreves a decir que te inspiro lástima… ¡Ja!  

Cuando terminó en su apasionado monólogo se dio cuenta de la expresión de Ana y decidió parar. No estaban yendo las cosas demasiado bien.

- Te equivocas, yo no he dicho que tú me inspires lástima – dijo ella – Lo único que pienso es por qué guardas tanto rencor.

- Quizá para ti las cosas han ido demasiado bien y por eso no lo entiendes.

- Es posible, sí. Mi familia me quiere, tengo amigos (pocos, pero auténticos) que me apoyan. Pero para tu información yo también he sido objetivo de burlas y desprecios durante mucho tiempo, pero no por eso la he tomado con el mundo.

Él era consciente que le estaba hablando como si fuera un niño malhumorado, pero le daba igual.

- ¡Bah! No tienes ni idea.

- Sé cómo llegó realmente la N a tu frente y lo que significa.

Al oír esto Neo no se sintió capaz de mirarle a la cara.

- ¿Y sabes qué?  - confesó ella – En ese momento me di cuenta de lo valiente que eres.

El científico levantó la vista, atónito, pero no dijo nada.

- Me acordé de un cartel – continuó ella - en el que salía una gata suspendida en el aire y tan sólo sujeta por sus patas delanteras a una cuerda de tender la ropa; la única frase que ponía era “Hang in there, baby”. Pues tú eres como esa gata. No importa qué golpes, objeciones y trabas te pusiera la vida, que tu voluntad no decreció; creíste en ti mismo lo suficiente como para seguir adelante. Como bien dices, aquí estás. Y, aunque admito que siento algo de lástima es sólo por el hecho de que no hayas decidido utilizar tus conocimientos para hacer el bien por culpa precisamente de ese insano rencor. Aun así, eres una persona admirable, muchos se caen antes de empezar pero tú te has conseguido mantener en la cuerda hasta el final. Por eso digo que eres un valiente.

Neo se había ido poniendo colorado conforme Ana hablaba y, cuando terminó, no atinaba a decir lo que se le pasaba por la cabeza. Lo único que consiguió fue carraspear y graznar algo ininteligible. Ana comprendió que necesitaba estar solo de modo que se descalzó, dejó las zapatillas en el suelo y se alejó para dejarle espacio, volviendo a la orilla.



2

Cortex siguió sentado en la roca, con los pies colgando y cabizbajo. Su mirada se posó sobre las zapatillas de Ana; eran unas Nike de lona que parecían bastante ligeras y cómodas, negras y blancas. La chica no se había molestado en deshacer los nudos.

Nadie en su vida le había hablado así  y menos le había calificado como valiente; él sabía que no lo era, a no ser que tuviera un arma a mano. Y ¿cómo había dicho? Algo así que incluso a pesar de que él fuera malo ella le admiraba. 

No quería seguir hablando del tema pero se sentía más que dispuesto a prolongar todo lo posible la conversación con ella. Apenas se había dado cuenta de que el sol había desaparecido y que las primeras estrellas ya brillaban en el cielo.

Era el primero que se avergonzaba de su pasado y por eso siempre que había hablado de su época de estudiante mentía diciendo que era el alumno modelo, que todos lo adoraban y querían ser como él. La verdad que eso sí que era lastimero. Pero lo hacía porque no soportaba que los demás le juzgaran.

Y ahora llegaba esta chica y lo hacía pero para bien. No sabía cómo sentirse, salvo conmovido y profundamente agradecido.


Mientras la observaba tirar piedras al mar recordó otra cosa que ella había dicho y sintió deseos de preguntar. Sin embargo se dio cuenta que no tendría un mejor momento que ése; quería saber más cosas de Ana. Realmente quería hacer cualquier cosa, menos hablar más de él.

- ¿Puedo preguntarte algo? – le dijo bajando de la roca.

- Sí, claro – contestó ella, acercándose de nuevo, como si nada hubiera pasado, apartándose un mechón de la cara.

- Has dicho que tú también has sufrido acoso y burlas. ¿De quién?

- ¡Oh! – la chica se encogió de hombros – Compañeros del instituto. Ya sabes.

- ¿Pero qué te decían?

- Pues, entre otras cosas horribles, las chicas me hacían el vacío y me llamaban “patito feo” y “ratita escuálida”, esto último porque siempre he sido muy delgada y además en esa época tenía los incisivos bastante prominentes, aunque la ortodoncia me solucionó el problema.  También me decían cosas como “friki” (a mucha honra, por cierto) o “bicho raro”, siempre lo suficientemente alto como para que yo lo oyera.

- Harpías.

- Pues sí, pero me da lo mismo, sólo había que mirarlas a ellas las pintas. Además conseguí mi grupo de amigos “frikis” y era de lo más feliz, hacíamos muchísimas cosas juntos. Lo único que he lamentado es no haber sabido lo que es tener una amiga hasta que conocí a Jess, porque todas mis amistades siempre han sido chicos.

El tema había llegado a un terreno en el que Neo quería indagar pero tenía sus dudas. ¿Y si se enfadaba por la pregunta? Pero su curiosidad podía más que su temor y, además, cada vez que pensaba en ello hacía que el estómago se le revolviera. 

- Hablando de chicos…. ¿Quién era el de la fotografía que llevabas en tu cartera?

Ana se le quedó mirando. 

- "Ya, ya está" – pensó Neo – "Ya la he liado".

- Es… - comenzó Ana y bajó la vista a sus pies. Un ligero rubor le cubrió las mejillas – Es… Greg. 

Por cómo lo dijo Cortex intuyó que era alguien importante.  Su estómago le dio un vuelco y lo sintió arder. Esta sensación ya la conocía bastante bien, la había sufrido mucho a lo largo de su vida. Celos…

- ¡Ah! Claro, ¿tu hermano? – preguntó intentando que no le temblara la voz.

Ana se rió entre dientes.

- Qué va, para nada. 

Estaba más que claro. La chica bajó la cabeza y se puso a enredar con sus dedos.

- Creo que hice una pregunta delicada, no era mi intención. Es sólo que tú sabes tanto de mi y yo no sé nada de ti que…

- ¡No, no, qué va! – se apresuró ella– Es… Es mi exnovio… estuvimos juntos un par de años.

Sus sospechas se confirmaron y, de alguna manera, parecieron materializarse para arrearle una buena patada en el estómago. Por un momento a Neo le dieron ganas de decirle que había cambiado de opinión y que se ahorrara la historia pero, por otro lado, sentía una morbosa curiosidad. 

- Déjame adivinar – dijo– Era encantador, caballeroso, romántico... ¡Y no veas qué músculos!– esto último, lo dijo con voz aguda, gesticulando como si se tratara de una chica, juntando las manos y pestañeando rápidamente.

Entonces se percató de que Ana lo miraba con una ceja enarcada y se detuvo, encogiéndose de hombros y rascándose la nuca.

- Perdona – se disculpó y preguntó, con cierto tono dolido- ¿Acaso no es lo que buscáis las mujeres en los hombres?

- No negaré esa afirmación hecha tan a la ligera, a fin de cuentas, aunque seguro que a ti también te gustan más las chicas guapas. Pero no todo es lo físico, qué superficial es la gente que se fija sólo en eso ¿no crees? ¿Acaso no es la belleza la reina de lo subjetivo? – contestó Ana, frunciendo el ceño – Pero sí, he de admitir que Greg es muy guapo, aunque no era eso lo único que hizo que me gustase. Durante todo ese tiempo en que estuvimos juntos estaba convencida que lo que teníamos Greg y yo sería para siempre, que estábamos hechos el uno para el otro. Que él era perfecto para mí y yo para él – entonces se río con amargura – Greg tenía sus defectos, como todos. Apenas nos veíamos por mi rutina de clases y trabajo; yo quería ahorrar lo suficiente para poder irme a vivir con él algún día, no me contentaba conque durmiéramos juntos los fines de semana. Sacrifiqué mucho y, aún así muchas veces me reprochaba el que no le hacía caso cuando lo único que hacía era darlo todo por él. Y entonces Greg…

Guardó silencio.

- ¿Greg qué? – preguntó Neo ásperamente. 

- Creo que he hablado demasiado… no es algo de lo que quiera hablar y menos aquí.

Ahora le tocó a Neo estar cabizbajo. Al ver su reacción Ana se arrepintió de decir aquello, pues sonó brusco y no quería decir exactamente lo que él había entendido.

- Quiero decir – rectificó – que no es algo de lo que quiera volver a hablar… con nadie. No  importa el tiempo que haya pasado, duele demasiado… él sigue su vida y yo la mía, se terminó. Punto y final.

A Neo no se le pasó por alto que a ella le estaba temblando la voz, como si estuviera a punto de echarse a llorar. Estaba más que claro que ese capullo le había hecho mucho daño pero aun así Ana parecía seguir sintiendo algo por él, lo cual le sacaba de quicio. Sin embargo, se percató de que eso no ayudaba nada y no quería delatarse, de modo que intentó aparentar indiferencia.

- La verdad es que yo no soy un experto en estos temas, pero si es un punto y final ¿por qué sigues llevando una foto suya encima? 

- Supongo que soy masoca – contestó ella, intentando esbozar una sonrisa, no muy convincente. 

Se hizo un silencio incómodo.

- Creo que será mejor que volvamos – dijo Neo finalmente y Ana asintió, aliviada.

Cuando comenzaban el camino de vuelta ella le miró por un momento y entonces preguntó:

- ¿Y qué me dices de tí?

Neo abrió mucho los ojos.

- ¿De mí?

- ¡Claro! Que si hay o hubo alguien… ya sabes…

- ¡Ah! – exclamó él, cortado – Pues… eh…

Ana le observó.

- Perdona, no es asunto mío…

- ¡No, a ver! Es decir, ahm… tú me has contestado, así que es justo que yo te responda. Además – agregó sacando pecho y enarcando una ceja - un hombre con mi atractivo no tiene ningún problema en confesar sus muchas aventuras amorosas.

Ana ahogó una risa. Estaba tan ridículamente claro que mentía pero era tan cómico que no pudo evitarlo. Él se percató y lanzó un largo suspiro.

- Cierto, sabes mucho de mí, tanto que hasta me asusta. Bien, ya sabes lo popular que era en la academia – comenzó, siendo sarcástico – Si tenía un grupo de matones haciéndome sombra todos los días, con las chicas era todo lo contrario; se alejaban de mí como si les diera alergia pero, de todos modos, yo no estaba interesado en perder tiempo en esas chorradas, sólo quería estudiar. Ya siendo más mayorcito…  bueno, uno tiene sus necesidades por mucho que lo evite, pero por suerte el dinero siempre ayuda– concluyó con una sonrisa, que se le borró de la cara en cuanto vio la expresión de Ana – No es algo muy digno de lo que presumir ¿verdad?

- La verdad es que no.

- Ya… bueno, nunca se me han dado bien estas cosas, al contrario que a ti– intentó justificarse, molesto y sonrojándose del todo, por lo que aceleró el paso – Tú preguntaste y yo te he contestado – refunfuñó.

Ana se rió y eso le alivió.

- Tienes razón. Pero yo no me refería a las relaciones puramente físicas si no a algo más profundo… algo auténtico. Como lo mío con Greg.

Él aminoró la marcha, tanto que llegó a detenerse. Tras pensarlo un rato por fin contestó.

- Sí, hubo alguien una vez… pero eso fue hace mucho tiempo… y no terminó muy bien que se diga.

Acto seguido, guardó silencio. Ambos permanecieron callados durante un tiempo, hasta que ella preguntó:

- ¿No tendrás algo de alcohol? 

- Ya sabes que sí – contestó él – Hay a montones en el laboratorio.

- No me refiero a ese tipo de alcohol, Neo– dijo ella riéndose – Me refiero al “quitapenas”.

- ¡Ah! De ése. Una jovencita como tú no debería…

- Por favor, abuelo, que soy mayor de edad. 

- Tampoco hacía falta insultar – gruñó Neo – Brio tiene algo en su mueble bar “secreto”. Me gusta llamarlo así porque se piensa que no me doy cuenta de que cada vez le da más a la botella y no a la de la probeta habitual precisamente.

- Yo quiero darle a la botella también. ¿Me acompañas?

- Yo no bebo.

- Ni yo, pero necesito un trago. ¿O crees que a Brio podría molestarle?

- No, sobre todo si sabe que eres tú quien lo pide.

- Oh… ¿Podríamos entonces? Sólo un poquito ¿sí?

Neo la miró sin dar crédito pero como vio que la chica no iba a cambiar de parecer finalmente desistió.

- Está bien. Espérame aquí.

Al cabo de un rato regresó con una botella de whisky medio llena y un par de vasos. Ana miraba las estrellas, se había sentado en una de las rocas cercanas a la escalera por la que se bajaba a la playa. Él la imitó y la muchacha tomó la botella, sirviendo el whisky con maestría, acostumbrada a como estaba a trabajar en un bar.

- ¿Y todo esto a qué viene? – preguntó Neo desconcertado.

- Bueno, ya que como somos un par de perdedores en lo que al terreno del amor se refiere podríamos hacer un brindis, por todo lo que pudo ser y nunca fue – concluyó, alargándole el vaso ya servido.

El científico se la quedó mirando sin estar muy convencido pero el brillo en los ojos de la chica le hizo decidirse y, encogiéndose de hombros, tomó el vaso.

- Vale… Por todo lo que pudo ser – repitió, levantando el vaso – y nunca fue.

Ana asintió y ambos bebieron todo el líquido en un trago. Entonces Neo se sonrió.

- Está bueno. A Brio no le va a gustar que le robemos del mueble bar.

- ¿Pero no le has pedido permiso? – dijo ella poniéndose la mano delante de la cara y cerrando los ojos.

Neo enarcó una ceja luciendo una sonrisa socarrona. Entonces ambos se desternillaron de risa.

- ¡Pobre! – dijo Ana, llenando los vasos otra vez – Él último, venga… ¡por Brio, otra víctima más de la maldad!

Y vaciaron de nuevo los vasos de un trago y volvieron a reírse, sobre todo Ana. Neo la observó pensando en lo que acababa de contarle y en el tal Greg. Recordó en lo triste que se había puesto, tanto como él al recordar su pasado, del que no le hablaba absolutamente a nadie. Estaba claro que a ella aún le dolía mucho pensar en ese tipo pero a pesar de todo conservaba su fotografía en su cartera, lo que sin duda significaba que aún sentía algo por él. Por un momento le regresó aquella punzada de celos, sólo que esta vez vino acompañada de ira, porque le ofendía que tipos guaperas como el tal Greg se llevaran a todas las chicas para luego romperlas el corazón en cuanto se cansaban de ellas, mientras que tipos cómo él tenían que soltar dinero para que les hicieran caso un rato. Qué injusto era el mundo.

En eso pensaba cuando Ana terminó de reírse y se limpió una lagrimilla provocada por el ataque de risa. 

- Vaya – dijo él, reaccionando antes de que ella se diera cuenta de la cara que se le había quedado – Y yo que pensaba que eras una buena chica y aquí te estás riendo de mi ayudante y amigo… si es que se le puede llamar eso.

- Oye, que yo no he sido la que le ha robado..

- Entonces eres cómplice.

- ¡Y dale! No, si esto es lo que me pasa por creer en ti – agregó, arrastrando un poco las palabras.

¿Acaso estaba borracha? No, más bien parecía achispada. Quizá él también lo estuviera – aunque sabía que era una excusa, por supuesto que no lo estaba, toleraba más que eso – porque sin ningún motivo le empezó a parecer enloquecedoramente bonita. ¿Sería por todos halagos que le había dicho antes?

Mientras él divagaba Ana había dejado de sonreír y miraba a otro lado, pensando en algo, apesadumbrada.

- ¿Ana?

- ¿Mm?

- ¿Qué pasa?

- ¡Oh, nada! Sólo estaba pensando en lo injusta que es la vida – Neo aguantó la respiración porque parecía haberle adivinado el pensamiento – Me refiero a… a que puedes querer mucho a una persona, tanto que casi te duele, y lo único que recibes a cambio por su parte es una bofetada… hablando metafóricamente, claro – agregó cuando vio la cara que ponía él – Pero así es la vida, unos ganan y otros pierden. Fin de la historia… ¿verdad?

Se hizo un incómodo silencio. De pronto Ana volvía a estar tremendamente abatida, girando el cristal en sus manos con la cabeza baja. Le indignaba verla así, aunque su yo anterior quizá se hubiera tirado de los pelos pidiendo auxilio por sentir esa cosa, ¿cómo se llamaba? Ah sí, empatía. Estaba más que claro que ella le estaba ablandando pero era más cómodo – y sencillo - dejarse arrastrar de una vez por la corriente y dejar de resistirse. 

Deseaba hablarle para reconfortarla.  

- Oye Ana – le dijo entonces – Dime dónde vive el tal Greg y, si quieres, le parto las piernas, por cretino.

- ¡Ala! Mira que eres bruto – repuso ella abriendo mucho los ojos, pero no parecía molesta.

La pobre pensaba que él estaba bromeando y no que Neo hablaba completamente en serio. Sin embargo él se dio cuenta que como se percatara de eso lo más probable era o bien que la asustara o bien que la irritara. Estaba claro que consolar no era lo suyo, que carecía de tacto y, sin embargo, era lo único que quería hacer en esos momentos.

¿Quizá si probara con ternura? Según lo pensó empezó a tener el casi irrefrenable impulso de besarla pero se contuvo. Estaba seguro que si lo hacía Ana le rompería la botella de whisky en la cabeza, no había olvidado su reacción en las duchas. Pero, ¿y si le hacía caso y dejaba de hacer el bruto? ¿Y si simplemente le decía lo que sentía por ella? Era algo halagador que alguien te dijera algo así. Él hubiera matado por eso, mataría por eso en aquel momento – realmente, había matado por mucho menos en el pasado. 

Con terror comprobó que una vez que había tenido la idea era imposible descartarla de su mente.  Se dio cuenta que si seguía guardándoselo para sí se volvería loco. Tenía que hacerlo ahora, en ese mismo momento. Necesitaba saber qué sentía ella.

- Oye, Ana… eerh, tengo algo que decirte…

- ¿Mmm? 

Neo se mordió la lengua. ¿Y si le rechazaba? Quizá también le estampaba la botella de todos modos. Pero no quería echarse atrás. 

- Verás – dijo, aclarándose la garganta–  no entiendo tu tristeza. Es decir, mírate.

Ana parpadeó por un momento y se miró el regazo, sin comprender.

- Me refiero a que eres… bueno, inteligente y… bonita. ¿No crees que más imbécil él si no se ha dado cuenta?

- Tú… a tí… ¿te parezco bonita? – por alguna razón, parecía incrédula.

Él tragó saliva. Tenía que hablar deprisa.

- ¿Bromeas? Eres la envidia de las mismísimas estrellas, las orquídeas son meros cardos en comparación contigo. Eres… eres – comenzó a trabarse, intentando buscar las palabras. Le ardía la cara pero reunió valor para coger el vaso de Ana, dejarlo en el suelo y tomar sus manos– Eres un ángel, el ser más hermoso de estas islas… bueno, realmente eres el único pero si hubiera más seguro que no serían nada en comparación contigo… me refiero en cuanto a belleza, porque…

- Neo – le interrumpió - ¿Qué tratas de decirme?

- Pues… quizá sea porque se me ha subido el whisky a la cabeza… sí, quizá sea por eso, o quizá porque me haya vuelto loco… sólo intento decirte que… que… que te quiero.

Ana había estado escuchándole atentamente desde el momento en que empezó a hablar, asintiendo ligerísimamente con la cabeza. Pero tenía la mirada perdida, la boca entreabierta, y no dijo nada cuando Neo se declaró. Pero entonces bajó la vista, observando sus manos unidas. Neo se percató de que temblaba ligeramente.

- ¿Qué te pasa? – preguntó preocupado - ¿No vas a decir nada? ¿Acaso no puedes decirme si existe la posibilidad de que sientas  por mí lo mismo que yo siento por ti?

- Yo… - tartamudeó ella en voz casi inaudible, confusa – Neo… yo…

- ¿Sí?

- Yo… yo no te creo.

Cortex parpadeó sorprendido.

- ¿Cómo que no me crees?

Ana fruncía el ceño.

- Que no creo que sea cierto que me quieres.

- ¿Cómo que no? Es de las pocas cosas que estoy seguro. Escúchame: nunca imaginé ser capaz de sentir algo tan profundo por alguien. Nadie, absolutamente nadie, ni siquiera mis padres, fueron tan amables conmigo ni me dedicaron ni un sólo gesto de cariño, ya lo sabes. Tú has sido la única que ha hecho algo así... a la que he llegado a impresionar. Cuando empecé a sentir todo esto quise negarme, quise resistirme pero mis sentimientos por ti no podían detenerse y fluían como el agua, rompiendo las presas que intentaba levantar para frenarlos. Me has cambiado ¿acaso no lo has notado? Porque has conseguido que sienta afecto por alguien, Ana.

No había podido expresarse de una manera más clara. Pero ella hizo algo que provocó que sus esperanzas se evaporaran, algo que provocó que todo los nervios que contenía se desparramaran por su cuerpo, aturdiéndole; Ana negó fuertemente con la cabeza y retiró las manos alejándolas de las suyas. Ese gesto fue suficiente respuesta para él. 

Cortex luchaba por mantener la compostura.

- No – repitió Ana, testaruda. Una idea surgió en su mente en medio del torbellino de confusión que sentía. Reprimió una náusea – Tú no sabes qué es el amor. 

Neo sintió como si lo hubieran abofeteado pero eso jamás le hubiera dolido tanto como lo que ella le acaba de decir. 

- ¿A qué te refieres? – intentó, desesperado –  ¿No es amor que se me acelere el pulso cuando te veo? ¿Qué me den ganas de sonreír cuando escucho tu voz? ¿Qué te vea triste y sólo quiera consolarte e, incluso, protegerte? ¿Qué cuando estoy cerca de ti sólo deseo…? Si esto no es amor, dime entonces qué es porque me siento perdido.

- Lo que deberías preguntarte es por qué sigo aquí.

Neo dejó caer la mandíbula y la miró sorprendido. 

- ¿A qué te refieres?

Ana suspiró.

- Te has dado cuenta, o eso dices, de lo que quieres. Pero eres tan egoísta que no te has dado cuenta de lo que más quiero yo.

- ¿El qué? – preguntó él súbitamente – No tienes más que pedirlo y yo te lo conseguiré, como si me pides la mismísima luna…

- ¿Lo ves? No quiero la luna, Neo… lo que quiero es volver a casa. Es lo único que deseo.



Se hizo otro silencio incómodo sólo interrumpido por el susurro del mar. Cortex seguía observándola con los ojos abiertos como platos. Por fin pareció entender.

- Volver… a… casa – repitió mirando a un punto fijo que no parecía estar ahí.

- Sí – dijo Ana – Por si no te acuerdas, soy tu prisionera. Es cierto que estoy relativamente bien aquí, que gozo de cierta libertad, que he aprendido muchísimo y que me tratáis bien – continuó eligiendo con cuidado las palabras – Pero tú… no… no puedes decir que me amas y tenerme como una cautiva. Si de verdad lo hicieras, dejarías que me marchara. Es lo que hace la gente buena; buscan lo mejor para aquellos a los que aman independientemente de si a ellos les perjudica o no.

Esas palabras tuvieron un efecto curioso en Neo. Ana se mordió los labios según las pronunció porque comprendió que podía haberle ofendido y se preparó para lo peor. Pero él no se enfadó si no que miraba al horizonte, meditabundo. Finalmente tomó la botella y los dos vasos, incorporándose.

- Tienes razón –dijo con una voz carente de emociones – Yo no entiendo de esas cosas… Como bien dices, soy una mala persona. Quizá fuera mi destino y quizá por eso la vida no ha hecho más que darme patadas en el trasero en el momento en que he bajado la guardia queriendo buscarme un hueco entre los demás.

- Oye, Neo… 

- No, no hace falta que digas nada más – luego miró hacia el cielo – Es tarde. Será mejor que vayas a descansar. Ya le devuelvo a Brio todo esto.

Y abandonó la playa sin esperarle. 


Por su parte Ana le observó hasta que desapareció por la puerta del castillo. Luego desvió  la mirada hacia la luna y las estrellas, fríamente indiferentes ante lo que acababan de presenciar.


1 comentario:

  1. ¿Escrita por él? Aquí la única que escribe realmente soy yo xD

    Exacto, Crash aún no existe como tal. Es un científico, supongo que todo eso le dio qué pensar y quizá por eso lo encajó mejor xD

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