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[Crash Bandicoot] Universos entremezclados - Capítulo III - Cuestión de confianza


La comida fue el principal motivo por el que Ana se ganó la amistad del dragoncito. La otra razón es que pronto se dio cuenta que aquella humana era tan prisionera como él y que, por tanto, podía confiar en ella.

Por su parte Ana entendió las palabras de Cortex sobre que el dragón era difícil de controlar, puesto que cuando al día siguiente repitieron la estrategia de echarle fruta para atraparlo el dragón no se dejó engañar. Cortex no estaba dispuesto a entrar en la jaula y Brio, por mucho que le obedeciese, salió por patas en cuanto el dragón se le echó encima con los dientes por delante. De hecho estuvo a punto de escapar pero Cortex estuvo atento y cerró la jaula a tiempo.

- ¿Problemas? – le preguntó Ana con malicia.

El doctor la miró enfadado pero no hizo ningún comentario.

La chica seguía preguntándose qué buscaban con tenerla aprisionada. No se habían molestado en intentar interrogarla de nuevo si no que más bien hacían como si no existiera. Ella empezó a impacientarse pero no estaba dispuesta a rendirse. No habían parecido percatarse de sus intentos por escapar por lo que siguió intentándolo las dos noches siguientes, sin éxito pero su situación sólo había empeorado. Cada día Cortex le preguntaba si iba a trabajar para él, a lo que ella siempre le respondía que no; finalmente él ordenó que se le retirara la comida y tan sólo le dejaban un mínimo de agua para subsistir.

A Brio lo que fuera de la chica le daba bastante igual pero cada vez estaba más crispado por los continuos entrometimientos de la misma durante sus experimentos. Estaba claro que, a pesar de que su jefe la castigaba por no obedecerle y buscaba someterla a base de privaciones, el espíritu de la chica era bastante fuerte y no hacía más que contraatacar. Estaban en un callejón sin salida, puesto que no podían someter la voluntad de la muchacha. Y era una considerable pelmaza.

- ¿Es que no os dais cuenta de que hacéis sufrir a los pobres animales? – gritó el último día mientras probaban el E-Volvo – No puedo soportar ver lo que estáis haciendo con ellos, es totalmente inhumano y…

Llegó el momento en que el doctor Cortex, harto, había echado una lona por encima de su jaula.

- ¿Se puede saber qué estás haciendo?

- ¿No decías que no soportabas la visión? – replicó él, burlón - ¿No mejora así la cosa?

Una sarta de insultos e increpaciones fue la respuesta que recibió tras la lona, pero el doctor se encogió de hombros y siguió trabajando. Sin embargo, no duró mucho su paciencia.

- ¡Cállate de una maldita vez! – exclamó finalmente, furioso – O te juro que te enchufo la aguja eléctrica durante toda la noche!

Ella no tuvo más remedio que obedecer.


Esa misma noche Ana intentó de nuevo usar una horquilla, la última que le quedaba. Tenía todas las esperanzas depositadas en ella, estaba realmente desesperada. El pequeño dragón le miraba con curiosidad, como siempre, mientras ella intentaba abrir el cerrojo.

- Demonios ¡vamos! – mascullaba Ana.

Entonces sonó un chasquido y la horquilla se partió de nuevo sin que el candado se abriera. Su última esperanza se había evaporado. Ana no pudo contenerse y dio un alarido de rabia, pateando los barrotes con toda su fuerza pero lo único que logró fue hacerse daño en el pie. Frustrada se dejó caer sobre los barrotes y se deslizó hasta quedar sentada en el suelo, elevó las rodillas para apoyar sus brazos y enterró la cara en ellos, llorando desconsoladamente.

Echaba de menos su hogar, se sentía sucia y desaliñada y estaba desesperada porque todas sus opciones se habían evaporado. Jamás aceptaría trabajar para Cortex sabiendo lo que implicaba semejante opción y, además, tampoco tenía la certeza de que el científico respetara su propia palabra; jamás sería libre, porque su hogar estaba en otra dimensión. Estaba atrapada en este universo lo cual, irónicamente, había deseado muchas veces siendo pequeña; cómo molaría poder visitar las Islas Wumpa y vivir mil y una aventuras. En los juegos y en las películas, siendo el bueno, siempre te salías con la tuya; frustrabas los planes del malo de turno, te jugabas el pellejo pero sabiendo que lo ibas a conseguir, todo lo que intentabas salía bien y salvabas el mundo. ¡Pero no contaba con estar atrapada de esta manera! Sin comida, apenas con agua, su cuerpo se agitaba durante el llanto.

Notó un roce en su espalda. Levantó la cabeza y se dio cuenta que era el dragoncito quien le estaba acariciando con el hocico. Sus grandes ojos la miraban casi con reproche.

Ana se giró un poco y le acarició el hocico a través de los barrotes. Con la otra mano se enjugó las lágrimas y se forzó a sonreír.

- ¡Tienes razón! Soy una niña estúpida que a la mínima se da por vencida ¿eh?. A fin de cuentas, tú también quieres volver a casa ¿verdad?

El dragón emitió un gañido agudo e inclinó la cabeza a un lado.

- Eres una monada – le dijo Ana, más animada y conmovida – Es que eres precioso… o preciosa… la verdad, ahora que lo pienso, podrías ser también una chica.

Por respuesta el dragón le dio un lametón en el brazo. Su lengua le recordó a Ana a la de un gato, pues raspaba un poco. No pudo evitar reírse, aunque sonó un poco histérica. Un par de lagrimones se le escaparon y se los volvió a limpiar.

- ¡Tendría que aprender de ti! – continuó – No pareces perder los ánimos a pesar de tu situación. ¿De dónde vendrás tú? ¿Tienes familia?... claro que la tendrás. Estoy segura que tu mamá estará muy preocupada por ti, como la mía por mí… y seguro que tú también la echas de menos tanto como yo…

Diciendo estas palabras Ana volvió a sentirse enormemente triste, tanto que sus lágrimas amenazaban por volver a aparecer. Como si la criatura le hubiera entendido bajó la cabeza y casi cerró los ojos, gimoteando.

- ¡No, debemos ser fuertes! – le instó Ana, arrepentida por haberle hecho sentir mal y asombrada por la capacidad de respuesta de su nueva amistad - No avanzamos nada dándole esta satisfacción ¿no te parece? Pero éste será nuestro secreto. Únicamente en soledad nos mostraremos tristes mientras que en su presencia le daremos guerra. Quiere obligarme y esta es su manera de torturarme. Pero no le voy a dar la satisfacción. Y tú tampoco ¿verdad?

La criatura se mostró bastante animada, sacando la lengua fuera moviendo la cola.

- Creo que tendré que ponerte un nombre, pero como no sé si eres chico o chica ¿qué te parece si busco algo apropiado que valga para ambos casos? – preguntó rascándole el cuello.

El dragón asintió emitiendo un sonido similar al de un ronroneo de pura satisfacción.



El doctor Neo Cortex contemplaba la conmovedora escena con bastante atención. En realidad todas las noches observaba por las cámaras de seguridad; estaba más que al tanto de los intentos infructuosos de la chica por intentar huir pero la dejó hacer sospechando que quizá se le fuera revelando nueva información, como así había sido. Le parecía realmente molesto que el dragón se dejara acariciar de manera tan dócil por la muchacha mientras que ni él ni Brio podían acercarse sin que les echara los dientes, haciendo imposible seguir avanzando con su investigación.

Eran tal para cual, la chica y esa bestia. A ellos les trataban con dureza y crueldad mientras que entre sí ambos eran vomitivamente dulces y tiernos. ¿Por qué siempre le odiaba todo el mundo? Porque Neo no se engañaba así mismo; por mucho que fuera incapaz de admitir delante de cualquiera que no estaba conforme con ciertos aspectos de su vida y de sí mismo era plenamente consciente de los sentimientos que despertaba en los demás, desde asco hasta lástima. Nadie la apreció nunca de verdad.

Y, para colmo, no había conseguido doblegar su voluntad. Su fortaleza no era pura fachada, ahora le quedaba claro; cuando momentos antes estaba sonriendo de satisfacción cuando vio que rompía en llanto, por un momento pensó que estaba cerca de conseguir lo que se proponía. Pero ella estaba dispuesta a resistir.

- Quizá si usáramos el Vortex con ella… – había sugerido unos momentos antes en presencia de su ayudante.

- Permítame el atrevimiento doctor – había alegado Brio – pero el E-Volvo está pensado para las mentes simples de los animales. Por muy evolucionadas que estén tras esta influencia, no son rival para la complejidad de la mente humana. Si la sometiéramos al Vortex simplemente podría no funcionar o podría ser fatal para ella.

- ¿Desde cuándo te importa su bienestar? – preguntó entonces Cortex, enarcando una ceja.

- Desde ningún momento, me desagrada tanto como a usted. Pero no tiene sentido que desperdiciemos energía por algo que sabemos que no va a funcionar. ¿No cree?

Frustrado, Cortex no tuvo más remedio que asentir.

- Entonces doctor – carraspeó Brio – Si no podemos hacer que obedezca ¿qué hacemos con ella?

- La chica no es importante – alegó él – pero el dragón si lo es. Si pudiéramos someterlo al Vortex…

- Si no podemos manipularle, estamos apañados. Tampoco sabemos qué efectos puede tener en él, no sabemos cómo es su mente. ¿No le parece demasiado precipitado? Primero deberíamos estudiarlo con cuidado.

Cortex le lanzó una mirada furiosa. ¿Acaso el muy estúpido no se daba cuenta que ya había pensado en eso? Si consiguiera someter al dragón al Vortex les obedecería en todo. Por desgracia parecía que su piel escamosa era demasiado gruesa y era posible que, si las armas no le dañaban, tampoco le afectara. Y no podía estudiarlo porque tampoco eran capaces de sedarle plenamente, es más, les había costado enormemente capturarle una vez que se percataron de que, por accidente, lo trajeron con el Psicotrón, desde una dimensión desconocida tras un error de cálculo.

Ahora que lo pensaba, precisamente el dragón era la fuente de todos los problemas que habían tenido. La sobrecarga que sufrió el aparato por traerle provocó un malfuncionamiento y que abriera otros portales sin ningún control; ya se habían encontrado alguna cosa extraña en la isla y no alcanzaba a imaginar qué más podría haber aparecido. Había mandado a sus esbirros a investigar y, aparte de alguna cosa inerte sin ningún interés, le habían traído a esa chica. Otro dolor de cabeza continuo.

Pero por lo menos aquella bestia les resultaba increíblemente valiosa, pues en el momento de capturarla se dieron cuenta que donde estaba había varios cristales de energía, de una talla irregular. No encontraron explicación en ese momento pero a los pocos días de tenerlo en las instalaciones encontraron otro cristal dentro de la jaula del animal. No era una manera elegante en la que aparecían pues por lo visto eran los desechos de su nueva adquisición. ¡Quién hubiera imaginado semejante golpe de suerte! Aunque pasaran varios días sin que el dragón los produjera era más que suficiente tener semejante fuente de energía ilimitada.

Al menos este consuelo les ayudaba a mitigar el valor de lo perdido. Lo peor de todo era que el Psicotrón, tras la sobrecarga, había quedado inutilizado. Se habían frito parte de sus circuitos y no reaccionaba, por no hablar que había agotado por completo los cristales que hacían de baterías. Por suerte tenían al dragón para reemplazar los cristales, aunque las reparaciones serían otro cantar.

Cortex dejó de pensar en el aparato porque se estaba poniendo de mal humor y decidió centrarse de nuevo en el dragón. Como no podían penetrar su piel sólo habían conseguido capturarle administrándole los narcóticos mezclados con la comida. Desplazarlo no fue complicado utilizando los medios tecnológicos de los que disponían. Sin embargo, una vez capturado, vieron que el animal era muy inteligente; acabó sospechando que le pasaban la comida adulterada y comenzó a rechazarla, poniéndose bastante agresivo, por lo que tuvieron que alimentarlo sin trampas… y era un gasto considerable, a pesar de estar claro que se encontraban ante un cachorro. Tanto a él como a Brio les preocupaba que creciera lo suficiente para escupir fuego; no estaban convencidos de que así fuera pero no querían arriesgarse a descubrirlo. Tampoco estaban dispuestos a dejarlo de lado teniendo en cuenta su incalculable valor. Si tan sólo pudiera controlarlo…

Pero, a pesar de todos estos fracasos, Neo tenía otro as en la manga que en muy poco tiempo pondría en práctica. Se volvió hacia las bombonas que contenían su solución. Lo único que llevaban impreso en ellas eran grandes letras: N2O. Por lo menos con eso estaba convencido de que se quitaría el problema de domar al dragón, a no ser que reaccionara al óxido nitroso de una manera inesperada. De momento, mejor no preocuparse, incluso Brio parecía bastante optimista.

Por lo menos, en lo que atañía al dichoso dragón habían avanzado, pero le quedaba el problema de aquella muchacha. ¿Qué haría con ella? Brio le había sugerido justo después "sacar la basura" y a él le había parecido una buena idea pero se resistía sabiendo que poseía conocimientos en veterinaria. Por lo que indicaba en el carné estudiantil que tenía la joven veía además que era de las mejores de su promoción. No le vendría mal otro ayudante. Pero ¿cómo convencerla? Le acababa de quedar bastante claro que privarla de sustento no la haría cambiar de idea. Tendría que retirarle el agua, sí, seguro que eso la haría cambiar de parecer. Y si no… tendría que tirarla por el contenedor de desperdicios. Una auténtica lástima.

Y entonces Neo tuvo una brillante idea, mientras contemplaba los monitores de las cámaras de vigilancia. Sonrió enseñando sus dientes y comenzó a reírse.



Ana se despertó bruscamente porque le traían el desayuno. Pero en esta ocasión era Brio quien depositó la bandeja introduciéndola por el hueco, como de costumbre, pero la chica se quedó estupefacta. El otro además se quedó parado delante de las rejas con una sonrisa que a Ana se le antojó un poco falsa.

- ¿Y esto? – preguntó ella.

- El desayuno.

- ¿No me digas Sherlock? Pero ¿por qué?

- El Dr. Cortex dice que se te ve hambrienta – contestó Brio – Es absurdo tratarte tan mal cuando eres una invitada, aunque te pedimos que al menos nos dejes trabajar en paz. A cambio, te daremos más comida. ¿Qué te parece?

- Que me estás tomando por tonta. ¿Qué estáis tramando?

Brio se mostró ofendido.

- No estamos tramando nada, tan sólo queremos trabajar en paz y contigo es francamente imposible. Si no te gusta, puedo llevarme la bande…

- ¡No! – exclamó Ana.

- Ya me parecía…

El científico le sonrió de una manera que a ella no le gustó y se marchó.

Ana miró con gran desconfianza la comida. Estaba segura que había gato encerrado pero su estómago protestaba irritado y la instaba a que se comiera todo lo que había allí. Cuando se la fue a llevar a los labios se detuvo. La miró desde todos los ángulos y la olió pero no detectó ninguna droga en ella, aunque eso no la tranquilizó. Finalmente se le ocurrió dársela de oler al dragón, él – o ella - tenía mejor olfato; éste reaccionó con entusiasmo al manjar por lo que eso fue suficiente garantía para Ana. En agradecimiento, le dio una parte a la criatura y se comió el resto.

- Chica lista, pero no lo bastante. – dijo Neo mirando a través de los monitores con las manos cruzadas tras la espalda – Picó el anzuelo, el primero de los muchos que vendrán después.

Más tarde aquel día Ana hacía los ejercicios físicos que ya tenía por costumbre para que su sistema muscular se resintiera lo menos posible durante su cautiverio. Mientras tanto no paraba en darle vueltas a la cabeza sobre cómo escapar de ese lugar, quedarse sin horquillas no la haría desistir; ya había memorizado el laboratorio donde se encontraba pero desconocía el mapeado del resto del edificio y aquí no había un compinche recluso que pudiera ayudarla como en las pelis.

En esos momentos el doctor Cortex trabajaba solo evaluando a uno de sus experimentos. Ana ya había aprendido a desconectar e intentar no escuchar los sonidos de su alrededor porque le destrozaba el corazón oír los quejidos de los animalitos cuando eran sometidos a las pruebas de los malvados científicos. Además le habían indicado que por eso le daban comida de nuevo y no quería arriesgarse a que se la volvieran a quitar. Otro de los pensamientos que le ocupaban la mente era qué querrían de ella esos dos.

Tan ensimismada estaba que no se percató de nada hasta que la voz de Cortex se elevó de tono.

- ¿Cómo ha sido? – preguntaba.

Ana miró de soslayo. Hablaba con uno de sus guardias pingüinos que lo único que salía de su pico eran graznidos. La chica se preguntó cómo demonios conseguía el científico entenderse con ellos.

- No me lo puedo creer – dijo entonces el doctor – ¿Y por qué no has ido a ver a Brio?

El pingüino contestó en su jerigonza incomprensible. Mientras tanto el animalito que estaba examinando, un dingo ya evolucionado, mordisqueaba despreocupadamente uno de los ya muy castigados reposabrazos de su asiento. Cortex no parecía darse cuenta.

- ¿Qué? ¿Qué se ha negado a verte? ¿Qué te ha dicho exactamente?

Otra serie de graznidos, el último lastimero. Ana se fijó en que una de las alas del pingüino tenía un aspecto extraño.

- Mira, si te has roto el ala es él quien debe curártela. Yo ahora ando ocupado, pero si se ha negado espera aquí que me encargo de que cumpla con su trabajo, que para algo le pago.

Y se marchó pisando fuerte del laboratorio dejando a los dos animales solos. El dingo seguía a lo suyo pero el pingüino tenía la cabeza baja y emitía unos gorjeos quejumbrosos.

A Ana se le ablandó el corazón en ese momento. No quería saber nada de los experimentos de Cortex pero su alma sufría al ver a una criatura atormentada.

- ¡Psst, psst! – llamó al pingüino, intentando captar su atención. Al poco, el animal la miró - ¡Psst, eh, ven aquí! – dijo, animándole con la mano.

El pingüino parecía indeciso y miró hacia otro lado para, a continuación, volverla a mirar.

- Soy doctora también – eso no era del todo cierto, pero Ana siempre pensaba que el fin justifica los medios - Puedo examinarte el ala si quieres.

El pobre animal inclinó ligeramente la cabeza y soltó unos graznidos suaves, pareciendo comprenderla. Después, aún con cierta reserva, se acercó despacio hasta la jaula.

- ¡Eso es! – le animó la chica. De no haber estado tan preocupada por él quizá hubiera podido engañarle para que la sacase de allí pero sólo quería mirarle el ala.

Cuando el pingüino estuvo delante no fue muy difícil convencerle de que le extendiera todo lo posible el ala para que pudiera palpársela. Ya sabía que era muy probable que la tuviera rota pero quería localizar la fractura.

- Voy a tocarte el ala muy despacio ¿de acuerdo? Te dolerá un poco, pero así sabremos dónde está el problema. ¿Entendido? – le dijo con el mismo tono con el que hablaría a un niño lo cual la hizo sentirse muy extraña.

Sujetando el extremo del ala con una mano se puso a palparle por el falange terminal y fue subiendo hacia el metacarpo, el cúbito y el radio. Fue justo en esa zona donde el animal dejó escapar un graznido más alto y retiró el ala, pero Ana le sujetaba con firmeza y no se le escapó.

- ¡Lo siento, perdona! – le susurró dulcemente y comenzó a imitar los sonidos del pingüino para tranquilizarlo, cosa que funcionó. Ana le acarició la cabeza y él se relajó del todo –Ya, ya… shhh, tanquilo… no es nada… ya pasó, ya pasó…

- ¡EH! – exclamó Cortex entonces pues justo regresaba - ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Quítale las manos de encima!

- Este animal tiene una fractura cubital o eso he podido deducir mediante el tacto. No es grave, tan sólo con entablillarla…

- ¡Apártate de la jaula, pájaro bobo! – increpó al pingüino, que se retiró obediente - ¿Quién te ha pedido tu opinión, listilla?

Ana le encaró.

- Nadie, pero el animal sufre. ¿Y Brio?

Cortex se cruzó de brazos.

- Indispuesto – suspiró molesto y se volvió hacia el pingüino, dándole la espalda – Tendrá que esperar hasta que esté disponible.

- ¿No ves que le duele? ¡Cúrale tú mismo! ¿Es que no tienes corazón? – apeló Ana, mirando con ternura al animal herido.

Cortex no dijo nada durante un momento. Entonces, sin girarse, le dijo:

- No puedo en estos momentos y créeme que me interesa. Pero si tanto te preocupa… cúrale tú.

- Lo haría si no estuviera en esta jaula.

Si Ana hubiera podido verle la cara al doctor se hubiera preocupado por la sonrisa que esbozaba.

- Bueno, eso tiene fácil arreglo – dijo éste. Fue a buscar algo a un cajón y regresó a la jaula con una llave.

Así abrió el candado y liberó a Ana.

- Aquí tienes todo el instrumental necesario para tratarle. Dices que tiene una fractura y estoy de acuerdo con tu diagnóstico por cómo dobla el ala, pero si quieres asegurarte, ahí tienes una máquina de rayos-X – añadió, señalando un rincón – Así que todo tuyo. No intentes escapar, no te lo aconsejo. Y, ahora si me disculpas, estoy ocupado.

Y volvió con el dingo.

Ana le miró por un momento y luego volvió a llamar al pingüino que la siguió algo más animado.


Un rato después ya le había hecho la radiografía y Ana la estudiaba con atención. Efectivamente se apreciaba una fractura en el cúbito, muy cerca de la articulación con el húmero. Cortex la observaba disimuladamente por el rabillo del ojo.

- ¿Y bien? – le preguntó mientras soltaba al dingo y le hacía que se marchara.

- Es una fractura, simple por suerte – suspiró Ana – Con entablillarlo será suficiente.

- ¿Me permites? – le dijo Cortex con fingida reverencia.

Sólo observó la radiografía unos segundos y asintió.

- En ese armario tienes todo lo necesario.

Ana se dispuso a entablillar al pingüino pero cuando vio la aguja hipodérmica que la chica le había preparado para suministrarla y que no sintiera dolor éste empezó a graznar enfadado y no dejaba el ala quieta. Sin embargo la paciencia de la chica era infinita y no se molestó en absoluto cuando a la tercera vez el animal intentó picotearle la mano.

- ¿No tendrás alguna chuchería o algo así para él? – le preguntó a Cortex, que estaba preparando la prueba para examinar a otro ejemplar.

- ¿Para qué quieres eso?

Ana sintió una punzada de ira pero se armó de paciencia.

- Para engañarle y que se deje pinchar, porque no consigo que se esté quieto para poderle curar. Los huesos rotos duelen ¿sabes?

- ¿Y por qué no le das un toque con eso? – dijo él señalándole la aguja eléctrica con la que la amenazó el primer día.

Ante la mirada asesina de Ana, Cortex puso los ojos en blanco y hurgó en un armario, farfullando. Sacó unas galletitas de diferentes colores y se las tendió.

- Nunca me han ido estas chorradas…

- Gracias – le espetó Ana.

Le dio un par al animal que se puso muy contento. Tan ensimismado estaba que apenas notó el pinchazo de la inyección. Así Ana pudo ponerle las tablillas y las vendas. Cuando terminó observó el resultado muy satisfecha. El pingüino también lo estaba.

- ¡Buen chico! – le animó la veterinaria y le dio otra galletita - ¡Te has portado muy pero que muy bien! – agregó, acariciándole la cabeza.

- Por favor, creo que voy a vomitar – oyó que murmuraba Cortex con cierto desprecio pero sin apartar la vista de su trabajo.

- Tratando a los animales con cariño se consigue mucho más que con torturas – le espetó Ana en tono glacial.

Cortex hizo una mueca y se acercó a examinar el trabajo de Ana, ignorando su comentario.

- Mm... No está mal – se volvió hacia el pingüino - ¿Contento? Y ahora, largo, a tu puesto.

- ¡No toques la tablilla y mañana ven de nuevo a que mire cómo va! – le dijo Ana al pingüino mientras recogía lo que había dejado por medio.

- Brio estará mañana y ya se encargará él – le recordó Cortex.

- Perdona, pero he sido yo la que le he curado. Si fuera por él el pobre aún estaría con el ala mal y muy probablemente se le hubiera complicado más. Mañana le examinaré yo.

- ¡Bah! Eso es cosa vuestra. Ahora, a tu celda.

Pero cuando la chica no le miró se frotó las manos complacido.


A pesar del más que evidente enfado de Brio fue Ana quien examinó al pingüino al día siguiente. La tablilla seguía en su sitio y todo parecía ir bien. Como recompensa el animal recibió otra chuchería. Estaba increíblemente orgullosa de su obra, se sentía bien consigo misma… ignorando que estaba siguiendo el camino que el doctor Neo Cortex quería que siguiera.

Y para cualquiera hubiera sido más que evidente cuando, al día siguiente, un enfadadísimo Nitrus Brio entró en el laboratorio y cuchicheó con su colega. Luego, ambos la miraron y volvieron a murmurar. Ana no tenía ni idea de qué pasaba pero estaba claro que hablaban de ella. Se levantó cuando Cortex, visiblemente divertido, se acercó a su celda.

- Parece que a mi colega, el doctor Brio – carraspeó, aguantándose una carcajada – le han rechazado. Por lo visto los experimentos sólo quieren que les examines… tú.

Ana parpadeó confusa.

- ¿Qué les examine yo?

- Sí. Al parecer se ha corrido la voz de que eres muy buena doctora, amable y cuidadosa... ya ves tú… Ni siquiera con las amenazas habituales han cambiado de parecer. Brio les ha avisado de que tú no quieres saber nada de…

- ¡Si están enfermos quiero verlos! – exclamó Ana.

- Mm… no sé yo. Eres sólo una estudiante – dijo Cortex, fingiendo no aprobarlo.

- Efectivamente, doctor – intervino Brio – Sabe que mi trabajo es impecable. Además mis conocimientos son mayores que los de esta cría que ni siquiera ha terminado sus estudios…

- Sí sí, eso ya lo sé – le contestó su superior – Pero, si lo pensamos, no nos podemos arriesgar a que los mutantes se subleven… en fin, no tenemos más remedio que dejar que la jovencita les examine para contentarles…

- ¡Pero doctor!

- ¡Silencio! Es mi decisión. Que sea la chica quien les atienda pero tú la supervisarás de cerca. Siempre y cuando no vuelvas a quedarte indispuesto con uno de tus dichosos experimentos…

- No señor – dijo Brio y agachó la cabeza, sumiso.

- Bien. Ve allí y diles que ahora irá la… doctora – esto último lo dijo con cierto tono de burla.

Momentos después Cortex abría la jaula y Ana salía más que impaciente.

- Antes de que te vayas quiero que te pongas esto – dijo él alargándole una especie de anilla de metal.

A Ana no le gustó nada el aspecto que tenía.

- ¿Qué es?

- ¡Ah! Es sólo un dispositivo para asegurarme que no intentas jugármela. No creerás que soy lo bastante estúpido como para dejarte andar así como así por mis instalaciones. A la mínima que intentes algo sospechoso un botón y la electricidad fluirá sin trabas, lo que hará que te retuerzas de agonía. Bonito¿verdad? - Cortex sonrió con maldad.

- ¿Y si me niego?

- Bueno, pues los animalitos se quedarán sin doctora. Ya encontraremos Brio y yo una alternativa que les contente... menos amable, supongo.

- Está bien, me lo pondré – masculló Ana a regañadientes y se puso el collar. Por lo menos era bastante ligero.

A continuación Cortex la guió hasta el despacho de Brio. A Ana le sorprendió ver la cantidad de mutantes que esperaban con paciencia en la entrada. Cuando la vieron la miraron fijamente y con atención, algunos empezaron a susurrar cosas que no pudo oír.

- Adentro te espera Brio. Y recuerda, nada de trucos o el collar hablará por mí.

- Descuida – dijo Ana sin mirarle y se apresuró a entrar.

- Atendió a todos y cada uno de ellos. Nunca los había visto tan dóciles y obedientes – explicaba Brio con cierto tono de celos en su voz – Como indicó, la dejé hacer con total libertad y supervisé su trabajo. He de admitir que para ser una estudiante trabaja bastante bien. La vi muy segura de lo que hacía.

- Excelente – rió Cortex – Es tan noble – continuó burlón - que ha caído exactamente como esperaba en la trampa.

- La verdad que el incidente con el pingüino ha sido la mar de oportuno. Ha salido todo como esperó, doctor.

- Sí, así que ahora toca mover de nuevo. Esta vez, tendremos que ganarnos su confianza porque, aunque colabore con nosotros, sólo lo hace por los animales. Lo cual nos viene pero que muy bien...


1 comentario:

  1. Con que Spyro ¿eh? xD

    A Ana le da igual ya todo: está harta de estar encerrada en una jaula y no hacer nada. Además es superior a sus fuerzas ver a algún animal sufriendo, de modo que sólo lo hace por el bienestar de éstos y no por el doctor Cortex.

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