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[Crash Bandicoot] Universos entremezclados - Capítulo VI - Palabras amables


Tal como se ha contado así estaban las cosas en la Isla de Cortex y todo por la presencia de una jovencita totalmente forastera al universo al que la contenía. Ajena a todo este torbellino de emociones y sentimientos encontrados el único pensamiento que ella tenía era regresar a su hogar. Se percataba de los intereses del doctor Cortex por arreglar el Psicotrón pero sospechaba que no se estaba dando demasiadas prisas. Ana se devanaba los sesos intentando encontrar una excusa para acelerar las reparaciones; lo único que se le ocurrió fue una solución que no le agravaba en absoluto pero no tenía otra alternativa.

Esa misma tarde se dirigió hacia el despacho de Cortex pues éste estaba enfrascado en tareas puramente administrativas que, aunque tediosas, eran necesarias para el avance de su organización.

Tras llamar a la puerta y recibir permiso para entrar – no había ninguna secretaria - se encontró con un cubículo más reducido de lo que Ana había supuesto pero que estaba pulcramente iluminado y ordenado. Numerosos diplomas adornaban la pared posterior a la mesa de escritorio, que estaba a rebosar de papeles. Neo estaba sentado en una confortable silla de cuero, con sus ojos oscuros fijos en el papel que tenía delante.

- Espero que sea importante esta intrusión, ando muy ocupado – gruñó sin despegar la vista mientras garrapateaba cosas que Ana prefería no conocer.

- Pues sí que lo es – contestó ella con sequedad – Me preguntaba cómo avanzan las reparaciones del Psicotrón.

- Avanzan, que no es poco.

- Pero ¿cómo?

- De manera constante.

- ¿Qué quieres decir con eso? ¿Falta mucho todavía? – insistió la chica.

Cortex emitió un suspiro de fastidio. Estaba irritándole.

- Sí.

- Pues deberían ir más aprisa.

- Mira – contestó él dejando de escribir y mirándola con cara de pocos amigos – Es un material sumamente delicado, por no hablar que se trata de un prototipo mejorable. Es necesario tener tantos factores en cuenta que ni tu brillante mente puede llegar a imaginar, doña listilla.

- Me prometiste que si trabajaba para ti sería libre.

- Así es.

- No veo que eso tampoco me lleve a ninguna parte.

- ¿Acaso dudas de mi palabra?

- Digamos que la palabra de un científico malvado no tiene mucho valor para mí.

- ¡Oh, vaya! ¡Qué pena! Pues me temo que tendrá que valerte de alguna manera. Ahora, si eres tan amable – concluyó, bajando la vista de nuevo y agitando una mano para indicarle que se fuera.

- No, no lo soy. ¿Cuándo estará listo?

Cortex cerró los ojos por un momento e hizo un hercúleo esfuerzo por no ponerse a gritarle.

- No puedo dar un plazo fijo. Créeme, estoy muchísimo más interesado que tú en repararlo de una vez.  No tengo por qué darte más explicaciones. Si te crees tan lista, arréglalo tú, que me harás un doble favor: tenerlo de nuevo operativo y librarme de tu presencia. Pero por ahora me conformo con que salgas de mi despacho, a no ser que quieras que llame para que te echen a la fuerza.

Ana le fulminó con la mirada y salió dando un sonoro portazo que hizo temblar todo el mobiliario, lo que provocó que uno de los diplomas del doctor cayera al suelo entre un crujir de cristales rotos.

Neo apretó con tanta fuerza la estilográfica que por poco la parte.


La situación entre ambos era totalmente insostenible, llegaban hasta el punto de no soportarse que no querían estar en la misma habitación. Ana seguía furiosa tanto por el asunto del Psicotrón como por el incidente tan incómodo de las duchas; no quería ni verle en pintura y, cuando acudía a los baños, se las apañaba para colgar una toalla para tapar la vista, corriendo el cerrojo.

En cuanto a Neo seguía afectándole de manera más que evidente la tensión y, aunque siempre estaba de mal humor y estaba acostumbrado a trabajar con ese carácter le estaba empezando a hacer mella. ¿Cómo había dejado que todo llegara a esta situación? Estaba más que decidido a deshacerse de una vez de aquel incordio femenino arrojándola si era preciso al mismo océano, pero si lo hacía estaba seguro que sus esbirros se pondrían furiosos; y, para qué engañase, el Vortex no garantizaba nada viendo los resultados. Debido a esta situación Cortex estaba más quemado de lo ordinario y, cómo no, descargaba su rabia sobre todo lo que se le cruzara que solía ser, en la mayoría de los casos, el pobre Brio que intentaba quitarse de en medio sobre todo cuando sabía que su jefe había discutido con la jovencita.

Y aún más cuando volvió a tener un sueño bastante similar al primero solo que mezclándolo con su despacho.

Ana entraba de nuevo exigiéndole explicaciones sobre el avance del Psicotrón pero esta vez se sentaba de manera bastante sugerente sobre su mesa. Y, muy a su pesar, en vez de arrojarla fuera para seguir trabajando más bien se lanzaba él sobre la mesa... aunque finalmente eran interrumpidos por, curiosamente, NGin en traje de baño. Cuando despertó del sueño estaba de un humor de perros y no hubo quien se atreviera a dirigirle la palabra el resto del día.



Por suerte – o desgracia - la situación cambió cuando hubo un ligero problemilla con el E-Volvo y todo por culpa del mencionado malestar general. Cortex se propasó con un ejemplar de un demonio de Tasmania llamado Lumpa, que no era la primera vez en la que se veía sometido al E-Volvo con escaso resultado. No sabía si se debía al material genético de aquella bestezuela pero no conseguía obtener un resultado satisfactorio. De modo que prolongó más de lo aconsejado la exposición del rayo al pobre animal. Brio miró alarmado.

- ¡Doctor, si sigue así lo matará!

Entonces se escuchó un alarido inhumano que provenía de la camilla donde estaba Lumpa.

- ¡Maldición! – escupió Cortex bajando la palanca para apagar la máquina.

Observó que Lumpa se había quedado inconsciente. Ana apareció también en ese momento, pues había escuchado el chillido.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó asustada.

- La que faltaba – masculló Cortex. Apagó por completo el aparato y los tres se acercaron a mirar al demonio.

- Está vivo – aclaró.

- ¿Qué le habéis hecho? – preguntó Ana.

Brio examinaba el informe del ordenador y Ana a Lumpa. Cortex la dejó hacer porque estaba tan enfadado por lo ocurrido que no tenía ni ganas de echarle.

- Lumpa parece bien externamente pero no me gusta nada la respiración que tiene.

Entonces el demonio de Tasmania estornudó y, despertándose bruscamente, se llevó una manita con garras al costado.

- Duele – dijo con su voz infantil, pues Lumpa era muy jovencito.

Su respiración ronca se hizo más evidente. Ana enseguida comenzó a palparle sin que se moviera pero cuando le hizo daño éste soltó un aullido y enseñó un poco los dientes. La chica apartó la mano y exhibió una mueca de aprehensión.

- Tiene… tiene un bulto extraño aquí… es como si…

- Déjame ver – dijo Cortex - Estúpido animal – pensó para sus adentros.

Repitió la misma operación y luego auscultó a Lumpa.

- ¡Mm! Parece que el problema es una costilla. Le está rozando con algún órgano, seguramente el pulmón, de ahí que respire como si fuera un cerdo.

-¿Lumpa no hacer  bien? – preguntó el pobre, esbozando una estúpida sonrisa lastimera. 

- No es culpa tuya, Lumpa – le dijo Ana con dulzura. Luego lanzó una mirada envenenada a Neo – Si no del doctor.

Lumpa la miró como un perrito que espera que le lancen la pelota. Cortex sintió el impulso de utilizar el rayo láser a máxima potencia y freírles a los dos, pero se contuvo.

Brio se había acercado con el informe impreso que Neo le arrancó de las manos para leerlo con atención. Agachó los hombros y levantó la vista.

- Tiene pinta de que el E-Volvo ha sido utilizado con demasiada potencia y durante demasiado tiempo. Por suerte, detuve el rayo a tiempo antes de que causara más daños.

- Sí, mucha suerte, que se lo digan al pobre Lumpa. Estarás satisfecho – dijo Ana enfadada cruzándose de brazos.

- No, no lo estoy – dijo él, enfadado – Aunque no lo creas un fracaso como éste no es de nuestro agrado. 

Brio asintió.

- Consigue dañar aún más al animal. Creía que eso te gustaba.

- No entraré de nuevo en tu juego – le espetó Cortex – Un fracaso nos cuesta mucho dinero y tiempo, por no decir que no nos gusta descartar los sujetos expuestos a las pruebas, porque hacemos lo posible por recuperarlos.

Ana pareció ligeramente sorprendida.

- Pensaba que en esos casos les aplicaríais… la eutanasia – dijo mirando de reojo a Lumpa, pero esa palabra no entraba en su vocabulario y no la entendió.

Brio abrió muchos los ojos.

- ¿Y desperdiciar horas y horas de trabajo? ¡Ni hablar! ¿Qué me dices de Ripper Roo?

- Ripper Roo es un experimento fallido, tampoco remediáis vuestros errores. Precisamente él tiene un gran problema mental y no habéis hecho absolutamente nada por ayudarle.

- ¡Ripper Roo es un g-genio! – repuso Brio, algo dolido por el comentario– Es cierto que es un poco i-inestable y que se ríe constantemente, es peor que una hiena en ese aspecto. Pero aun así es sumamente inteligente.

- Sí, además de que gaste un buen pellizco de presupuesto en explosivos que no sabemos ni dónde poner – añadió Cortex también molesto porque cargaran contra su primera creación – Pero dime, doña listilla, tú que eres tan lista ¿cuántos psiquiatras de animales conoces? ¿Cuántos animales pueden exponer los oscuros entresijos de sus mentes trastornadas para ser sanados?

Ana guardó silencio otro rato. Conocía a un detective de mascotas ficticio pero no a un psiquiatra de animales.

- Quizá les valga uno humano – murmuró.

Brio negó con la cabeza

- L-las autoridades tendrían un poquito más fácil el encontrarnos; no se me olvida que n-no podemos pisar determinados países, piden buenas sumas por nuestras cabezas… Por otro lado ¿cuántos psiquiatras crees que no te encerrarían si les dijeras que quieres una sesión para un canguro azul mutante? 

- Eso es cierto, pero seguro que le querrían ayudar. Yo por ejemplo tengo una amiga que…

- ¡Basta! A pesar de sus problemas Ripper Roo es útil en muchos aspectos, dejemos el tema porque ni recuerdo por qué hemos empezado a discutir – dijo Cortex. Había cerrado los ojos y se masajeaba la frente – De tanto oírte, mocosa, me está dando dolor de cabeza y no me dejas pensar… ¡Lumpa! – llamó– Ven aquí, que voy a examinarte con los rayos-x.

El demonio de Tasmania tragó saliva y se escondió detrás de Ana.

- ¿Más dolor? 

- ¡No idiota! Los rayos-x son de los que no duelen.

Lumpa dio un respingo y acudió con la lengua colgando hacia donde le indicaban. Obediente, se colocó y quedó inmóvil.

- ¡A Lumpa le gusta este juego! – dijo y luego dejó escapar un gemido de dolor.

Cortex encendió la máquina pero cuando Brio se acercó para ayudarle Neo le rechazó.

- Que venga la chica. Tú recalibra el Evolvo.

Ambos obedecieron (Ana sin más remedio) y, cuando Lumpa le miró, le dedicó una débil sonrisa. Tenía ganas de escapar de allí junto con los animales y no mirar atrás. Al menos estaba segura que ellos se las arreglarían bien viviendo en la isla (pensó en los aún inexistentes Crash y Coco por un momento) pero ella no tenía adonde ir.

Cortex hizo una toma completa de Lumpa y volcó los resultados en el ordenador. Cuando apagó el aparato y se dedicó a esperar los resultados, Ana acariciaba a Lumpa en la cabeza para intentar tranquilizarlo.

A una señal del científico se aproximó.

- A ver, dime tú cuál es el problema.

Ana observó con atención las radiografías.

- Efectivamente, es esta costilla de forma anormal. Le está rozando el pulmón… no veo más anomalías.

- Por suerte. ¿Sabes lo que significa?

Ana suspiró.

- Que hay que operarle o podría causarle daños graves.

Neo asintió y carraspeó lanzando una mirada de soslayo a Brio.

- En ese caso ¿te gustaría estar presente en la operación? Imagino que, como estudiante, no habrás realizado aún operaciones en sujetos vivos.

- La verdad es que no, más bien poca cosa y siempre sobre cadáveres, aunque ya he visto unas cuantas tras los…

- ¿Querrías ser entonces mi auxiliar? Creo que te vendría bien para aprender algo más. Siempre y cuando mantengas esa boca cerrada y no me causes problemas. Si no eres capaz, te echaré a patadas del quirófano.

Por un lado Ana estuvo tentada de decir que no pero luego miró los grandes ojos de Lumpa que les observaba  a los dos con la lengua fuera. Por otro lado estaba en juego la salud del animal.

- De acuerdo – dijo ella finalmente – Lo haré por Lumpa, quiero ayudarle. 

Brio se había vuelto en su silla.

- Pero jefe ¿y yo qué hago?

- Aprovecha para continuar tus pruebas, que te hace falta.

- ¿Cuándo operaremos? – preguntó Ana y lanzó una mirada de disculpa a Brio, que apartó la vista casi al momento.

- Miraré el expediente de Lumpa pero creo que mañana mismo – dijo Cortex volviéndose hacia el animal – Le vamos a curar la costilla mala a Lumpa. Lumpa no puede comer nada desde ahora – dijo, separando las palabras y poniendo los ojos en blanco.

El interpelado inclinó la cabeza, no muy contento con las noticias.

- ¿Y Lumpa no más dolor? – preguntó mirando a Ana.

- Eso es. No más dolor – asintió ella.

- Entonces Lumpa será bueno.


A la mañana siguiente Ana aplicaba la mascarilla sobre el hocico de Lumpa, que la miraba con ojillos asustados. 

- Tranquilo. Todo saldrá bien– le tranquilizó.

Lumpa asintió suavemente con la cabeza, pues no podía hablar y pronto se quedó dormido.

Cortex observó a la muchacha acariciando al animal mientras se ponía los guantes de operar. Al ver al animal tan complacido no sabía muy bien cómo sentirse él. ¿Por qué tenía ese malestar en el estómago cuando miraba a la chica? Quizá fuera porque le sacaba de quicio o quizá fuera por otra cosa… Sacudió la cabeza para descartar la idea y se acercó.

Ana no había dejado de examinar a Lumpa y sus constantes. Estaba un poco nerviosa no porque fuera a operar (eso lo haría el mismo doctor) si no porque nunca había presenciado una operación tan de cerca y porque estaba preocupada por el animalito. Se había recogido el pelo en un apretado moño y se había equipado con todo lo necesario.

- Bien – dijo Neo - ¿Cómo está Lumpa?

- Todo bien. Está totalmente sedado – contestó Ana.

Cortex lo corroboró.

- ¿Lista? – preguntó a Ana.

Ésta le miró algo nerviosa pero decidida.

- Eso siempre.

- Bien. Pues empecemos de una vez.

La operación fue muy delicada pero Ana se maravilló ante la seguridad y tranquilidad que Neo mostraba al operar. Parecía increíble que un hombre con tanto temperamento pudiera ser tan delicado si se lo proponía. Con gran temple le informaba de los pasos que iba a realizar, la dejaba observar antes para que ella se quedara con los detalles y muchas veces le preguntaba qué haría ella en el siguiente paso. Ana respondía y por un momento ambos se convirtieron en colegas dejando de lado sus continuas diferencias.

La parte más delicada fue cuando Neo tuvo que eliminar la parte de hueso sobrante, reconstruyendo el restante para que quedara igual que el resto. Si se desviaba aunque fuera un poco podría dañar a Lumpa de una manera desastrosa. Ana tuvo que limpiarle varias veces el sudor de la frente y ella misma se sentía increíblemente nerviosa; estaba convencida de que el pulso le temblaba horrores y que si hubiera tenido que operar ella sólo habría empeorado la situación. Pero él respiraba sosegadamente tras la máscara de cirujano, no le tembló el pulso ni un mínimo y con una precisión increíble, solventó el problema sin daños.


Cuando todo hubo terminado dejó que fuera Ana la que cerrara la incisión a Lumpa. Estaba muy excitada pero la tranquilidad de su compañero se le había contagiado. Al finalizar, retiró la mascarilla del hocico del animal.

- ¿Qué te ha parecido? – le preguntó Neo a sus espaldas.

Ana se volvió a él quitándose su mascarilla y dejó ver una amplia sonrisa. Se le había deshecho un poco el moño y mechones sueltos colgaban debajo del gorro de quirófano, estaba empapada en sudor y lucía ojeras bajo los ojos, pero aun así a él le pareció que estaba radiante.

- ¡Has estado increíble, Neo! – dijo ella, emocionada - ¡La manera en que has cortado un hueso tan pequeñito sin usar ningún tipo de apoyo! Y cuándo lo has limado para igualarlo… ¡eres un cirujano estupendo!

Cortex se quedó mudo de asombro. Nadie jamás había alabado su trabajo; además no se le pasó por alto de que le había llamado por su nombre de pila. Notó que empezaba a ruborizarse y se dio la vuelta para que ella no lo notara, lavándose de nuevo las manos.

- Bueno… eer… es tan sólo cuestión de práctica – contestó abrumado, siendo por una vez sincero, algo a lo que tampoco estaba acostumbrado. Carraspeó e intentó agravar su voz – Me refería a qué te había parecido la experiencia. ¿Te ha sido útil?

- ¿Bromeas? ¡He aprendido un montón! Ha sido… genial.

- Entonces, si por casualidad tengo que volver a operar…

- ¡Sí! – exclamó la chica– Sí, por favor, quiero estar presente.

Cortex asintió. Se volvió a ella y, sin mucho esfuerzo, le sonrió.

- Trato hecho.


1 comentario:

  1. Jajaja Cortex es un pardillo y con ese complejo de inferioridad es normal que intente camuflar sus sentimientos con una máscara de animadversión. No le gusta sentir eso, no quiere que los demás se enteren que lo sienten porque ya piensa que va a ser humillado y se reirán de él...

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