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[Crash Bandicoot] Universos entremezclados 2 -- Capítulo X - Una garra amiga

 


Cuando Crash volvió al poblado ya había amanecido y sus habitantes se preparaban para un nuevo día. A pesar de sus preocupaciones no se le pasó por alto que los indígenas se encontraban visiblemente alterados; cuando llegó ante Papu Papu para solicitarle ayuda para llegar hasta el Laboratorio Iceberg de Cortex, la base del doctor, se asombró de recibir una negativa por respuesta.

Al parecer, según explicó el jefe, no quería enfrentarse de nuevo a aquel hombre malvado que tantas calamidades les había ocasionado: Papu Papu aún tenía muy presente el día en que ese hombre llegó a las islas y mató con sus rayos a la gente de su pueblo y tampoco olvidaba el día no tan lejano en que por fin le apresaron y se lo llevaron a la aldea, buscando apaciguar a los dioses a los que había ultrajado con sus obras. Desafortunada e inesperadamente Crash le salvó y eso causó una enemistad pasajera entre el marsupial y los indígenas pero la hermana, Coco, le explicó más adelante a Papu Papu los motivos que tenía su hermano para haber ayudado al hombre malvado. Él los entendió e hicieron las paces, sin rencores, a pesar de que la aldea había sido destruida por un demonio gigante metálico que sin duda era aliado de aquel hombre y que apareció poco después de su marcha. 

Papu Papu no quería que eso volviera a repetirse por lo que, lamentándolo mucho, no iba a ayudarle. Además, los espíritus no estaban de su parte puesto que la noche anterior habían visto resplandores en el cielo y soplaba un viento del norte bastante fuerte, todos males presagios que hacían que no fuera buena idea iniciar una escaramuza.

Crash no se dio cuenta, con su escasa inteligencia, que con esos resplandores a los que Papu se refería se debían al reflejo del incendio de su hogar; quizá si se lo hubiera explicado adecuadamente el hombre se lo habría pensado un poco mejor. Además, según le confesó el jefe, tenía otro serio problema del que ocuparse en ese momento. Al parecer últimamente les desaparecía comida, principalmente carne. Precisamente anoche les habían sobrado un par de cerdos salvajes que habían dejado cocinados para esta mañana y, cuando fueron a echar mano de ellos, habían desaparecido. También se habían bebido todo el fuerte ponche que habían fermentado en un caldero con motivo de las siguientes ceremonias rituales que tocaban en esas fechas. Unas extrañas huellas sugerían que algún animal salvaje se había colado en su recinto y como el vigía que habían puesto casualmente se había quedado dormido no había visto nada.

Crash se relamió recordando el sabor del cerdo asado, a pesar de que normalmente no comía carne, pero agachó las orejas al comprobar que no tenía medios para llegar hasta el laboratorio de Cortex rápidamente. Pensó durante largos minutos mientras Papu le daba instrucciones a uno de sus guerreros, pues iban a organizar una partida de caza para rastrear al animal ladrón. Finalmente tuvo una idea y tirando del faldón del jefe para llamar su atención se expresó como mejor pudo, diciendo algo así como: 

- “No me importan los espíritus enfadados, quiero llegar al iceberg. Hagamos un trato: si os ayudo a buscar al ladrón de comida, me dejas un bote y ya me busco yo mi buena suerte. ¿Acuerdo?”

Papu se acarició el mentón pensativo y cruzó varias palabras en su idioma con el médico-brujo y sus mejores guerreros que estaban presentes. Finalmente asintió y dejó que Crash se uniera a la partida de caza, aunque por detrás hizo el gesto sagrado para ahuyentar la mala suerte: el bandicoot a veces podía ser una calamidad.


Siguieron el rastro a través de la selva, cinco indígenas delante y Crash detrás. Sus tripas rugieron, le estaba entrando algo de hambre y también sueño. Mientras bostezaba hasta que se le saltaron las lágrimas el cazador que iba en cabeza hizo una señal que imitaba el trino de un pájaro, y todo se pararon. Entonces echó el cuerpo a tierra y todos los demás lo imitaron, salvo el bandicoot quien no se había dado cuenta porque se había quedado empanado mirando una mariposa de vivos colores. Cuando volvió su atención a los cazadores y no vio nadie a su alrededor se quedó totalmente patidifuso. Entonces alguien le agarró y tiró de él para obligarle a tumbarse y por lo brusco que había sido se le escapó un “¡Whoa!”.

El indígena que le había agarrado se llevó un dedo a los labios: silencio. Entonces le señaló hacia delante y entre las hojas Crash pudo ver algo blanquecino más adelante. Se arrastraron sin hacer ruido unos metros y se asomaron todos con lentitud, mirando a través de las hojas de la maleza que les servía de parapeto. Había unos huesos blancos sin ápice de carne un poco más adelante, en un pequeño claro de la selva. Se oía el rumor del agua fluyendo, un arroyo y, asomando de la cueva que tenían justo enfrente se veía asomando una cola de un color azul muy oscuro rematada por una especie de aguijón de color más claro. Del interior se oían ronquidos acompasados. Estaba claro que esa era la guarida de la bestia: se habría atiborrado con la comida y embriagado con la bebida y ahora se estaba echando una buena siesta.

El cabecilla volvió a agacharse y recitó una serie de instrucciones: le rodearían para sorprenderle y le azuzarían con las lanzas.  Debían impedir que escapara a toda costa porque entonces tendrían que empezar de nuevo con el rastreo, además que la criatura ya estaría más alerta y sería más difícil de atrapar. Si lo hacían bien esa noche podrían darse un festín y uno de los cazadores, un joven grueso, asintió relamiéndose ante la idea de tan suculento manjar.

Se acercaron sin hacer ruido, Crash andando de puntillas e impaciente por ver de qué animal se trataba. Se aproximó a la cola y vio que tenía escamas. El interior estaba demasiado oscuro para ver el resto del animal, aunque no parecía ser demasiado grande. ¿Por qué a Crash le parecía tan familiar aquella cola?

Cuando todos estuvieron en posición, se dieron unas últimas pautas para asegurarse de tener éxito para pillarle desprevenido y que no tuviera opción de defenderse. El líder de los cazadores comenzó a dar instrucciones en voz muy baja sobre cómo hacerle salir de la cueva por lo que él y sus compañeros se habían agrupado en forma de círculo para evitar ser escuchados.

Por su parte Crash, ajeno a esas conversaciones, se había acercado hasta la cola, dándole algunos toques con el pie. Luego cogió el extremo, lo levantó un ápice y la dejó caer, pero el dueño no hizo ni un solo movimiento, no emitió ningún quejido. Entonces, como eso no funcionaba, tuvo la genial idea de saltar sobre su cola y se apartó al instante hacía unos arbustos ahogando una risita cuando la criatura rugió como respuesta. Hizo bien porque a continuación la cola desapareció en el interior de la cueva y surgió un chorro de fuego del umbral de la entrada.


Los pobres cazadores indígenas todo esto les pilló por sorpresa y dieron un respingo lanzando todo tipo de exclamaciones cuando vieron las llamas. Dejaron caer sus armas y salieron corriendo del lugar desapareciendo en la selva aterrorizados. Crash, quien se estaba aguantando la risa por lo sucedido permanecía oculto entre la vegetación. Esperó pacientemente para ver quién o qué salía.

Su paciencia se vio recompensada cuando vio asomarse un hocico escamoso de cuyas fosas nasales aún salía algo de humo; el hocico olisqueó el aire, retrocedió un poco, esperando. Entonces el dragón (porque de eso se trataba) salió al exterior y Crash pudo verlo en su totalidad, si bien era más pequeño de lo que se había esperado.

Se trataba de un dragoncito cuyo tamaño era algo inferior al de un vehículo biplaza. Tenía cuernos y espinas en la zona de la cabeza y del lomo y sus alas, siendo estos y sus placas del pecho de color turquesa pálido, mientras que el resto de su cuerpo era de un azul oscuro muy intenso. Sus grandes ojos, también aguamarina, vagaron por las armas abandonadas hasta los árboles de enfrente, como si estuviera sopesando si perseguir o no a los indígenas. Luego volvió a olisquear el aire, aunque esta vez en dirección a Crash.

Éste se encogió todo lo que pudo; no sabía si el dragón era amigo o no si, bien él ya había conocido a otro dragón que era amistoso eso no significaba nada. Además, él había sido quien le había pisado la cola.  

Entonces el dragoncito habló mirando en su dirección:

- Sé que estás ahí, puedo olerte. Sal, no te haré daño.

Crash obedeció, rascándose la cabeza aún con reservas. El reptil se desperezó, luego se le quedó mirando ladeando la cabeza.

 – No sabía que eras amigo de esos humanos tan cobardicas. 

Crash asintió con vehemencia.

- Lo suponía – suspiró y meneó la cabeza con pesadez - No me gusta que interrumpan mis sueños y más cuando me duele tantísimo la cabeza – hizo una pausa y al estudiar la expresión de reproche de Crash, agregó, con un gesto altanero – Ya sé que robar está mal, pero no hace mucho que llegué aquí y tenía mucha hambre. Necesitaba recuperar fuerzas, prometo que les restituiré lo sustraído con algunas gemas cuando pueda acceder a ellas. Los dragones no somos ladrones… Por cierto ¿cómo te llamas? Supongo que tendrás un nombre ¿no?

Él respondió.

- ¿Crash? – repitió con cierto tono de incredulidad - Está bien. Bueno, ¿te vas a acercar de una vez? No voy a comerte. Si no me crees, díselo a ellos – añadió con ánimo de hacer un chiste, moviendo la cabeza hacia los huesos de los cerdos salvajes.

A pesar de eso Crash se acercó para ser olisqueado a conciencia. Su cresta pelirroja se movió como si fuera a ser aspirada por las fosas nasales del dragoncito y se la sujetó con las manos.

- ¿Ehhmm? – preguntó.

- ¡Oh! Perdona mis modales, no te he aclarado que es así como nos saludamos los dragones: así ya sé reconocer tu olor entre otras pestes. Encantada de conocerte, Crash. Puedes llamarme Dany. Hacía años que no pisaba estas islas, pero por fin he regresado de un largo viaje que me ha hecho aprender mucho de este sitio. Aunque, si te soy sincero, los últimos meses me los he pasado durmiendo… oh, no lo entenderías, cosas de dragones - bostezó - ¡Ufffff, mi cabeza! De verdad ¿qué había en ese caldero? En fin. Ya que estás aquí me gustaría hablar contigo y hacerte algunas preguntas.

- ¿Whoa? – exclamó Crash con los ojos como platos, señalándose.

- ¡Así es! Corrígeme si me equivoco, pero entiendo que eres un mutante del doctor Cortex - Por la reacción de Crash vio que había dado en el clavo. Éste además adoptó de pronto una expresión sombría y luego triste - ¿Qué te pasa?

Crash le explicó como mejor pudo lo que se sentía ya que el doctor Cortex le había hecho a su familia la noche anterior. Dany le escuchó atentamente sin interrumpir.

- Eso es terrible, la verdad. ¿Y qué pensabas hacer?

El marsupial fue bastante explícito cuando hizo un gesto aporreando la palma de su mano con el puño.

- Ya me lo imaginaba yo. ¿Pero sabes que es lo que te digo? ¡Que ni se te ocurra! – gritó sacudiendo las alas haciendo que Crash se sobresaltara – No me malinterpretes – añadió más calmada – Ese tipo me cae como una llamarada directa al estómago, pero hay dos razones por las que no quiero que vayas a por él: la primera, me debe un favor*. Y la segunda, no es el responsable de lo sucedido, al menos por esta vez.

- ¿Whoa? – preguntó Crash y se rascó la cabeza, totalmente desorientado.

- ¿Qué cómo lo sé? Pues porque lo vi todo… quiero decir, ha querido la casualidad que eligiera justo ayer por la tarde para pasar cerca de esa zona. Me había llevado un buen chasco hacía un rato y en lo que pensaba qué hacer a continuación iba a procurarme un buen banquete cuando escuché aquella lejana explosión y vi el humo alzándose en el cielo. A los dragones nos gusta mucho el fuego, como comprenderás, y no pude evitar asomarme a echar un vistazo. Me posé en una cima cercana que me brindaba una excelente panorámica de la playa, y cuando llegué vi una casa ardiendo y a una mujer humana dejando algo en el suelo que no pude distinguir. Entonces subió a una nave cercana, que despegó y se marchó rumbo oeste: como no tenía ni idea de qué iba todo esto no se me ocurrió seguirla. En su lugar esperé un rato admirando cómo las llamas consumían todo – hizo una pausa al ver la cara de Crash – Oh, cierto, olvidé que era tu casa. Perdona… bueno, el caso es que cuando iba a marcharme escuché de nuevo un sonido de motor y llegó otra nave de la cual ¡sorpresa! Bajó Cortex acompañado de otro tío la mar de raro: uno bajito y regordete con un cohete en la cabeza… vaya, ya veo que también le conoces – agregó cuando vio la reacción de Crash – En cualquier caso, estuvieron revoloteando de acá para allá, cogieron eso que la mujer dejó y luego se marcharon, dejándome muy confundida. Poco después llegaste tú. No tenía ni idea de qué estaba pasando y no sabía si acercarme o no a hablar contigo porque, la verdad, no sabía si eras amigo o enemigo porque él tenía muchos animales como tú en su castillo, así que me marché cuando tú lo hiciste, pensando que ya había visto suficiente – hizo una pausa – Pero cuanto más vueltas le daba a lo que había visto más raro se me hacía todo y terminé decidiendo buscaros a los dos después de almorzar para ver qué os traíais entre manos. El caso es que comí más de la cuenta y luego estaba ese estúpido licor, o lo que fuera, que me ha dejado fuera de combate hasta ahora – se interrumpió y meditó unos instantes – Así que como ves el doctor Cortex no ha causado la destrucción de tu casa, de modo que tu venganza no tiene sentido. Aunque supongo que algo tiene que ver con el tema ¿qué es lo que dejó esa mujer y por qué lo tomó Cortex? ¿Y qué diantres tienes que ver tú en todo esto?

Crash resopló y negó con la cabeza. Estaba exactamente igual que ella. Preguntó por la mujer que la dragona había visto. Dany bufó.

- Me gustaría describírtela mejor, pero me temo que poco pude ver de ella, salvo que tenía el pelo del mismo color que las llamas y que iba vestida elegantemente. ¿Te suena de algo?

Crash negó con la cabeza.

- Mmm… me temo que no podemos sacar nada más en claro – hizo una pausa y entonces agregó – ¡Porras! Me arrepiento muchísimo de no haber ido a por Cortex en la playa, pero estaba demasiado intrigada por saber qué tramaba que preferí fisgonear sin ser vista. El caso es que no sé dónde encontrarle puesto que su castillo está en ruinas. ¿Tú no sabrás por casualidad dónde encontrarle?

Crash asintió con la cabeza con vehemencia y se puso a chapurrear y a hacerle señas para explicarle dónde se encontraba el Laboratorio Iceberg. Dany se alegró hasta el infinito.

- ¡Genial! – meditó un instante - ¡Ey, tengo una idea! Escucha: aunque no tengas motivos de ir a por él por venganza creo que sí que deberías buscarle e interrogarle sobre lo que pasó en la playa. Y como yo también necesito hablar con él… ¿Por qué no vamos juntos?

- ¡Yay! – exclamó Crash muy contento, asintiendo con la cabeza y esbozando una gran sonrisa que dejó ver todos sus dientes.

Estaba tan contento por la sugerencia que se dejó llevar y de un salto se montó en el lomo de Dany. Pero a ésta no le hizo ni pizca de gracia.

- ¡EH! ¿Y esas confianzas? ¡Baja ahora mismo! – exclamó sacudiéndose y el bandicoot dio en el suelo con el trasero. Miró a la dragoncita sorprendido mientras se levantaba y se frotaba la zona dolorida - ¿Por quién me has tomado? Soy una dragona, no una mula…

Crash se disculpó intentando no soltar una carcajada puesto que Dany, en esa actitud tan altiva, le resultó de lo más graciosa y él no se sentía en absoluto molesto por el coscorrón; era consciente de que a veces era un poco bruto.  En su lugar le indicó que no tendría manera de seguirla porque él no podía volar.

Dany dejó de fruncir el ceño y se percató de que él tenía razón. Como parecía dudar Crash se apresuró a decirle que no pasaba nada si no podía llevarle, que estaba bastante acostumbrado a caminar, pero cuando ella escuchó eso volvió a ponerse digna:

- Eso nos retrasaría demasiado. Puede que no sea grande pero sí que soy lo suficientemente fuerte para cargar contigo. Pero no vuelvas a hacer lo de antes. A la próxima vez pide permiso por lo menos ¿de acuerdo? ¡Venga sube! – cuando Crash lo hizo Dany ladeó la cabeza para mirarle con una ceja enarcada – No tendrás pulgas ¿verdad? – el bandicoot se encogió de hombros. Ella puso los ojos en blanco – Es igual… en fin ¡agárrate!

El marsupial obedeció agarrando con sus manos en su escamoso cuello. Luego ella empezó a trotar graciosamente y trepó una pendiente que le llevaba a un acantilado cercano que daba al mar, lugar alto desde donde podría lanzarse para remontar el vuelo.

Una vez situada, lista para tomar carrera, Dany hizo unos rápidos estiramientos con sus alas membranosas, anticipándole.

- Por cierto, mientras viajamos – dijo la dragoncita – podrías contarme toda tu historia y, si da tiempo, yo te contaré la mía. ¿Sí? 

Crash sonrió, pero soltó un chillido cuando ella echó a correr sin previo aviso y saltó desde el borde del acantilado, cayendo en picado en dirección a las rocas del fondo donde rompían las olas. Sin embargo, Dany extendió sus alas de nuevo y se alzó en el aire. Aprovechando las corrientes se elevó, dando varias vueltas en círculo hasta remontar lo suficiente y puso rumbo sur-este hacia el Laboratorio Iceberg.



Mientras tanto, en el Laboratorio Iceberg…

- Lo siento muchísimo, Roo.

- No pasa nada, Ana, de verdad. Hiciste lo que tenías que hacer…

- Pero me pasé. ¡Me pasé muchísimo! ¡No era mi intención hacerte ningún daño! He estado a punto de matarte… me puso tan furiosa que…

- Fue un accidente, sé que no tuviste mala intención… Él puede llevar al límite a cualquiera… 

Ana no cesaba de disculparse mientras atendía al canguro en la pequeña enfermería de las instalaciones de Cortex.

El mutante yacía recostado en una cama y estaba siendo atendido de todas las heridas que se había causado durante la sesión de hipnosis. Por suerte la mayoría eran contusiones y algún pequeño corte que apenas había requerido dar puntos. Ana le había desinfectado, curado y vendado debidamente, por lo que ahora Roo lucía un vendaje blanco en la cabeza, una tirita en la rodilla izquierda y otro vendaje en el tobillo derecho.

Sin embargo, las lesiones que más le habían preocupado a ella eran las internas que hubiera podido causarle el flujo de la electricidad: por suerte según las pruebas que le habían hecho, parecía estar bastante bien. Pero necesitaría reposo para recuperarse.

Mientras le atendía Koala Kong la ayudaba regresando las cosas que la doctora utilizaba a su lugar mientras que a los pies de la cama del paciente el pequeño Lumpa observaba a su “hermana” humana trabajar. 

- ¿Roo pupa? – preguntó Lumpa al cabo de un rato acercándose hasta el regazo de Ana.

- Sí, cariño – repuso ésta, tomándole en brazos. Aunque ya pesaba bastante sabía cuándo le gustaba al pequeño mutante, de modo que seguía haciéndolo – Por eso debe descansar. Tiene que recuperar fuerzas y pronto estará bueno de nuevo. ¿Vale?

- Ajá – respondió el demonio y miró al canguro - ¿Pupa? – preguntó, señalándole la venda de la cabeza.

- Ya casi no – respondió Roo, adormilado por los calmantes – La doctora me ha dado medicina para que no me duela.

Lumpa le miró con ojillos brillantes, agachó las orejas y entonces alzó la vista hacia Ana, quien le retenía en su regazo al estar sentada en la cama de Roo.

- ¿Puedo?

Ella lo sopesó.

- Está bien, pero despacito.

Lumpa se separó de ella y dio un abrazo a Roo, que lo aceptó de buen grado.

- Doctor Roo bueno – dijo el pequeño demonio.

- ¡Oh! Muchas gracias Lumpa, tú también – respondió éste. 

Ana entonces hizo bajar al mutante más pequeño de la cama y se levantó. Ayudó a Roo a tumbarse del todo moviéndole las almohadas.

- Duerme un poco, te hará mucho bien. 

- No voy a negar que es lo único que me apetece ahora mismo – confesó el canguro, entrecerrando los ojillos castaños.

Ella se agachó y le dio un beso en la cabeza vendada.

- Que descanses – entonces se volvió a Lumpa y le ofreció la mano - Venga Lumpa. Dejemos a Roo dormir.

- ¡Adiós! – dijo el pequeño demonio de Tasmania, agitando su mano libre y Roo le respondió con un leve gruñido, pues ya tenía los ojos cerrados.

Dicho esto, tanto él como la doctora Parker pasaron por la puerta franqueada por Koala Kong, quien apagó las luces y entornó la puerta antes de salir. 


- ¿Ya has terminado? – preguntó Cortex cuando la escuchó llegar de la enfermería.

Ana había dejado a Lumpa con Koala Kong y había ido a buscar al doctor a su despacho. Se encontraba enfrascado delante de un ordenador y por su mesa podían esparcidos verse unos papeles de diferentes tamaños y un dossier.

- Sí – respondió ella, cruzándose de brazos - Se pondrá bien, no he visto daños de gravedad en su cuerpo, pero necesitará guardar reposo para recuperarse.

Neo soltó un gruñido entre dientes, mirando distraído la pantalla. Ana se sintió ligeramente ignorada pero no quiso iniciar una discusión por eso; se sentía terriblemente cansada como para tener ganas.

- ¿Y el resto?

- Brio y Gin haciendo lo que se supone que tienen que hacer para cobrar su nómina. En cuanto a mi sobrina, anda d en su habitación, escuchando música o yo qué sé.

La chica bostezó y se frotó los ojos, tomando asiento en la silla que había ante el escritorio. Él le lanzó una mirada de soslayo.

- ¿Va todo bien ahí dentro de esa cabecita? – preguntó con cierto retintín.

Ella le miró ligeramente sorprendida.

- ¿A qué viene eso?

Neo enarcó una ceja.  

- Ya que eres tan amiga de ese canguro psicópata y que amas tanto a los animales, me ha sorprendido que hayas sido capaz de hacerle… algo así…

Ana se mordió el labio y llevó el mechón de pelo suelto detrás de su oreja. Neo sintió un ramalazo de nostalgia porque recordaba perfectamente que ella solía hacer ese gesto cuando se sentía cohibida.

- Yo… no… no sé qué me ha pasado – admitió, frotándose los brazos – Me puse tan furiosa… no quería hacerle daño – agregó, a la defensiva.

Era casi palpable el arrepentimiento que emanaba de ella, por lo que Neo cambió su actitud.

- ¿Estás bien?

- ¿Tú que crees? – preguntó con sarcasmo.

El doctor se encogió de hombros.

- No hay para tanto.

- ¿Qué no hay para tanto? – exclamó Ana bajando los brazos y con los ojos azules abiertos como platos - Vienes a buscarme tras cuatro años porque alguien quiere matarme, me haces venir hasta aquí y por poco me explotan por los aires o me lanzan de un vehículo en marcha. Y, por si fuera poco, casi mato a un buen amigo en un estúpido arranque de ira. Si para ti eso es nada…

- Vale, vale – repuso él, volviendo la cara hacia el monitor con expresión ceñuda – No he dicho nada.

Ana se le quedó mirando y entonces recordó lo que Neo había dicho en el jeep la última vez que intentó mantener una conversación con ella, algo sobre que se sentía metiendo la pata cada vez que lo intentaba. La chica se mordió los labios de nuevo, abrumada por los últimos acontecimientos. 

No sabía muy bien por qué se picaba tanto cuando él la dirigía la palabra y, en verdad, no era descabellado que hiciera esa observación. Por otra parte, Ana se daba perfecta cuenta que era ella quien siempre iniciaba las discusiones por estar siempre a la defensiva.

Suspiró.

- Dentro de lo que cabe, estoy bien, pero cansada. Se suponía que iba a regresar pronto a casa para acostarme temprano ya que mañana me tocaba pasar consulta en el zoo, pero… aquí estoy.

- ¿En un zoo? ¿Y el bar de tu hermano? ¿Ya terminaste la carrera? – le preguntó Neo, ya sin fruncir el ceño.

- Sí, claro que la acabé ya. En cuanto al bar sólo era algo temporal para pagarme los estudios. Al zoo voy días sueltos: dos sábados al mes. Me especialicé en animales exóticos – explicó – Pero de lunes a viernes trabajo en una clínica veterinaria pasando consulta y en el quirófano como médico cirujano auxiliar.

- ¿Y estás contenta allí?

Ana empezó a sentirse abrumada por tantas preguntas.

- Pues… sí, sí que lo estoy. Mis jefes son majos, mis compañeros estupendos y mi trabajo me encanta. Así que sí, estoy bastante contenta con todo, la verdad.

- ¿Por eso hiciste todas esas llamadas? ¿Para avisarles que te ibas y no dejarles colgados?

- Pues sí… oye ¿a qué tanta pregunta de repente? No te lo tomes a mal – añadió antes de que él pudiera decir nada – Es sólo que… en fin, me choca.

- Ehm, simple curiosidad. ¿Acaso tú no la tienes por saber que he hecho yo durante este tiempo?

- La verdad es que no – respondió ella en un tono algo gélido - Puedo imaginármelo.

Se hizo entonces un incómodo silencio que se rompió con un bostezo de la joven.

- Creo que deberías irte a dormir un poco – sugirió Cortex sin mirarla.

- Ya me gustaría, pero no creo que fuera capaz de hacerlo. Estoy demasiado nerviosa – le echó una ojeada - ¿Y qué me dices de ti? Tienes unas buenas ojeras…

- Demasiadas cosas por hacer – canturreó entre dientes, sin interrumpir su trabajo.

Ana volvió a bostezar.

- Creo que iré a prepararme otro café. ¿Quieres uno?

- Ya que te pones.... Brio dejó haciéndose antes de marcharse.

Tardó cinco minutos en volver con dos tazas humeantes y dejó una de ellas en la mesa del doctor. Neo observó que se había entretenido yendo a por sus cosas porque ahora llevaba puestas unas gafas con montura al aire.

Sin pedir permiso Ana examinó los papeles de la mesa: había un par de notas anónimas dejadas por, supuestamente, el Triunvirato amenazando a Neo. Curiosamente estaban escritas a mano, dejando ver una caligrafía pulcra y estilizada que a Ana le pareció bonita pero un tanto pretenciosa.  Las dos notas parecían escritas por la misma persona.

- Es raro ¿no? – preguntó Ana cuando se lo comentó.

- Está claro que quiere protagonismo. De todos modos, no están todas, pues Gin se ha llevado un par de ellas para analizar su caligrafía. 

- ¿En serio os vais a fiar de algo tan poco científico como es la grafología?

- Ya, ya sé que suena ridículo pero fue idea de N.Gin. De todos modos ¿te parece que tengamos mucho más de dónde tirar? 

- No, la verdad es que no – admitió ella tomando la carpeta de cartón.

- Toda información que podamos reunir es poca: van varios pasos por delante de nosotros y necesitamos sacarles ventaja si queremos contraatacar.

Ella asintió con la cabeza, distraída con la lectura de lo que tenía delante. El dossier contenía informes de lo que sabían hasta ahora, así como relataban los sucesos ocurridos en los días previos. Había notas de los tres científicos: Brio, Gin y del propio Cortex. 

Los leyó por encima para conocer un poco más el caso, pero no le aportaron nada nuevo.

- ¿Qué es todo eso? – preguntó la chica dejándolo de nuevo sobre la mesa y mirando hacia el monitor.

- Simplificándolo mucho es un registro o base de datos de villanos – explicó él y se tensó ligeramente cuando Ana bordeó el escritorio y se sentó en él, muy cerca suyo.

- ¿Y qué buscas ahí? – preguntó recuperando su taza y dándole un sorbo a su café.

- Eeh… al Triunvirato, por supuesto. ¡Pero aquí no hay nada! – exclamó, aporreando la mesa con el puño – No consta registrado ni como grupo ni como nombre profesional de villano. Tampoco constan actividades delictivas a su nombre ¡Maldición! 

- ¿Nombre profesional de villano?

- Por supuesto. No creerás que estos son nuestros verdaderos nombres, ¿verdad?

Ana no respondió. Sinceramente jamás se le había ocurrido esa posibilidad, nunca se había parado a pensar en ello.

- ¿A ti te suena de algo? – le preguntó entonces esperanzado.

Ella negó con la cabeza.

- Más allá de los romanos, me temo que esa palabra no me dice nada.

Neo frunció el ceño.

- Ni a mi. Pero deben ser tres, si nos regimos por la estricta definición de la palabra. Supongamos que uno de ellos es Uka-Uka – parecía que el doctor era de ideas fijas -Veamos ¿quién pueden ser los otros dos?

Ana meditó.

- ¿Qué me dices del doctor N.Trophy?

- ¿Trophy? Nah, está de vacaciones – pero a pesar de su negativa se volvió rápidamente para mirar a Ana - ¿Por qué crees que podría ser él? – preguntó, súbitamente perspicaz e interesado.

- Ya fue contra ti una vez ¿no? – preguntó la chica, recordando el juego de Twinsanity, aunque no estaba segura de que eso hubiera ocurrido realmente aquí – Ya sabes, cuando los Gemelos Malvados…

- ¡Ah! No exactamente: ahí sólo perseguía el supuesto tesoro – meditó unos momentos - No, creo que podemos descartarle como cabeza pensante de este descabellado plan de atentar conta mi.

- ¿Nitrus Oxide?

- No es su estilo. Si quisiera ajustar cuentas me retaría a una carrera o algo así.

- Cierto, tienes razón. Aaahm – la chica meditó, intentando recordar los villanos que conocía por los juegos y que encajaran en el concepto de “traicionar a Cortex”. Recordó que en su momento Brio lo hizo pero decidió no mencionarlo: no quería generar desconfianzas en el equipo. Además, con lo rencoroso y mal pensado que podía ser Neo seguro que ya se le habría ocurrido esa opción. Si Brio seguía ahí, es que por algún motivo ya lo habría descartado. 

Estuvo a punto de mencionar a los Gemelos Malvados, pero no lo hizo porque a éstos se los comió la versión mala de Crash que existía en su dimensión.

- Pues no se me ocurre nadie más – concluyó, frunciendo el ceño.

- Pues vaya ayudas.

- Oye, créeme que soy la primera interesada en saber quién o quiénes son ese Triunvirato de las narices. Por si lo has olvidado, estoy aquí por su culpa. Todo porque creen, erróneamente, que así consiguen algo contra ti.

- ¡Sí, ya ves tú! – repuso Cortex, riéndose entrecortadamente y volviendo a centrar su atención en su ordenador – Como si me importaras lo más mínimo… qué cosas tienen…

¿Por qué usaba ese tonito? Pensó entonces Ana; sí, ese tonito de burla. Ella frunció el ceño y se encontró preguntándose por qué lo encontraba molesto. 

Entonces se le ocurrió una cosa.

- ¿Estás seguro que has dejado todos los cabos atados? – le preguntó, muy a su pesar – Quiero decir. Has ido a por Nina y… a por mí. No hay nadie más… Ya sabes. ¿Nadie más a por quién pudieran ir para lastimarte?

Neo se tomó su tiempo en responder y, cuando lo hizo, no alzó la vista para mirarla.

- No.

Por irritante que pudiera parecerle, Ana sintió un ligero alivio. De modo que Neo no tenía a ninguna otra persona por ahí por la que sintiera o hubiera sentido el suficiente afecto como para que pudiera estar en peligro. Sólo su sobrina Nina y… ella. 

¿Qué es lo que él había dicho? Que en su universo habían pasado diez años desde que Ana estuviera en el castillo: desde que él le confesara en aquella playa que sentía algo profundo por ella. Y, en todo ese tiempo, Neo no había desarrollado ningún otro vínculo de ese tipo con nadie más. ¿Quizá por eso el Triunvirato creía de verdad que aún albergaba esos sentimientos por ella? Nadie más en diez años…

Ana no sabía qué pensar al respecto, puesto que por un lado se sentía incómoda y por otro extrañamente triste pero también halagada, algo que la disgustó consigo misma. No estaba bien pensar así… pero ¿por qué lo hacía?

- Mejor entonces – repuso más por decir algo que por otra cosa – Así reducimos los riesgos.

- Pues sí. Por esa y otras razones es mejor estar solo.

El tono lapidario conque Neo le dijo eso incrementó esos sentimientos. Sabía, por el tono, que lo que él realmente pensaba era algo totalmente diferente a lo que había dicho: que, en el fondo, se sentía bastante desgraciado por estar solo. 

Ana sintió el deseo de reconfortarle, pero no sabía muy bien qué podía decirle o si lo mejor sería guardar silencio y cambiar de tema. 

- ¿Qué me dices de ti? – preguntó entonces Neo, sacándola de su ensimismamiento - ¿Has encontrado a tu media naranja por fin?

La chica se ruborizó y no respondió enseguida, pues la pregunta la había pillado totalmente desprevenida. Agradeció que él no hubiera despegado la vista del monitor. De nuevo se sintió sumamente incómoda sin ningún motivo.

- No he encontrado nada que dure mucho – respondió finalmente. No quería entrar en detalles y no estaba diciendo ninguna mentira.

- Está bien… q-quiero decir, que así al menos esto será un poco más sencillo para ti. ¿No?

Ana le miró incrédula.

- La verdad es que no. Lo último que había esperado era volver aquí y más por un motivo tan nefasto como este. A veces se agradece la presencia de tus seres queridos para llevar mejor los momentos difíciles…

- Mmmm, supongo – repuso él, en un tono inseguro – Aunque si de mi dependiera alejaría a Nina lo máximo posible de aquí, aunque no me lo perdonara nunca. ¡Es demasiado peleona!

- Neo, ¿puedo hacerte una pregunta? – aventuró Ana tras una breve pausa.

- Dispara.

- ¿Dónde están los padres de Nina?

- ¿Sus padres?

- Sí… siempre me lo he preguntado – se excusó la chica. Cierto era que desde que la conociera en Crash Fusión quiso saber mucho más sobre ella – Aunque no tienes que responder si no quieres – agregó cuando vio la expresión amarga del rostro del doctor, quien se tomó su tiempo para responder.

- Es complicado. Digamos que su padre, mi hermano, murió en un accidente hace tiempo. Su mujer – dejó tanto tiempo la frase en el aire que Ana pensó que ya no iba a responder – En fin, de esa mejor no hablar – concluyó, tajantemente.

- D-de acuerdo – asintió Ana, extrañada y sintiendo aún más curiosidad que al principio. Entonces quiso plantearle otra pregunta - ¿Cómo es que nunca la vi cuando estuve en el castillo?

Su expresión se relajó de nuevo.

- Oh, eso es porque Nina ya se encontraba estudiando en la Academia de Madame Amberley. La matriculé justo el año anterior, aunque ahora la tengo estudiando en la pública por ser una jovencita desagradecida…

- La quieres mucho ¿no?

Él sonrió con afecto.

- Es la única familia que me queda – respondió él – No permitiré que nadie intente hacerle daño; ni a ella ni a los que me importan de verdad.

Y cuando dijo eso Ana notó la mano enguantada de Cortex muy cerca de la suya. La chica la miró y cuando alzó la vista se encontró con los ojos oscuros del doctor observándola. Y por algún motivo ella quiso sostenerle la mirada sin apartar la vista, a pesar de que sentía un ligero rubor tiñéndole las mejillas…

- ¡Jefe! – gritó la voz de N.Gin por el comunicador haciendo que Neo y Ana dieran un respingo. 

Fuera lo que fuera aquella burbuja que parecía haberles envuelto por unos instantes acababa de explotar y ambos parecían igual de descolocados.

- ¿Qué quieres ahora, zoquete? – preguntó Cortex entre dientes, apretando un botón para poderle escuchar y mientras miraba a Ana de soslayo: la chica se estaba toqueteando el pelo y recuperando la taza de café – Estoy un poquito ocupado ahora mismo…

- Ha concluido el análisis de la caligrafía de las notas misteriosas. ¡Ya tengo el informe! ¿Quiere verlo?

- Leémelo por aquí ¿quieres? – pidió él, poniendo los ojos en blanco. Ana le devolvió una media sonrisa.

- ¡Claro, doctor Cortex! – Gin procedió a aclararse la garganta sin tener la cortesía de hacerlo fuera del micrófono y les reventó los tímpanos – ¡Ejeeeeem! Veamos. La letra es muy grande, lo que implica que nuestro colega tiene una necesidad imperiosa de llamar la atención y de sentirse importante, aunque también puede deberse a que tenía mucho papel para escribir. Por otro lado, se inclina hacia la izquierda, lo que quiere decir que a la vez es alguien bastante reservado… pero también puede deberse a que simplemente que sea zurdo… ahm… luego… ¡ah! Luego tenemos que, según los bucles de las letras…

Siguió enumerando una serie de rasgos que, en gran medida, se contradecían unos con otros. Pronto su charla se tornó monótona.  Cortex lo aguantaba con la barbilla apoyada sobre una mano y tamborileando contra la mesa con la otra mientras Ana luchaba por no dar cabezadas.

- Y sin embargo en esta otra nota las “t” las hace con una línea tan larga que implica que es tozudo y que le cuesta pasar página. Por sus “o” cerradas creo que le convendría urgentemente una salida con los amigos para hablar de sus sentimientos…

- Si no te importa, creo que iré de vuelta con Lumpa y a echarle un vistazo a Roo para asegurarme de que está bien – le dijo Ana y antes de que él pudiera pedirle que se quedara ella ya había recogido las tazas vacías de café y se marchaba de su despacho.

¡Había pasado algo hacía tan sólo un momento! ¡Habían conectado, claro que sí! Podía sentirlo… pero Gin lo había arruinado todo con su interrupción. Como siempre, era la mar de oportuno.

- ¿Por qué le dejaría hacer ese estúpido análisis? – se lamentó sintiéndose súbitamente muy cansado.




Mientras tanto y casi a nueve mil kilómetros de distancia…

- Pero ¿si hacemos eso no sería como romper nuestro acuerdo? No deberíamos hacerlo, ahora somos un Triunvirato.

El hermano mayor se palmeó la frente, meneando la cabeza. A veces no entendía la estupidez de su gemelo.

- ¿Es que no te das cuenta de que no existe tal acuerdo y que lo de Triunvirato no es más que una formalidad? – preguntó con impaciencia. Como el otro no dijo nada suspiró y agregó - ¿De veras crees que ese patético hombrecillo no nos barrerá del mapa una vez todo acabe? ¡Ya sabes que no podemos fiarnos de los humanos!

- Aah… pero él es dueño de todo este tinglado y es quien controla a los “Alelados” – al pronunciar esa palabra se llevó uno de sus cuatro dedos a la sien y meneó la cabeza moviendo sus ojos oscuros en todas direcciones – Estaríamos en desventaja.

- Pero ¿qué te acabo de decir? ¡Puede que tenga a los Alelados, pero ellos no son mejores que nuestros drones! De momento sólo es cuestión de tomar nuestras propias precauciones y él no tiene por qué enterarse. Además, me enerva el que se reserve el derecho de aplastar él mismo al doctor Cortex. ¿No te parece que nosotros tenemos más derecho que él?

- ¡Oh sí!  Nosotros estábamos primero.

- Bien. ¿Ahora entiendes mi plan?

El hermano menor asintió, sonriente.

- Creo que no pedimos mucho ¿verdad? Sólo al doctor Cortex y a ese maldito de Crash Bandicoot. Sus otros dos hermanos, el resto de mutantes y aquella mujer odiosa no me importan lo más mínimo. Que se los quede, pero que nos deje a esos dos.

- Eso, eso…

- Cuando todos hayan caído y antes de que vaya a dar el golpe final debemos detenerle. Entonces nos lo quitaremos de en medio para protegernos las espaldas y luego acabaremos con los otros. ¡Bam! – exclamó, extendiendo sus brazos – Y tendremos nuestra venganza.

- ¡Y luego nos iremos de vacaciones! 

- Y luego nos iremos de vacaci… ¡no! – gritó el mayor, dándole un coscorrón a su gemelo, pero entonces se dio cuenta de que quizá no fuera tan mala idea – No, tienes razón. ¡Es una excelente idea! Luego podemos irnos de vacaciones… no quiero volver nunca más a esa nefasta dimensión.

- ¡Sí! Aat…at…. ¡aaatchís! – el estornudo fue tan fuerte que dejó moquitos blanquecinos en el cristal de su casco – Oh, vaya…

Su gemelo esgrimió una mueca de asco, pero le alargó un pañuelo.

- Gracias, Víctor.

- Definitivamente deberías hacerte mirar ese catarro, Moritz.

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* Para saber qué es lo que sucedió aquí, lee Universos Entremezclados

** Triunvirato: definición dada por los romanos al gobierno regido por tres personas, habitualmente aliadas entre sí. El término surgió durante la República y el primero fue formado por Pompeyo Magno, Licinio Craso y por Julio César.


1 comentario:

  1. ¿Sorpresa? jejeje Es una secuela, de modo que Dany tenía que aparecer sí, o sí.

    Ha habido ahí feeling, sí... veremos qué pasa, porque siempre están discutiendo.

    No están traídos de ninguna dimensión, son los mismos del juego. Ya veremos qué ha pasado para que estén vivos.

    Le cogí cariño al personaje cuando jugué los primeros juegos hace no tanto (para el canal) y leyendo info. sobre él en internet... no sé, como que me caló el pobrecín.

    ¡Un saludo!

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