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[Crash Bandicoot] Universos entremezclados 2 -- Capítulo XVI - Cristales de poder



- Por qué siempre acabará pasando lo mismo, pequeño mío…

Crash ladeó ligeramente la cabeza ante el rezongueo de Aku-Aku pero continuó el camino, olfateando el aire con su nariz. Apartó unas hojas grandes, pegó un mordisco a una fruta Wumpa que había cogido del suelo y continuó el camino.

El doctor Cortex les había dicho que, para que el MechaRocket pudiera funcionar de nuevo, era necesario que trajeran otros tres cristales de energía. Se habían tenido que dividir en varios equipos pues, como decía el doctor, el tiempo apremiaba: Crash y Aku-Aku por un lado, Dany por otro y Roo con Koala por último, marcharían a buscarlos allá donde las lecturas decían que estaban. Los científicos quedarían en el Laboratorio Iceberg, reparando la máquina.

Aunque el Psicotrón no estaba a plena potencia tenía suficiente energía como para teletransportarles a las coordenadas correspondientes. Crash y Aku-Aku no habían ido muy lejos, pues uno de los cristales estaba en suelo australiano, en algún punto al norte, cerca de las costas del mar de Timor.

- A pesar de todo mi intuición me dice que no deberías bajar la guardia – seguía hablando la máscara, más para sí mismo que para Crash – Por mucho que hayamos hecho una nueva alianza con el doctor Cortex sigue sin parecerme de fiar, por mucho que parezca realmente preocupado por la situación. ¿Crees que las chicas y el pequeño demonio de Tasmania estarán bien? ¿Y tus hermanos? No quiero ni imaginarme lo que pueden estar haciendo con ellos – suspiró - ¡Mejor no pensar más en ello! Concentrémosnos en encontrar el cristal lo más rápidamente posible.

Crash asintió, estando de acuerdo. 

- ¡Aye, aye! – exclamó y la máscara tiki le sonrió.

El marsupial miró con afecto a Aku-Aku, su mentor; una figura paterna para él y sus hermanos. Recordaba cómo le había conocido, años atrás, cuando escapó del castillo de Cortex una noche tormentosa. Casi ahogado Crash había llegado a duras penas a la playa de la isla más alejada de su antigua prisión; en su cuerpecito aún podía sentir los aguijonazos de la electricidad del E-Volvo, los pinchazos de las inyecciones y un intenso dolor de cabeza provocado por el Cortex-Vortex. Sin embargo, el dolor y el miedo desaparecieron cuando contempló, embelesado y asombrado, todo lo que le rodeaba: todo pareció carecer de importancia cuando sintió el hormigueo agradable de la luz del sol y la caricia de la brisa fresca de la mañana, cuando aspiró aire limpio y puro y no el contaminado por las plantas de Cortex. Crash probó de nuevo la libertad y le entusiasmó tanto que sintió la necesidad de, por mucho terror que le indujera, regresar hasta el castillo para poder liberar tanto a Tawna como a Coco para que ellas mismas pudieran disfrutar de lo que apenas empezaba a saborear.

Había estado tan eufórico que se encontró girando sobre sí mismo varias veces, rompiendo unas cuantas cajas de madera que había esparcidas por la playa, de algún cargamento perdido o a saber qué. Y entonces apareció él, Aku-Aku, en medio de un remolino de luz y viento. Las hojas se agitaron y Crash se encogió del susto cuando con voz atronadora la máscara tiki preguntando quién había sido el alma bondadosa que le había liberado de su encierro. Se presentó como Aku-Aku, una máscara tiki mágica cuyo deber era proteger aquella isla y a sus gentes de todo mal y ahora se sentía en deuda con su salvador, por lo que estaba dispuesto a servirle de ahora en adelante como gratitud. Sin embargo, interrumpió su discurso cuando vio al bandicoot delante de él, observándole atónito, dejando a Aku-Aku un pelín desorientado, pues no era un animal normal. Le preguntó su nombre y cómo había llegado hasta ahí y el marsupial se lo contó lo mejor que pudo. No tardó en darse cuenta de que Crash Bandicoot, mutante o no, era tan sólo un niño huérfano perdido, inocente y bondadoso que no albergaba ningún rencor ni planeaba hacer ningún daño a nadie, por lo que no era ninguna amenaza. El benévolo Aku-Aku podía percibir el aura de los seres vivos y cuando vio que la de Crash era prístina y cristalina se ofreció de nuevo a ayudar y proteger al pequeño bandicoot en su viaje hasta la isla Cortex en compensación por haberle liberado. Durante el viaje el vínculo que los unía se hizo cada vez más fuerte y desde entonces no se habían separado nunca.

Un crujido sacó a Crash de su ensimismamiento. Se detuvo, agazapándose en el suelo y alzando la nariz, olisqueando el aire.

- ¿Qué pasa Crash? – preguntó Aku-Aku revoloteando hasta colocarse justo encima de su cabeza.

El bandicoot no contestó, pero le hizo una seña a la máscara de que no debía hacer ningún ruido. Porque el marsupial había detectado un tufillo en el aire que no sabía a qué correspondía: era fuerte, penetrante y apestoso. Se aproximó a unos matorrales altos y oteó a través de ellos, echando un vistazo. 

Más allá se extendía un pantano, con el agua estancada rebosante de mosquitos que pululaban cerca de la superficie: Crash espachurró a uno en su cogote. Eso explicaba el olor desagradable que le había llegado hasta la nariz y… espera. ¿Qué era eso que brillaba en un montículo de lodo y vegetación, cerca de la ribera? Un brillo rosado muy familiar. 

Los ojos esmeraldas de Crash se abrieron de par en par cuando reconoció el cristal, semienterrado entre porquería del pantano. Sonriente se lo señaló a Aku-Aku.

- ¡Ya lo veo Crash, buen trabajo! – premió la máscara y ambos se aproximaron resueltamente hasta el montículo que se alzaba a medio metro del nivel del suelo.

Por fin habían encontrado el cristal que Cortex había dicho: no tenían ni idea de cómo habría llegado a parar a ese lodazal del pantano, pero estaban acostumbrados a encontrarse esos cristales en los lugares más insospechados.

El marsupial consideró que sería mejor trepar hasta arriba y escarbar en todo ese fango: se pringaría las zapatillas y hasta puede que los pantalones, pero a él tampoco le preocupaba ensuciarse normalmente, esa era Coco. Además, el barro era realmente bueno si uno quería mantener a raya a los molestos insectos chupasangres, por no hablar de lo beneficioso que era para su pelaje y piel. A Crash le encantaban los baños de barro, por eso cuando se pringó la panza, los pantalones y las zapatillas, no le importó lo más mínimo: a fin de cuentas, no era nada que tampoco pudiera solucionarse con un baño. Sin embargo, se dijo así mismo que debía darse prisa, pues Coco y Crunch estaban esperando, en alguna parte de Madagascar, a ser rescatados.

Aku-Aku pareció leerle el pensamiento.

- Date prisa Crash – apremió – Cuanto antes tengamos el cristal, antes podremos regresar y más cerca estaremos de reunirnos de nuevo con tus hermanos. Por cierto, ten cuidado con mancharte entero o puede que la humedad del barro dañe el dispositivo electrónico que nos dio el doctor para avisar cuando hubiéramos terminado para que nos activen el portal de vuelta.

Crash asintió y se puso a excavar con sus manos, apartando pegotes de barro y plantas a medio pudrir de aquel montón apestoso. Como bandicoot se le daba muy bien excavar: le gustaba tanto o más que bañarse en barro. Sin embargo, al ir quitando partes del montón éste pareció ceder un poco y el cristal se hundió más entre unas ramas: Crash frunció el ceño e insistió siendo observado atentamente por Aku-Aku. 

Los dos estaban tan atentos que no se percataron del agua que había empezado a borbotear unos metros más allá, en el pantano.

¿Es posible que Crash Bandicoot esté metido en algún lío? Bueno, teniendo en cuenta su historial, no deberíamos sorprendernos a estas alturas. Pero, a todo esto ¿cómo le está yendo a sus otros compañeros?

Mientras Crash está metiendo el hocico en un gran y enorme montón de barro a muchos kilómetros del país australiano, mucho más cerca del Laboratorio Iceberg y notablemente en una zona más familiar, la dragona apodada Daenerys estaba sumando una ofensa más en su lista personal para con la tribu de indígenas. 

Justo cuando sus fauces se cerraban en torno al cristal…

- ¡Uichoooooooo!* – gritó una voz de vejestorio justo a su lado, haciéndola dar un respingo.

Y en unos instantes todo se llenó de gente de nuevo.

- ¡Encaichi topai!* – exclamó la voz autoritaria de Papu-Papu, llegando a toda prisa y señalándola con su báculo de mando- ¡Uga, shamamuei!*

- ¡Enchá!* – secundaron sus guerreros, adelantando sus lanzas en su dirección.

- Oh, mier – respondió Dany, con el cristal de poder aferrado en su boca.

La habían pillado infraganti robando el nuevo y mejor favorito trofeo de Papu-Papu, encontrado hacía unas semanas en la playa cercana a su aldea. Había planeado lo que, a su juicio, había sido una excelente maniobra de distracción para poder colarse en la aldea y robar el cristal que había visto, ridículamente expuesto, en un altar custodiado por dos tótems. Para Dany era una clara invitación a robarlo y no un simple gesto de veneración hacia el mismo.

Por algún motivo esos humanos gritones, como ella los llamaba, no habían mordido del todo el anzuelo. Alguien, un centinela quizá, había dado la voz de alarma. Pero realmente sólo se trataba del médico brujo porque estaba, literalmente, plantado delante de sus narices, justo al lado del altar: ¿Cómo no iba a haberle confundido con un tótem cuando el hombrecillo apenas levantaba un palmo del suelo y sólo veía de él su enorme máscara y que además había estado totalmente inmóvil como si de un árbol se tratase? ¿Quién demonios se quedaba tan quieto y callado y por qué motivo?

La rodearon, con las lanzas en ristre. Dany afianzó sus cuatro patas al suelo terroso y apretó el cristal, pues no lo soltaría  por nada del mundo.

No tenía motivos para hacerles daño, pero aún así pateó el suelo con su pata delantera derecha. Si querían guerra la iban a tener…


Y mientras la dragona apodada Daenerys embestía y hacía correr en todas direcciones a los pobres indígenas a punta de cornamenta, dos mutantes del doctor Cortex se hallaban también en ciertas dificultades.

Allá por las selvas más profundas de la India un koala gigante y un canguro azul corrían con los pies en polvorosa hacia el punto de extracción. El primero llevaba un cristal rosa de poder fuertemente aferrado en una de sus manos mientras que se llevaba la otra a la cabeza, con la cara desencajada de puro terror. Su compañero no ofrecía mejor aspecto… y es que no era para menos cuando te perseguía no uno si no tres enormes tigres de bengala. 

¿Cómo iba Koala a imaginar que a los hermanos tigres les molestara tanto el haberle pedido prestado el juguetito que habían estado mordiendo unos instantes antes? ¿Cómo no pudo el doctor Roo adivinar lo que su inocente y a veces estúpido compañero iba a limitarse sin más a pedirle permiso al trío de tomar su cristal y limitarse a quitárselo de las zarpas dando como una respuesta afirmativa lo que claramente era un gruñido de advertencia?

En fin, era algo que ya no tenía remedio. Desde luego que no eran tigres adultos si seguían viviendo juntos, pero Roo no estaba dispuesto a exponerse a tres dentaduras diferentes ni a tres pares de garras que eran capaces de abrir en canal a un hombre si se lo proponían. 

Así pues, lo único que les queda era correr como alma que llevara el diablo. El problema de Koala y de Roo es que no sabían que los tigres pueden, tranquilamente, alcanzar los noventa kilómetros hora en una carrera, así como saltar unos cinco metros de alto de altura si están lo suficiente motivados para hacerlo. Y creedme, estos tres hermanos jovenzuelos estaban más que eso en aquel momento.

Buena suerte, compañeros mutantes. La vais a necesitar. 


Pero volvamos ahora de nuevo al norte de Australia, allá por la costa norte del país…

- ¡WHOOOAAA!

Vociferó Crash mientras saltaba por los aires desde el montículo. Decir en su defensa que su grito estaba más que justificado: es una reacción más que normal que cualquiera puede tener cuando un cocodrilo de más de cinco metros se abalanza sobre uno con sus mandíbulas y dientes por delante.

También la reacción del cocodrilo estaba más que justificada, pero eso Crash no podía saberlo, pues lo único que quería era el cristal de energía que se había quedado enterrado en el montón de fango. Crash cayó en el barro, pero patinó sobre él para alejarse de aquél monstruo gigantesco, que permanecía de pie sobre sus cuatro patas con el montículo debajo de su vientre. Exhibía su boca abierta, mostrando al bandicoot una perfecta alineación de unos sesenta y seis dientes bien afilados que podrían machacarle los huesos sin ningún tipo de esfuerzo. El animal emitía un furioso siseo reptiliano que no presagiaba nada bueno.

- ¡CRASH! – gritó Aku-Aku, revoloteando hacia el marsupial, quien ahora observaba al cocodrilo que había estado a punto de comérselo con una rodilla hincada en el suelo - ¿Estás bien? ¿Te ha herido? – añadió, examinándole desde todos los ángulos.

- Nah-nah – negó Crash sin quitarle los ojos de encima al reptil, que no se había movido del sitio ni había variado su actitud hacia él. 

La máscara suspiró, aliviada y entonces se volvió hacia el animal.

- ¡Por los dioses! Es un cocodrilo de agua salada – observó – Y no parece estar de buen humor: no sé si está guardando el cristal porque le gusta o se ha acercado sólo porque quería comérsete…

Apenas lo había dicho cuando el animal, demostrando una agilidad increíble para su tamaño, esprintó en dirección a ambos y les echó las fauces, sacudiendo su enorme testa. Crash dio otro grito del susto y saltó esquivando los peligrosos dientes, haciéndose a un lado. El cocodrilo paró de nuevo, pero tenía girada la mitad de su cuerpo hacia él, su cola serpenteando en el suelo más firme mientras que Crash notó como sus pies se hundían ligeramente en el cieno.

- Aléjate del agua todo lo que puedas, Crash – aconsejó Aku-Aku – Intenta que vayas hacia ella y ahí serás incapaz de hacer nada para evitarle. 

El bandicoot asintió para sus adentros: sabía que el elemento de los cocodrilos era el agua, naturalmente, pero tampoco debían ser menospreciados en tierra firme. Este amigo, de hecho, acababa de demostrarlo perfectamente.

El cocodrilo volvió a hacer intento de atacarle, pero esta vez no sólo intentó que Crash fuera hacia el agua si no que se movió de tal forma que quedó situado de nuevo entre el marsupial y el montículo.

- Está claro que lo defiende por algún motivo – observó Aku-Aku – Pero no podemos marcharnos de aquí sin el cristal.

Crash lo sabía y entendía que debía encontrar un modo de acercarse de nuevo hasta el montículo, hacerse con el cristal y salir por patas sin que el cocodrilo se lo comiese en el proceso.

- No puedo hacer gran cosa por protegerte – explicó la máscara, apesadumbrado – ¡Ya es casualidad que precisamente sea un cocodrilo de aguas saladas! Es uno de los tótems de mi tribu y, como animal sagrado, no puedo usar mi magia contra él. Pero quizá… quizá pueda distraerle – se le ocurrió entonces y fue rápidamente a levitar sobre el cocodrilo en círculos - ¡Eh, querido amigo reptil! ¡Soy una máscara mágica inconsciente y temeraria! ¡Ven, mírame!

Parecía funcionar. El cocodrilo alzó la cabeza y abrió de nuevo sus fauces, emitiendo ese siseo que a uno le ponía la piel de gallina. Intentó alcanzar la máscara alzándose sobre sus patas traseras, pero era tan grande y corpulento que le suponía un esfuerzo mantenerse erguido.

Al menos la idea de Aku-Aku resultó de modo que Crash intentó rodear al descuidado reptil… hasta que súbitamente éste se revolvió al ver su intento de aproximación hasta su amado cristal.

- ¡CUIDADO! – gritó Aku-Aku y envolvió a Crash con un escudo mágico.

El marsupial había tenido reflejos suficientes para saltar, pero si no hubiera sido por el escudo probablemente el animal le habría enganchado la pierna, ya que su golpe había ido de arriba hacia abajo. El escudo explotó por el impacto, deteniendo por unos instantes valiosos al repitl de tal modo que el bandicoot se las apañó para aterrizar sobre el cogote del animal y pudo corretear sobre su lomo espinoso, si bien el cocodrilo se agitó en cuanto notó su peso encima de su cabezota y tras recuperarse del empujón del escudo. Lo único que quería Crash era alejarse de sus dientes. Sin embargo, el reptil se retorció e hizo que el bandicoot saliera despedido de su lomo para darse de bruces contra el montículo de cieno.

¡Ni tan mal, se dijo Crash! Entonces vio el cristal que reposaba entre unas montañitas de color blanco que tenía justo ante sus narices. De hecho, justo de una de ellas, que tenía una gran raja, surgió súbitamente una versión en miniatura del ejemplar que había allí fuera. ¡Huevos de cocodrilo! Así que de eso se trataba: el montículo era su nido y el colosal reptil sólo intentaba proteger sus huevos. 

El recién nacido se quedó mirando a Crash, parpadeando con sus ojos grandes y amarillos de pupila rasgada. Entonces ladeó la cabeza.

- ¿Mami? – preguntó - ¿Papi?

Crash ahogó una exclamación y negó con la cabeza: no, lo siento. Eso es lo que quiso decirle, pero el pequeño cocodrilo siguió mirándole interrogadoramente y emitió un gritito gutural. ¡Era una monada! Pero su madre o padre no tanto, la verdad.

En cualquier caso Crash no tenía nada en contra de ellos de modo que agarró rápidamente el cristal, sus dedos peludos se cerraron en torno a la caliente superficie: hacía un calor terrible allí dentro.

- ¡CRASH!

El suelo tembló bajo los pies del cocodrilo de casi media tonelada de peso que se lanzó con todas sus ganas sobre el intruso que había osado profanar su nidada. Por suerte el bandicoot consiguió escurrirse por el agujero que había abierto y salió despedido del montículo como si fuera un corcho de una botella de champán, aterrizando entre los matorrales desde los que viera el cristal, cubierto de barro hasta las cejas. 

- ¡Menos mal! Ya ha pasado ¿Estás bien? – preguntó de nuevo Aku-Aku flotando hasta su lado.

Crash se sacudió como un perro todo el barro y cuando miró hacia la máscara para contestarle la vio completa de barro goteante.  El marsupial esbozó una sonrisita de disculpa.

Un gañido doloroso proveniente del pantano les hizo darse la vuelta. Los dos miraron entre los matorrales y vieron al enorme cocodrilo apesadumbrado, cerniéndose sobre los restos de su nido maltrecho. Dado el ímpetu contra el que se había arrojado sobre Crash había caído con todo su peso sobre el nido, aplastándolo en el proceso.

Crash tragó saliva, sintiéndose terriblemente culpable.

- Oh, vaya ¿qué es lo que hemos hecho? – preguntó de forma retórica Aku-Aku, compadeciéndose del pobre animal. Voló de nuevo hacia allí, si bien manteniéndose a una distancia prudencial – Siento mucho todas las molestias, querido amigo, no era nuestra idea hacerte ningún daño ni a ti ni a tus hijos – meditó un instante – Sí, creo que puedo reparar el destrozo que te hemos causado.

Por supuesto que el cocodrilo no entendía absolutamente nada de lo que decía aquella cosa de madera voladora pero estaba tan triste que no tenía ni ganas de intentar destrozarlo por haberse adentrado en su territorio.

Pero Aku-Aku pronunció unas palabras mágicas y los tambores se alzaron en medio del pantano. Los restos del nido comenzaron a temblar, a moverse, a flotar. Fue como ver una película rebobinándose, de modo que en apenas unos segundos el nido volvía a alzarse próximo a la orilla.  

El cocodrilo no podía hablar ni dar las gracias porque no tenía forma de hacerlo. Ni siquiera en su cabeza existían tales conceptos. Sin embargo, a Crash le pareció que sonreía, con su boca abierta de par en par. Ipso facto se asomó para comprobar su nidada.

Aku-Aku volvió hasta su hijo adoptivo que le felicitó en su jerigonza por su buen trabajo mientras la cabeza del cocodrilo desaparecía dentro del nido, ya que quería ver con sus propios ojos a su nidada.

Y a pesar de que todo parecía haber tenido un final feliz (ellos tenían el cristal y el cocodrilo había recuperado sus huevos) la máscara tiki parecía contrariado.

- No ha sido un hechizo perfecto – informó Aku-Aku en lo que retomaban la marcha y se alejaban del lugar - Algo ha debido de fallar puesto que uno de los huevos no he podido recuperarlo. ¿Pudiste ver si había algún huevo ya abierto?

Crash le respondería al cabo de un rato. 

Decir para vuestra tranquilidad que la pequeña cría de cocodrilo que ya había salido del caparazón sobrevivió al accidente y tan sólo quedó enterrada en el fango. Una vez que todo fue restablecido y su padre asomó la cabeza para comprobar que todo volvía a estar en orden una pequeña cabecita surgió del fondo del nido y le recibió con la boca abierta y las patas para arriba, gritando con todas sus fuerzas:

- ¡PAPIIIIIII!




* No tengo ni idea del idioma que hablará la tribu de Papu-Papu aunque entiendo que será ficticio, teniendo en cuenta que por lo visto hay hasta unas 12 familias de lenguas aborígenes en el país.
Ni siquiera he encontrado navegando por ahí los fonemas o palabras que dicen in-game, de modo que he intentado reproducirlo lo mejor posible. El grito que dan Papu-Papu y la respuesta de sus guerreros son sacadas tal cual de Twinsanity, cuando éstos empiezan a perseguir a Crash tras liberar a Cortex, que había sido capturado antes por los indígenas. El resto, me las he inventado.

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