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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Luna de Halloween - Capítulo VII

 


- ¡Eh!

La acababan de abofetear con fuerza y Gio respondió contraatacando, alzando los puños al aire. Dos siluetas se cernían sobre ella, pero una se batió en retirada.

- ¡Uoh, quieta Gio! ¡Tranquila! – dijo Mikey, agarrándola por las muñecas para inmovilizarla.

Ella le miró enfadada.

- ¿Se puede saber por qué eres tan bruto? – le riñó, frotándose la mejilla dolorida según tuvo libres las manos de nuevo y entonces sus ojos se abrieron como platos - ¡El hombre lobo! – exclamó, mirando a su alrededor - ¿Dónde está?

- Para empezar, no he sido yo quien te ha atizado – aclaró Mikey – Y, en segundo lugar, el hombre lobo se ha ido.

Fue entonces cuando la chica vio al humano de pie muy cerca de ellos. Necesitaba un buen corte de pelo, pues lucía un look desaliñado, el cabello canoso grasiento y despeinado, oculto en su mayor parte por un sombrero de tipo outback. También tenía una barba casi blanca de pocos días. Su piel curtida contrastaba enormemente con sus ojos claros que observaban a Gioconda de forma evaluadora.

Alto y silencioso, así enfundando en un largo abrigo oscuro, con un rifle al hombro, una faltriquera colgando al muslo derecho y el oscuro sombrero parecía una especie de cazador furtivo.

- ¿Y este tío? – susurró Gioconda finalmente, chasqueando la lengua para intentar desembarazarse de aquel sabor metálico que tenía en la boca.

- No lo sé – respondió Mikey – Pero es quien ahuyentó al hombre lobo…

El disparo. Cierto; Gioconda vio el rifle y recordó que un disparo le había quitado a la criatura de encima. Como se le antojaba que tenía aspecto siniestro a la mutante le costó mucho articular:

- Gracias.

El hombre no dijo nada; había desviado la vista en la dirección en la que la criatura había huido. Susurró algo que los mutantes no consiguieron entender y acto seguido tomó esa dirección.


A pesar de que lo extraño de la situación despertaba su curiosidad Gioconda a esas alturas estaba más que dispuesta a dejar correr todo este asunto, pues para ella estaba claro que no estaban ante ningún otro mutante, pero ahora era Michelangelo quien parecía dispuesto a seguir adelante. La chica lo supo por la forma en que miraba al desconocido. 

Intentó detenerle, pero él o bien no la escuchó o bien la ignoró.

- ¡Eh, oiga! ¿Acaso va detrás del hombre lobo? – preguntó dando unos pasos hacia delante y provocando que el hombre se detuviera - ¿Es usted alguna especie de cazador o algo así? – como él no respondió, insistió - ¡Podríamos ayudarle a acabar con él! 

- ¡Mikey, no! – le riñó Gioconda con un grito sofocado, agarrándole del antebrazo y tirando de él para atraer su atención.

- Pero Gio, debemos detenerlo. Ya le viste en aquella calleja y aquí hace un momento: es peligroso. 

- Pero no es asunto nuestro Mikey. Esto no es una película, si no la vida real. 

- Tu amiga tiene razón, chico – repuso finalmente el hombre en un tono áspero – Esto no es asunto vuestro así que mejor iros a casa con vuestros padres. Ahí estaréis seguros.

Dicho esto, se dispuso a marcharse de nuevo. Michelangelo le ignoró y ejecutó varios saltos enlazando con una pirueta que le puso justo delante del hombre, que se paró en seco, totalmente sorprendido.

- Lo siento, pero no puedo hacer eso – dijo Michelangelo – Va en contra de mi código no ayudar a los que lo necesitan y en este caso, la ciudad de Nueva York está bajo un gran peligro si esa criatura anda suelta.

El hombre, ya recompuesto, bufó.

- ¿Código dices? ¡Chorradas! ¿Quién te crees hablando así, el Justiciero de la Ciudad? No eres más que un crío que ha visto demasiadas películas, no hay más que ver cómo vas vestido de… lo que sea.

- Bueno, lo de que veo muchas pelis es cierto, pero no soy ningún Charles Bronson. Soy Michelangelo y sigo la senda impuesta por el Bushido que no es ninguna chorrada… y no soy ningún crío – chasqueó la lengua – Puede que jovencito, pero de crío nada…

- No tengo tiempo para estas tonterías – protestó el hombre perdiendo la paciencia – Me importa bien poco quién seas, de modo que aparta porque cada minuto para mí es crucial.

Michelangelo, sin réplica posible, no tuvo más remedio que apartarse para dejarle paso, cuando el desconocido le hizo a un lado. Le observó partir, rascándose la cabeza, pensativo. Gioconda corrió a su lado y le propinó un pescozón.

- ¡Ay!

- ¿De qué vas, Mikey? ¿A qué ha venido todo eso?

- ¡Es que no me ha tomado en serio! 

- ¿Por qué debería? No es…

- ¡Sí es nuestro problema, Gio! Lo es desde el momento en que nos cruzamos con aquella cosa en el callejón. Si no hubiera sido por nosotros quién sabe lo que les hubiera hecho a esas dos chicas. ¿Te parece bien mirar para otro lado cuando tenemos la oportunidad de pararle los pies?  ¡Date cuenta! Es el tipo de misión que haría un super héroe – agregó, inflando el pecho.

Gioconda se llevó la mano a la frente, sintiendo al fin todo ese cansancio acumulado en el día.

- No, Mikey, no empieces de nuevo con ese tema. ¿Quieres? Además ¿no te daba miedo?

Él pareció dudar, pero cuando la chica creía que se había salido con la suya, se la devolvió.

- ¿Y no eras tú la que estabas deseosa de perseguir al hombre lobo? ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

Touché. Gioconda estuvo a punto de responderle, pero no, no se veía con ganas de explicarle todo el tema del número del antebrazo y sus descartadas sospechas.

- Bah, olvídalo – dijo en su lugar.

- ¿Qué? Sólo he cambiado de idea, nada más.

Gio sacudió la cabeza, cruzándose de brazos y mirando para otro lado. Segundos después sus ojos castaños le miraron de soslayo. Michelangelo la contemplaba expectante. Suspiró. 

- No vas a dejarlo correr por mucho que te lo diga. ¿Verdad?

- Ya me conoces. Pero si no quieres venir lo entiendo…

Estuvo tentada de decirle que efectivamente no quería ir, pero no iba a dejarle tirado cuando ella misma le había insistido tanto. Además, a pesar de su bravata aún notaba en su tono de voz una leve pizca de miedo: leyendo entre líneas la frase correcta que le había dicho era “Si no quieres venir lo entiendo, pero agradecería mucho que lo hicieras”.

Por no decir que Michelangelo tenía razón: era por su culpa por lo que habían llegado a esta situación. Él lo habría dejado estar en un principio tras el encuentro del callejón, pero si le siguieron hasta allí… bueno, pues eso.

- Está bien – masculló de mala gana – Tú ganas: vamos.

La sonrisa que él le dedicó fue radiante, pero ella se limitó a mirarle con los ojos entrecerrados.

- Pero que sea la última vez que me convences de algo que no es una buena idea – agregó.



- ¿Quién será ese tío y por qué hace esto? – preguntaba Gioconda un rato después mientras observaban desde una azotea cercana a “Van Helsing”, que era como le habían apodado, entrando en un hotel de baja categoría por una puerta de servicio. 

Le habían estado siguiendo por la ciudad una vez habían abandonado el edificio donde el hombre lobo les había tendido una emboscada. Perseguir su vehículo no había supuesto ningún esfuerzo para un par de ninjas acostumbrados a moverse entre las sombras.

- No lo sé, pero tiene su aquél ¿no te parece? – preguntó Michelangelo. Ante el silencio y la mirada que ella le dedicó, aclaró – Me refiero, a que parece un tipo duro y lleno de recursos. ¿Eh?

Gioconda no respondió en ese momento. Descendieron en apenas unos instantes, parándose en la puerta por la que el hombre acababa de desaparecer. La muchacha abrió apenas una rendija y echó un vistazo para asegurarse de que no había nadie al otro lado.

- Pintas de ello tiene, la verdad – opinó, pensativa – Pero, como ya te he dicho, esto no es una película. No hay… cazadores de lo sobrenatural. Se parecerían más bien a los que salen en Casas Embrujadas. Pero este tío… bueno, sí que parece Van Helsing… 

- ¡Pues sí! ¿Por qué crees que ha venido a este sitio precisamente? – preguntó Mikey mirando él también por el cristal - ¿Querrá echarse un sueñecito entre cacería y cacería?

- Si realmente fuera esa su razón ¿no crees que habría entrado por la puerta principal?

- ¡Ah, pues sí!

Y dicho esto se deslizaron al interior en un silencio total.


Cuidadosos y sigilosos se preocuparon de que el hombre no se diera cuenta de que le estaban siguiendo. Le vieron enfilar pasando de la recepción, que en esos momentos estaba vacía, directamente hasta el ascensor. Las puertas se les cerraron en las narices.

- Las escaleras ¡vamos!

Cada vez que subían una planta se detenían lo justo para mirar el indicador del ascensor, pero éste no se había detenido ni en el primer piso ni en el segundo ni siquiera en el tercero. Pero en el cuarto… En lo que recuperaba el aliento Michelangelo interpuso uno de sus nunchakus para asegurarse.

- ¡Vacío! – informó a Gioconda.

Se apresuraron por el pasillo, torciendo a la derecha. Acertaron a ver al hombre entrando en una habitación y cerrando la puerta. 

Los dos mutantes intercambiaron una mirada y se encogieron de hombros. No entendían nada de nada, de modo que tras una breve discusión decidieron acercarse en silencio y apoyaron sus cabezas en la puerta, intentando oír algo. Al poco escucharon trajín dentro de la habitación, cosas que eran arrojadas al suelo, como si alguien estuviera peleándose.

¿Acaso el hombre estaba en problemas o los estaba causando? Michelangelo miró de nuevo a Gioconda, quien en esos momentos ya sacaba sus tessen y asentía con la cabeza. De modo que la tortuga se cuadró delante de la puerta con sus nunchakus listos y la abrió de una contundente patada.

- ¡Arriba las manos, ninjas en acción! – exclamó Mikey.

La habitación ya estaba patas arriba.  La cama estaba desecha, las almohadas por el suelo, los cajones de las mesillas y el armario abiertos de par en par. Y justo delante estaba “Van Helsing” con las manos sobre una maleta de colores psicodélicos.

- ¿Qué está haciendo? – preguntó Gioconda bajando las armas mirando la escena.

En cuanto el cazador reconoció a los dos mutantes su cara pasó de expresar la absoluta sorpresa a la ira más profunda. Le habían pillado con las manos en la masa.

- ¡¿Otra vez vosotros dos?! – preguntó, esparciendo gotitas de saliva al aire, su abrigo abultado por su posición encorvada revelando el rifle oculto; debía habérselo quitado en el coche.

- ¿No estaba intentando detener al hombre lobo? – preguntó Mikey - ¿Qué hace robando en esta habitación?

- ¡No soy ningún ladrón!

- ¿Entonces?

El cazador deslizó una mano por el rostro, cada vez más hastiado. De un par de zancadas les pasó por un lado, se asomó al pasillo y luego cerró la puerta. 

- ¿Es que vuestros padres no os enseñaron a obedecer órdenes? – les preguntó - ¡Os dije que volvierais a casa! 

Gioconda se hartó de su actitud. Se apartó el flequillo con un movimiento de cabeza y puso los brazos en jarras.

- Para empezar, solamente tenemos un padre y a mucha honra nos enseña como nadie– soltó con un exabrupto – Y usted no es quien para darnos órdenes. No tiene ni pajolera idea de lo que somos capaces mi hermano y yo, de modo que ya está bien de tratarnos como a dos críos idiotas que no tienen ni idea de nada. Sabemos perfectamente que esa cosa es peligrosa y somos más que capaces de manejarlo. En cuanto a su situación actual, quizá a la policía le guste saber que se cuela en habitaciones ajenas.

El hombre hizo un gesto como si se contuviera, alzando unas manos encallecidas y temblorosas que cerró en dos sendos puños.

- ¡No estoy robando, sólo busco pistas! Y puedo dudar de vuestras capacidades, y lo hago, visto cómo os manejasteis en aquel edificio abandonado. Vuestra torpeza me hizo disparar a tontas y a locas porque era la única forma que tenía de salvaros la vida y precisamente por eso perdí una oportunidad muy valiosa de finalizar esta maldita cacería de una vez por todas: ahora ella sabe que estoy aquí y eso hace que aumenten los riesgos de que se me vuelva a escapar… tendré que volver a empezar… ¡Así que os seguiré tratando como me dé la gana!

- ¿Por qué esa obsesión con el hombre lobo? ¿Qué estamos haciendo aquí?

- ¡Eso no es de vuestra incumbencia, jovencita!

- ¡Sólo queremos ayudar! – insistió Michelangelo en tono más conciliatorio - ¡Si la hemos fastidiado le conseguiremos otra oportunidad para acabar con él!

- ¡NO QUIERO ACABAR CON ELLA, MALDITA SEA! – gritó el hombre exasperado.

- Espere ¿ha dicho “ella”? – preguntó Michelangelo, rascándose la cabeza.

Acto seguido se dejó caer en la cama, junto a la maleta psicodélica. Sentado en el borde se llevó las manos a la cara, sacudiendo la cabeza.

- No sabéis nada – murmuró – No entendéis nada… haced el favor de dejarme en paz… ¿por qué no lo hacéis?

- Lo siento, pero esa cosa estuvo a punto de matarnos, de modo que le guste o no, aquí estamos. ¡Ayúdenos a entender qué está pasando! – casi suplicó Michelangelo.

- ¿Es otro mutante? – preguntó Gioconda sin poder contenerse.

El hombre alzó la cabeza, frunciendo el ceño.

- ¿Otro mutante dices? ¿De qué estás hablando?

Gioconda suspiró y se señaló.

- Oiga ¿dónde ha visto disfraces así de buenos?

Ahora era el turno del misterioso cazador quedarse totalmente estupefacto. Los miró a de hito en hito y cuando Michelangelo asintió con vehemencia, le sonrió y le alzó un pulgar se dio cuenta de hasta qué punto tenían razón. Hizo amago de decir algo, pero no fue capaz de articular palabra en un primer momento, por lo que tuvo que tragar saliva y carraspear.

- Estoy seguro que no es nada como lo vuestro… creo – fue lo único que pudo balbucear. Sacudió la cabeza como si descartara un pensamiento. Volvió a ponerse serio – Es algo peligroso…

- Amigo, aparte de reptiles mutantes somos ninja – le hizo ver Mikey señalándose los nunchakus que llevaba al cinto- “Peligro” es nuestro segundo nombre…

Se detuvo cuando Gio le lanzó una mirada de advertencia, de esas que querían decir “ahora no es momento de coñas”. 

El hombre no mordió el anzuelo y guardó silencio, meditabundo. Muchas cosas sobre las que pensar; no tenía ánimos ni tiempo de indagar en la vida de esos dos, bastante tenía con lo suyo. Si resulta que esos dos muchachos eran reptiles de verdad… pues bueno, bien. Cosas más raras había visto o escuchado a esas alturas como para preocuparse por ello. ¿Qué otra cosa podía pensar si no? A pesar de que esto era algo que no les incumbiera, en el fondo, agradecía su terquedad, su inercia de querer ser útiles. No le había ido muy bien solo y resultaba tentador aceptar su ayuda… pero su responsabilidad de adulto le impedía invitarles abiertamente a que se unieran a una cacería tan peligrosa. Mutantes o no… o ninjas o no… sólo eran un par de críos, por mucho que lo negaran. ¿Qué sabían ellos de cosas tan oscuras?

Percatándose de las dudas internas del hombre y pensando que no iba a querer desembuchar Gioconda insistió.

-  Ha dicho “ella” cuando hablaba de la criatura.  ¿Quiere decir que es una mujer-lobo?

Él asintió a regañadientes; se estaba rindiendo, cediendo.

- Sé que se hospeda aquí. Sólo vine a buscar indicios o pistas sobre a dónde puede haber ido. Quiero dar con ella y acabar con esto de una vez por todas.

- ¿Y no quiere matarla?

Negó con la cabeza.

- Pero sí detenerla.

Asentimiento.

- ¿Entonces quiere encerrarla? – preguntó Mikey - ¡Oh, ya sé! ¡Quiere estudiarla!

El hombre negó con la cabeza, pareciendo mucho más mayor y cansado que antes. 

- Entonces, si no quiere matarla ni estudiarla ¿qué quiere hacer con ella?

- Quiero… quiero salvarla.


1 comentario:

  1. Este señor está preparado, así que todo tendrá un motivo, supongo.

    Mmm fíjate, no había pensando en Hank pero sí que se le parecería. Había pensado algo más bien como un Clint Eastwood o Arthur Morgan de Red Dead Redemption 2, pero más viejo. Pero supongo que Hank con barba de unos días y el pelo un pelín más corto da el pego, sí.

    Tengo el tiempo muy relativamente en cuenta, como siempre pasa en las películas y series, que pone "tenéis 2 min" y tú ves que todo lo que hacen mínimo han pasado 20' o 30' XD Supongo.

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