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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Luna de Halloween - Capítulo VIII

 


El cazador tenía un nombre y no era Van Helsing, si no Liam Sullivan. Era un hombre franco que no hablaba salvo que tuviera algo importante que decir. Por ello su carácter podía parecer hosco para aquellos que no le conocían, pero realmente era una buena persona. Un “vecino” proveniente de un pueblo cercano a Indianápolis; era un hombre normal y corriente… hasta hacía unos pocos meses. 

No contó su historia hasta haber abandonado la habitación del hotel, pues como no paraba de decir, el tiempo apremiaba: la mujer lobo ya sabía que estaba allí de modo que intentaría huir de nuevo pero tenía todas sus cosas en el hotel y no se iría sin ellas. Eso significaba que no las recuperaría hasta que fuera de día, ya bajo su forma humana, con lo que esas horas previas eran clave para él. Ahora bien, podía darse la posibilidad de que huyera directamente y mandara a alguien a buscarlas para que se las enviaran después… una posibilidad que no podía descartar. Porque Sullivan sabía que ella tenía ayuda.

¿Por qué? Pues porque estaba “la forastera”, a la que vio en el bosque aquella fatídica noche. Y lo que se lo había confirmado del todo era aquel trozo de papel que había hallado en su maleta ¡Podía tratarse de todo un clan!

Y tras aceptar la ayuda de aquellos dos misteriosos jovencitos se dio cuenta de que tenía que advertirles de ello… y contarles toda su historia.

Allanó el terreno sacando de su cartera una fotografía que les tendió antes de poner en marcha el coche. 

- Perdí su foto más reciente cuando hice mi primera tentativa de acceder al hotel. La foto es vieja, pero os ayudará a entenderme. Siempre la miro cuando me siento cansado y estoy a punto de tirar la toalla: ellas me dan fuerzas. Mi esposa Francine y mi hija Chloe….

Michelangelo y Gioconda observaron la ajada y manoseada fotografía polaroid donde salían tres personas posando delante de una casa de campo similar a la que Casey tenía en Northampton: en ella aparecía una versión más joven del señor Sullivan, con el cabello castaño, menos arrugas y con algo más de peso, vestido con una camisa de franela y un peto vaquero pasando un brazo alrededor de los hombros de una mujer afroamericana de cabello rizado y sonrisa radiante: Francine. Cada uno de los padres posaba una de sus manos en los hombros de una niña que estaba situada entre ambos, que rondaría unos diez años de edad. La niña había heredado los rizos y los ojos de su madre, pero el color castaño del cabello era igual que el de su padre. Todos parecían rebosar felicidad.

- Chloe siempre fue una niña alegre y extrovertida. Ella era mi princesa – relataba el señor Sullivan sin despegar la vista del tráfico- Pero todo cambió cuando mi querida Francine murió repentinamente en un accidente de coche hace unos años. Al principio achaqué su cambio de carácter por la entrada en la adolescencia y al fallecimiento de su madre, pero en los últimos tiempos se estaba volviendo muy rebelde. No avisaba de adónde se iba ni con quienes estaría ni daba detalles de a qué hora pensaba regresar. Cuando estaba en casa se pasaba el tiempo encerrada en su habitación escuchando música en su walkman o leyendo todo tipo de revistas. Comencé a preocuparme porque ese comportamiento no era normal en ella, pero nunca llegamos a hablarlo porque no fui capaz de lidiar con ello: la que tenía buena mano para esto era Francine, no yo. Pero un día en lo que me ocupaba de la casa antes de ir a trabajar y mientras Chole estaba en el instituto di con unas cosas en su cuarto que me inquietaron – al decir esto cayó en la cuenta que estaba frente a dos adolescentes, de modo que les lanzó una mirada fugaz a través del espejo retrovisor interno - No es que hurgara en sus cosas de forma habitual, sé que está mal y siempre he respetado su privacidad. Es sólo que vi algo raro y… bueno tuve que echar un ojo…

Se tomó su tiempo para proseguir y ellos no lo atosigaron entendiendo que le resultaba complicado hablar de ello.

- Fue cuando vi esas revistas y discos de música… esas cosas relacionadas con lo esotérico, de Wicca… o lo que sea. No sabía que le interesaran esas cosas, pero no me dieron buena espina. Por no hablar que esos dos últimos meses la notaba mucho más introvertida de lo habitual: ojerosa, pálida y tensa, como si estuviera esperando a que algo sucediese. No relacioné que semejante comportamiento se acentuara en los días previos y posteriores a la luna llena: de hecho, esa noche siempre la pasaba fuera y se levantaba muy tarde al día siguiente. Tampoco encontré que los reportes del periódico local de avistamientos de lobos de gran tamaño en esa zona del bosque tuvieran que ver con eso: tampoco es que fuera raro ver lobos en un sitio con bosques colindantes, pero ya me entendéis.  Ella se encargaba de algunas tareas del hogar, como fregar los platos o sacar la basura, pero una mañana en que yo lo hice descubrí su ropa rajada y sucia en el cubo, debajo de las bolsas del día anterior, como si hubiera tratado de esconderlo. Así que ese día cuando llegó de clase le pedí respuestas y su reacción fue cuanto menos, explosiva. De hecho, ahora que lo pienso, no llegamos a hablar nada del tema como tal si no de otras cosas: de su madre, de mí, de ella… ahí supe cuánto me echaba en cara la muerte de Francine y de cuánto resentimiento me guardaba por ello, de lo distante que había estado con ella todo este tiempo y de lo mal que lo había estado pasando, de lo sola que se sentía… y yo sin tener ni idea. 

- Pero si su mujer murió en un accidente de coche ¿qué culpa tiene usted de eso? – preguntó Mikey y Gioconda le asestó un codazo en el costado para hacerle callar, pues había visto por el espejo la expresión del señor Sullivan. 

Al escuchar la pregunta el hombre clavó por unos instantes su mirada en Michelangelo a través del espejo retrovisor.

- La tengo, chico – afirmó, no sin pesar en su voz – Vaya que si la tengo – hizo una pausa a la par que frenaba el vehículo por el semáforo en rojo y no volvió a hablar hasta que no retomó la marcha, pero sin dar explicaciones de por qué creía aquello – En fin, nos dijimos cosas terribles. Le dije que la pérdida de su madre tampoco había sido fácil para mí y que estaba siendo poco comprensiva; que si no me veía casi el pelo en casa era precisamente por su causa, porque me rompía el lomo trabajando en dos sitios diferentes para darle un buen futuro… pero estaba enfadado, dolido y no lo dije de la mejor manera posible. No me daba cuenta de lo que ella sentía y sólo me defendía porque me parecía ingrato por su parte el que me hiciera semejante reproche.

A pesar de seguir su historia con sumo interés en esos momentos Gioconda se sintió sumamente incómoda. Tuvo una especie de sensación que no supo determinar, como un escalofrío, como si algo de lo que el señor Sullivan explicaba le resultara vagamente familiar. Pero no supo determinar el motivo: quizá sólo era que le conmovía su historia porque, aunque no le conocía de nada, le parecía sincero. 

- Sé que Chloe lo entendió de la peor manera posible porque se me quedó mirando unos instantes para decir “Eso es lo que soy para ti, ya veo… De nada por joderte la vida” para, a continuación, encerrarse en su habitación con un sonoro portazo. Quise ir tras ella y pedirle disculpas, intentar explicarme de nuevo para que lo entendiera, que yo no había querido decirle eso y que ella era para mí lo más importante del mundo… pero desgraciadamente no podía entretenerme más porque ya llegaba tarde a trabajar. Me dije que esa misma noche tendríamos una charla de padre a hija para arreglar la situación entre nosotros; ahora que sabía cosas que antes no, podía recapacitar sobre ellas y buscar la forma de expresarme mejor. Qué poco imaginaba yo que no iba a tener ocasión. A mi regreso cerca de la medianoche acudí a su puerta tras dejar una pizza caliente y unos refrescos aguardando en la mesa de la cocina: la cena de la paz – meneó la cabeza – Llamé varias veces, pero como no respondía abrí la puerta sólo para ver que no estaba allí. En su lugar hallé la ventaba abierta de par en par con las cortinas hondeando por la brisa nocturna. Me asomé al exterior y la llamé: como esos días atrás había llovido mucho no tuve más que seguir sus huellas en el barro que se dirigían hasta el bosque cercano – hizo una pausa – Veréis, cuando era joven serví muchos años en el ejército y a veces he salido de caza, de modo que para mí fue pan comido seguir el rastro de mi hija. En mis prisas olvidé buscar una linterna, pero por suerte esa noche había luna llena, de modo que podía ver relativamente bien. No sé cuánto tiempo caminé sin parar de preguntarme qué iría a hacer mi Chloe en medio del bosque… y entonces la vi en un pequeño claro, acompañada de otra mujer más o menos de su edad y que había visto a veces rondando por el pueblo: la Forastera. Hablaban o, más bien, cantaban, meciéndose de un lado para el otro tomadas de las manos. No fui capaz de entender lo que decían en sus cánticos, pero sentí que era mejor que no me vieran, de modo que en su lugar me quedé espiándolas entre los arbustos. Unos momentos después se detuvieron y para mi sorpresa comenzaron a desvestirse: sé que desvié la vista a pesar de que estaba lejos y me daban la espalda. Debí marcharme en ese momento, pero no podía moverme de mi posición: no quería marcharme de allí sin Chloe.  Debió pasar una nube y la luz de la luna llena iluminó el claro: tuve que mirar cuando empezó todo… 

El señor Sullivan se detuvo, humedeciéndose los labios y reorganizando sus pensamientos para intentar no divagar llegados a ese punto.

- A este punto ellas estaban quietas y en silencio cuando las alcanzaron los rayos, con los brazos alzados hacia el firmamento como si les resultara placentero bañarse en ellos. Y entonces... Bueno, comenzaron a cambiar en medio de gritos y gemidos de dolor… se convirtieron en lobos enormes. Yo no podía creerlo: debí quedarme allí paralizado, oculto como estaba, diciéndome a mí mismo que lo que veía era completamente imposible. No sé si debido a que finalmente me moví o simplemente captaron mi olor cuando la brisa cambió de dirección que me detectaron. Sus enormes cabezas se volvieron al unísono hacia mí y dos pares de ojos ambarinos se clavaron en lo más profundo de mi alma: yo sabía que uno de aquellos seres era mi hija, pero me negaba a creerlo. NO PODÍA. Y cuando intenté reaccionar algo duro y cálido se abalanzó hacia mí, golpeándome y haciéndome caer al suelo….

El señor Sullivan volvió a callar mientras el intermitente avisaba de su próxima maniobra.

- Estuve inconsciente mucho tiempo, prácticamente el resto de la noche. Cuando desperté me percaté de que había sido arrastrado varios metros por el suelo, rebozado en el fango, pero estaba ileso, mientras que los lobos se habían marchado y el claro estaba silencioso y apacible. Entonces recordé a Chloe y salí corriendo hacia casa, pues lo único que quería era llegar hasta su cuarto: quería encontrármela durmiendo en su cama para decirme a mí mismo que lo de anoche sólo había sido un mal sueño. ¡Ja! Iluso de mí. Cuando llegué la pizza rancia y los dos refrescos intactos ya vaticinaron que mis deseos no iban a cumplirse. Y al asomarme a su cuarto… bueno, ella había hecho la maleta, había tomado dinero del bote de ahorros y simplemente se había ido. Dejó una única nota: “No deberías haberlo visto pero ahora que lo sabes es el momento en que debo irme. Es lo mejor para ambos: no me busques. C.” ¡Como si fuera tan sencillo para un padre renunciar a lo que más quiere en el mundo! Pero mi hija era un hombre lobo ahora… o una mujer lobo, mejor dicho. ¿Qué podía hacer yo? ¿Cómo había llegado hasta esa situación? ¿Hasta dónde estaba implicada aquella Forastera en todo esto? Estaba (y estoy) seguro que ella era la culpable: pero si debía ir detrás de mí Chloe primero debía saber a qué me estaba enfrentando… y fue así cómo inicié mi investigación, devorando los libros y revistas de Chloe, posteriormente buscando más información en las bibliotecas para acabar frustrado por no hallar suficientes respuestas: no sabía lo suficiente. Inesperadamente encontré el apoyo que me faltaba en el reverendo Thomas cuando acudí a confesarme puesto que no sabía qué más hacer y porque necesitaba desahogarme con un amigo que, además, tenía voto de confesión: él me pasó un contacto de un estudioso de fenómenos naturales y sobrenaturales con el que tenía muy buena relación y que me enseñó todo lo que necesitaba para rastrear y dar con un hombre lobo – suspiró – Desgraciadamente me avisó que no existía una cura definitiva para la licantropía aunque me dio una serie de pautas y consejos muy útiles para revertir la transformación incluso durante la fase de luna llena: unos dardos especiales de nitrato de plata y acónito que él mismo me enseñó a fabricar. Con la dosis adecuada y disparados a corta distancia consiguen que el hombre lobo revierta su transformación siempre y cuando no esté bajo el influjo directo de la luna llena en ese momento…

- ¿Por eso el rifle? – preguntó Gio, con voz suave. El señor Sullivan asintió – Pero cuando disparó ¿por qué no surtió efecto?

- Sólo fue un tiro de advertencia: temía que Chloe os lastimara y disparé deprisa, casi sin apuntar. Erré el tiro y por eso perdí uno de los pocos dardos que me quedan.

- ¿Y por qué anula la transformación?

- Los hombres-lobo son alérgicos a la plata, chiquilla. 

- ¿Ves? ¡Tenía yo razón! – se jactó Michelangelo. 

- ¿Y el acónito?  - preguntó Gio, ignorando a su hermano adoptivo a propósito.

- Es una planta enteramente tóxica. En pequeñas dosis puede tener un efecto paralizante, pero en concentraciones más altas, digamos unos 5 miligramos, puede ser mortal para un ser humano. A pesar de que los licántropos poseen una resistencia sobrehumana a las heridas y envenenamientos son especialmente sensibles a los efectos de esta toxina, aunque la queman rápidamente, de allí que el efecto sea limitado. Su uso está especialmente indicado para ello y para frenar o paralizar a los hombres lobos según los grimorios de criaturas oscuras, mezclado con otras sustancias para suavizar el impacto en el organismo y que no sea peligroso ni tóxico para la víctima.

- ¡Guau! – exclamó Michelangelo - ¿Brujería? ¡Eso sí que es interesante!

Gioconda meditó un instante sobre lo que le acababan de contar.

- Dice que los licántropos son alérgicos a la plata. ¿Estar en contacto con ella no hará que muera por el shock anafiláctico? – preguntó.

- Sólo si la plata es pura y penetra en su interior dañando órganos vitales. Los dardos de plata sólo llegan al músculo, como es lógico - explicó con paciencia el señor Sullivan - ¿Veis la bolsa a vuestros pies? Buscad en el bolsillo pequeño… sí, justo ahí – Gio extrajo tres dardos que contenían un líquido azul-violáceo. Tanto ella como Mikey las sopesaron en sus manos – De ahí la importancia de esta munición. La medida justa para obligarle a adoptar forma humana de nuevo. En teoría y según mi contacto los efectos son inmediatos y pueden durar varios minutos e incluso una hora por lo que no sería posible una nueva transformación durante ese tiempo.

- ¡Guau! – alabó Michelangelo, haciendo bailar en su mano un par de los dardos- ¡Es una pasada!

- ¡Ten cuidado con eso, chaval! – le regañó el señor Sullivan– ¡Eso es todo lo que me queda!

- Lo siento – se disculpó Mikey, devolviéndoselos a Gio quien los guardó de nuevo en su sitio.

- ¿Comprendéis ahora por qué es tan importante para mí todo esto?

Los dos mutantes asintieron, devolviéndole también la fotografía de su familia. 

- ¿Cómo supo que su hija estaría en ese hotel, señor S? – preguntó entonces Michelangelo, cayendo en ese momento en cuenta.

- En su última estadía dejaron en una papelera una anotación en una guía de hospedajes de Nueva York. ¡Un golpe de suerte, dirías! Pues déjame decirte que te equivocas. Mi coche se averió de camino, con lo que tuve que perder unos días valiosos hasta que me lo repararon. He llegado justo esta misma tarde ¡já!

- Por eso no pudo hablar con ella…

- En parte – admitió el señor Sullivan, torciendo el gesto – Al parecer mi aspecto o mi desesperación hicieron mella en el recepcionista del hotel cuando le ofrecí la fotografía de Chloe para dar con la habitación donde se hospedaba. No sé qué se pensó, pero mencionó a la policía… como comprenderéis, este no es un tema que desee que se airee de esa manera: mi fuga durante su descuido para llamar por teléfono seguro que terminó de convencerle que su intuición no le fallaba… pero para entonces yo ya había hojeado el libro de registros que él había dejado convenientemente para mi justo delante. Intenté entrar en la habitación pero había demasiada gente entrando y saliendo con el rollo de Halloween, así que como se me hizo de noche no me quedó otra que colgarme de la frecuencia de la policía y esperar – les lanzó una nueva mirada a través del retrovisor- ¿Y entendéis también por qué vuestra presencia ha trastocado todos mis planes y ahora me está tocando improvisar?

- ¡Pero tiene una ventaja, señor S. y es que ahora cuenta con nosotros! – indicó Michelangelo sin darle la mayor importancia y extrajo de nuevo aquel papel que encontraron en la habitación de Chloe– Aunque, ahora que lo pienso, no sé por qué está usted tan seguro de que esto sea una pista.

- ¿Ves ese símbolo? – preguntó el señor Sullivan, estacionando el vehículo en un lugar que contaba con su aprobación – Es su signo para indicar un “lugar seguro”.

Les había explicado que los hombres-lobo, al igual que los vagabundos, tenían su propio lenguaje de símbolos que ayudaba a otros de su especie a orientarse en un ciudad o lugar ajeno: signos que en apariencia parecían azarosos salvo si conocías su significado de antemano. Por eso pasaban desapercibidos para los humanos, ya que normalmente se repartían por toda la ciudad como meros grafitis dibujados en paredes, marquesinas o incluso escaparates pero que para la comunidad licántropa eran vitales.

El señor Sullivan se apeó del vehículo y los dos mutantes hicieron lo mismo. 

- Creía que los hombres lobos eran solitarios – observó Michelangelo.

- Y lo son chico. Es raro ver a dos juntos en fase sin que intenten sacarse las entrañas, pero a pesar de ello suelen ayudarse entre sí de diversas maneras. Una vez te adquieres semejante maldición ya no hay lugar para ti dentro de la sociedad a la que hasta hacía un momento pertenecías. Como suele decirse, la unión hace la fuerza.

- ¿Es por eso que aún así ha elegido hospedarse en un motel? – preguntó Gio cuando él abrió la cerradura y posó las manos en la puerta del maletero.

- Así es.  Los “lugares seguros” no dejan de ser un simple cubil, sin grandes comodidades, no al menos para un ser humano.

- ¿Y cómo Chloe supo de ese lugar?

- Creo que es evidente…

- La forastera…

El señor Sullivan asintió con la cabeza.

- Entonces señor S. – dijo entonces Michelangelo - ¿Significa eso que no estamos enfrentando no uno si no a dos mujeres lobo?

- ¿Quieres dejar de llamarme señor S? – preguntó Sullivan volviéndose hacia la tortuga – Me pone nervioso. Y sí, es posible, aunque no tengo forma de saberlo con seguridad. Como dije, estos seres no se toleran mucho tiempo entre sí. Pero por si acaso… bueno, más vale estar preparado.

Porque en aquel maletero, ahí casi al alcance de la mano de cualquiera o de la policía en caso de que llegara a pararle, tenía todo un arsenal privado.



1 comentario:

  1. Pues en realidad al principio eran balas que explotaban liberando polvo de plata, pero no me convencía, y de pronto viendo The Boys veo el compuesto V y digo "un dardo, pues adelante" y como inyectar plata me parecía un poco bestia decidí el acónito, viendo sus efectos en You, busqué la planta y al ver que aquí en España también se le llama "matalobos" me acordé entonces que en Harry Potter también salía mencionada cuando hablan de los hombres lobo... en fin, ya ves qué lío xD
    Underworld ya no me acuerdo, la verdad, he visto casi todas pero me aburren, la que más me gusta es la 1. Pero también has visto las granadas o bombas de plata en The Strain, por ejemplo ;)

    En cuanto a la conversión como tal de Chloe... ya veremos. No puedo decir nada.

    ¡Un saludo!

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