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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Luna de Halloween - Capítulo IX

 


- ¡Guau! – alabó Michelangelo.

El señor Sullivan les mostró todos sus recursos: gafas de visión nocturna, dos rifles de caza, cuchillos y dagas de hoja de plata, granadas aturdidoras… entre otras cosas.

- Si me parara la policía… en fin, acabaría directamente en chirona – añadió con cierto tono jocoso.

- ¡Esto es una pasada! ¿Todo esto es suyo?

- Sólo los rifles. En realidad, esto es un préstamo: no me dedico profesionalmente a ser cazador de monstruos y fantasmas ¿sabéis? Yo sólo quiero recuperar a mi hija y llevarla de vuelta a casa sana y salva.

Gioconda tomó en sus manos una especie de forro de cuero con plata que tenía un par de correas y miró interrogadoramente a Sullivan.

- Es un collar protector pensado más para vampiros que para licántropos. Pero como a los hombres lobo les gusta especialmente morder en el cuello a sus víctimas… nunca está de más.

- ¿Así que ese es su plan? – preguntó la chica, devolviendo el objeto a su sitio - ¿Entrar sin más y disparar a discreción?

- Técnicamente sí, pero espero que no sea necesario. En fin, esperemos tener suerte… echad un vistazo, mi arsenal está a vuestra entera disposición. 

Michelangelo escogió una especie de disco de plata con correas de cuero que hacía las veces de escudo mientras que Gioconda se hizo con una larga cadena de plata, ideada para defenderse o inmovilizar; en esencia era muy similar al kusari-fundo, arma con la que estaba familiarizada a parte de los tessen.

El señor Sullivan se percató de la facilidad con la que aquellos jovenzuelos sopesaban las armas casi como con aire profesional. Se recordó así mismo que estaba delante de ninjas (o eso habían dicho ellos que eran) y no pudo evitar rememorar las sensaciones que lo embargaron cuando vio por primera vez el arsenal de un cazador de monstruos. Sintió un leve escalofrío.

Por su parte recuperó uno de los rifles (los dardos ya los llevaba en la faltriquera) y se agenció un revólver con munición de balas de plata como arma secundaria: la usaría para defenderse, pues no quería malgastar los dardos. A pesar de que con una bala de plata directa al corazón podía matar a los hombres lobo esperaba no tener que llegar a esos extremos.: 

- Recordad – dijo, sintiéndose obligado – La idea no es dañarla si no inmovilizarla o distraerla el tiempo suficiente para que yo pueda colarle el compuesto – y añadiendo algo más de énfasis a su tono, añadió - No olvidéis que es mi hija de quien estamos hablando.



Así habían llegado a Queens, el distrito más extenso de la ciudad, buscando un lugar de acceso que les permitiera llegar hasta el sitio marcado por aquel pedazo de papel que encontraron doblado en la maleta de Chloe.

En él sólo venía trazado a mano un símbolo formado por una línea horizontal y un semicírculo justo debajo, como si de un amanecer invertido se tratara. En la parte inferior del dibujo, una única frase: Queens Boulevard St. (Jamaica).

Al contrario que el símbolo el nombre había despistado mucho al señor Sullivan por ser foráneo, pero a los dos adolescentes les decía muchísimo más: se trataba de una estación de metro abandonada de la línea Jamaica, cerrada allá por el año 1.977, le explicaron. Al oírlo el hombre asintió con seriedad, pues eso explicaba el por qué los hombres lobo la habían elegido como un lugar seguro donde reunirse o refugiarse en caso de necesidad.

Y estaba de suerte: no sólo porque los chicos supieran su significado y por extensión, la dirección, sino que también conocían una forma de acceder a la misma mediante el sistema de alcantarillado de la ciudad. Si no hubiera sido por ellos tendría que haber gastado mucho tiempo en localizar y hacerse con un mapa antiguo de los subterráneos de la ciudad para encontrar él mismo el acceso. No hubiera podido hacerlo todo en esa misma noche.

- Ahora me explico por qué la ciudad desconoce vuestra existencia – comentó mientras caminaban aprisa por los túneles angostos a varios metros de profundidad bajo el asfalto – Escondiéndoos en un lugar así es lógico, aunque si me permitís la observación, sea un tanto deprimente.

- No es tan malo – dijo Michelangelo con naturalidad mientras marcaba el camino a seguir – Las carencias se compensan con la familia y los amigos… ¡oh! Lo siento…

Gioconda, justo detrás de él, se llevó una mano a la frente, pero el señor Sullivan no parecía enfadado.

- Supongo que no se puede tener todo en esta vida – se limitó a observar y a partir de ese momento guardó silencio.

Poco después escucharon el sonido chirriante del metro no muy lejos de allí y supieron que iban por buen camino: el transporte ferroviario urbano funcionaba las veinticuatro horas del día y, aunque había estaciones y líneas que tenían ciertas restricciones, no sucedía así con la línea Jamaica. 

En cualquier caso, su objetivo estaba situado al final de la línea que, trasladada a la cuadrícula de la ciudad, estaría por debajo de la Avenida Archer, en la zona más al este del distritito de Queens. Según los mapas la estación de la 121 St. era la última, pero realmente había otras cinco justo después de esa misma y que habían sido demolidas unos treinta años atrás.  La que ellos buscaban era la segunda contando en el orden desde la 121 St. El otro extremo de la línea ya llevaba hasta el sur de Brooklyn.

Michelangelo y, por extensión, todos sus hermanos, al ser habitantes de las profundidades de Nueva York durante toda su vida, conocía bastante bien los túneles de esa parte de la ciudad, o casi todos. Si hubiera sido Staten Island, por poner un ejemplo, otro gallo habría cantado, pues no hubiera tenido más remedio que bajar a la guarida y buscar un mapa de esos que Donnie coleccionaba, una maniobra que les hubiera costado mucho tiempo, ya que como su hermano estaba ausente no podía siquiera preguntarle y a saber dónde los guardaba con todo ese desastre que tenía por zona de trabajo. Por otro lado hubieran tenido que darle explicaciones a sensei Splinter muy seguramente, si bien Mikey sabía que éste no se hubiera opuesto a que prestaran ayuda a alguien necesitado.

Todo esto lo fue relatando en voz alta en su descenso y avance para llegar a su destino, parlanchín como era él, pero se calló cuando vio de nuevo ese símbolo trazado con aerosol violeta en una de las paredes de ladrillo, iluminado por el haz de la linterna del señor Sullivan.

Al verlo tomó aire, forzándose porque no le temblequearan las piernas, y se volvió hacia sus dos acompañantes. Muy a su pesar, dijo:

- Bueno, me da en el caparazón que ha llegado el turno de los incursores ninja.

En ese punto Gioconda se volvió hacia el señor Sullivan.

- Querría hacerle una pregunta antes de continuar, si es posible… una que me lleva dando vueltas hace un rato.

- Dime, niña.

- Suponiendo que haya algún otro hombre lobo allí abajo ¿cómo se supone que vamos a distinguir a Chloe de los demás?

El hombre no respondió enseguida haciendo que la chica sospechara que no había pensado en eso.

- ¿No llevará Chloe algo encima que aguante la transformación? Como… no sé ¿pendientes? ¿Algún collar?

- No, que yo sepa no. No le gustaba mucho adornarse con esas cosas.

- Ya veo – hizo una pausa - ¿Y cómo podremos diferenciar a Chloe de la Forastera, suponiendo que ambas estén transformadas?

- No te preocupes por eso. Como has visto tengo aún tres dardos: en el hipotético caso que se agoten y no de para la Forastera… bueno, puedo mantenerla a raya con las balas de plata. De cualquier forma, déjame eso de identificarlas de mi cuenta, tengo un método que no fallará.

Gioconda suspiró para sus adentros sin tenerlas aún todas consigo.


Se adelantaron para reconocer el terreno. El señor Sullivan les daría cinco minutos de margen antes de entrar. A través de un agujero de la pared habían llegado hasta el entramado de pasillos de lo que era la estación de Queens Boulevard. Aún podían verse algunas indicaciones polvorientas que señalaban la dirección que debían seguir para llegar al andén. A pesar de que el acceso que conducía a la salida estaba cubierto por escombros esa zona parecía bastante intacta, por lo que quizá también tuvieran un poco más de suerte y llegaran sin mayores contratiempos hasta la estación en sí.

Michelangelo tragó saliva: en absoluto le daban miedo los lugares cerrados, sería absurdo viviendo como lo hacía en las cloacas. Lo que de verdad le estaba asustando era el hecho de que allí adelante podía no haber uno si no dos hombres… bueno, mujeres lobo, acechándoles en las tinieblas, esperando el momento idóneo para lanzarse sobre ellos y morderles en toda la yugular.

- ¡Cálmate! – se dijo - ¡Si no eres ningún gallina no te comportes como una! ¡Eres una tortuga! Y eso significa poder tortugoso… vaya, en mi cabeza sonaba mejor… Está bien, quizá debiera acordarme del maestro Splinter. Veamos… aaaah…  ¿Cómo era esa técnica de relajación? Respirar profundo durante cinco segundos, retener el aire otros cinco y soltarlo deeeespaciiiooo – probó – Sí, eso eeees…

De esta guisa adelantó un pie y luego el otro, caminando casi de modo automático, con el escudo de plata en alto. A pesar de sus ejercicios respiratorios iba ligeramente encorvado y en tensión, preparado para salir corriendo si era necesario.

Detrás de él Gioconda, en cambio, parecía más dispersa. A pesar de que el plan era sencillo y que tenían ahora armas extra de plata, no podía dejar de sentirse intranquila. El plan era sencillo: los dos muchachos, mucho más ágiles en el combate, servirían de cebo para atraer a Chloe lo suficientemente cerca como para que su padre le descerrajara un tiro directo lo más cerca posible. El nitrato de plata mezclado con el acónito haría el resto; si aparecía la Forastera, intentarían distraerla el tiempo suficiente como para que el señor Sullivan la inyectara también. Y listo… no obstante Gio era incapaz de sacudirse un raro presentimiento que llevaba acechándola desde hacía bastante rato: había algo que no terminaba de encajarle, entre lo que sabían por el señor Sullivan y lo que ellos habían visto. Pero por muchas vueltas que le diera no terminaba de dar con la respuesta. No es que no se fiara del viejo, parecía ser honesto, pero quizá… 

- Mikey – susurró llamando la atención de su hermano adoptivo - ¡Mikey!

- ¿Qué? – preguntó él mirándola por encima del caparazón una vez la escuchó. Su voz sonaba ligeramente forzada - ¿Qué pasa Gio?

- ¿No te parece que aquí hay algo que apesta?

- Te juro que no he sido yo.

- ¡Mikey! – exclamó ella, exasperándose: ahora mismo no tenía paciencia para sus bromas. Entonces dándose cuenta de su desliz volvió a adoptar el tono susurrante: había que ver lo que reverberaba allí abajo el sonido – Me refiero a todo este asunto del hombre lobo. No sé… algo no me cuadra…

- ¿Cómo qué?

Ella torció el gesto.

- No estoy segura, pero creo que tiene que ver con aquel colgante…

- ¿Eh, cuál?

- ¿No te diste cuenta? El licántropo del callejón llevaba uno al cuello, una especie de cruz con cabeza redondeada. Sé que lo he visto en algún sitio, pero no caigo dónde.

- Ni idea. ¿Pero por qué te preocupa eso? Lo mismo lo llevaba cuando se transformó y se olvidó de quitárselo.

- No, si ya… pero como el señor Sullivan me ha dicho antes que Chloe no es de llevar bisutería pues…

Michelangelo fue a replicar cuando, al fondo del pasillo que viraba a la derecha, vio una sombra grande moverse a toda velocidad en la dirección que debían seguir. Acompañando al movimiento escucharon unos repiqueteos, muy similares a las pezuñas de un perro grande, dando contra el suelo.

Michelangelo se quedó congelado en el sitio y se dio muy pero que muy despacio la vuelta.

- ¿Has… has oído eso? – preguntó, temblando de pies a cabeza.

- S-sí… y creo que lo he visto.

Gio sacudió la cabeza: fuera lo que fuera ese presentimiento, no debía distraerse ella ni distraer a su hermano. Necesitaban estar centrados para lo que tenían por delante, ya que podía ser peligroso. 

De modo que su siguiente paso fue empujar suavemente a Michelangelo apoyando sus manos en su caparazón. Éste volvió la cabeza.

- A-a propósito… ¿q-qué era eso de lo que hablabas?

- No… no importa. Da igual…

- Pe-pero…

Gioconda silenció a Michelangelo de un empujón para hacerle andar.


Lejano llegaba esporádicamente el sonido de los trenes en circulación, siendo aparcados o saliendo de la cochera que había un poco más allá de la estación de la calle 121. Un sonido que los acompañó justo en el momento en que los dos mutantes penetraron en la estación como tal de Queens Boulevard. No había que fijarse mucho para corroborar que era, a todas luces, un lugar abandonado. En el andén de hecho había un antiguo vagón de tren un tanto oxidado, pero aún entero, exento de llevar a cabo un trabajo tan arduo como era recorrer decenas de veces la enorme longitud de la línea Jamaica durante el día.

A pesar del abandono aún llegaba algo de luz a la misma, aunque era un tanto escasa. Algunos focos parpadeaban furiosamente, los fluorescentes antiguos emitiendo un zumbido acompasado con los destellos. Al menos era suficiente para permitirles ver los azulejos de color blanco de las paredes del túnel, a pesar de que la mayoría de ellos estaban cubiertos por grafitis de diferentes tamaños, colores y antigüedad. Las vigas de acero desnudas no se habían librado tampoco de semejante explosión de arte urbano, pero quedaban más disimulados por el óxido que las corroía lentamente. Gioconda nunca había entendido eso: es decir, entendía el concepto que un grafiti suponía como libertad de expresión para su autor aunque fuera una pesadilla molesta y difícil de erradicar para el resto pero lo que no conseguía comprender era que se hicieran en sitios como aquel, donde prácticamente nadie podría admirarlos. ¿Qué sentido tenía aparte de suponer una práctica para el grafitero amateur? Ella como artista tenía el deseo de que sus obras fueran vistas por la mayor cantidad de gente posible por lo que no perdería tiempo ni energía en plasmarlas en sitios como ese. Su único público podrían ser los mendigos.

Porque el suburbano, aparte de ser un cebo jugoso para los grafiteros, también podía servir de cobijo a vagabundos de la ciudad, pero éste no era el caso de Queens Boulevard St. Salvo algunas ratas el lugar parecía desierto.  ¿Quizá un indicio de la presencia de los hombres lobo?

Gioconda arrugó la nariz cuando a sus fosas nasales llegó el olor desagradable de orines de animal: a pesar de vivir en una alcantarilla el hedor le resultó penetrante y apestoso. ¿Podía ser una marca de territorio? No le parecía descabellado que las criaturas marcaran sus lugares con olores tal y como hacían los perros domésticos o sus contrapartes salvajes para avisar de su presencia.

Ambos iban muy atentos, caminando despacio y de forma lateral, de tal modo que evitaran dejar flancos ciegos desde donde pudieran sufrir una emboscada. Gracias a la iluminación, aunque pobre, Gioconda pudo fijarse en una cabina que había en el extremo derecho del andén. Por algún motivo la garita llamó su atención y se acercó a curiosear sin avisar a Michelangelo de ello, quien en esos momentos se estaba dirigiendo al lado opuesto del andén. 

Una vez que llegó hasta allí la chica inspeccionó el lugar sin saber qué buscaba. Sus ojos vagaron por el pequeño compartimiento y vio dos taquillas que estaban cerradas con candados. Probó a forzar uno de ellos con su ganzúa y dio con montones de ropas raídas y sucias dobladas en su interior. Y en la parte más baja de la taquilla, una pila de calzado.

- ¿Y todo esto? – preguntó de forma retórica.

Metió la mano para tocar las prendas dispares intentando encontrarles un sentido. Extrajo una de ACDC World Tour’ 98 de manga corta y con agujeros de polilla. La dejó de nuevo en el montón volviéndola a doblar y examinó por encima el resto: en esencia eran camisetas publicitarias, de grupos de rock o festivales. También había pantalones vaqueros rotos y desgastados. Ropa unisex, en definitiva, en mejor o peor estado. Se agachó para mirar el calzado que yacía mezclado sin orden y concierto: botas, mocasines y deportivas. Algunos carecían de su pareja. Allí había ropa para aburrir.

Cerró la taquilla para dejarla tal y como estaba y abrió la de al lado. Aquí había un pequeño y modesto alijo de comida: latas de conserva, paquetes de galletas y tortitas. Miró por encima las fechas de caducidad: algunos productos ya estaban caducados por lo que dedujo que llevarían allí un tiempo largo. Y la caja. La abrió y dio con un buen montón de vales de comida rápida y descuentos de esos típicos que te dan en los supermercados o en las tiendas a pie de calle. 

Mientras ella estaba distraída intentando encontrarle un sentido a todo eso Michelangelo había dado con el rastro de unas huellas grandes de animal marcadas en el polvo del suelo de la estación. Se adentraban en el vagón del metro. Tragó saliva: a pesar de su miedo decidió asomarse, pero el interior estaba bastante oscuro al encontrarse abandonado en la parte más trasera del andén y que, casualmente, era la que menos iluminada estaba al hallarse fundidos los fluorescentes de esa parte. Justo delante de la única puerta que estaba abierta habían grabado con el spray morado de nuevo ese símbolo de licántropos, pero junto a otro mucho mayor: una cruz con cabeza redondeada. ¿No era algo así la joya que llevaba al colgante el licántropo que vieron en el callejón, según Gioconda? Al moverse notó algo con el pie y al mirar halló el spray que habían usado para trazarlo, casi oculto debajo de unos asientos. Por alguna razón Michelangelo se agachó para recogerlo; estaba oxidado y abollado. Lo agitó y apretó el difusor, pero aparte del sonido chispeante que emitió al ser manipulado no salió nada de pintura. Estaba seco: hacía tiempo que lo habían usado.

Por otra parte, su hallazgo era una prueba de que estaban buscando en el sitio correcto, pero ¿dónde estaría Chloe? Allí no había nada ni nadie.

- ¡Mikey, ven a mirar esto! – le llamó Gioconda desde afuera. A esas alturas ya no guardaban silencio porque lo que deseaban era despertar la curiosidad del hombre lobo, si es que había alguno allí abajo.

- ¡No! ¡Ven tú a ver esto!

Justo en el momento en que se daba la vuelta, con el spray aún en la mano, percibió un movimiento al fondo del vagón, justo detrás de los últimos asientos. Se giró para mirar en esa dirección, pero estaba demasiado oscuro para distinguir nada. ¿Acaso eso que intuía al fondo era una silueta de algo vivo?

Michelangelo tragó saliva por enésima vez, pero decidió probar suerte a pesar de que viera anteriormente que el diálogo no parecía surtir efecto con esos seres.

- ¿Ho-hola? – preguntó, con ciertas dudas. 

Lo que escuchó claramente fue un gruñido de algo grande. La tortuga tragó saliva y dio un paso hacia atrás, de vuelta al andén, queriendo gritar una advertencia a su hermana adoptiva, pero sin conseguir que le saliera nada de nada… porque ESO comenzó a moverse.


1 comentario:

  1. Para que sea más coloquial porque son gente normal, no sé xD

    Pues sí, he buscado estaciones de metro abandonadas en la zona de Queens y Brooklyn porque era donde quería que tuviera lugar todo esto, así que por eso doy más detalles de la línea, etc...

    Él busca sobre todo a su hija porque quiere hablar con ella y que vuelva a casa.

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