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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Luna de Halloween - Capítulo X


 - ¿Mikey? – llamó Gioconda, sosteniendo aún uno de los paquetes de galletas en sus manos. Quizá a él, con lo imaginativo que era, se le ocurriera una explicación coherente con el hallazgo de semejante alijo de comida y ropa.

Al volverse vio parcialmente el caparazón de Michelangelo en el umbral de la entrada al vagón de tren subterráneo. Preguntándose por qué no la hacía ni caso dio unos pasos en su dirección y entonces comprobó cómo éste daba un grito y comenzaba a retroceder usando su pequeño escudo para defenderse de varios golpes. Emergiendo instantes después vio a la mujer lobo usando sus garras una y otra vez contra él.

Gioconda ahogó un gritó, dejó caer las galletas, sacó rápidamente la cadena de plata y haciendo bailar uno de sus extremos en su mano derecha se precipitó en dirección a la mujer lobo quien se percató de su presencia al notar una vaharada de su olor: al fin habían encontrado a Chloe, aunque nada en su cuerpo delataba que fuera una hembra. Brillando en su cuello, entre la mata de pelo negro, estaba aquel colgante extraño.

Con un gruñido esquivó la cadena de plata cuando ésta fue proyectada en su dirección. Gioconda dio un giro sobre sí misma para aprovechar la inercia de la cadena a la par que tiraba de ella para recuperarla y lanzarla de nuevo, sin embargo, su oponente se adelantó al movimiento y esquivó sin problemas, haciendo un intento por acortar distancias con la chica mutante.

Soltó un gañido lastimero cuando la cadena impactó en un lado de su cara y al instante a Gioconda le olió como a chamusquina: pelo quemado. El golpe sumado a la pequeña quemadura producto de la intensa alergia que la plata despertaba en su especie hizo que Chloe se enfureciera visiblemente y optara por una nueva estrategia. 

- ¡Tu turno Mikey! – exclamó entonces Gio apartándose de la bestia, ejecutando un salto hacia atrás con voltereta en lo que Michelangelo ocupaba el sitio de su hermana adoptiva.

- ¡Cowabunga! – exclamó la tortuga de antifaz naranja usando el escudo de plata para parar un nuevo ataque de la criatura. 

Se produjo un sonido desagradable cuando las uñas de la mujer lobo arañaron la superficie de plata y de la garganta del ser se alzó un alarido de pura rabia. Mikey apretó los dientes, apartó el escudo y le propinó un buen golpe en la mandíbula con uno de sus nunchakus - ¡Lo siento Chloe! ¡Pero es necesario que seas una lobita buena! ¡Sólo queremos ayudarte!

Si Chloe le había entendido no dio señales de ello, se puso a cuatro patas y cargó contra Michelangelo con la idea de llevárselo por delante.

- ¡Alehop! – exclamó éste dando un poderoso brinco y pasándole por encima, colocándose a su retaguardia.

La mujer lobo se detuvo en seco y reculó, dándose la vuelta para encarar de nuevo a la escurridiza tortuga, poniéndose a cuatro patas de nuevo. 

- ¡COWABUNGA! – exclamó a pleno pulmón Gioconda, enarbolando la palabra como un grito de batalla.

Chloe sintió entonces un peso extra sobre su espalda y cuando quiso darse cuenta algo se estaba enroscando alrededor de su cuello: al instante notó el calor abrasador de la plata sobre su piel. 

Se agitó rabiosamente gimoteando, intentando sacarse de encima aquella tortura, que no era otra que Gioconda sentada sobre su lomo y agarrándose a la cadena como si le fuera la vida en ello.

- ¡Uooah! – exclamó cuando fue sacudida como una coctelera.

En su cabeza había sido una buena idea, pues el señor Sullivan les había dicho que el contacto prologado de la plata podría debilitar a Chloe y ralentizar sus movimientos. Pero la criatura parecía haberse vuelto loca por el dolor e intentar mantenerse sobre su lomo era una tarea muy difícil: se sintió una auténtica cowboy de rodeo a pesar de no encontrarse en Texas ni sobre un toro ni un caballo encabritado. Tuvo que casi colgarse de uno de los lados cuando la bestia se lanzó contra la pared más cercana en un intento por derribarla. 

¿Dónde demonios estaba el señor Sullivan? ¿No habían pasado ya los cinco minutos?

Michelangelo intentó interponerse para desviar la atención de la mujer lobo pero fue en vano y sólo pudo apartarse para no ser golpeado por la bestia enajenada. Gioconda sintió cómo la cadena se le escurría entre las manos con cada sacudida: era doloroso, pero no quería soltarla por nada del mundo.

- ¡Aguanta chica! 

¡Al fin! El señor Sullivan se erguía en el acceso al andén, con su sombrero ligeramente echado hacia atrás y el rifle en sus manos. En realidad, había llegado hacía unos escasos segundos, pero necesitaba su tiempo para apuntar porque podría darle a la muchacha mutante. 

Al escuchar la voz de aquel hombre el licántropo alzó la cabeza en su dirección, vio el arma y entendió perfectamente lo que se proponía. A pesar del dolor que sufría reunió fuerzas y ejecutó un desesperado movimiento en el momento en que el señor Sullivan abría fuego. Su finta le sirvió no sólo para que errara el disparo, sino que además con un último tirón hizo que la cadena se le escapara de las manos a Gioconda, que salió literalmente despedida de su espalda.

- ¡Te tengo…! ¡Oungh! – exclamó Michelangelo con los brazos extendidos para intentar atrapar a su hermana adoptiva al vuelo pero la fuerza con la que llegó fue tanta que les mandó a ambos contra una de las vigas.


La mujer lobo había conseguido liberarse de la presa de la cadena y evadido el disparo, pero a un alto precio: temblaba violentamente y respiraba con dificultad. Su cuello estaba casi en carne viva y, aunque había iniciado el proceso de curación, el dolor la enfurecía. Un grueso hilo de baba se escurría entre sus dientes cuando se volvió para encarar al señor Sullivan, quien en ese momento maldecía mientras echaba a correr hacia la garita donde Gioconda había encontrado el alijo de ropa y comida.

En el mismo instante en que la criatura se lanzó hacia él consiguió saltar dentro. La puerta era demasiado estrecha y Chloe se quedó atascada en ella, con un hombro adelantado y una zarpa extendida blandiéndola en el aire frenéticamente. El señor Sullivan, lívido y sin su sombrero, que yacía en el suelo junto con su rifle, se echó tan atrás como pudo, chocando contra la pared del lado opuesto de la garita. Clavó los ojos en aquel monstruo y por un momento sus miradas se cruzaron, haciéndole olvidar todo lo que le rodeaba excepto a la criatura. Se le antojó que en aquellos ojos ambarinos sólo había una rabia y dolor infinitos, que se clavaron en su corazón como dardos envenenados: por un momento se alegró que su difunta esposa no fuera testigo del estado de su hija, pues habría sufrido profundamente… Suponiendo que fuera ella de verdad. Entonces el señor Sullivan puso en práctica su plan para confirmarlo.

- Here comes the Sun, doo-doo-doo-doo – cantó con voz ronca y baja - Here comes the Sun and I say: It’s all right… 

Era la canción favorita de Chloe, que cantaba prácticamente todos los días en los buenos tiempos, cuando su madre aún vivía y eran una familia unida. Por eso el señor Sullivan se la sabía de memoria de todas las veces que la había tarareado en compañía de su hija: mientras preparaban conservas, arreglaban el cercado o simplemente conducían de camino al pueblo a por suministros desde su casa situada a las afueras.

Al oír eso la criatura pareció detenerse, dubitativa, con la zarpa a medio alzar y un gruñido naciendo en su garganta. Miraba al señor Sullivan como hipnotizada, la cabeza ladeada y las orejas tiesas. 

- Venga cariño, que te la sabes. ¡Canta conmigo! – sonrió el señor Sullivan con lágrimas resbalándose por sus mejillas porque efectivamente estaba delante de su Chloe - Little Darling… the smiles returning to fhe faces…

La criatura pataleó inquieta, con el hocico arrugado, demostrando que aún no se fiaba del todo del señor Sullivan.  Pero él hizo que no se daba cuenta, si no que elevó la voz más para seguir cantando su canción.

- ¡Here comes the Sun doo-doo-doo! ¡Eso es!  – siguió, agachándose despacio para recuperar el rifle que yacía en el suelo, pero sin dejar de apoyar la espalda en la pared. 

La canción parecía tener un efecto calmante en la criatura, aunque seguía con la cabeza todos sus movimientos. Gruñó ligeramente cuando la mano del señor Sullivan se cerró en torno al arma y se fue incorporando, igual de despacio.

Entonces dejó de cantar.

- ¿Ahora puedes verme, Chloe? ¿Me reconoces? Soy yo… papá…

Pero la criatura no hizo ningún tipo de gesto para que supiera que le había entendido. Ahora en su mirada había una chispa de emoción, como una luz, pero en su mayoría seguía habiendo unas oscuras desconfianza y rabia.

El señor Sullivan se encontró preguntándose si aún quedaba algo de su hija dentro de aquel monstruo. Y aunque así fuera era muy consciente de que el lobo antropomórfico gigantesco era un polvorín a punto de estallar, por lo que tendría que ser muy cuidadoso.

Volvió a empezar la canción desde el principio, alzando despacio el rifle, apuntándole directamente al cuello, despacio… despacio. No debía olvidar que aquella cosa podía partirle en dos casi sin esfuerzo.

Y entonces Chloe se enfureció súbitamente, dándose cuenta de lo que él se proponía… o quizá sólo había sido una estratagema para hacer que él la apuntara con el rifle de tal modo que ahora podía atraparle.

- ¡NO!

Debido a la longitud del rifle ahora la criatura pudo asirlo con su zarpa libre y dio una sacudida de izquierda a derecha en el instante en que se efectuó el disparo, estampando a su padre contra las taquillas que inspeccionara Gioconda. Por la fuerza del impacto partió en dos el arma y destrozó las puertas de las taquillas, haciendo que el señor Sullivan fuera arrastrado al no soltar su rifle y se golpeara la frente contra las mismas, que reventaron y dejaron caer buena parte de su contenido. Rebotó y dio de espaldas contra el mostrador sucio de la garita de información, quedando tendido justo encima y sangrando por la brecha de la frente, aturdido.

Y justo cuando Chloe estaba a punto de asirle del brazo para tirar de él y poderle morder algo la golpeó con fuerza desde la parte de atrás.

- ¡DÉJALE!

Michelangelo y Gioconda se habían recuperado del golpe e intentaban por todos los medios alejar a la mujer lobo de su padre. La muchacha le estaba arrojando lo primero que recogía del suelo mientras que la tortuga optó por asirse del brazo que tenía apoyado por fuera de la garita para tirar de ella con todas sus fuerzas.

Cuando Chloe se volvió apartó a Michelangelo de un revés y encaró a Gioconda quien comenzó a retroceder, viendo que por fin habían captado su atención.

- ¡Eh, aquí, bola de pelo! ¡Bluuurp! – y le sacó la lengua a modo de burla para provocarla aún más.

Surtió efecto. Pero cuando Chloe se inclinaba con ánimo de saltar hacia ella el señor Sullivan reapareció y se le subió encima, agarrándose a su cuello con ambas manos: en una de ellas llevaba uno de sus dardos de plata, cuyo contacto le arrancó de nuevo un bramido a la criatura.

- Lo siento, mi princesa, pero esto es por tu bien – dijo entre dientes y le clavó el dardo con todas sus fuerzas. 

El licántropo aulló de rabia y dolor y se desembarazó del hombre con un movimiento de hombro, que fue a caer justo delante de Gioconda. La chica se apresuró a arrastrarle lejos del licántropo ayudada por Michelangelo, que sorteó a la criatura sin problemas por estar ocupada intentando extraerse el dardo de plata.

- ¿Se encuentra bien? – preguntó Gioconda, sujetando por los hombros al señor Sullivan cuando se encontraron a una distancia segura.

- El último… era… el último – musitaba el señor Sullivan con la cara llena de sangre.

Efectivamente al partirse el rifle uno de los dos dardos restantes se había roto, el líquido malgastado yacía en el suelo de la garita. En su desesperación él había sacado el último, negándose a darse por vencido.

Y mereció la pena.

Un alarido de dolor les hizo desviar la vista. El hombre lobo… o mujer lobo… Chloe en cualquier caso, a pesar de haberse sacado el dardo, estaba sufriendo los efectos del acónito y la plata. El fluido estaba en su organismo y había desatado el proceso de transformación, revirtiéndolo para regresar a su forma humana.

En un paroxismo de dolor hincó sus cuatro extremidades en el suelo y aulló con todas sus fuerzas. Pudieron ver como el pelo corporal iba desapareciendo, así como las garras de pies y manos comenzaron a estrecharse. La cabeza cambió de forma, encogiéndose el hocico, redondeándose la cabeza, las orejas reduciéndose y dejando de ser puntiagudas. Poco a poco se formó un rostro humano, de nariz redondeada y cabello corto de color negro. Delante de ellos ya no tenían una bestia peluda si no a una jovencita totalmente desnuda, el colgante reluciendo en la piel clara. 

Temblorosa alzó la cabeza en su dirección y movió sus delgados labios intentando decir algo, extendiendo su mano derecha hacia ellos, sus ojos oscuros sin ser capaces de enfocar.

Y acto seguido, se desmayó.



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1 comentario:

  1. Correcto, el señor Sullivan se ha quedado sin munición especial y si quisiera más tendría que volver donde su amigo cazador de monstruos, con lo que podría perderle la pista a Chloe.

    La loba es más grandecita sí y esa puerta vamos a pensar que es pequeñita o estrecha.

    En cuanto al colgante, enseguida lo sabrás.

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