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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Luna de Halloween - Capítulo IV

 


A pesar de la luz de la farola en el extremo opuesto de la calleja y la luna llena Michelangelo no estaba seguro de qué tenía delante de él. Intuía la forma de las las chicas a un lado, pegadas a la pared de ladrillo. En su nerviosismo habían caído sobre los cubos de basura, volcándolos, así como todo su contenido.  

Lo que les había provocado tal susto se alzaba justo entre medias de ellas y Mikey. Aquel tío no decía ni una sola palabra, si no que se le limitaba a permanecer de pie observándolas.  Extrañamente emitía un olor similar al de un perro mojado.

- ¡EH! –gritó la tortuga entonces, haciendo bailar sus nunchakus – Esa no es forma de abordar a dos señoritas ¿acaso no tienes modales?

Su bravuconería fue silenciada al instante cuando la figura soltó un aullido que le heló la sangre. Fue en ese momento cuando la farola que estaba medio fundida emitió un breve chispazo de luz, permitiendo que Michelangelo viera por unos instantes a qué se estaba enfrentando.

- A… ¿a lo mejor no? – preguntó con un hilo de voz y dando un paso atrás. Eso no… no era humano.

Gioconda aterrizó entonces justo a su lado, con los tessen abiertos y en posición defensiva. Aunque su postura implicaba lo decidida que estaba su expresión era del más absoluto asombro.

- ¿Qué es esa cosa? – preguntó – Parece… 

No pudo terminar porque la criatura se lanzó hacia ellos. Ambos mutantes saltaron en direcciones opuestas apartándose de su trayectoria. A sus oídos llegó un sonido repiqueteante, como el que produciría el metal chocando contra la piedra.

Michelangelo aterrizó justo a sus espaldas, delante de las dos chicas que yacían totalmente paralizadas de miedo. Un nuevo destello de la bombilla delató a la tortuga, pero ellas ya estaban en un estado tal de shock como para fijarse.

- ¡Corred!  – les instó - ¡Salid de aq… ouch!

La criatura era rápida: apenas se percató de su fallo se volvió rápidamente hacia la izquierda y embistió, llevándose por delante a Michelangelo quien, distraído por prestar ayuda, no pudo reaccionar a tiempo. Dio con su caparazón en la dura pared de ladrillo, que se resquebrajó en el lugar del impacto, arrancando de paso un par de chillidos histéricos de las dos jóvenes.

Michelangelo quedó sobre sus rodillas, con las manos abiertas contra el suelo, una de ellas aún tenía su nunchaku, la cabeza dándole vueltas por el golpe: estaba totalmente vulnerable. Su coscorrón, al menos, sirvió para que las chicas reaccionaran al fin. Como un resorte dieron un respingo y salieron corriendo dando traspiés en la dirección por la que habían venido, pidiendo ayuda a gritos. 

Eso atrajo la atención de la criatura que se volvió hacia ellas, observándolas como si estuviera dispuesto a perseguirlas… 

Soltó una especie de gañido cuando algo duro le acertó en el cogote. El sonido de la lata llegó justo después, rebotando en el suelo de cemento. Se volvió soltando un enfurecido gruñido y contraatacó lanzando un zarpazo hacia arriba, creyendo erróneamente que de ahí provenía el objeto que le habían lanzado.

Gioconda esquivó la garra sin mayores problemas e intentó golpear en un punto vital a aquella bestia (o mutante). Apenas había podido vislumbrarle con el destello de la farola y, cuando volvió a emitir otro más, siguió sin saber exactamente a qué se estaba enfrentando. Parecía alguna especie de lobo gigantesco, pero, hasta donde ella sabía, los lobos no caminaban a dos patas y tenían cola. Y dada su fuerza, su agilidad y esos gruñidos inhumanos, podía descartar con total seguridad de que fuera alguien disfrazado gastando una broma pesada.

- ¡Oh! – exclamó, cuando esquivó un nuevo golpe, sintiendo las garras rozarle la punta de la coleta. Ése había estado cerca.

Cada vez que esquivaba o bloqueaba con el tessen intentaba realizar un breve golpe de contraataque, pero ese bicho era resistente. Intentó de nuevo enfocar sus golpes a un punto vital tal como Leonardo le había enseñado, con esperanzas de debilitarlo, pero en su segundo intento sólo consiguió arrancarle un gañido. Fue en ese momento cuando se percató del extraño collar: una especie de cruz con la parte superior redondeada que botaba sobre el cuello de la bestia.

¿Acaso la criatura a la que enfrentaba era inteligente? ¿Por qué si no llevaría eso? Como si quisiera corroborar este pensamiento bestia demostró, tras recibir unos pocos golpes, que había aprendido cómo peleaba la chica pues cuando ésta intentó un nuevo contraataque detuvo el puño cerrado de ella con la palma de su mano. Tiró hacia sí, desestabilizando a una sorprendida Gioconda, que se vio arrastrada por una fuerza superior a la suya. El otro puño de la criatura cayó a plomo sobre su espalda, como si de un pistón se tratara, haciendo que la chica, dejando escapar un gruñido de dolor, diera de bruces contra el suelo.

El lobo aulló de nuevo hacia el cielo para celebrar su superioridad frente a su presa derribada. Como si lo secundara la bombilla de la farola emitió dos fuertes destellos seguidos y por último un tercero, mortecino. El lobo se agachó y abrió sus fauces con ánimo de cerrarlas en torno al cuello de su víctima…

- ¡Déjala en paz! 

Michelangelo estaba de vuelta y celebró su regreso con una patada voladora, acertando en la cabeza a aquella cosa monstruosa. Con un gañido la criatura trastabilló un par de pasos, a punto de perder el equilibrio, pero recuperándose finalmente. 

La tortuga de antifaz naranja se interpuso entre él y su hermana adoptiva y no se hizo esperar. Lanzándose contra el lobo gigantesco se agachó para esquivar un golpe y le acertó con los nunchakus en el pecho. El dolor enfureció aún más a la criatura, que intentó de nuevo usar sus largas garras afiladas para cortarle en dos, pero Michelangelo era tan escurridizo y más fuerte que la otra presa, con lo que sus intentos fueron en vano; golpeó de hecho esas garras extendidas con sus armas, haciendo que la criatura volviera a chillar de dolor. Haciendo gala de una increíble agilidad la tortuga descargó tal lluvia de golpes que no le dejó más opción a su oponente que optar por la retirada.

Dándose cuenta de sus intenciones, al ver su silueta recortada contra la farola del otro extremo, Michelangelo intentó detenerlo, pero no lo consiguió. Saltando con gran potencia el lobo antropomórfico, porque eso era definitivamente, llegó hasta las escaleras de incendios y comenzó a trepar aparatosamente con ánimo de huir por los tejados.

Michelangelo dudó por un instante sobre perseguirlo o volverse para atender a Gioconda pero se decidió enseguida: a fin de cuentas su familia era más importante que cualquier otra cosa.

Se echó los nunchakus al cinturón y trotó hasta ella, que en esos momentos se predisponía a ponerse en pie, llevándose una mano a la frente, el rostro oculto por el flequillo lateral.

- ¡Gio! ¿Estás bien? – le preguntó.

- C-creo que sí – bisbiseó ella. Al momento agitó la cabeza y alzó la cara, apartándose el cabello - ¡Sí! – dijo con más convicción - ¿Y tú?

- Sí…

Un sonoro golpe les hizo mirar en dirección a la escalera de incendios, que temblaba con violencia al haberla abandonado la criatura. Pudieron intuir fugazmente su pata desapareciendo por la azotea.

- ¡No podemos dejar que el hombre lobo se escape! – chilló Gio - ¡Podría herir a alguien!

El uso de dicho término surtió el mismo efecto sobre Michelangelo que si le hubieran echado un cobo de agua helada. Por un momento había olvidado a qué se enfrentaba, pues lo único que había querido era ayudar a dos personas en peligro y proteger a un miembro de su familia. Pero irónicamente el escuchar “hombre lobo” le hizo asociar a ese ser con los que había visto en las numerosas películas, y a pesar de que le había dado una buena paliza el miedo le atenazó los miembros. Se suponía que los licántropos no existían, que eso era ficción y no una realidad. Entonces recordó qué el mismo bien podía haber salido de una de esas pelis de terror pero ahí estaba, desde hacía unos dieciséis años casi, para ser exactos.

Miró a Gioconda quien, dando un traspiés y haciendo eses, se esforzaba por llegar hasta la escalera de incendios por la que el hombre lobo (si es que de verdad era eso, aunque si no lo era, Mikey se quedaba sin ideas) había huido. ¿Por qué ella era capaz de seguir adelante y él no podía mover ni un músculo ahora que lo sabía?

Ajena a sus tribulaciones la chica agarró a la escalera, pero se detuvo cuando le vio quieto en el mismo sitio que hacía unos instantes.

- ¿A qué estás esperando? ¡Se nos escapa!

Él carraspeó, aproximándose despacio.

- ¿Por qué has dicho eso?  - y como vio que ella le miraba sin comprender, agregó – Lo de hombre lobo…

Ni siquiera sabía por qué el mismo lo preguntaba. ¿Acaso temía que porque se dijera en voz alta se hiciera realidad?

- Porque eso es lo que parece. Oye, no tenemos tiempo de…

- ¿Pero de verdad crees que lo es? Quiero decir, ha estado a punto de mordernos… y si eso pasa… ya sabes… ¿crees que es buena idea ir tras él?

Gioconda soltó una palabrota.

- ¿Qué sugieres que hagamos entonces? – chasqueó la lengua y meneó la cabeza – Mira, no tengo ni puñetera idea de qué es Mikey, pero no es humano. Quizá es un mutante como nosotros… o quizá no. Pero ya que le hemos visto no podemos dejarle suelto por ahí… si no hubiéramos intervenido, quién sabe lo que les habría hecho a esas dos chicas y…

Unas sirenas de policía se escuchaban en la distancia cada vez más fuertes: pronto estarían allí. Quizá aquellas dos jóvenes o algún vecino les hubiera avisado. Irían hacia la calleja y no encontrarían a la bestia que había originado todo ese alboroto, pero tampoco sería conveniente que encontrara a los dos mutantes que en esos momentos debatían sobre qué debían hacer a continuación.

Otra nueva palabrota de la chica, que ascendió un par de peldaños.

- Se nos acaba el tiempo. ¿Vienes o no? – preguntó en tono impaciente. Y entonces, adoptando un tono mordaz, agregó – ¿Acaso un ninja como tú tiene miedo y resulta que es un gallina?

- ¡Ey! ¿A quién le llamas gallina? – protestó él, sacando plastrón, agarrándose a la escalera también - ¡Venga, a qué esperas, voy detrás de ti! – pero cuando apenas llevaban ascendido un piso, agregó – Oye, lo de gallina no lo decías en serio ¿verdad?

Gio sólo pudo poner los ojos en blanco.


Cuando la policía llegó a la calleja unos instantes después y la inspeccionaron aparte de unas cuantas bolsas de basura chafadas y unos cubos volcados no encontraron nada más: ni signos de lucha, ni rastro del perro gigantesco del que hablaban esas chicas ni de los dos chicos disfrazados que habían ido a echarlas una mano. Las informaron con cierto tono cansado, dejando entender que en el fondo creían que todo era producto a fantasías de borracho mientras internamente se lamentaban de que no les pagaban lo suficiente por toda la mierda con la que tenían que lidiar a diario. Cerca, algunos curiosos intentaban enterarse qué había provocado todo ese alboroto.

Nadie se percató del vehículo oscuro con matrícula de Indianápolis parado justo delante de la calleja, ni del hombre que había estado escuchándolos y mirando atentamente en su dirección, escuchando todo lo que decían. Y una vez que la policía se marchó y los curiosos se dispersaron nadie se fijó cómo el hombre se apeaba del coche, iba hasta el maletero, sacaba una escopeta modificada y se dirigía con pasos rápidos hacia el callejón.

Bajo la luz de una linterna inspeccionó los alrededores y vio cuatro surcos profundos en el suelo. Supo qué los había ocasionado. Siguió mirando con ojos expertos otras señales de lucha y terminó siguiendo el rastro de su presa hasta la escalera de incendios: por fin tenía un rastro reciente. La cuestión era saber a dónde podría dirigirse.

Estaba totalmente determinado a no volver dejar escapar aquello que llevaba persiguiendo desde hacía meses. Daría con la criatura y haría lo que debía hacerse, de una vez por todas.




1 comentario:

  1. No, no es relevante ese sonido. ¿En serio lo menciono dos veces? XD Simplemente que tiene uñas bien fuertes. ¿Tú qué crees que podría hacerle el licántropo a las chicas? Bueno, bueno...

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