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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Luna de Halloween - Capítulo III

 


¡Dioses, qué excelente noche que hacía!

Michelangelo seguía sintiéndose eufórico. A pesar del aire frío que le azotaba en la cara se sentía realmente feliz y afortunado por tener la vida que tenía. Esos pequeños placeres ayudaban a olvidar que no siempre podía disfrutar de las cosas cuando él quería por su condición, pero tal como él mismo había dicho, jamás lamentaba ser como era, aunque eso implicase vivir en los subterráneos y salir siempre andando con pies de plomo… salvo en noches como esa. Lejos de lamentarse por ello, como muchos optarían por mera inercia, estaba decidido a aprovechar al máximo el tiempo que tenía. 

- ¡COWABUNGAAAA! – gritó a pleno pulmón. Una ventana cercana, de un último piso, se cerró de golpe, pero él ni se dio cuenta. Raphael no estaba para hacerle callar y podría decir esa palabra tan pegadiza las veces que le diera la gana.

Hablando de la familia…

- ¡Eh Gio, mira lo que hago! – exclamó mientras ejecutaba un salto de lo más engreído, adoptando una postura totalmente innecesaria y destinada exclusivamente a exhibirse. A Michelangelo le encantaba lucirse y que lo demás lo apreciaran – No está mal ¿eh?

- ¡Para nada! ¿Y qué te parece esto? – preguntó Gio, ejecutando a su vez otra pirueta.

Su salto no fue en absoluto tan elaborado como el suyo, aunque agilidad no le faltaba. El problema es que se sentía llena por todo lo que había comido: primero los dulces y luego las palomitas y el refresco. Se sentía lenta y torpe: esperaba haberlo bajado todo antes de subir a la pista de baile.  Se preguntó cómo demonios lo hacía la tortuga para resistir ya que había comido bastante más que ella, por no hablar del largo día que pesaba sobre sus hombros.

Michelangelo soltó una carcajada.

- ¡Súper! – alabó él – ¡Pero no has dicho la palabra mágica y eso te hace perder puntos en el Mike-ómetro! 

- ¡Ay, voy! – la chica repitió la cabriola - ¡Cowabunga!

- No, no, no… tienes que decirlo con más pasión. Sólo tienes que…

Y entonces lo vio… o lo creyó ver. Algo por el rabillo del ojo. 

Los que le conocían tendían a considerar a Michelangelo un “cabra loca” porque iba a todas partes alborotando despreocupado, dejando pasar detalles y cosas concretas precisamente por esa actitud tan distraída. Podía ser en parte cierto, pero a fin de cuentas había sido entrenado duramente en la senda del ninjutsu y, como buen ninja, tendía a observar el entorno con gran minuciosidad incluso en momentos distendidos como ese.

Aun así, Michelangelo no estaba seguro de lo que había visto por lo oscuro que estaba y porque estaba en movimiento, es decir, mientras se encontraba suspendido en el aire, en medio de una cabriola, para pasar de una fachada a otra. Su curiosidad innata a la par que el mencionado instinto de ninja hizo que su mente no pasara por alto el detalle por lo que decidió hacer un alto según sus pies tocaron superficie firme. Se volvió entonces hacia el exterior, inclinándose sobre la cornisa, mirando hacia la calle de abajo, hacia la oscuridad…

- ¡COWABUNGAAA! – exclamó Gioconda aterrizando a su lado y le agarró del brazo, risueña - ¿Así mejor?

Se detuvo cuando se percató de la expresión de Michelangelo que enfocaba su atención a otra cosa. Intrigada y extrañada Gio siguió su mirada hacia abajo sin ver nada particularmente interesante.

- ¿Qué es lo que pa…?

- Shh – le chistó él, haciéndola callar. Hablaba en voz baja - ¿Has...? ¿Has visto eso?

Ella le miró con una ceja enarcada, sin entender nada y volvió a mirar: debajo de ellos se extendía una calleja secundaria cuya única iluminación era una farola en un extremo pues la otra estaba fundida. La chica se esforzó en buscar aquello que parecía fascinar a su hermano adoptivo, pero fue en vano. 

- ¿Qué se supone que debo ver? – preguntó en un susurro sintiéndose igual que cuando buscaba a Wally en aquella serie de libros.

- Yo… no estoy seguro…

Unas risas atrajeron su atención, pues dos chicas acababan de torcer la esquina y se encaminaban por la calleja para atravesarla hasta la otra calle adyacente. La tortuga se distrajo un momento apreciando sus andares, pero no podía sacarse de encima esa inquietud por lo que había (o creía) haber visto en esas tinieblas: unos ojos brillantes, apenas unas rendijas, peligrosos y traicioneros. 

En cuanto a confesarlo en voz alta… bueno, había dos motivos por los que dudaba hacerlo: el primero porque no estaba realmente seguro de lo que había visto. Y el segundo porque Gio no le creería. Quizá se riera de él mientras le decía que se había quedado susceptible tras la película. Pero él tenía un mal presentimiento y por eso se quedaría hasta comprobar que aquellas dos chicas pasaban al otro lado sanas y salvas.



Gioconda observaba pensativa a Michelangelo, al que consideraba el más divertido de los cuatro hermanos. Con él compartía algunas aficiones como dibujar y ver películas, por lo que no era de extrañar verlos juntos a menudo durante el día compartiendo actividades. Aparte de eso la chica encontraba el humor de la tortuga de antifaz naranja un poco simplón pero hilarante al extremo: descubrió que éste y su optimismo eran contagiosos. Él lo sabía y lo disfrutaba como buen demandante de atención que era y por ello a menudo hacía partícipe o testigo a Gio de sus ocurrencias.

En definitiva, Gio disfrutaba mucho en su compañía, pero a pesar de su camaradería y por mucho tiempo que pasaran juntos ella en el fondo le creía bastante inmaduro y por ello no se sentía capaz de compartirle sus confidencias, aunque había estado muy tentada varias veces de confesarle sus sentimientos hacia Raphael por si quizá Mikey pudiera echarle un cable con eso. Pero finalmente lo había dejado correr: precisamente debido a esa inmadurez sentía que él no podría entenderla. Además, a veces era un tanto bocazas: así que si se lo decía corría el riesgo de que a Michelangelo se le escapara en voz alta delante del resto o incluso del mismo Raphael y pensar mínimamente en esa posibilidad hacía que la chica se sintiera morir por la vergüenza.

Otra de las cosas que a veces le agobiaban de él era que la tortuga de antifaz naranja estaba continuamente en movimiento hasta rozar la hiperactividad, interesándose en todo tipo de cosas y abandonándolas al poco para centrarse en otras, y así sucesivamente, por lo que su compañía podía llegar a ser extenuante.

A pesar de eso Gio le tenía un gran cariño porque valoraba su forma de ser, disfrutando mucho de su compañía. Era incapaz de olvidar que cuando las tortugas la encontraron fue el primero que expresó varias veces su deseo de que permaneciera con ellos; a pesar de que al principio la había agobiado un poco con sus preguntas incesantes eso a ella le caló muy hondo. Fue en su cuarto donde pasó la primera noche, haciendo que la tortuga no tuviera más remedio que dormir en el sofá. Y aunque ella creyó que esa incomodidad ocasionada junto con su posterior fuga habría agriado el trato de él nada más lejos, por lo que congeniaron bastante rápido una vez la mutante sin hogar se instaló definitivamente en la guarida y se abrió a su nueva familia.

Por eso conocía bastante bien a Michelangelo y de allí que Gioconda sintiera una punzada de preocupación, si bien levísima, cuando le vio comportarse de aquella forma. Mikey parecía alarmado, puede que incluso asustado. Y ella no era capaz de entender por qué.

Entonces se dijo que estaría exagerando, que ver esa película le habría hecho sentirse más precavida y paranoica y que por extensión a él también, de modo que sacudió la cabeza y le dio una palmada en el hombro. 

- ¡Eh! Venga, que el tiempo vuela ¡sobre todo cuando se trata de pasárselo bien! – expresó, consiguiendo a duras penas recuperar su atención, pues Michelangelo la miró sin comprender - Ya sabes… el baile, la fiesta. ¿O ya no quieres ir? – hizo una pausa - Tierra llamando a Mikey. ¿Hola?

- ¡Ah sí! ¡Por supuesto que quiero! 

- Pues ¿a qué esperas para demostrarme de qué pasta estás hecho, Fred Astaire?

Él la sonrió.

- ¡A nada, Ginger! ¡Vamos!

- ¡Yuhu!

Como para entonces las chicas habían pasado la zona oscura y estaban ya a punto de abandonar la calleja, Michelangelo se decidió a seguir a su compañera, de modo que se separó de la cornisa. Y justo una de las chicas se había detenido y parecía intentar atisbar algo en la oscuridad que justo habían dejado atrás. Su amiga le preguntó qué pasaba y ella le respondía que creía haber oído algo, como un gemido y expresó su preocupación por que hubiera algún animal herido. Despacio, volvió sobre sus pasos.


Para cuando Michelangelo y Gioconda alcanzaron el otro extremo de la azotea y se disponían a saltar al edificio adyacente unos gritos femeninos les detuvieron en seco. Se volvieron sin dar crédito en dirección opuesta, llevando sus miradas de nuevo hacia la barandilla que hacía unos momentos acababan de abandonar: un rugido grave se escuchó superpuesto a los gritos.

- Pero ¿qué demonios? – expresó Gioconda en voz alta.

- ¡Las chicas! – exclamó Michelangelo y sin pensárselo dos veces se lanzó hacia la barandilla.

Apenas se permitió ver qué estaba sucediendo: vio una silueta grande y amenazadora que estaba amenazándolas. Suficiente para él. 

Saltó hacia la calleja y extrajo sus nunchakus, listo para la acción y para afrontar al atacante desconocido.


1 comentario:

  1. Sí, Relatos de la Alcantarilla tiene como base esa idea: irse de aventuras con una de las tortugas cada vez y ver un poco las vibras que tiene Gioconda con cada uno de ellos.
    No digo que Michelangelo no sea un favorito, es de sus favoritos de hecho (cualquiera que haya leído un poco estos fics sabe cuál es su favorito, al menos de momento xD) porque con su "buen rollismo" Mikey consigue que todo parezca mucho más sencillo... si bien Gio tiene los pies en la tierra y nunca lo olvida del todo.
    En cuanto a la cronología con respecto a la de Donatello... en breves lo sabrás. Y sí, en ese relato estaba más tiempo con Don porque ella está ansiosa por ver al mouser en acción, no por otra cosa.

    En cuanto a lo que dices en el último párrafo sólo puedo decir: no hay más preguntas, señoría.

    ¡Un saludito!

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