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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 16



- No han sido los kobolds – informó Ifta.

Estaba acuclillada, examinando todo aquel embrollo de huellas, marcas y manchas.

- ¿Por qué dices eso? – preguntó Doomhammer en tono tranquilo, de pie cerca de ella. Próximo también se hallaba Sharpfang, visiblemente inquieto.

Orgrim había estado examinando la entrada de la cueva con ojos entornados, aguardando, pero Ifta se percató de que no había sorpresa en su voz, como si él también hubiera llegado a esa conclusión sin necesidad de escudriñar esas señales. Aun así, se lo explicó.

- Creo que lo que sucedió es que Morga cogió esas flores según venía hacia aquí – señaló el montón de ellas esparcidas – Luego vio algo que la hizo acercarse, retroceder y regresar de nuevo – señaló las pisadas de la niña, aún frescas en la nieve a medio derretir y en la tierra dura – Aquí yacía algo, supongo que, por el rastro de sangre que surge de la cueva y la forma de las pisadas, un kobold herido. Algo pasó dentro de su madriguera que le forzó a salir para escapar; corrió hasta perder el conocimiento… justo aquí – señaló la tierra aplastada y frunció el ceño mirando el palo tronchado que había próximo a su posición - ¿Morga lo tocó con el palo? En cualquier caso, lo despertó y forcejearon hasta aquí, pisaron el palo. Pero había alguien más con ellos. Algo grande… intentaron huir, pero…

- “Eso” se los llevó, tanto al kobold como a la niña – completó Orgrim. Ante la mirada inquisitiva de la joven asintió – Yo no sé leer en el suelo como tú, joven, pero sí que he visto y me he topado en el pasado con kobolds. Por lo general son criaturas cobardes y territoriales, y sé que no les gusta nada la luz del sol. Si salen a la superficie es por razones de fuerza mayor… como puede ser un ataque hacia su madriguera, que es lo que me parece esto. Esos bichos siempre van en grupo: saben que su fuerza es su número. Si éste estaba solo es porque algo lo obligó a separarse, así como a salir al exterior. Ahora lo que me pregunto es ¿quién en su sano juicio se metería dentro de una cueva infestada de kobolds? No creo que esto sea obra de arañas de las cavernas* .

Ifta meditó sobre las palabras del guerrero. Tenían bastante sentido, pero ella también se hacía esa misma pregunta.

- No se me ocurre qué o quién pudo hacer algo así – confesó finalmente.

- ¿No hay nada escrito en esas huellas?

- No son claras; algo hay, pero… no tiene sentido. Es decir, quien dejó estas pisadas es alguien grande y que va descalzo – caminó hasta llegar a aquel rastro que se alejaba en una disposición un tanto peculiar. Esas huellas podían verse entrando y saliendo de la cueva también. Puso su propio pie al lado a modo de referencia mientras meditaba y fue cuando cayó en la cuenta de un detalle – Hay dos pares; éstas son ligeramente más pequeñas que las otras.

Orgrim se aproximó para comprobarlo y vio que tenía razón.

- No son criaturas en exceso inteligentes – opinó – Si así fuera, caminarían en fila para ocultar su número. 

- Eso es algo que harían los ogros – expresó Ifta – Contando además con que ya los expulsamos ellos no han podido ser, pero son otras criaturas de tamaño considerable…

La joven enmudeció, dejando a Orgrim con la intriga. Pero dada su expresión demudada el caudillo se temió una mala noticia.

- El tiempo es crucial, Ifta. Así que habla – le ordenó.

- Yetis – musitó ella con voz ronca.


Palkar espoleaba a Whitestorm a que corriera más aprisa pero el lobo ya estaba, literalmente, casi volando por el bosque. El niño no paraba de culparse por lo sucedido y se maldecía continuamente, por no hablar que luchaba contra su impulso de regresar para echar una mano. Si le sucediera algo a Morga por su culpa jamás se lo perdonaría. De modo que no paraba tampoco de rogar a los espíritus que protegieran a su amiga hasta que el gran Doomhammer e Ifta llegaran hasta ella.

Sin embargo, ni siquiera alguien con las habilidades de ambos tenían garantizada la victoria sobre los kobolds. Puede que parecieran patéticas criaturas a ojos de cualquiera, pero Palkar sabía que no debían ser subestimados, y bien hacía en pensar así.

Los kobolds eran criaturas parecidas a ratas que vivían bajo tierra; excavaban kilómetros de galerías en busca de a saber qué minerales o piedras y para construir sus hogares. Trabajaban a la luz de las velas que portaban en su cabeza y que obtenían gracias a su alianza con otra especie de criaturas de mala reputación como eran las harpías. Por tanto, las velas eran un bien muy preciado para ellos por lo que podían ponerse increíblemente violentos si alguien osaba acercarse a ellas. 

Aunque eran generalmente menospreciados por su pequeño tamaño que era, más o menos, el de un niño humano, podían tornarse muy peligrosos al ir en grandes grupos: solos solían ser esquivos pero juntos eran una fuerza considerable. Si sumábamos el hecho de que solían pelear bajo tierra y aprovechaban su mayor versatilidad para moverse en lugares angostos y laberínticos se puede entender parte del problema. Además, al ser tan territoriales defendían su hogar de un modo contundente, por lo que no dudaban en matar, saquear y de paso devorar si era posible al intruso que osara penetrar en sus dominios. Por esto en otros lugares de los Reinos del Este era una constante traba para otras razas el tener que lidiar con ellos. Razas como enanos y goblins. Otro motivo a considerar es que resulta extremadamente complicado erradicar un nido de kobolds, por no decir casi imposible, debido a los impedimentos indicados antes y a que se reproducen rápidamente en un breve período de tiempo. De ahí el dicho “por cada kobold que ves, hay cien más”. Incluso había rumores de la existencia de kobolds geoescultores, llamados así por ser capaces de cincelar la tierra a su alrededor para crear formidables oponentes de roca maciza e impulsarlos con magia.

Por todo esto Palkar no podía esperar a llegar hasta el hogar y cuando lo divisó finalmente el corazón le dio un vuelco. Tomó aire y gritó lo más alto que pudo.

- ¡ROGGAR, LOS KOBOLDS HAN RAPTADO A MORGA! ¡LOS KOBOLDS RAPTARON A MORGA! ¡THRALL! ¡ROGGAR!

Varios curiosos se acercaron cuando el chico se hizo oír y corrieron la voz. Algunos se apresuraron a pertrecharse y llamaron a sus lobos, deseosos de echar una mano. Apenas Palkar bajó de Whitestorm apareció Roggar avanzando a grandes zancadas, con la mandíbula adelantada y los ojos relampagueando de cólera.

- ¿QUÉ ES ESTO? – preguntó - ¿Cómo que los kobolds tienen a Morga?


Thrall estaba supervisando junto con un anciano los pedidos completados por el herrero cuando se percató del revuelo. Extrañado, dejó lo que estaba haciendo tras excusarse y fue para encontrarse con una multitud reunida en la plaza central del hogar.

Se cruzó con Uthul. Alguien gritaba.

- ¿Qué ocurre? – preguntó.

- No tengo ni idea, pero parece Palkar – señaló su amigo y avanzó a su lado.

Según se acercaban los gritos se fueron haciendo más entendibles; efectivamente se trataba de Palkar. Pero otra voz más potente se superpuso a la suya.

- ¿DÓNDE, DÓNDE ESTÁ?

El vozarrón airado de Roggar lo puso en alerta, pero no tuvo necesidad de abrirse paso a empujones, pues apenas le vieron los Frostwolf se apartaban con deferencia. Sorprendido vio como Roggar tenía asido a Palkar por el cuello de sus pieles y casi lo alzaba en el aire.

- ¿Se puede saber qué está pasando aquí? – preguntó Thrall, alarmado por la escena.

- ¡TIENEN A MI HERMANA! ¡DEBO MARCHAR DE INMEDIATO! – rugió Roggar y soltó con tanta brusquedad a Palkar que éste trastabilló al poner los pies en el suelo.

- ¿Qué? ¿Quién? 

Pero su amigo ya no le escuchaba. En su lugar se marchó como una exhalación hasta su cueva seguido por su lobo. Thrall intercambió una mirada de desconcierto con Uthul y entonces se volvió a Palkar. Al niño parecía faltarle el resuello.

- ¿Estás bien? – preguntó, apoyándole una mano en el hombro. Cuando él asintió, agregó - ¿Qué ha pasado?

- Yo… lo siento. Vine… vi-vine lo más rápido que pude. Se la llevaron… me pidió que os buscara… y…

- Palkar, habla más despacio porque apenas te entiendo. ¿Quién se ha llevado a quién?

- Se trata de Morga ¿verdad? – preguntó Uthul, quien sabía que ambos habían salido juntos al bosque.

El niño orco asintió.

- Los kobolds… los kobolds se la llevaron… Ifta y el caudillo… ya la están buscando… Ifta me pidió que os buscara, a ti y a Roggar… yo… ¡lo siento!

En lo que Thrall y Uthul digerían la información Roggar reapareció debidamente pertrechado y seguido de cerca por algunos de los cazadores.

- No voy a dejar a ninguna de esas ratas con la piel en los huesos – se interrumpió cuando un orco se interpuso en su camino – No estoy de humor, Thrall. Aparta.

- Primero debes calmarte Roggar, no estás en condiciones de rescatar a nadie.

- Tienen a mi hermana – adujo su amigo con fiereza y los puños apretados. 

- Lo sé – replicó Thrall, de forma calmada y paciente - Pero si quieres ayudarla te necesita con la cabeza fría. No quiero que vuelva a repetirse lo mismo que con los ogros ¿entiendes?

Los cazadores que iban detrás de él dudaron, pero Roggar parecía impertérrito. Sus manos se abrieron y cerraron en puños.

- Thrall, déjame o…

- ¿O qué?

El cazador lo fulminó con la mirada.

- Roggar – era Uthul, poniéndose al lado del orco de ojos azules antes de que su otro amigo tuviera posibilidad de replicar – Thrall quiere ayudar. Escúchale.

El otro orco meneó la cabeza con impaciencia, pero pareció dispuesto a darle unos instantes para decirle lo que tuviera que decir sólo por el recordatorio de su error cuando emboscaron a los ogros. Automáticamente evocó la imagen de una Igrim convaleciente y eso lo apaciguó un tanto. Thrall apoyó entonces una gran mano verde en el hombro de su amigo.

- Sé que estás alterado y lo que le ha sucedido a Morga es inadmisible – dijo – Entiendo que quieras marchar, pero no puedes ir a tontas y a locas sin idear en un plan. Además, convendría, si acabas bajo tierra, tener el apoyo de un chamán que pueda comunicarse con ese espíritu ¿verdad?

La expresión furiosa en los ojos del otro orco se suavizó. Uthul dio un paso al frente.

- Yo también voy – afirmó – Morga es también como una hermana pequeña para mí.

Roggar aferró con fuerza el brazo extendido de Thrall y sonrió a Uthul.

- Os estoy agradecido, hermanos – confesó. Miró a Thrall – Tienes razón, no puedo ir de nuevo sin más con la cabeza bullendo de rabia o alguien podría salir herido de nuevo… pero admito que cavilar no es mi fuerte. Necesito tu ayuda.

Thrall le sonrió con camaradería, complacido por su observación.

- Aunque Palkar ha dicho que Ifta y Doomhammer ya la están buscando el tiempo es crucial, así que iremos planeando la estrategia por el camino – le dijo - Si para cuando lleguemos todo se ha solucionado, mejor, pero debemos pensar qué hacer en caso contrario– miró a los otros cazadores – Admiro vuestra buena voluntad, pero dejadnos esto a nosotros. Prefiero que os quedéis aquí y sigáis con las tareas asignadas para que no perdamos ni un minuto más de lo necesario.

Nadie replicó; sabían que un chamán era un poderoso efectivo ante cualquier conflicto, capaz de hacer cosas increíbles, por no hablar de uno que sabía pelear y era tan ingenioso como Thrall. 

- Roggar…

Era Palkar, deseoso de disculparse. En ese momento el cazador fue consciente de cómo había zarandeando al zagal presa del nerviosismo y la furia. Así que le pasó la mano por la cabeza para darle a entender que no le culpaba de lo sucedido y todo estaba bien entre ellos. El niño sonrió algo más tranquilo.

- ¿Puedo ir con vosotros? – preguntó, esperanzado.

- Ni hablar, tú te quedas – respondió Roggar antes de darse la vuelta y seguir a sus otros dos amigos mientras el lazarillo daba un pisotón en el suelo para expresar su malestar.


La incomodidad fue lo que hizo que Morga recobrara la consciencia: su ropa estaba húmeda y ella se sentía aterida de frío. Sus ojos se abrieron de par en par y pudo ver que se encontraba en una cueva, pero no era una que ella reconociera: entonces recordó tanto al kobold como al yeti que había aparecido poco después que el primero comenzara a chillar y la atacara. Morga había golpeado al kobold, pero entonces se dio cuenta de que la criatura lo único que estaba intentando era huir; sin embargo, fue tarde porque en ese momento el yeti los agarró ambos. Ella golpeó, pataleó y hasta mordió, enfureciendo al yeti de tal manera que la sofocó con su enorme mano al colocarla sobre su cara. A partir de ahí todo fue oscuridad… y ahora aquí estaba, en una cueva desconocida sobre una pila de nieve que llevaba un rato derritiéndose, de ahí el frío que sentía. 

Le llegaban todo tipo de estímulos y señales de alarma. El ambiente estaba cargado de un fuerte olor que se sumaba al acostumbrado húmedo y cavernoso; apestaba a almizcle, sí, pero también a sangre fresca. Cerca de ella vio esparcidos por el suelo huesos de todos los tamaños y formas y, más allá, la luz inconfundible del exterior. No había nadie más a la vista, pero a sus oídos llegaba un sonido cercano y correoso de un punto próximo a la salida. 

Despacio y sin hacer ruido se puso de pie, luchando contra el frío que le calaba los huesos y que hacía que sus movimientos fueran lentos y torpes, y se desplazó hacia su única vía de escape caminando de puntillas para minimizar el ruido por la sinuosa caverna. Se detuvo, encogiéndose ligeramente, cuando vio la espalda blanca y peluda de una criatura enorme de la cual provenían aquellos sonidos que ahora identificaba de masticación; a juzgar por su postura parecía ocupada con algo que sostenía en sus manos. Cerca vio, abierta y con su contenido esparcido por todas partes, la mochila del kobold. El olor a sangre fresca era ahora muy intenso.

Una sospecha de lo que estaba haciendo el yeti surgió en la mente de la niña y, aunque la atemorizó, consideró que esto le daba una oportunidad para escapar, pues el ser estaba sentado de espaldas a la salida y parecía entretenido. Además, sabía que si no se daba prisa ella correría la misma suerte que aquel desafortunado kobold.

Justo cuando estaba a punto de llegar a la abertura el yeti se irguió y olisqueó al aire. Morga se quedó paralizada y, en lugar de echar a correr, se volvió lentamente en su dirección… para toparse con el terrible rostro del yeti vuelto hacia ella. Enmarcados en unos largos cuernos similares a los de un carnero relucían unos ojos amarillos desalmados, la boca abierta mostraba unos dientes afilados y amarillentos. De la misma chorreaba baba mezclada con sangre roja que empapaba tanto la barba blanca como el pecho de la criatura. Ésta emitió un rugido airado producto de ver a su postre intentando escapar y se alzó sobre sus poderosas piernas, sosteniendo todavía lo que sin duda era una columna vertebral a medio descarnar.

Morga entonces sintió que sus pies ganaban alas y salió corriendo como una exhalación de la cueva mirando hacia atrás, lo que provocó que casi se diera de bruces con otro yeti aún más grande que el anterior que portaba un carnero vivo en sus brazos. Él también rugió mientras que el carnero baló con fuerza cuando cayó al suelo, pues de la sorpresa la criatura lo soltó: a pesar del topetazo el carnero huyó brincando del lugar. 

En cuanto al yeti que lo había portado se apresuró a agitar sus grandes manos rematadas en garras en dirección a Morga quien lo esquivó colándose entre sus piernas. Quiso correr colina abajo pero adónde miraba veía yetis; uno de ellos intentó exhalarle su aliento gélido, pero Morga fue más rápida.

No podía bajar, estaban bloqueándole el camino y además comenzaban a rodearla. Así que inició una huida desenfrenada pendiente arriba, chillando de terror. Estaba literalmente corriendo por su vida.



- Debe ser ahí, en esa cueva – señaló Ifta – Ignoraba que hubiera yetis aquí, pero puede que se deba a toda la actividad de ogros que ha habido últimamente por estos lares – se llevó un dedo a la boca y luego lo alzó– El aire viene del este. Los yetis tienen muy buen olfato y saben acechar a sus presas. Será mejor que nos pongamos de cara al viento o nos detectarán mucho antes de vernos.

Orgrim, con la mano sobre las cejas a modo de pantalla protectora contra la luz solar, oteaba en la dirección que le indicaba la joven, una posición más elevada que donde se encontraban, montaña arriba. A pesar de la distancia y de la floresta podía distinguir a aquellos seres grandes y peludos deambulando por las inmediaciones de su madriguera.

- ¿Cuántos hay? – preguntó Ifta mientras impregnaba sus flechas con un líquido verdoso desconocido para Doomhammer que había extraído de la bolsa que llevaba en bandolera.

- Todo un grupo de esos seres. Uno está llegando con algo a los hombros – respondió éste, señalando a un ejemplar que parecía cargar con algo oscuro y pataleante sobre su hombro - Pero no veo a la niña, Morga, por ningún sitio.

- Seguramente la tengan dentro de la caverna … si aún sigue con vida…

- No debemos adelantarnos. Quizá hayamos llegado a tiempo.

- Eso espero – repuso la cazadora en tono brusco mientras comprobaba su arco. Lo hacía con la cabeza volteada para que él no viera su rostro - Si no, al menos podremos dar descanso a sus restos.

Su pesimismo era entendible, pues de camino la joven le había explicado que si habían cogido con vida al kobold y a la niña había sido para alimentarse de ellos; a los yetis les gustaba la carne fresca y solían cazar para el resto del grupo. Sinceramente Doomhammer también albergaba dudas sobre si Morga estaría con vida a esas alturas, pero prefería mantener la esperanza hasta que no encontrara pruebas de lo contrario. Aún recordaba lo simpática que le pareció la pequeña cuando se ofreció a darle una flor a cambio de dejarle ojear sus pertenencias; el recuerdo le hizo abrazar con más fuerza ese optimismo e imaginar su cadáver desmembrado por aquellos seres sólo alimentó su furia.

- ¿Algo más que un novato en lidiar con yetis como yo deba considerar? – preguntó tanto para prepararse como para distraerla de sus igualmente oscuros pensamientos.

- Aparte de que son bestias grandes, fuertes y fieras hay que tener cuidado con su aliento helado. Puede paralizarte lo suficiente como para dejarte a su merced.

Doomhammer asintió, comprendiendo.

- ¿Cuál es tu plan?

Ifta lo miró.

- ¿Aparte de lanzarme de cabeza a buscar a mi hermana mientras masacro a esas bestias? Ninguno.

- Nosotros sólo somos dos – expresó el guerrero. Sharpfang había sido dejado atrás, concretamente en la zona de la catarata, para guiar a aquellos Frostwolves que acudieran a ayudar - Y fíjate en la disposición del terreno: desde allí por mucho cuidado que llevemos con el viento para que no nos huelan nos verán venir de lejos en cuanto subamos por la pendiente, con lo cual estarán preparados. Tampoco sabemos cómo de profunda será esa cueva ni podemos contar con que Morga salga corriendo si la llamamos.

- ¡Lo sé! – exclamó Ifta, enfadada. Entonces recordó con quien hablaba y se forzó a ser respetuosa - Estos yetis no deberían estar aquí. Sospecho que formaban parte de un grupo mayor que fue diezmado y expulsado por los ogros que abatimos hace unas semanas. Donde los ogros vimos varios huesos de yeti mordisqueados y también amontonados a modo de advertencia para alejar a los intrusos… preferiría esperar a los refuerzos, pero no tenemos tiempo que perder. No me importa que sean tres o trescientos, pasaré por encima de ellos si con eso salvo a mi hermana.

Orgrim meneó la cabeza; eso era absurdo. La joven estaba demasiado impaciente, demasiado afectada por la situación como para pensar con claridad; el vínculo que la unía a la niña era fuerte así que ahora mismo estaría lidiando con la sed de lucha que se agitaba en su interior. Él se daba cuenta de ello y entendía dicho sentimiento, pero la edad y experiencias pasadas le habían hecho ser más prudente. Experiencias pasadas… evocó un lejano recuerdo donde alguien a quien apreció enormemente se comportó de un modo similar al de Ifta ante la idea de perder a su propia hermana, con lo cual la sensación de familiaridad que lo embargaba cuando miraba a aquella jovencita se intensificó nuevamente. En la Horda que él había conocido tales sentimientos de amor y protección se habían diluido bajo la influencia de la magia vil y, toparse con algo así en su momento, había dejado huella en su corazón. Por suerte los Frostwolves seguían siendo especialmente protectores para con los suyos.

Sacudió la cabeza para alejar el pasado de su mente, pues debía centrarse en el presente. A regañadientes debía reconocer que la joven tenía razón. Ser cuidadoso y estudiar antes tanto el terreno como a sus enemigos haría perder un tiempo valiosísimo para rescatar con vida a la pequeña.

- Tienes razón – admitió finalmente, atrayendo la mirada de la joven – En este caso poco plan hay más que lanzarse sobre ellos, abrirnos paso por la fuerza y recuperar a Morga. Cuando más tiempo perdamos menos le quedará a ella. No podemos esperar tampoco a los refuerzos, como has dicho; debemos movernos cuanto antes. Y Si son demasiados… nuestro final depende del destino.

Por toda respuesta la hembra aferró con más fuerza su arco y asintió. Apenas comenzaron a aproximarse unos chillidos agudos y familiares hendieron el aire, llegando hasta ellos con total nitidez, arrastrados por el viento.

¡Eran de Morga! 

Tras intercambiar una fugaz mirada alarmada ambos echaron a correr en su dirección.



- No lo entiendo – decía Uthul - ¿Qué hace Sharpfang aquí solo? ¿Dónde están Ifta y Doomhammer?

El lobo permanecía alzado sobre sus cuartos traseros, moviendo la cola sin parar y con las patas delanteras apoyadas sobre los hombros de Thrall, quien estaba tan sorprendido como su amigo. Cerca Snowsong olisqueaba los bártulos abandonados de Morga con Whitestorm a su lado.

Se habían percatado que había huellas por todas partes, pero la tierra estaba muy dura y la nieve se estaba derritiendo bajo los rayos del sol de modo que ni siquiera los dos cazadores más experimentados del grupo habían sabido qué sacar de ellas, aparte de que había tenido lugar un altercado. Por otro lado, la impaciencia de Roggar no ayudaba en absoluto.

- ¡Pues para guiarnos por la cueva, por eso! – exclamó el susodicho, en tono irritado. Se había aproximado a la entrada de la caverna con el hacha lista ya en sus manos - ¡MORGA! ¡IFTA! ¡CAUDILLO! – bramó en la abertura, pero la única respuesta que obtuvo fue su propio eco, provocando que unos pájaros que estaban posados en un árbol cercano batieran su retirada con un frenético aleteo, envueltos en un remolino de piares airados.

- ¡Sharpfang! – llamó Uthul - Llévanos con Ifta. ¡Ahora!

El lobo obedeció, pero para su desconcierto se encaminó en una dirección distinta a la de la entrada. Cuando vio que no le seguían el animal se detuvo y meneó la cola, como si no entendiera el motivo por el cual no se apresuraban. 

Snowsong dio dos pasos adelante y emitió un gañido.

- Pero ¿qué? – preguntó Uthul de forma retórica - ¿Acaso no están en la cueva?

- ¡Vamos, vamos! ¡Entremos ya! 

- ¡Espera Roggar! – pidió Thrall alzando una mano. Su amigo se detuvo con un pie ya puesto en el umbral – Sharpfang no nos está llevando a la caverna, si no a otro sitio.

Roggar soltó una pintoresca maldición y regresó pisando fuerte a donde ellos estaban. Entonces se fijó en el comportamiento del lobo de su amiga y lo miró sin dar crédito.

- No lo comprendo, es imposible que los kobolds hayan salido al bosque – observó – Su lugar es bajo tierra…

Miró a su propio lobo quien parecía igual de inquieto que Snowsong. Los Frostwolves sabían de sobra que los lobos eran capaces de percatarse de cosas que ellos pasaban por alto, con lo cual no despreciaban cualquier señal que éstos pudieran hacerles, aunque entrara en conflicto con algo que ellos creían en firme.

- Deberíamos seguirle – opinó Uthul.

- ¿Pero y qué pasa con la cueva? – preguntó Roggar.

- ¡Olvídate de la cueva! Si Ifta dejó aquí a Sharpfang era porque sabía que vendríamos y que él nos guiaría hasta ella. Míralo: nos lleva al bosque, con lo cual no están en la cueva…

- ¡Te recuerdo que hablamos de mi hermana! – bramó Roggar - Los kobolds se la llevaron y no salen de la montaña en la que viven… jamás – insistió, aunque esta vez menos convencido - ¿Quizá es que algo les pasó a Ifta y a Doomhammer y por eso el lobo quiere llevarnos a otro lugar?

- Si no hubieras pisoteado todo en tu impaciencia, podría haber sacado algo en claro de todas estas huellas – masculló Uthul, enfadado - ¿Qué propones entonces? ¿Qué nos dividamos?

- ¡Pues mira, sí, excelente idea! ¡Yo iré a buscar a Morga y vosotros seguís a Sharpfang!

- ¿Cómo vas a entrar tú solo en ese lugar? – preguntó Uthul, irritado del todo por la terquedad de su amigo - ¡Será todo un laberinto de galerías por no hablar que los kobolds estarán acechando en cualquier rincón por decenas!

- ¡Mira lo que me importan a mi esas ratas malolientes y traicioneras! ¡Además Whitestorm será capaz de guiarme gracias a su olfato!

Frustrado porque no le prestaban atención el lobo regresó con ellos y comenzó a gruñir. Tanto Snowsong como Whitestorm lo imitaron, claramente igual de molestos que él. 

Thrall observó a sus dos amigos discutir y le resultó claro que lo único que estaban haciendo era perder un tiempo valioso.  Desde luego había algo extraño en todo esto que no podían pasar por alto. De modo que, tal como hiciera con aquel búho la noche que asaltaron a los ogros, se acercó al lobo y se puso a su altura, mirándole a los ojos.

- Sharpfang – dijo en voz baja – Tú sabes algo que nosotros ignoramos. Queremos ayudar, pero estamos desconcertados sobre el siguiente paso a seguir; si nos equivocamos las consecuencias podrían ser nefastas. Cuéntame qué sucedió…

El lobo entonces agachó ligeramente la cabeza y las orejas, en una clara señal de sumisión. Sólo entonces con su permiso Thrall posó una mano sobre su cabeza…

Unos momentos después se volvió hacia sus dos amigos, quienes habían interrumpido su discusión y habían contemplado la escena en absoluto y venerado silencio.

- Morga no está en la cueva – informó– Ninguno de ellos.

- ¿Entonces? – preguntó el orco más grande, presa de la impaciencia.

Thrall miró hacia la caverna, pensando que si él no hubiera ido Roggar habría cometido un terrible error.

- Os lo explicaré por el camino, no tenemos tiempo que perder – se volvió a Sharpfang - ¡Guíanos!



Con un grito de batalla Doomhammer cayó por sorpresa sobre los yetis, blandiendo su martillo de guerra. El más cercano rugió de furia ante el intruso y encaró al orco sin ningún tipo de temor. 

Sus movimientos eran más torpes y lentos que los del orco, pero éste sabía que un mínimo error por su parte podría significar la diferencia entre la vida y la muerte: a pesar de su gruesa armadura esas garras debían ser tenidas en cuenta, sin olvidar tampoco el aliento helado del que había sido advertido. 

Rodó a tiempo de evitar precisamente ese vaho gélido y golpeó la espalda de la criatura con su martillo, arrancándole un rabioso grito de dolor. Por el rabillo del ojo vio a un segundo yeti, algo más pequeño, cargando contra él. Orgrim se forzó a volverse para encarar a ambos por igual y no dejar desprotegida su espalda, pero el primer yeti lo obligó, con un nuevo manotazo, a permanecer en la misma orientación. Fue entonces cuando una flecha se clavó silbando sobre el hombro del segundo yeti, que aulló de dolor y le hizo detenerse. Otra más se clavó en el brazo del primero. Más abajo en la pendiente estaba arrodillada Ifta, con una nueva flecha dispuesta ya en su arco.

 - ¡Llámala! – ordenó Orgrim.

Acto seguido propulsó el martillo y golpeó al primer yeti en el pecho con la parte plana del mismo, haciéndole retroceder.

- ¡Morga! – llamó Ifta con todas sus fuerzas, echando a correr cuesta arriba en dirección a la caverna, esquivando a los otros yetis que se acercaban enrabietados.

- ¡IFTA! – el grito sonó claro pero lejano y no provenía de esa dirección - ¡Aquí!

La joven hembra se detuvo y giró en redondo, sus trenzas siguiendo el movimiento brusco de su cabeza, mientras buscaba. Se agachó para evitar un zarpazo dado al aire y, sacando su cuchillo de caza, cortó los tendones de los tobillos de uno de los yetis ya herido que encaraba a Doomhammer, haciéndole perder equilibrio. Orgrim, por su parte, le aplastó la cabeza con el martillo.

En medio de la trifulca se alzó otro grito, esta vez inarticulado, seguido de otro más y que no era de orco. ¡Había al menos otro de esos seres más con ella, pendiente arriba!

Ifta miró a Orgrim.

- ¡Ve, yo los contendré! – exclamó el caudillo y gritó de nuevo para atraer a los otros siete yetis que quedaban. Ifta dudó - ¡VETE!

Estaba decidido.

- ¡Morga! – gritó dispuesta a alejarse, pero apenas dio un par de zancadas fue embestida por uno de los yetis más pequeños, súbitamente interesado en ella y no en Doomhammer.

La cazadora cayó al suelo, pero alzó el cuchillo al tiempo que la criatura caía sobre ella de modo que la hoja se hundió en su pecho, directamente en su corazón. La muerte le sobrevino casi al instante, dejándola aprisionada bajo su peso. Gracias a ello los restantes no la vieron y persiguieron a Doomhammer, que echó a correr ladera abajo para alejarlos de la cueva.

Ifta se agitó debajo del peso muerto del yeti; casi quinientos kilos, aproximadamente cinco veces su propio peso. Claramente esto era un inconveniente, pero no podía perder más tiempo porque Morga podía morir. Pensar en su hermana adoptiva espoleó su cólera; haciendo acopio de toda su fuerza consiguió mover el cadáver y apartarlo de un empellón. Apenas se incorporó echó a correr en la dirección de la que provenían los gritos. 

No tuvo que avanzar mucho pues poco más allá oyó con claridad los gruñidos de esfuerzo de una criatura grande entremezclados con gritos de orco, así como otro sonido similar al de un chasquido.

- ¡Morga! – llamó.

- ¡Ifta! ¡Aquí!

La joven hembra llegó hasta un pequeño claro y vio a un yeti de tamaño considerable embistiendo un abeto, las marcas de sus uñas grabadas en su tronco. Arriba, encaramada lo más alto que había podido llegar, estaba Morga. Como no había sido capaz de trepar hasta ella por pesar demasiado la criatura había comenzado a embestir contra el árbol para echarlo abajo. Raíces de diferentes tamaños se retorcían expuestas al aire.

- ¡Aguanta Morga! – exclamó Ifta e hincando una rodilla en el suelo, se despojó de la bolsa medicinal que siempre llevaba encima. El yeti de tan obcecado que estaba de hacer bajar a la niña orca ni se percató de su intrusión.

- ¡Date prisa! – chilló ésta, aferrándose con toda su alma al tronco del abeto con manos y piernas.

Los yetis, al igual que los ogros, también tenían una gruesa piel por lo que las flechas no eran especialmente útiles contra ellos salvo si los querías enfadar. Y sí, podría dispararle, pero ese yeti tenía pinta de ser un patriarca a juzgar por el tamaño de sus cuernos, por lo que no sería nada sencillo acabar con él. Pero Ifta venía preparada.

Mientras había estado discutiendo con Doomhammer sobre cómo abordar a los yetis había estado impregnando sus flechas en un ungüento venenoso que había preparado previamente, producto de mezclar ciertas plantas tóxicas, un truco que le enseñó su fallecido instructor de cacería. Aunque la flecha en sí apenas causaría daños, salvo que acertara en un ojo o en la boca, con el veneno no tenía que preocuparse de ser tan precisa. El único inconveniente consistía en su lentitud y es que tardaba un tiempo en hacer efecto; la toxina ralentizaría a la criatura y podría llegar a causarle la muerte si se lo administraba en una dosis elevada. Este procedimiento sin duda le ayudaría a inclinar la balanza a su favor. No llevaba encima cuando sucedió el ataque del ogro, así que desde entonces se dijo que no volvería a cometer ese mismo error. 

Así que alzó el arco, apuntando al yeti y disparó, acertándole en un omóplato. Ahora sí que éste se volvió hacia ella, los ojos ambarinos relampagueando iracundos. Sin más preámbulos cargó contra ella. Ifta entonces arrojó su arco y enarboló su hacha de batalla. Furiosa le lanzó su propio grito de desafío y asestó un tajo destinado a rajarle el vientre, pero el patriarca lo esquivó y contraatacó con un nuevo golpe. 

La joven cazadora pronto dejó de preocuparse por el veneno y se vio luchando presa de su furia sangrienta. Descargó varios golpes y bloqueó un par de ataques más, pero con un nuevo movimiento consiguió cortar al yeti en el rostro cuando se disponía a echar sobre ella su aliento gélido, provocando que éste se llevara una mano a la cara. Sus ojos se posaron en un punto por detrás de la criatura y entonces vio a Morga, quien contemplaba la pelea inmóvil en su posición elevada. Su visión la distrajo lo suficiente para que el yeti tuviera tiempo de golpearla con su brazo libre. El hacha saltó por los aires y, como había un desnivel justo detrás, el golpe lanzó a la cazadora a la parte más baja del terreno.

Mientras intentaba recuperar su hacha el yeti alzó su garra y la golpeó en la espalda, desgarrando sus pieles y lacerando su carne. La joven gritó.

- ¡Ifta! – llamó Morga y buscó frenéticamente algo que lanzarle al yeti para alejarlo de ella. Halló unas cuantas piñas en la rama más cercana, así que tomó una y apuntando lo más rápido que pudo, se la lanzó - ¡Déjala, bestia asquerosa!

Le acertó en toda la cabeza; el golpe fue ridículo, pero lo enfureció terriblemente. El patriarca se volvió hacia ella y cargó contra el árbol una vez más, arrancando un grito de pánico de la niña orco. El grueso tronco crujió de un modo amenazador y se balanceó peligrosamente, haciendo que se inclinara varios palmos más sobre el suelo.

- ¡AAAAH!

Ifta, con los dientes apretados, asió el hacha y se incorporó con lentitud. La espalda le ardía de dolor, pero lo abrazó, dejando que éste alimentara su furia. Pero cuando se volvió para ver cómo el yeti estaba haciendo cosas extrañas: permanecía de pie al lado del árbol, mas su cabeza estaba torcida, boqueaba, así como uno de sus brazos parecía colgar inerte a un lado de su cuerpo. 

¡Por fin estaba haciéndole efecto el veneno! Así que Ifta gritó, corrió hacia él y golpeó con todas sus fuerzas, haciendo que el hacha se clavara en el costado del ser. Éste soltó un alarido que perforó sus oídos, pero ella no se detuvo. Tiró y la espesa sangre salpicó y regó la tierra del suelo. El patriarca se llevó, torpemente, una mano a su herida abierta e intentó atacarla en vano, pues sus movimientos se estaban volviendo erráticos y torpes. Ante otra estocada cayó de espaldas, pataleando, en medio de un agónico estertor. Ifta, bañada en su sangre, se limitó a alzar el hacha para descargarla con todas sus fuerzas sobre el cuello de la criatura y poner fin a su sufrimiento.

El silencio que siguió a la lucha quedó sólo interrumpido por la respiración agitada de la joven cazadora, quien se llevó una mano ensangrentada a la cara para enjugarse el sudor. Al cabo alzó el rostro manchado hacia el árbol donde aguardaba Morga. Éste pendía de una única raíz gruesa: un golpe más y el patriarca habría conseguido echarlo abajo.

- ¿Estás bien? – preguntó en tono aún fiero, agitada por el frenesí del combate.

La niña asintió, aún asustada por todo lo que acababa de pasar. Ifta limpió el filo de su hacha en el propio pelaje del yeti, la devolvió al cinto y entonces se aproximó hasta la base del árbol, alzando los brazos. Luchó contra el lacerante dolor que se alzó en su espalda por hacer ese movimiento.

- Ya pasó todo. Puedes bajar…

Pero Morga negó con la cabeza y se aferró aún más al tronco, sus ojos castaños volaron hasta el cadáver del patriarca.

- Está muerto, ya no puede hacerte daño – insistió Ifta, intentando aplacar su sed de lucha para sonar tranquila y confiada – Vamos…

- Es que no sé si voy a ser capaz…

- Si has podido subir puedes bajar. ¡Venga! Sólo busca la rama más cercana y apoya en ella un pie, repite una y otra vez sin soltarte. E incluso si te cayeras, estoy aquí… vamos Morga, puedes hacerlo…

Ifta no cejó en infundirle ánimos durante el descenso, así que Morga empezó a bajar, despacio y lanzando miradas prudentes al yeti muerto. A veces el árbol crujía y temblaba y ella se detenía dando un respingo, abrazándose al tronco presa del pánico. 

Finalmente, cuando consiguió llegar a su altura la hembra mayor le tendió la mano y ella se soltó, cayendo de lleno en sus brazos. Ambas se fundieron en un cálido abrazo.

- ¡Iftaaaaa! –  llamó Morga, pues ahora que se sentía segura en esos brazos fuertes, se puso a temblar como una hoja.

- ¡Ya está, se acabó! – la animó Ifta, mirando de reojo en la dirección por la que habían venido- ¡Lo has hecho muy bien, mi pequeña alborotadora!

- ¡No me gustan las alturas! ¡No me gustan los yetis!

- A mí tampoco. Venga, ahora debes calmarte… los guerreros no lloran.

El efecto de dicha afirmación caló en la niña quien se esforzó visiblemente enjugándose las lágrimas de la cara. Ni que decir tiene que le aplicaría el correspondiente castigo por haberse metido en semejante lío, pero ese no era el momento ni el lugar para ello. La tomó por los hombros.

- Esto no ha acabado todavía – le dijo – Ahora tenemos que volver con el Jefe de Guerra. 

- Pero Ifta, tu espalda…

- Olvídate de eso. ¡Vamos!



Doomhammer se estaba enfrentando en solitario a una matriarca de yeti y a cuatro de sus retoños, tres de los cuales ya eran prácticamente adultos; el quinto ya yacía muerto a sus manos. Sentía los músculos entumecidos y los dedos agarrotados, pero, aunque sabía que se debía al gélido aliento de esos seres que le había alcanzado ya en varias ocasiones, no pudo evitar recriminarse por no estar más en forma. Había retrocedido lo suficiente como para alejar la atención sobre Ifta y permitirle a la joven ir a buscar sin riesgo a la niña. La carrera, el frío y el combate en sí lo hacían sentir lento y torpe, casi exhausto. A él, que había abatido ogros y gronns en su mundo natal. 

A pesar de sus esfuerzos le habían vuelto a rodear. Gruñó al darse cuenta de ello y trastabilló; creyéndole vulnerable el yeti más pequeño, con una de las flechas de Ifta aún clavada, fue el primero en abalanzarse sobre él. Por alguna razón su movimiento fue un tanto errático y Orgrim, que estaba preparado, lo tuvo fácil para golpearle en plena sien, provocando que cayera a plomo en el suelo, inconsciente. La matriarca aulló de rabia así que cargó contra el orco de lleno, aprovechando su flanco descuidado. Éste cayó de espaldas, perdiendo el agarre de su martillo, quedando a merced del aliento helado. Cuando éste cayó nuevamente sobre él el frío se clavó en su carne como una lluvia de cuchillos, agarrotando sus músculos, petrificándole los huesos. Entumecido nuevamente intentó levantarse, pero apenas consiguió sacudirse.  Aun así, pudo asestarle un puñetazo en la cara a la matriarca cuando ésta intentó morderle el cuello.

Ésta reaccionó furiosa y rechazó a sus hijos cuando se acercaron dispuestos a despedazar a Orgrim: quería hacerlo ella personalmente. Alzando los brazos los descargó con fuerza conta el pecho del caudillo y, aunque la armadura lo protegió en parte el dolor le hizo apretar los dientes. La matriarca le asestó entonces un zarpazo, cortándole el rostro y volvió a rugir con su boca muy próxima a su oreja para dejarle claro que ella era superior: Doomhammer pataleaba bajo el peso de la criatura, deseando que el calor que ésta le daba sumado al movimiento le permitiera tensar los músculos para ejercer la fuerza suficiente para sacársela de encima.  

La matriarca hizo el amago de inclinarse con ánimo de desgarrarle el cuello… cuando se escuchó una especie de chasquido que la hizo volver el rostro en otra dirección. Algo captó su atención que la hizo levantarse rápidamente olisqueando el aire, mientras el resto de yetis bramaban con todas sus fuerzas. Súbitamente aparecieron dos lobos en el campo de visión de Orgrim que se abalanzaron sobre uno de ellos. Otro de sus hermanos intentó ayudarle, pero fue detenido cuando una flecha se clavó en uno de sus ojos; sus miembros fláccidos se sacudieron antes de que cayera al suelo.

¡La ayuda había llegado! Doomhammer no podía moverse, no podía ver qué estaba sucediendo, salvo escuchar lo que parecía el sonido de una frenética pelea: golpes, aullidos, gritos de batalla… Intentó mirar por el rabillo del ojo, pero la pelea quedaba fuera de su campo de visión.

Gruñendo pataleó de nuevo, intentó alzar sus brazos, pero éstos sólo temblaron en su posición. Al menos sus dedos se crisparon: podía notarlos.  Insistió y pudo doblar las rodillas; entonces un resplandor lo encegueció momentáneamente y a sus fosas nasales llegó el hedor de pelo chamuscado. Y finalmente todo quedó en calma.

- ¿Te encuentras bien, caudillo? – preguntó una voz familiar y pudo ver a su dueño, Thrall, encumbrado sobre él, sus ojos azules mirándolo con preocupación. Snowsong se acercó con el hocico ensangrentado.

- S-sí – respondió Doomhammer, que consiguió sentarse con la ayuda de su pupilo. Lanzó una ojeada al cadáver más cercano, el astil de la flecha sobresaliendo de su cuenca ocular, de la cual manaba un pequeño torrente de sangre – Buen tiro.

- No fui yo.

Otro orco entró en su campo de visión.

- Sufre del aliento gélido del yeti – observó Uthul con su arco aún en la mano – Pronto se pasará. 

Doomhammer asintió pues era casi incapaz de articular más de dos palabras seguidas. A un lado Roggar remataba con su hacha al yeti más pequeño, pues Orgim le había dejado malherido con el golpe del martillo, sus extremidades agitándose sin ningún tipo de control por algún estertor y con espuma brotándole de la boca. La matriarca y los otros yetis yacían más adelante; de la primera aún emanaba algo de humo. Había sido fulminada por un rayo.

En cuanto Roggar se aseguró que el yeti más pequeño estaba muerto corrió hacia ellos, se despojó de su capa de oso y se la ofreció a Doomhammer.

- El hálito helado es una cosa muy desagradable, acepta mi abrigo, Jefe de Guerra – dijo en tono cortés – ¿Dónde están mis hermanas? 

Orgrim fue a responder, pero no fue necesario.

- Aquí.

Todos se volvieron. Allí, en lo alto de la pendiente, vieron a Ifta empapada en sangre de yeti. A su lado estaba Morga. Cuando vio a su hermano la niña echó a correr y se abrazó a él, hundiendo el rostro en su musculado abdomen. Por su parte Roggar apoyó una mano en su cabeza, acariciando el cabello negro con delicadeza. Ifta se acercó a él y apoyó una mano en su brazo a la par que él la sonreía con afecto. 

Doomhammer sintió una agradable y cálida sensación al ver el reencuentro de los hermanos, aliviado porque la niña estuviera de una pieza.  Miró a Thrall y vio que éste estaba igual de pletórico que él, y también Uthul. Sin embargo, no se unieron a ellos, dejándoles cierta intimidad.

Entonces Uthul se rio entre dientes.

- ¿Qué te hace tanta gracia? – preguntó Thrall. 

- Pues que a pesar de lo que parecía todo esto ha tenido un final feliz. Temíamos llegar demasiado tarde, pero lo hicimos justo a tiempo para salvar a Orgrim Doomhammer de morir apaleado y despedazado por un puñado de yetis – éste asintió para mostrar su agradecimiento, sin mostrarse ofendido por su atrevimiento – Y contra todo pronóstico Morga está sana y salva – hizo una pausa y Thrall enarcó una ceja. La sonrisa de Uthul se hizo más ancha – Y de paso, tenemos unas pieles estupendas de yeti que añadir a la ecuación.

Los ojos de Thrall se abrieron como platos.

- ¿Los yetis se desuellan? – preguntó, atónito.

Uthul soltó una sonora carcajada.

- ¡Por supuesto que sí! ¿Acaso no lo sabías? ¡Aparte de otras tantas cosas! Sacaremos mucho partido de ellos…  bueno, excepto de esa, quizá – dijo, mirando el cadáver calcinado de la matriarca.

Thrall agachó la cabeza y se rascó la nuca al ser culpable de tal desperdicio.

- ¡De eso nada!

Se volvieron para encontrarse con Morga quien, con los brazos en jarras, los miraba malhumorada.

- Puede que maese Doomhammer y Thrall estén dispuestos a cederte las pieles de los yetis que mataron para sumarlo al tuyo, pero la de más arriba es mía, que Ifta me la ha dejado. ¡Y no pienso compartirla con nadie!

- Pero ¿y qué vas a hacer tú con tanta pelambrera? – le preguntó Uthul, fingiendo ofenderse – En una de esas cogen por lo menos dos Morgas… ¿no puedes dejarme una poca para mi?

- ¡Es mía, he dicho! ¡Y todas las flores que he recogido, también! – entonces adoptó una expresión modesta – Salvo que me lo pidas por favor. Entonces me lo pensaré.

Roggar silenció su insolencia de un pescozón, pero todos los demás se echaron a reír, más que por la ocurrencia de una niña desobediente, porque en el fondo se sentían aliviados. Porque tal y como decía Uthul, todos estaban sanos y salvos. 






* Parece ser que éstas son uno de los peligros a los que tienen que enfrentarse los kobolds bajo tierra, por lo que se entienden que los depredan.



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