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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 15


Una vez que la identidad de su invitado fue desvelada los Frostwolves pudieron agasajarlo con el honor y respeto que éste merecía. Junto con la abundante comida que desplegaron para tal ocasión se unieron los tambores y las flautas, enviando de esta forma también un mensaje de tributo y regocijo al mundo de los espíritus.

El plan de Drek’Thar había salido a la perfección, pues fue éste quien había mandado a Wise-ear a buscar a Doomhammer, ya que el viejo chamán conocía que éste vagaba por los territorios al sur de Alterac, lo que explicaba la ausencia del lobo durante todo este tiempo. El animal, siguiendo instrucciones de su compañero, había conseguido encontrarle y traerle de regreso pues Orgrim no conocía el camino hasta la residencia del clan. Antes pasaron por el territorio de Hellscream, donde el orco adelantó detalles de la existencia de Thrall, algo que avivó las llamas casi extintas del corazón del antiguo caudillo: si había jóvenes tan apasionados aún quedaban esperanzas de que los orcos pudieran recuperar su antigua gloria.


Sin embargo, conforme se iba acercando a su destino Orgrim reconsideró la forma de presentarse, puesto que quería poner a prueba a Thrall para comprobar por sí mismo si todo lo que contaban de él estaba justificado. De modo que pidió, a través de Wise-ear, que su identidad permaneciera secreta hasta que él lo considerara oportuno. Pasó el día poniendo a prueba al joven orco y observándole, aunque en un principio le fue difícil guardar la compostura pues físicamente le recordaba muchísimo a su amigo Durotan. Pero una vez sobrepuesto del impacto inicial todo fue bastante sencillo y quedó harto satisfecho.

Fue una noche memorable, donde Thrall y el que fuera el mejor amigo de su padre hablaron largo y tendido. El orco más mayor le pidió al joven que contara toda su historia, de principio a fin, pues estaba muy interesado en saber más cosas de él. 

Por su parte Thrall aprovechó para dar respuesta a todas aquellas preguntas que se le habían pasado por su mente.

- Drek’Thar me ha contado que mis padres fueron a buscarte para convencerte de que Gul’dan había traicionado a nuestro pueblo y estaba utilizando a los orcos en su propio provecho. A través del pañal en el que me encontraron Drek’Thar supo que mis padres sufrieron una muerte violenta, y yo sé que Blackmoore me encontró junto a los cuerpos sin vida de tres orcos* y un lobo blanco. Por favor… ¿puedes contarme algo más? ¿Llegaron mis padres a hablar contigo?

Doomhammer fijó sus ojos grises en la fogata, apesadumbrado.

- Lo hicieron – confesó, poco después – Me temo que por mi culpa ellos acabaron así. Llegaron a mi campamento y Durotan me habló largo y tendido de la traición Gul’dan; le creí, pues en su día vimos y vivimos algunas cosas que nunca me convencieron del todo. Pudieron quedarse, pero pensé que si se marchaban sería lo mejor tanto para tu familia como para mis propios guerreros, pues su presencia nos ponía a todos en riesgo. Les dirigí con un escolta hasta un lugar donde creí que estarían a salvo hasta mi regreso, pero después supe que entre mis guerreros había espías de Gul’dan. Estoy casi seguro que el guardia que les asigné era uno de ellos - exhaló un hondo suspiro y, por un momento, a Thrall le pareció mucho más viejo y cansado- Durotan era mi amigo. Habría dado gustoso mi vida a cambio de la suya y la de su familia… aunque ya no puedo deshacer lo que sucedió sí puedo ayudar a su hijo todo lo que esté en mi mano. Procedes de un linaje noble y orgulloso, Thrall, pese al nombre que has decidido mantener. Seamos dignos juntos de dicho linaje.

Y en esa misma noche Orgrim confió a Thrall el plan que había estado urdiendo en su mente desde hacía tiempo para liberar a los orcos cautivos… pero decidieron que no lo desvelarían hasta que se reunieran con Hellscream.


Fueron pasando los días y Orgrim Doomhammer convivió con los Frostwolves como si fuera uno más. Al igual que hicieran con Thrall el clan lo había acogido con los brazos abiertos y lo trataban con el respeto y deferencia que merecía.

Los jóvenes guerreros le seguían allá donde fuera, deseosos de verle y escucharle, pues habían crecido oyendo sus historias: para ellos era una leyenda viva. Roggar era uno de sus mayores admiradores y cuando el caudillo accedió a unírseles en el campo de entrenamiento no cabía en sí de gozo, deseoso de demostrarle de lo que era capaz. Todos se esforzaron mucho por complacerle y en demostrar de lo que eran capaces.

El caudillo los observó entrenar con el arco, las hachas, los garrotes y a manos desnudas, solos o por parejas. 

- Hacía tiempo que no veía tal entusiasmo en nuestra gente – llegó a decir una mañana – Esto me trae gratos recuerdos de juventud - Se hizo un breve silencio sólo roto por los golpes y gruñidos de los entrenamientos - He observado que la vida aquí no es nada fácil lo que sin duda ha influido en que los Frostwolves hayan dado lo mejor de sí mismos. Y algo vital para esto es ser capaz de encontrar alimento; si te preguntara por el mejor cazador ¿podrías darme un nombre?

Thrall no necesitó pensarlo ni un solo instante. Sonrió y le complació. Orgrim le hizo un par de preguntas más que el joven orco respondió enseguida y él simplemente escuchó con los ojos fijos en los guerreros. Al cabo de un rato, dijo:

– Veo un estilo de lucha muy depurado. Entiendo que eso es cosa tuya.

- Son jóvenes y tienen espíritu, están deseando que se los ponga a prueba – le dijo Thrall – Aprenden deprisa todo aquello que se les quiera enseñar... y yo también.

- Nos has complementado. Tú les has enseñado técnicas humanas para la pelea y ellos a su vez te enseñaron la supervivencia y las antiguas tradiciones.

- Así es. Me han hecho apreciar aún más el legado de nuestros padres y abuelos.

Doomhammer suspiró.

- Sí, puede que aún no sea demasiado tarde para todos nosotros.

Thrall se volvió hacia él.  

- En todo este tiempo ¿nunca has intentado siquiera…?

- No, aunque lo pensé muchas veces, igual que Grom – admitió Orgrim – Si bien la diferencia entre nosotros es que al menos él ha llegado a montar algún que otro escándalo. Lo hemos estado postergando, supongo que porque en el fondo de nuestros corazones temíamos que si derribábamos las murallas los nuestros se limitaran a quedarse tal y donde estaban. Y eso hubiera sido lo más doloroso de contemplar jamás. No confiábamos en ser capaces de darles ningún motivo de peso para que tomaran la libertad que les ofreciéramos.

Se estremeció, pues a pesar de que habían pasado largos años desde entonces él mismo había pisado un campo de internamiento una vez, tras escapar de las mazmorras de Lordaeron adonde lo llevaron tras la derrota de la Horda. La impresión que le dio aquel lugar casi hizo mella en su propio aplomo, estando a punto de contagiársele semejante abatimiento, algo que por suerte evitó huyendo y alejándose de allí.

Thrall observó su expresión triste, pero se atrevió a preguntar:

- ¿Y de veras crees que ahora sí lo harán?

Orgrim mantuvo la vista fija en los Frostwolves que allí estaban presentes, concentrados y dispuestos a darlo todo, y una cálida sonrisa de orgullo se dibujó en su semblante. Entonces desvió la mirada hacia Thrall y apoyó una mano en su hombro.

- Sí, lo creo.


Todos esos días fueron jornadas muy atareadas: pertrecharse para una campaña no era tarea fácil. Todos pusieron de su parte, tanto adultos como infantes, y la llegada de la estación de la abundancia ayudaba a ese propósito, por suerte. 

Las habilidades del chamán resultaron realmente útiles para agilizar parte de este proceso y Thrall mismo estaba continuamente ocupado, dividiendo su tiempo entre supervisar los avances y los entrenamientos por lo que cuando llegaba la noche caía exhausto sobre sus pieles de dormir. Sin embargo, lo hacía feliz y con una pizca de nerviosismo ante el inminente día en que les tocara partir para reunirse con los Warsong. 

La mayoría del clan de los Frostwolves se marcharía, quedando atrás sólo aquellos demasiado mayores o demasiado jóvenes junto con un pequeño destacamento por si hubiera algún contratiempo, ya que con la marcha tanto de Drek’Thar como Thrall quedarían sin chamanes. El viejo no lucharía directamente en el conflicto armado debido por un lado a su edad y a su ceguera, pero por otro precisamente por su condición de chamán: era demasiado valioso ya que, si a Thrall le pasara algo, él sería el único que les quedaría. A pesar de que esto no le hacía ni pizca de gracia al menos no se sentiría completamente inútil, pues serviría de apoyo para sanar a los heridos y también como consejero, puesto que Thrall valoraba mucho todo lo que él tuviera que decir.

También había otra excepción a lo indicado anteriormente, en este caso tratándose de Palkar. Él sería el único menor de edad que marcharía para seguir ejerciendo su rol como lazarillo del anciano chamán. Conocer esto disgustó a Morga.

- Ojalá me dejaran ir a mí también – protestaba la niña – Te echaré de menos. ¿Y si te matan?

El cachorro se echó a reír, agachándose para recoger una rama. La examinó y, satisfecho, la llevó a su cesto en la espalda.

- ¡Eso no va a pasar Morga! Iré, pero no entraré en combate. Me quedaré ayudando a maese Drek’Thar en su día y a día y con los posibles heridos o enfermos que pueda haber...

- ¡No es justo! ¡Yo también quiero ir!

- Pero si apenas tienes siete años ¡eres demasiado pequeña para venir!

Ella gruñó enfadada y, para desahogarse, pateó una piedra.

- ¡Pues más o menos como tú! ¡Y tampoco soy tan pequeña! Cuando menos lo esperes, estaré celebrando mi Om’riggor ¡y entonces ya seré adulta y podré hacer lo que quiera!

Palkar resopló, poniendo los ojos en blanco.

- Aún te queda para eso… Oye, apúrate porque deberíamos volver ya. Tengo que ayudar a maese Drek’Thar con la comida.

Los niños habían salido al bosque con la excusa de abastecer la reserva de palos y ramas para utilizarlos para la fabricación de flechas, pero realmente habían aprovechado el buen día que hacía para disfrutar del aire libre. Entre el invierno y el problema con los ogros los niños del clan habían pasado encerrados demasiado tiempo y ansiaban estar horas bajo el cielo azul y hacer ejercicio: la llegada de la primavera siempre era muy ansiada por todos pero especialmente por ellos. Contando con que los niños se harían los remolones Roggar había mandado a su lobo, Whitestorm, para proteger a su hermana en caso de que hubiera algún problema. 

El animal marchaba a la vera de la niña y de vez en cuando olfateaba el suelo y hacía algunas marcas de territorio.

- ¡Oh, Palkar!  – protestó ésta, en tono cansado - ¿No podemos quedarnos un rato más? Me gustaría ver los prados y jugar un rato entre las flores.

- No – replicó éste con voz firme – Se hace tarde. Regresemos ya.

La pequeña hizo un mohín y se volvió hacia el lobo de su hermano.

- Vamos Whistestorm, volvamos a casa – pidió, enfurruñada.

Apenas dijo eso el lobo giró en redondo y se dispuso a guiarlos hasta el hogar.


Pero Morga no tenía prisa alguna por regresar, por lo que se hizo de rogar e iba pateando los montones de nieve que se encontraba a su paso, así como las piedras. Palkar se estaba enfadando con ella, pero antes de que fuera a gritarle para que se diera más prisa divisó algo que le interesó.

- ¡Oh! ¡Dientes de león! – exclamó, desviándose a un lado del camino, aproximándose a las florecillas amarillas – Los primeros de la estación…

Contento, se puso a recogerlos, ya que tenían propiedades medicinales de utilidad. Morga le miró sin dar crédito.

- ¿No decías que se hacía tarde? ¡Ahora te entretienes cogiendo florecillas!

- Sólo será un momento, quédate donde estás… ¡oh mira, y ahí hay marregales! 

Por su parte Whitestorm se había adelantado y parecía olisquear insistentemente los árboles.

Morga puso los ojos en blanco.; no le gustaba que le hicieran esperar, por no hablar de lo injusto que era que Palkar no la hubiera dejado ir a la pradera alegando tener prisa para ahora entretenerse él. ¿Qué podía hacer mientras tanto? Viendo sus pisadas en el suelo blando se le ocurrió un juego bastante divertido. Le surgió la pregunta de si habría alguna forma de ocultar su avance que no implicara borrar las huellas con una gran rama de abeto, por ejemplo. Sí, se dijo, si pisaba sobre sus propias huellas. Pero si lo hacía directamente la triquiñuela se notaría. De modo que miró en la dirección de la marcha y comenzó a caminar hacia atrás, vigilando de encajar el pie exactamente en la huella: era algo complicado y lento, pero le gustaba.

- ¡Mira Palkar! – llamó - ¡Soy capaz de caminar del revés sin estropear el rastro!

- ¡Ahora no! – gritó éste, en un tono molesto.

Había recorrido un pequeño trecho cuando un destello anaranjado captó su atención y la niña se detuvo, buscándolo con su mirada de ojos castaños. ¡Era una mariposa! Maravillada la observó, siguiendo todos y cada uno de sus delicados movimientos y cuando ésta comenzó a alejarse quiso seguirla. Sin embargo… Miró en la dirección por la que estaban Palkar y Whitestorm, dudando sobre si debía avisarles, pero si lo hiciera el otro niño no le dejaría jugar con ella una vez terminara de coger sus plantas. Una pícara sonrisa se formó en su semblante y, sin decir nada, marchó en pos de la mariposa.


Era divertido intentar cogerla con las manos, pero debía ser cuidadosa o la aplastaría y ella no quería eso: sólo deseaba atraparla para verla de cerca, después la liberaría.

Morga anduvo unos cuantos pasos, pocos según su percepción, aunque se percató de que poco a poco se iba intensificando el sonido de lo que parecía una catarata. La mariposa terminó aterrizando en una zona llena de flores. La niña se arrodilló y las examinó: estaba casi segura que eran más marregales. Quiso decírselo a Palkar pero entonces se dio cuenta de que no le veía ni le escuchaba por ninguna parte. Parpadeó ¿tan lejos se había ido?

Sintió una leve punzada de culpabilidad pues eso significaba que seguramente él se enfadaría… pero eso no pasaría si le llevaba algo de utilidad. Por supuesto ella se apartaría unas pocas para decorar su caverna: le encantaba llenarla de flores porque así parecía dormir al aire libre y porque olían muy bien. 

Así que todos saldrían ganando por su ocurrencia de seguir a una mariposa. Se puso a recolectar unas pocas flores, pero enseguida se percató de que, más adelante, había otras plantas cuyas hojas eran de un color azulado: estaba casi segura de que eran salviargentas de montaña. Normalmente no se habría interesado por ella por no tener flores, pero sabía que la planta era útil; podía molerse para obtener tintes y también era un ingrediente para algunos elixires, aunque no sabía cuáles. Salir tanto con Ifta así como estar cerca de Palkar había hecho que la infante supiera todas estas cosas, si bien incluso tenía la sospecha que su hermana mayor en realidad intentaba instruirla, aunque ella no tenía claro si quería ser o no curandera.

Encantada por el descubrimiento se acercó corriendo a ellas, pero apenas había arrancado unas cuantas cuando vio, un poco más adelante, algo bastante extraño. Curiosa miró alrededor pero no vio a nadie más. En su persecución de la mariposa había llegado hasta un desfiladero abierto, cubierto de vegetación perenne, que no le resultaba familiar. Tampoco aquella catarata: la achacó al deshielo.

Tras dejar caer su bolsa con las flores y los palos recogidos Morga se aproximó hasta lo que había captado su atención. Una criatura pequeña yacía de bruces más adelante, pareciendo muerta o inconsciente. Morga pensó que era una cosa rara y fea: su piel era rosada, tenía una larga cola anillada y un hocico igualmente largo con bigotes. En su mandíbula crecían largos pelos claros, sus orejas eran grandes y redondeadas. Sus ropas parecían un tanto descuidadas y sucias. A sus espaldas llevaba una mochila roñosa y, justo delante, en el suelo, había una vela; por los restos de cera que había sobre su cabeza la niña dedujo que había llevado la vela encima.

Sabía que no debía aproximarse sola a desconocidos, pero también que los Frostwolves tenían el deber de ayudar a aquellos que lo necesitaran. No sabía qué era esa criatura, pero le pareció claro que estaba en apuros. Y más que, cuando se fijó mejor, vio un pequeño rastro de gotas de lo que parecía sangre fresca detrás de ella.

- ¿Hola? – preguntó dubitativa - ¿Estás bien?

Quizá estaba fingiendo. La idea la hizo detenerse, pero estaba demasiado intrigada como para dejar pasar algo así. Entonces tuvo una brillante idea: regresó hasta la bolsa de palos, tomó el más largo y regresó. 

La criatura estaba exactamente en la misma posición que la había dejado. Morga se aproximó y entonces, desde una distancia segura, pinchó a la criatura con la rama. No se movió ni un ápice.

Por si acaso, la pinchó de nuevo, esta vez con más fuerza… nada.

Lo mismo sí que estaba muerta. ¿Qué le había pasado? ¿Qué guardaba en aquella mochila? Por las enseñanzas de la abuela Garula sabía que no era educado hurgar en las cosas de los demás, pero la curiosidad innata de la niña era más poderosa que su prudencia. Además, según su lógica, si nadie la veía fisgoneando no había hecho nada malo.

De modo que, tras echar una última ojeada por encima del hombro, soltó el palo y se frotó las manos en su jubón de piel de cabra. Entonces alargó una mano hacia aquella mochila… se alzó un bramido que ponía los pelos de punta desde el interior de la caverna de atrás y entonces la criatura súbitamente recobró la consciencia y se agitó violentamente, poniéndose también a chillar.




Ya casi estaba llegando al cementerio. Como la partida era inminente y no tenían fecha de regreso Ifta había considerado oportuno aproximarse para despedirse de su madre, llevándole la correspondiente ofrenda.  Por ello había decidido aprovechar un hueco que tenía libre para hacerlo. 

Los ogros habían hecho estragos cuando atacaron: rompieron algunas de las lápidas y otras las arrojaron lejos, desperdigaron y aplastaron todas las ofrendas, volcaron los braseros… había sido tanto doloroso como ofensivo de ver. Por suerte ya les habían hecho pagar por ello y el clan había arreglado semejante desaguisado, devolviendo al lugar su anterior solemnidad.

El paseo le sentó bien, alejarse de tanta actividad y trajín. Normalmente disfrutaba de la compañía de sus hermanos de clan, pero la agitación que estaban viviendo estos días era muy diferente de la habitual. Además, le dio la oportunidad de recapacitar sobre varias cuestiones que le rondaban por la mente.

Por supuesto la principal de esas preocupaciones era Thrall. Meditó acerca del encuentro con Drek’Thar, cuando finalmente Ifta le relató aquellos sueños de verano. Lo que él le dijo no la ayudó demasiado, ya que le dejó con más preguntas que con respuestas.

- ¿Lo que he visto tiene que ver con nuestros destinos? – le había preguntado - ¿Hay algo que se pueda hacer para evitar dicho futuro? ¿O es sólo un sueño sin más que debo descartar?

El anciano, aquel orco que para ella era como un padre, no respondió enseguida si no que pareció tomarse su tiempo.

- El destino es como un río, Ifta – respondió finalmente - Lo más fácil es fluir a su favor que nadar a contracorriente. Si no nos gusta lo que vemos intentaremos luchar contra él, del mismo modo que los salmones resisten la corriente con tal de llegar a su lugar de desove. Pero todo trata de lo mismo: volver al origen. Por mucho que creamos avanzar en realidad retrocedemos al punto donde él destino nos quiere llevar.

- Yo… no lo entiendo.

- Sea lo que sea que elijas, sucederá lo que tenga que suceder, hija. No somos nadie para enfrentarnos al destino.

Se había quedado igual que estaba por lo que se forzó a tomar una decisión, incluso cuando Garula aportó su propia opinión. En el sueño Ifta estaba en peligro y Thrall, por ayudarla, caía en su lugar; si tenía que escoger entre ser o no la causante de su desgracia tenía muy clara su preferencia.  Por tanto, había escogido, por el bien de Thrall, que lo mejor era mantener las distancias con él, por mucho que le doliera. Sin embargo, Drek’Thar le había dado a entender que no importaba lo que eligiera, que el resultado sería el mismo. A pesar de ello Ifta se resistía a considerarlo así, tendría que haber algún modo de evitarlo. Y lo más lógico era que si su perdición eran precisamente sus sentimientos por ella debía asegurarse que, para empezar, jamás los desarrollara. Y eso podía conseguirlo si cortaba cualquier relación cercana con él, de modo que así volvía el quid de la cuestión: evitarle.

La campaña estaba resultando ser una excusa perfecta para esto puesto que todos tenían mil cosas que hacer; él estaba tremendamente ocupado ayudando a Orgrim a supervisarlo todo. Y cuando llegara el momento de partir… Ifta podía sopesar la opción de no ir, pero necesitaban a todos los guerreros disponibles y por supuesto también si hacía omisión comprometería su honor y valor. Por último, ella de verdad quería ayudar al resto de su pueblo a conseguir la libertad; no podía permanecer de brazos cruzados, la idea era totalmente insufrible.

Aquí llegaba otra de las cuestiones que la inquietaban y es que se preguntaba qué sucedería después de que lo hubieran conseguido. Su intuición le decía que ya nada sería igual que antes, ni para el resto ni para los Frostwolves.

¿Vendrían todos aquí, al valle? Lo dudaba. El bosque era grande pero no ilimitado y, si ya les costaba a ellos subsistir no quería ni imaginar cuando su población se multiplicara de esa forma. Así que si no podían quedarse en el valle ¿dónde irían? ¿Qué harían los Frostwolves además? Su hogar estaba allí. Si el resto de orcos se marchaban ¿los Frostwolves irían con ellos, abandonando su hogar? ¿No lo harían? ¿Y qué haría Thrall? ¿Se iría o se quedaría? Quizá él ya tuviera algo pensado, al igual que el caudillo, el Jefe de Guerra... que en sí ya resultaba una incógnita andante, al menos para ella.

Orgrim Doomhammer había resultado ser algo más excéntrico de lo que se había imaginado. Su aspecto hacía honor a su leyenda; era imponente sin duda, entre su tamaño y semejante armadura, aunque parecía carecer de aquella aura de fiereza que, según contaban los mayores, tenía en su juventud. Podía parecer viejo**  y cansado, pero en los ojos grises del orco Ifta creía ver una chispa de pasión, de vigor y de orgullo. Empero a su vez parecía distante y no muy sociable; a pesar del bullicio general tendía a permanecer en algún lugar apartado y, cuando hablaba, era para decir solo lo justo y necesario, sin adornar sus palabras: directo y conciso, acostumbrado a dar órdenes. Y luego había otra cuestión que confundía a la joven cazadora: en una ocasión que se acercó a Drek’Thar para comentarle una cosa se percató de que Doomhammer la miraba fijamente con los ojos entrecerrados. Nunca había estado tan cerca de él como en aquella ocasión y por eso lo notó. Su silencioso escrutinio la hizo sentir incómoda; de modo que cuando no pudo aguantarlo más decidió corresponderle del mismo modo, aunque pudiera resultar una insolencia, y tras aguantar unos momentos su mirada el caudillo se limitó a apartar la vista de ella. No volvieron a coincidir desde entonces, no al menos a tan poca distancia.

Ifta pensaba que su comportamiento en general podía deberse a los largos años que había pasado viviendo solo, por lo que hubiera olvidado cómo debía tratar con otros de su especie… o quizá fuera resultado de que se encontraba atormentado por fantasmas del pasado. Todos le respetaban, algunos le idolatraban. Él era el único e indiscutible Jefe de Guerra, daba igual los años que hubieran pasado. Estaba determinado a enmendar sus errores liberando a su pueblo, ya que seguramente se consideraba el causante de su actual estado, al menos en parte. Para ella era obvio que cuando todo acabara él tomaría las riendas y decidiría el destino de lo que quedaba de la Horda… o más bien lo continuaría, ya que las cosas no terminaban en ese punto; en realidad no habían hecho más que empezar.

Suspiró. De nuevo empezó a cavilar sobre qué sería de ellos y pensó que no se sentía capaz de abandonar esos bosques donde había crecido ni a los orcos que la habían criado. Sí, marcharía a la batalla, pero luego regresaría aquí, a su hogar… con o sin Thrall. Seguramente fuera lo segundo, ya que aparte de su estrategia para con él parecía que había congeniado de forma especial con el caudillo, con quien pasaba todo el tiempo posible, tanto trabajando como escuchando anécdotas de su padre. Súbitamente la asaltó un ramalazo de tristeza.

Pero ¿acaso no era eso lo que ella quería? Sí, era lo que había decidido, alejarse de él, pero… ¡Por los elementos! ¿A quién quería engañar? Ahora era fácil por estar inmersos en las obligaciones, pero ¿y si él se quedaba? ¿O si le pedía directamente marcharse con él? No estaba muy segura de tener la suficiente fortaleza para rechazarlo indefinidamente, pero se dijo que debía mantenerse firme. Por mucho que se lo hubiera negado así misma durante muchas noches, arrebujada en sus pieles de dormir, nunca había sentido algo así por ningún otro orco. Dudaba que él se hubiera dado cuenta e ignoraba cómo se lo tomaría en caso de saberlo, pero ¿acaso Thrall no había expresado que disfrutaba de su compañía? Sí, pero eso no tenía por qué significar nada especial. Meditabunda, tocó el cuerno de ogro que llevaba al cinto y recordó cómo había reaccionado cuando supo que, por regalárselo, podía malinterpretarse su gesto. Es decir, esto corroboraría que no estaba interesado en ella de ese modo…

Resopló, meneando la cabeza, abrumada por el aluvión de pensamientos. ¿Por qué era todo tan complicado? 

Como si Sharpfang detectara su abatimiento éste se rozó con su brazo y ella alzó la mano para acariciarle la cabeza.

No importaba, se acabó. Caminos separados. Ya conocería a alguien que le hiciera sentir lo mismo que con él… y si no, bueno, tampoco pasaba nada. Mientras tuviera a su clan con ella, todo iría bien.

Apenas llegó hasta el cementerio pudo ver que no estaba sola. Había un orco arrodillado ante la lápida dedicada al anterior líder de los Frostwolves, Durotan y a su compañera, Draka: los padres de Thrall.  Portaba una pesada capa de piel de lobo que le habían obsequiado como regalo los Frostwolves pero ella no necesitó fijarse en esto ni en sus cabellos cenicientos para reconocer que se trataba de Orgrim Doomhammer. Por un momento se preguntó qué hacía allí pero entonces recordó lo que se comentaba en el clan: que el caudillo había sido muy buen amigo de Durotan por lo que seguramente había acudido ahí a presentarle sus respetos.

Ifta se detuvo, considerando que debía permitirle terminar en la intimidad y justo cuando consideraba que lo mejor sería dar un paseo de unos minutos para darle margen él se puso de pie y se volvió.

Cuando la miró ella carraspeó.

- No era mi intención interrumpir nada, caudillo – dijo Ifta, a modo de disculpa, con la cabeza baja en señal de respeto.

- No lo has hecho – repuso él – Ya había terminado.

Por un momento pareció como si esperase a que ella dijera algo más, quizá creyendo que la habían mandado como mensajera a buscarle, pero cuando vio la ofrenda que la joven portaba en las manos vio que ese no era el caso. Así que se hizo a un lado e Ifta pudo aproximarse, sintiendo sus ojos grises sobre ella. Depositó la ofrenda sobre la lápida sin nombre, se detuvo unos instantes en apariencia dubitativa y finalmente se volvió a mirarle; seguía ahí.

- ¿Necesitas algo, líder? – preguntó con deferencia, pero también bruscamente.

- No…

Algo en la forma en que él lo dijo sugería todo lo contrario por eso la joven permaneció a la espera, por si el caudillo cambiaba de opinión y porque, además, no podría concentrarse en su oración con Doomhammer observándola.


Finalmente, éste se decidió a hablar.

- Eres Ifta ¿verdad? – ella asintió - Thrall me ha contado que eres una excelente cazadora, la mejor rastreadora del clan – su frase en el aire no obtuvo ninguna confirmación, pero tampoco una negativa, lo que hizo pensar a Orgrim que a pesar de su juventud era paciente, algo que correspondía a la perfección con un cazador. Sin embargo, sí que percibió un leve oscurecimiento en sus mejillas. ¿Eso era por el cumplido o por la mención al joven orco?

- No es nada que no se consiga con práctica, atención y con perseverancia – dijo finalmente.

Orgrim enarcó una ceja: ni impetuosa, ni orgullosa ni charlatana, aspectos que el Jefe de Guerra estaba acostumbrado a despertar en los demás por el simple hecho de estar en su presencia. Muchos orcos, en especial aquellos más vanidosos y de menor edad, hubieran mostrado un gran orgullo sobre sí mismos y se hubieran tornado de lo más habladores, ensalzando sus habilidades con tal de captar su atención e impresionarle. Pero la joven cazadora parecía, al igual que Thrall, humilde y no se crecía cuando alguien le regalaba los oídos. En cualquier caso, esas eran buenas cualidades, ahora entendía por qué su pupilo se la había recomendado a pesar de ser tan joven.

- Es bueno saberlo – dijo finalmente – Tus habilidades para la caza pueden resultarme sumamente útiles para lo que está por venir.

- Estoy a tu disposición, caudillo – respondió ella, con una seca inclinación de la cabeza. Pareció dudar un instante antes de añadir – No obstante, la capacidad de los chamanes para encontrar presas está muy por encima de las mías o las de cualquier otro rastreador. Conviene que sepas que pueden ser de utilidad también en esa área, si las cosas se pusieran difíciles.

- No lo dudo. Sin embargo, éstas no están al alcance de cualquiera y tras largos años confinados seguramente los orcos de los campamentos hayan olvidado muchas de sus antiguas capacidades o, directamente, no hayan tenido ocasión de perfeccionarlas. Por tanto, es vital para ellos que sepan abastecerse de forma autónoma con éxito y he pensado que los cazadores como tú, Ifta, pueden encargarse de instruirles. Quiero que me traigas a aquellos que consideres más capaces, incluso aunque sean demasiado mayores para combatir, para que vengan con nosotros y presten toda su sabiduría. 

- Será un honor para mí– dijo la joven, con una nota de orgullo y emoción en la voz - Ellos también se sentirán honrados de sentirse útiles, aunque sea lejos del combate, en calidad de instructores. 

Doomhammer asintió y entonces sus ojos grises bajaron hasta la lápida sin nombre.

- Thrall también me contó que tú misma habías estado en uno de esos campos cuando eras un cachorro. ¿Puedes comentarme algo al respecto? ¿Dónde te retuvieron, cómo era el lugar? Cualquier detalle, por pequeño que sea, puede ser útil.

Ella negó con la cabeza.

- Era demasiado pequeña, no recuerdo prácticamente nada de eso… no al menos algo que pueda ser de utilidad de cara a un conflicto. Siento no poder ser de más ayuda aquí.

El caudillo ya había esperado esa respuesta.

- Está bien...

Como él siguió mirándola de un modo harto descarado Ifta no se movió, preguntándose por su parte si debía aprovechar la situación para formular todas aquellas preguntas que la perturbaban. Finalmente, el orco mayor suspiró y desvió su mirada de acero.

- Debo disculparme, joven. Por un momento he olvidado que venías aquí por un propósito en mente, así que dejaré que hagas tu ofrenda en paz.

Dicho esto, le dio la espalda y comenzó a caminar. 

Ifta observó su ancha espalda, donde se amontonaban pesadas e invisibles cargas que el orco llevaba arrastrando desde hacía largos años. Estaba tentada de retenerle y plantearle sus dudas sobre el destino de la Horda así como otras cuestiones, pero decidió no hacerlo, ya que la prudencia y la educación inculcada tiempo atrás retuvieron su lengua.


Fue en ese momento cuando Sharpfang gruñó. Ella le miró y le vio mover una de sus orejas, con los ojos clavados en algún punto en la dirección del caudillo, pero desviado hacia un lado: pareciera como si hubiera escuchado algún sonido lejano.

Orgrim también lo escuchó y se volvió para mirarle.

- ¿Qué sucede? – preguntó el orco, mirando al lobo con extrañeza.

- Ha captado algo – respondió Ifta quien automáticamente se tensó, llevando una mano veloz a su espalda, donde llevaba su arco de caza.

Por su parte Doomhammer se volvió y oteó en aquella dirección, buscando qué podía ser lo que había detectado el lobo, pero sólo vio floresta. Él no detectaba nada extraño, ni siquiera con su olfato, pero llevaba el tiempo suficiente con los Frostwolves como para entender por la reacción del lobo y de la joven que algo sucedía. Así que agudizó su oído y aguardó, en posición.

Pocos segundos después captó el sonido claro de unas pisadas acercándose, algo pesado dejando su impronta en la nieve de modo apresurado y, poco después, el jadeo inconfundible de un animal que se aproximaba rápidamente.

- ¿Pero qué…? – preguntó Doomhammer de forma retórica e Ifta, por toda respuesta, apuntó con su arco en esa dirección, la flecha lista para ser disparada…

- ¡WHOA!

De entre los arbustos cercanos surgió de improviso un enorme lobo blanco, todo fauces y colmillos. Iba con tanto ímpetu que estuvo a punto de arrollar a Doomhammer, pero éste consiguió saltar a un lado para evitar el golpe. Cuando el lobo giró sobre sí mismo vieron que sobre su lomo llevaba a un jovencito aferrándose con fuerza a su pelaje. 

- ¡PALKAR! – gritó Ifta bajando su arma, enfadada porque había estado a punto de dispararle y porque había importunado al caudillo - ¿PERO QUÉ DEMONIOS?

De haberle tenido a mano le hubiera golpeado entre las orejas por semejante entrada. Por su parte el niño miraba, con ojos abiertos como platos, a Doomhammer incorporándose.

- ¡L-lo siento! – se disculpó bajándose del lobo – Cuando le vi ya no pude frenar a Whitestorm… ¡lo siento de verdad!

- Está bien, no te disculpes más – repuso éste sacudiéndose la nieve de los hombros - ¿Pero adónde ibas con tanta prisa, cachorro?

Antes de que Palkar pudiera responder recibió un pescozón por parte de Ifta, lo que desvió su atención.

- ¿Se puede saber qué haces aquí? ¡Creíamos haberos dicho que no os alejarais tanto del hogar!  – le regañó ella. Entonces cayó en la cuenta de un detalle y miró en la dirección de la que había venido - ¿Dónde está Morga?

- ¡Los kobolds! – gritó Palkar, cayendo en la cuenta que había encontrado ayuda antes de lo que había esperado - ¡Se la llevaron los kobolds!



La joven cazadora le exigió que le contara todo con detalles, algo que Palkar se apresuró a hacer. Explicó que estaban regresando al hogar pero que en cierto punto se detuvo para recoger algunos dientes de león y marregales; la niña protestó, pero él la pidió que se quedara quieta donde estaba, pero cuando terminó vio que Morga no estaba por ninguna parte y extrañamente, Whitestorm no le había avisado. Lo encontró un poco más adelante, muy excitado porque parecía haber captado algún rastro, pero Palkar le instó a que lo olvidara y que buscara a Morga, pues no fue capaz de ver adónde se había ido porque no había pisadas que le ayudaran a saberlo. Luego recordó que la niña le había dicho algo sobre jugar a pisar sus propias huellas para no dejar rastro.

Por suerte consiguió que Whitestorm entendiera la orden y que encontrara su aroma gracias a su olfato por lo que lo siguieron de regreso por el sendero que habían tomado unos momentos antes. Llegados a cierto punto aparecieron nuevas huellas en la nieve; las siguieron. Los llevaron hasta un desfiladero y una cascada temporal producto del deshielo.

Allí Palkar se encontró un puñado de flores arrancadas y la bolsa con palitos de Morga y, más adelante un rastro de gotas de sangre roja que llevaban hasta una cueva cercana.

- Eso era un lío de huellas y marcas – dijo – Apenas distinguía nada, pero cuando vi el sitio en el que estábamos recordé que hay una madriguera de kobolds cerca. ¡Lo que vi era la entrada de la cueva! ¡Han tenido que ser ellos, no hay otra explicación!

- Las minas Coldtoth – murmuró Ifta con los dientes apretados. 

- ¿Las conoces? – preguntó Doomhammer.

- Cuando el clan se asentó en el valle usábamos ese sitio para almacenar provisiones, pero entre que terminamos desplazándonos al lugar actual y la presencia de los propios kobolds lo abandonamos – explicó y tras un momento que empleó en comprobar su equipo miró a Palkar – Llévate a Whitestorm y vuelve ahora mismo al hogar para informar a Roggar y sobre todo a Thrall – ordenó – Roggar debe saberlo ya que Morga es su hermana, pero la ayuda de un chamán puede ser útil si para entonces yo no lo he encontrado.

- ¡Quiero ir contigo! – protestó Palkar – Fue culpa mía que ella se perdiera. Debo acompañarte…

Ifta fue a contestarle, pero Doomhammer se le adelantó.

- Obedece a tus mayores, cachorro – replicó en tono firme y voz profunda - Yo la acompañaré.

Palkar estuvo tentado de protestar, pero el viejo guerrero le imponía demasiado, a juzgar por cómo se oscureció su rostro. Además, Orgrim sería mejor apoyo que él, desde luego. Y cuanto antes se marchara, antes vendría con refuerzos. Sin mediar más palabra saltó al lomo de Whitestorm y partió raudo en dirección al hogar.

Ifta se volvió a Doomhammer.

- Gracias por tu ayuda líder, estaremos en deuda contigo por siempre - dijo.

- Me vendrá bien algo de ejercicio extra antes del viaje – repuso él, de buen humor – Ahora háblame más de esas minas y de los kobolds que allí habitan…





* Hay una errata aquí en el libro original, ya que pone “dos” pero recordemos que Durotan consiguió matar a uno de sus asesinos. Y si no, más sencillo, id al libro en el capítulo en que Blackmoore encuentra a Thrall y ahí lo pone bien.


** La edad de Orgrim nunca ha sido revelada, pero, según una ilustración de Metzen para Shadows & Light y también lo visto en la Guía Visual Definitiva, tenía cabello blanco. Teniendo en cuenta que Hellscream tiene unos 46 años en Warcraft 3 y el pelo completamente negro, a mi siempre me hizo presuponer que es mayor que éste último. Y siendo el mejor amigo de Durotan, lógico sería pensar que éste tendría una edad similar, si bien no necesariamente. 

Sin embargo, en El Ascenso de la Horda, se nos dice que Hellscream “era sólo unos pocos años mayor que Durotan y Orgrim” (pag.57) así que o bien Orgrim envejeció muy mal o Grom tiene una genética privilegiada en lo que se refiere al encanecimiento tardío del cabello.



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