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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 14


Poco a poco la primavera fue haciendo acto de presencia en el valle y, para entonces, parecía que los ogros habían aceptado el acuerdo de paz forzoso con los Frostwolves puesto que no osaron volver a hacer acto de presencia: ni huellas, ni destrozos, ni otros hallazgos preocupantes. No había ninguna señal que indicara su presencia de modo que los orcos podían respirar tranquilos y celebrar que la paz había vuelto a las montañas.

Ya de por sí la primavera era una época en absoluto tranquila, pues había mucho por hacer, incluso para los chamanes. Entre otras tareas Thrall y Drek’Thar insuflaban de energía las semillas enterradas para generar unas plantas fuertes y sanas que servirían de sustento para las bestias herbívoras, que a su vez servían de alimento a las carnívoras, favoreciendo el desarrollo de las crías no natas que se gestaban en los vientres de las madres. Trabajaron igualmente juntos para evitar que los deshielos y las avalanchas afectaran a su lugar de residencia. Y así poco a poco la fuerza y confianza de Thrall aumentaban de manera constante en la senda chamanística. 


Aquella mañana había salido solo con Snowsong a recoger las hierbas sagradas que facilitaban el contacto del chamán con los espíritus, puesto que ni Palkar ni Ifta pudieron unirse a él, ocupados en otras tareas como estaban. A pesar de su ausencia disfrutó enormemente del paseo, admirando la belleza de las flores amarillas y púrpuras que comenzaban a salir entre la nieve derretida. Tras contemplarlas largo rato se hizo con unas pocas y las guardó en su bolsa, ya que le había prometido a alguien que lo haría. Se llevó una de aquellas flores de olor fragante a la nariz y la olió, recreándose en su aroma; era delicioso. Si le hubieran dicho un año atrás, mientas permanecía a la sombra en su celda, que ahora estaría disfrutando de una hermosa vista como aquella sin duda habría pensado que quien lo decía estaba loco. Recorrió con sus ojos azules el paisaje salvaje, pasó la mano libre por encima de la vegetación incipiente… percibía su crecimiento y eso le alegraba muchísimo. Pensó que no podía ser más feliz que en esos momentos a pesar de que no se sentía del todo completo: sólo le faltaba añadir a Taretha a la ecuación, con un ramillete de esas flores sostenido en sus delicados dedos, pétalos en sus cabellos, bailando bajo el sol de la primavera… pronto, se dijo. Y es que ella también merecía esta libertad. Se preguntó cómo estaría.

Nostálgico miró el racimo de flores sujeto entre sus dedos grandes y verdes pensando en ello. Éstas eran realmente hermosas: flores blancas con cinco pétalos, con una curiosa mota central y hojas oblongas y dentadas. Las guardó cuidadosamente en la bolsa y alzó la vista para ver la posición del sol. Entonces se volvió hacia Snowsong.

- Creo que ya deberíamos regresar –dijo.


Apenas llegó al hogar pudo notar un revuelo mayor de lo normal, aunque fuera algo muy sutil. Extrañado echó un vistazo y descubrió a Rekkar, a Morga a y otros dos cachorros jóvenes fisgoneando a la entrada de una de las cuevas.

Cuando le vio la niña fue la primera en acercarse corriendo.

- ¡Ya volviste! – exclamó contenta.

Él, por toda respuesta, hincó una rodilla en el suelo para estar más cercano a su altura y extrajo el puñado de las flores que había recogido de la montaña. Los ojos de la niña chispearon de deleite.

- ¡Te acordaste! – le dijo, adelantando las manos para recogerlas y, acto seguido, las olió con una sonrisa de oreja a oreja - ¡Ahora podré ponerlas en mi almohada y en la de la abuela y así parecerá que dormimos en la pradera! ¡Le encantará! ¡Gracias Thrall!

- Ha sido un placer – asintió él con una gran sonrisa. 

Disfrutó de la carita de Morga, maravillada y distraída con los vívidos colores de las flores que tenía entre sus manos. Thrall se percató de que Rekkar se aproximaba y alzó el mentón hacia él.

- ¿Lo has visto? – le preguntó el joven en un tono un tanto excitado – Es tan misterioso como grande y fuerte.

- ¿De qué estás hablando? 

- Del forastero. Queríamos verlo más de cerca, pero Drek’Thar nos ha dicho que le dejemos tranquilo.

- ¿Un forastero? – preguntó Thrall, arqueando una ceja - ¿Dónde?

El joven le señaló la cueva adyacente. Ahora era él quien sentía curiosidad así que, decidido, se aproximó con la excusa de darle a Drek’Thar las hierbas que había recogido. 

Enseguida localizó al extraño en un rincón de la cueva, arrebujado en su capa y muy próximo al fuego, como si fuera incapaz de sentir la calidez de la incipiente primavera. A simple vista parecía corpulento, aunque debido a su capa no podía apreciar si eso se debía a la grasa o al músculo. 

Snowsong, ajena a su presencia, corrió para saludar a Wise-Ear, el lobo de Drek’Thar, que estaba de regreso. Thrall por su parte se aproximó hasta su maestro y le mostró las hierbas recolectadas.

- ¿Quién es? – inquirió finalmente, en voz baja, incapaz de contenerse por más tiempo.

- Un ermitaño errante – informó el anciano – Nunca antes lo habíamos visto por aquí. Dice que Wise-Ear lo encontró en las montañas y lo trajo hasta aquí.

En esos momentos una hembra algo mayor acompañada por otros dos machos (se dio cuenta que uno de ellos era Uthul) se acercaron hasta el forastero y le ofrecieron gentilmente un cuenco de comida caliente, que éste aceptó de buen grado. Por su parte Uthul le entregó una piel gruesa viéndole que parecía tener frío.

Thrall observó la escena con interés.

- Lo han recibido con más amabilidad que la que demostraron conmigo – observó, si bien en absoluto estaba enfadado.

Drek’Thar se echó a reír.

- Lo único que pide es refugio por unos días antes de continuar su camino, joven Thrall. No se ha presentado aquí en lo más crudo del invierno, enarbolando un trozo de tela de los Frostwolves pidiendo ser adoptado. 

Thrall tuvo que admitir que el anciano tenía razón: las circunstancias que rodeaban la llegada del viajero eran muy diferentes a las suyas.

- ¡Ah, Ifta, ya estás de regreso! – saludó Drek’Thar y Thrall dio un respingo, pues no la había oído llegar – Siéntate con nosotros. ¿Ya has terminado tus tareas?

- Sí, nos hemos hecho con una buena reserva de leche – informó Ifta, sentándose al otro lado de Drek’Thar, pareciendo esquivar la mirada de Thrall. 

No había vuelto a estar tan cerca de ella desde aquella conversación que tuvieron cuando encontraron al ciervo herido. Sí que había estado próxima durante la confrontación con los ogros, pero no habían cruzado palabra alguna desde entonces. 

Estuvo tentado de decirle algo, pero cambió de opinión. No obstante, ella terminó alzando la mirada y le dedicó una media sonrisa.

- ¡IFTA, IFTA! – era Morga, que apenas la había visto, trotó hacia ella con un racimo de flores en sus manos y con otra puesta sobre una de sus orejas.

- ¡Morga! – saludó ella – Pero ¿y todas esas flores?

- Me las trajo Thrall. – exclamó la niña contenta - Hay más, las he dejado en nuestras camas y en las de la abuela para que así parezca que dormimos al raso. Ten – dijo, separando una flor del racimo y ofreciéndosela, pero cuando hizo amago de cogerla añadió – No, déjame ponértela en el pelo… así…

Y se la colocó tal como la llevaba ella, justo al lado de la oreja. Morga sonrió satisfecha y se volvió hacia Thrall.

- ¿Puedo?

Éste se echó a reír al comprender lo que la niña le proponía.

- No veo por qué no. Adelante.

Morga le colocó la flor de idéntica forma, aprovechando una de sus trenzas. Entonces Thrall se volvió hacia una Ifta estupefacta.

- ¿Qué tal luzco? ¿Me favorece?

Ésta lo único que pudo hacer fue echarse a reír. A Thrall le gustó ese sonido y deseó escucharlo más a menudo.

- ¿Puedo, maese Drek’Thar? – preguntó la niña tímidamente pero muy seria.

Y el anciano chamán asintió, esbozando una sonrisa divertida en su semblante. Casi de forma solemne Morga le colocó la última de las flores.

- Prímulas – apreció el anciano chamán una vez el dulzón olor llegó hasta su nariz – Mis favoritas. Gracias Morga, has alegrado el corazón de este anciano.

La niña echó hacia atrás su cabeza con aires de importancia.

- Ahora iremos todos iguales. ¡La primavera ya está aquí!

Dicho esto, se marchó corriendo dejando a los otros tres adultos riéndose entre dientes, Ifta meneando la cabeza.

- Todos los años igual – murmuró – Nunca espera a que la nieve derrita del todo, es una impaciente.

- El florecimiento de las prímulas es un claro signo de que la primavera ya ha llegado – convino Drek’Thar- Y yo os pregunto ¿qué más nos interesa de esta planta aparte de su simbolismo?

- Las hojas y los rizomas, aunque las flores también nos sirven como remedio calmante – contestó Ifta al momento– Justo ahora es la época perfecta para la recolección: las hojas y las raíces se lavan y se dejan secar a la sombra y al sol, respectivamente.

- Una vez preparados los rizomas cocidos se pueden usar para hacer emplastos calmantes – continuó Thrall – Infusionada es buena para combatir la tos y, además, tiene propiedades diuréticas. 

Drek’Thar asintió, satisfecho.

- Estoy muy orgulloso de la sabiduría de mis alumnos – replicó con sinceridad.

- Y nosotros estamos orgullosos de tener un maestro como tú – repuso Thrall apoyando su mano en el antebrazo del anciano.

- Estando vosotros me quedo mucho más tranquilo sabiendo que el clan quedará en buenas manos el día que yo falte…

- No lo digas – le pidió Ifta y sostuvo la otra mano del chamán – No debemos pensar en algo para lo que aún quedan muchas, pero que muchas, muchas lunas...

Él le sonrió con afecto y Thrall pudo percibir que el anciano la apreciaba muchísimo, al igual que a él y que seguramente a Palkar. Recordó la historia que le había contado de su familia perdida y sintió que le inundaba una ola de cariño hacia el viejo chamán, quien se había convertido para él en una figura casi paterna. Y él, Thrall, les quería a todos ellos: esta era ahora su familia y haría lo que fuera por protegerla.

Entonces Uthul se aproximó hacia ellos.

- ¡Saludos! – se interrumpió cuando los vio a todos tocados con las flores – ¡Por los espíritus! ¿Esto es cosa de Morga o es que Ifta ha vuelto a jugar sobre un árbol? – preguntó tomando asiento y ahogando una risita.

La joven resopló pues Uthul había hecho mención a un hecho en concreto que ocurrió hacia unos años cuando Ifta acabó con los cabellos enredados y llenos de vegetación cuando era niña porque había estado jugando a pelearse con Uthul y Roggar subidos en un árbol y se cayó de bruces contra un arbusto en una de las veces que Uthul la empujó. Pero eso Thrall no lo sabía, así que no entendió por qué las mejillas de la hembra se oscurecieron.

- Cállate – gruñó ella – Ha sido Morga – agregó. 

- Podemos conseguir más para ti, si quieres – repuso Thrall e hizo que buscaba a la niña para llamarla – No seas envidioso.

Uthul se le quedó mirando y estalló en carcajadas.

- ¡No, maldición! – repuso– Si Roggar me viera con flores trenzadas en el cabello sería una invitación perfecta para que pudiera macharme sin piedad… 

Cuando se les pasó la risa Thrall se inclinó hacia él, lanzando una mirada de soslayo hacia el forastero.

- ¿Qué os ha dicho?

- No habla mucho, pero está agradecido por nuestra hospitalidad – explicó éste y entonces bajó la voz, como si hablara en un tono confidencial con su amigo – Parece que ha pasado por dificultades anteriormente. Se le ve duro, pero es también algo excéntrico… 

Esto no hacía si no aumentar la curiosidad de Thrall hacia el forastero. Además, sentía la necesidad de comportarse igualmente de la forma apropiada.

- Ahora se le ve muy solo. Creo que voy a aprovechar para darle la bienvenida y charlar un poco con él.

De modo que se aproximó hasta el visitante y se sentó a su lado.

- Saludos, viajero. ¿Llevas mucho tiempo en el camino? – preguntó con ánimo de iniciar una conversación.

Thrall pudo ver bajo su capucha el destello de unos ojos duros y grises; era la primera vez que veía un orco con ojos claros similares a los suyos. 

- Más de lo que me atrevo a recordar, joven – respondió de forma educada – He viajado por muchas lunas y no esperaba encontrar en estos parajes tan inhóspitos hospitalidad alguna. Hasta ahora pensaba que los Frostwolves eran tan sólo una leyenda, inventada por los compinches de Gul’dan para intimidar a los demás orcos, pero veo que me equivocaba. En cualquier caso, estoy en deuda con vosotros.

Algo relacionado con la lealtad al clan se agitó en el interior de Thrall, pues entendía a qué hacía referencia el forastero. Frunció el ceño.

- Eso se debe a que se nos exilió injustamente y hemos demostrado nuestra valía al forjarnos una vida en este lugar salvaje.

- ¿Ah sí? Tengo entendido que tú eras tan extraño para este clan como lo soy yo, joven Thrall. Sí – agregó, viendo su expresión atónita - Me han hablado de ti.

Thrall no supo muy bien cómo tomarse estas palabras.

- Espero que para bien – atinó a decir.

- BASTANTE bien.

Y tras su enigmática respuesta el forastero se centró de nuevo en el caldo que sostenía entre sus manos, unas manos que Thrall observó que eran grandes y fuertes. 

- ¿Cuál es tu clan, amigo mío? – preguntó al cabo.

La cuchara se quedó inmovilizada por unos instantes, interrumpiendo la trayectoria del cuenco a la boca.

- Yo no tengo clan. Viajo solo.

- ¿Acaso los mataron a todos?

- Los mataron o se los llevaron. En sí es igual, pues todos ellos están muertos donde importa… en el alma – su voz estaba cargada de dolor – No hablemos más de esto.

Thrall no tuvo más remedio que concedérselo, así que inclinó la cabeza a modo de despedida. Había algo en este forastero que no le gustaba. Regresó junto a Drek’Thar. Ifta y Uthul estaban enfrascados en una conversación acerca de la salud de la Abuela Garula.

- Deberíamos mantenerlo vigilado – le dijo al viejo chamán en cuanto volvió a su sitio– Este ermitaño errante me inspira desconfianza.

Entonces Drek’Thar echó la cabeza hacia atrás y se rio.

- Nosotros nos equivocamos al sospechar de ti cuando viniste y ahora eres tú el único quien desconfía de este forastero famélico. ¡Ay, Thrall! Cuánto te queda por aprender.


Durante el resto del día el forastero pareció limitarse a descansar y no participó en ninguna actividad ni ayudó al clan en ninguna tarea. Thrall se dedicó a observarle de soslayo, sin que resultara demasiado evidente. Tal y como había dicho Uthul era algo excéntrico… o, como pensaba el propio Thrall, más bien sospechoso.

Para empezar no se despojó en ningún momento de su capa y llevaba con él una gran bolsa que no permitía que nadie tocara. Sus respuestas eran siempre educadas pero escuetas, y casi no hablaba de sí mismo cuando le preguntaban. Sí que llegó a escuchar que se hizo ermitaño hacía como unos diez años*, durante los cuales había permanecido aislado, acompañado tan sólo por sus sueños de antaño, pero sin que pareciera que hubiera hecho nada por retomarlos o recuperar su posición en el pasado.

A los más jóvenes les despertaba demasiada curiosidad su presencia, como todo lo que fuera nuevo; el extraño soportaba su escrutinio con estoicismo. Cuando Thrall vio a Morga plantada delante de él, estudiándole con sus grandes ojos castaños sin ningún disimulo no pudo evitar acercarse disimuladamente para escuchar su conversación. La niña llevaba una vara de madera que usaba para jugar; en el cabello aún llevaba la prímula, que comenzaba a languidecer. Aunque el forastero la miró con una leve sonrisa amistosa no le dirigió la palabra, aunque tampoco la reprendió por su descaro.

- ¿Por qué estás todo el tiempo envuelto en esa capa? – preguntó la niña finalmente.

- Porque aquí hace mucho frío.

- No lo hace – señaló ella con tanta naturalidad que la sonrisa de él se hizo más amplia.

- Eso es porque no estoy tan acostumbrado al frío como tú. Yo vengo del más al sur y ahí hace mucho más calor.

Morga asintió despacio, como si entendiera, y sus ojos volaron inevitablemente a la bolsa.

- ¿Qué llevas ahí? – le preguntó.

- Algo de lo que no me he desprendido en años: algo que me ha ayudado a llegar hasta donde estoy.

- ¿Puedo verlo?

- No, por ahora, no.

Morga parecía decepcionada. Entonces dio un paso adelante, desprendiéndose la flor que llevara en el pelo. La miró unos instantes y entonces alargó la mano en su dirección.

- ¿Ni siquiera si te doy esta flor? Es una prímula. Huele muy bien y además es curativa. 

El extranjero echó la cabeza atrás y se rio.

- ¿Cómo puedo decir que no a esa extraordinaria oferta? – dijo y extendió la mano, tomando con suavidad la flor de la mano de la niña. La olió – Es cierto que huele muy bien - Ella sonrió. Cuando el forastero habló de nuevo lo hizo en un confidencial tono bajo – De acuerdo, puedes echar un vistazo, sólo uno pequeño, pero no se lo digas a nadie. Será nuestro secreto ¿de acuerdo?

Morga se aproximó encantada y él abrió una rendija de aquella bolsa de tal modo que pudiera ver su interior, pero desde esa distancia Thrall no pudo ver qué es lo que el extranjero le mostraba. Fue un vistazo fugaz, de apenas unos segundos, pero Morga parecía satisfecha cuando se incorporó.

- ¡Es muy grande! – exclamó - ¡El más grande que vi nunca!

- Lo es.

Acto seguido la niña se fue corriendo, riéndose, y el extranjero la siguió con la mirada. Entonces sus ojos grises se posaron sobre Thrall, quien retomó forzosamente la tarea que estaba llevando a cabo antes de alejarse.


Cuando llegó la noche y, con ella, la hora de cenar, varios Frostwolves acompañaban al forastero alrededor de una fogata. Entre ellos estaban Thrall, Roggar, Uthul y Drek’Thar. Se hablaba mucho, pero tanto el extraño como el anciano chamán se limitaban a escuchar.

- ¿Has visto alguna vez un campo de internamiento? – preguntó Uthul llegados a cierto punto – Thrall dice que los orcos presos allí han perdido su voluntad.

- Sí, los he visto - contestó el forastero – Y no me extraña que estén así: ya no queda mucho por lo que luchar.

- Hay MUCHO por lo que luchar —matizó Thrall, inflamado súbitamente—. La libertad. Un hogar. El recuerdo de nuestros orígenes. ¿Acaso esto te parece poca cosa?

El otro orco le miró.

- Si pensáis así, no comprendo por qué os escondéis en las montañas.

- ¡Igual que te escondes tú en las tierras del sur!

- No soy yo quien aspira a soliviantar a los orcos para que se deshagan de sus cadenas y se alcen contra sus señores - replicó el desconocido, con voz tranquila, sin caer en su provocación.

—No pienso quedarme aquí por mucho tiempo. En cuanto llegue la primavera, me reuniré con el invicto jefe orco Grom Hellscream y ayudaré a su noble clan Warsong a arrasar los campos. Inspiraremos a nuestros hermanos para que se alcen contra los humanos, que no son sus señores, sino meros matones que los retienen contra su voluntad. —Thrall se había puesto de pie, enardecido por el insulto que se había atrevido a proferir aquel desconocido. Esperaba que Drek’Thar lo amonestara por ello, pero el anciano seguía guardando silencio, acariciando a su compañero lobo. En cuanto al resto parecían fascinados por el intercambio de palabras entre ellos dos y no se inmiscuyeron, ni siquiera el grupo de hembras que estaba en otra fogata algo más apartada, entre las que se encontraban Ifta y Morga.

 - Grom Hellscream… ya veo —gruñó el ermitaño, acompañando sus palabras de un gesto desdeñoso - Un soñador asolado por los demonios… No, los Frostwolf hacen bien al ocultarse, igual que yo. He visto lo que son capaces de hacer los humanos, y lo mejor es mantenerse lejos de ellos y buscar lugares recónditos como éste donde no se atrevan a pisar. Sólo así viviremos más.

- ¡Yo me he criado entre humanos y, créeme, no son infalibles! ¡Ni tú tampoco, cobarde!

- Thrall… —dijo el anciano chamán, decidiéndose a intervenir.

- No, maese Drek’Thar, no pienso callarme. Éste… éste… viene aquí en busca de nuestra ayuda, come frente a nuestro fuego y se atreve a insultar el coraje de nuestro clan y el de su propia raza. No, no pienso tolerarlo. No soy el jefe, ni lo reclamo, aunque sea mío por derecho de nacimiento, ¡pero sí exijo que se me conceda el derecho a pelear con este desconocido y hacerle tragar sus palabras, rebanadas por mi hacha**!

Thrall realmente esperaba que el cobarde ermitaño se amedrentara y le pidiera perdón. Pero, en vez de eso, éste soltó una sonora carcajada y se incorporó, resultando ser casi tan alto y corpulento como él. En ese momento, por fin, el joven orco pudo echar un vistazo bajo su capa. Asombrado, vio que se ceñía de la cabeza a los pies con una armadura negra ribeteada de bronce. A pesar de que la armadura resultaba espectacular sin duda sus placas habían conocido días mejores: el reborde de bronce necesitaba un bruñido con urgencia.

Con un feroz alarido de desafío, el ermitaño abrió su bolsa y sacó el martillo de guerra más grande que Thrall hubiera visto en su vida. Lo sostuvo en vilo con aparente facilidad, como si fuera tan liviano como una pluma, antes de blandirlo contra él.

- Bien, si eso es lo que quieres… ¡A ver si puedes conmigo, cachorro!

Los demás orcos se unieron al griterío y, como en otros tantos momentos, Thrall se quedó pasmado. En lugar de saltar a la defensa de su compañero de clan como era de esperar, los Frostwolf retrocedieron. Algunos incluso cayeron de rodillas, como Roggar, mirando al extraño con tal fascinación que resultaba desconcertante. Sólo Snowsong permaneció a su lado, colocándose entre su compañero y el desconocido, con el lomo erizado y los dientes blancos al descubierto. Un profundo gruñido surgía de su garganta.

¿Qué estaba ocurriendo? Todo era demasiado rocambolesco. Thrall lanzó una mirada de soslayo a Drek’Thar, pero éste parecía tranquilo e impertérrito.


Sea, si ha de ser así, se dijo. Quienquiera que fuese aquel desconocido, le había insultado a él y a los Frostwolf, y el joven chamán estaba dispuesto a defender su honor y el de los suyos con la vida.

No tenía ninguna arma consigo, pero Uthul le acercó una lanza a la mano extendida. Cerró los dedos en torno a ella y comenzó a pisotear el suelo con fuerza, como siempre hacía, para prepararse para la pelea. Para su sorpresa pudo sentir cómo el espíritu de la tierra respondía a su llamada sin hacer pregunta alguna. Con todo el tacto que pudo, puesto que no quería ofenderle, declinó cualquier oferta de ayuda. Ésa no era batalla para los elementos; no obedecía a ninguna necesidad perentoria, sino a la que sentía Thrall de enseñarle una lección a aquel arrogante forastero***.

Aun así, sintió cómo se estremecía la tierra bajo sus pies. Su oponente se sobresaltó al principio, pero luego pareció extrañamente satisfecho, como si fuera justo lo que hubiera deseado. Antes de que Thrall pudiera prepararse, el forastero descargó su ataque.

Alzó la lanza para defenderse en un acto reflejo mas fue en vano ya que no estaba pensada para parar el golpe de un gigantesco martillo de guerra como aquel. El asta se partió en dos como si de una ramita se tratara, dejando a Thrall totalmente desarmado de nuevo. Miró en derredor, pero no había más armas a mano ni nadie se las acercó, así que decidió optar por otra estrategia que también solía usar en los combates de gladiadores. Se preparó para recibir el siguiente martillazo de su adversario; cuando el desconocido golpeó Thrall lo esquivó y giró en redondo para asir el arma, con la intención de arrebatársela. Para su asombro, cuando hubo cerrado los dedos en torno al mango, el ermitaño propinó un repentino tirón, haciéndole caer de bruces. Al poco sintió el considerable peso del otro orco sobre su cuerpo postrado.

Thrall se retorció y consiguió rodar de costado, atrapando una de las piernas de su adversario entre los tobillos. Le hizo trastabillar y caer; ahora, ambos estaban en el suelo, intercambiando golpes. Thrall consiguió que su oponente aflojara su presa y pudo hacerse con el martillo de guerra. Se puso en pie de un salto, al tiempo que hacía girar el arma sobre su cabeza estando a punto de aplastar el cráneo de su oponente con la enorme maza. Por suerte se contuvo a tiempo, ya que se trataba de un camarada orco, no de un humano o un ogro al que se enfrentara en el campo de batalla. Era un invitado del campamento, un guerrero que podría unirse a sus filas, no un enemigo.

La vacilación sumada el peso del arma consiguieron que perdiera el equilibrio. Ésa era la oportunidad que necesitaba el desconocido. Con un gruñido, ejecutó el mismo movimiento que empleara Thrall contra él: de una patada barrió sus pies. Sin soltar el martillo de guerra, el orco más joven se desplomó sin poder evitarlo. Antes de darse cuenta de lo que ocurría, el otro estaba encima de él, sujetándole la garganta con ambas manos.

Thrall lo vio todo rojo. Se debatió. Aquel orco era tan corpulento como él, y además llevaba armadura, pero el feroz deseo de victoria de Thrall y su musculatura le confirieron la ventaja que necesitaba para de, algún modo, rodar y atrapar finalmente al otro guerrero debajo de él.

Sin embargo, el combate no prosiguió pues súbitamente unas manos lo agarraron y lo apartaron de su presa. Rugió, la ardiente sed de sangre de su interior exigía ser apaciguada, y luchó contra el agarre, por lo que más orcos se le echaron encima. Fueron necesarios ocho Frostwolves para retenerlo durante el tiempo suficiente para que su furia amainara y se tranquilizara su respiración. Cuando asintió para indicar que todo estaba en orden, lo levantaron y permitieron que se sentara por sí solo.

El desconocido se alzaba ante él, impertérrito. Se inclinó y acercó el rostro a un palmo del de Thrall. Éste le devolvió la mirada de igual a igual, jadeante y exhausto. Entonces el ermitaño se encumbró cuan alto era y profirió una atronadora risotada.

- Hace mucho tiempo que nadie se atrevía siquiera a desafiarme - aulló, risueño, sin que pareciera afectado en absoluto por el hecho de que Thrall hubiera estado a punto de esparcir sus sesos por el suelo—. Y más aún que no me derrotaba nadie, ni siquiera en una reyerta amistosa. Sólo tu padre lo consiguió, joven Thrall. Que su espíritu vaya en paz. Hellscream no mentía. Creo que he encontrado a mi segundo al mando.

Tendió una mano a Thrall, que se quedó mirándola, antes de espetar:

- ¿Segundo al mando? Te he vencido, forastero, con tu propia arma. ¡No sé qué regla convierte al ganador en segundo!

- ¡THRALL! - La voz de Drek’Thar restalló como el relámpago.

- Aún no lo entiende —rio el desconocido, sin mostrarse ofendido—. Thrall, hijo de Durotan, he recorrido un largo camino sólo para encontrarte. Quería comprobar si los rumores eran ciertos… que había un segundo al mando digno de servir a mis órdenes, en el que podría confiar para liberar a los prisioneros de los campos - hizo una pausa, con la mirada aún iluminada por la sonrisa - Mi nombre, hijo de Durotan, es Orgrim Doomhammer.



* Bueno a ver, aquí hay tela. Según El señor de los clanes, se especifica este tiempo como unos “20 años” pero esto implicaría una contradicción en la cronología de Warcraft, que ya de por sí ha sido reescrita cambiando cosas. Según el manual original de Warcraft 3 Thrall tiene 24 años (cambiado luego a 20) y, según lo que se ha indicado en las crónicas ilustradas, durante esta historia tiene unos 17-18 años (teniendo ya en cuenta que luego en W3 tendrá 20); la Segunda Guerra terminó cuando él tenía 7-8 años. Doomhammer escaparía por esa época de Lordaeron y se haría ermitaño. Hagamos cuentas... por eso decidí disminuirlo a unos 10, año arriba, año abajo.

** En la versión original dice “espada” algo que choca muchísimo teniendo en cuenta las armas que suelen portar los orcos. He decidido cambiarlo por hacha, como que pega más.

*** Es lo justo y por eso me choca tanto que sí que usara los elementos para acabar con Garrosh cuando éste no era ningún chamán: me desentonó muchísimo. ¿A vosotros no? Quizá me perdí matices, pero no sé.





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