Era una noche cerrada en las montañas de Alterac, en cuyo limpio cielo podía verse, gibosa y plateada, la luna mayor. La menor no saldría a hacerle compañía hasta un par de horas después. A esas altitudes aún hacía bastante frío y la primavera parecía no llegar nunca, pero si se miraba a las planicies de más abajo, podía percibirse un suelo más oscuro, casi libre de nieve. El ogro bostezó, hastiado por el aburrimiento, sentado en la entrada de la galería de cuevas que daba acceso a su refugio provisional: le daba igual el paisaje ya que detestaba las guardias y más aún si estaba hambriento y aburrido.
A pesar de que se había zampado
una cabra montesa entera para cenar aún tenía hambre. Se llevó uno de los
huesos cercanos a la boca y lo rebañó de nuevo, pero ahí ya no había nada más
que rascar. Frustrado, gruñó de mal humor. Si al menos pudiera arrancar unos
árboles para entretenerse… pero si el jefe le pillaba fuera de su puesto se
arriesgaba a una buena tunda y a llevar a cabo más horas de vigilancia.
Saludó con un gruñido a uno de sus compañeros de vigilia quien, antorcha en mano, paseaba realizando la ronda de rigor. Al menos él podía estirar las piernas para que no se le congelara el trasero; los ogros tenían una piel muy gruesa que les hacía resistentes a los climas fríos, pero también eran envidiosos por naturaleza.
Un ululato cercano atrajo su
atención. Alzó desganadamente su cabezota en dirección a un árbol cercano donde
vio posado a un búho de las nieves. La criatura lo observaba desde su mayor
altura, sus ojos ambarinos entrecerrados, como si le augurara algún pensamiento
malicioso. Las comisuras de los labios del ogro se curvaron, formando una
enorme y estúpida sonrisa conforme una divertida idea, al menos para él, se
formaba en su mente. Afianzando el hueso en su mano el gigantón se lo lanzó al búho
con clara idea de lastimarlo. Por suerte la criatura lo esquivó ágilmente
alzando el vuelo, pero decidida a abandonar la rama para no regresar.
El ogro, de nuevo malhumorado, lo
vio alejarse. Resignado, entendió que tendría que esperar a que finalizara su
turno tanto para poder comer como para poder divertirse de nuevo.
El búho aleteó sobre las copas de
los árboles en absoluto silencio. Esta cualidad provenía de una característica
especial de sus alas, ya que éstas cuentan con una serie de estrías que
permiten controlar las turbulencias en el vuelo de tal modo que reducen
considerablemente el sonido de rozamiento, lo que le permitía sobrevolar a sus
presas y pillarlas completamente desprevenidas. Aparte, también son poseedores
de una visión nocturna excepcional. Ambas cualidades habían resultado ser de lo
más útiles en esta ocasión.
El animal buscó con la mirada y
llegado a cierto punto descendió y se posó en una de las ramas más bajas de un
abeto. Justo enfrente una figura alta y robusta extendió un brazo hacia el ave
y ésta se posó, con delicadeza, sobre su antebrazo protegido por un brazal de
cuero grueso.
Permanecieron así unos instantes
y entonces la figura, en agradecimiento por su ayuda, obsequió al búho con un
buen pedazo de carne fresca. Éste lo tomó con el pico, lo engulló en un segundo
y, acto seguido, remontó el vuelo alejándose en la profundidad de la noche una
vez más.
La figura entonces descendió el
promontorio en el que se encontraba y se reunió con el grupo que le esperaba
pacientemente unos metros más abajo. Todos los rostros se volvieron hacia él,
espesas nubes de vapor escapaban de sus quijadas y se desvanecían,
ensortijándose, en el frío aire nocturno. Estaban a oscuras, nada de hogueras,
pues la luz alertaría sin duda a los ogros. Además los orcos no necesitaban su
luz para ver en dichas tinieblas.
- Hay cinco centinelas montando
guardia en estos momentos – informó Thrall, bajándose la capucha para que el
resto pudiera verle mejor – Parece que hay una caverna en especial que cuenta
con mayor vigilancia, en concreto dos centinelas en la entrada más un ogro que
patrulla haciendo una ronda, con una antorcha en la mano.
- Su cabecilla está en esa cueva
– señaló Utrok y Thrall estuvo de acuerdo. El cacique o jefe era quien siempre
contaba con cierta protección – Matar a su jefe facilitará el asalto.
- Bien pues ¿a qué estamos
esperando? – preguntó Roggar, crujiéndose los nudillos.
- Espera, Roggar – pidió Thrall –
Te olvidas que aún no tenemos claro cuántos ogros puede haber allí. Por lo que
me habéis dicho ese lugar es grande; si son demasiados fácilmente nuestra
ofensiva podría convertirse en una retirada precoz y eso podría complicar las
cosas.
- ¿Qué importa eso? Caigamos
sobre ellos ahora que están durmiendo.
Thrall chasqueó la lengua,
irritado por la insistencia de su amigo a actuar de una manera harto impulsiva
como aquella. Fue a explicarle el por qué no deberían hacer eso, pero Utrok se
le adelantó, pues tenía menos paciencia que él.
- ¡Y perderíamos el plan que
hemos trazado! – exclamó, enfadado – Debemos dar un mensaje contundente a los
ogros para disuadirlos de llevar a cabo un contraataque. Si atacamos sin
criterio podría suceder lo que dice Thrall: nos veríamos obligados a retirarnos
y eso nos dejaría en evidencia delante de ellos. Nada les impedirá traer refuerzos y atacar a
nuestro poblado, confiados en su superioridad. ¿Acaso has olvidado que en
primavera nos marcharemos con Hellscream? Piensa en tu abuela y tu hermana
pequeña, que se quedarán aquí. Dime ¿en qué posición vulnerable les dejarías
actuando así?
Esto era exactamente en lo que
Thrall había pensado. Observó a su amigo agachar la cabeza, claramente
contrariado, porque no se había detenido a pensar con lógica en su situación y
porque alguien mayor le estaba echando una reprimenda.
- Tienes razón Utrok – convino –
Os escucho.
Tras discutir algunos puntos a
tener en cuenta, como el terreno escarpado donde se situaban el conjunto de
cuevas, se elaboró el siguiente plan. Teniendo en cuenta que debían atacar
rápido y de forma contundente, se dividirían en dos frentes: el primero,
encabezado por unos pocos orcos con un puñado de lobos, atacaría a los
centinelas apostados en el exterior con ánimo de montar escándalo para así
hacer salir a los ogros que estuvieran en las cavernas. No podrían resistirse a
la pelea así que previeron que saldrían todos, eliminando la posibilidad de que
los emboscasen desde allí o de tener que adentrarse en lugar cerrado.
Aquí podían suceder dos cosas,
dependiendo del número de ogros que hubiera al final: si eran pocos el segundo
grupo caería sobre ellos tras recibir una señal consistente en el ululato de
una lechuza y así los masacrarían sin más, pero si eran muchos el primer grupo
simularía una huida hacia el bosque, donde estaría escondido el segundo grupo,
por lo que contarían con una ventaja como era la del factor sorpresa para
abatirlos rápidamente. Cortaron algo de leña y la dispusieron como si de una
fogata se tratara, marcando el punto exacto por el que pasaría el primer grupo
para dar la señal que el segundo comenzara su ataque.
Utrok encabezaría a los primeros
guerreros mientras que Thrall lo haría con los segundos. Tras meditarlo un
instante el orco más joven planteó una mejora en la disposición para aprovechar
aún más aquel factor sorpresa y Utrok estuvo de acuerdo.
Aprovechando la vegetación
circundante, pues los ogros también eran capaces de ver en la oscuridad, se
decidió que los mejores cazadores, encabezados por Ifta, permanecerían ocultos
entre la misma, con sus arcos preparados. Cuando el primer grupo pasara por el
punto acordado éstos descargarían una lluvia de flechas sobre los ogros quienes
quedarían aturdidos por el ataque y por no saber de dónde procedía este. Acto
seguido los miembros del segundo grupo saltarían sobre ellos en compañía de los
del primero, que recularían para atacarlos.
- La ventaja que nos darán los
cazadores será de apenas unos segundos extra – observó – pero debemos aprovechar
cada uno de los mismos si queremos ganar.
Antes de que partieran Thrall
habló con el espíritu del agua y convocó una niebla que, con su manto,
permitiría a sus guerreros aproximarse sin ser vistos por los centinelas hasta
que no estuvieran prácticamente encima de ellos.
El plan estaba bien expuesto,
todos tenían claro lo que debía hacerse y cuándo debía hacerse. Pero había
alguien que no estaba del todo conforme con su papel en él y ese era Roggar.
Había dado un paso adelante cuando llegó el momento de seleccionar a los
guerreros que encabezarían la primera fase del ataque, pero Utrok no le
permitió unirse al grupo, dejándolo en cambio en el segundo, bajo las órdenes
de Thrall, quien estuvo de acuerdo con su decisión. No permitieron unirse a
aquellos guerreros más impulsivos y por ello éstos respiraban con agitación,
presas de una gran impaciencia.
Nunca habían entrado en combate,
pero habían pasado por el mínimo de entrenamiento militar que cada orco recibía
desde la niñez. Además, entre estos exaltados se encontraban algunos que habían
perdido a familiares en el ataque de los ogros y sus corazones ansiaban
venganza. Permanecer tumbado en la oscuridad, semienterrado en la nieve tras un
terraplén, esperando una señal no era la forma que consideraban más lógica de
cobrarla. Y su nerviosismo era contagioso, saltando a todos aquellos jóvenes
que anhelaban probarse a sí mismos con un enemigo tan formidable como podía ser
un ogro.
Por ello tanto Roggar como todos
aquellos que se sentían así se agitaron cuando escucharon los indiscutibles
sonidos de refriega, deseando que el pactado ululato de la lechuza se alzara
por encima, lo que marcaría el inicio de la pelea para ellos. Pero éste no
llegaba, por lo que parecía que tendrían que llevar a cabo el segundo plan:
atraer a los ogros hasta ellos, trasladando la lucha lejos de las cavernas.
Pero entonces a Roggar le asaltó la duda; sus ojos se cruzaron con los de Igrim
quien también estaba presa de la misma agitación que él, la sed de lucha. Otros
dos guerreros más parecían igualmente preocupados mientras que Uthul le negó
con la cabeza. Se volvió hacia Thrall.
- No llaman – le susurró.
- Debemos ceñirnos al plan –
sentenció éste, con los ojos azules clavados en la dirección por la que
esperaban que los otros vendrían – Si no llaman es que vienen hacia aquí.
- ¿Pero y si quieren hacer la
señal y no pueden? Deberíamos ir a ayudarlos…
Notó cómo detrás de él Igrim y
otros compañeros se agitaban, igualmente nerviosos, tras escuchar la
conversación, pero Thrall era un hueso duro de roer, aunque internamente compartía
su inquietud.
- ¡Dales algo más de tiempo! Quizá
la huida les esté siendo más difícil, pero Utrok será capaz de seguir los pasos
acordados…
- ¡Están en apuros! – exclamó Roggar
alzándose a pesar de las protestas de Thrall - ¡Ayudémosles! ¡Matemos a esos
bastardos!
Y con un alarido furioso echó a
correr con el hacha en ristre. Igrim y los otros dos guerreros lo siguieron,
sacudiéndose la nieve de encima de los hombros. Thrall y Uthul les gritaron,
pero el daño estaba hecho: al verlos saltar de esa manera el resto de guerreros
pensaron que había un cambio de planes y, sin más, los siguieron dando alaridos
junto con sus lobos.
Sólo los cazadores y sus
respectivos compañeros de cuatro patas mantuvieron su posición, visiblemente
confundidos por lo sucedido.
- ¿Qué sucede? – preguntó Ifta,
aproximándose a la carrera con el arco en sus manos.
Thrall soltó un juramento. Se
había divido más de la cuenta su grupo, debilitándolos, por lo que no podían
perder más tiempo. Debían atacar ya.
- ¡Seguidme! – exclamó, llamando
al resto de cazadores.
Apenas habían subido la colina
que los separaba del lugar donde estaban los ogros los dos grupos de orcos, uno
encabezado por Roggar y otro por Utrok, se cruzaron de una forma un tanto
caótica. Ambos intercambiaron una fugaz mirada, el primero sorprendido y el
segundo, rugiente y colérico, que blandía su hacha contra el primer ogro de la
formación. Éste y su comando, al contrario que los orcos, apenas fue
sorprendido por la súbita aparición del otro grupo de Frostwolves ya que los
vieron ascender por la cresta, así que pudieron reaccionar rápidamente
iniciando una nueva refriega: los orcos habían perdido su segundo factor
sorpresa. El ataque de los ogros fue demoledor, pues la mayor altura de su
posición sumada a su gran estatura les confería una ventaja que aprovecharon
mucho mejor que sus enemigos.
Para cuando los cazadores
Frostwolwes llegaron, encabezados por Thrall, la lucha era harto encarnizada. El
joven chamán vio a varios orcos y lobos heridos o muertos yaciendo en la nieve,
así como unos cuantos ogros. Aun así, la lucha estaba demasiado igualada,
incluso parecían estar perdiendo terreno. ¿Cómo era posible que todo se hubiera
torcido de esa manera? Pero ahora no tenía tiempo para lamentaciones, debían
luchar con todo si querían ganar.
- ¡Disparad! – ordenó Thrall a
los cazadores quienes ya venían con una flecha preparada en sus arcos. Éstos
obedecieron y atacaron a aquellos ogros que vieron más vulnerables, replegados
a su alrededor, protegiéndole. Por su parte él no se apresuró a la refriega,
aunque por una parte lo estaba deseando: en su lugar buscó con la mirada a Mok’nal,
el cabecilla de aquel grupo de ogros. Y no tardó en dar con él, pues como le
dijeron era el único de esos brutos que portaba una armadura, aunque incompleta:
estaba rodeado de su guardia personal. Si él caía cundiría la anarquía entre
sus tropas y eso podría significar la diferencia entre ganar o perder.
Debía acabar con él rápidamente y
de un modo lo suficientemente contundente como para poner fin al conflicto y
evitar sufrir más bajas. De modo que cerró los ojos y se concentró, solicitando
la ayuda de los elementos, en concreto pidió auxilio al del fuego.
Y poco después se produjo un
ensordecedor estallido sobre sus cabezas y Thrall, alzando la mirada, supo que
el elemento respondía a su llamada. Pudo sentir la energía bullendo a su
alrededor, la carga estática, y los cabellos de la nuca se le erizaron. Alzó un
puño en el aire.
- ¡Mok’nal! – exclamó y su voz se
elevó, potente y amenazadora, por encima de la refriega. El líder ogro volvió
su rostro terrible hacia él - ¡Esto acaba aquí y ahora!
Por toda respuesta Mok’nal el
Infame se echó a reír. Thrall hizo su petición y, para dejar claro que él era
el responsable, bajó la mano en un movimiento calculado y realmente innecesario.
Siguiendo su movimiento el relámpago golpeó de lleno al líder de los ogros, que
lanzó un terrible aullido a los cielos, silenciado por un trueno tan potente
que sacudió el mismo suelo, ensordeciendo a los presentes. Y por si no hubiera
sido suficiente el rayo saltó de un ogro a otro, alcanzando así a la guardia
personal, encadenando sus muertes. Cuando cayeron al suelo sus cadáveres
humeaban.
Y así fue como finalizó la
refriega. Aturdidos por lo que acababan de presenciar los ogros supervivientes volvieron
la vista al lugar donde su líder había estado vociferando órdenes (que se
limitaban a algo tan simple como “aplastadlos a todos”) y de ahí a los cielos,
preguntándose qué había sucedido. Otros miraron a Thrall, conscientes de la
demostración de poder que acababa de hacer: tal y como predijeron, le prestaron
atención. En cuanto a los Frostwolves se detuvieron y retrocedieron unos pasos más
con sus armas en ristre, por si los ogros decían contraatacar.
Thrall extendió los brazos
dirigiéndose a los supervivientes ogros, que podían contarse con los dedos de
una mano.
- Hasta aquí hemos llegado, Crushridgers,
mirad a vuestro alrededor – dijo abarcando los numerosos cadáveres de ogros que
yacían en el suelo, más numerosos que las bajas de los orcos – Habéis sido
testigos del poder de los Frostwolves: no deseamos derramar más sangre, a pesar
que me sería harto sencillo con tan sólo hacer un simple gesto– dio un pisotón
al suelo y al instante la tierra bajo los pies de los ogros tembló – Mas eso es lo que os encontraréis si osáis
mantener esta disputa por más tiempo. Hemos coexistido en paz largos años en
estas montañas, no rompamos ahora la racha – pasó una mirada evaluadora por
todos ellos – Quiero que le transmitáis mis palabras, las de Thrall hijo de
Durotan, que hablo en nombre de Drek’Thar, jefe del clan Frostwolf a vuestro
jefe, Mug’thol; los Frostwolves no alzaremos las armas contra ninguno de
vosotros so pena que volváis a adentraros en nuestro territorio sin ondear una
bandera blanca de parlamento. Si esto sucede, responderemos sin ningún tipo de
piedad – volvió a pisar el suelo y la tierra volvió a temblar, más fuerte que
antes. Además, los árboles cercanos inclinaron sus copas en dirección a los
ogros como otra muestra más de intimidación – Dejo en las manos de vuestro jefe
Mug’thol la decisión sobre si prefiere la paz o la guerra entre nosotros.
Había hablado despacio y con voz
calmada, ya que el pensamiento de los ogros a veces podía ser lento y tendían a
distraerse con facilidad, pero Thrall creía que con la demostración de los
poderes chamanísticos sería suficiente como para haber mantenido su
concentración en él con éxito.
Una vez finalizado su pequeño
discurso se hizo un incómodo silencio entre ambos grupos, ya que cada uno de
ellos parecía esperar el más mínimo movimiento hostil por parte del otro para
retomar la lucha. Thrall los observaba desde su posición, rodeado por los
cazadores con sus arcos preparados; en apariencia sereno, pero internamente en
tensión. Finalmente, uno de los ogros retrocedió unos pasos atrás y poco a poco
fue imitado por el resto, por lo que pronto desaparecieron en la noche.
Cuando se perdieron de vista los
Frostwolves se relajaron al instante y Thrall cerró los ojos.
- Seguidles para comprobar que
su marcha no es una jugarreta – pidió y al instante los lobos, como si
fueran un único ser, partieron. Entonces se volvió hacia los orcos que
aguardaban – Encendamos una hoguera y atendamos a nuestros heridos… y a nuestros
muertos.
Tras dar órdenes y repartir
tareas Thrall vio, junto con Ifta, uno por uno a los Frostwolves heridos para
comprobar la gravedad de sus heridas, aliviar sus dolores y curar sus lesiones.
Aunque habían conseguido expulsar a los ogros (al menos por el momento) y dar
su mensaje el plan no había salido como esperaba, por lo cual Thrall sentía un
regusto amargo en su conciencia, aunque sabía que él no era el responsable
directo de lo sucedido.
Por ello decidió confrontar a
Roggar. Lo encontró al lado de una yaciente Igrim, quien había sido herida de
gravedad durante la carga. La joven había sido atendida por Ifta y ésta había
sido prudente con su evaluación sobre si se pondría bien.
- Si pasa de esta noche, lo
conseguirá – le había dicho, antes de apoyar una mano en su hombro y dejarles a
solas.
Ahora Roggar, con la cabeza gacha,
hacía guardia junto a su lecho improvisado.
- Sé lo que vas a decirme –
murmuró en cuanto percibió la sombra temblorosa de Thrall que arrojaba la
hoguera cerniéndose sobre él – Todo esto ha sido por mi culpa.
- Te precipitaste, nos hiciste
perder el factor sorpresa – dijo éste con voz ronca – Pero aquí el único
culpable soy yo.
Roggar alzó la vista para
mirarle, sorprendido.
- Debería haberlo previsto –
continuó Thrall – Y hacer lo posible para prevenirlo.
- Ya lo intentasteis, Utrok y tú.
No me dejasteis ir con la vanguardia, a pesar de que era lo que yo más deseaba,
porque sabíais que no sería capaz de retirarme cuando se diera la orden. Y
ahora ella – se interrumpió, mirando con culpabilidad a su amiga. En ese
instante Thrall comprendió cuán importante era Igrim para Roggar – Utrok y el
resto…
El veterano guerrero había caído
durante la contienda precisamente por proteger a Igrim, ya que era su sobrina,
y ahora su lobo permanecía acostado a su lado, sin querer aún separarse de él.
La voz de Roggar murió en ese punto y agachó la cabeza, con los puños
apretados.
Viendo su atormentado semblante,
cargando con el dolor y la culpa, Thrall dejó de estar enfadado con él. A fin
de cuentas, quizá la idea que tuvieran de dejarle en retaguardia fue
precisamente el origen del problema, pero…
Thrall se acuclilló para ponerse
a la altura de Roggar pero antes de hablar apoyó la mano sobre la frente de
Igrim. Podía sentirla luchando contra sus heridas, sumida en una fiebre de la
que no se sabía si sería capaz de despertar; su amiga era fuerte, quizá lo
consiguiera… pero eso sólo lo decidiría el espíritu de la naturaleza. Thrall
retiró la mano y miró a su amigo a los ojos
- No te mortifiques más, Roggar –
dijo finalmente - Lo hecho, hecho está y no puede cambiarse, tal es la voluntad
del espíritu de la naturaleza. Ya no tiene sentido que le demos vueltas a sobre
qué debimos hacer y que no. Igrim y el resto accedieron a luchar por proteger a
los suyos, igual que nosotros, conociendo el riesgo que había en juego. De modo
que honremos su sacrificio como merecen para que no sea olvidado.
En el rostro de Roggar se dibujó
una triste media sonrisa.
Tuvieron que quemar los cuerpos
en el mismo lugar que había tenido lugar la refriega, tanto los de su gente
como los de sus enemigos, si bien con éstos últimos no elevaron ninguna
plegaria. Thrall ofició el ritual de despedida lo mejor que pudo, si bien sabía
que lo repetirían de regreso al hogar para que el resto del clan participara:
ellos aún desconocían el desenlace de todo.
Les llevó varias horas talar la
leña suficiente como para levantar ambas piras, una para los ogros y otra para
los Frostwolves y los lobos caídos, y aún no tenían noticias de los lobos que
partieron.
No marcharon hasta que todo
terminó y la ceniza fue esparcida por la suave brisa invernal de esos días.
Para entonces Igrim había recobrado la conciencia, una buena señal, y habló
largo y tendido con Roggar, quien se ofreció a velar por ella hasta llegar al
hogar.
Prepararon camillas para
trasladar a aquellos heridos incapacitados y se pusieron en marcha.
En su camino de regreso fueron
alcanzados por los lobos que Thrall mandó para vigilar a los ogros y le
confirmaron que éstos habían abandonado el límite del territorio sin ninguna
incidencia. El joven orco confiaba en que su mensaje había calado hondo en
aquellos brutos y que lo trasladarían a su jefe, cuya respuesta quedaría en la
incertidumbre para ellos hasta pasadas unas cuantas semanas; esperaba que
hubiera sido lo suficientemente contundente como para evitar represalias y, en
caso de que éstas tuvieran lugar, sucedieran antes de que partieran en busca de
Hellscream.
Thrall no habló con nadie durante
todo el camino de vuelta, ignorando las miradas de preocupación que Uthul e
Ifta intercambiaban entre sí. Por su parte, tenía demasiadas cosas en las que
pensar como para fijarse siquiera. A pesar de que habían obtenido venganza y
habían transmitido el mensaje, el ánimo entre los presentes era de todo menos
jovial.
Cuando finalmente vislumbraron el
hogar algunas de estas dudas aún le daban vueltas. Viendo lo sucedido ¿serían los orcos capaces
de controlarse lo suficiente para triunfar en la liberación de sus congéneres
de los campos? ¿O se dejarían de nuevo llevar por su espíritu de lucha,
haciéndoles fracasar estrepitosamente? ¿Conseguirían ser libres finalmente?
¿Estaba a tiempo de mentalizarles de lo importante que era mantener la mente
fría durante una contienda?
Thrall no tenía respuestas para
estas cuestiones y por supuesto aún no sabía si estaba a la altura de las
circunstancias. Aun así la determinación seguía afianzada en su interior,
anclada en sus cimientos por sólidas cadenas en su conciencia.
Sólo el tiempo respondería a
estas cuestiones…. Pero él no abandonaría su idea; pasara lo que pasara, no lo
haría.
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