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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Epílogo

 


Brezospina. Falsa raíz que crece a los pies de los árboles en racimos retorcidos y espinosos, estrangulándolos con intenciones parasitarias.

Hierba cardenal. Planta de tallo espinoso, recibe su nombre de sus hojas lanceoladas color rojizo, abundantes flores de pétalos finos y violetas. 

Ambas necesarias para la elaboración de los elixires de sabiduría y de trol fuerte, poción de presteza y de sanación, si bien en unas proporciones muy concretas.

Sangrerregia. Arbusto de corte bajo, hojas redondeadas, múltiples flores violáceas de cinco pétalos, de fragancia intensa y agradable. Servía para elaborar una poción versátil para los hechiceros y chamanes, ya que prolongaba su aguante mágico. También servía como componente para el elixir de poder de fuego…

Y en cuanto a estas flores… bueno, no podía decir nada de ellas. No las conocía, pero las había encontrado entre unos matorrales.

Ifta arrancó con delicadeza un pequeño ramillete y se las llevó a la nariz, pero eran inodoras. Ligeramente decepcionada las estudió más de cerca: las flores eran pequeñas, con cinco bonitos pétalos azul-violáceos que crecían en ramilletes al final del tallo. Se preguntó si tendrían alguna propiedad útil desde el punto de vista medicinal o espiritual. Cerró los ojos y afianzó sus pies descalzos en la tierra, moviendo sus dedos para sentirla entre los mismos. A pesar de no ser chamán solía hacer este tipo de ejercicio en las estaciones favorables, residuo de su antiguo entrenamiento en la senda; aparte de la humedad casi podía sentir la vida que latía en forma de insectos, lombrices y pequeños mamíferos que se retorcían y excavaban bajo sus pies. Próximo había un pequeño bosque del cual provenían cantos de pájaros de todo tipo, enzarzados en disputas territoriales o en tardías exhibiciones de cortejo. Hasta ahí llegaba el sonido característico del agua en movimiento, un arroyo, donde Sharpfang se inclinaba para beber y que ella misma había usado para refrescarse momentos después de llegar. 

Todo esto era reconfortante y la sensación la hizo esbozar una media sonrisa. Todos estos sonidos la ayudaban a dejar la mente en blanco, a relajarse, respirando lenta y pausadamente… meditación, tal como le enseñó Drek’Thar años atrás. La naturaleza la hacía sentir cerca del valle, a pesar de estar muy lejos de allí ya que, en realidad, se encontraba en algún lugar de Old Hillsbrad.

En plena primavera era un lugar pletórico de vida. Las altas hierbas se mecían por la brisa fresca en extensos campos salpicados por un sinfín de colores diversos. Hacía un momento había visto una manada de caballos salvajes trotando por ahí, pero se habían alejado en cuanto captaron su olor el del lobo que la acompañaba.

Estas tierras bajas eran más cálidas que su hogar por eso la joven Frostwolf vestía con su indumentaria de verano: un jubón corto, un taparrabos, grebas y guanteletes de cuero. Su arco yacía junto con sus botas, su carcaj y su bolsa de medicinas, apoyados en un árbol cercano; no se había alejado con la idea de cazar, pero jamás salía sin él. Ni tampoco de su cuchillo de caza, que llevaba al cinto.

Habían pasado casi un par de semanas desde la batalla de Durnholde y desde entonces la Nueva Horda no había parado de moverse. Aún quedaban más campos de internamiento de los que ocuparse, pero tras la caída de la principal fortaleza apenas encontraban resistencia, tal como Thrall había adelantado. Ifta se preguntaba cuánto tardarían los reinos humanos en reaccionar, en reagruparse como hicieron antaño en las guerras para caer sobre ellos una vez recibido el mensaje de Thrall, pero a este paso quizá ya hubieran terminado de liberar a todos los suyos… momento en el cual ella se uniría al puñado de Frostwolves que regresarían al valle.

Uthul ya lo había asumido, al igual que su hermano Roggar e Igrim, a quienes se lo había dicho al día siguiente de lo sucedido en Durnholde. En un principio también habían intentado disuadirla, pero finalmente lo habían aceptado y le dieron sus bendiciones; ella les devolvió el gesto. Y Uthul había aprovechado la tesitura para recordarle su promesa sobre decírselo a Thrall lo antes posible. Ella afirmó que lo haría, pero… aún no lo había hecho. Frunció el ceño.

Rememoró el día de la batalla de Durnholde, aquel cielo encapotado que descargaba una lluvia incesante sobre ellos. Todo había acabado y ahí estaba Thrall de pie, con los brazos alzados y los ojos cerrados, pisoteando el suelo de manera acompasada, elevando una petición privada al elemento de la tierra, de cara al lugar que lo vio crecer. Lo redujo a escombros. Y cuando el polvo se asentó ella había retenido el aliento porque tuvo ante sus ojos lo mismo que había visto en aquél sueño de verano: aquellas ruinas de muro sólido, piedra y madera a la intemperie, la lluvia martilleando sobre las mismas. Ahora las había reconocido, su visión; si había albergando alguna duda de si terminaría siendo real, ésta había quedado despejada en ese mismo momento.

Había buscado con la mirada a Thrall, quien parecía inmune a los vítores de su pueblo, sus ojos azules clavados en aquella desolación. Ella no sabía en qué estaba pensando, pero lo intuyó: el joven Jefe de Guerra no sólo estaba liberando a su gente y presentando batalla, también enterraba su propio pasado para dejarlo atrás.

Una vez que dejaron marchar a los supervivientes debidamente aprovisionados prepararon, una vez más, la pira para quemar a sus muertos. Allí Thrall llevó la cabeza de Taretha, la única parte de su cuerpo que pudieron recuperar, no sin antes tener un gesto de respeto hacia ella. Proclamó a todos quién había sido Taretha Foxton para él y lo importante que había sido su rol para que hoy pudieran estar todos allí: sin la ayuda de la joven humana Thrall jamás hubiera podido escapar de Durnholde. Si él fue el combustible que hizo funcionar la maquinaria para que la liberación de los orcos fuera posible ella resultó ser la palanca que la encendía.  Ella dio su vida por salvarle, por lo que arengó para que su sacrificio siempre fuera recordado. Así que allí ardió, de forma honorable, junto con los restos de los caídos en batalla; ningún otro humano tuvo antes dicho privilegio.  Y mientras todo se consumía en las llamas Ifta fue incapaz de no romper su autoimpuesta obligación de mantener las distancias con Thrall, a pesar de tener la confirmación de su visión.

Éste había contemplado la pira, la mirada ausente fija en las llamas danzantes, el ceño ligeramente fruncido. Pero su expresión cambió cuando percibió un suave roce en su puño cerrado; cuando volvió la cara la vio junto a él. Ella no le dijo nada, pensaba que no hacía falta hacerlo. Thrall tampoco habló, pero lentamente y con suavidad había abierto su puño, permitiendo que los dedos de ella se entrelazaran con los suyos…


Ifta se estremeció recordando el cálido contacto de su áspera mano. Intentar reconfortarle en medio de su duelo no implicaba que hubiera variado en nada su decisión. Contempló las flores desconocidas en sus manos, pensativa. Cuántas cosas habían cambiado desde el anterior verano, cuando tuvo un extraño sueño que le mostraba cosas que no supo entender. Ahora sabía que el primero de ellos le había mostrado un leve atisbo de la caída de Durnholde. Para ella el hecho de que una parte se hubiera cumplido aumentaba la probabilidad de que el resto también lo hiciera.

El momento de confesarle a Thrall que no continuaría en este éxodo se estaba acercando. Había querido decírselo mucho antes pero no se había atrevido, ya que intuía que, al igual que Uthul, eso le apenaría… o incluso peor, le decepcionaría. Pero estaba dispuesta a cargar con ese estigma si eso hacía que él esquivara aquel funesto destino que ella había atisbado en aquella visión, aquella premonición...

El corazón se le aceleró y retuvo el aliento cuando escuchó el sonido de unos pesados pasos que se aproximaban, pues intuía quién era el causante. Acaso no sería ahora un buen momento para hacerlo, pensó. 

No obstante, temió volverse, primero debía prepararse. Vio cómo Sharpfang sí miraba en aquella dirección y desaparecía de su campo de visión. 

- Te estaba buscando – dijo al cabo la voz de Thrall a sus espaldas.

- ¿Cómo diste conmigo?

- Un chamán tiene sus maneras.

Por supuesto, pensó ella.

- Supuse que te habías alejado para buscar hierbas… o quizá para estar un rato a solas.

Ifta suspiró para sus adentros y acarició con gran delicadeza los pétalos de las flores que sostenía entre sus grandes dedos.

- Supusiste bien, ambas dos opciones son correctas – replicó, dejando escapar el aire que había retenido en sus pulmones. 

Por los elementos, qué fácil era estar dispuesta para el campo de batalla y qué difícil para decirle algo que no le gustaría a un ser amado. Finalmente se volvió y vio a Thrall allí de pie, esbozando una media sonrisa, sus ojos deslizándose por los detalles del paisaje. No podía negar que era paciente, ya que Ifta tendía a ser especialmente seca cuando no quería hablar o pretendía evitar una conversación. Finalmente, él la miró y se fijó tanto en sus pies descalzos como en el ramillete que llevaba en las manos, así como del colgante nuevo que llevaba al cuello. Ella quería que cuando la observase en su rostro encontrara una calma serenidad en lugar de percibir la vorágine de emociones contrapuestas que se agitaban bajo la superficie.

- ¿Por qué vas descalza?

- Me hace sentir más conectada con la tierra. Deberías probarlo como chamán que eres – tras decir esto, se hizo un incómodo silencio entre ambos - ¿Por qué me buscabas, Jefe de Guerra? – le preguntó finalmente.

Thrall pareció querer replicar algo, seguramente referente a que se dirigiera así a él, pero terminó desistiendo. Su rostro no mostraba emoción discernible cuando le respondió.

- Uthul vino a buscarme, diciendo que quería hablar conmigo sobre ti – le dijo y ella se mantuvo estoica, aunque sus manos se crisparon al estar segura de qué vendría a continuación – Me ha dicho que tu idea es estar de regreso en el valle para este verano. ¿Es eso cierto?

Una de las metas de Thrall era que, para cuando llegara la estación más cálida, ya haber pasado por todos los campos y estar inmerso en la búsqueda de un lugar adecuado para que la nueva Horda echara raíces. Si Doomhammer había tenido alguno en mente lamentablemente no llegó a confesárselo a su pupilo. 

- Lo es – confirmó ella y se sorprendió de lo bien que estaba camuflando sus emociones – La salud de la Abuela se resintió especialmente este invierno. Me gustaría estar ahí para ella, verla de nuevo una vez más.

Decía la verdad, pues internamente estaba preocupada de que Garula no fuera capaz de resistir otra estación fría más; antes de la llegada de Thrall, apenas comenzado el invierno, la abuela se había puesto muy enferma con una tos que arrastró durante casi el resto de la estación; apenas se mejoró de la misma comenzó a afectarle su enfermedad de los huesos. Pero por supuesto que ése no era el único motivo por el que quería marcharse, aunque era uno de mucho peso.

- Lamento oír eso – dijo Thrall. Hizo una pausa – En ese caso, me gustaría acompañarte… si no tienes objeción alguna.

Ifta se quedó estupefacta, porque de todo lo que había imaginado que él diría, eso era lo último.

- ¿Por qué? – preguntó, sabiendo que no era muy acertada.

- La Abuela fue muy amable conmigo durante mi estadía en el valle, a mí también me gustaría volver a verla. Y también a la pequeña Morga.

- ¿Y qué me dices de tu ejército? No tiene sentido llevarlos al valle para ver a una anciana. Te necesitan.

- No le pasará nada si me ausento unos días, Hellscream quedaría al cargo. Además así comprobaría que todo esté bien y que los ogros no hayan vuelto a hacer de las suyas.

Ifta resopló, buscando algo que decirle para disuadirle.

- Pero yo no quiero que me acompañes – le espetó.

- Pues yo quiero hacerlo – replicó él, sin mostrar si sus palabras le habían herido o no. Debía hacerlo si quería salirse con la suya. Sin embargo, él tenía unos deseos bastante diferentes– Creía que eso te agradaría. ¿Acaso ya no somos amigos?

Ifta no supo qué responder a eso. Cada vez que había imaginado en su mente esta conversación ésta no resultaba fácil pero nunca se quedaba sin palabras. Sintió que el calor ascendía por su rostro. Le miró a los ojos, esos ojos azules tan atípicos que ella, a esas alturas, encontraba muy hermosos.

- Sí que lo somos – admitió a regañadientes, cada vez más cohibida y más enfurecida por ello – Pero…

Él dio unos pasos más hacia ella.

- ¿Pero?

Le fulminó con la mirada. ¿Por qué parecía tan sereno, maldición? Sintió un impulso súbito de asestarle un puñetazo porque eso le haría perder los nervios, pero se contuvo sin darse cuenta de que en su lugar estaba pulverizando el ramillete entre sus dedos.

Thrall si lo vio y, sin decir nada más, alzó sus manos y sostuvo las de ella con suavidad. Ifta se quedó petrificada por el contacto, sintiendo cómo su voluntad se estaba desmoronando poco a poco…

- ¿Por qué tiemblas? – preguntó él con esa odiosa voz calmada – Cuando ardía la pira de Durnholde no lo hiciste; al contrario, tu contacto era firme como una roca.

Ifta se dijo que debía ponerle frenos, apartarle y golpearle, dejarle claro que si ella le decía que no quería que hiciera algo debía respetarlo. Pero fue incapaz de hacer nada de eso: por los elementos, si ni siquiera era capaz de disimular su agitación. Thrall mantenía la mirada fija en las flores aplastadas.

- Nomeolvides – murmuró, haciendo que ella diera un respingo, muy a su pesar. Pero vio que se refería a las flores – Leí sobre una leyenda entre los humanos que cuenta que un caballero se ahogó en un río y, antes de desaparecer entre las aguas, le lanzó una de estas flores a su amada, rogándole en sus últimas palabras “No me olvides”. Por eso son un símbolo de amor eterno*. ¿Lo sabías? 

Ifta no se lo podía creer y a punto estuvo de dejar caer las flores al suelo, como si su tacto quemase. Incapaz de hablar, negó con la cabeza con vehemencia, forzándose a fijar sus ojos castaños en las traicioneras florecillas porque si los alzaba temía lo que podía encontrarse.

- Desconozco si tienen alguna propiedad más allá de la ornamental. ¿Las conoces por algún otro nombre? – preguntó Thrall, de una manera harto casual, como si no se diera cuenta de sus dificultades.

- No. Y no hagas eso – consiguió sisear Ifta finalmente, si bien en un vacilante tono de voz. 

- ¿Te molesta?  Si es así, no lo haré más.

Él sabía perfectamente a qué se estaba refiriendo, pero no retiraba las manos. Parecía aguardar a que ella le confirmara sin dudar si lo que Uthul le había contado era cierto o no, pero era incapaz de hacerlo, ni por voz ni por golpes. Entonces con suavidad Thrall hizo que ella abriera las manos, liberando así a el maltrecho ramillete de flores y, apenas un suspiro después, las hizo revitalizar de nuevo ante sus ojos. Sólo entonces la soltó. Y en ese momento Ifta reunió valor para alzar la vista; cuando le miró a los ojos casi pudo sentir una corriente eléctrica recorriéndole la columna vertebral cuando sus miradas se cruzaron… y a la vez, ambos sonrieron.

Y así, sin más, Thrall se había salido con la suya: apenas con un gesto le había hecho cambiar de opinión. Al menos por ahora.

A pesar de que durante ese breve lapsus de tiempo la actividad a su alrededor no se había detenido Ifta sintió como si todo se hubiera quedado congelado en aquel momento, uno en el que no le importaría perderse por tiempo indefinido. Sin embargo, volvió a ser consciente del murmullo del arroyo, de las flores en sus manos, del trino de las aves y de los dos lobos que descansaban uno junto al otro un poco más allá. Todo seguía su curso.

- Quería habértelo dicho yo – murmuró – Mataré a Uthul por esto.

Thrall no pudo evitar reír entre dientes.

- ¿Matarlo? Yo le daría las gracias.

Ella se ruborizó de nuevo. 

- ¿Qué más te contó? 

- ¿Había algo más que contar?

Ifta le sostuvo la mirada y estudió su expresión. Uthul había averiguado por su cuenta los sentimientos que albergaba por Thrall y ella le había dicho que no se inmiscuyera: pero teniendo en cuenta que había ido a hablar con él a pesar de que Ifta le había dicho que no lo hiciera, dudaba seriamente que él hubiera guardado silencio al respecto. Aunque… 

- No – respondió y a sus oídos no había resultado nada convincente.

Thrall no parecía convencido, pero terminó asintiendo. 

- Iremos a ver a la Abuela, te lo prometo – declaró él, con voz ronca – Pero no puedo abandonar a la Horda, ahora son mi responsabilidad. Así que me gustaría que después te unieras de nuevo a nosotros… que vinieras conmigo - Ifta contuvo el aliento, su corazón martillándole los oídos; su peor temor hecho realidad. Y a pesar de ello lo único que quería es que él siguiera hablando, que no parase hasta que le dijera todo lo que tenía que decir – Tú me has enseñado tantas cosas… eres feroz y valiente en la batalla, pero también dulce y atenta con los que te rodean. Siempre has estado ahí, preparada para proteger a los tuyos, dispuesta a aportar consejo…  a reconfortarme en mis preocupaciones y a servirme de apoyo en todas las situaciones. Tienes un gran talento para la cacería y para la medicina – hizo una pausa - Por todo esto creo que serías una excelente consejera. 

- ¿Yo, consejera? – preguntó ella, con los ojos abiertos como platos por la sorpresa.

Thrall asintió, pero se apresuró a agregar:

- Aunque no quiero que creas que sólo te aprecio y admiro por todas estas habilidades, que también lo hago. Pero tú… en realidad tú no sabes lo importante que eres para mí. Ifta, yo…

No, no debía seguir. Ifta había cambiado de opinión justo a tiempo, así que le silenció tomándole de las manos con suavidad, el ramillete sujeto entre el pulgar y el índice. 

- Sea lo que sea que fueras a decir, guárdalo por el momento por favor – pidió, puesto que sentía un nudo en la garganta de la emoción – Porque si quieres que me quede, me quedaré y seré tu consejera si así me lo pides… al menos por el momento. Pero debes comprender que el valle es mi hogar, no puedo darle la espalda, así como así. Pero cuando todo esto termine, cuando vuelvan a ser tiempos de paz y la nueva Horda encuentre un lugar digno donde echar raíces… entonces te recordaré esta conversación y te pediré que me digas aquello que ibas a decir. Y yo, igualmente, me sinceraré con aquello que me guardo para mí. Hasta entonces – hizo una pausa y le soltó no sin antes darle un ligero apretón – Iremos en pos de aquel destino que sólo nosotros elijamos.

Thrall no parecía del todo conforme, pero ella estaba decidida a eludir aquel fatal desenlace todo lo posible. Todo sucedía en medio de una batalla, de una guerra… pero si ésta no existía sólo quizá pudieran tener una oportunidad. Él ya había echado por tierra su determinación de alejarse pues Ifta había descubierto que, efectivamente, era demasiado débil para rechazarle si él mostraba interés. 

Se sintió agradecida cuando el joven jefe de guerra terminó asintiendo y de nuevo afloraron a sus rostros sinceras sonrisas.

- Debería regresar – informó Thrall entonces – Hay unos asuntos que no puedo postergar más tiempo.

- Voy contigo – repuso Ifta, apresurándose a recoger sus cosas.

Sin embargo, cuando pasó por su lado Thrall la retuvo sujetándola por el brazo.

- Hay una cosa que sí que me gustaría decir, aquí y ahora – dijo. Ella le miró. Thrall le dedicó una media sonrisa y posó la vista en el nuevo colgante de Ifta. Ésta había pulido y recortado el cuerno de ogro. Por último, lo había tallado y lo había agujereado para poder llevarlo al cuello, junto con otros amuletos y trofeos – Y es que no me arrepiento en absoluto de haberte dado aquel cuerno.

Ifta esbozó una mueca que podría parecer socarrona, cómplice o directamente de sorpresa. Por toda respuesta Thrall, tras dedicarle una intensa mirada, la soltó y la adelantó, con paso lento pero firme, enfilando hacia el campamento. 

Ella miró su ancha espalda enfundada en aquella armadura legendaria, las largas trenzas de cabello negro que le llegaban hasta la cintura y recordó lo que la abuela Garula le dijo tras haber recibido el consejo de Drek’Thar:

- No importa lo que creas o lo que te digan, niña. La única batalla que uno no puede ganar es la del amor.

Qué sabia era la Abuela. Era inútil negar que lo amaba de forma incondicional y que lo único que quería en realidad era estar a su lado, no importara a dónde le llevaran sus pasos. Pero eso debía esperar, no debía suceder todavía… sólo el tiempo lo diría, si él para entonces seguía estando dispuesto a quererla cerca.


Porque no sólo amaba al orco Thrall, quien había sido criado por humanos como un esclavo, si no que también amaba a un guerrero, a un chamán, a un jefe de guerra, a un orco de ojos azules destinado a grandes proezas… pero también condenado a cargar con un gran peso sobre los hombros. Porque él era el Señor de los Clanes y de él dependía el futuro de la nueva Horda.



Vio cómo Thrall se detenía unos pasos más allá, volviéndose hacia ella, esperándola. Ahora sabía que él la deseaba cerca, como ella a él, e Ifta se sentía de lo más afortunada por ello, a pesar de la amenaza velada de aquella funesta visión. Ella quería estar siempre junto a él.


La joven cazadora suspiró, reacomodó las cosas con las que cargaba y se apresuró hacia él, dispuesta a afrontar los tiempos difíciles que pudieran venir.

 

FIN

 




Esta leyenda no es de Warcraft, si no que es del mundo real. Siempre me ha gustado y es ideal para ponerla aquí.


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