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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 5

 


Todas las tardes salvo aquellas en las que la meteorología lo impedía Thrall se las pasaba en el campo de prácticas enseñando todos los trucos que había aprendido de los humanos en el arte de la lucha, tanto armada como desarmada, a todos aquellos miembros del clan que estuvieran interesados, ya fueran jóvenes, maduros o ancianos. Se sentía un tanto extraño, ya que él siempre había sido el alumno y no el profesor, pero si quería tener éxito en su plan a medio plazo de liberar a los orcos de los campos de internamiento esto era harto conveniente.

No es que ellos no supieran pelear, todo lo contrario, pero la técnica orca difería mucho de la humana, por no hablar que sus congéneres tendían a dejarse llevar por el arrebato de la lucha y a no prestar atención a ciertos detalles: el mayor tamaño y fuerza de los orcos podía ser contrarrestado con el superior intelecto humano de cara a las estrategias.

Eso le había enseñado el sargento en su momento, así como aquellos libros que le habían permitido leer: le dieron pruebas que incluso, a pesar de sus desventajas físicas, los humanos habían dominado los campos de batalla, poniéndoles complicadas las cosas a los orcos durante la Primera Guerra para alzarse finalmente victoriosos en la Segunda Guerra. Cierto era que podían ser fanfarronadas humanas, pero viendo el resultado final, Thrall optaba por la prudencia.

No obstante, el joven ahora sabía que había otras dos razones de mayor peso por las que la Horda había perdido la última guerra: la división de los clanes y el enrojecimiento de los ojos.

Según le había insinuado Drek’Thar cada caudillo y, por extensión, sus clanes, eran movidos por ciertas ambiciones privadas ya arrastradas desde su época en Draenor, su planeta de origen. Estas tensiones habían terminado por hacer estallar la integridad de la Horda, provocando divisiones y disputas, conspiraciones y traiciones, aunque su anciano maestro admitió que desconocía muchos detalles, pues ya para aquel entonces los Frostwolves habían sido desterrados… pero los nombres de Gul’dan, Blackhand y Orgrim Doomhammer eran importantes en este punto.

Y luego estaba el asunto de los ojos: aquello que había hablado con Grom Hellscream y con aquel orco del campo, Kelgar. Para ambos estaba claro que había una relación entre ese color de ojos y el aletargamiento que sufrían los orcos, aunque fueron incapaces de ser más específicos. Sería conveniente saber más, aunque desconocía cómo. Los orcos no dejaban nada por escrito, todo se pasaba de forma oral entre generaciones, por no hablar que ni tan siquiera estaban en su planeta natal para empezar en caso de querer acceder a antiguos documentos.

Era vital rascar todas las ventajas posibles de cara a la futura contienda, porque la habría: estaba seguro que los humanos no iban a aceptar, así como así, ver a los orcos libres de nuevo. No podía culparlos, pero tampoco era justo para su pueblo. Tendrían que entender que lo único que quería para su raza es que vivieran en libertad y con dignidad. Su intención era intentar que lo vieran por la vía diplomática, pero para llegar a ese punto debía hacerlo con su pueblo ya libre… y para ello era inevitable llegar a las armas. Thrall estaba dispuesto a ello, pero debía ir poco a poco.

Así que esta iniciativa era un comienzo, una forma de mantener la buena forma física durante el frío invierno… y otra forma de estrechar lazos con su clan.

- ¿Por qué hacemos esto? – preguntó una tarde Rekkar, rascándose la poblada cabeza – Quiero decir, todo lo que sea pelear me apasiona, pero no entiendo por qué es importante que sepamos luchar como humanos.

Thrall medió un momento sobre si debía o no mencionar sus ideas al pequeño grupo. Parecía ser suficiente para ellos el mero hecho de tener la excusa de hacer ejercicio y ponerse a prueba unos a los otros.

- ¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? – exclamó Roggar, mirando al jovencito – ¿Acaso no quieres ser un buen guerrero?

La sencillez de la pregunta hizo que Rekkar se le quedara mirando un poco estúpidamente hasta que su hermana le atizó un sopapo en la nuca, provocando que el joven se recompusiera con el arma en ristre.

Thrall esbozó una tirante sonrisa, ya que la ocasión de confesar su plan había pasado rápidamente.

Cuando se volvió se topó con los ojos oscuros de Ifta mirándole fijamente, pensativa, pero como ella tampoco agregó nada, lo dejó estar por el momento.

 

Además, tenía otras cosas en las que pensar, como aquello que Drek’Thar había insinuado el día en que finalmente fue aceptado sin reservas por el clan. “Me alegra ver que eres tan humilde como orgulloso, Thrall. Ambas cualidades son necesarias para quien ha de seguir la senda del chamán”

¿Quería eso decir que el anciano tenía planes para él desde principio? ¿Quería convertirlo en chamán? Teniendo en cuenta cómo se había enfadado Drek’Thar la última vez que conversaron, precisamente sobre chamanismo, no daba crédito. ¿Por qué había cambiado de opinión? ¿O quizá toda aquella parte del enfado consistía en aquella prueba en sí?

No tuvo que esperar mucho para empezar con sus primeras lecciones. Aparte de comenzar con su instrucción Drek’Thar también le agasajaba con relatos sobre las hazañas de su padre. Thrall tenía la sospecha que el chamán se guardaba cosas para sí y, a pesar de que se moría de ganas por preguntarle, se dijo que no debía forzar las cosas: el anciano le había asegurado que, cuando llegara el momento adecuado, le contaría todo. Así que sólo le quedaba esperar y…

Un cesto cayó justo delante de él, sacándole de su ensimismamiento. Tuvo una especie de dejá vu cuando miró arriba y vio a Ifta observándole. A su lado, como siempre, estaba su fiel compañero Sharpfang.

- Hola – le dijo, aunque en esta ocasión esbozaba una media sonrisa – Ven.

Y sin esperar objeción alguna se dio la vuelta echando a andar, de modo que tuvo que darse prisa para alcanzarla, igual que la otra vez.

- ¿Más plantas? – preguntó, y miró alrededor puesto que no veía a Palkar por ninguna parte.

-  Hoy no vendrá con nosotros – informó Ifta adivinando la pregunta que le rondaba en la mente – Tiene cosas que hacer con Drek’Thar, de modo que sólo iremos nosotros dos… y sí, iremos a por ciertas plantas especiales y a comprobar las trampas para conejos que se pusieron ayer – se volvió enarcando una ceja - ¿Algún problema?

- En absoluto – repuso él – Es sólo que…

- ¿Sí?Todas las tardes salvo aquellas en las que la meteorología lo impedía Thrall se las pasaba en el campo de prácticas enseñando todos los trucos que había aprendido de los humanos en el arte de la lucha, tanto armada como desarmada, a todos aquellos miembros del clan que estuvieran interesados, ya fueran jóvenes, maduros o ancianos. Se sentía un tanto extraño, ya que él siempre había sido el alumno y no el profesor, pero si quería tener éxito en su plan a medio plazo de liberar a los orcos de los campos de internamiento esto era harto conveniente.

No es que ellos no supieran pelear, todo lo contrario, pero la técnica orca difería mucho de la humana, por no hablar que sus congéneres tendían a dejarse llevar por el arrebato de la lucha y a no prestar atención a ciertos detalles: el mayor tamaño y fuerza de los orcos podía ser contrarrestado con el superior intelecto humano de cara a las estrategias. 

Eso le había enseñado el sargento en su momento, así como aquellos libros que le habían permitido leer: le dieron pruebas que incluso, a pesar de sus desventajas físicas, los humanos habían dominado los campos de batalla, poniéndoles complicadas las cosas a los orcos durante la Primera Guerra para alzarse finalmente victoriosos en la Segunda Guerra. Cierto era que podían ser fanfarronadas humanas, pero viendo el resultado final, Thrall optaba por la prudencia.

No obstante, el joven ahora sabía que había otras dos razones de mayor peso por las que la Horda había perdido la última guerra: la división de los clanes y el enrojecimiento de los ojos.

Según le había insinuado Drek’Thar cada caudillo y, por extensión, sus clanes, eran movidos por ciertas ambiciones privadas ya arrastradas desde su época en Draenor, su planeta de origen. Estas tensiones habían terminado por hacer estallar la integridad de la Horda, provocando divisiones y disputas, conspiraciones y traiciones, aunque su anciano maestro admitió que desconocía muchos detalles, pues ya para aquel entonces los Frostwolves habían sido desterrados… pero los nombres de Gul’dan, Blackhand y Orgrim Doomhammer eran importantes en este punto.

Y luego estaba el asunto de los ojos: aquello que había hablado con Grom Hellscream y con aquel orco del campo, Kelgar. Para ambos estaba claro que había una relación entre ese color de ojos y el aletargamiento que sufrían los orcos, aunque fueron incapaces de ser más específicos. Sería conveniente saber más, aunque desconocía cómo. Los orcos no dejaban nada por escrito, todo se pasaba de forma oral entre generaciones, por no hablar que ni tan siquiera estaban en su planeta natal para empezar en caso de querer acceder a antiguos documentos.

Era vital rascar todas las ventajas posibles de cara a la futura contienda, porque la habría: estaba seguro que los humanos no iban a aceptar, así como así, ver a los orcos libres de nuevo. No podía culparlos, pero tampoco era justo para su pueblo. Tendrían que entender que lo único que quería para su raza es que vivieran en libertad y con dignidad. Su intención era intentar que lo vieran por la vía diplomática, pero para llegar a ese punto debía hacerlo con su pueblo ya libre… y para ello era inevitable llegar a las armas. Thrall estaba dispuesto a ello, pero debía ir poco a poco. 

Así que esta iniciativa era un comienzo, una forma de mantener la buena forma física durante el frío invierno… y otra forma de estrechar lazos con su clan.

- ¿Por qué hacemos esto? – preguntó una tarde Rekkar, rascándose la poblada cabeza – Quiero decir, todo lo que sea pelear me apasiona, pero no entiendo por qué es importante que sepamos luchar como humanos.

Thrall medió un momento sobre si debía o no mencionar sus ideas al pequeño grupo. Parecía ser suficiente para ellos el mero hecho de tener la excusa de hacer ejercicio y ponerse a prueba unos a los otros.

- ¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? – exclamó Roggar, mirando al jovencito – ¿Acaso no quieres ser un buen guerrero?

La sencillez de la pregunta hizo que Rekkar se le quedara mirando un poco estúpidamente hasta que su hermana le atizó un sopapo en la nuca, provocando que el joven se recompusiera con el arma en ristre.

Thrall esbozó una tirante sonrisa, ya que la ocasión de confesar su plan había pasado rápidamente.

Cuando se volvió se topó con los ojos oscuros de Ifta mirándole fijamente, pensativa, pero como ella tampoco agregó nada, lo dejó estar por el momento.


Además, tenía otras cosas en las que pensar, como aquello que Drek’Thar había insinuado el día en que finalmente fue aceptado sin reservas por el clan. “Me alegra ver que eres tan humilde como orgulloso, Thrall. Ambas cualidades son necesarias para quien ha de seguir la senda del chamán”

¿Quería eso decir que el anciano tenía planes para él desde principio? ¿Quería convertirlo en chamán? Teniendo en cuenta cómo se había enfadado Drek’Thar la última vez que conversaron, precisamente sobre chamanismo, no daba crédito. ¿Por qué había cambiado de opinión? ¿O quizá toda aquella parte del enfado consistía en aquella prueba en sí?

No tuvo que esperar mucho para empezar con sus primeras lecciones. Aparte de comenzar con su instrucción Drek’Thar también le agasajaba con relatos sobre las hazañas de su padre. Thrall tenía la sospecha que el chamán se guardaba cosas para sí y, a pesar de que se moría de ganas por preguntarle, se dijo que no debía forzar las cosas: el anciano le había asegurado que, cuando llegara el momento adecuado, le contaría todo. Así que sólo le quedaba esperar y…

Un cesto cayó justo delante de él, sacándole de su ensimismamiento. Tuvo una especie de dejá vu cuando miró arriba y vio a Ifta observándole. A su lado, como siempre, estaba su fiel compañero Sharpfang.

- Hola – le dijo, aunque en esta ocasión esbozaba una media sonrisa – Ven.

Y sin esperar objeción alguna se dio la vuelta echando a andar, de modo que tuvo que darse prisa para alcanzarla, igual que la otra vez.

- ¿Más plantas? – preguntó, y miró alrededor puesto que no veía a Palkar por ninguna parte.

-  Hoy no vendrá con nosotros – informó Ifta adivinando la pregunta que le rondaba en la mente – Tiene cosas que hacer con Drek’Thar, de modo que sólo iremos nosotros dos… y sí, iremos a por ciertas plantas especiales y a comprobar las trampas para conejos que se pusieron ayer – se volvió enarcando una ceja - ¿Algún problema?

- En absoluto – repuso él – Es sólo que…

- ¿Sí?

- Pensaba que ya habíamos llenado la botica de Drek’Thar.

Ella se le quedó mirando y se echó a reír.

- ¿A eso le llamas estar llena? ¡Tendrías que verla en verano! 

Él hizo una mueca; no estaba seguro de si le hacía mucha gracia que ella se riera así de él. Pero entonces la hembra agregó.

- Aún te quedan muchas plantas que descubrir, Thrall – dijo en un tono amable– Apenas estás viendo la cima de la montaña, pero te queda aún toda la falda y la base por explorar.  Además, algunas plantas es mejor consumirlas frescas, recién arrancadas, porque pueden perder propiedades.

- Entiendo. ¿Pero por qué dijiste especiales?

- Ya lo verás.


Caminaron en silencio un buen rato, en concreto hasta que llegaron a la zona de las trampas para conejos. Mucho antes de verlas Ifta le indicó que habían tenido éxito, puesto que Sharpfang se quedó con una de sus patas alzadas y olfateó con la nariz para, acto seguido, salir corriendo en esa dirección con la lengua fuera.

- ¿Cómo lo sabes? – le preguntó Thrall a la joven cuando apretaron el paso – Es decir ¿y si lo que ha detectado es un oso o algo así? ¿No deberíamos ir con cuidado?

- Aún es pronto para que los osos terminen su hibernación – aclaró ella -De todos modos, está bien tener en cuenta eso que dices, ya que un animal muerto en una trampa es un foco para atraer a otros hambrientos. Pero ahora no hay posibilidad de error: lo que ha olido son conejos y no otros depredadores – ante la expresión confusa de él agregó - Cuando tengas tu propio lobo lo entenderás.

Thrall gruñó por lo bajo. Qué manía tenían todos de decirle que “ya lo sabría” o “ya lo entendería” en lugar de darle más detalles, pero se abstuvo de hacer ningún comentario. 

Pronto vio que la hembra tenía razón, aunque era cierto que en la nieve se adivinaban otras huellas de algún animal que Sharpfang parecía olisquear con sumo interés, un tanto nervioso. Acto seguido el animal procedió a orinar sobre el tronco del árbol más cercano.

Ifta pareció ignorarlo, se agachó y las examinó, haciendo un gesto con la mano invitando a Thrall a unirse al escrutinio…. Pero fue inútil: era incapaz de distinguir gran cosa.

- Son pisadas de un carnívoro pequeño – le hizo ver Ifta, tanto si él estaba interesado (lo estaba) como si no – ¿alguna idea?

Ahora fue Thrall quien se echó a reír.

- ¡Dioses, no! Ni por asomo.

Ella le dio un codazo.

- ¡No te esfuerzas! – le riñó - Observa.

Él suspiró, pero obedeció examinando más detenidamente las huellas. Al poco se fijó en que el animal tenía patas almohadilladas de cuatro dedos y uñas marcadas, estrechándose en la parte delantera y ligeramente en la base, como una lanza. Efectivamente no eran huellas de herbívoros.

- Tienes razón, no son huellas de pezuñas – dijo y ella asintió – Y por el tamaño de las mismas efectivamente parecen casar con un animal pequeño… bastante más que un lobo.

- Aun así, digno de tener en cuenta – apuntó la orca y señaló al árbol recién orinado – Sharpfang lo cree así; ya has visto que acaba de reforzar la marca del territorio. Otra señal de que estamos ante un carnívoro. La cuestión es… ¿cuál? 

- ¿Un gato montés? 

- ¿Estás seguro? – preguntó Ifta enarcando una ceja y extendió la mano sobre las huellas – Fíjate en esas uñas. Ellos las esconden salvo cuando cazan, pero todas estas tienen uñas bien marcadas… el animal que las dejó no las puede retraer – hizo una pausa – Ahora mira la almohadilla principal; tiene forma triangular. Pues la del gato montés es mucho más grande y más redondeada, más parecida en ese aspecto a la de los lobos. ¿Lo ves? – esperó para ver si él lo había entendido – Así que no, no es un gato. ¿Se te ocurre algo más?

Thrall estuvo pensando, pero no se le ocurría en ese momento ningún otro animal y tampoco estaba seguro de conocer toda la fauna que vivía por las montañas. 

- ¿Un zorro? – aventuró, por probar suerte.

El rostro de Ifta permaneció impasible.

- Lo has dicho por decir ¿verdad?

- Si no es un gato… no se me ocurre otra cosa con ese tamaño.

- ¿Y por qué no un tejón o incluso una gineta, por ejemplo?

Thrall no supo que responder a eso. No tenía ni idea qué aspecto tendrían las huellas de esos dos animales y no estaba seguro de haberlos llegado a ver siquiera alguna vez salvo en ilustraciones. Entonces Ifta sonrió.

- Aunque haya sido por suerte, has acertado. Un tejón imposible porque éstos tienen cinco dedos, las uñas más largas y la pata mucho más achatada. En cuanto a una jineta son raras de ver por aquí, pero tienen una huella muy característica, también con cinco dedos, pero uno más separado del resto y una almohadilla mucho más hendida, por no hablar que no dejan la marca de las uñas – señaló de nuevo el rastro – Los zorros usan sus uñas para trepar a los árboles ya que están muy afiladas, por eso se quedan tan marcadas en sus huellas. Además, la forma de su pata es más bien estrecha. Ahora mira el rastro completo – pidió, señalando nuevamente con el dedo índice – Si trazas la línea de su recorrido verás las huellas como torcidas con respecto a esa línea imaginaria, como si la criatura anduviera ladeada. Ésta es de la pata delantera y ésta la trasera, porque es más grande. ¿Ves lo juntas que están una de otra? Aquí ya trotaba – siguió el rastro y vieron otra de las trampas vacía y tirada sobre la nieve – Parece que nuestro pequeño amigo no se fue con las manos vacías al fin y al cabo… bueno, aun así, tenemos unos cuantos conejos para cenar. 

El joven orco había estado muy atento a la lección, pero se sentía fascinado por la facilidad con que su amiga leía las marcas en el suelo. En el clan Warsong también tenían buenos rastreadores, pero no había pasado el tiempo suficiente con ellos como para que tuviera ocasión de aprender sobre rastreo y cuando estuvo por el bosque la verdad que no tuvo mucha suerte intentando cazar algo más grande que un conejo. Ahora tenía la ocasión de aprender más cosas y saltaba a la vista que tenía un buen referente. Ya había escuchado por ahí que Ifta era de las mejores cazadoras: ahora entendía el por qué. Una habilidad que también podía ser útil para la exploración y vigilancia.

- Eres muy buena – observó, manteniendo su posición.

- Llevo haciéndolo toda la vida y me enseñaron bien – replicó ella y frunció el ceño – Todos aquí, en mayor o menor medida, son buenos rastreadores… debemos serlo. A pesar de que contamos con un chamán tan hábil como Drek’Thar y la inestimable ayuda de los lobos aprender a leer las huellas es indispensable en este lugar si quieres sobrevivir. Además, es todo cuestión de observar y prestar atención a cualquier señal. No se puede ir a tontas y a locas en un sitio como éste. Tú mismo has deducido bastante con tan sólo pararte un momento a estudiar los detalles ¿no crees?

Debía admitir que llevaba razón, pero decidió aprovechar que había sacado el tema del anciano líder y de los lobos en sí.

-  Drek’Thar me habló del vínculo que el chamán tiene con la naturaleza – dijo – De cómo surgió la relación con los lobos y de cómo hay que intentar mantener un equilibrio para poder vivir en armonía con ella.

Ella le miró.

- La naturaleza lo es todo, Thrall. Y ésta se puede manifestar mediante los espíritus elementales. Éstos están en todas partes, rodeándonos: en el aire, en el agua, en las rocas… e incluso en los seres vivos; si te concentras lo suficiente puedes sentir su energía vital. Nuestro pueblo ya lo supo hace mucho tiempo; los antiguos chamanes llegaron a comprender las fuerzas elementales de la naturaleza y tomaban prestado su poder para realizar todo tipo de acciones para sus clanes: entraban en comunión con ellos, siempre respetando a los elementos y honrándolos, por supuesto. Es importante que así sea o, de lo contrario, podría quebrarse el equilibrio natural y eso sólo provocaría la ira de los espíritus... algo que podría ser catastrófico para todos, no sólo para nosotros. 

- ¿Cómo se hace? – preguntó al cabo de un momento Thrall - ¿Cómo entra uno en comunión con los espíritus?   

- Sólo debes abrirte y escuchar atentamente. Si eres lo suficientemente receptivo podrás escuchar la llamada de los mismos… y si ellos te responden, sabrás que vas bien – ladeó la cabeza – Pero para ser un chamán también es necesario algo más que hablar con los espíritus. También significa ser capaz de leer las señales, de tener visiones y de interpretarlas… y de ser un buen protector de su clan. Para ello es indispensable poseer amplios conocimientos en botánica para saber preparar infusiones, emplastos y otros remedios tanto para curar como para poder alcanzar mayor clarividencia. Los elementos no siempre acudirán para atender todas nuestras peticiones de ahí que este último punto sea tan importante.

Ante la mirada sorprendida de Thrall ella enarcó una ceja.

- ¿Acaso te pensabas que te llevaba a recoger plantas porque me aburría? Todo esto forma parte del entrenamiento para ser chamán. Por eso Drek’Thar me encargó que te llevara en mis salidas. 

La revelación le dejó sin palabras. ¡Esto confirmaba que ya antes de ser aceptado en el clan el chamán tenía planes para él!  ¿Cuánto tiempo llevaba pensando en ello? ¿Y por qué a él? No sabía que decir, pero lo embargó una oleada de felicidad y a la vez de nerviosismo. Aunque Ifta ya le había avisado que no sería fácil el reto no lo asustaba. Al contrario, incentivaba sus ansias.

Ella pareció dudar un momento, pero entonces sus labios se curvaron formando una leve sonrisa y le alargó una de sus manos fuertes.

- Por cierto, yo soy Ifta, del hogar de Garula – dijo.

Thrall se la quedó mirando un momento intentando encontrarle un sentido a lo que acababa de hacer.

- Ya sé cómo te llamas – repuso, divertido.

Ella se encogió ligeramente de hombros, pero no retiró la mano.

- Bueno, pero no me había presentado de la forma correcta. Como debías pasar la prueba no podíamos ser cordiales en demasía – como él se echó a reír ella enarcó una ceja - ¿Qué te hace tanta gracia? – preguntó con brusquedad.

- Está bien, está bien – concedió y le estrechó el antebrazo, a la tradición orca – Saludos. Yo soy Thrall, hijo de Durotan. ¿Mejor así?

Ifta le dedicó una sonrisa torcida y asintió. 

- Pues sí. Ahora podemos seguir – dijo - Aunque primero demos las gracias al espíritu de la naturaleza por el éxito de la cacería de hoy. 

Thrall se le unió las muestras de gratitud; entre los Frostwolves eran muy comunes a dichas fórmulas, un ejemplo más de lo vinculados que estaban con las antiguas tradiciones y el mundo espiritual. Sólo una vez terminadas se dispusieron a recolectar los conejos y a colocar de nuevo las trampas en una zona un poco más apartada. 

Durante todo ese tiempo siguieron conversando y Thrall apreció las diferencias en el comportamiento de su acompañante, que no tenía que ver prácticamente nada con su primera salida. Descubrió, por otro lado, que él tenía mucho por aprender y que estaba más que dispuesto a hacerlo.

- Sígueme – le dijo la joven – Es hora de ir a por las plantas que necesitamos.

Dicho esto, le dio la espalda y comenzó a andar. Thrall la siguió de buen humor.


Le llevó hacia el este, a unas cuevas de difícil acceso por toda la nieve acumulada. No se toparon con ningún contratiempo, pero iban siempre con los arcos en ristre: como ella le dijera, si se les presentaba alguna pieza para cazar no iban a desaprovechar el viaje. No obstante, para anticiparse a cualquier encontronazo contaban con los sentidos de Sharpfang que tomaba la delantera, olfateando tanto el suelo como el aire.

Ifta le habló de un asentamiento de Kobolds en unas minas que se internaban más al noroeste, pero no tenían por qué dar con ninguno de ellos si no se aproximaban a la zona. De hecho, su objetivo eran unos acantilados cavernosos en cuya ladera crecían unas plantas llamadas Hálito de Visión que eran muy útiles para ayudar en las meditaciones de los chamanes por su propiedad de abrir la mente. A Drek’Thar casi no le quedaban y sólo podían encontrarla tras muchos días seguidos de sol. 

Thrall había estado rumiando una pregunta durante el camino hasta ahí pero no sabía si formularla en voz alta. Observó a Ifta recolectar la planta con sumo cuidado y sintió que su curiosidad vencía a su prudencia.

- Antes has dicho que un chamán debe saber identificar las plantas para poder ser un buen curandero y guía espiritual – comenzó – Y que como Drek’Thar tenía planes para mí, te pidió que me enseñaras… porque tú sabes de estas cosas.

- Ajá…

- ¿Eso significa que tú también te estás preparando para ser chamán?

- No – respondió ella de una manera tan directa y escueta que Thrall pensó que había sacado un tema delicado y que le había molestado. Su sensación aumentó cuando Ifta se incorporó para depositar las plantas en su bolsa y le miró con el ceño fruncido – Quiero decir… ya no.

Dudó un momento, pero decidió preguntar.

- ¿Puedo preguntarte por qué?

Ella no respondió enseguida. Se sacudió las manos y trepó de la cornisa al saliente por el que habían bajado, seguida de cerca por Thrall. Un mal paso y podían precipitarse al vacío.  Ifta anduvo unos cuantos pasos más y se agachó, encontrando otra planta al alcance. Se dispuso a cogerla desde esa posición y sólo cuando la tuvo en su poder miró de nuevo a su acompañante.

- Hay otra justo debajo pero no llego bien. Hazlo tú que tienes los brazos más largos…

Cuando él estaba ocupado ella comenzó a hablar.

- No me preparo para ser chamán simplemente porque fui rechazada, eso es todo – dijo.

- ¿Rechazada? ¿Cómo? ¿Por qué?

- Si te acabas enfrentando al rito de iniciación no puedo contártelo. Ya lo sabrás y entenderás cuando llegue el momento. No seas impaciente… por cierto, no cortes toda; como te he enseñado. O si no, erradicaremos la planta y no podremos volver más veces aquí a por ella. 

Thrall gruñó, ya que le había calado: por supuesto que quería saber qué es lo que le esperaba, pero se había figurado que ella no le respondería algo así. Lo respetaba, pero ahora tenía más ganas de saber cuándo tendría lugar y en qué consistiría esa prueba.

Cuando se levantó con las hojas en la mano ella le estaba mirando.

- Sí puedo decirte que no te enfades o te culpes si no la pasas – agregó, ofreciéndole la bolsa – Esto no sería como un combate donde todo depende de ti, de tu capacidad de reacción y tu habilidad. Hay cosas que están por encima de nosotros y no somos quienes para discutirlas: sé sólo tú mismo. ¿De acuerdo?

Thrall no estaba del todo seguro de haber entendido sus palabras, pero asintió. 

- De todos modos, creo que Drek’Thar tiene grandes esperanzas puestas en ti…

Entonces un rugido amortiguado, proveniente de su abdomen, se escuchó con total claridad en medio del silencioso bosque.

Ifta arqueó una ceja y Thrall hizo una mueca a modo de disculpa.

- Estoy famélico – admitió.

Entonces ella miró a un lado, a su compañero lobuno, que los observaba expectantes… o más bien al cesto donde habían guardado los conejos que ella llevaba a la espalda. Y entonces se rio.

- Creo que no eres el único… y también creo que es buen momento para regresar.

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