Listado de fics del blog

Dale al título para ver el listado completo. Te animo a que me dejes un comentario si detectas algún link roto o erróneo. Con ánimo de que o...

[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 4

 


Thrall se sentía pletórico porque al final el clan de los Frostwolves lo habían aceptado como uno más. Todo aquel desdén y desconfianza que habían parecido mostrarle anteriormente se debía, tal y como él había supuesto en un principio, a una prueba sin más para ver si era digno. Habían tensado la cuerda para forzar dos posibles desenlaces: o ésta se rompía o resistía. A pesar de que había sido un proceso pesaroso había resistido y ahora se sentía más estimado incluso que entre los Warsong.

Por el día seguía haciendo todo tipo de tareas indispensables para la vida en el clan, pero ahora por las noches se sentaba alrededor del fuego en compañía del resto y se cantaban canciones y se contaban historias de antiguos tiempos gloriosos, por lo que pudo conocer aún más los orígenes de su pueblo; los mayores siempre se sentían agradecidos de tener a alguien que los escuchara.

Por otro lado, los jóvenes también le aceptaron de buen grado. No olvidaría como poco después de su encontronazo aquel orco le tendió una mano.

- ¿Sin rencores? –preguntó en un tono amistoso. Thrall se la estrechó de buen grado– Excelente técnica, no tuve nada que hacer – alabó recordando con qué facilidad le había derribado.

- Gracias. Aunque te defendiste bien – dijo, mostrándole las marcas de las uñas que le habían quedado como recompensa.

El otro se rio con ganas y le dio una palmada amistosa en el hombro.

- Soy Uthul, por cierto. ¿Vienes? 

Thrall le miró con curiosidad y asintió, aunque no tenía ni idea de qué le proponía. Le siguió y fueron hasta el campo de prácticas donde otras veces Thrall viera a los miembros del clan entrenar; allí llevaban incluso a los infantes que, ya a la edad de unos cinco años, empezaban a hacer sus pinitos con las armas más sencillas para ir entendiendo el arte de la caza y de la guerra. En una de esas escasas ocasiones en que tuviera tiempo de esparcimiento o durante tareas que le hicieran pasar por ahí solía remolonear para echar un vistazo; los que allí estaban habían tendido a ignorarle y, por supuesto, no le habían invitado a unirse. De hecho, el grupo de jóvenes directamente se había marchado tras ver cómo les observaba. Pero eso había sido antes, durante la prueba. Ahora las cosas habían cambiado.

Ver a los niños practicando a lanzar o empuñar rudimentarias lanzas, porras, hachas o espadas de madera y usarlas contra tocones podridos y la dura tierra le trajo a Thrall cierta nostalgia de sus primeros años en el patio de Durnholde: rememoró aquella primera vez, teniendo unos seis años, que Blackmoore le había dado una espada de madera para que la usara para golpear a un pelele de paja. Y las posteriores sesiones de entrenamiento con el sargento y los otros reclutas: humanos a los que nunca cayó en gracia por ser lo que era. Ahora parecía que habían pasado mil años de aquello.

Uthul le llevó con el grupo de jóvenes del clan, orcos que tenían más o menos su misma edad. En el momento en que llegaron se producía una acalorada discusión entre dos de los jóvenes, un macho y una hembra, porque al parecer uno de los dos había fallado un disparo con el arco y quería probar de nuevo pero el otro no se lo permitía. A un lado había un par de lobos echándose una siesta, totalmente indiferentes a la acalorada discusión.

- ¡Si has fallado el tiro no puedes repetir Rekkar!

- ¡No es justo! – chillaba el macho – Me has distraído adrede. ¡Eres una tramposa!

Ella se rio con cierta crueldad.

- Has fallado – repuso la hembra, escupiendo a un lado – Es lo que hay. Practica más y no fallarás.

- Ya sabes las reglas, Rekkar – intervino el macho grandote del colmillo partido – Un único lanzamiento. No se puede repetir. Todos hemos sido testigos: has perdido la apuesta contra Igrim así que te toca pagar.

El susodicho bufó y se hizo a un lado, pateando una piedra que se cruzó en su camino en lo que la hembra alzaba los brazos y lanzaba un grito de victoria.

- Esta tarde me tocaba limpiar las letrinas hermanito – dijo Igrim con malicia.

- Tramposa…

- Repítelo – le desafío ella con altivez, dando a entender que, si lo hacía, lo golpearía.

- ¿Ya están esos dos otra vez? – preguntó Uthul de forma retórica y se acercó hasta otra hembra que estaba apoyada en un tronco caído de espaldas a ellos - ¿Qué les pasa ahora?

Ella resopló como con fastidio, pero en realidad parecía divertida.

- Ya sabes, hermanos - su expresión varió hacia la sorpresa cuando vio a Thrall. Era la hembra que solía mirarle de forma extraña – Throm-ka – saludó, con los ojos más abiertos de lo normal.

- Throm-ka – respondió él.

Fue oír su vozarrón y que todos se le quedaran mirando de una forma que incomodó ligeramente al orco. Sin embargo, ya no eran esas miradas de desprecio o desconfianza: ahora eran de simple curiosidad.

Uthul, dándose cuenta, rompió el hielo.

- Thrall, estos son Rekkar, Igrim, Roggar… e Ifta.

Así que así se llamaba la hembra, pensó. Los miró a todos, uno por uno y asintió con la cabeza. 

- ¿Conque has perdido de nuevo una apuesta contra tu hermana Rekkar? ¿Qué fue esta vez?

El joven gruñó malhumorado e Igrim le dedicó una amplísima sonrisa maliciosa.

- El muy fanfarrón afirmaba poder acertar un disparo a esa distancia – señaló la hembra - Hicimos la marca y probó. Ha fallado y ahora le toca hacer todas mis tareas durante tres días.

Uthul echó la cabeza hacia atrás y se rio tras mirar hacia el árbol señalado.

- Rekkar, eso es un tiro difícil incluso para Ifta. Tú te lo buscaste…

Ella torció el gesto ante su reto velado, con los brazos cruzados. 

- Oye Uthul, puedo conseguir ese disparo – replicó ella, en tono ofendido.

Él volvió a mirar en esa dirección.

- Está muy lejos…

- Puedo hacerlo. ¿Quieres apostar algo?

Su amigo pareció meditarlo seriamente.

- No, porque eso no tendría ninguna emoción. 

- Cobarde – murmuró Roggar con una sonrisita.

- Entonces sí que me crees capaz – repuso ella, altiva – No provoques para luego retirarte. Así que te propongo que disparemos los dos. El que falle, pierde.

- Otro a limpiar letrinas – se burló Igrim.

- ¡Ni hablar! – exclamó Uthul – No lo acertaré ni bebido de grog.

- ¿Quieres decir que te retiras y aceptas que perdiste?

- ¡No!  - exclamó. Entonces miró con una chispa en los ojos a Thrall - ¿Pero y tú?

- ¿Qué? – preguntó éste, pillado por sorpresa.

- ¿Ves ese disparo posible?

Con los ojos entrecerrados estudió las variables.

- ¿Qué arco se usaría? – preguntó.

- Este – dijo Ifta alargándole el suyo.

Thrall lo examinó: parecía uno bueno. Miró de nuevo hacia el árbol marcado.

- ¿Te verías capaz? – insistió Uthul.

El orco de ojos azules pensó unos instantes.

- Sí – afirmó – Aunque quizá fuera necesario algún disparo de prueba antes. 

Igrim resopló y meneó la cabeza.

- Si no eres especialmente bueno mejor retírate – dijo y cuando notó la mirada furibunda de su hermano pequeño se encogió de hombros – No me mires así, deberías haberte dado cuenta, tonto engreído...

- Es mucha distancia, pero sí me veo capaz de hacerlo – insistió Thrall, ligeramente molesto porque la hembra dudara de él – Tengo buena puntería.

Ella agitó una mano para darle a entender que le consideraba tan arrogante como su hermano.

- ¿Dispararías por mi para no perder la apuesta? 

Thrall dudó. Sin comerlo ni beberlo, le habían metido en un lío… pero él tenía su orgullo.

- Sí – afirmó.

- ¿Significa eso que aceptas la apuesta? – preguntó Ifta, sus ojos castaños fijos en él.

- ¿Te refieres por tiro libre o contra tu habilidad?

- Lo segundo, como ya dije.

- La acepto, sí.

Uthul dio una palmada, de lo más entusiasmado.

- ¡Te deberé una si ganas! Aunque te advierto que Ifta es muy talentosa con el arco – dijo. Miró a la hembra - ¿Le damos un margen de prueba por ser su primera vez? ¿Tres disparos te parece bien?

- Está bien.

Uthul asintió, muy contento por el devenir de los acontecimientos. 

- De acuerdo, estas son las reglas de la apuesta – explicó – Habrá tres disparos y empezará Thrall. Si no acierta ninguno con que Ifta consiga clavar sólo una de sus flechas, habrá ganado la apuesta. Si Thrall consigue al menos clavar una, seguirá disparando hasta agotar sus tres tiros y contarán el total de todos los aciertos. Ifta tendrá que superarle para ganar.

- ¿Y si hay un empate? – preguntó Rekkar, de mejor humor ante la perspectiva del desafío.

- En el caso improbable de un empate… mmm. 

- Se repiten de nuevo los tres disparos – sugirió Roggar – Pero no creo que sea necesario, yo ya sé quién va a ganar.

Y para dar más énfasis a sus palabras dirigió una fugaz mirada a su amiga.

- De acuerdo ¿vosotros estáis a favor de las reglas? – preguntó Uthul.

Ambos asintieron.

- Pero ¿qué apostamos exactamente? – preguntó Thrall mirando a Ifta - ¿Tareas?

Ella pareció meditarlo unos instantes.

- El que pierda deberá entregarle al otro el cuerno de un ogro– dijo, esbozando una sonrisa un tanto socarrona.

Thrall frunció el ceño recordando como, en una ocasión, una de esas criaturas gigantes le había vapuleado en la arena hasta casi matarlo. Cierto era que para ese combate había estado tan extenuado que apenas se tenía en pie y, aunque no tenía ni idea dónde podría encontrar uno, pensó que sería una buena forma de quitarse esa espinita clavada, aunque no tenía ni idea de cuándo y dónde vería alguno. Si se lo habían planteado es que habría alguna opción de dar con alguno.

- Bueno, de acuerdo – aceptó.

Al decirlo se percató de varias cosas: primero que la hembra reaccionó de un modo extraño, pues pareció que sus ojos se abrían de par en par por la sorpresa, como si no hubiera esperado que él aceptase, aunque esto apenas fue un instante. Por otro había algo extraño en el ambiente, como un silencio incómodo, como si el resto de presentes supieran algo que él desconocía. Le pareció que intercambiaban miradas entre sí; Igrim incluso parecía a punto de echarse a reír.

- Si lo aceptas, adelante – dijo Ifta rápidamente y desvió la vista como si se sintiera incómoda. Thrall no entendió por qué, pero antes de que pudiera preguntar algo...

- Pues ¿a qué esperamos? – preguntó Roggar dando una palmada – Que al final nos dará la hora de comer. ¡Vamos, vamos!



Así que Thrall tomó el arco y se colocó donde el otro orco le señalaba con el pie, junto al lado de las flechas clavadas en el suelo. Tiró de la cuerda un par de veces para comprobar su tensión y luego agarró una flecha. Adoptó la postura correspondiente para disparar. Tocó los extremos para probar su flexibilidad, estiró la cuerda para comprobar su resistencia… por último apuntó a la marca blanca en el árbol. 

En su estancia en Durnholde desde luego que había practicado con el arco, pero teniendo en cuenta los combates de la arena no era un arma que fuera a usar especialmente de modo que el sargento no le había hecho tanto hincapié como con otras de filo, por ejemplo. Aun así, de verdad creía que tendría, al menos, una diana acertada. Tenía tres disparos, al fin y al cabo.

Retuvo el aire. Soltó la cuerda… y erró el disparo.

Bueno, era esperable. A fin de cuentas, el primer disparo era de prueba. Se había desviado ligeramente a la derecha, pero lo suficiente como para fallar. El arco además era más flexible de lo que había estimado, pero ya creía tenerle pillado el punto.

Tomó una segunda flecha y se preparó de nuevo. La verdad es que ese árbol estaba más lejos de lo que parecía. Esperó a que una ráfaga de aire helado se asentara, ni una sola vaharada de vapor salió de su quijada. Disparó.

¡La flecha se clavó en la marca!

Siseos de aprobación se elevaron a sus espaldas. Uthul sonrió de oreja a oreja.

- ¡Primer tanto! – exclamó - ¿Preocupada? – preguntó a la hembra en voz más baja pero lo suficientemente alta para que Thrall lo oyera.

Si Ifta respondió algo no la escuchó.

Tomó una segunda flecha. A pesar de que le había dado Thrall no dejó que el mérito se le subiera a la cabeza. Mantuvo la mente fría, pues aún le quedaba otro disparo y quería ganar. Respiró hondo antes de levantar el arco y tensar. Soltó… y la flecha, silbando ¡hizo diana! Algo más desviada, pero era blanco.

Los otros orcos emitieron ciertos gruñidos de aprobación.

- Buenos disparos – concedió Igrim, inclinando la cabeza ligeramente a modo de aprobación.

A su lado Roggar asentía despacio, la mandíbula adelantada y los poderosos brazos cruzados sobre el pecho, dejando escapar una larga nube de vapor entre sus labios.

Thrall les sonrió y fue palmeado por Uthul en la espalda cuando pasó por delante suyo. Había recibido algunas alabanzas por parte del sargento en los entrenamientos y aunque en su día le animaron empalidecía con la sensación de bienestar que le daban las de su propia gente. 

Ofreció el arco a Ifta que lo tomó con el rostro totalmente impasible. Se encaminó hasta la posición marcada y probó un momento la cuerda con manos expertas, tomando al cabo una flecha. Thrall se dio cuenta de que todos los demás la miraban con sumo interés, expectantes por ver si conseguía igualar o superar su marca.

Debía admitir que él había tenido bastante suerte: no creía que fuera a ser capaz de acertarle dos veces. No le gustaba fanfarronear pues solía ser humilde de cara a sus habilidades, pero sí que había pecado de algo de arrogancia cuando aseguró que podría hacerlo. Se preguntó si se debía a que estaba tan deseoso de impresionar a sus nuevos compañeros o a su simple testarudez.

La hembra disparó la primera flecha… que dio de lleno en el blanco. Nuevos gruñidos y siseos de los presentes, pero ella parecía demasiado concentrada para darse cuenta.

El siguiente disparo… diana de nuevo.

Thrall enarcó las cejas. 

- Por eso no acepté el desafío, era una derrota segura – le murmuró Uthul.

- No había captado el mensaje – gruñó Thrall.

- ¿Ah no? ¿Qué parte de que “es muy habilidosa con el arco” se te escapó?

Cierto, lo había dicho, pero… bueno, aún le quedaba un disparo. Había una probabilidad de que ella fallara y…

Diana.

Se quedó mirando pasmado las cinco flechas clavadas en el tronco. Había sido derrotado, pero no se sentía mal al respecto.

Los demás estallaron en gritos de aprobación, Rekkar golpeando con las palmas el tronco sobre el que se había sentado. Ifta se dio la vuelta con una sonrisa que dejaba ver todos sus colmillos.

- ¡Tres de tres! – exclamó Igrim - ¡Impresionante!

Roggar asentía con solemnidad con la expresión propia de alguien que recibe exactamente lo que había esperado.

Cuando Ifta miró hacia Thrall éste la estaba sonriendo. Hasta el ogro nunca había sido derrotado en la arena y por eso se había ganado una fama intachable entre los espectadores asiduos, que no dudaban en apostar todos sus ahorros por él y en vitorear su nombre a los cuatro vientos. Eso le había llenado inmensamente, sintiéndose valorado y querido… aunque esa admiración había resultado ser vacía, hueca… falsa. Bien se lo demostrarían en su celda más tarde… pero aquí no sucedía nada de eso.

- Tienes una puntería fuera de lo normal – concedió de buen grado – Tuya es la victoria… y bien merecida. Te debo un cuerno de ogro.

Ella clavó el arco en la nieve e inclinó la cabeza hacia él para indicarle que aceptaba su cumplido.

- Tú no lo has hecho mal – dijo - ¿Los humanos te enseñaron a disparar así?

La pregunta había sido tan directa que se hizo de nuevo el silencio. En otro contexto Thrall había dudado si sus palabras escondían una nota de desdén, pero tras lo que acababa de pasar, su postura corporal y el tono con que la había formulado se le antojaron que no iba con mala intención. Quizá es que ella fuera así de brusca normalmente.

Él sólo le había contado su historia* al viejo chamán, al menos por el momento, pero estaba claro que ella sabía algo. Cualquiera podría pensar en lo más obvio: Drek’Thar se lo había contado, pero Thrall lo descartó. El anciano no era ningún chismoso así que ella simplemente lo había deducido… seguramente por su nombre. Cada vez que se había presentado a los orcos éstos habían reaccionado pintorescamente al escucharlo.

Se percató que, de nuevo, era el centro de atención del pequeño grupo.

- Sí – admitió, sonando igual de seco que ella sin quererlo.

De nuevo se alzó entre ellos un incómodo silencio.

- ¿Por qué le enseñarían eso a un esclavo? – preguntó entonces Roggar, formulando la pregunta que, sin duda, se les pasaba a todos por la cabeza - Es insensato proporcionar un instrumento de destrucción a un enemigo y correr el riesgo de que lo use contra ti.

- Porque tenían planes para este esclavo. Yo era un mero entrenamiento en sus juegos, un pasatiempo para animar sus complicadas vidas. Me enseñaron porque además sabían que yo era inofensivo para ellos.

- ¿Por qué? – preguntó Rekkar, con el ceño fruncido.

Estaba claro que no lo entendían. Se imaginó a cualquiera de estos orgullosos jóvenes orcos cargados de cadenas siendo transportados en un carro a uno de los campos de internamiento. Recordó a aquel orco que se liberó sólo para intentar protegerlo. Un orco de ojos rojos, abatido y derrotado, que vio sin ningún contexto a un niño de su especie rodeado por varios humanos armados: la escena fue suficiente para encender una chispa que prendió en su corazón y le hizo tener la suficiente voluntad como para romper las cadenas y dar la vida por alguien que ni siquiera entendía qué es lo que estaba pasando.

Él había necesitado diferentes visiones para empezar a entender… y necesitó una soberana paliza tras perder ese único combate para que su propia chispa encendiera. Thrall esperaba que algo similar sucediera en los campos de internamiento donde se hacinaban sus congéneres.

Pero aún quedaba tiempo para aquello; ahora mismo los jóvenes Frostwolves seguían mirándole, expectantes. Querían una respuesta. Era lógico. Thrall suspiró: apenas acababa de confraternizar con ellos y estaba a punto de decir algo que podía hacer que volvieran a retroceder ante él estrepitosamente.

- Porque yo no era consciente de que ese no era mi lugar – explicó – Me criaron desde que era un bebé y me enseñaron como a un humano más. Yo ME SENTÍA un humano más, aunque en el fondo siempre supe que había algo diferente en mí. No quería ver que en realidad me trataban como una basura… apenas era consciente, a pesar de la cadena a la que siempre estaba sujeto las escasas horas que pasaba en el exterior.  Me ataban igual que a uno de sus perros. Me limitaba a aceptarlo y ser feliz -hizo una pausa – No vi a ningún otro orco hasta tener unos doce años. Y cuando eso pasó… fui consciente por primera vez de lo que realmente era a ojos de los humanos. Y la primera palabra que acudió a mi mente fue: monstruo – ninguno hizo ningún comentario, ni siquiera se movieron un ápice. Sólo le miraban como hipnotizados – Necesité más años y contundentes revelaciones para reaccionar y darme cuenta de que ese no era mi lugar: nunca lo había sido y nunca lo sería, por mucho que yo pusiera de mi parte… comprendí que perseguía una quimera. Supe por fin qué era lo que debía hacer. Por eso escapé… y por eso estoy aquí.

Los otros jóvenes intercambiaron serias miradas, dejando escapar algún que otro gruñido.  Estuvo tentado de hacerles partícipes de sus ambiciones de cara a lo que había hablado con Hellscream pero consideró que, de momento, era mejor guardárselas. Apenas acababa de ser aceptado por el clan, estaban en pleno invierno y luego estaba lo que había insinuado Drek’Thar sobre la senda del chamán. Debía ir paso a paso, despacio, pero con buena letra, si quería salir airoso.

Un ruido sordo le sacó de sus elucubraciones cuando vio a Roggar despojándose de su pesado abrigo, colocándose justo delante de él mientras meneaba la cabeza para estirar su poderoso cuello.

- Veamos qué más cosas te enseñaron esos humanos – dijo, escupiéndose en las manos para a continuación crujirse los nudillos – Ninguna cicatriz recorre tu cuerpo para atestiguar tu historia , aunque sí tienes planta de alguien que sabe lo que se hace. Sin armas. Demuéstrame de qué pasta estás hecho Thrall, hijo de Durotan. 

El resto necesitó apenas un respiro para hacerse a un lado. Thrall se quedó mirando a Roggar, que alzando los puños parecía preparado para pelear. 

Ya había pasado por esto antes en la guarida de Hellscream teniendo que enfrentarse a tres orcos armados y con armadura mientras que él lo hacía a manos desnudas y sólo con lo puesto. Al menos esta pelea estaba en una condición más igualada. 

Roggar era más bajo que él, pero igualmente corpulento. Además, su colmillo partido y su poderosa quijada le otorgaban un aspecto feroz, dándole la apariencia del prototipo de guerrero ideal. Ya le había visto haciendo alardes de fuerza y destreza en este mismo campo de prácticas en otras ocasiones; parecía ser el mejor de los jóvenes del clan en ese aspecto.

Imitándole se despojó de su propio abrigo y se preparó, colocándose ante él y adoptando la postura que solía poner para iniciar una pelea. Se limitó a aguardar: si quería que le enseñara cómo peleaba lo haría sin dudar. Cuando Roggar rugió y se lanzó sobre él estaba más que preparado. Esquivó, llevando su mano derecha hacia el brazo izquierdo extendido de su oponente, lo que le permitía acceder a su guardia descuidada. Golpeó con el puño izquierdo acertándole a Roggar en plena quijada.

Sin embargo, éste se recuperó más rápido de lo que había esperado y Thrall tuvo que encajar un puñetazo en el estómago que le arrancó un gruñido. Dio un paso atrás y sus manos pararon las de Roggar, haciendo que ambos se enzarzaran es un forcejeo. Como era tan fuerte como él Thrall optó por un truco enseñado por el sargento para este tipo de situaciones. Dobló una de sus rodillas para vencer todo el peso y desviarlo en una dirección: funcionó. Roggar perdió el pie al precipitarse hacia un lado y entonces Thrall aprovechó para aplicar una llave de lucha e intentar inmovilizar a su oponente que, con los ojos abiertos como platos, dio con la cara en la nieve. Apresando su brazo con fuerza Thrall apoyó la otra rodilla en su espalda, haciendo que el otro adoptara una postura harto incómoda, inmovilizándole. 

Creyó por un momento que ya había ganado, pero no era propio de Roggar dar su brazo a torcer tan fácilmente, ni literal ni figuradamente. Tenía una mano libre, hincada con fuerza en la nieve. Se las apañó para arrojar un puñado de nieve en el rostro de Thrall. Ésta le acertó en los ojos y él emitió un gruñido al quedar cegado por un momento y aflojó instintivamente su agarre lo suficiente como para que Roggar se revolviera y le descargara un contundente puñetazo en la cara que lo mandó al suelo de espaldas.

Roggar no perdió el tiempo y, con la piel oscurecida por el frío le saltó encima. Thrall reaccionó empleando otra técnica para aprovecharse de la inercia del contrincante: dobló las rodillas y proyectó los pies hacia arriba, de tal modo que dieron en el estómago de Roggar para permitir, siguiendo el movimiento, que éste saliera volando por encima de su cabeza y aterrizara dando con la cocorota en un árbol. Cuando cayó de lado le sepultó una buena lluvia de nieve desprendida de las ramas superiores.  

Thrall jadeó al levantarse, sacudiéndose su propia nieve de encima y dio un par de zancadas para salvar la distancia que los separaba en el momento en que Roggar comenzaba a incorporarse, tambaleándose por el golpe. Precisamente por verlo aturdido dudó un momento, ya que no sabía si el otro orco estaba en condiciones de seguir la pelea… pero éste le sorprendió en un tambaleo para arrojarse de nuevo sobre él. Una vez más sus manos se encontraron y volvieron a entrar en un forcejo donde cada uno intentaba derribar al otro al suelo.

Roggar estaba empeñado en someterle con su fuerza; Thrall podía ver que era presa de la furia del combate, algo muy común en la mayoría de los de su especie. Consciente de ello el sargento, empero, se había esforzado por entrenarle para que mantuviera la cabeza fría durante las peleas; aun así, había veces que él mismo se dejaba cegar, como le había pasado con Uthul el día anterior. Pero allí había estado furioso, por lo que esta no fue una de esas veces. De nuevo optó por usar una maniobra y una vez más Roggar mordió el anzuelo. Desviando de nuevo el centro de gravedad Thrall forzó a su oponente a perder el equilibrio, esta vez ayudándose de una de sus piernas. Se cuidó de inmovilizar debidamente a Roggar para que no pudiera repetir de nuevo lo de la nieve. Pasados unos momentos, jadeando, se percató de que el otro orco ya no oponía resistencia. Sólo entonces Thrall aflojó su presa, rodó a un lado y se alzó. Roggar se permitió unos instantes en el suelo y luego se levantó, cubierto de nieve. Ambos respiraban agitadamente dejando escapar pequeños y rápidos jirones de vapor por sus mandíbulas entreabiertas.

Poco a poco se fue formando una sonrisa en la cara de Roggar y entonces estalló en carcajadas.

Palmeó a Thrall con una gran fuerza y entonces se volvió al resto de sus amigos.

- ¡He sido derrotado por una antigua mascota de los humanos! – exclamó jovialmente - ¡Vivir para ver! – entonces se volvió a Thrall, radiante su rostro amoratado de frío– Tú y yo tenemos que jugar muchas veces más... 




Según se cuenta en El Señor de los Clanes cuando Thrall intenta enseñar sus cicatrices para demostrar que su historia es cierta a miembros del clan Warsong se señala que se ríen de él porque no hay ninguna, gracias a lo excelente de las habilidades de los curanderos humanos. En cambio, existen concept art de la expansión del WoW Shadowlands donde sí que se aprecian dichas cicatrices... aunque espera, no son de peleas en arena de gladiadores, son de látigo. En el libro nunca le aplican un castigo así que se diga, el más gordo es la paliza que le cae cuando es derrotado en la arena. Ufffs...


No hay comentarios:

Publicar un comentario