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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 7

 


Era la primera vez que Palkar veía un ogro cara a cara y por eso quedó petrificado. Y es que eran criaturas imponentes. De media sobrepasaban la altura de los orcos con creces, con su largo cuerno sobresaliendo de su frente y sus afilados colmillos igualmente prominentes. Este ejemplar poseía dos ojos; existían individuos de uno solo, pero éstos eran más inusuales. Cubría su robusto cuerpo con un tabardo que mostraba el dibujo de una mano extendida de color rojo y de su fajín colgaba la clásica hacha de batalla, aunque también podían blandir porras y cuchillas de grandes proporciones.

La brutalidad de su raza era bien conocida por los orcos quienes habían llegado a tener conflictos con estos seres tiempo atrás en su mundo natal, aunque también habían luchado codo con codo en las guerras como aliados con algunos de sus clanes. Pero desde siempre la relación entre ambas especies podía ser calificada como… tensa. Los ogros además tenían un voraz apetito y eran capaces de comer cualquier cosa, incluso niños orcos, y más si estos andaban solos, se les ponían a tiro y los importunaban.

El cachorro lo sabía perfectamente y pataleó arrastrándose con intención de alejarse de la criatura. Cuando ésta hizo amago de ir a por él Palkar hurgó en su cinturón para sacar el garrote  que usaba para defenderse, pero las manos inexpertas se crispaban por el nerviosismo. Aun así, lo empuñó en el momento justo y consiguió golpear la manaza extendida de la criatura, pero eso sólo provocó que el ogro se enfureciera aún más.

El niño se dio la vuelta intentando escapar, pero el ogro fue más rápido. Había intentado agarrarle, pero ahora se limitó a darle un manotazo haciendo que se le cayera su única arma defensiva. Palkar salió volando y aterrizó en otro montón de nieve. Por un momento lo vio todo rojo y su cuerpo se agarrotó por el frío y el dolor, pero no tenía tiempo para preocuparse por eso: debía escapar o no viviría para contarlo.

- ¡AYUDA! – gritó.

El alma se le cayó a los pies cuando vio el garrote lejos de su alcance, cerca del ogro. Miró en todas direcciones, pero lo único que había por detrás de él era el barranco, así que su única vía de escape era el bosque… que estaba justo detrás del ogro. Podía intentar correr, pero sabía que sería inútil. ¿Dónde estaban Ifta y Thrall? ¿Estarían tan lejos que no oirían todo ese estrépito?

Mientras intentaba pensar con desesperación qué hacer el ogro ya había salvado la distancia que los separaba y cuando alzó su hacha de guerra con intención de partirle en dos se lanzó sin pensar hacia sus piernas, consiguiendo escurrirse entre ellas, y terminó trastabillando en dirección a los árboles. 

Vio su garrote y decidió ignorarlo porque lo único que quería era escapar. Justo entonces algo se le enredó en sus piernas y le hizo caer con las manos extendidas a escasos centímetros de su arma. Cambió de idea e intentó asirlo desesperado, pero fue arrastrado sin remedio por una fuerza colosal, dejando surcos en la dura nieve con sus manos para ser finalmente alzado en los aires boca abajo. 

Palkar gritó y lanzó la nieve que había quedado atrapada en sus manos contra la cara del ogro. Éste gruñó enfadado y se la sacudió agitando la cabeza. El niño orco lo veía invertido dada su posición, pero eso no le hacía menos terrible. 

El ogro dijo algo en su idioma nativo, se río malévolamente y se relamió; parecía tener claro qué iba a hacer con él. Palkar apeló a su valentía, pues no deseaba morir llorando ni suplicando, aunque sin duda lo que no iba a poder hacer era morir peleando; desarmado, estaba totalmente a merced del ogro….


Entonces escuchó un silbido y una flecha se clavó en la dura piel del brazo que le tenía asido. El ogro aulló de dolor y se volteó. Soltó sin ningún tipo de cuidado a Palkar, que cayó de bruces en la nieve y procedió a arrancarse la flecha del brazo, partiendo el astil sin apenas esfuerzo.

- Golk’ nar! – ordenó con fiereza una voz femenina familiar y entonces un gran lobo blanco se lanzó contra el ogro.

Palkar sacudía la cabeza para quitarse toda la nieve de encima cuando unas manos fuertes lo alzaron y lo empujaron hacia atrás sin ningún miramiento.

- ¡Yo me encargo! – le espetó Ifta - ¡Vete! - y se interpuso dándole la espalda. 

Palkar no tuvo que escuchar la orden otra vez para retirarse al bosque, pero permaneció observando aferrado al tronco de un árbol, incapaz de abandonarla. A Thrall no se le veía por ninguna parte. Pensó en salir corriendo a buscarle, pero eso significaría dejar atrás a Ifta.

Por su parte la joven alzó de nuevo su arco y apuntó hacia el ogro que pugnaba por desembarazarse de Sharpfang, quien lo tenía enganchado por uno de sus brazos. Erró el siguiente tiro por un súbito tirón de su lobo y la flecha se hundió en el hombro de la criatura en lugar del cuello, que era donde había apuntado. El ser rugió de nuevo enfurecido, volviendo sus ojos inyectados en sangre hacia ella. 

Ifta no tenía ni idea de qué hacía un ogro en pleno valle, tan lejos de su casa. Ellos tenían su territorio en las ruinas de la antigua Alterac donde se instalaron al finalizar la Segunda Guerra cuando, tras la derrota de la Horda, los clanes se dispersaron por doquier o fueron encarcelados. Sin embargo, ahora poco importaba eso; estaban en problemas serios como para hacer preguntas.

La joven orco disparó una vez más, alcanzándole ahora en el hombro, pero no le dio tiempo a prepararlo una tercera pues la criatura había apartado a su lobo y ya se abalanzaba hacia ella con su arma alzada. Así que enarboló su propia hacha de batalla, que todo Frostwolf llevaba siempre consigo, y elevó un feroz grito de batalla que reverberó en las rocas circundantes.



Thrall había llegado hasta las trampas y estaba recogiendo las pocas presas que habían caído con una sensación de incomodidad que iba en aumento. Su instinto le decía que algo no iba bien pero no sabía si era simple manía suya acrecentada por la nevada que estaba empezando a caer sobre su cabeza. Ifta tardaba demasiado en regresar con Palkar.

Aun así, se forzó a darles algo más de margen y terminó de recoger todas las presas y guardar todas las trampas, pues las pondrían en otro lugar para no agotar las madrigueras… pero para entonces los otros no había regresado aún.

Miró a Snowsong, quien también parecía inquieta.

- Ha pasado mucho rato, ya deberían haber venido – le confesó a su loba – Vayamos a buscarlos.

Pero entonces se dio cuenta que la nieve ya había borrado todas sus huellas, de modo que movió la cabeza mirando en todas direcciones para orientarse y saber por dónde había venido. Aún seguía resultándole un poco complicado no perderse en el bosque, pero entonces vio un gran liquen colgando de una rama y recordó que lo había tenido a la izquierda cuando llegó al pequeño claro. Gracias a esa referencia pudo dar con la dirección correcta y echar a andar, seguido por su fiel loba.

- ¡IFTA! ¡PALKAR! – llamó, pero no obtuvo respuesta. A lo lejos en algún sitio por encima de su cabeza un ave grande salió volando, sin duda molesta por su presencia.

No pudo más que seguir caminando, pero tras unos minutos tuvo la sensación de que no había pasado por ese sitio antes y tuvo la confirmación cuando dio con un arroyo congelado que seguro no había visto a la ida. 

¿Acaso se había perdido?

- ¡PALKAR! – bramó de nuevo, haciendo eco con las manos a ambos lados de su mandíbula - ¡IFTA!

Algo rozó su cadera. Bajó la vista y vio a Snowsong mirándole con urgencia, gimoteando y agitando su cola de un lado para otro, como si estuviera ansiosa porque él la prestara atención. ¡Pues claro, qué tonto era!

- Búscalos – pidió a su amiga de cuatro patas – Busca a Ifta y a Palkar. ¡Vamos!

Dicho y hecho. La loba directamente echó a trotar en una dirección opuesta, como si hiciera rato que había captado su aroma y Thrall no perdió tiempo en ir tras ella sin poderse quitar de la cabeza que algo malo estaba sucediendo.




* Se me ocurre que a pesar de que es un niño Palkar puede llevar algún tipo de arma para poder defenderse en situaciones peliagudas. Me gusta pensar que, hasta que no sea un adulto, no tiene derecho a blandir un hacha de batalla, de ahí algo que mencionaré en el siguiente capítulo.


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