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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 10

 


Desde la reunión de los Ancianos los cazadores y guerreros más veteranos comenzaron a patrullar y vigilar junto con sus lobos las fronteras del territorio del clan. Por suerte no informaron de haber tenido ningún avistamiento, ni encuentro ni detección de la presencia de ningún ogro más. 

Por su parte Drek’Thar habló con los elementos y lo único que pudo sacar en claro era como que los ogros se habían adentrado al norte con ánimo de explotar el bosque de la alta montaña. Eso tranquilizó en parte al anciano chamán, pero no dio orden de que cesaran las patrullas. Puede que no tuvieran voluntad belicosa porque aún no hubieran echado en falta a su compañero, siempre y cuando no fuera que lo hubieran expulsado por algún motivo; no obstante prefería ser precavido.

Los jóvenes del clan eran los más entusiasmados al imaginar un posible encuentro con los ogros ya que estaban deseosos de probarse en el combate, como cualquier impetuoso rapaz. Los adultos, en cambio, mantenían una reservada opinión y simplemente estaban preparados para lo que pudiera venir, si bien algunos parecían igualmente motivados en su estoico silencio. 

Thrall por su parte consideraba las ansias de conflicto como algo positivo de cara a su plan con los campamentos humanos, algo que estaba cada vez más cerca con la inminente llegada de la primavera.

Sin embargo, enseguida tuvo una excusa para apartar de nuevo de sus pensamientos el futuro evento y es que una mañana ocurrió algo maravilloso. Sucedió mientras Drek’Thar ejecutaba el ritual anual en honor del deshielo; Thrall le observaba atentamente situado a un lado, en respetuoso silencio, con Snowsong a su vera. 

Llegado a un punto sintió algo agitándose en su interior y pudo escuchar nítidamente una voz nueva para él:

- Atendemos a la petición de Drek’Thar y no nos parece descabellada. No fluiremos hacia donde vivís tú y los tuyos, chamán.

El susodicho finalizó con una reverencia la ceremonia y cuando se volvió hacia su acólito lo encontró visiblemente excitado.

- ¡Lo he oído! He oído cómo te respondía la nieve. 

- Lo sé. Eso significa que estás preparado, que has aprendido y comprendido todo lo que tenía que enseñarte. Mañana te enfrentarás a tu iniciación, pero, esta noche, ven a mi cueva. Tengo algo que contarte…

Thrall estuvo ansioso durante el resto de la jornada. Tal era su agitación que corrió a contárselo a quien consideraba que mejor podría entenderle, ya que había pasado por esto mismo tiempo atrás: Ifta.

Se la encontró en la cueva que compartía con Garula, con Roggar y con Morga, empezando a preparar la cena. La niña solía ayudarla, pero la había mandado fuera a jugar.

- ¡Esa es un abuena noticia! – celebró ella mientras troceaba los conejos – O sea que mañana es tu iniciación…

Él asintió.

- ¿Algún consejo?

- Lo que ya te dije la otra vez. Escucha atentamente y sé tú mismo.

Thrall se ofreció a ayudarla ya que le costaba estarse quieto de lo excitado que estaba, pero ella se lo impidió. Es más, le ofreció compartir el fuego, ya haciendo el amago de ir a por otro conejo y a por más cecina de ciervo. Y aunque le apetecía mucho quedarse, tuvo que rechazarla.

- Drek’Thar también me ha dicho que quería hablar conmigo esta noche en su cueva – explicó - No acierto a adivinar de qué puede tratarse.

- Quién sabe, puede ser cualquier cosa – dijo ella. Le miró durante unos instantes y entonces añadió algo más de leña al fuego – No estés nervioso. Lo harás bien.

- ¿Tú crees? ¿Y si yo soy también rechazado?

- Tampoco sería el fin del mundo si eso sucediera… Pero si te sirve de algo yo creo que sí que lo conseguirás.

- ¿De veras lo crees?

Ante la intensidad de sus ojos azules Ifta apartó la mirada y fijó sus ojos castaños en los trozos de carne. Cortó lo que le quedaba y echó los huesos del conejo al agua hirviendo junto con unas plantas que ya tenía listas. Entonces tomó un saquito del que extrajo unas hojas que añadió a un mortero. Comenzó a molerlas.

- Pues sí… nunca vi a nadie estar preparado en tan poco tiempo. Creo que eso es una buena señal…

- ¿Cuánto tardaste tú en enfrentarte a la prueba?

- Años – ante su sorpresa ella volvió a detenerse y sonrió, recordando viejos tiempos – Creo que hasta Drek’Thar comenzaba a desesperarse conmigo y seguramente llegara a pensar que nunca estaría preparada. Y cuando finalmente lo estuve y me rechazaron… bueno, supongo que fue duro para él, pues implicaba que había gastado todo ese tiempo y energías en vano. Pero como era de esperar aceptó la decisión de los espíritus y a mí me siguió tratando exactamente igual que antes. Mis conocimientos permanecían, así que seguí instruyéndome para ser su curandera auxiliar a la par que perfeccionaba mis habilidades para la caza y el rastreo.

- Me alegra que lo lleves bien. Los rechazos suelen ser duros de aceptar.

- No te voy a negar que en el fondo no me sintiera decepcionada conmigo misma, pero los espíritus llevan años sin aceptar a nadie. Con Drek’Thar hicieron la excepción: supongo que vieron el valor que hay en él – su rostro adquirió una expresión de gran ternura.

- Yo también lo creo, además de que es muy sabio – afirmó Thrall, para quien el anciano chamán se estaba convirtiendo en una figura paterna – Es imposible no apreciarle.

- Por muchas razones – corroboró ella – Para empezar sin él yo no estaría aquí; no sólo salvó mi vida, sino que además permitió que me quedara. Dado por todo lo que han pasado los Frostwolves suelen desconfiar de los extraños.

¡Eso le hizo recordar la conversación que habían tenido el otro día!

- Hablando de eso; antes del encuentro del ogro dijiste que tú no eras una Frostwolf de nacimiento, si no que te acogieron.  Me gustaría mucho conocer tu historia.

Ifta clavó sus ojos castaños en él, como si le costara creer algo así.

- ¿De verdad? 

- Sí.

Ella suspiró. Comenzó a trocear las verduras y, por un momento, lo único que se pudo escuchar en la cueva fue el sonido de su cuchillo cortando sobre la tabla de madera y el borboteo del agua hirviendo.

- En realidad no hay mucho que contar. Me encontraron en unas circunstancias muy similares a las tuyas, en pleno invierno en medio del bosque, aunque a diferencia de ti yo no iba sola. Nos encontró una partida de cazadores y si no hubiera sido por ellos sin duda yo también habría muerto; mi madre no tuvo la misma suerte – otra pausa, ahora Ifta parecía conmovida – La hipotermia severa nos causa una sensación falsa de calor, pero eso no fue el motivo por el que ella hizo lo que hizo, o eso me dijo Drek’Thar basándose en cómo me encontraron. Mi madre debió saber que su final estaba cerca por lo que se había despojado de prácticamente toda su ropa, me acunó contra su pecho, haciéndose un ovillo y me envolvió en todos sus ropajes en un intento por protegerme todo lo posible del frío. Por eso cuando la encontraron los cazadores no me vieron en un primer momento, envuelta como estaba y aferrada entre sus brazos. Por lo visto se percataron de mi presencia porque lloré cuando uno de los lobos metió el hocico en el hatillo, sin duda atraído por mi olor. Así que me sacaron y me trajeron rápidamente a la presencia de Drek’Thar. Según me contó pasé varios días muy malos, con fiebre y delirando, a punto de morir, pero él no se rindió y no me abandonó ni un solo momento. Gracias a sus cuidados conseguí salir adelante; cuando estuve bastante recuperada me cedió a la abuela de Roggar, Garula, para que me diera un hogar, pero él siguió pendiente de mi y me aceptó como aprendiz–sonrió con cariño – Los Frostwolves se convirtieron en mi familia, en mi manada. No concibo ningún otro lugar como mi hogar. 

- Siento mucho lo de tu madre. Dio su vida por salvar la tuya. Fue un gesto muy noble por su parte.

- Lo fue. Sin duda su acción permitió que viviera el tiempo suficiente como para que me encontraran. Supongo que fue voluntad de los espíritus que eso sucediera.

Thrall cayó entonces en un detalle.

- La piedra del cementerio sin nombre. ¿Es para ella?

Ifta asintió.

- Fue incinerada, pero los Frostwolves tuvieron el gesto de hacerle un hueco entre sus propios difuntos a pesar de no formar parte del clan. Nadie la conocía ni sabía cómo se llamaba. Y yo era demasiado pequeña como para saberlo o expresarlo, de ahí que no tenga nombre. Todo lo que recuerdo es que su nombre empezaba por R…

- ¿O sea que no sabes nada más de ella?

Ella arrugó el rostro.

- Apenas. Me dijeron que por sus ropajes y por un tatuaje que tenía, estaban seguros que formaba parte del clan Blackrock. 

- Lo conozco. ¿Su líder no era Blackhand el Destructor?

- Así es, como también era el Jefe de Guerra antes de ser derrocado y asesinado por Doomhammer, uno de sus lugartenientes, al final de la Primera Guerra.

Thrall también conocía al legendario Orgrim Doomhammer, un orco imponente embutido en una armadura negra y cuyo sobrenombre provenía del terrible martillo de guerra homónimo que portaba para la batalla. Incluso en los libros humanos hablaban de su figura denotando respeto y temor, aunque también destilaban un odio visceral por haber asesinado en combate al gran héroe Anduin Lothar, poco antes de ser finalmente derrotado en la batalla de Blackrock Spire poniendo fin así a la Segunda Guerra. 

Aunque la opinión del caudillo estaba más que clara para los humanos Thrall había descubierto, durante su estancia en el clan Warsong, que los orcos estaban más bien divididos. Algunos alababan y rememoraban sus hazañas con carácter nostálgico, recordándole como alguien astuto que unificó la Horda como nunca antes había ocurrido, pero otros le echaban la culpa de la derrota definitiva y, por extensión, de la situación actual de su raza. 

Para Thrall, empero, seguía siendo una figura destacada y digna de admirar. Aunque, ahora que lo pensaba, desconocía cuál había sido su destino, ya que en las crónicas humanas a las que había accedido no indicaban nada de que hubieran exhibido su maltrecho cadáver como símbolo de victoria.

Pero ahora no estaban hablando de él.

- ¿Algo más que puedas decir de tu madre? – preguntó el joven, como si así fuera a provocar que su amiga fuera capaz de afinar sus recuerdos.

Ella meneó la cabeza.

- Sus facciones son esquivas en mi memoria. Sólo recuerdo que, a pesar de sus ojos escarlata, me parecía hermosa, pero también… triste, resentida, aunque ignoro si con su pueblo, con el mundo… o consigo misma – guardó silencio y Thrall no osó romperlo pues Ifta parecía taciturna cuando agregó las verduras al agua.

- ¿Qué recuerdas de los campos de internamiento? – preguntó, intentando pasar a otro tema.

- Pozos infectos de miseria y hacinamiento, el hedor, la comida podrida… detalles sueltos, es lo único que evoco. Nada que no hayas visto tú con tus propios ojos y más recientemente – hizo una pausa – No sé qué fue lo que impulsó a mi madre a escapar de ese lugar y huir hacia aquí, hacia las montañas, en pleno invierno.

- Quizá lo único que quería era poner toda la tierra de por medio para librarse de posibles persecutores – aventuró Thrall, aunque no estaba muy seguro.

- ¿En pleno invierno? ¿Y arriesgarse a que sucediera lo que terminó sucediendo? No sé – se encogió de hombros. Entonces le miró directamente – ¿Qué me dices de ti? 

- ¿De mí? – preguntó él, por un momento desprevenido por el repentino cambio de tema.

- Todos sabemos parte de tu historia, pero no los detalles, ya que el único que los conoce es el propio Drek’Thar – súbitamente pareció cohibida. No le miró a los ojos cuando siguió – Lo que sé es que eras apenas un bebé cuando tus padres se marcharon, que has sido criado por humanos y que escapaste, que llegaste a los campos y luego estuviste con los Warsong que te guiaron hasta aquí, pero nada más. Me preguntaba si podrías contármela, desde el principio hasta el final… pero sólo si es tu deseo – se apresuró a añadir.

Thrall no entendió por qué parecía súbitamente tan avergonzada, ya que normalmente Ifta era muy directa de cara a decir o pedir las cosas. Viendo que él no respondía enseguida ella interpretó su silencio erróneamente.

- Debes perdonarme – se disculpó, cabizbaja - A veces olvido que mi curiosidad puede ser molesta para otros.

- No, no; en absoluto – repuso Thrall con total sinceridad - Si así lo quieres, yo estoy dispuesto a contártela ahora mismo... aunque te advierto que es larga.

Ella alzó la mirada de nuevo.

- No tengo prisa alguna y aún faltan horas para que anochezca. 

Y cuando le sonrió lo hizo con dulzura. Thrall estaba acostumbrado a buscar la belleza y armonía en los rostros de los humanos, a fin de cuenta había crecido entre ellos. Y cuando vio a un orco por primera vez le pareció algo grande, feo y deforme, totalmente ajeno y desagradable. Pero cuando entendió su propia naturaleza y comenzó a relacionarse con su propia gente poco a poco se fue acostumbrando a su apariencia, a sus facciones… tanto a las de los machos como a las de las hembras y fue apreciándolas de la misma forma que había hecho con las humanas. E Ifta le parecía hermosa, especialmente cuando sonreía, así que le devolvió el mismo gesto… y empezó a contarle todo desde el principio.

Le habló de cómo el teniente general Aedelas Blackmoore le encontró en aquél claro junto a los cadáveres de sus padres, de cómo fue su infancia en el hogar de sus sirvientes, la familia Foxton y de su relación con Taretha Foxton, a quien consideraba como su hermana mayor. Sus lecciones con el profesor Jaramin, quien le enseñó a leer y a escribir el lenguaje humano y de cómo le forzaron a dejar sus clases para iniciarse en las de la lucha, cómo tenían lugar esos entrenamientos. Le describió al Sargento, su forma de hablar y de enseñar; el otro único humano que, junto con Tari, mostró algo de compasión y aprecio por él. 

Le habló de aquella primera vez que, con doce años, vio a su primer orco, una historia que había llegado a mencionar al resto de jóvenes del grupo de Ifta, pero esta vez, por complacerla, se la contó lo más detallada que pudo: cómo se sintió, lo que le dijo y no pudo comprender, lo que ocurrió con él…

Le relató sobre aquellas noches leyendo los libros que Taretha le pasaba a escondidas a la par que intercambiaban correspondencia, llenando ese vacío que sentía al estar tan solo. Le contó más de su relación con Blackmoore, aunque era algo que a Thrall aún le costaba, pues donde antes había devoción y respeto ahora sólo cabía la repulsión; sintió que se quitaba un peso de encima por compartir sus sentimientos de la forma más sincera que pudo.

Continuó con cómo eran las peleas de gladiadores y cómo se sentía en medio de la arena cuando alzaba los puños al aire y coreaban su nombre, pensando que le adoraban, lo conformista que era por aquella época… y cómo sucedió, aquel día, en que le obligaron a pelear en diez combates consecutivos, la paliza casi mortal que le propinó aquel ogro haciendo que todos los que apostaron por él perdieran sus ganancias. Y cómo lejos de consolarle o animarle su señor Blackmoore no permitió a los curanderos que lo atendieran con tal de prolongar su sufrimiento para, a continuación, propinarle otra paliza, dejándole después a merced de aquellos quienes vieron sus bolsillos vacíos… y como gracias a este evento Thrall abrió los ojos y decidió escapar con la ayuda inestimable de Tari.

Cómo llegó al campo de internamiento, qué vio allí, cómo escapó y llegó hasta los Warsong y la prueba a la que le sometieron antes de poder ver a Grom Hellscream, cómo fue su estancia con ellos y cómo partió hasta llegar aquí…

Para cuando hubo terminado el cielo que podían ver por la abertura de la entrada ya había oscurecido y el guiso estaba más que listo. Durante su larga exposición Ifta no habló ni un instante, limitándose a observarle y escucharle con interés, trabajando en la cena. Sí que reaccionó de diferentes maneras según lo que él estuviera contando. Una vez terminó siguió callada un rato más y finalmente asintió despacio.

- Aprecio mucho que me lo hayas contado todo, yo… no tenía ni idea de todo por lo que habías pasado. Si lo hubiera sabido no te habría tomado el pelo el día del arco; soy una engreída estúpida.

Y entonces Thrall recordó la torpe disculpa que él le había hecho la noche del Om’riggor, estando bajo los efectos del alcohol. ¿Cómo se le había podido olvidar? Fue a hablar, pero ella alzó una mano para silenciarle.

- Sé que ya lo hablamos y quedamos en buenos términos, Thrall, pero ahora soy aún más consciente de que no tuve el suficiente tacto como para recordar que tú no creciste como un orco al uso. Me dejé llevar por un impulso infantil solamente guiada por un… - se interrumpió, como si hubiera hablado más de la cuenta – En fin, que estuvo terriblemente mal por mi parte ponerte en un compromiso así… te prometo que no volverá a suceder.

Por la brusquedad por la que había finalizado la conversación Thrall entendió que algo la incomodaba mucho, pero no tenía ni idea de qué podía ser. Quiso decirle que si algo le molestaba o importunaba podía decírselo para que él pudiera corregirse, pero no fue capaz de hacerlo porque no sabía cómo expresarlo.

- Ifta…

- Olvídalo – zanjó ella– Como digo, lo hablamos y todo está bien entre nosotros. ¿Verdad?

- Te confesaré que iba terriblemente borracho cuando hablé contigo – admitió Thrall – Me temo que apenas era capaz de articular dos palabras seguidas que tuvieran sentido.

Ella se rio.

- Vaya, no me había dado cuenta de ello – repuso con una sonrisa socarrona, siendo sarcástica– Yo también había bebido – le confesó - Pero te entendí de sobra, no debes preocuparte más por ello. ¿De acuerdo?

- Si tú no lo haces, entonces estoy conforme.

Ifta le sonrió de nuevo y retiró el guiso del fuego. Olía demasiado bien, pensó Thrall, hambriento.

- Gracias – dijo entonces.

- ¿Por qué? – preguntó ella, sin estar segura a qué se refería ahora.

- Por querer conocer mi historia y contarme la tuya. Me ha gustado mucho hablar así contigo.

Por un momento ella se le quedó mirando y pareciera que una oleada de distintas emociones pasaba por su rostro.

- No hay de qué – respondió finalmente – Gracias a ti por contármela e interesarte por la mía… yo… también he disfrutado de la charla.

Y se quedaron así, en silencio, cruzando miradas hasta que al poco se escucharon unos ruidos de pasos y apareció Roggar en la abertura, cargado de leña, seguido por su hermana.

- ¡Cena! –  gruñó, dejando caer la pila sin ningún tipo de cuidado y acercándose hacia el fuego.

- ¿La abuela? – preguntó Morga tras lanzar una tímida mirada a Thrall.

- Aún no ha venido – informó Ifta.

- Iré a buscarla – dijo la niña y se dispuso a salir.

- No te preocupes, ya voy yo – le dijo la hembra mayor en el momento en que golpeaba con la cuchara la mano extendida de Roggar hacia el guiso – No hasta que venga la abuela – le advirtió.

Él gruñó por toda respuesta, pero obedeció. Entonces miró a Thrall y se animó.

- ¿Te quedas a cenar? – preguntó.

Thrall recordó entonces que había quedado en pasarse por la cueva del anciano chamán ya anochecido. Sus ojos azules se abrieron como platos.

- ¡No! ¡Tengo que ir a ver a Drek’Thar! – exclamó y se levantó tan bruscamente que debido a su mayor estatura se golpeó en la cabeza con el techo de la cueva provocando que tanto Roggar como Morga se desternillaran de risa y que Snowsong lanzara un breve aullido lastimero.

Ifta les lanzó una mirada de reproche, pero parecía estar conteniéndose.

- ¿Estás bien? – le preguntó con una sonrisilla en los labios.

El propio Thrall se estaba riendo, frotándose el lugar del golpe con una mano.

- No estoy seguro, puede que me haya olvidado de todo lo relacionado con la herboristería… ¡era broma! – añadió ante la mirada de ella – Me encantaría quedarme, pero de verdad tengo que marcharme…

- Sí, no hagas esperar a Drek’Thar, vamos, vamos – le regañó Ifta. Miró a Morga – No le dejes comer ni un solo bocado hasta que vuelva…

Ante la mirada indignada de Roggar la niña se llevó el puño al pecho en un gesto típico que hacían los guerreros para saludar a su jefe, algo que le pareció realmente divertido a Thrall.

Salieron juntos, pero luego cada uno partió en direcciones diferentes. Ifta a buscar a su abuela adoptiva y Thrall a reunirse con Drek’Thar.



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