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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 11


Thrall nunca olvidaría su iniciación. Para empezar aquella noche en que se reunió con Drek’Thar para cenar el anciano decidió por fin relatarle aquellas que se estaba guardando acerca de sus padres, no sin antes hacerle jurar que no contaría a nadie nada de lo que escuchara hasta que el viejo chamán le dijera lo contrario, algo que el joven aceptó con el corazón desbocado porque, por fin, obtendría las respuestas que tanto había estado esperando.

Esa noche el viejo orco le habló de los auténticos motivos por los que el clan Frostwolf fue exiliado por el difunto brujo Gul’dan, algo que sólo conocían los padres de Thrall y el propio Drek’Thar por deseo expreso de Durotan. Y no eran otros que el brujo había traicionado a su propia especie, ya que no le importaba lo más mínimo el destino de la Horda si no sólo cumplir con los deseos de sus amos demoníacos, que tenían los ojos puestos en este mundo. Cegado por el poder Gul’dan aceptó y fue así como ganó sus poderes de brujo. Junto con un grupo de fieles a los que él mismo instruyó formó el Consejo de la Sombras y comenzaron a dirigir todas las acciones de los orcos, imbuyendo su mente con deseos de lucha y conquista y apartándolos de la senda del chamán y de la naturaleza. Los ataron a los demonios por medio de un pacto vil, esclavizándolos sin que ellos lo supieran, construyendo así el Portal que los llevaría a este mundo.

Además de esto el viejo chamán le explicó que el brillo rojizo en los ojos de los orcos era un vestigio del antiguo control que los demonios habían tenido sobre ellos: los convirtieron en meros esclavos. Y cuando los brujos fueron finalmente asesinados, incluido el propio Gul’dan, ya no podían canalizar la energía demoníaca y de ahí la vacuidad que mostraban los orcos de los campamentos: eran meros cuencos vacíos que una vez rebosaron de un veneno vil y lo peor es que ni siquiera lo sabían y/o siquiera les importaba. Drek’Thar albergaba la esperanza de que esos cuencos volvieran a rellenarse, pero con los poderes sencillos de las fuerzas y leyes de la naturaleza, haciéndoles recordar cuál era su auténtico origen para que pudieran volver a vivir plenamente.

Y Durotan sabía todo esto. Y en algún punto Gul’dan se dio cuenta, por lo que tuvo que buscar una excusa para silenciarlo, ya que matarlo no era una opción para él pues con esto sólo conseguiría convertirlo en un mártir y daría peso a las continuas muestras de desconfianza que el caudillo había ido teniendo con los años, por lo que podría recuperar el apoyo de aquellos quienes le habían dado la espalda. El brujo no podía arriesgarse a que esto se supiera o perdería todo lo que había estado construyendo durante años. 

Así que sin poder matarlo sólo le quedó forzarlos al exilio, por supuesto bajo la amenaza de que si Durotan intentaba iniciar cualquier movimiento contra él Gul’dan se encargaría de que el clan Frostwolf fuera masacrado al completo. Así lo trajo en secreto a su presencia, exponiendo sus amenazas… y el caudillo lo aceptó, por eso y porque para entonces Draka ya estaba encinta. De modo que partieron hacia el norte, hacia las montañas Alterac donde establecerían un nuevo hogar.

Sin embargo, cuando él, su hijo, nació no pudo continuar aceptando semejante destino. Buscó consejo en Drek’Thar y así fue como el anciano chamán se enteró de toda la historia. A pesar de las amenazas vertidas por Gul’dan decidieron seguir adelante, pero para ello necesitaban ayuda y Durotan tuvo una idea. Así que una fría noche de invierno sus padres partieron para buscar a su buen amigo, Orgrim Doomhammer, pero el anciano confesó que desconocía si consiguieron llegar o no hasta él, pues nunca regresaron. Ahora sabía, gracias al tejido del pañal de Thrall, que sus dos amigos habían sido asesinados por espías de Gul’dan.

- Conozco el nombre de Orgrim Doomhammer – dijo Thrall para entonces y le explicó lo que había leído de él en las crónicas humanas.

- Era noble*, valiente e inteligente– asintió Drek’Thar – Desgraciadamente para cuando se conoció la traición de Gul’dan ya era demasiado tarde para que pudiera hacer nada. Los humanos nos vencieron y los demonios se batieron en retirada. El resto ya lo conoces.

- ¿Y qué pasó con Doomhammer? ¿Acaso fue asesinado?

- Creemos que no, pero no se ha vuelto a saber nada de él desde entonces. A veces han llegado rumores hasta nuestros oídos de que sigue vivo y que ahora es un ermitaño que se ha escondido del mundo. Otros en cambio dicen que fue capturado. Algunos piensan que es una leyenda que regresará para unirnos de nuevo y liberarnos cuando llegue la hora.

- ¿Y qué es lo que crees tú? – preguntó Thrall con sumo interés.

Drek’Thar soltó una risita gutural.

- Creo que ya te he contado bastante y que es hora de que descanses. Mañana tendrá lugar tu iniciación, si así ha de ser. Más vale que te prepares. 

Thrall asintió y decidió que tenía razón. Se levantó e hizo una respetuosa reverencia a modo de despedida antes de marcharse con Snowsong. 

Cuando estuvo totalmente seguro de que se habían ido Drek’Thar volvió su rostro ciego hacia su compañero de confianza, Wise-Ear.

- Tengo un encargo para ti, mi viejo amigo. Ya sabes lo que tienes que hacer.



Aquella noche Thrall no pudo conciliar el sueño debido a su nerviosismo, no sólo de cara a la prueba de iniciación sino también por todo lo que Drek’Thar le había contado sobre sus padres. 

El cielo apenas estaba gris cuando salió de su cubil y cuál fue su sorpresa que se encontró con que todos estaban despiertos y esperándole. Vio a todos sus amigos: Uthul, Igrim, Roggar y Rekkar. También estaban la abuela Garula, la pequeña Morga y hasta Palkar, el otro aprendiz de Drek’Thar… y por supuesto Ifta.

Quiso hablar para darles las gracias a todos los presentes, pero Drek’Thar lo detuvo con un ademán.

- No podrás hablar hasta que yo te dé permiso. Partirás enseguida, en dirección a las montañas; Snowsong no irá contigo, debe quedarse. No comerás ni beberás nada, tan sólo meditarás acerca de la senda que estás a punto de iniciar. Cuando el sol se haya puesto, regresarás y comenzará el rito.

Sus ojos se posaron un instante en Ifta quien, con el rostro altivo, asintió despacio, como si quisiera infundirle ánimos. Uthul hizo lo propio, alzando un silencioso puño a la altura del pecho. Thrall no pudo evitar sentir una oleada de cariño por ambos.

Acto seguido se dio la vuelta y marchó, tal como el anciano le había pedido. Snowsong por su parte permaneció sentada, pero echó la cabeza hacia atrás y comenzó a aullar, secundada por el resto de lobos. Y de ese modo aquel coro salvaje y dulce le acompañó mientras se alejaba del lugar.



- ¿Qué te aflige, niña?

La pregunta inquisitiva de la abuela Garula la había pillado desprevenida.

- ¿Hmmm? ¿A qué te refieres, abuela? No me aflige nada – respondió, tras soltar un bufido y retomar su tarea con más ímpetu del que estaba dedicándole hasta entonces.

No sin cierto esfuerzo Garula se sentó a su lado. Observar las manos habilidosas de la joven doblando y entrelazando hojas y tallos de espadaña despertaba en ella sentimientos de nostalgia, pues tenía los dedos tan deformados por su enfermedad que para ella era imposible ejercer tareas como aquella que requerían precisión y pericia. Por suerte para la anciana nunca estaba desatendida y, aunque eso no paliaba su frustración por sentirse menos útil, le permitía sobrellevarla de mejor manera.

Garula observó a la joven con cariño. Recordaba el día que llegó al clan, aterida de frío, al borde de la muerte. Venía sucia, andrajosa y desnutrida, apenas tendría dos o tres años; una vez recuperada Drek’Thar la asignó a su hogar. Al ser fiel y trabajadora la niña rápidamente se ganó el corazón de Garula, así como con el del resto del clan. 

Por todo esto, la vieja hembra la conocía lo suficientemente bien como para saber cuándo algo la alteraba y había observado que últimamente estaba más dispersa de lo normal.  

- Sí que te ocurre – dijo finalmente - Estás inquieta por algo y yo soy una anciana con mucho tiempo libre.

- Abuela, ya te he dicho que yo no…

- Lo estás, niña – zanjó Garula - Puede que no seas mi nieta de sangre, pero llevamos juntas más de una década. Yo te he criado y sé perfectamente cuando estás contenta, cuando estás enfadada o apesadumbrada. Incluso sé cuándo has hecho alguna travesura. Ahora estás con la cabeza en las nubes, dándole vueltas a algo que te preocupa. Mírate; hacía rato que deberías haber terminado ese canasto, pero me fijo en que no paras de mirar en dirección al sendero por el que se fue Thrall.

Garula percibió, no sin cierta satisfacción, los sutiles cambios que se produjeron en la joven. 

- Bueno – gruñó ésta. Sus mejillas estaban oscurecidas – Sólo me preguntaba si conseguirá pasar la prueba.

La anciana arqueó una ceja.

- ¿Eso es todo?

- No…es sólo que – la miró y la anciana pudo ver en sus ojos castaños la diatriba que la enervaba– No he hablado de esto con nadie, pero ya no sé qué hacer…

Garula suspiró para sus adentros. Bien sabía que si alguien tenía algún problema Ifta era la primera que se ofrecía voluntaria para ayudar, pero cuando era al revés, que ella fuera quien estaba en apuros, creía que debería ser capaz de resolver sus propios asuntos. Eso en más de una ocasión la había metido en algún lío, muchas veces arrastrando sin quererlo a Uthul y Roggar. Irónicamente no predicaba con el ejemplo.

 – Niña, ya sabes que allá donde el lobo solitario falla la manada triunfa – le recordó Garula.

El entrecejo de la joven se arrugó; por supuesto que lo sabía y entendía lo que quería decirle su abuela. Tras otro momento de vacilación detuvo su tarea y resopló, decidida finalmente a dar el paso adelante.

- Este verano me sorprendió un extraño sueño, abuela; uno como nunca antes tuve – comenzó – Como si de un águila se tratase podía ver un campo de batalla, aunque ésta ya había finalizado. Por doquier yacían los cadáveres, tanto de orcos como de humanos, ríos de sangre roja y negra se entremezclaban regando la tierra húmeda. Una débil lluvia repiqueteaba sobre los escombros de un antiguo muro derrumbado, unos restos que por algún motivo me transmitían pesar y angustia, como si supusieran un amargo recuerdo para mi corazón. Y aún a pesar de tan aciago sentimiento percibía los tímidos rayos de una promesa de victoria como si del sol primaveral se tratase – frunció el ceño – Aquel sueño se diluía, solapándose con el siguiente, donde parecía haber transcurrido un tiempo indeterminado. Lo intuía por indicios, no cosas concretas: albores de una amenaza colosal que obliga a alianzas forzosas, nuestro pueblo está preparado en un nuevo campo, de fondo se escucha el fuerte graznido de un cuervo… y entonces le veo a él. Un orco alto enfundado en una armadura negra. Intento grabar en mi mente los detalles de sus facciones, pero éstas me resultan difusas; lo único que sí llego a recordar son unos inusuales ojos azules. De él emana una apacible seguridad, el eco de unas ambiciosas aspiraciones mezcladas con un fuerte sentimiento de honor, pero en realidad, es tan humilde como un simple peón. Arenga a las tropas para la batalla final con valor y sabiduría, emanando un aura casi solemne; todos le siguen, todos creen en él. En definitiva, le respetan enormemente. Y cuando se vuelve y cruzamos la mirada fuertes sensaciones me golpean como un rayo, intensas de una forma que jamás había sentido; es ahí cuando entiendo lo que significa él para mí y lo que yo soy para él. Me siento afortunada por ello - en este punto la pasión de las palabras de la joven parece disiparse, pues agacha la cabeza y entrelaza las manos antes de seguir - Todo parecía haberse iluminado con su presencia, pero entonces ocurre un cambio sutil en el entorno, como si una sombra creciente se cerniera sobre nosotros… Un mal presentimiento – su voz apenas un susurro – Un relámpago cae, partiendo en dos el cielo y la batalla simplemente estalla a nuestro alrededor mientras todo, poco a poco, se va oscureciendo. Pero esa oscuridad no es producto de la tormenta, sino que se siente como no natural, reptante – se estremeció - Entonces algo sucede, somo si el suelo cediera o algo así, pero me encuentro en peligro, a punto de caer hacia esa vorágine sin luz. Él lo ve y presto me ayuda, pero entonces esa creciente negrura termina alcanzándonos y luchar contra ella parece inútil. La batalla se ha difuminado hasta el punto que carece de importancia, amortiguados sus sonidos, simplemente desaparecida en el fondo. Lo único que me importa es el "nosotros": está sufriendo por mi culpa. Lucho, lucho con todas mis fuerzas por salvarle, pero es completamente inútil. Simplemente, quedamos envueltos, en un abrazo silencioso de aquella negrura, las fauces sombrías se cierran en torno a él.... Le llamo, pero no escucho su nombre saliendo de mi boca, a pesar que lo digo todo lo alto y fuerte que puedo. Y finalmente, él desaparece, sin dejar rastro alguno. Lo único que queda es aquella oscuridad: un lugar vacío y hueco, sin esperanza... sólo un dolor punzante, sentimiento de pérdida... y frío, un frío glacial como nunca antes experimenté aquí, en la montaña, durante el más crudo invierno. Era uno que calaba los huesos hasta el mismísimo tuétano...

Se hizo un pesado silencio cuando Ifta terminó de contar aquel terrible sueño de una noche de verano. Con la cabeza gacha, los ojos fijos en sus manos entrelazadas sobre su regazo, aguardó un comentario que nunca llegó de la abuela Garula. Tener la oportunidad de seguir hablando le dio alas para expresar en voz alta sus inquietudes.

- Desperté súbitamente, empapada en sudor, pero irónicamente con aquella sensación helada aún en mi cuerpo, el corazón latiendo como si quisiera salirse de mi pecho. Me sentía embargada de ese mismo sentimiento de desesperación y recuerdo que me llevó un tiempo recobrarme de la impresión, recordar dónde me encontraba. Aun así, me dije que tan sólo había sido un mal sueño, que no tenía importancia y que lo mejor era olvidarlo. Y ya casi lo había conseguido, pero entonces… 

- Llegó Thrall – aventuró la abuela.

La joven asintió.

- Esos ojos azules… supe, de algún modo, que él era el orco de mi sueño. Parecía absurdo, pero de veras lo creí. Tuve la corazonada… la tengo – alzó la vista y Garula pudo ver el temor y la angustia reflejado en sus ojos - ¿Crees que sólo es una caprichosa coincidencia o que el sueño puede tener algún significado? – estalló - ¿Acaso es una visión de un certero futuro o tan sólo de uno posible? ¿Qué quiere decir ese final tan aciago? ¿Él va a morir por mi culpa? De ser así, entonces lo mejor es que me aparte de él. Si yo voy a ser responsable de su caída, debo dejarlo marchar y no seguirle, pero abuela, el mero hecho de pensar en ello hace que me resulte totalmente insoportable…

Garula quiso reconfortarla así que envolvió sus manos con las suyas. No se había esperado algo como eso; pensó que simplemente se trataba de algo relacionado con sus sentimientos por el joven Thrall. Podía ser vieja, pero se daba perfectamente cuenta de cómo reaccionaba su nieta en su presencia. Pero esto… esto era algo muy distinto, comprendía por qué Ifta estaba tan alterada.

Los sueños no eran algo que debieran tomar a la ligera y más si provenían de alguien que había estado preparándose para ser chamán; puede que no hubiera tenido la oportunidad puesto que fue rechazada por los elementos en el rito, pero Garula seguía creyendo que Ifta hubiera podido ser una excelente chamán y siempre cabía la posibilidad que tuviera rasgos videntes. Tenía una mente despierta, conocía y respetaba en profundidad las antiguas tradiciones, aprendía rápido, tenía buena memoria, era valiente y estaba dispuesta siempre por hacer lo mejor para su pueblo. Sin embargo, sólo los chamanes más habilidosos eran capaces de tener premoniciones o visiones, las cuales podían sobrevenir en cualquier momento. Estaba claro que Ifta temía que aquel sueño tuviera tintes premonitorios, pero ella no tenía potestad para confirmarlo.

- ¿Le has hablado de esto a alguien? – preguntó.

Ifta negó con la cabeza.

- Eres la primera a quien se lo cuento. Tú… ¿tú qué crees, abuela?

- ¡Hija! Yo no sé de estas cosas – respondió la anciana en tono calmado para ocultar su propia estupefacción – Yo no puedo ayudarte, pero ya sabes quién podría arrojar algo de luz a todo esto…

- Estuve a punto de contárselo, pero…

- ¿No lo hiciste porque dejarías patente tu interés en el joven Thrall? – preguntó la anciana - ¡Vamos niña! – exclamó cuando vio su reacción – Ya te he dicho que te conozco demasiado bien. Sólo respóndeme a una pregunta. ¿Tu atracción hacia él se basa sólo en ese sueño o es algo genuino?

Ifta meditó la cuestión unos instantes.

- Confieso que al principio albergaba mis dudas – admitió – Porque, tras ver sus ojos, no podía evitar sentir una prudente curiosidad hacia él. Me preguntaba si efectivamente sería mi elegido, pero ¿cómo iba a serlo si tan siquiera le conocía? Y no vi nada especial en él, no al principio. Sin embargo, al ir conociéndole más y más…

La frase dejada en el aire fue suficiente respuesta para Garula. Apoyó una mano en el hombro de la joven que sintió una especie de cosquilleo en lo más recóndito de su subconsciente; estaban conectadas porque ambas habían pasado por lo mismo. Pero eso no la hizo sentir mejor.

- ¿Por qué duele tanto, abuela? – preguntó finalmente la joven, el rostro contrito - ¿Qué debo hacer? No quiero que lo que suceda en el sueño se cumpla, pero tampoco quiero perderle.

- Ve a ver a Drek’Thar – insistió Garula – Cuéntaselo y él sabrá aconsejarte sabiamente. No puedes seguir así o te consumirás en la angustia.

La joven hembra suspiró profundamente.

- Lo haré, una vez concluya el ritual. Te lo prometo, abuela.

La anciana dio un último apretón a sus manos y las restiró, permitiéndole continuar con la elaboración del cesto.

A pesar de sus palabras Garula sabía algo que Ifta desconocía, pues aún era demasiado joven. Y es que las pasiones del corazón no admiten otra elección diferente a la que el mismo dicte. El amor es el sentimiento más fuerte y difícil de doblegar que existe, no importa cuántos elementos haya en contra, prevalecerá hasta extinguirse sólo con la muerte. Por lo que en realidad Ifta ya había tomado una decisión, aunque aún no lo supiera… y Garula sólo pudo desearle ser fuerte para lo que estuviera por llegar.



El sol se estaba poniendo cuando Thrall regresó de vuelta al territorio del clan. A su regreso sólo le recibió Drek’Thar, que le llevó hasta un lugar totalmente desconocido para él. Según le informó sin que el orco joven hiciera pregunta alguna se debía a que ese sitio sólo se mostraba cuando quería darte la bienvenida. Se limitó a seguir las instrucciones de su maestro y… a esperar.


Cuando todo hubo acabado simplemente se sintió exhausto. Los espíritus fueron pasando uno detrás de otro, presentándose ante él y esperando la pregunta correcta. Y cada vez que terminaba con uno iba sintiendo más y más poder… pero irónicamente jamás se había sentido tan desvalido y débil como ahora.

Drek’Thar, visiblemente emocionado, le explicó que eso simplemente era una prueba más de que debía sentirse honrado y añadió que sus padres estarían orgullosos de él. 


A partir de entonces algo en Thrall cambió. Se sentía mucho más fuerte y confiado que en toda su vida… pero su entrenamiento apenas había empezado. Drek’Thar enseguida empezó a enseñarle las invocaciones, que era como los chamanes nombraban a los hechizos.

- Nosotros preguntamos y los poderes con los que trabajamos responden… o no, según sea su voluntad.

- ¿Alguna vez se negaron a responder?

Tras un breve silencio Drek’Thar asintió.

- Sí. 

- ¿Por qué? ¿Cuándo? – preguntó Thrall y, dándose cuenta de lo impaciente que sonaba, decidió añadir – A menos que no desees hablarme de ello.

— Debo; aunque sea en ciernes ahora eres un chamán y por eso es justo que conozcas nuestras limitaciones - hizo una pausa y suspiró - Me avergüenza admitirlo, pero en más de una ocasión solicité a los espíritus favores impropios. Fue cuando unos humanos asesinaron a muchos de los nuestros. Así que, en represalia, le pedí al espíritu del agua que inundara su campamento... pero éste se negó. En ese lugar había heridos, mujeres y niños. En mi rabia fui incapaz de entenderlo, pero cuando ésta se disipó comprendí que había tenido razón.

— Pero todo el tiempo se producen inundaciones que se cobran la vida de muchos inocentes...

— Aunque no nos lo parezca los espíritus tienen su propia voluntad y sus propósitos, Thrall: ellos no nos las rebelan. E incluso aunque lo hicieran, no estoy seguro que nosotros las comprendiéramos. 

Thrall meditó unos momentos sus palabras antes de preguntar.

— ¿En qué otra ocasión recibiste una negativa?

Drek’Thar dudó.

— Es probable que te imagines que siempre he sido viejo; el guía espiritual del clan que tienes ante tus ojos.

Thrall sofocó la risa.

— Nadie nace siendo anciano, sabio - arguyó socarronamente.

— Pues una vez fui joven, como tú ahora, y la sangre corría cálida en mis venas. Tenía una pareja y un hijo. Murieron.

— ¿En las guerras?

— No, no fue tan noble. Sencillamente, enfermaron, y todas mis súplicas a los elementos fueron en vano —Incluso en esos momentos, su voz estaba cargada de pesar—. En medio de mi dolor exigí a los espíritus que me los devolvieran. Se enfadaron conmigo y, durante muchos años, desoyeron mis llamadas. Por culpa de mi arrogancia el clan sufrió a causa de mi inhabilidad para invocar a los espíritus. Cuando reparé en la necedad de mi deseo, rogué a los espíritus para que me perdonaran... y lo hicieron.

— Tu reacción es comprensible. Deberían haberlo entendido.

— Podría haber sido así; en efecto, mi primer ruego fue humilde, y el elemento fue compasivo en su negativa. En cambio, la furia nuevamente dominó mi segundo intento así que el espíritu de la naturaleza se ofendió al ver que yo abusaba de ese modo de nuestra relación, por lo que retiraron sus palabras y sus oídos de mí.

Drek’Thar extendió el brazo y posó una mano en el hombro de Thrall.

— Es más que probable que hayas de soportar el dolor que causa la pérdida de seres queridos, Thrall. Has de saber que el espíritu de la naturaleza tiene sus razones para hacer lo que hace, y, por muy grande que sea el dolor en tu corazón, debes respetarlas.

El joven asintió, pero él empatizaba por completo con el viejo chamán y no lo culpaba por haber intentado algo así. Mientras pensaba sus ojos habían vagado por la cueva y entonces cayó en un detalle que hasta entonces le había pasado desapercibido.

—¿Dónde está Wise-ear? —preguntó, para cambiar de tema.

—Lo ignoro — repuso Drek’Thar tranquilo — Es mi compañero y no mi siervo. Parte cuando lo desea y regresa a su antojo. 

Antes de que pudiera ponerse de pie Snowsong apoyó la cabeza en la rodilla de Thrall, como si quisiera decirle que ella no se iría a ninguna parte. El joven sonrió con cariño y la acarició la cabeza, sintiéndose muy agradecido por su suerte.


A pesar de que ahora pasaba la mayor parte del tiempo con el viejo chamán meditando y estudiando los ratos libres los disfrutaba en compañía de sus amigos e incluso aún entonces sus habilidades como chamán le hacían destacar… y aquel día no fue una excepción. Habían salido de cacería y ni siquiera las habilidades de Ifta ni los sentidos superiores de los lobos conseguían que dieran con pieza alguna.

Roggar, furioso, pateó con furia una piedra, sobresaltando a su compañero lobuno. Igrim escupió, enfadada.

- ¿Quieres dejar de golpear las cosas como un bruto? – le espetó - ¡Eso no nos ayuda en nada!

- ¿No te das cuenta que llevamos días rastreando a esa maldita manada y que ya apenas quedan provisiones? – le preguntó él, furioso - ¿Cómo vamos a regresar de nuevo con las manos vacías? ¡Los niños están famélicos!

- ¡Claro que nos damos cuenta! – gritó Uthul dándole un manotazo en el hombro – Pero si te pones a dar golpes y a berrear lo único que conseguirás es espantar a cualquier animal a kilómetros a la redonda.

Roggar le encaró, respondiéndole que quien ahora estaba gritando era precisamente él así que Igrim les amonestó a los dos, iniciando una nueva discusión. 

Thrall los miró en silencio. Los ánimos estaban tensos; se sintió en la obligación de decirles algo, intentar calmarlos, pero simplemente estaba cansado de hacerlo. En su lugar se volvió hacia Ifta, si bien titubeó cuando quiso hablarla. Desde que había finalizado su ritual de iniciación la notaba diferente, como más fría y esquiva: Thrall se preguntaba el motivo, pero no acertaba a dar con él. Y eso le apesadumbrada y molestaba a partes iguales. 

Pero ver discutir a sus amigos le hizo comprender que ahora mismo el grupo estaba quebrándose y si querían tener éxito en la cacería eso no podía suceder: eran una manada y como tal debían colaborar para conseguir sus propósitos. Así que se forzó porque su voz no sonara demasiado resentida cuando preguntó:

- ¿Encuentras algo? – pensó e, internamente añadió “Dime que sí” sin apartar la mirada de sus otros amigos.

- No lo entiendo, tiene que haber ciervos por esta zona – murmuraba la joven con la voz cargada de frustración, sus trenzas balanceándose suavemente por la brisa enmarcando su rostro y él pensó que ni le había escuchado. Tomó uno de aquellos excrementos y lo desmenuzó en su mano – Estas deposiciones son recientes y también estaba toda aquella corteza mordisqueada. ¿Cómo es posible que no seamos capaces de dar con ellos?

Él también se lo preguntaba y, decididamente, estaban en una situación que rozaba la desesperación. Había estado postergando la decisión todo ese tiempo, pero sintió que ya no podía hacerlo más. Era la primera vez que iba a intentar dirigirse a ese espíritu en concreto y por ello no estaba seguro de cómo proceder, pero debía intentarlo.

Así que respiró hondo, cerró los ojos y expandió su mente. Obvió los gritos de sus otros amigos, los gruñidos de Ifta y la presencia de los lobos. Simplemente se concentró…

- Espíritu de la naturaleza que insuflas la vida en todas las cosas, yo te imploro. – elevó- No te pedimos más que lo necesario para aplacar el hambre de nuestro clan. Por eso te pido, espíritu del ciervo, que hagas un sacrificio por nosotros. No malgastaremos ninguno de tus regalos, y te honraremos. Una vida por la de muchas otras...

No obtuvo respuesta, pero percibió un cambio sutil que no supo describir. Así que abrió los ojos y delante de él vio, a una distancia de un par de brazas, a un ciervo blanco.

- ¡Oh! – exclamó, sin poderlo evitar.

- ¿Qué? – preguntó Ifta, alzando la mirada y cuando le vio con la vista clavada en un punto en concretó, la siguió - ¿Qué pasa?

- ¿Acaso no lo ves?

Ella parpadeó, frunciendo el ceño. 

- ¿Ver el qué, Thrall?

¿Disimulaba adrede o de verdad no podía verlo? Sus otros tres compañeros se acercaron, pues habían escuchado su conversación y ellos tampoco veían el ciervo que Thrall les señalaba. Entonces el magnífico animal inclinó la cabeza y dio un brinco, alejándose de ellos.

- ¡Seguidme! – exclamó Thrall y sus aturdidos compañeros, aunque no entendían nada, obedecieron. 

Recorrieron cierta distancia y entonces escucharon claramente los berridos inconfundibles de un ciervo herido. Se aproximaron y confirmaron sus sospechas: en el suelo próximo a un árbol podrido yacía un ciervo majestuoso con una de sus patas doblada en un ángulo antinatural, sus ojos desencajados por el dolor y el terror. Bramaba al aire, soltando grandes vaharadas de vapor. El animal era incapaz de levantarse; a juzgar por la nieve chafada de su alrededor y las marcas de pezuñas lo había estado intentando durante largo rato y ahora simplemente estaba demasiado cansado como para seguir.

Thrall se aproximó despacio, guiado por el instinto, sin hacer movimientos bruscos ni emitir ningún sonido. Lo normal hubiera sido que el ciervo pataleara asustado por su cercanía, pero parecía extrañamente expectante. Los otros orcos se limitaron a observar la escena con gran estupor.

- No temas – le dijo al ciervo cuando estuvo a su lado y se arrodilló– Tu sufrimiento terminará pronto pero tu vida seguirá teniendo significado. Te doy las gracias, hermano, por tu sacrificio.

Comenzó a acariciarle el cuello, despacio y suavemente, y eso sumado a las palabras hizo que el animal se relajara. Al cabo agachó la cabeza y entonces con un movimiento rápido para ahorrarle dolor Thrall le partió el cuello con sus poderosas manos. A continuación, apoyó un momento la mano sobre la cabeza del animal antes de levantarse, dedicando una muda plegaria al elemento de la naturaleza. Cuando se volvió hacia sus amigos se encontró con sus miradas asombradas.

- Esta noche cenaremos gracias a la voluntad de este ciervo – les dijo solemnemente – Llevémonos su cuerpo y consumamos su carne. Fabricaremos herramientas con sus huesos y ropa con su piel y, cuando lo hagamos, recordaremos que nos ha honrado con su regalo**.


Gracias al éxito de la cacería los jóvenes volvían de buen humor hasta el territorio del clan. Detrás de los lobos Uthul y Roggar marchaban cantando a pleno pulmón con el ciervo colgando de una rama flexible y larga que ambos jóvenes se habían puesto a los hombros. Detrás de ellos Igrim les secundaba elevando los pies de forma exagerada en sus pasos. Ifta y Thrall cerraban la marcha, aunque éste iba más rezagado. Se sentía satisfecho por su éxito, pero seguía frustrado por no ser capaz de saber qué había hecho mal para que Ifta se hubiera distanciado de aquella manera.

Como marchaba delante de él podía observarla sin que ella se percatara. Deslizó la mirada por su larga y espesa melena semitrenzada y se preguntó qué le pasaría por la cabeza para comportarse ahora sí. La conocía lo suficiente para saber que no era por envidia por haber logrado lo que ella no pudo con los elementos, pues recordó el largo rato que pasaron en su cueva, contándose sus respectivas historias. Ella admitió que, al igual que a él, eso le había complacido. Y le había hecho un gesto de apoyo cuando partió a meditar. Y luego simplemente…

Algo cambió en la postura de Ifta que le alejó de sus elucubraciones. La joven desvió su rumbo y comenzó a caminar más despacio.

- Lo hiciste bien – le dijo con la cabeza gacha y voz ronca, situándose a su lado en la marcha.

- ¡Yo no hice nada! – replicó Thrall – Tú más que nadie debes saber que todo se ha debido a la propia voluntad del espíritu de la naturaleza.

- Lo es, pero también es cosa del chamán hacer la petición correcta. De entre todos los espíritus diría que el de la naturaleza es el más complicado al que dirigirse.

Thrall pensó que podía tener razón. No en vano cuando se hablaba de “espíritu de la naturaleza” en realidad se englobaba a todos los diferentes espíritus de cada ser vivo. Durante su rito se presentaron como los más poderosos por este motivo. Recordó cómo de abrumado se había sentido por ese poder y que llegó a pensar por un instante que no pasaría la prueba… aunque finalmente lo había conseguido. 

- Es posible – concedió – La verdad es que me dio un poco de respeto la idea de dirigirme a él, teniendo en cuenta todo lo que Drek’Thar me contó…

- Ya sé a qué te refieres – dijo ella – Aquella vez que se retiraron durante años. Fueron tiempos muy difíciles para todos, pero especialmente para él: ya no sólo perdió a su familia con las fiebres si no que tuvo que vernos al resto sufrir las consecuencias de su error. Esa epidemia nos golpeó fuerte; es la misma que se llevó a los padres de Palkar y a los de Roggar… entre otros.

Thrall la miró.

- ¿Tú ya estabas por aquel entonces? 

- ¡Oh sí, ocurrió un par de años o así después de llegar yo! Pocos fuimos los que permanecimos sanos; nos esforzamos por ayudar a nuestros enfermos. Fue a raíz de esto que le expresé mi deseo a Drek’Thar de que me enseñara todo sobre las plantas para ser curandera… y poco después empecé mi adiestramiento para chamán.

- ¿Acaso fue por iniciativa tuya? – preguntó Thrall, sorprendido.

- La parte de la medicina, sí. Pero la parte de intentar la senda chamánica fue idea de Drek’Thar. Viendo todo lo que había ocurrido, tomó consciencia de que él no siempre estaría aquí para ayudarnos así que consideró preparar a otros para que siguieran sus pasos y ayudar al clan una vez él hubiera partido. Pero hasta ahora no lo había conseguido – al fin le miró - Tú le has traído esperanza… a él y a todos nosotros.

Thrall se sintió algo cohibido con la observación, pero también extrañamente satisfecho. Guardaron silencio durante un rato.

- ¿No has considerado la opción de intentar de nuevo pasar el ritual? – le preguntó entonces Thrall, más animado porque volvían a hablarse como antes, al menos durante este rato – Ya sabes, retomar la senda.

La pregunta parecía haberle pillado desprevenida a su amiga a juzgar por su reacción. Pareció pensarlo.

- No, creo que no – concluyó – Hace ya años de mi ritual fallido… por poder se puede intentar, pero ¿sabes? No siento que sea lo que deseo. Me he acostumbrado al rastreo, a la caza y a ser curandera… me siento plena, bien conmigo misma, soy útil a mi clan de esta manera. Puede que los elementos lo supieran y por eso me rechazaran, quién sabe. Debemos asumir nuestro destino.

Thrall frunció el ceño: no estaba del todo de acuerdo con el conformismo de la joven, pero él no era quien para cuestionarla. Si ella amaba esa vida sencilla y se sentía bien con lo que hacía no tendría que haber ningún problema, pero le chocaba que ella descartara tan segura la opción de volverlo a intentar. ¿Acaso no sería útil que hubiera más chamanes para mantener la antigua costumbre?

- El destino es como un río; no importa cuánto nades a contracorriente, es más fácil fluir con él – recitó ella, más para sí misma que para él – Por mucho que creamos avanzar en realidad retrocedemos al punto donde el destino nos quiere llevar - su voz cada vez era más baja, apenas un susurro y al poco, parpadeó, como si cayera en cuenta en algo que le había pasado desapercibido - ¿Significa eso que, haga lo que haga, la suerte está echada? ¿Qué da igual lo que elija? Entonces ¿qué sentido tiene que intente luchar contra mi deseo? 

Thrall no entendía nada de lo que estaba diciendo ni por qué. Le pareció, una vez más, que su amiga meditaba en voz alta.

- ¿De qué estás hablando, Ifta?

Ifta parpadeó y le miró confusa, como si hubiera olvidado que él estaba allí. Y entonces sus ojos se abrieron como platos y sus mejillas se oscurecieron ligeramente. Se detuvo con brusquedad, haciendo que él la imitara. Se encontraban descendiendo una pendiente, un sendero que los llevaba ya al territorio del clan. Sin darse cuenta en su charla habían ido disminuido la marcha y habían puesto bastante distancia del resto de sus amigos. 

- ¡Eh! ¿Qué hacéis ahí atrás? – se escuchó la voz de Igrim a lo lejos- ¡Espabilad!

A pesar de que la habían oído ninguno de los dos hizo amago por hacer caso a su amiga. Ifta parecía indecisa y Thrall se preguntaba por qué, ya que no entendía nada de lo que había dicho un momento antes. Justo cuando iba a repetirle la pregunta…

- Quiero decir que… nosotros somos nuestro propio destino – concluyó y, en cierto modo, parecía triste – Nuestra voluntad siempre coincide con los deseos del destino. Y tú estás destinado a grandes cosas, Thrall – le dijo, pillándole por sorpresa.

- ¿Yo? Pero ¿por qué? ¿A qué viene eso ahora?

- Es tu futuro, tu destino…

- ¿Por qué hablas de mi futuro ahora? – preguntó, meneando la cabeza y sintiendo que cada vez comprendía menos.

- Porque yo lo he… - dijo Ifta para interrumpirse con brusquedad, como si de nuevo hubiera estado a punto de hablar demasiado. Dudó de nuevo, pero finalmente preguntó - ¿Sabes que existe una creencia en nuestro pueblo sobre el color claro de los ojos, especialmente del azul? 

Thrall negó con la cabeza, sin entender aún a dónde quería llegar a parar, pero ávido por saber más.

- ¿Ahí atrás? – Igrim de nuevo, muy lejos. Pero a ninguno les importó.

Ifta chasqueó la lengua y dio un paso hacia su amigo, su mentón alzado para poderle mirar, ya que Thrall le sacaba más dos cabezas de altura.

- Los ojos claros son comunes entre los humanos, pero no entre nosotros, Thrall – explicó finalmente – Se dice que aquellos orcos que tengan ojos claros estarán destinados a grandes proezas… pero también a cargar un gran peso sobre sus hombros, a veces pagando un alto precio por ello. ¿Lo entiendes ahora?

Apenas, pensó Thrall. No tenía ni idea de semejante creencia. Era cierto que, desde que se había liberado, no se había cruzado con ningún orco con un color de ojos diferente a los castaños, a excepción de Grom Hellscream y los orcos de los campamentos, cuyos ojos eran de un rojo incandescente: algo que ahora sabía con total certeza que era antinatural.

- ¡Ahí atrás! – esta vez sonaba más cerca y más urgente - ¡Venid, daros prisa!

Dicho tono les extrañó e intercambiaron una mirada de alerta.

- ¡Ya vamos, Igrim! – llamó Ifta y echaron a correr.

Se la cruzaron unos metros más adelante pues la joven orca les interceptó cuando corrían en su dirección. Al ver su expresión Thrall supo que algo malo había ocurrido.

- ¿Qué sucede Igrim? – le preguntó.

- Los ogros – les informó esta, con el rostro dividido entre la furia y la alarma – Parece que mientras estábamos fuera tuvo lugar un ataque. ¡Vamos!




* Admito que soy fan de este personaje, pero es curioso como los guionistas han ido blanqueando las figuras de los “buenos” con el paso de los años. En Warcraft 1 se nos insinúa que Doomhammer traiciona y derroca al Jefe de Guerra por mera ambición y por considerarle ineficaz a la hora de llevar las riendas de la guerra. 

** A mi también me parece que un ciervo es bien escaso para alimentar a todo un clan de orcos pero oye, así es en el libro y, por tanto, lo he dejado tal cual. 


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