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[Relatos oníricos] La ruptura de un vínculo - Capítulo 3



El agua estaba muy fría pero consiguió nadar hasta la superficie para recuperar el aliento y después hasta la orilla. Se quedó tumbada un momento, tosiendo y miró a sus alrededores. No veía a sus perseguidores, pero algo le dijo que no tardarían en llegar hasta ella. Vio más ruinas cerca del río y se apresuró a esconderse allí, detrás de una gruesa columna. No tardó mucho en escuchar los gruñidos guturales de los Uruks, que empezaron a discutir hablando en la lengua negra. Natalie se mordió los labios cuando les vio mirar el suelo y seguir lo que sería su rastro.

Se pegó a la columna reteniendo el aliento y entonces vio, entre la floresta, algo que se movía. Se quedó mirando fijamente con el ceño fruncido, por un momento olvidándose de los Uruks. ¿Qué había sido eso? Entonces algo le tocó en el hombro. Fue a gritar pero alguien le tapó la boca. Se trataba de una chica de ojos grandes y oscuros, de pelo muy corto moreno que tenía algunas hojitas secas enredadas. Ladeando la cabeza se puso el índice en la boca para indicarle que debía guardar silencio y tras asegurarse que Natalie le obedecería le retiró despacio la mano de la boca y esbozó una amplia sonrisa que desconcertó a nuestra a Natalie. Quizá esa chica no entendía la gravedad de la situación.
A sus oídos llegó el sonido de un gran revuelo, ruidos de pelea. Los Uruks montaron un gran escándalo con sus rugidos y gritos. Natalie quiso saber qué estaba sucediendo pero cuando intentó asomarse por la columna la chica no le dejó. Se mantuvo delante de ella y Natalie la estudió con más atención. Era bajita y delgada, de facciones finas que le daban un aire de duendecillo, sobre todo porque miraba a Natalie con la cabeza ladeada y los ojos muy abiertos. Entonces la tocó el pelo, haciendo que Natalie se revolviera ligeramente. La chica no pareció molestarse por su reacción.
- Eres muy guapa y hueles muy bien  – dijo con una vocecita agradable - ¿Cómo te llamas?
A pesar de lo extraño de la situación, decidió responder.
- Natalie… ¿Tú?
Se hizo el silencio, la lucha había sido breve.
- Daisy – dijo la chica y alzó la nariz respingona -  Y él es Moss.
En ese momento un hombre joven entró en el campo de visión de Natalie. Tenía el cabello largo hasta los hombros. Esbozaba una media sonrisa y sus ojos oscuros la miraron con cierto descaro, una de sus cejas permanecía alzada. Era alto y delgado pero se le veía en forma y su única ropa la componían unos pantalones, algo rotos y sucios. Natalie le devolvió una fugaz sonrisa pero bajó la mirada porque él seguía observándola.
- ¿Y bien? – preguntó Daisy.
- Los orcos son historia – dijo él haciendo un gesto con la cabeza al lugar donde hacía un momento estaban los Uruk-hai.
- ¿Acaso tú? – preguntó Natalie, levantando la cabeza y vio manchas negras en su ropa que sabía que era la sangre de los uruks – Pero ¿cómo? Si no llevas armas.
Daisy y Moss intercambiaron una mirada.
- Moss tiene unas habilidades fuera de lo común – explicó Daisy de manera un tanto enigmática – No necesita armas y es más fuerte de lo que parece.
- Y ¿por qué me ayudáis? No me conocéis de nada.
- En realidad no lo hemos hecho por ti – dijo él en un tono que a Natalie se le antojó demasiado seco-  Los orcos no son bienvenidos en este lugar.
Algo en su forma de decirlo hizo que a Natalie se le pusieran los pelos de punta. Sin embargo la sensación pasó rápida.
- Ven, chica caída del cielo – dijo ofreciéndole la mano – Tenemos cosas de las que hablar.


Resultaba que Daisy y Moss vivían en el bosque desde hacía mucho tiempo; bueno, el término exacto que usaron para definirlo fue “territorio”. Últimamente los orcos se adentraban cada vez más en los bosques trayendo la destrucción a su paso: talaban y quemaban los árboles, mataban a la fauna del lugar para alimentarse o, simplemente, por pura diversión. Esto obviamente traía de cabeza a ambos jóvenes y ellos se dedicaban desde hacía un tiempo en cazar a los orcos. Según le explicaron Saruman – o Zarquino, como ambos preferían llamarle -sabía ya de su existencia y había llegado a mandar partidas de uruks para matarles a ambos.
- Sin embargo nunca nos pillan de sorpresa ¡ja! – se jactaba Daisy mientras caminaba, con un trote grácil y veloz, casi como si bailara – Los olemos mucho antes de que ellos puedan detectarnos. Y es que huelen realmente mal esos apestosos. ¿Verdad Moss?
El susodicho, que cerraba la retaguardia, no dijo nada. Natalie podía sentir sus ojos castaños clavados en su nuca.
A pesar de que ambos chicos fueron hospitalarios con ella había algo en ellos, en su forma de ser, que hacía que los instintos de Natalie se mantuvieran alerta. Para empezar dedujo, por lo que la vivaracha Daisy le contaba, que vivían en cualquier parte del bosque, a la intemperie, algo que ni siquiera hacían los elfos. Iban descalzos y  había algo en la profundidad de sus ojos castaños que a Natalie le dieran ligeros escalofríos.
- Los uruks no son orcos corrientes, están hechos para caminar por el día ¿entiendes? – explicaba Daisy mientras Natalie devoraba unas bayas que le habían traído– Porque son artificiales, creados por la magia del mago para la guerra que se avecina Como nosotros los cazamos el mago ha intentado usarlos a su vez para cazarnos a nosotros. Lo ha intentado hasta por la noche pensando que así nos pillaría más desprevenidos… el viejo Zarquino se equivocaba.
La risa de Daisy sonaba como las campanillas y su locuacidad y buen humor contrastaban con el silencio y la seriedad de Moss.
- ¿Qué es tan gracioso? – preguntó Natalie.
- La noche no encierra ningún secreto para nosotros – respondió él de manera enigmática.
Natalie no entendía nada de nada.

Se estaba bañando en el río pues se sentía sucia y apestosa. Se preguntaba una y otra vez cómo podría volver a casa y, sobre todo, cómo demonios había ido a parar aquí. Moss y Daisy le habían prometido que al día siguiente le llevarían a alguien que quizá pudiera ayudarla, según le dijeron se trataba de otro hechicero (éste era de fiar) que también habitaba en los bosques y que era amigo de ellos. Decían que estaba claro que Saruman tenía interés en ella así que lo más sensato era alejarla lo más rápidamente posible del lugar. No mencionaron el motivo por el que sabían que aquella estrella fugaz que vieron por la noche se trataba de ella y Natalie no se lo preguntó, pensó que cuanto menos supiera mejor. Habían caminado el resto del día pero al crepúsculo hicieron alto, pues Natalie no podía más, y ahora estaba aprovechando los últimos rayos del sol para darse un refrescante baño. 
Apenas fue consciente de haber salido del agua. Parpadeó confusa dándose cuenta de que había anochecido; el tiempo había volado. Se agachó para recuperar su ropa y entonces escuchó un crujido en la espesura del bosque que se extendía alrededor. Elevó la mirada y se quedó totalmente paralizada pues veía claramente dos ojos amarillos que la observaban. Quiso gritar llamando a Daisy y Moss pero pensó que no era prudente, que mejor era permanecer quieta y, en última instancia, intentar volver al río. Pasaron unos segundos que a ella se le hicieron eternos pero entonces la criatura que la observaba desapareció adentrándose en la espesura. Ella suspiró aliviada, pues había llegado a entrever que se trataba de un gran lobo.


Volvió al campamento, que estaba realmente compuesto por una modesta hoguera. Moss alimentaba el fuego arrojando unas ramitas. Con unos palitos se las había apañado para colocar un pescado que se cocinaba lentamente y que él mismo había pescado.
- ¿Ocurre algo? – le dijo cuando la vio llegar.
Ella le miró por un momento como si no comprendiera, perdida en sus temores.
- Tu respiración se escucha agitada – aclaró él, manteniendo una calma envidiable.
- He visto… he visto un lobo, allí, en el río – soltó Natalie - Era enorme. He pasado mucho miedo porque pensaba que iba a atacarme y…
- No debes preocuparte, no te hará nada.
La seguridad con la que él lo dijo sólo la desconcertó más. 
- ¿Y Daisy? 
- Ha ido a comprobar que no haya orcos merodeando por aquí – esbozó una media sonrisa – No debes preocuparte. Y ahora ven, siéntate al lado del fuego y come algo…
- Pero si hay lobos – empezó Natalie tras unos minutos de silencio, mordisqueando el pescado.
- ¿Confías en mí? – le preguntó él, mirándole a los ojos.
Natalie tragó el pescado y sintió el influjo de esa mirada, las llamas danzando en las pupilas.
- Sí… supongo que sí.
- Pues entonces créeme, no debes tener miedo. Estás a salvo.
Justo en ese momento escucharon un aullido lejano, tembloroso y prolongado. Moss se levantó de un salto y se tensó, mirando fijamente en una dirección. Natalie también se levantó y le agarró por el brazo cuando notó que él quería marcharse.
- Espera aquí – pidió él sin volverse.
- ¿Qué? ¡N-no, no me dejes sola! 
- Hay problemas – dijo él volviéndose al fin apoyando sus manos sobre los hombros de ella – Pero si te quedas aquí estarás bien. No tardaré… pero si algo va mal grita con toda la fuerza que tengas en los pulmones, vendré corriendo a buscarte.
- Pero…
Quiso decir algo más pero él la acarició el pelo, le guiñó un ojo y se internó en la espesura sin llevar, dicho sea de paso, nada con lo que iluminarse. Natalie se agazapó delante del fuego, temblando y asustadísima, mirando en todas direcciones con el único pensamiento de que pronto surgirían muchas figuras de entre los árboles y se le echaría encima un animal enorme y hambriento. En ese momento todo empezó a girar a su alrededor y parpadeó, confusa, sintiendo que se encontraba en una pesadilla de la que tenía que despertar.
No supo cuánto permaneció así pero todo se le pasó cuando vio aparecer a Moss con Daisy apoyada sobre su hombro. La chica parecía al borde del desmayo y estaba cubierta de sangre; negra de orcos, roja la suya. Natalie, con los nervios a flor de piel, se levantó para ayudar a Moss a tumbarla.
- ¡¿Qué ha pasado?!
Moss no respondió enseguida. Escupió una pasta oscura sobre sus manos y se lo extendió a Daisy en la herida. Daisy gimió un poco.
- Una partida de Uruks mandada por Zarquino nos seguía el rastro. Cuando llegué Daisy ya los había matado a casi todos pero la habían herido. No te preocupes, acabé con los que quedaban, por ahora estará todo bien…
- Espera. ¿Cómo sabías dónde estaban?
- Porque ella me llamó… Daisy, eh…
Sostuvo el rostro pequeño de ella entre sus manos. Daisy volvió a gemir y abrió los ojos, sonriéndole cuando le vio.
- Moss… me has librado de una buena.
- ¿Por qué no me llamaste antes? – murmuró con el ceño fruncido y acariciándola suavemente la mejilla.
Ella no dijo nada y miró a Natalie, quien intentaba no perder detalle.
- Creo que me han hecho más de lo que puede curarse con un poco de medicina ¿verdad? Debería…
- No, no deberías cambiar de piel – susurró él hablando tan dulcemente que a Natalie le sorprendió.
- Creo que no hay peligro Moss… ella lo entenderá… y si no mañana no podré hacer nada más que retrasaros… en tal caso mejor que me dejarais…
- No te abandonaré nunca y lo sabes.
- Lo sé
Ella le sonrió cálidamente y le acarició el rostro. Justo cuando Natalie sintió que sobraba y estaba pensando en dejarles intimidad Daisy la miró.
- Déjame explicárselo primero, que no sea demasiada impresión para ella – pidió con esfuerzo.
- ¿Qué es lo que pasa? – preguntó Natalie molesta – Oye, si hay algo que debáis contarme por mí no os cortéis. Me estáis ayudando y si se trata de algo fuerte… en fin, podré soportarlo.
- Creo que lo es, sí, es fuerte para ti – dijo Moss y la miró con una ceja enarcada - ¿Podrás asumirlo o no?
- Pues sí – dijo Natalie, enfadándose cada vez más - ¿Creéis que no me he dado cuenta de que guardáis un secreto? Puede que sea forastera pero no soy estúpida.
Moss frunció los labios en una mueca de fastidio y se volvió a Daisy que le miraba con sus grandes ojos castaños. Asintió una única vez.
- Está bien – dijo Moss – Tienes razón, es la única manera de que mañana estés recuperada. Pero debes hacerlo ya, sin preliminares, porque si dejas pasar más tiempo estarás tan débil que ya no podrás hacerlo.
- ¿Hacer el qué? – preguntó Natalie.
Moss no respondió, le dio un beso en la frente a Daisy y se incorporó, echándose hacia atrás junto con Natalie.
 - Está bien – dijo ésta incorporándose un tanto y alzando la cabeza - Chica caída del cielo, no te asustes pero allá voy…
Y Daisy comenzó a cambiar: su cara se acható y su nariz se alargó, sus orejas se elevaron y sus ojos se volvieron de un color amarillo, el cuerpo entero sufrió una profunda metamorfosis, cubriéndose de pelo oscuro. Y donde antes estaba una delgada muchacha de pelo corto ahora se encontraba un lobo.


- Somos cambiadores de piel – explicó Moss poco después – Podemos transformarnos en lobo y volver a ser humanos a voluntad. Fue a Daisy a quien viste en el río, que estaba vigilando que no hubiera orcos por los alrededores, por eso te dije que no tenías nada que temer.
- Hombres lobo – murmuró Natalie quien se había sentado al lado de Moss y miraba a Daisy con atención – Es decir ¿seguís conservando vuestra personalidad mientras sois lobos?
- Pues claro ¿qué esperabas? 
- Siento mi ignorancia. Por lo visto mi concepto de los hombres lobo no es muy acertado… ahora hay muchas cosas que entiendo.
Él sonrió ligeramente.
- Me imagino que debíamos resultarte un dúo de lo más extraño…
- Pues sí…
Tras un rato de silencio Natalie se atrevió a preguntar.
- ¿Sois pareja o algo así?
La expresión de él parecía de pura piedra.
- ¿O acaso sois familia? – preguntó para intentar desviar lo incómodo de su pregunta.
- Somos una manada… una familia, pequeña pero unida por un vínculo fuerte – respondió él tras un instante de silencio - Mmmm… creo que también tenemos conceptos diferentes de lo que es una familia. Ella es mi amiga, mi hermana, mi compañera… estamos juntos pero no se nos puede considerar una pareja como parecen considerarlo los humanos. ¿Pero por qué estás tan interesada en saber esto?
- Por nada… ehm, simple curiosidad supongo. No conozco a muchos hombres lobo ¿sabes?
Él la miró por unos segundos con una ceja enarcada, luego ambos soltaron una risita.
- Así que curiosidad – olfateó el aire – Mmm… bueno, sólo te diré que los lobos tenemos buen olfato, no lo olvides.
La miró a los ojos tan fijamente con una expresión tan seria que Natalie se sonrojó hasta la raíz del cabello y volvió a retirar la mirada, sin decir nada. Moss no hizo tampoco más comentarios y se estiró, arrojando una ramita al fuego.
- Será mejor que duermas. Mañana nos espera un largo día de marcha… yo haré la guardia. 
- ¿Hasta qué hora? – dijo ella empezando a recostarse.
Él enarcó una ceja. La verdad que a Natalie empezaba a gustarle la manera en que lo hacía.
- Pues hasta el amanecer.
- Pero ¿y cuándo dormirás? 
- Puedo aguantar días durmiendo apenas unas pocas horas, no te preocupes. Ahora duerme, lo necesitas.
Ella fue a protestar pero una vez cogió postura los ojos se le cerraron solos.

Tenía algo húmedo apoyado en el hombro. Natalie abrió los ojos despacio y parpadeó a un día gris y nuboso. Se sobresaltó cuando se encontró con la cara de un lobo a escasos centímetros de su rostro. El lobo, cuyo pelaje era casi negro en su totalidad encogió las orejas y meneó el rabo.
- Lo siento, tengo que acostumbrarme a esto – dijo Natalie y, aún con ciertas reservas, extendió la mano para acariciar la cabeza del lobo, cuyo rabo empezó a menearse con más énfasis.
Daisy apareció entonces dando un brinco e hizo que Natalie se sobresaltara.
- ¡Buenos días! – dijo risueña estirándose con total despreocupación y empezando unos estiramientos.
- ¿Cómo te encuentras? – le preguntó Natalie aliviada porque estuviera bien.
- ¡Maravillosamente bien! ¡Aah! – aspiró con fuerza y se volvió hacia el lobo - ¿A qué esperas? ¿Acaso no decías que te morías de hambre? ¡Te he dejado un buen pedazo allí, usa el hocico que para algo lo tienes! – señaló en una dirección, Moss se alejó trotando -  A la señorita ya le he traído yo el desayuno.
Natalie se sintió algo decepcionada cuando vio las bayas que le ofrecían pero la sonrisa de la chica lobo era tan radiante que se le contagió.
El viaje de aquel día fue… extraño. Tuvo la sensación de que el tiempo volaba mientras caminaban. Tan sólo recordaba el bosque, los cielos nublados y las miradas de Moss y de Daisy… sobre todo de Moss. Ambos murmuraban y la miraban mucho pero a Natalie no le molestaba, intuía de qué estaban hablando.
Esa noche, cuando fueron a descansar ninguno dijo nada. Hacía frío a pesar de la hoguera, no habían visto orcos en los alrededores por lo que el trío permaneció junto. Natalie, con el estómago lleno por la cena que ellos habían conseguido, se tumbó en el suelo boca arriba. Era algo incómodo pero la hierba, verde y fresca, ayudaba un poco. Los dos hermanos se tumbaron uno a cada lado de ella. Fue Daisy la primera que se arrimó a ella. Daisy dio un beso a Natalie en la frente, en el puente de la nariz, en la comisura de la boca y luego en los labios: los de Daisy eran húmedos y suaves. Entonces Moss se acercó por detrás besándola despacio por el cuello y los hombros. Natalie se giró y se abrazó a Moss, echándole los brazos al cuello y tomándole por los cabellos buscó sus labios; él besaba tan bien como se había imaginado. Una de sus manos se deslizó por debajo de la camiseta de Natalie y ella soltó un gemido cuando encontró lo que buscaba. Mientras tanto Daisy se había apretado a su espalda, pasado una pierna por encima hasta dar con Moss, quien bajó la mano hasta acariciar el muslo de la chica de pelo corto, quien comenzaba a besarle en la nuca a Natalie... 



Con un respingo Natalie abrió los ojos. Miró a su alrededor, parpadeando, viendo lo que era su dormitorio. Frunciendo el ceño por las legañas y la luz de la lámpara de la mesilla de noche giró la cabeza y alargó la mano para ver la hora: el depertador marcaba las 23:25. El libro que había estado leyendo se había deslizado hasta el colchón, quedándose cerrado. “El Señor de los Anillos y las Dos Torres”. Se debía haber quedado dormida mientras lo leía.
Natalie resopló, lo tomó en la mano y lo dejó en la mesilla de noche. 
- Tengo que dejar de leer para relajarme antes de dormir porque sólo sueño tonterías – pensó mientras acomodaba la almohada.
Apagó la luz de la mesilla y se acostó boca arriba, tirando de la ropa de cama hasta arroparse hasta la barbilla pero al cabo sacó los brazos por encima de la colcha. Cerró los ojos y pensó en lo que acababa de soñar. No quería admitirlo pero estaba enfadada porque el sueño se había cortado en el mejor momento. ¿Y si intentaba repescarlo?
- ¿Por qué demonios he soñado con hombres lobo? – pensó, en cambio – No hay hombres lobo en El Señor de los Anillos así que ¿de dónde han salido?
Recordó los detalles de la última parte del sueño y no pudo evitar esbozar una sonrisa y, automáticamente, pensó en Esteban. No estaba cómoda. Suspiró frunciendo el ceño y se volvió para ponerse de lado, metiendo uno de los brazos por debajo de la almohada. Mejor.
- Creo que lo primero que haré mañana cuando vuelva de trabajar será mandarle a la mierda, igual que hice con Saruman… debí hacerlo según supe que estaba casado.
Sonrió. Sí, no tenía sentido seguir en una relación que no conducía a nada. ¿Por qué se había aferrado a esa farsa? Además Verónica era muy maja y no se merecía eso…. Esteban era un auténtico capullo. Conocería a otra persona, quizá alguien que fuera tan protector y cálido como Moss pero atento y divertido como Daisy. Sí, que le dieran por saco a Esteban.
Natalie respiró hondo, soltó lentamente el aire y volvió a sonreír ante la expectativa de un futuro mejor. Fue entonces cuando se quedó dormida…

FIN


[Relatos oníricos] La ruptura de un vínculo - Capítulo 1

Menuda mezcolanza que has creado, señorita.



Natalie no podía creerlo. Sencillamente no podía. Mientras se apresuraba a vestirse Esteban ya le alargaba el bolso y la espoleaba en susurros como si pudieran escucharles desde el portal, once pisos más abajo. No se puso la gabardina sino que agarró el bolso dando un ligero tirón y a él no pareció importarle. En su lugar salió disparado hacia la puerta y ella también una vez terminó de encajarse un zapato.
Cuando llegó al umbral vio la luz naranja del indicador del ascensor brillando, lo que significaba que la puerta estaba abierta en algún piso; en el bajo seguramente. Tenía tiempo así que se volvió y encaró a Esteban que miraba con nerviosismo con los ojos clavados en el ascensor.

- ¿Cuándo piensas decírselo? – le dijo ella sin susurrar con un timbre algo más agudo de lo que pretendía.
- ¿Qué? – preguntó mirándola con el ceño fruncido.
Natalie le sostuvo la mirada consciente, por el sonido del ascensor, que éste ya estaba ascendiendo. Sin embargo se permitió la demora porque una parte de ella estaba deseando que les pillaran.
- Mira Nat, no es el mejor momento ¿vale? – contestó él finalmente haciendo un gesto significativo con la cabeza hacia las escaleras y mirando por último al ascensor de nuevo.
Natalie negó con la cabeza mirándole, sintiéndose como una completa idiota pero finalmente la razón se impuso a su carácter y se volvió hacia la puerta de las escaleras. La cerró despacio porque de lo contrario se escucharía el golpe del pestillo encajando y se quedó un momento pegada a ella, escuchando. Estaba fría. Pocos segundos después escuchó el murmullo que hacían las hojas de la puerta del ascensor al abrirse y un saludo afectuoso de Esteban a su esposa, que ese día llegaba de trabajar antes de lo esperado. Luego la puerta del domicilio se cerró… y se hizo el silencio en el descansillo.
Natalie inspiró hondo mientras se ponía la gabardina, se cambió el bolso de brazo y se puso a bajar por las escaleras lenta y pesadamente, con el corazón aun palpitándole en las sienes.

Estaba muy enfadada y francamente harta de la situación. ¿Cuánto tiempo llevaba así? Tenía veintisiete años y, a pesar de todos los tíos que había en la ciudad (eso como mínimo) se le había ocurrido enamorarse de su vecino del portal de al lado. Un hombre que, al principio, ella creía soltero. Y pensar que todo empezó de la manera más simple: coincidieron un día en la lavandería de la esquina.
Ella ya llevaba un buen rato y, mientras su ropa giraba y giraba en el tambor, leía un libro forrado con papel de revista. Entonces él entró en el local. Esteban tenía treinta y cinco años, era moreno, alto y atractivo, sencillo en el vestir y siempre aseado. Natalie había aprendido a fijarse en los detalles para sacar conclusiones y, aunque a veces se equivocaba, era una técnica que había demostrado ser bastante útil, por lo que disimulando lo máximo posible se fijó en la cesta que él llevaba. Pero nada de esa colada compuesta por camisas, trajes, ropa deportiva e interior masculina le había hecho sospechar que Esteban pudiera estar casado. No llevaba alianza y no olía a perfume de mujer si no a su suave colonia de hombre.
Así que cuando él le habló:
- ¡Eh, hola! Tú vives en el portal de al lado, el cinco. ¿Qué libro es ese?
Ella no pudo evitar sonreírle y entablar conversación. A partir de ahí una cosa llevó a la otra y en un abrir y cerrar de ojos habían quedado un día para comer y después estaban acostándose.
Cuando Natalie empezaba a sentirse bien consigo misma y a sonreírse cada vez que pensaba en él descubrió un día nublado de noviembre que Esteban estaba casado. Fue todo tan casual como el día de la lavandería. Ella casi nunca iba al supermercado del barrio puesto que prefería hacer la compra una vez había salido del trabajo para ahorrar tiempo. Pero justo ese sábado se había quedado sin patatas y las necesitaba para hacer la comida. 
Su sorpresa fue mayúscula cuando, mientras escogía las mejores patatas disponibles, se encontró con Esteban y una mujer rubia que iba agarrada a su cintura. Él estaba contando algo que debía ser gracioso por lo que ella se reía. Natalie en un principio se había quedado petrificada con la patata agarrada débilmente en una mano enguantada en plástico pero rápidamente pasó a la evasión y el sigilo. Se agachó, con los ojos abiertos como platos y el corazón a cien por hora, intentando buscar una explicación lógica a lo que estaba viendo y que no implicara que Esteban estaba con otra: quizá fuera su hermana o quizá una amiga… pero la forma en que ella se apretaba a él hacía que estas teorías se tambalearan. Tenía que asegurarse, lo mismo su paranoia le había hecho ver algo que no era.
Como luego pensaría de lo más avergonzada se arriesgó a seguirles supermercado arriba, supermercado abajo, haciendo que miraba productos que ni siquiera le interesaban lo más mínimo cuando realmente lo que hacía era espiarles como si fuera una vieja cotilla. Sus dudas pronto se despejaron cuando, mientras la supuesta parejita depositaba la compra sobre la cinta de la caja, vio cómo se daban un fugaz beso en los labios…
- ¿Puedo ayudarla señorita? 
Natalie dio tal respingo que el dependiente dio otro recomponiendo por un instante un rictus de susto pero enseguida la sonrisa cordial se impuso a cualquier otro gesto. Ella parpadeó confusa al ver ahí al empleado del supermercado y éste, sin duda pensando que estaba ante alguna rarita, alzó las cejas y bajó la vista hacia lo que ella sostenía en las manos: preservativos. Entonces fue consciente del ridículo que estaba haciendo.
Natalie se sonrojó hasta la raíz del cabello, masculló un “no gracias” y prácticamente le estampó al chico los preservativos en la cara mientras se apresuraba por el pasillo en dirección contraria, alejándose todo lo posible de las cajas.

A partir de entonces se encontró en medio de una diatriba: exigirle explicaciones a Esteban o hacer como que no había visto nada, que fuera él quien, a base de sutiles comentarios de pasada por su parte, confesara. ¿Quién era esa mujer? ¿Desde hace cuánto tiempo estaba con ella? ¿Se acostarían juntos o todavía no? Esas dudas la carcomían y en el trabajo no daba pie con bola cuando le daba por divagar. Al día siguiente le había llegado un mensaje de Esteban de lo más normal y ella le tecleó torpemente que no podía quedar ese día. Pero no podía esquivarle para siempre… así que finalmente le escribió diciéndole que quería verle pero sin poner ninguna de esas gilipolleces típicas estilo “tenemos que hablar” porque entonces él se olería la tostada e iría preparado. Quería pillarle con los pantalones bajados, hablando en plata.
Estuvo esperando tontamente durante la comida que él mencionara algo pero sólo se dedicaba a hablar de lo habitual. Luego subieron a su casa, se acostaron y él siguió sin decir nada. Cuando fue al servicio, como siempre solía hacer justo después, ella se dedicó a abrir los cajones buscando las fotografías porque NO había ninguna foto con ninguna mujer. 
- ¿Pero qué estás haciendo Nat?
Él la había pillado pero ella no se dejó avergonzar.
- ¿Estás con otra mujer?
Él se la quedó mirando sorprendido, soltó una risotada.
- ¿Por qué dices eso?
- No disimules. Te vi con una mujer el sábado en el supermercado. Una rubia y muy guapa.
Él entonces se puso serio, terminó asintiendo con la cabeza y se sentó en la cama, pasándose una mano por la cabeza ante la atenta mirada de Natalie que permanecía de pie tapada con la sábana.
- Verónica es mi esposa – aclaró finalmente – Lo más apropiado sería decir que la otra eres tú… pero ¡escúchame Nat! Verónica ya no significa nada para mí. Nuestro matrimonio… hace aguas, por todos lados, lo mires por donde lo mires.
- Pues se os veía muy bien en el supermercado, abrazaditos, riéndoos como colegiales mientras decidíais si llevaros los Cornflakes o los Honey Loops.
Él enarcó una ceja.
- ¿Nos estuviste siguiendo?
Natalie volvió a ruborizarse y se giró, haciendo un mohín por la vergüenza, el dolor y la rabia. Él se apresuró a acariciarla por los hombros y ella, aunque en un principio había pensado en no permitírselo, lo hizo.
- Te lo pregunto porque entonces es que sólo nos viste un rato…
Procedió a explicarle que llevaba cinco años casado pero que hacía tiempo que él y su mujer se estaban distanciando; que ella pasaba muchas horas en el trabajo y que a pesar de que había momentos en que se llevaban bien la mayoría de las veces todo eran discusiones y riñas. Su relación se había enfriado hasta tal punto que él había sacado el tema del divorcio pero entonces, explicó, su esposa se había puesto a la defensiva indicando que necesitaba un tiempo para pensar. Sin embargo él tenía muy claro que ya no la quería, que había veces en que había creído pero tras muchas discusiones y desplantes había abierto los ojos. Entonces él le aseguró que desde que estaba con ella, Natalie, estaba más que dispuesto a seguir adelante y que estaba volviendo a mencionar el divorcio a Verónica y estaban para llegar a un acuerdo… Natalie le creyó y se echó a sus brazos.


Miró el piso por el que iba, el octavo. Decidió bajar un par de pisos más por si acaso y allí tomaría el ascensor pensando en que, por aquel entonces, pensó que todo volvía a estar bien… pero y lo equivocada que estaba…
Pasó un mes desde lo del supermercado y Esteban no había parecido avanzar mucho con el tema del divorcio. Le dijo que estaba llevando un tiempo en ponerse de acuerdo con Verónica porque ella de pronto se había puesto a malas y estaba muy caprichosa con el reparto, pues quería adjudicarse cosas que no le correspondían. Decía que eso le crispaba los nervios pero que cuando veía a Natalie conseguía que todo el malestar se le pasara. Esteban estaba de lo más atento, regalándole rosas y bombones, mimándola con cariño. Y ella se dejaba mimar.
Febrero. Sábado. Natalie iba cargada con un par de bolsas bastante llenas del supermercado, sudando bajo su gabardina gris. Por suerte ya estaba llegando al portal, tan sólo le quedaban unos veinte metros. Entonces escuchó un crujido como de tela rasgándose y de pronto vio las naranjas rodando por el suelo, los dos bricks de leche cayendo a la acera junto con todo lo demás.
- ¡Mierda!
Depositó la otra bolsa en el suelo, suspirando de resignación mientras agitaba la bolsa rota. No había nada que hacer. Molesta se puso de rodillas a recoger las naranjas desertoras y el resto de la compra desgraciada y entonces vio una mano pálida que le alargaba un par.
- Tenga.
- Muchas gracias, se me ha roto la bolsa y…
Entonces Natalie se quedó de piedra porque la persona que le estaba ayudando con la compra era nada más y nada menos que Verónica, la esposa de Esteban. La mujer lucía una amplia sonrisa de amabilidad y era más guapa de lo que ella recordaba. Llevaba el pelo rubio bien peinado, ondulado hasta los hombros e iba vestida con un dos piezas de color neutro. Sus ojos azules parecían muy amistosos.
- Son cosas que pasan, yo por eso nunca voy a comprar sin mi carrito. ¿Le entra en esa bolsa? – le preguntó echando una ojeada y Natalie se encontró admirando lo bonito de su perfil.
- N-no, q-que va – balbució torpemente volviendo en sí – Oh, mierda. No tengo otra bolsa…
- No se preocupe – dijo Verónica despreocupadamente y hurgó en su gran bolso de Tous sacando un par de bolsas dobladas de manera triangular. Le guiñó un ojo – Siempre llevo bolsas por si, ya sabe, se me antoja algo por el camino. Veamos qué podemos hacer…
- Oh, no, no, de verdad, muchas gracias. Ya me apaño yo y…
- Tonterías. Creo que somos vecinas… sí, su cara me suena mucho del barrio… ¿vive en esta calle?
- Sí – se encontró respondiendo Natalie forzando una sonrisa – En el cinco…
Ambas se pusieron a repartir la compra desastrada en las bolsas de Verónica.
- Yo vivo en el siete, en el 11-F, escalera de la izquierda. Me llamo Verónica por cierto…
- Yo soy Natalie…
Su voz murió apenas pronunciado su nombre porque vio cómo relucía la alianza de matrimonio de oro en el dedo de Verónica.
- ¡Oh, qué nombre más bonito! – alabó la esposa de Esteban en un tono de lo más natural y sincero sin percatarse de la mirada de Natalie – Bueno pues esto ya está. Vámonos…
- Oh, no, por favor. Ya ha hecho suficiente por mi…
- No se preocupe, al fin y al cabo ambas vamos al mismo sitio ¿no? – dijo Verónica y soltó una risita. Los portales, pese a ser diferentes, pertenecían al mismo edifico y se comunicaban por el garage – Por cierto, si somos vecinas espero que no te importe que te tutee. Y tú puedes hacer lo mismo conmigo, Natalie… ¿O prefieres Nat? Tú puedes llamarme Vero si quieres…
“Ay Dios” pensó Natalie. Verónica, quien iba cargada con las bolsas de la compra desastrada, se puso a charlar animadamente sobre la ventaja de los carritos de la compra de cuatro ruedas frente a los de dos mientras Natalie, que apenas la escuchaba, deseaba con gran fervor que se le tragara la tierra porque no había forma de sentirse más avergonzada y culpable que en esos momentos. Verónica era increíblemente simpática, amable y parlanchina; una personalidad que se alejaba mucho de lo que Esteban le había explicado, pues él la retrataba más bien como amargada y antipática. ¿Acaso le había mentido en eso?
- No quiero pecar de cotilla – dijo Verónica una vez llegaron al portal y Natalie se puso a abrir la puerta – pero me he fijado en las bolsas de tela que usas para la fruta. ¿Dónde las has comprado?
- En Amazon.
- ¡Oh! ¿Te importa pasarme el enlace? Es que estoy intentado reducir al mínimo la cantidad de plástico y no encuentro unas bolsas de tela decentes. A ver si consigo convencer a Esteban… Esteban es mi marido…. de que son mucho mejor que usar las del supermercado.
Natalie decidió aprovecharse de la situación.
- Ah, ¿estás casada? 
- Oh, sí, desde hace cinco años. ¿Por qué?
- Oh, no sé – dijo Natalie, encogiéndose de hombros y sonriendo sin problemas – es que me parecías muy jovencita…
Verónica se rio y hasta su risa era encantadora, como de campanitas.
- Suele pasarme, siempre me echan menos años de los que tengo. No es que me queje, ojo… ¿Cuántos pensabas que tenía?
Natalie llamó al ascensor. 
- Pues no sé ¿veinticinco?
- ¡Uy! Ojalá. No, cariño, tengo treinta. ¿Tú no estás casada?
- No, de momento sigo soltera.
- Bueno, eso es que aún no has encontrado al hombre adecuado. Cuando lo hagas lo sabrás, créeme…
El ascensor llegó y Verónica sujetó la puerta mientras Natalie metía las bolsas.
- ¿Tú estás satisfecha con tu matrimonio? – se encontró preguntando Natalie sin pudor por no tener que verle la cara ocupada como estaba con las bolsas.
- ¡Sí! Es verdad que no veo mucho a Esteban pero como él tiene un trabajo a jornada parcial hasta que le hagan fijo… así que yo estoy echando todas las horas extra que puedo, necesitamos el dinero, sobre todo si queremos tener un hijo.
Natalie, quien ya estaba metiendo la penúltima bolsa, por poco no la dejó caer. Y menos mal porque ahí iban los huevos.
- ¿Un hijo? – preguntó intentando que su voz no temblara.
Verónica se agachó a coger la última bolsa y entró en el ascensor. Natalie pulsó el botón con los dedos entumecidos.
- ¡Sí! Estamos intentando por todos los medios tener uno… dejé de tomar la píldora hace un par de meses pero de momento no hay suerte. Este mes tuve un retraso pero luego resultó ser una falsa alarma. Pobre Esteban, se quedó más decepcionado incluso que yo y… oye ¿te encuentras bien? Te veo muy pálida…
- Se-será la luz del ascensor – musitó Natalie.
Minutos después, ya en la soledad de su apartamento, permaneció sentada con la espalda contra la puerta blindada, hecha un ovillo, con la compra abandonada en sus bolsas sobre la encimera de la cocina. El reloj hacía tic-tac, el tiempo seguía su curso, pero ella no tenía ganas de moverse.

“Me ha mentido. En todo…” pensaba mientras esperaba el ascensor. A pesar de aquel encuentro con Verónica se había vuelto a ver varias veces más con Esteban; él le había asegurado que lo del niño era un intento de su esposa por mantener el matrimonio. Se había echado para atrás con el tema del divorcio y fantaseaba con quedarse embarazada, así de pronto, y lo iba anunciando a los cuatro vientos. Pero Esteban le juraba y perjuraba que el matrimonio se iba a acabar porque hacía decidido decirle a Verónica que había alguien más en su vida. Sin embargo estaban ya casi en marzo y, por lo que acababa de comprobar Natalie por cómo le había echado de su casa, aún no se lo había dicho ni tenía pinta que lo fuera a hacer pronto.
Natalie se sentía muy mal con toda la situación y casi le resultaba insostenible. No dejaba de darle vueltas porque temía que Esteban le estuviera mintiendo y que realmente no tuviera intenciones de divorciarse de su mujer. Verónica parecía tan ilusionada… a ella no le parecía que fueran delirios de una mujer obsesionada por evitar el fin de su matrimonio. ¿Qué estarían haciendo? ¿Quizá Verónica estuviera preparando una cena romántica para luego ir a la cama e intentar consumar su amor engendrando un hijo?
Justo cuando se lo imaginaba con un nudo en el estómago las puertas del ascensor se abrieron y, para su sorpresa, se encontró con una mujer de color algo rolliza, vestida de negro y azul, embutida en un impoluto traje que recordaba al de los botones de un hotel. Tenía una de sus manos apoyada con gran desparpajo en su gruesa cintura y la otra agarraba en una palanca, como la de los ascensores antiguos, si bien éste de antiguo no tenía nada. Era enorme, muy espacioso, más del doble que el de un hospital, de un blanco de lo más higiénico. Natalie miró dubitativa porque no recordaba que el ascensor de Esteban fuera así pero como la mujer se le quedó mirando.
- Bueno cielo, no tenemos todo el día – le dijo, con un acento sureño - ¿Subes o no?
Natalie le dedicó una sonrisa veloz y se apresuró a subir. La mujer pulsó un botón y las puertas se cerraron. Súbitamente Natalie sintió mucho calor y se puso a abanicarse.
- ¿Adónde? – preguntó la mujer de color.
- ¿Cómo?
- ¿Arriba o abajo?
Natalie la miró sin comprender. Entonces la mujer le dedicó una sonrisa que dejaba ver unos dientes grandes, de lo más blancos y perfectos.
- Pues… creo que es obvio – respondió Natalie un tanto confusa.
- No, querida, no lo es. Verá: si vas hacia abajo… en fin, ya sabes que es lo que te espera ¿Verdad? Pero si, por una vez, decides ir hacia arriba quizás encuentres algo nuevo.
- ¿Cómo dice?
Natalie se percató de que las luces del ascensor, por algún extraño motivo, eran de un violeta muy pálido lo que hacía destacar aún más la sonrisa perlada de la ascensorista.
- Nena, a veces hay que volar alto por encima de los problemas, porque si no éstos la hunden a una… ya sabes – continuó la ascensorista – Tú eres joven y tiene más carácter y fortaleza de lo que crees. Es hora de una se suelte la melena y tome las riendas para variar ¿eh?
- Pero oiga ¿qué…?
- Hazme caso – la cortó la mujer, con un tono más firme y adoptando la típica expresión seria de las madres sermoneadoras -  Al menos por una vez, elije arriba y no abajo. ¿Quieres? Créeme, será de ayuda.
Natalie la miró de hito en hito pero había algo de las galimatías que decía esta señora que podía tener sentido… si bien la situación en la que se encontraba no tenía ni pies ni cabeza. Pero ¿qué opción tenía? Finalmente se encogió de hombros, decidiendo que si era lo que tenía que ser, pues adelante.
- Está bien, qué demonios – asintió Natalie y aferró el bolso que llevaba al hombro con fuerza – Lléveme arriba.
La ascensorista le sonrió de lo más complacida. 
- No te arrepentirás, querida.
Y tiró de la palanca…



[Relatos oníricos] La ruptura de un vínculo - Capítulo 2



Natalie se despertó en medio de lo que parecía un bosquecillo. Se incorporó y miró alrededor, súbitamente aturdida. ¿Dónde estaba? Lo último que recordaba era el ascensor subiendo a toda velocidad, la risa de la ascensorista y a ella encogida en un rincón, cerrando fuertemente los ojos. Aquí no había ni ascensor ni edificios ni nada, desde luego que no estaba en su barrio.
Había árboles por todas partes, el césped bajo sus pies estaba húmedo de rocío y no se escuchaba ni un sonido excepto el canto de algún ave.

- Ya era hora de que despertaras – dijo una voz detrás de ella.
Natalie se giró ahogando un grito, pues se había asustado. Se encontraba ante ella un hombre muy alto, delgado y anciano. Vestía una túnica blanca y blancos también eran sus largos cabellos y su larga barba, a excepción de algunos mechones negros. El hombre se apoyaba en un báculo rematado en una esfera blanca entre sus puntas. Del anciano emanaba un gran poder, un porte regio y firme que imponía respeto se veía en cada una de las líneas de  su rostro alargado, su alta frente, quedando aún más acentuado por sus profundos e insondables ojos negros.
- Has estado durmiendo largas horas, niña – dijo el hombre con una voz suave – Estaba tentado de usar la magia para despertarte.
- Esto… esto no puede ser verdad… aún debo de estar soñando – dijo Natalie mirando al hombre quien, a pesar de que nunca le había visto en persona, sabía perfectamente de quién se trataba, pero eso era totalmente imposible.
- No estás soñando, te lo garantizo, porque acabas de despertar. ¿Sabes dónde te encuentras?
Natalie miró de nuevo alrededor, a la alta torre solitaria que se erguía muy por encima de ellos, sobrepasando a los árboles por mucho en altura.
- No… pero no es posible… ¿cómo he llegado hasta aquí?
- Eso mismo iba a preguntarte yo. ¿Acaso no sabes la respuesta?
Ella intentó responder pero sólo balbuceó algo ininteligible. 
- Anoche pudo verse una estrella fugaz de lo más imprevista y cuál fue mi sorpresa que la estrella caía aquí, en Isengard, sin dejar cráter alguno. Tan sólo a una muchacha inconsciente y sin un rasguño.
Natalie intentaba encontrar explicación a lo que él contaba pero no podía hallarla en algo tan carente de lógica como era su situación.
- Mas se dijo en su día que aquella estrella serviría de guía al más sabio de los hechiceros en un momento de necesidad. Y hete aquí y ahora, en el momento oportuno, tal cual se me reveló tanto tiempo atrás.
A Natalie no le gustaba nada como le estaba mirando el hechicero, porque de eso se trataba precisamente. Y para colmo, por algún motivo estaba interesado en ella. Eso no la convenía, sobre todo teniendo en cuenta quién era.
- Creo… creo que me he perdido – empezó a decir, dando pasitos atrás – Pero ya… ya estoy bien y sé dónde tengo que ir…
¿Por qué, de todos los sitios de la Tierra Media que existían tan acogedores, había tenido que ir a caer precisamente aquí, en la boca del lobo? ¿Por qué no en la Comarca, en Rivendel, Rohan o en Lórien? Incluso Minas Tirith no era tan mala opción.
- Por favor, no tengas ninguna prisa, es obvio que con tu caída te has desorientado y andas perdida como un gorrión que acaba de escapar de una jaula. Podrás marcharte una vez te recuperes pero hasta entonces serás… mi invitada – esto último lo acompañó con un movimiento apenas perceptible de su vara.
Ella no dijo nada pero se detuvo en su retirada no tan disimulada. Y enseguida se maldijo pues sabía que era víctima de un hechizo.


- Hay cosas que sabes y guardas. Debes decírmelas pues necesito de tu sabiduría – dijo el hechicero.
Ella decidió permanecer callada. 
- Oh vamos, nada de farsas, niña. Sé perfectamente que escondes algo puesto que ni siquiera me has preguntado quién soy – dijo, enarcando las cejas.
- Eres Saruman el Blanco – musitó ella. 
El asintió con una ligera sonrisa en sus finos labios pero sus ojos, advirtió Natalie, no sonreían en absoluto.
- ¿Y sabes dónde estamos ahora?
Natalie miró alrededor pero sólo había ruinas. No recordaba cuándo y cómo habían abandonado Isengard, se sentía desorientada y aturdida como si hubiera estado bajo el influjo de un hechizo. 
- Debes ayudarme, muchacha – susurró Saruman - Hay unas fuerzas malignas que quieren acabar con el orden natural de las cosas. Si miras atentamente verás que esto antes era un poblado; un poblado que fue asolado por estas fuerzas de las que te hablo pero no sé de dónde vinieron ni adónde fueron. Tú sabes algo, lo intuyo. Necesito que me ayudes a identificar la fuente y acabar con ella…
“No le escuches, te está mintiendo” dijo una vocecita dentro de la cabeza de Natalie, “lo sabes de sobra y te está tomando por estúpida”. Ella ladeó la cabeza, con los ojos cerrados, porque esta voz contrastaba mucho con la del hechicero, pues en comparación parecía torpe y grosera. Y sin embargo ella sabía, efectivamente, que tenía razón.
Saruman seguía hablando pero ella se esforzaba por no escucharle, resistiéndose. Seguía mirando las ruinas y apenas se sorprendió en darse cuenta de que no había ningún cadáver, nada que hiciera pensar que aquí había sucedido algo reciente.
- Necesito que me digas lo que sabes – seguía la voz del hechicero, persuasiva pero firme – Necesito que me ilumines con lo que está por pasar, porque creo que alguien, algún otro hechicero, intenta embaucar mi mente nublándola con sus malas artes... sospecho que éste es un hermano de mi orden que se ha corrompido y quien posee un conocimiento, un secreto que yo necesito conocer… A cambio te daré lo que más deseas, tan sólo tienes que pedirlo…
“Miente, miente igual que Esteban… con un tono cálido pero todo lo que dice no es verdad”. Natalie, quien ahora daba la espalda al hechicero, que seguía su cuidado discurso por detrás de ella, seguía examinando el lugar. La frase “De improviso otra voz habló, suave y melodiosa: el sonido mismo era ya un encantamiento” le vino a la mente y ella, haciendo acopio de toda su voluntad, comenzó a resistirse.
- Hace algunos años él tuvo muy cerca un artefacto que es necesario para frenar esta guerra de la que te estoy hablando. Un artefacto que en las manos equivocadas podría hacer un gran mal… 
- Pero en tu mano blanca podría hacer un gran bien ¿no? – dijo ella, volviéndose.
Él guardó silencio, su penetrante mirada se clavó en ella como un alfiler.
- Tú, Saruman el Blanco – continuó ella, liberada - líder del Consejo Blanco, usaría ese artefacto para expulsar al enemigo y dar la paz a la Tierra Media. Pero Saruman, también conocido como Curunír o Zarquino, no conoce dónde se encuentra ese artefacto tan valioso y quiere que yo traicione mi propia moral y se lo revele.
Un brillo de astucia relucía en los ojos oscuros del hechicero pero también de ira; se había dado cuenta de que ella ya no estaba bajo su influjo.
- Pues sí, es cierto que sé cosas pero muchas más de lo que tú te crees – dijo ella – Sé quién eres, de dónde viniste y con quiénes, pues tú tampoco eres nativo de la Tierra Media. Sé que envidias a Gandalf tanto como le temes. Y que sólo quieres el Anillo para tu uso y disfrute; quieres dárselo a Sauron y gobernar con a su lado la Tierra Media. ¿De verdad crees que Él lo va a compartir? ¿Y de verdad te crees que yo voy a ayudarte? ¡No eres más que un traidor a tu orden y un corrupto sediento de poder!
Saruman no dejó que siguiera y usó su vara para castigar tal insolencia. Pero, para su sorpresa, la vara no funcionó con la mujer. Ella no pudo evitar sonreír en señal de triunfo, pues sentía llevar las riendas de la situación. Tenía pensada la escapatoria pero antes no pudo evitarlo y desahogó sus frustraciones contra el hechicero en lo que iba retrocediendo.
- Los Istari fuisteis enviados de más allá del Mar por vuestros maestros para contrarrestar el poder de Sauron y para incitar a las razas de esta tierra a emprender grandes y peligrosas hazañas. Tú que llegaste el primero has sido también el primero en caer bajo la ambición y ahora sólo trabajas para ti mismo. Pero déjame decirte algo, ya que tanto deseas mis conocimientos: no te saldrás con la tuya. El artefacto será destruido no sin antes de que tú pierdas todo y te veas obligado a arrastrarte en un intento inútil y rastrero por tener algún mínimo control sobre la gente más pequeña, pero allí no obtendrás nada más que la muerte más vil, que es la que te mereces. Y no quedarán de ti ni el polvo de tus huesos… eso es lo que sé, Saruman el Blanco, y eso es lo que tengo para ti.
Natalie no podía evitar sentir una honda satisfacción al ver el rostro del hechicero, crispado por la ira, que aferraba con las manos casi blancas su vara. 
- ¡Tú! – dijo él con la voz temblorosa de rabia, pero una voz tan potente que la hizo retroceder un tanto - ¡Tú, descarada y deslenguada! ¡A mí, Uruk-hai! Traedme a la insolente para que reciba el castigo que merece.

Natalie salió corriendo todo lo que le permitían sus piernas pero antes de volverse pudo ver a dos guerreros Uruk-hai, grandes y terribles, que salían con un rugido de entre los árboles de detrás del hechicero. 
- ¡Mierda, mierda, mierda, mierda! 
Corría campo a través y ellos le iban pisando los talones. Era de día – nublado, pero a fin de cuentas de día - pero eso no molestaba a estos orcos. Poco tiempo después escuchó un sonido de agua fluyendo y Natalie se apresuró hacia allí pensando, por alguna razón, que los orcos no sabrían nadar y allí podría despistarles. Se trataba de un río y, sin pensárselo mucho, se lanzó al agua pero no fue capaz de nadar al otro lado. Los orcos comenzaron a bramar ya que, como ella adivinó, no querían mojarse. Pero no se dieron por vencidos; por suerte para ella no usaban sus arcos. Querían atraparla de una pieza así que la siguieron por la orilla y luego corrieron adelante, apostándose cerca de la orilla. Natalie entendió lo que pasaba: había una cascada. Intentó de nuevo nadar hacia la orilla opuesta pero la corriente la arrastró sin remedio. Al menos estaría lejos de las manos de los Uruks pensó.  Para sus adentros rezó porque el salto no fuera muy alto y se dejó arrastrar por la corriente…. Y entonces cayó.


Nueva sección: Relatos de mis viajes al universo onírico


Sin duda todos nosotros nos hemos sumergido en este universo de límites insospechados de la mano de Morfeo y, sin duda también, muchas de las aventuras que hemos vivido en este lugar han sido de lo más rocambolescas o tenebrosas pero, en esencia, de lo más originales. Y es que en cuanto cerramos los ojos desconectando de todo lo acontecido durante el día y ponemos rumbo a lo desconocido, a merced de nuestra mente y subconsciente, nos metemos lleno en historias que van mutando, obteniendo una mezcolanza de fantasía con realidad incluyendo sensaciones y preocupaciones que arrastramos de la vigilia hasta este universo.


En muchísimas ocasiones nos encontramos que nos hemos olvidado por completo de lo soñado - incluso tenemos dudas si lo hemos hecho o no - pero en otras tantas conseguimos recordar, de manera más o menos vívida, lo que hemos experimentado. El universo onírico es, como ya sabemos, de lo más caprichoso.

Ante lo variopinto de las posibilidades que me ha ofrecido este universo con el paso de los años siempre he deseado escribir aquellos sueños -y pesadillas - más originales o extraños que he experimentado pero, por desgracia, no es algo que haya hecho asiduamente. Hace años apunté en un papel en sucio varios de ellos y, como era de esperar, este manuscrito se perdió. Así que lo que he ido haciendo es irlos almacenando en esta pequeña cabecita mía y, como también era de esperar, por este motivo la mayoría se han perdido en las fauces del olvido.


Podría exponeros los más comunes como pueden ser permanecer desnudo delante de un montón de gente que hace como que no se da cuenta mientras tú imploras para que de verdad sea así (por lo visto es un símbolo de vulnerabilidades que sientes en la vida real), el típico donde de pronto te das cuenta que tienes dientes o muelas sueltos por la boca y que te los sacas con los dedos sufriendo la mayor de las ansiedades (reflejo de insatisfacciones o tristezas) o que vuelas por los cielos al más puro estilo de Superman (posible metáfora de superación de obstáculos o liberación, algo que causa gran felicidad).

Pero no, estas son experiencias demasiado comunes. Quizá aquí tenga más cabida, por poner un ejemplo, un sueño que tenía mucho de niña: subes a un ascensor pulsando el piso al que quieres ir (normalmente en el que vives) y el ascensor se lo salta mientras sube a alturas imposibles de 45435 piso para luego bajar cada vez más rápido hasta profundidades insondables de -1645 siempre saltándose justo el piso al que una desea ir. Y cuidado como la puerta se abra, que lo que verás será tan sin sentido que hasta preferirás la cabina que sube y baja en un bucle sin fin.

Nah, este tipo de sueños tan simples tampoco. Aquí expondré auténticas movidas que surgen de mi cabeza. El más claro ejemplo es uno de los fics que ando subiendo actualmente y que da nombre al blog, Universos Entremezclados, ambientado en el mundo de Crash Bandicoot, un sueño que tuve hace cosa de un año o así. Obviamente en estos sueños suele haber ciertas lagunas o incluso cosas que se dan por sentado. En ese caso me toca improvisar algo para exponerlo en el blog.

Lejos de querer enrollarme más os invito a pasaros por esta sección de relatos cortos que no se originaron mientras permanecía despierta si no mientras soñaba.