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[Relatos oníricos] La ruptura de un vínculo - Capítulo 2



Natalie se despertó en medio de lo que parecía un bosquecillo. Se incorporó y miró alrededor, súbitamente aturdida. ¿Dónde estaba? Lo último que recordaba era el ascensor subiendo a toda velocidad, la risa de la ascensorista y a ella encogida en un rincón, cerrando fuertemente los ojos. Aquí no había ni ascensor ni edificios ni nada, desde luego que no estaba en su barrio.
Había árboles por todas partes, el césped bajo sus pies estaba húmedo de rocío y no se escuchaba ni un sonido excepto el canto de algún ave.

- Ya era hora de que despertaras – dijo una voz detrás de ella.
Natalie se giró ahogando un grito, pues se había asustado. Se encontraba ante ella un hombre muy alto, delgado y anciano. Vestía una túnica blanca y blancos también eran sus largos cabellos y su larga barba, a excepción de algunos mechones negros. El hombre se apoyaba en un báculo rematado en una esfera blanca entre sus puntas. Del anciano emanaba un gran poder, un porte regio y firme que imponía respeto se veía en cada una de las líneas de  su rostro alargado, su alta frente, quedando aún más acentuado por sus profundos e insondables ojos negros.
- Has estado durmiendo largas horas, niña – dijo el hombre con una voz suave – Estaba tentado de usar la magia para despertarte.
- Esto… esto no puede ser verdad… aún debo de estar soñando – dijo Natalie mirando al hombre quien, a pesar de que nunca le había visto en persona, sabía perfectamente de quién se trataba, pero eso era totalmente imposible.
- No estás soñando, te lo garantizo, porque acabas de despertar. ¿Sabes dónde te encuentras?
Natalie miró de nuevo alrededor, a la alta torre solitaria que se erguía muy por encima de ellos, sobrepasando a los árboles por mucho en altura.
- No… pero no es posible… ¿cómo he llegado hasta aquí?
- Eso mismo iba a preguntarte yo. ¿Acaso no sabes la respuesta?
Ella intentó responder pero sólo balbuceó algo ininteligible. 
- Anoche pudo verse una estrella fugaz de lo más imprevista y cuál fue mi sorpresa que la estrella caía aquí, en Isengard, sin dejar cráter alguno. Tan sólo a una muchacha inconsciente y sin un rasguño.
Natalie intentaba encontrar explicación a lo que él contaba pero no podía hallarla en algo tan carente de lógica como era su situación.
- Mas se dijo en su día que aquella estrella serviría de guía al más sabio de los hechiceros en un momento de necesidad. Y hete aquí y ahora, en el momento oportuno, tal cual se me reveló tanto tiempo atrás.
A Natalie no le gustaba nada como le estaba mirando el hechicero, porque de eso se trataba precisamente. Y para colmo, por algún motivo estaba interesado en ella. Eso no la convenía, sobre todo teniendo en cuenta quién era.
- Creo… creo que me he perdido – empezó a decir, dando pasitos atrás – Pero ya… ya estoy bien y sé dónde tengo que ir…
¿Por qué, de todos los sitios de la Tierra Media que existían tan acogedores, había tenido que ir a caer precisamente aquí, en la boca del lobo? ¿Por qué no en la Comarca, en Rivendel, Rohan o en Lórien? Incluso Minas Tirith no era tan mala opción.
- Por favor, no tengas ninguna prisa, es obvio que con tu caída te has desorientado y andas perdida como un gorrión que acaba de escapar de una jaula. Podrás marcharte una vez te recuperes pero hasta entonces serás… mi invitada – esto último lo acompañó con un movimiento apenas perceptible de su vara.
Ella no dijo nada pero se detuvo en su retirada no tan disimulada. Y enseguida se maldijo pues sabía que era víctima de un hechizo.


- Hay cosas que sabes y guardas. Debes decírmelas pues necesito de tu sabiduría – dijo el hechicero.
Ella decidió permanecer callada. 
- Oh vamos, nada de farsas, niña. Sé perfectamente que escondes algo puesto que ni siquiera me has preguntado quién soy – dijo, enarcando las cejas.
- Eres Saruman el Blanco – musitó ella. 
El asintió con una ligera sonrisa en sus finos labios pero sus ojos, advirtió Natalie, no sonreían en absoluto.
- ¿Y sabes dónde estamos ahora?
Natalie miró alrededor pero sólo había ruinas. No recordaba cuándo y cómo habían abandonado Isengard, se sentía desorientada y aturdida como si hubiera estado bajo el influjo de un hechizo. 
- Debes ayudarme, muchacha – susurró Saruman - Hay unas fuerzas malignas que quieren acabar con el orden natural de las cosas. Si miras atentamente verás que esto antes era un poblado; un poblado que fue asolado por estas fuerzas de las que te hablo pero no sé de dónde vinieron ni adónde fueron. Tú sabes algo, lo intuyo. Necesito que me ayudes a identificar la fuente y acabar con ella…
“No le escuches, te está mintiendo” dijo una vocecita dentro de la cabeza de Natalie, “lo sabes de sobra y te está tomando por estúpida”. Ella ladeó la cabeza, con los ojos cerrados, porque esta voz contrastaba mucho con la del hechicero, pues en comparación parecía torpe y grosera. Y sin embargo ella sabía, efectivamente, que tenía razón.
Saruman seguía hablando pero ella se esforzaba por no escucharle, resistiéndose. Seguía mirando las ruinas y apenas se sorprendió en darse cuenta de que no había ningún cadáver, nada que hiciera pensar que aquí había sucedido algo reciente.
- Necesito que me digas lo que sabes – seguía la voz del hechicero, persuasiva pero firme – Necesito que me ilumines con lo que está por pasar, porque creo que alguien, algún otro hechicero, intenta embaucar mi mente nublándola con sus malas artes... sospecho que éste es un hermano de mi orden que se ha corrompido y quien posee un conocimiento, un secreto que yo necesito conocer… A cambio te daré lo que más deseas, tan sólo tienes que pedirlo…
“Miente, miente igual que Esteban… con un tono cálido pero todo lo que dice no es verdad”. Natalie, quien ahora daba la espalda al hechicero, que seguía su cuidado discurso por detrás de ella, seguía examinando el lugar. La frase “De improviso otra voz habló, suave y melodiosa: el sonido mismo era ya un encantamiento” le vino a la mente y ella, haciendo acopio de toda su voluntad, comenzó a resistirse.
- Hace algunos años él tuvo muy cerca un artefacto que es necesario para frenar esta guerra de la que te estoy hablando. Un artefacto que en las manos equivocadas podría hacer un gran mal… 
- Pero en tu mano blanca podría hacer un gran bien ¿no? – dijo ella, volviéndose.
Él guardó silencio, su penetrante mirada se clavó en ella como un alfiler.
- Tú, Saruman el Blanco – continuó ella, liberada - líder del Consejo Blanco, usaría ese artefacto para expulsar al enemigo y dar la paz a la Tierra Media. Pero Saruman, también conocido como Curunír o Zarquino, no conoce dónde se encuentra ese artefacto tan valioso y quiere que yo traicione mi propia moral y se lo revele.
Un brillo de astucia relucía en los ojos oscuros del hechicero pero también de ira; se había dado cuenta de que ella ya no estaba bajo su influjo.
- Pues sí, es cierto que sé cosas pero muchas más de lo que tú te crees – dijo ella – Sé quién eres, de dónde viniste y con quiénes, pues tú tampoco eres nativo de la Tierra Media. Sé que envidias a Gandalf tanto como le temes. Y que sólo quieres el Anillo para tu uso y disfrute; quieres dárselo a Sauron y gobernar con a su lado la Tierra Media. ¿De verdad crees que Él lo va a compartir? ¿Y de verdad te crees que yo voy a ayudarte? ¡No eres más que un traidor a tu orden y un corrupto sediento de poder!
Saruman no dejó que siguiera y usó su vara para castigar tal insolencia. Pero, para su sorpresa, la vara no funcionó con la mujer. Ella no pudo evitar sonreír en señal de triunfo, pues sentía llevar las riendas de la situación. Tenía pensada la escapatoria pero antes no pudo evitarlo y desahogó sus frustraciones contra el hechicero en lo que iba retrocediendo.
- Los Istari fuisteis enviados de más allá del Mar por vuestros maestros para contrarrestar el poder de Sauron y para incitar a las razas de esta tierra a emprender grandes y peligrosas hazañas. Tú que llegaste el primero has sido también el primero en caer bajo la ambición y ahora sólo trabajas para ti mismo. Pero déjame decirte algo, ya que tanto deseas mis conocimientos: no te saldrás con la tuya. El artefacto será destruido no sin antes de que tú pierdas todo y te veas obligado a arrastrarte en un intento inútil y rastrero por tener algún mínimo control sobre la gente más pequeña, pero allí no obtendrás nada más que la muerte más vil, que es la que te mereces. Y no quedarán de ti ni el polvo de tus huesos… eso es lo que sé, Saruman el Blanco, y eso es lo que tengo para ti.
Natalie no podía evitar sentir una honda satisfacción al ver el rostro del hechicero, crispado por la ira, que aferraba con las manos casi blancas su vara. 
- ¡Tú! – dijo él con la voz temblorosa de rabia, pero una voz tan potente que la hizo retroceder un tanto - ¡Tú, descarada y deslenguada! ¡A mí, Uruk-hai! Traedme a la insolente para que reciba el castigo que merece.

Natalie salió corriendo todo lo que le permitían sus piernas pero antes de volverse pudo ver a dos guerreros Uruk-hai, grandes y terribles, que salían con un rugido de entre los árboles de detrás del hechicero. 
- ¡Mierda, mierda, mierda, mierda! 
Corría campo a través y ellos le iban pisando los talones. Era de día – nublado, pero a fin de cuentas de día - pero eso no molestaba a estos orcos. Poco tiempo después escuchó un sonido de agua fluyendo y Natalie se apresuró hacia allí pensando, por alguna razón, que los orcos no sabrían nadar y allí podría despistarles. Se trataba de un río y, sin pensárselo mucho, se lanzó al agua pero no fue capaz de nadar al otro lado. Los orcos comenzaron a bramar ya que, como ella adivinó, no querían mojarse. Pero no se dieron por vencidos; por suerte para ella no usaban sus arcos. Querían atraparla de una pieza así que la siguieron por la orilla y luego corrieron adelante, apostándose cerca de la orilla. Natalie entendió lo que pasaba: había una cascada. Intentó de nuevo nadar hacia la orilla opuesta pero la corriente la arrastró sin remedio. Al menos estaría lejos de las manos de los Uruks pensó.  Para sus adentros rezó porque el salto no fuera muy alto y se dejó arrastrar por la corriente…. Y entonces cayó.


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