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[Relatos oníricos] La ruptura de un vínculo - Capítulo 3



El agua estaba muy fría pero consiguió nadar hasta la superficie para recuperar el aliento y después hasta la orilla. Se quedó tumbada un momento, tosiendo y miró a sus alrededores. No veía a sus perseguidores, pero algo le dijo que no tardarían en llegar hasta ella. Vio más ruinas cerca del río y se apresuró a esconderse allí, detrás de una gruesa columna. No tardó mucho en escuchar los gruñidos guturales de los Uruks, que empezaron a discutir hablando en la lengua negra. Natalie se mordió los labios cuando les vio mirar el suelo y seguir lo que sería su rastro.

Se pegó a la columna reteniendo el aliento y entonces vio, entre la floresta, algo que se movía. Se quedó mirando fijamente con el ceño fruncido, por un momento olvidándose de los Uruks. ¿Qué había sido eso? Entonces algo le tocó en el hombro. Fue a gritar pero alguien le tapó la boca. Se trataba de una chica de ojos grandes y oscuros, de pelo muy corto moreno que tenía algunas hojitas secas enredadas. Ladeando la cabeza se puso el índice en la boca para indicarle que debía guardar silencio y tras asegurarse que Natalie le obedecería le retiró despacio la mano de la boca y esbozó una amplia sonrisa que desconcertó a nuestra a Natalie. Quizá esa chica no entendía la gravedad de la situación.
A sus oídos llegó el sonido de un gran revuelo, ruidos de pelea. Los Uruks montaron un gran escándalo con sus rugidos y gritos. Natalie quiso saber qué estaba sucediendo pero cuando intentó asomarse por la columna la chica no le dejó. Se mantuvo delante de ella y Natalie la estudió con más atención. Era bajita y delgada, de facciones finas que le daban un aire de duendecillo, sobre todo porque miraba a Natalie con la cabeza ladeada y los ojos muy abiertos. Entonces la tocó el pelo, haciendo que Natalie se revolviera ligeramente. La chica no pareció molestarse por su reacción.
- Eres muy guapa y hueles muy bien  – dijo con una vocecita agradable - ¿Cómo te llamas?
A pesar de lo extraño de la situación, decidió responder.
- Natalie… ¿Tú?
Se hizo el silencio, la lucha había sido breve.
- Daisy – dijo la chica y alzó la nariz respingona -  Y él es Moss.
En ese momento un hombre joven entró en el campo de visión de Natalie. Tenía el cabello largo hasta los hombros. Esbozaba una media sonrisa y sus ojos oscuros la miraron con cierto descaro, una de sus cejas permanecía alzada. Era alto y delgado pero se le veía en forma y su única ropa la componían unos pantalones, algo rotos y sucios. Natalie le devolvió una fugaz sonrisa pero bajó la mirada porque él seguía observándola.
- ¿Y bien? – preguntó Daisy.
- Los orcos son historia – dijo él haciendo un gesto con la cabeza al lugar donde hacía un momento estaban los Uruk-hai.
- ¿Acaso tú? – preguntó Natalie, levantando la cabeza y vio manchas negras en su ropa que sabía que era la sangre de los uruks – Pero ¿cómo? Si no llevas armas.
Daisy y Moss intercambiaron una mirada.
- Moss tiene unas habilidades fuera de lo común – explicó Daisy de manera un tanto enigmática – No necesita armas y es más fuerte de lo que parece.
- Y ¿por qué me ayudáis? No me conocéis de nada.
- En realidad no lo hemos hecho por ti – dijo él en un tono que a Natalie se le antojó demasiado seco-  Los orcos no son bienvenidos en este lugar.
Algo en su forma de decirlo hizo que a Natalie se le pusieran los pelos de punta. Sin embargo la sensación pasó rápida.
- Ven, chica caída del cielo – dijo ofreciéndole la mano – Tenemos cosas de las que hablar.


Resultaba que Daisy y Moss vivían en el bosque desde hacía mucho tiempo; bueno, el término exacto que usaron para definirlo fue “territorio”. Últimamente los orcos se adentraban cada vez más en los bosques trayendo la destrucción a su paso: talaban y quemaban los árboles, mataban a la fauna del lugar para alimentarse o, simplemente, por pura diversión. Esto obviamente traía de cabeza a ambos jóvenes y ellos se dedicaban desde hacía un tiempo en cazar a los orcos. Según le explicaron Saruman – o Zarquino, como ambos preferían llamarle -sabía ya de su existencia y había llegado a mandar partidas de uruks para matarles a ambos.
- Sin embargo nunca nos pillan de sorpresa ¡ja! – se jactaba Daisy mientras caminaba, con un trote grácil y veloz, casi como si bailara – Los olemos mucho antes de que ellos puedan detectarnos. Y es que huelen realmente mal esos apestosos. ¿Verdad Moss?
El susodicho, que cerraba la retaguardia, no dijo nada. Natalie podía sentir sus ojos castaños clavados en su nuca.
A pesar de que ambos chicos fueron hospitalarios con ella había algo en ellos, en su forma de ser, que hacía que los instintos de Natalie se mantuvieran alerta. Para empezar dedujo, por lo que la vivaracha Daisy le contaba, que vivían en cualquier parte del bosque, a la intemperie, algo que ni siquiera hacían los elfos. Iban descalzos y  había algo en la profundidad de sus ojos castaños que a Natalie le dieran ligeros escalofríos.
- Los uruks no son orcos corrientes, están hechos para caminar por el día ¿entiendes? – explicaba Daisy mientras Natalie devoraba unas bayas que le habían traído– Porque son artificiales, creados por la magia del mago para la guerra que se avecina Como nosotros los cazamos el mago ha intentado usarlos a su vez para cazarnos a nosotros. Lo ha intentado hasta por la noche pensando que así nos pillaría más desprevenidos… el viejo Zarquino se equivocaba.
La risa de Daisy sonaba como las campanillas y su locuacidad y buen humor contrastaban con el silencio y la seriedad de Moss.
- ¿Qué es tan gracioso? – preguntó Natalie.
- La noche no encierra ningún secreto para nosotros – respondió él de manera enigmática.
Natalie no entendía nada de nada.

Se estaba bañando en el río pues se sentía sucia y apestosa. Se preguntaba una y otra vez cómo podría volver a casa y, sobre todo, cómo demonios había ido a parar aquí. Moss y Daisy le habían prometido que al día siguiente le llevarían a alguien que quizá pudiera ayudarla, según le dijeron se trataba de otro hechicero (éste era de fiar) que también habitaba en los bosques y que era amigo de ellos. Decían que estaba claro que Saruman tenía interés en ella así que lo más sensato era alejarla lo más rápidamente posible del lugar. No mencionaron el motivo por el que sabían que aquella estrella fugaz que vieron por la noche se trataba de ella y Natalie no se lo preguntó, pensó que cuanto menos supiera mejor. Habían caminado el resto del día pero al crepúsculo hicieron alto, pues Natalie no podía más, y ahora estaba aprovechando los últimos rayos del sol para darse un refrescante baño. 
Apenas fue consciente de haber salido del agua. Parpadeó confusa dándose cuenta de que había anochecido; el tiempo había volado. Se agachó para recuperar su ropa y entonces escuchó un crujido en la espesura del bosque que se extendía alrededor. Elevó la mirada y se quedó totalmente paralizada pues veía claramente dos ojos amarillos que la observaban. Quiso gritar llamando a Daisy y Moss pero pensó que no era prudente, que mejor era permanecer quieta y, en última instancia, intentar volver al río. Pasaron unos segundos que a ella se le hicieron eternos pero entonces la criatura que la observaba desapareció adentrándose en la espesura. Ella suspiró aliviada, pues había llegado a entrever que se trataba de un gran lobo.


Volvió al campamento, que estaba realmente compuesto por una modesta hoguera. Moss alimentaba el fuego arrojando unas ramitas. Con unos palitos se las había apañado para colocar un pescado que se cocinaba lentamente y que él mismo había pescado.
- ¿Ocurre algo? – le dijo cuando la vio llegar.
Ella le miró por un momento como si no comprendiera, perdida en sus temores.
- Tu respiración se escucha agitada – aclaró él, manteniendo una calma envidiable.
- He visto… he visto un lobo, allí, en el río – soltó Natalie - Era enorme. He pasado mucho miedo porque pensaba que iba a atacarme y…
- No debes preocuparte, no te hará nada.
La seguridad con la que él lo dijo sólo la desconcertó más. 
- ¿Y Daisy? 
- Ha ido a comprobar que no haya orcos merodeando por aquí – esbozó una media sonrisa – No debes preocuparte. Y ahora ven, siéntate al lado del fuego y come algo…
- Pero si hay lobos – empezó Natalie tras unos minutos de silencio, mordisqueando el pescado.
- ¿Confías en mí? – le preguntó él, mirándole a los ojos.
Natalie tragó el pescado y sintió el influjo de esa mirada, las llamas danzando en las pupilas.
- Sí… supongo que sí.
- Pues entonces créeme, no debes tener miedo. Estás a salvo.
Justo en ese momento escucharon un aullido lejano, tembloroso y prolongado. Moss se levantó de un salto y se tensó, mirando fijamente en una dirección. Natalie también se levantó y le agarró por el brazo cuando notó que él quería marcharse.
- Espera aquí – pidió él sin volverse.
- ¿Qué? ¡N-no, no me dejes sola! 
- Hay problemas – dijo él volviéndose al fin apoyando sus manos sobre los hombros de ella – Pero si te quedas aquí estarás bien. No tardaré… pero si algo va mal grita con toda la fuerza que tengas en los pulmones, vendré corriendo a buscarte.
- Pero…
Quiso decir algo más pero él la acarició el pelo, le guiñó un ojo y se internó en la espesura sin llevar, dicho sea de paso, nada con lo que iluminarse. Natalie se agazapó delante del fuego, temblando y asustadísima, mirando en todas direcciones con el único pensamiento de que pronto surgirían muchas figuras de entre los árboles y se le echaría encima un animal enorme y hambriento. En ese momento todo empezó a girar a su alrededor y parpadeó, confusa, sintiendo que se encontraba en una pesadilla de la que tenía que despertar.
No supo cuánto permaneció así pero todo se le pasó cuando vio aparecer a Moss con Daisy apoyada sobre su hombro. La chica parecía al borde del desmayo y estaba cubierta de sangre; negra de orcos, roja la suya. Natalie, con los nervios a flor de piel, se levantó para ayudar a Moss a tumbarla.
- ¡¿Qué ha pasado?!
Moss no respondió enseguida. Escupió una pasta oscura sobre sus manos y se lo extendió a Daisy en la herida. Daisy gimió un poco.
- Una partida de Uruks mandada por Zarquino nos seguía el rastro. Cuando llegué Daisy ya los había matado a casi todos pero la habían herido. No te preocupes, acabé con los que quedaban, por ahora estará todo bien…
- Espera. ¿Cómo sabías dónde estaban?
- Porque ella me llamó… Daisy, eh…
Sostuvo el rostro pequeño de ella entre sus manos. Daisy volvió a gemir y abrió los ojos, sonriéndole cuando le vio.
- Moss… me has librado de una buena.
- ¿Por qué no me llamaste antes? – murmuró con el ceño fruncido y acariciándola suavemente la mejilla.
Ella no dijo nada y miró a Natalie, quien intentaba no perder detalle.
- Creo que me han hecho más de lo que puede curarse con un poco de medicina ¿verdad? Debería…
- No, no deberías cambiar de piel – susurró él hablando tan dulcemente que a Natalie le sorprendió.
- Creo que no hay peligro Moss… ella lo entenderá… y si no mañana no podré hacer nada más que retrasaros… en tal caso mejor que me dejarais…
- No te abandonaré nunca y lo sabes.
- Lo sé
Ella le sonrió cálidamente y le acarició el rostro. Justo cuando Natalie sintió que sobraba y estaba pensando en dejarles intimidad Daisy la miró.
- Déjame explicárselo primero, que no sea demasiada impresión para ella – pidió con esfuerzo.
- ¿Qué es lo que pasa? – preguntó Natalie molesta – Oye, si hay algo que debáis contarme por mí no os cortéis. Me estáis ayudando y si se trata de algo fuerte… en fin, podré soportarlo.
- Creo que lo es, sí, es fuerte para ti – dijo Moss y la miró con una ceja enarcada - ¿Podrás asumirlo o no?
- Pues sí – dijo Natalie, enfadándose cada vez más - ¿Creéis que no me he dado cuenta de que guardáis un secreto? Puede que sea forastera pero no soy estúpida.
Moss frunció los labios en una mueca de fastidio y se volvió a Daisy que le miraba con sus grandes ojos castaños. Asintió una única vez.
- Está bien – dijo Moss – Tienes razón, es la única manera de que mañana estés recuperada. Pero debes hacerlo ya, sin preliminares, porque si dejas pasar más tiempo estarás tan débil que ya no podrás hacerlo.
- ¿Hacer el qué? – preguntó Natalie.
Moss no respondió, le dio un beso en la frente a Daisy y se incorporó, echándose hacia atrás junto con Natalie.
 - Está bien – dijo ésta incorporándose un tanto y alzando la cabeza - Chica caída del cielo, no te asustes pero allá voy…
Y Daisy comenzó a cambiar: su cara se acható y su nariz se alargó, sus orejas se elevaron y sus ojos se volvieron de un color amarillo, el cuerpo entero sufrió una profunda metamorfosis, cubriéndose de pelo oscuro. Y donde antes estaba una delgada muchacha de pelo corto ahora se encontraba un lobo.


- Somos cambiadores de piel – explicó Moss poco después – Podemos transformarnos en lobo y volver a ser humanos a voluntad. Fue a Daisy a quien viste en el río, que estaba vigilando que no hubiera orcos por los alrededores, por eso te dije que no tenías nada que temer.
- Hombres lobo – murmuró Natalie quien se había sentado al lado de Moss y miraba a Daisy con atención – Es decir ¿seguís conservando vuestra personalidad mientras sois lobos?
- Pues claro ¿qué esperabas? 
- Siento mi ignorancia. Por lo visto mi concepto de los hombres lobo no es muy acertado… ahora hay muchas cosas que entiendo.
Él sonrió ligeramente.
- Me imagino que debíamos resultarte un dúo de lo más extraño…
- Pues sí…
Tras un rato de silencio Natalie se atrevió a preguntar.
- ¿Sois pareja o algo así?
La expresión de él parecía de pura piedra.
- ¿O acaso sois familia? – preguntó para intentar desviar lo incómodo de su pregunta.
- Somos una manada… una familia, pequeña pero unida por un vínculo fuerte – respondió él tras un instante de silencio - Mmmm… creo que también tenemos conceptos diferentes de lo que es una familia. Ella es mi amiga, mi hermana, mi compañera… estamos juntos pero no se nos puede considerar una pareja como parecen considerarlo los humanos. ¿Pero por qué estás tan interesada en saber esto?
- Por nada… ehm, simple curiosidad supongo. No conozco a muchos hombres lobo ¿sabes?
Él la miró por unos segundos con una ceja enarcada, luego ambos soltaron una risita.
- Así que curiosidad – olfateó el aire – Mmm… bueno, sólo te diré que los lobos tenemos buen olfato, no lo olvides.
La miró a los ojos tan fijamente con una expresión tan seria que Natalie se sonrojó hasta la raíz del cabello y volvió a retirar la mirada, sin decir nada. Moss no hizo tampoco más comentarios y se estiró, arrojando una ramita al fuego.
- Será mejor que duermas. Mañana nos espera un largo día de marcha… yo haré la guardia. 
- ¿Hasta qué hora? – dijo ella empezando a recostarse.
Él enarcó una ceja. La verdad que a Natalie empezaba a gustarle la manera en que lo hacía.
- Pues hasta el amanecer.
- Pero ¿y cuándo dormirás? 
- Puedo aguantar días durmiendo apenas unas pocas horas, no te preocupes. Ahora duerme, lo necesitas.
Ella fue a protestar pero una vez cogió postura los ojos se le cerraron solos.

Tenía algo húmedo apoyado en el hombro. Natalie abrió los ojos despacio y parpadeó a un día gris y nuboso. Se sobresaltó cuando se encontró con la cara de un lobo a escasos centímetros de su rostro. El lobo, cuyo pelaje era casi negro en su totalidad encogió las orejas y meneó el rabo.
- Lo siento, tengo que acostumbrarme a esto – dijo Natalie y, aún con ciertas reservas, extendió la mano para acariciar la cabeza del lobo, cuyo rabo empezó a menearse con más énfasis.
Daisy apareció entonces dando un brinco e hizo que Natalie se sobresaltara.
- ¡Buenos días! – dijo risueña estirándose con total despreocupación y empezando unos estiramientos.
- ¿Cómo te encuentras? – le preguntó Natalie aliviada porque estuviera bien.
- ¡Maravillosamente bien! ¡Aah! – aspiró con fuerza y se volvió hacia el lobo - ¿A qué esperas? ¿Acaso no decías que te morías de hambre? ¡Te he dejado un buen pedazo allí, usa el hocico que para algo lo tienes! – señaló en una dirección, Moss se alejó trotando -  A la señorita ya le he traído yo el desayuno.
Natalie se sintió algo decepcionada cuando vio las bayas que le ofrecían pero la sonrisa de la chica lobo era tan radiante que se le contagió.
El viaje de aquel día fue… extraño. Tuvo la sensación de que el tiempo volaba mientras caminaban. Tan sólo recordaba el bosque, los cielos nublados y las miradas de Moss y de Daisy… sobre todo de Moss. Ambos murmuraban y la miraban mucho pero a Natalie no le molestaba, intuía de qué estaban hablando.
Esa noche, cuando fueron a descansar ninguno dijo nada. Hacía frío a pesar de la hoguera, no habían visto orcos en los alrededores por lo que el trío permaneció junto. Natalie, con el estómago lleno por la cena que ellos habían conseguido, se tumbó en el suelo boca arriba. Era algo incómodo pero la hierba, verde y fresca, ayudaba un poco. Los dos hermanos se tumbaron uno a cada lado de ella. Fue Daisy la primera que se arrimó a ella. Daisy dio un beso a Natalie en la frente, en el puente de la nariz, en la comisura de la boca y luego en los labios: los de Daisy eran húmedos y suaves. Entonces Moss se acercó por detrás besándola despacio por el cuello y los hombros. Natalie se giró y se abrazó a Moss, echándole los brazos al cuello y tomándole por los cabellos buscó sus labios; él besaba tan bien como se había imaginado. Una de sus manos se deslizó por debajo de la camiseta de Natalie y ella soltó un gemido cuando encontró lo que buscaba. Mientras tanto Daisy se había apretado a su espalda, pasado una pierna por encima hasta dar con Moss, quien bajó la mano hasta acariciar el muslo de la chica de pelo corto, quien comenzaba a besarle en la nuca a Natalie... 



Con un respingo Natalie abrió los ojos. Miró a su alrededor, parpadeando, viendo lo que era su dormitorio. Frunciendo el ceño por las legañas y la luz de la lámpara de la mesilla de noche giró la cabeza y alargó la mano para ver la hora: el depertador marcaba las 23:25. El libro que había estado leyendo se había deslizado hasta el colchón, quedándose cerrado. “El Señor de los Anillos y las Dos Torres”. Se debía haber quedado dormida mientras lo leía.
Natalie resopló, lo tomó en la mano y lo dejó en la mesilla de noche. 
- Tengo que dejar de leer para relajarme antes de dormir porque sólo sueño tonterías – pensó mientras acomodaba la almohada.
Apagó la luz de la mesilla y se acostó boca arriba, tirando de la ropa de cama hasta arroparse hasta la barbilla pero al cabo sacó los brazos por encima de la colcha. Cerró los ojos y pensó en lo que acababa de soñar. No quería admitirlo pero estaba enfadada porque el sueño se había cortado en el mejor momento. ¿Y si intentaba repescarlo?
- ¿Por qué demonios he soñado con hombres lobo? – pensó, en cambio – No hay hombres lobo en El Señor de los Anillos así que ¿de dónde han salido?
Recordó los detalles de la última parte del sueño y no pudo evitar esbozar una sonrisa y, automáticamente, pensó en Esteban. No estaba cómoda. Suspiró frunciendo el ceño y se volvió para ponerse de lado, metiendo uno de los brazos por debajo de la almohada. Mejor.
- Creo que lo primero que haré mañana cuando vuelva de trabajar será mandarle a la mierda, igual que hice con Saruman… debí hacerlo según supe que estaba casado.
Sonrió. Sí, no tenía sentido seguir en una relación que no conducía a nada. ¿Por qué se había aferrado a esa farsa? Además Verónica era muy maja y no se merecía eso…. Esteban era un auténtico capullo. Conocería a otra persona, quizá alguien que fuera tan protector y cálido como Moss pero atento y divertido como Daisy. Sí, que le dieran por saco a Esteban.
Natalie respiró hondo, soltó lentamente el aire y volvió a sonreír ante la expectativa de un futuro mejor. Fue entonces cuando se quedó dormida…

FIN


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