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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Un lugar al que llamar hogar - Capítulo XII: Gioconda [FINAL]

 


Cuando la muchacha abrió los ojos, olió aquel hedor y vio el techo de ladrillo sobre ella volvió a experimentar esa sensación de dejà vú, que le hizo a su vez, recordar el incidente con Hun. Se incorporó bruscamente, pero estaba a salvo... aunque no indemne.

Para empezar su brazo izquierdo estaba cuidadosamente vendado y atado con su propio pañuelo a modo de cabestrillo. También le habían aplicado unos vendajes en el torso – le habían despojado de la sudadera – que le ceñían con firmeza, como si llevara un corsé. Costaba tomar aire con esa cosa, pero ya no le dolía. Su muñeca derecha había sido igualmente vendada con firmeza. Apartó la sábana y vio que el tobillo que se había torcido en su intento de fuga estaba igualmente vendado.

En esta ocasión el cuarto donde se encontraba no era el de Michelangelo; éste no estaba atestado de cosas si no que estaba totalmente vacío, a excepción de la cama de estilo futón donde ella se encontraba. Eso sin contar a la tortuga que dormitaba justo enfrente de ella, con los brazos cruzados, el caparazón apoyado en la pared y la cabeza reposando sobre su plastrón del pecho. Era Raphael.

Ella le miró atónita pero no quiso despertarle. Intentó incorporarse, pero por mucho cuidado que le pusiera hizo el suficiente ruido como para alertar unos oídos ninja. Raphael se despertó con un cabeceo. Cuando la vio sentada en la cama y totalmente despierta se espabiló.

- ¡Eh ¿Cómo te encuentras, renacuaja? – preguntó con una sonrisa. Ella no respondió, en su lugar intentó levantarse, pero le supuso un esfuerzo tan extenuante que se dio por vencida. Raphael se dio cuenta y se aproximó – El maestro Splinter dijo que te convenía descansar, así que no hagas eso.

La chica se llevó la mano libre al torso vendado y luego al brazo en cabestrillo para por último alzar el rostro y mirar interrogativamente a la tortuga. Raphael se acuclilló a su lado.

- No sé qué te hizo exactamente ese cerdo, pero tenías una costilla fisurada y lo mismo puede decirse del brazo, la muñeca y el tobillo. Por no hablar de los moratones generales y la pérdida de tu cola – le informó – Cuando te trajimos aquí el maestro Splinter junto con Donatello te curaron lo mejor que pudieron – hizo una pausa – Lo siento, niña. Ha sido todo por mi culpa. Te mentí y no debí hacerlo.

Su arrepentimiento era sincero. Sin embargo, ya no estaba enfadada con él. No se atrevía a decirle nada, pero dadas las circunstancias debía admitir sus errores.

- No ha sido culpa tuya – murmuró con la cabeza gacha – Intentasteis advertirme de que no siguiera provocando a los Dragones Púrpura, pero yo no os hice caso. Esa noche intentaste convencerme de nuevo, y lo habías conseguido… quizá sólo me aferré a esa mentirijilla porque deseaba encontrar una excusa para no hacerte caso. Así que, en realidad, me lo busqué yo sola… la que lo siente soy yo por no haberos escuchado.

- Iban a matarte – espetó él mirándola con dureza - ¿Lo entiendes? Conocemos a Hun y él… bueno, es muy peligroso. Con tus incursiones conseguiste llamarle la atención y no sólo te has puesto en peligro tú, sino también a nosotros… Escuchamos cómo te interrogaba por nuestra guarida.

- No le dije nada – respondió ella y alzó la vista para mirarle a los ojos –Me dijo que iba a romperme todos los huesos del cuerpo… pero ni aunque lo hubiera sabido se lo habría dicho. Puede que sea de irme por la puerta de atrás pero nunca os traicionaría. Lo juro.

La expresión de Raphael se relajó y asintió con la cabeza.

- Lo sé. Escuchamos cómo lo mandaste a la mierda. Gracias.

La chica notó cómo le ardía el rostro y bajó de nuevo la vista. Raphael se puso de pie.

- Supongo que estarás muerta de hambre, te has tirado durmiendo dos días enteros. Sí, es verdad, no me mires con esa cara – añadió al ver la expresión de la chica – Voy a avisarles a todos que estás despierta. Han estado muy pendientes de ti, sobre todo Mikey. ¿Prometes que si me marcho un momento no te escaparás?

Ella sonrió, divertida por su pregunta.

- No podría, aunque quisiera – fue su respuesta.

Raphael le dedicó una sonrisa torcida.

- No esperaba menos de ti, renacuaja.

Y se marchó.

La muchacha se tumbó de nuevo y estuvo mirando al techo todo el tiempo. En verdad que sentía mucha hambre; para ser justos sentía un gran agujero negro en el lugar donde debería estar su estómago, que se retorcía y aullaba demandando sustento. Un rato después unos pasos apresurados por el pasillo la hicieron volver la cara hacia la puerta y allí vio a Michelangelo, que portaba una caja de pizza.

- ¡Estás despierta! – exclamó, esbozado una sonrisa inmensa, enseñando todos sus dientes -¿Cómo estás? ¿Te duele mucho? ¿Te acomodo la almohada?

- Mikey – advirtió Raphael que había seguido a su hermano y ahora se apoyaba con el hombro en la puerta– No la agobies ¿quieres?

- No lo hago – protestó éste y se agachó para sacudir las dos almohadas y dispuso una contra la otra para que la chica pudiera recostarse y estar más cómoda para comer – Así está mejor ¿verdad?

Ella asintió, encantada por todas las atenciones que estaba recibiendo. 

Michelangelo abrió la caja de pizza y se la depositó sobre las rodillas. Había dos trozos grandes y suculentos de una deliciosa pizza de pepperoni. La niña cogió sin miramientos uno de los trozos y se lo llevó con voracidad a la boca.

Michelangelo se asustó de lo rápido que comía, que más que masticar parecía engullir la comida.

- Chica, si no relajas no la vas a poder ni saborear – le advirtió– Va a ser cierto que te pareces a Raphael; hasta comes igualito que él.

- Puede ser, pero yo soy más guapo – dijo Raph desde la puerta.

Ella se detuvo mirándole totalmente desconcertada. ¿Cómo que se parecía a Raphael? ¿Qué habían hablado a sus espaldas?

- Si no la traes bebida lo más probable es que se atragante – dijo Donatello, apareciendo en el umbral con un vaso y una botella de agua, que depositó al lado de la cama de la chica. Tras llenarle el vaso se lo ofreció – Me alegro que te encuentres mucho mejor.

Ella asintió con la cabeza y recordó lo que le había dicho Raphael.

- Gracias… por el agua, pero también por curarme – dijo ella tras beber.

Donnie se rascó la cabeza, pero asintió, satisfecho de sí mismo. Mikey le dio un codazo.

- Eh ¿cuánto tiempo tiene que estar con esas vendas?

- Lo que necesite para que sus huesos se suelden. No seas impaciente.

Quien había respondido era el mismísimo maestro Splinter, que había llegado acompañado de un sonriente Leonardo.

Aunque a la muchacha la estancia le había parecido grande se encontraban un tanto apretados ahora que también estaban las cuatro tortugas junto con su maestro. Éste se arrodilló al lado de la chica, que ya apuraba el segundo trozo de pizza.

- ¿Cómo te encuentras?

- Bien… gracias a vosotros.

- Espero que seas consciente de lo que te sucedió la otra noche. Si mis hijos no hubieran llegado a tiempo…

Ella agachó la cabeza.

- Te aseguro que soy muy consciente – asintió – Raphael me lo ha dicho, pero no hacía falta, yo misma me he dado cuenta de lo idiota que he sido por no seguir vuestros consejos. Tal y como le he dicho a él, sé que estaría muerta de no haber sido por vuestra intervención. Por eso os quiero dar las gracias a todos. Os debo la vida. No sé cómo agradecéroslo lo suficiente, pero puedo empezar con daros una explicación - Hizo una pausa. Splinter asintió satisfecho y la dejó hablar – Puede que os resulte ridículo, pero… no sé por qué lo hice. Yo… no recuerdo nada de mi vida anterior a meterme de lleno en las peleas contra los Dragones. No sé quién era o qué hacía antes de eso, no soy capaz de recordarlo y, cuando lo intento con todas mis ganas, sufro de fuertes migrañas que me dejan k.o. para todo el día. Sentía que los Dragones, de algún modo, lo sabían o podían ayudarme a arrojar algo más de luz en eso. Pero me equivoqué… – otra pausa. Estaba nerviosa, pensó Splinter, pero sonaba sincera – Siento mucho no haber sido lo suficientemente valiente de contároslo antes, pero pensé que no me ibais a creer. Además yo… 

Guardó silencio y no fue capaz de continuar.

El maestro Splinter la miró fijamente a los ojos para asegurarse de su sinceridad, buscando rastros delatores de mentiras, tal como hiciera en su día cuando April O’Neil entró a las alcantarillas. Pero tal y como le había parecido, la chica estaba siendo sincera. Entonces Splinter asintió y puso una de sus gentiles garras sobre su hombro.

- Bueno, ya tendremos tiempo de hablar de eso en cuanto te recuperes. Ahora te conviene descansar.

Ella le miró con esperanza mientras se incorporaba

- ¿Puedo quedarme hasta entonces?

Él la miró un par de segundos y sonrió.

- Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, como si lo haces para siempre.

La chica se llevó una mano al pecho y comenzó a respirar agitadamente. ¿Había escuchado bien? Miró a la rata y luego a cada una de las tortugas. No, no parecían estar bromeando, parecían ser sinceros. ¡Pero eso era imposible!

- ¿S-significa eso que puedo quedarme a vivir aquí? ¿De verdad?

- Bueno – dijo Splinter, encogiéndose de hombros – No hemos estado vaciando este cuarto de trastos para convertirlo en un dormitorio por mero capricho.

La chica le observó estupefacta. De él pasó a Leonardo, que esbozó una gran sonrisa.

- ¿Qué fue una de las cosas que te dije cuando nos conocimos, antes de despedirnos? – hizo una pausa, esperando una respuesta que no llegó. Su sonrisa se hizo más amplia – Te sugerí que sería una buena idea que cambiaras de hogar. ¿Por qué no mudarte aquí?

- Y si no hubieras salido corriendo en su momento, cabeza de chorlito, te lo hubiéramos acabado ofreciendo – señaló Raphael cuando ella le miró – Lo que pasa que te vimos tan desconfiada que no quisimos agobiarte con la oferta para evitar que huyeras… cosa que igualmente hiciste, por otra parte.

- Y aunque no sabíamos aún tu respuesta nos vinimos arriba y estuvimos discutiendo el asunto de tu nombre mientras dormías – añadió Donatello bajo la atenta mirada de la chica que, por último, miró a Michelangelo.

- Seh – asintió éste – Por eso de que pudiéramos dirigirnos a ti y esas cosas sin llamarte “eh tú” y cosas así… cada uno dijimos uno y mira tú por dónde que el sensei se salió con la suya.

- ¿De qué te sorprendes Michelangelo? – le preguntó el maestro – A fin de cuentas yo soy el mayor y os puse vuestros nombres – se volvió a la chica – Aunque si no te gusta, te podemos decir las otras opciones y elegir tú la que más te guste. El nombre que sugerí es… Gioconda. Creo que te va bien porque eres igual de misteriosa que ella. ¿Te gusta?

La chica se había quedado sin habla y, aunque hubiera sido capaz, no habría sabido qué decir.

- ¿Te quedas entonces a vivir con nosotros? – preguntó Michelangelo con los dedos cruzados - ¿Tendré por fin una hermanita aunque sea adoptaba?

Dos lágrimas resbalaron por sus mejillas y no pudo soportarlo más. A pesar de que su cuerpo protestó por el esfuerzo y se sintió muy rara sin su cola se las apañó para incorporarse y fundirse en un abrazo con el maestro Splinter, que por poco no dejó caer el bastón ante la inesperada efusividad de la noticia.


Se aferró a él como alguien se agarraba a un salvavidas en medio del mar.  


Porque le habían dado un nombre. Porque alguien la aceptaba. Alguien la quería.


Porque por fin había encontrado un hogar…




FIN

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Un lugar al que llamar hogar - Capítulo XI: Conflicto

 


Cuando habían llegado a la zona en la que Donatello insistía haber perdido la señal del dispositivo de rastreo que Raphael le había colado a la muchacha en su abrigo se habían puesto a examinar los alrededores tras haber aparcado en un callejón cercano el vehículo acorazado.

No tuvieron que dar muchas vueltas para dar con el edifico donde, sospechaban, tenían retenida a la niña. Fue Michelangelo quien les llamó la atención cuando se puso a mirar por una bóveda de cristal de un edificio que parecía un almacén. Ya les había llamado la atención la presencia de los guardias con aspecto punk en la calle y unos gritos femeninos amortiguados pero familiares les confirmaron que definitivamente habían llegado al lugar que buscaban.

Automáticamente desenfundaron sus armas.

- ¡Es ella! – exclamó Raphael.

- ¡En silencio! – ordenó Leonardo – No sabemos cuántos son ahí abajo...

Cuando se asomaron a la bóveda de cristal llegaron justo a tiempo para ver cómo Hun, un viejo conocido del grupo, alzaba a la muchacha indefensa en el aire, con un séquito de Dragones Púrpuras detrás. 

- Esta vez te partiré uno de los grandes. ¡RESPONDE DE UNA VEZ! – rugió Hun en ese momento - ¡LA GUARIDA DE LAS TORTUGAS, DONDE ESTÁ!

- ¡La está torturando! – señaló Michelangelo en un tono de voz sofocado.

La chica debió de decir algo porque Hun volvió la cabeza en su dirección y se inclinó.

- ¡VETE A LA MIERDA! – gritó ella con la voz quebrada de dolor.

- Si ese capullo nos busca ya nos ha encontrado – rugió Raphael y miró a Leonardo – No pienso esperar más…

- No hará falta. ¡Chicos, al ataque! – exclamó y reventó el cristal usando sus espadas - ¡Don, detenlo! ¡Raph, sácala de ahí! ¡El resto les cubriremos!

- ¡Cuenta con ello! – asintieron el resto a la vez.

Apenas estalló la bóveda se lanzaron directamente sobre Hun y los Dragones. Mientras caían Donatello lanzó una suriken para detener a Hun, que efectivamente soltó a la niña cuando el metal le cortó la piel.

A pesar de la gran altura que separaba el techo del suelo las cuatro tortugas aterrizaron sin problemas sobre sus fuertes piernas con sus armas alzadas y listas para entrar en combate.

- ¿Acaso nos buscabas, culo gordo?  - preguntó Raphael mostrando los dientes - ¡Pues aquí nos tienes!

- ¡VOSOTROS! – gritó Hun, furioso, pero también complacido, pero antes de que pudiera hacer o decir nada más la voz de Leonardo se alzó como un trueno.

- ¡Tortugas! ¡Al ataque! 

Y así fue como se lanzaron contra los Dragones Púrpura.



Por una vez Raphael no se sumergió de lleno en la lucha, a pesar de que lo deseara con toda su alma. Sus órdenes eran otras de modo que cuando sus hermanos atacaron él ejecutó una pirueta en el aire para separarse de la refriega, guardó sus sais mientras rodaba por el suelo y así llegó hasta la muchacha, que yacía en el mismo sitio donde Hun la había dejado caer.

- ¡Mocosa! – llamó a la chica tendida en el suelo, pero ella no reaccionó.

- ¡No sabes las ganas que tenía de verte, rarito! – le dijo Hun interponiéndose entre él y la niña, crujiendo sus puños. Por mucho que le tentara luchar contra él Raphael no se dejó distraer. Si se peleaba con ese mastodonte no podría cumplir la orden de Leo y consideraba más importante la vida de la chica que saciar sus ganas de pelea… pero tenía que quitarle de en medio.

Dio un salto ágil en el aire, pateando a Hun en la cabeza y aterrizando con un mortal por detrás, le volvió a patear la espalda, arrojándole contra la multitud que peleaba.

Entonces se agachó para encargarse de la chica. La encontró mortalmente pálida hecha un guiñapo en el suelo. ¿Qué le había estado haciendo? ¡Bastardo!

- Raphael – murmuró ella. Se movió, pero jadeó cuando una punzada de dolor le crispó el rostro – Me… duele… todo…

- ¡Shh, todo saldrá bien! Es hora de sacarte de aquí, niña. ¡Vamos! - dijo, y la tomó en brazos justo cuando ella pareció perder  el conocimiento. Se tomó un momento en apreciar que era liviana como una pluma.

- ¡La tengo, Leo! – avisó, volviéndose a Leonardo.

- ¡SÁCALA DE AQUÍ! –  gritó su hermano sin mirarle mientras despachaba a la vez a dos Dragones, interceptando sus estocadas con sus dos ninjatos. Finalmente rechazó a sus contrincantes usando la patada del dragón y se volvió hacia el siguiente insensato que se ponía en su camino.

¡Fácil decirlo! Aunque ese era el plan: hacerse con la chica y encontrar una salida rápida mientras sus hermanos peleaban. Mirando a su alrededor sólo veía gente luchando así que optó por salir por el mismo sito por el que habían entrado: por el tejado. Le bastó un vistazo para ubicar la pasarela. Agarrando firmemente su carga echó a correr, y se dispuso a pasar entre los luchadores, usando toda su agilidad para esquivarlos. 

Saltó por encima de un dragón que acababa de ser derribado por su hermano Donatello, que hacía bailar el bo de un lado a otro enzarzado en un combate contra otros dos pandilleros. Esquivó por los pelos a Leonardo, que apartaba al Mohicano cortando el bate de madera que portaba en dos con sus ninjatos y lanzándolo lejos de una patada. Esquivó un objeto volador no identificado que pasó por su lado y casi se dio de bruces contra Dragon Face con un listón de madera. 

- ¡Ya sabía yo que… la tipa esta… iba con vosotros! – bramó lanzando sus golpes.

- Supongo… que tiene… buen gusto – comentó Raphael, que los esquivó uno tras otro agarrando con firmeza a la chica inconsciente: sabía que no la ayudaría los zarandeos, pero no había otra opción. Pero entonces…

- ¡Sayonara baby! – exclamó Michelangelo que apareció por un lado mandando a Dragon Face a tres metros de distancia de una patada en el estómago- ¡Uh, vamos, Raph! ¡Será mejor que salgamos de aquí! ¡Hai! – gritó atizando con sus nunchakus a otro dragón que venía por su retaguardia, y a otro más…

Aunque Raphael se moría de ganas por unirse a la pelea recordó que Leonardo le había ordenado expresamente que fuera él quien cogiera a la mocosa; él intuía que se debía a que así se aseguraba que la lucha no se alargara más de lo necesario. Y hasta que él no saliera por delante con su carga sus hermanos no le seguirían. Por una vez entendía sus motivos de modo que siguió adelante con ánimos de escapar… aunque siempre podía saciar una parte de sus ganas de conflicto. Esquivó una cadena y tuvo el tiempo justo de dejarse caer al suelo, ejecutando una patada barrida que echó abajo al Dragón Púrpura que la enarbolaba.

Raphael se incorporó de un salto y se permitió dos segundos extra al ejecutar una patada giratoria en el aire, mandando al tipo contra unas cajas de madera, que se rompieron por el impacto con gran estruendo. 

- ¡Agradece que esté ocupado para no poder darte un poco más de eso! – le gritó por encima del hombro, siguiendo su camino.

Había llegado justo debajo de la pasarela, pero ésta estaba demasiado alta; al menos para saltar de una sola vez. Se detuvo un momento, pensando en cómo se las iba a apañar para subir sin usar la escalera ya que tenía las manos ocupadas. 

Un gemido le hizo mirar hacia abajo. La chica, a quien creía inconsciente, le miraba con ojos brillantes.

- Aún no respondiste a mi pregunta – le susurró.

- ¿Eh? – preguntó él, distraído, mirando hacia arriba y los lados, estudiando rápidamente una ruta de escape.

- El tipo de tu historia… ese que había tocado fondo. ¿Eras tú?

¡Ah, eso! Ya se le había olvidado. Justo en ese momento se percató que las propias cajas de madera adyacentes servirían para subir, aunque tuviera que dar un pequeño rodeo. Una vez en la pasarela sería fácil subir a la azotea. La muchacha seguía mirándole, expectante. Él le echó una ojeada y luego esbozó una sonrisa torcida.

- No lo dudes ni por un momento – respondió y ella le dedicó una sonrisa cansada.

En el instante en que se alzaba en el aire una mano se cerró en torno a su espinilla, haciendo que Raphael abriera los ojos de par en par por la sorpresa. Le zarandearon en el aire, derribándole con su preciada carga.  La chica lanzó un grito cuando rodó por el suelo. Raph extendió una mano hacia ella, pero alguien le volvió a agarrar por la pierna, le volvió a voltear en el aire y le arrojó contra las cajas a las que había planeado usar. La tortuga desapareció en medio de una nube de polvo y madera astillada.

- Aún no hemos terminado, rarito – dijo Hun, escupiéndose en las manos.

Se giró hacia la chica, que había presenciado la escena mientras yacía tirada en el suelo. Cuando ella adivinó sus intenciones retrocedió, pero sus heridas la habían vuelto lenta y torpe. Hun la agarró por el pie del tobillo torcido. Tiró de ella, que gritó y se revolvió, proyectando su otro pie sano contra las partes nobles del hombro. 

Hun ahogó un grito y la soltó llevándose las manos a la entrepierna como acto reflejo porque había contado con el golpe doloroso. Pero la niñata había fallado. Sonrió con ferocidad y la observó arrastrarse por el suelo como la sabandija que era. Dio un par de pasos y esta vez la pisó la cola con todas sus fuerzas. Ella gritó de dolor y se agitó bajo su peso.

El plan de Hun consistía en usarla como medio de detener la pelea y capturar a las cuatro tortugas de una vez. arrojad las armas o la rompo el cuello. Sonrió; sí, eso les haría entrar en razón. Alzó el rostro y vio que se las habían apañado para despachar casi a la totalidad de sus muchachos. Apretó los dientes y justo cuando iba a gritar imponiéndoles rendición notó que bajo su pie no se oponía resistencia. Bajó la vista y se quedó mirando atónito la cola de reptil solitaria, que apenas se sacudía salvo por un espasmo residual… ¿Y la chica?

- ¿Pero qué? – preguntó tontamente y alzó la vista para ver a la muchacha tambaleante con el brazo izquierdo abrazado a su torso.

- ¡Truco de lagartos, mamón! – le gritó y reuniendo todas las fuerzas que le quedaban, se las apañó para ejecutar una patada voladora, acertándole en el mentón.

Hun encajó el golpe y retrocedió a la par que la chica se tambaleaba delante de él, totalmente exhausta por el esfuerzo.

- ¡COBAWUNGA! – gritó Michelangelo, surgiendo por detrás y saltó en el aire estampando uno de sus nunchakus en la cara de Hun - ¡Al fin lo dije, sí! ¡Uoh! – exclamó, cuando la chica, dando tumbos, se desplomó sobre él.

Hun retrocedió varios pasos más, llevándose una mano a la cara, pero siguió en pie. 

- ¡Marchando un Donnie’s Special! – gritó Donatello. Clavó el bo en el suelo y usándolo como pértiga saltó por el aire y le dio una patada a Hun en pleno rostro.

- ¡Tenías razón, no hemos terminado, cara culo! – gritó Raphael y dio una tercera patada en el pecho haciéndole caer al suelo.

Entonces Donnie alzó un pulgar.

- ¡Todo tuyo Leo!

Hun, que le escuchó, miró hacia arriba. Pero Leonardo ya había cortado con sus ninjatos una sección de la pasarela y ésta cayó encima del hombretón creando un gran estrépito. Se quedó tendido en el suelo y no se movió.

- ¡Strike tres, eliminado! – gritó Mikey y por poco dejó caer a la chica al suelo. Se la cargó sobre el hombro derecho y chocó palmas con sus otros dos hermanos.

Leonardo llegó hasta ellos saltando de manera harto elegante de la pasarela.

- Eeh… ¿Cómo ha ocurrido? – preguntó dubitativo, mirando la cola de la chica abandonada en el suelo.

- ¿Y yo qué sé? – preguntó Raph encogiéndose de hombros– Ella lo ha llamado truco de lagartos. Cuando se despierte, se lo preguntas.

- Naturalmente – asintió Donatello – Algunos lagartos pueden despojarse de su cola en caso de peligro y regenerarla con el tiempo…

- Todo eso está muy bien, Don – interrumpió Mikey – Pero me parece que no hay tiempo para lecciones de biología.

Contrariamente a lo que creían no habían despachado a todos los dragones porque surgieron más dispuestos a seguir peleando. Escucharon un gruñido y un sonido metálico cuando Hun comenzó a incorporarse, listo para pedir un segundo asalto.

- Coincido. Pasemos al plan B – dijo Donnie. Sacó su control remoto y pulsó un botón para llamar al vehículo acorazado.

Retrocedieron aproximándose hacia la salida, pero los dragones avanzaban hacia ellos. Entonces oyeron el ruido de neumáticos de un vehículo que se aproximaba. A pesar de las circunstancias y de ir cargado con una mutante adolescente herida sobre el hombro Mikey sintió la necesidad de hacer un chiste y de paso, desconcertar a sus enemigos. 

- Taaaaaxiiiiiiiii – llamó, como hiciera aquella noche en la Jaula, canturreando mientras alzaba una mano de tres dedos.

Dicho y hecho. El vehículo acorazado irrumpió en el interior de la nave, derribando una de las puertas basculantes. Algunos dragones tuvieron que apartarse para no ser atropellados. El vehículo se detuvo entre ellos y Hun, y las tortugas no perdieron el tiempo en subir al vehículo.

- ¡Písale Don! – pidió Michelangelo a su hermano, saltando dentro del vehículo con su preciada carga seguido de cerca por los otros- ¡PÍSALE!

- Tus deseos son órdenes para mí, Mikey – replicó Donatello mientras giraba el volante y los sacaba de allí lo más rápido que podía. Tras derribar unos contendedores de basura y la valla del recinto las tortugas se perdieron en las calles de Nueva York.

Fue así como rescataron a la chica mutante de la emboscada de los Dragones Púrpura.


[Teenage Mutant Ninja Turtles] Un lugar al que llamar hogar - Capítulo X: El interrogatorio

 


Cuando despertó tenía algo de frío y sentía el cuerpo tan pesado y entumecido que parecía pesar un quintal. Tenía la boca seca y pastosa; nunca tuvo tantas ganas de beber agua como en ese momento. Al levantar la cabeza – tenía apoyado el mentón en el pecho – sufrió un fuerte mareo, por lo que instintivamente la bajó de nuevo. Aun así, sintió que su postura era de lo más incómoda, de modo que se forzó a alzarla otra vez.

- Jefe, creo que se está despertando…

La voz llegó distorsionada y apenas la entendió. ¿Qué? ¿Dónde estaba? No entendía nada. Abrió los ojos pero había tanta luz que tuvo que parpadear varias veces hasta que su visión se aclaró. Cuando intentó mover las manos descubrió que no podía; sacudió de nuevo la cabeza y miró hacia abajo, hacia su torso. La habían despojado de su abrigo pero seguía llevando su sudadera y pantalones. Vio que estaba atada con unas cuerdas a una silla. Volvió a intentar llevar sus manos adelante pero no lo consiguió, así que lo intentó de nuevo con más fuerza.

- Da igual lo que lo intentes, lagarta, es inútil.

Al escuchar eso dio un respingo y se espabiló de golpe, o casi. Justo delante de ella tenía a dos tipos, uno de ellos le resultaba conocido por su peinado a lo mohicano y sus gafas de sol: el tipo que la había disparado.  Enseguida se enfureció, pero cuando intentó ir a por él las cuerdas se lo impidieron.

- ¡Vaya! Fíjate qué carácter. Toda una fierecilla – comentó el otro hombre, que la observaba apoyado sobre un escritorio desvencijado que había delante. Aunque su tono parecía desenfadado él no sonreía en absoluto.

Había algo en ese tío… que por cierto, teniendo en cuenta el nada discreto tatuaje que le adornaba la cara la chica no tenía muchas dudas de quién podía ser. Y si eso era así, estaba en un buen lío.

- ¿Quién eres tú? – le preguntó, no obstante.

Notaba que le costaba mucho pensar, por no hablar de una jaqueca en aumento y la sed que no le daba tregua. Algo normal, teniendo en cuenta que le habían dado algún tipo de droga, pues recordaba lo sucedido en la azotea. No podía escapar si aún seguía adormecida, así que mejor ganar tiempo.

Ambos hombres se miraron y se rieron con desprecio.

- Soy Dragon Face – informó, inclinándose ligeramente para estar a su altura –Y tú eres el Enmascarado, mucho gusto – esto último lo dijo con el tono que alguien usaría para alabar un filetón– El que ha estado dando por saco este último mes a mis muchachos. ¿Pensabas que no te íbamos a coger nunca? Pues ahí lo tienes.

Lo sabía, sabía que era alguien gordo. El jefe de los Dragones Púrpura. ¡Estaba en un buen lío! Las tortugas y su sensei tenía razón; había sucedido precisamente lo que ellos le habían dicho.

Tenía que salir pitando de ahí. Al menos ahora podía ver y hacerse una idea de dónde se encontraba. Parecía un almacén, en un cuarto que bien podía ser un despacho, no estaba segura. A través de una ventana con el cristal parcialmente destruido pudo ver que al otro lado había muchas cajas de madera y contenedores de metal, incluso lo que parecía una pasarela elevada. A juzgar por lo que veía del techo estaba por encima del nivel suelo, pero como la luz que la enfocaba era tan intensa apenas podía estar segura.

Sin contar con la ventana la puerta era la única forma de salir. Por cierto ¿dónde estaría Raphael?

- Nadie vendrá a buscarte – informó el Mohicano con una sonrisa, situándose a su lado – Tu amiguito salió huyendo con el rabo entre las piernas cuando te atrapamos. Pero no te preocupes, tarde o temprano nos encargaremos de él…

Eso era mentira. Raphael podía haber traicionado su confianza pero no era un cobarde, de eso estaba totalmente segura. Recordaba cómo había contestado a los dragones cuando se vieron superados en número; de forma altiva y desafiante, efecto que aumentaba aún más por su acento de Brooklyn. Y cómo la había echado una mano en el garito aquél, cómo había peleado en la azotea. Él se había comprometido a que la protegería y, aunque había fallado, la chica se dio cuenta de que no dudaba que había hecho todo lo posible. Pensar en la tortuga del antifaz rojo, a pesar de que aún seguía enfadada, le dio fuerzas; él no se rendiría en su situación. 

No sabía qué querían hacerle, pero no quería quedarse a averiguarlo.  Probó a tensar más las cuerdas; quizá consiguiera soltarse. Por otro lado, la silla tampoco parecía sólida, sobre todo si iba a juego con el escritorio de delante. Quizá tuviera una oportunidad de escapar después de todo. Pero debía ganar tiempo para que su cuerpo no le traicionara cuando se intentara escapar.

- Mentiroso de mierda – susurró.

- ¿Cómo has dicho? – preguntó el Mohicano, volviéndose hacia ella.

- Ya me has oído – respondió, alzando la cara – Mentiroso de mierd…

El Mohicano se adelantó, salvó la distancia a la velocidad del rayo y le cruzó la cara de un revés. 

- Perdona, no te he escuchado bien. ¿Podrías repetirlo?

Ella agitó la cabeza para apartar el cabello que le había caído de la cara, aguantando el dolor. Boqueó y miró a su interlocutor. Obviamente no respondió porque sabía que si abría la boca la volvería a pegar así que en su lugar se limitó a fulminarle con la mirada.

- Eso me había parecido – asintió él y entonces consultó su reloj y se volvió al hombre tatuado – Jefe ¿cuánto puede tardar?

- Mínimo diez minutos – contestó éste y miró a la chica – Máximo ¿quién sabe? A fin de cuentas, él ha elegido el sitio.

- Siempre llega tarde para hacerse el interesante – dijo el Mohicano, encogiéndose de hombros – Quizá podamos divertirnos un poco mientras viene… diez minutos dan para mucho. ¿Eh?

Genial. El bofetón le había quitado el estupor y comenzaba a notar un hormigueo por los brazos y en las piernas. Su cuerpo se estaba despertando despacio, algo era algo, pero necesitaba más tiempo.

- ¿Quién viene? – preguntó.

- Has sido como un grano en el culo estas semanas, lagarta – dijo Dragon Face – Pronto vas a descubrir lo que les sucede a aquellos que se meten con los Dragones Púrpura.

- No me dais ningún miedo – le espetó ella.

- ¿Ah sí? Eso dices ahora, veremos qué dices dentro de diez minutos, cuando él llegue.

Ambos hombres se rieron. Las cuerdas no cedían, por mucho que moviera las manos. Al menos tenía libres las piernas, ya había que ser idiota para no atárselas. Ya tenía un plan, pero para ejecutarlo debía ser rápida y no fallar. Movió las piernas arriba y abajo para comprobar si estaba lista; confiaba en que pensaran que sus movimientos eran por los nervios.

- Pero se supone que tú eres el mandamás aquí ¿no?

- Se supone no, lo soy.

Ella negó con la cabeza.

- Esperáis a alguien importante – dijo – Alguien que está por encima de ti o al que le rindes cuentas, que quiere encargarse personalmente de mí. Si no fuera así ahora mismo estarías haciéndolo tú – hizo una pausa cuando vio que Dragon Face se estaba enfadando. Ella esbozó una sonrisa triunfante – Aaaah, entiendo… Le tienes miedo… sí que debe ser chungo, sí…

- ¡ESCÚCHAME SABANDIJA! – dijo él, elevando la voz y agarrándola del pelo con tanta brusquedad que casi la hizo gritar - ¡Yo no le temo a nada ni a nadie! Si quisiera podría matarte ahora mismo con mis propias manos – la soltó, pero no se apartó, estando su rostro a apenas un palmo del suyo - Así que muestra un poco de respeto hacia….

Todo sucedió muy deprisa. La chica apretó los dientes y estampó su frente contra la nariz de Dragon Face, qué gritó y retrocedió dando tumbos llevándose las manos a la cara. 

La chica se puso de pie con la silla cargada a la espalda como si fuera un caparazón y giró sobre sí misma, agachándose, cuando el Mohicano le propinó un puñetazo. Obviamente falló y ella aprovechó para hacer un barrido con la silla, tirándole al suelo. La madera crujió, pero no cedió.

Miró a la ventana. Ahora tenía la vía libre así que corrió hacia ella; esto iba a doler. Saltó de lado, volviendo el rostro para no cortarse. El cristal se hizo añicos, pero su giro continuó, de tal modo que cuando pasó al otro lado la silla se encontraba en la parte de abajo. La chica levantó las piernas mientras caía en un intento por protegerlas, pues a fin de cuentas las iba a necesitar.

Cuando dio contra el suelo el golpe hizo añicos la silla y, a pesar de que le había salido bien, dolió más de lo que esperaba. Durante unos segundos se quedó boqueando tendida sobre su dolorida espalda sobre los restos, con las extremidades ya libres extendidas, viendo puntitos de colores en el techo del almacén. Vio la ventana rota que había atravesado; efectivamente el despacho se encontraba a un nivel por encima del suelo y se accedía a él por unas escaleras de metal. La pasarela continuaba más allá, atravesando el almacén de un extremo a otro. 

Se sintió tentada de tomarse algo más de tiempo, pero los gritos de Dragon Face la hicieron volver a la realidad y, por mucho que le doliese, se forzó a levantarse. Quiso correr, pero se había lastimado lo suficiente como para que corriera a trompicones, cojeando. ¿Se habría torcido un tobillo? No lo creía, podía apoyarlo, aunque le dolía mucho.

Por desgracia no había tenido en cuenta que hubiera más dragones en las inmediaciones. Cuando uno de ellos se le interpuso para intentar detenerla, enarbolando una palanca, ella no perdió tiempo en luchar si no que se deslizó entre sus piernas abiertas para continuar la carrera. Se frenó en seco cuando un tipo enorme la encaró haciendo girar una cadena así que se volvió con ánimo de meterse entre las cajas. Pero según avanzó apareció vio cómo un bate se dirigía a ella tan rápido que no lo pudo esquivar. El golpe la derribó y la dejó tendida de espaldas y si no perdió la conciencia fue por la propia fuerza de su voluntad. Sin embargo, esto no fue suficiente para que fuera capaz de incorporarse de nuevo.

Alrededor de ella pudo ver numerosas personas, todas armadas. Se dio cuenta, para su desesperación, que la escapatoria era imposible con tanta gente de por medio. 

Reapareció el Mohicano, que la agarró sin contemplaciones y la hizo levantarse. Ella protestó, pero no tenía fuerzas para resistirse. Entonces Dragon Face, con la cara ensangrentada, la agarró de nuevo por el pelo.

- ¿Pensabas que nos la ibas a volver a jugar, eh? – le gritó - ¿Qué te ibas a escapar de nuevo perdiéndote la diversión? No, lagarta, no… ésta no ha hecho más que empezar…



A pesar de que las tortugas se habían puesto en marcha con bastante rapidez les resultó obvio que sus enemigos les sacaban demasiada ventaja. Como ellos iban a pie por mucho que corrieran no conseguirían alcanzarles y el tiempo era crucial. Cuando Leonardo lo hizo notar descubrió que Donatello se le había adelantado.

Desde que abandonaran la azotea la tortuga había accionado el control remoto que controlaba el vehículo acorazado y Don lo había ido guiando mientas se movían para no perder tiempo. Esta función la había agregado no hacía mucho y la verdad es que era bastante útil, aunque un malfuncionamiento de la misma mientras la instalaba fue la causa de que parte del mobiliario de las tortugas fuera destruido por lo que el maestro Splinter había vetado al vehículo de las alcantarillas de forma definitiva.

Mientras Donatello conducía Raphael les puso al día de lo que había averiguado.

- A pesar de lo que creas, Leo, todo iba muy bien porque me confesó el motivo por el que se lanza de cabeza contra esos palurdos de los Dragones Púrpura.

- ¿Y bien?

- No tiene ni la más remota idea.

Raphael sonrió satisfecho cuando vio la sorpresa reflejada en los rostros de los otros.

- Eh… creo que me he perdido – dijo Mikey, rascándose la cabeza.

- La niña tiene amnesia – explicó Raphael – Por lo que me dijo no es capaz de recordar nada de su niñez ni de su origen, ni siquiera cómo fue mutada. Y desconoce el por qué, pero siente que los Dragones Púrpura podrían saber algo, qué se yo. Si ni ella lo sabe cómo va a explicármelo. 

- Cáspita, eso puede explicar algunas cosas – dijo Donatello, echando un breve vistazo a su hermano por el espejo retrovisor –Se supone que las pérdidas de memoria pueden ser provocadas por enfermedades como el Alzheimer, aunque ella es demasiado joven para padecerla, así que me inclino más por pensar que se debe a un acontecimiento traumático o estresante, lo que origina lagunas en la memoria que pueden abarcar desde minutos hasta años. Cuando es por este motivo se llama amnesia disociativa.

- Me he vuelto a perder – dijo Mikey, levantando una mano y mirando a Donatello.

- Resumiendo, su cerebro bloquea los recuerdos dolorosos como método de defensa, de ahí que no recuerde nada. Aunque se esforzara por recordar, nunca lo conseguiría. 

- ¡Claro! – exclamó Raph – Eso explica lo que dijo sobre los dolores de cabeza.

- ¿El qué?

- Me dijo que siempre que lo intenta sufre unas intensas migrañas que pueden dejarla fuera de combate por varias horas. Hmmm… ¿eso puede explicar su comportamiento de chiflada? – preguntó, imitando los toques que ella se daba en las sienes.

- Podría ser, en realidad no estoy seguro – admitió Donatello tras un momento de silencio – Aunque ignoro el por qué los Dragones pueden arrojar algo de luz sobre todo esto.

- Eso mismo me estaba preguntando yo – dijo Michelangelo – En fin, quizá terminemos averiguándolo más tarde…

- Te pido disculpas Raphael – dijo entonces Leonardo, pillando desprevenido a su hermano – Llevabas razón; te has acercado a ella de un modo que los demás no hubiéramos conseguido, o quizá sí, pero con un tiempo que muy probablemente no nos hubiera dado.

- Bueno, tampoco es que lo haya hecho de puta madre – admitió Raphael con cierto tono de amargura – Quizá lo hubiera conseguido igualmente si os hubiera esperado. Además, como era de esperar, a ella tampoco le sentó nada bien que le mintiera...

- Pero ¿qué…? – exclamó Donatello.

- ¿Qué ocurre Don? – preguntó Leo acercándose al asiento de su hermano.

- La señal. Ya no está.

Donatello tocó la pantalla para dar más énfasis a sus palabras. Efectivamente el punto rojo, que había estado parpadeando en todo momento, acababa de desaparecer. Ellos no lo sabían, pero eso sucedió en el mismo momento en que los dragones metieron a la chica en aquel almacén.

- ¿No me digas que la has perdido? ¿Por dónde estaba?

- Creo que puedo sacar la dirección aproximada. Dadme un segundo. Sé que esto no se debería hacer, pero…

Donatello tomó con una de sus manos un mapa de la ciudad y comenzó a estudiarlo, examinando a su vez el escáner. Había adquirido mucha pericia al volante tras horas de práctica y era el único de sus hermanos que sabía conducir de forma tan profesional. Sabía que lo que estaba haciendo era una temeridad, eso de conducir con una sola mano, pero quería asegurarse de no perder ni un solo segundo porque eso podía ser fatal. 

- Eh, Donnie – dijo Michelangelo inclinándose hacia él - ¿Y si me dejas a mí y tú sigues conduciendo?

- No Mikey, mejor no.

- ¡Jo!

Donatello no sintió lástima ante la decepción de Michelangelo. La última vez que su hermano se ofreció a sujetarle unos papeles acabaron pringados de grasa de pizza. Su hermano era muy entusiasta pero también un poco manazas y prefería mantenerle alejado de sus cachivaches y planos todo lo posible.

Justo cuando casi estaba terminando Leo dio un grito por detrás.

- ¡SEÑORA A LAS DOOOOOOOOS! – avisó señalando al frente.

Donatello pisó el freno con ambos pies y el vehículo acorazado se detuvo tan bruscamente que sufrieron una fuerte sacudida.  Gracias a que llevaba el cinturón de seguridad Donatello evitó el darse de frente contra el volante. Alzó la cabeza y miró con pavor hacia delante, temiendo que hubiera atropellado a alguien.

Por suerte la señora había salido indemne y ni tan siquiera se había inmutado a pesar de que por poco no había sido atropellada. Donatello había detenido el vehículo en el límite del paso de cebra y la anciana, encorvada y que caminaba con ayuda de un bastón, avanzaba muy pero que muy lentamente. Llevaba unas gafas gruesas y un bolsito diminuto colgado del brazo que sostenía el bastón. Iba muy emperifollada y arreglada, como si volviera de una cita importante.

Donatello soltó aire y se pasó la mano por la frente.

- ¡Uff! ¡Ha ido por un pelo! Menos mal que revisé los frenos hace poco.

- Menos mal que Leo iba pendiente de la carretera – dijo Raphael en tono duro, haciendo que Donatello agachara la cabeza. 

- ¡Pobre mujer! – dijo Michelangelo y tras abrir la puerta de atrás se dispuso a salir.

- Pero ¿qué haces? – preguntó Leo.

- ¿Tú qué crees, Sherlock? ¡Ir a ayudarla!

- ¡Tierra llamando a Mikey! ¿Qué parte de que no nos pueden ver no has entendido? – le riñó Raphael.

- A ver, que la señora tiene unas gafas de esas de culo de vaso. No ve tres en un burro. Además, cuanto antes cruce, antes podremos continuar.

Acto seguido salió y se aproximó corriendo hasta ella. No había prácticamente nadie alrededor ya que esa calle era muy tranquila. Michelangelo rodeó el vehículo y se aproximó a la señora, que se detuvo momentáneamente cuando se percató de que alguien se le acercaba.

- Señora. Deje, yo le ayudaré – dijo Mikey cortésmente y tomó el brazo de la señora que portaba el bastón.

Entonces ésta dio un grito con su descascarillada voz, lo apartó y alzando el bastón lo proyectó contra la joven tortuga, dándole en la cabeza, en el brazo, en el hombro y en el caparazón.

- ¡Policía, auxilio, quieren robarme!

- ¡Ay! ¡Qué no, señora! ¡Ouh! Que yo sólo… ¡ay! Quiero ayudarla… ¡aauh!

- ¡Vergüenza debería darte, aprovecharte de una pobre e indefensa anciana como yo, delincuente!

- ¡Pero señora, que yo soy de los buenos! ¡AY!

Donatello, que aún tenía las manos en el volante, miró la escena con los ojos como platos y la boca abierta, Leonardo sacudió la cabeza y Raphael se dio con la palma en la frente.

Pocos segundos después Michelangelo llegó hasta el vehículo a trompicones y saltó dentro, cayendo de bruces. La señora ya había cruzado la calle al perseguirle y se acercaba enarbolando el bastón. Algunas personas se habían asomado por las ventanas de las viviendas y por las puertas de los locales para ver qué sucedía.

- ¡ARRANCA DONNIE, ARRANCA!

Donatello pisó a fondo, marcando ruedas y se alejaron rápidamente del lugar. Michelangelo se sentó frotándose la dolorida cabeza. Se notó un bulto en toda la cocorota, lo que significaba que iba a salirle un buen chichón.

- Bueno, al final llevabas razón Mikey – concedió Raphael mientras le miraba aguantándose la risa – La señora no se ha dado cuenta de que eras una tortuga mutante y también has conseguido que cruzara más aprisa de lo que lo hubiera hecho sola.

- ¡Jo, me va a salir chichón! Yo, Michelangelo, el legendario héroe maestro en el ninjutsu y en el manejo de los nunchakus derrotado por una ancianita ciega y coja de unos cien años – dijo, adoptando una voz un tanto teatral.

Leo y Raph intercambiaron una mirada y el último se encogió de hombros. 

- Consuela a tu hermano – dijo.

- ¡Ah! Creía que era TU hermano – apuntó Leo, con una sonrisita.

- No, no es mío, si no tuyo…

Siguieron así un rato para consternación de Michelangelo mientras Donatello ponía rumbo hacia la zona donde había desaparecido la señal.



- ¿Qué demonios está pasando aquí? Te dije que no se le tocara un pelo hasta que yo llegara.

Dragon Face, quien aún mantenía alzado el puño para golpear a la mutante, se volvió y miró sorprendido al recién llegado.

- ¿Y-ya estás aquí? – preguntó y soltó a la chica, que cayó al suelo de bruces.

Desde su posición volvió el rostro para mirar al recién llegado. Ese hombre era grande. No, gigante. Mientras le observaba la chica tuvo una extraña sensación de deja vú, como si ya le conociera de antes. ¿Cómo era posible si era la primera vez que le veía? 

- ¿Tan inútiles sois que casi se os escapa? – preguntó el recién llegado mientras observaba la sangre en la cara de Dragon Face, los restos de la silla, los cristales y cuerdas por el suelo. A la chica le sorprendió lo suave que era su voz, que no se correspondía con su tamaño.

- Si la quieres cumple tu parte del trato, Hun – le espetó Dragon Face por toda respuesta.

Hun… la chica pensó que el nombre le sonaría, pero no fue así. Seguía sin saber quién era, por mucho que su aspecto le sonara.

Y es que el hombre tenía un físico poco común que hacía que fuera difícil de olvidar si alguna vez te topabas con él, pues sobrepasaba los dos metros de estatura y poseía anchas espaldas y fuertes brazos, gruesos como un barril. Debido a su envergadura y sus más de doscientos kilos de peso, todo puro músculo, tenía que ir a un sastre especial para que le hicieran la ropa a medida. Vestía totalmente de negro, su color favorito, pero como su camisa no llevaba mangas la chica se fijó en sus dos tatuajes: en el brazo izquierdo lucía un dragón que le recorría toda su longitud – lo que demostraba su vínculo con la banda de Dragon Face - mientras que en el brazo derecho lucía una especie de tridente o llama roja, con un círculo que la envolvía. Llevaba el pelo rubio largo hasta la mitad del pecho recogido en una coleta y un aro dorado en su oreja izquierda. 

La mirada que le dedicó a Dragon Face fue de lo más feroz. Alguno de sus hombres retrocedió un tanto.

- ¿Acaso no me consideras un hombre de palabra? – preguntó con tono peligroso – El acuerdo sigue en pie, pero hasta que no tenga a los otro cuatro no se hará efectivo. ¿Tienes algo que objetar? – añadió, cuando vio la expresión contrariada y rabiosa de Dragon Face. Sin embargo, no obtuvo respuesta – Bien.

Entonces se volvió a la chica y la sonrió de tal manera que a ella le dio un escalofrío. Sus ojos eran pequeños y negros, desalmados y carentes de empatía. Ahora podía ver que en su rostro cuadrado tenía una extraña cicatriz consistente en tres rayas, como si algún animal lo hubiese arañado.

- Vaya, así que esta lagartija escuálida es la responsable de tantas molestias… muy interesante.

- ¿Quién eres tú? – preguntó ella con rudeza para intentar disimular su miedo.

La sonrisa de él se ensanchó.

- ¿Así que no sabes quién soy? – preguntó con cierto tono de burla – Quizá esa no sea la pregunta correcta. Yo en tu situación preguntaría ¿qué es lo que vas a hacerme? – hizo una pausa – Lamentablemente para ti aquí el único que hace las preguntas soy yo. Y es que quiero charlar contigo, largo y tendido, sobre todo de tus amigos raritos… ya sabes, esas tortugas. ¿Acaso te envían ellas?

Las tortugas… La chica fue entonces consciente de que nadie sabía dónde estaba (ni siquiera ella) y eso la hizo sentirse totalmente desconsolada. Entonces Hun la tomó por el cuello de la sudadera, alzándola y la zarandeó varias veces.

- ¿Estás sorda? – le gritó - Responde. ¿Te envían las tortugas?

- ¿Qué?

No fue la respuesta correcta. Hun la alzó por encima de su cabeza sin ningún esfuerzo, la chica convertida en una muñeca de trapo en sus manos. Acto seguido la arrojó contra una pared. Todo se volvió rojo y blanco cuando dio contra el muro de piedra. Quedó tendida boca abajo en el suelo, tan aterrorizada y dolorida que casi no podía moverse. Muy a su pesar comenzó a llorar y se encogió cuando sintió a Hun cerca, justo a su lado mientras ella luchaba por mantener la conciencia e intentaba pensar, sin tino, un plan B de evasión.

- No deberías agotar mi paciencia, así que lo preguntaré una vez más. ¿Dónde están tus amigas las tortugas?

¿Él también conocía a las tortugas? Pero si no sabía dónde estaban es que no era amigo suyo. Siguió encogida en el suelo, intentando reunir el valor suficiente como para contraatacar… no, eso sería una estupidez. Ese tío era tan duro como una roca – seguro – y no era alguien a quien se debiera menospreciar.

Hun era

(malvado)

Y

(no tenía piedad)

él

(empezó como Dragón pero la banda se le quedó pequeña había matado antes y volvería a hacerlo muchas veces si captabas la atención de Hun podías darte por muerto y)

Hun interrumpió el torbellino de pensamientos inconexos cuando la alzó de nuevo agarrándola esta vez por el pescuezo. Ella se revolvió inútilmente y le golpeó con sus puños, diminutos en comparación a los de él. Él la soltó para que se quedara de pie, pero sólo para sujetarla por el brazo y retorcérselo con tanta fuerza que ella dio un alarido. 

- Estás agotando mi paciencia, rarita. ¿Dónde está la guarida de las tortugas?

- No… ¡no lo sé!

Hun sonrió. Entonces notó cómo uno de sus huesos cedió con un sonoro chasquido. Dio otro alarido y Hun la dejó caer al suelo, echa un guiñapo. Se aferró el brazo roto y retrocedió hasta la pared, hiperventilando y a punto de perder la conciencia, pues veía puntos negros por todas partes. El dolor era indescriptible.

- El cuerpo humano tiene unos 206 huesos en el cuerpo – le explicó Hun con un tono de voz dulce – Ignoro cuántos tiene una rarita como tú, pero yo diría que se le acerca. Ése ha sido uno… Te romperé otro cada vez que te haga una pregunta y no respondas o me cuentes una mentira. Empezaremos de nuevo: ¿dónde se esconden las tortugas?

Iba a morir. A pesar de que ella no deseaba morir eso es lo que iba a suceder. Era cierto que no sabía la respuesta porque se perdió ante tanto giro de alcantarilla pero también era cierto que aunque lo supiera tenía claro que jamás, jamás de los jamases traicionaría a aquellos que la habían ayudado. Si le contestaba además cualquier otra dirección al tuntún no le serviría de mucho, ya que él pensaba que eludía la tortura pero querría comprobarlo y eso quizá le daría algo más de tiempo. En cualquier caso, consideró que debía aguantar un poco más para inventarse algo. Eso la hizo desesperarse en extremo, pero no tenía ninguna otra opción: no creía ser capaz de conseguirlo. Estaba tan exhausta, tan dolorida… sólo quería que todo parase y dormir, dormir toda la noche de un tirón… ojalá, ojalá les hubiera hecho caso a las tortugas y a Splinter cuando la advirtieron…

Hun pareció darse cuenta de su apuro y la pisó la muñeca derecha. Ella soltó un alarido y para cuando fue alzada de nuevo en el aire ya no tuvo fuerzas para retorcerse y colgó como un peso muerto.

- Esta vez te partiré uno de los grandes. ¡RESPONDE DE UNA VEZ! – rugió él, empezando a impacientarse - ¡LA GUARIDA DE LAS TORTUGAS, DONDE ESTÁ!

Ella murmuró algo, tan débilmente que Hun no la escuchó.

- ¿Qué has dicho? – preguntó, volviendo la cabeza para escucharla mejor.

Si tenía que acabar así, que acabara. Reunió todas las fuerzas que le quedaban y gritó a pleno pulmón.

- ¡VETE A LA MIERDA!

Hun volvió el rostro hacia ella con una mueca de rabia.

Debía reconocer que la mocosa tenía agallas, pero su suerte se había terminado justo esa misma noche. Si no conseguía sacarle el paradero de las tortugas tenía pensado destrozarla y usar su cadáver como reclamo para hacerles salir. Y si se lo decía… bueno, haría exactamente lo mismo. Sonriendo meditó sobre cuál sería el siguiente hueso para romperle. Justo cuando se había decidido por uno de los fémures sucedieron varias cosas: se escuchó el ruido de cristales rotos, el grito de los dragones y pasó a su lado un objeto silbante que le arañó la mano que aferraba a la chica.

Gritó, soltó a la mocosa y se aferró la mano, que ahora sangraba por un corte, buscando con la mirada qué le había ocasionado tanto dolor. Sus ojos se abrieron como platos cuando vio que, en el suelo, justo a su lado, había clavada una suriken. Detrás de él y por delante de los Dragones, que habían observado toda la escena de su interrogatorio, cuatro formas achaparradas acababan de aterrizar en medio de una lluvia de cristales rotos.

- ¿Acaso nos buscabas, culo gordo? – dijo una voz que él reconocería en cualquier circunstancia - ¡Pues aquí nos tienes!

Habían llegado las tortugas.


[Teenage Mutant Ninja Turtles] Un lugar al que llamar hogar - Capítulo IX: El secuestro

 


Raphael no se dio cuenta de lo que sucedía hasta que era demasiado tarde. Había golpeado hasta la inconsciencia a varios Dragones, pero eso le había mantenido demasiado ocupado como para prestar atención a nada más. Cuando se acordó de echarle una ojeada a la chica sólo llegó a tiempo de verla parcialmente mientras desaparecía por la puerta de acceso a la azotea. El Mohicano, que portaba un arma, se la dio a uno de sus compañeros, señaló a Raphael y echó a correr detrás.

- ¡NIÑA!

En su afán por ir en su busca no vio el puño que se dirigía a toda velocidad y el golpe, que le dio en la cara, le hizo dar varios traspiés a un lado. Apenas se recuperaba un nuevo puñetazo le alcanzó en el vientre. A pesar de la protección que le proporcionaba el plastrón sintió un dolor que le ayudó a centrarse de nuevo en la pelea. Cuando hincó la rodilla en el suelo y le fueron a golpear de nuevo esta vez soltó los sais y paró el puño con ambas manos. Estaba muy, pero que muy cabreado.  Tiró hacia si y proyectó la cabeza hacia su atacante, que resultaba ser el tipo cachas. Le dio con la frente de lleno en la nariz, que crujió cuando se partió por el golpe. El hombre gritó y se llevó las manos a la cara. Entonces Raphael se incorporó tomando los sais y le mandó de una patada volando contra la puerta de la azotea. El tipo ya no se levantó más. 

Raphael se volvió hacia la puerta pero interponiéndose en su camino se encontraba el tipo que ahora llevaba el arma de tranquilizantes y que recargaba en ese mismo instante. Cuando se percató que contaba con toda la atención de la tortuga dio una voz.

Los cuatro Dragones más próximos se echaron sobre Raphael y le agarraron de las extremidades.

- ¡Sujetadle! – gritó, apuntándole con el arma – Tranqui, que enseguida te reunirás con tu amiguita. Dulces sueñ… 

Sus palabras murieron en la boca cuando Raphael, con un rugido de ira, lanzó por los aires de a dos de los cuatro que le sujetaban. Pudo haber tenido una oportunidad ante la duda del hombre armado, que en lugar de disparar el dardo tranquilizante se quedó petrificado de terror. Por desgracia para Raphael otros seis dragones, ya recuperados de la tunda, se le echaron encima y le volvieron a inmovilizar, esta vez con más éxito. El hombre del arma sonrió y alzó de nuevo el arma… pero cuando fue a disparar algo le golpeó y le saltó el arma de las manos.

Dando un aullido miró hacia arriba y justo entre él y Raphael aterrizaron tres figuras achaparradas y no muy altas.

Un bo golpeó al hombre armado en el pecho y le mandó dando vueltas contra el suelo a tres metros de distancia. Los dragones que sujetaban a Raphael le soltaron y retrocedieron cuando las tres figuras les saltaron encima.

En apenas un abrir y cerrar de ojos todos fueron despachados y quedaron amontonados en un rincón. Raphael se encargó de mandar allí de un puñetazo al último de ellos y entonces se volvió a los recién llegados.

- ¡Chicos! – exclamó de lo más contento.

Sus tres hermanos habían acudido lo más rápido que habían podido. Como cada caparamóvil tenía un localizador no les había costado nada seguir la señal del de Raphael, que seguía abandonado en el suelo si bien no en el mismo lugar. Alguien lo había mandado de una patada contra la pared de la barandilla de la azotea. Donatello se acercó a recogerlo y luego centró su atención en el arma que yacía en el suelo.

- ¡Guau! ¡Menuda colección! – exclamó Mikey sacudiendo una mano y mirando de lo más animado el montón de dragones púrpura que habían acumulado en el suelo. Algunos se movían y gimoteaban, pero poco más – ¡Fijaos! ¡Está la tía con el tinte de fantasía, el tipo pelo-pincho, el calvete y hasta el fortachón del grupo! ¡No hay ninguno repetido!

Raphael le miró por un momento y sacudió la cabeza. ¡Y entonces se acordó de la chica! 

- ¿Se puede saber qué demonios has hecho? – le preguntó muy enfadado. Lo que faltaba - ¡Eh, no me ignores! – gritó cuando Raphael se precipitó para asomarse a la azotea.

Cuando su hermano le agarró por el hombro y tiró de él Rapha le encaró.

- ¡No es momento de discutir Leo!

- Claro que SÍ es momento de discutir. No te vas a escaquear…

- ¡Cállate y escúchame! ¡Se han llevado a la niña!

La expresión de Leonardo cambió sutilmente y entonces comprendió por qué Raphael actuaba de esa manera. Se asomó también para mirar a la calle, pero no vieron ningún movimiento extraño, ningún vehículo que saliera a la carrera y mucho menos a dos tipos con una chica mutante a cuestas. ¿Les había dado tiempo a marcharse mientras ellos se ocupaban de los matones?

- ¿Cómo has podido permitirlo? – le preguntó entonces Leonardo en ese tono de sermón que tanto odiaba.

- ¡Por si no te habías dado cuenta estaba un poquito ocupado! – se quejó señalando al montón de Dragones apaleados.

- ¡Esa no es excusa! ¿Lo ves? ¡Si te hubieras ceñido al plan nada de esto hubiera sucedido!

- ¡No me vengas con esas!

- ¡Oh sí! ¡Has vuelto a meter la pata por hacer lo que te da la gana, como siempre!

Estaban perdiendo los estribos de nuevo. Michelangelo se dio cuenta y dejó sus bromas para otro momento; enseguida se interpuso entre sus dos hermanos más mayores.

- ¡Chicos, chicos, calma! – les pidió, aunque sospechaba que sería inútil – Discutiendo no llegaremos a ningún sitio…

- ¿Por qué siempre tienes que actuar por tu cuenta? – insistió Leo mirando a Raph por encima de Mikey.

- ¡Porque soy el único que comprende de verdad a esa niña! – respondió éste empujando a Mikey a un lado.

- ¡TÚ QUÉ VAS A COMPRENDER! ¡SOLO ACTÚAS SIN PENSAR Y, COMO SIEMPRE, ¡LO ÚNICO QUE CONSIGUES ES ESTROPEARLO TODO!

- ¡YO NO ESTROPEO NADA!

- ¿AH NO? 

- ¡PARAD YA! – gritó Donatello y se aproximó hacia ellos con el dardo tranquilizante, que les mostró– Está claro que ellos también tenían un plan para cuando volvieran a cruzarse con nuestra amiga. Por el olor y el sabor se trata de un fuerte anestésico. Apenas lo he probado y ya se me está durmiendo la punta de la lengua...

- ¡Puaj! ¿En serio has chupado esa cosa? – preguntó Michelangelo con cara de asco.

- Tenemos que encontrarla antes de que la hagan daño – dijo Donatello, ignorando a su hermano pequeño - Y no podremos hacerlo si no dejáis de discutir de una vez.

Leonardo agachó ligeramente la cabeza y asintió.

- Donnie tiene razón, dejemos la charla para después. Pero no creas que me olvido – advirtió señalando a Raphael.

- Ya sabes que no me gusta dejar las cosas a medias, hermano, así que cuando quieras – respondió Raphael en un tono un tanto altivo.

Tras una breve pausa Michelangelo se rascó la cabeza.

- ¿Pero y dónde se la han llevado?

Leonardo miró al montón de dragones que tenían al lado.

- No será que no tenemos dónde preguntar… 

Cuando se dispuso a aproximarse al montón Raphael le detuvo poniéndole una mano en el hombro. Leonardo, aún enfadado, estuvo a punto de apartarle de malas maneras, pero la expresión de Raphael se lo impidió. Estaba sonriendo con cierta picardía.

- Aunque me encantaría interrogar a estos gusanos me temo que iríamos demasiado despacio. Se me ocurre una manera mucho más efectiva de dar con ella.

- ¿A qué te refieres? – le preguntó Leo.

- Donnie, intenta localizar los caparazones – pidió Raphael sin apartar la vista de Leonardo.

A pesar de que la petición sonaba un tanto absurda Donatello obedeció sin hacer comentarios. Como ya se ha dicho, hacía tiempo que el genio había instalado en todos los caparamóviles dispositivos de localización, por si surgía alguna emergencia. Dejó la bandolera en el suelo y sacó el escáner. Tuvo que hacer una recalibración para omitir las cuatro señales más cercanas, las de los suyos, pero apenas tardó un minuto. Entonces en la pantalla del escáner apareció un único punto rojo parpadeante.

- ¡Tengo señal! – anunció Don.

Leonardo miró sorprendido a Raphael.

- ¿Le colocaste el dispositivo de localización?

- A fin de cuentas, no actúo tan a ciegas ¿eh? -dijo, guiñándole un ojo. 

No mencionó que la ocasión se le había presentado sola: mientras la niña lloraba en su hombro sólo tuvo que deslizar el localizador con discreción en el bolsillo de su abrigo, algo que había hecho por si acaso todo se torcía. Al recordar el abrazo que ella le había dado volvió a experimentar esa sensación extraña y ajena de la vez anterior. Antes se moriría que admitir que se había dejado abrazar: como Mikey se enterara sería capaz de aprovechar cualquier descuido por su parte para darle un abrazo sorpresa por el mero hecho de molestarle.

- Se mueve muy aprisa, deben haberla metido en un vehículo – apuntó Donatello, caminando por la azotea. Finalmente alzó una mano - ¡En esa dirección!

- Pues ¿a qué estamos esperando? – preguntó Raph - ¡Vamos!




[Teenage Mutant Ninja Turtles] Un lugar al que llamar hogar - Capítulo VIII: Oportunidad de recapacitar

 


Raphael fue a echar mano de su caparamóvil para avisar a sus hermanos, pero cuando lo abrió y se dispuso a marcar, se detuvo. 

Simplificando el dicho del maestro Splinter: entre dos opciones a elegir, optar por la intermedia. Lo más equilibrado: ni blanco ni negro, mejor un gris. Él no era de puntos intermedios… la chica tampoco lo parecía. Pero a veces había que ceder.

Bajó la vista hasta el caparamóvil que tenía sujeto en su mano izquierda. Bastaría pulsar un botón para ponerse en línea con el resto e informarles de que veía a la chica escabulléndose por una azotea cercana. No tardarían mucho en llegar porque estaban relativamente cerca de allí, pero… ¿Raphael quería que vinieran?

Esa niña no iba a escucharlos si no conseguían llegar a esta ella… empatizar con ella. Raphael eso lo sabía muy, pero que muy bien. A fin de cuentas, ambos se parecían más de lo que él creía. ¿No era eso lo que había dicho el maestro Splinter?

Sabía que Leo no aprobaría su decisión. Pero era Raphael quien había metido la pata y era su deber arreglarlo. Era el que la había encontrado en un principio; que ella hubiera elegido de todas las opciones posibles en la que él se encontraba era una clara señal. Todo era cuestión del destino, cuestión del honor. Leonardo lo entendería… o puede que no.

Busca el equilibrio.

Que le dieran a Leo. Guardó el caparamóvil y se puso en movimiento.



La chica permanecía en cuclillas, estudiando atentamente el que era su objetivo. Fuera del edificio donde los dragones tenían uno de sus lugares de reunión permanecían un par de tipos haciendo vigilancia, por no hablar del tercero que se paseaba por el callejón.

Raphael sólo podía ver su espalda, pero estaba seguro que la chica estaba sopesando las opciones que tenía para colarse en su interior y empezar a repartir leña. 

Vestía exactamente igual que la vez que la había encontrado, pero en esta ocasión Raphael se fijó en la cola de reptil que surgía por debajo del abrigo y que se balanceaba de un lado al otro apoyada en el suelo, muy lentamente. El maestro Splinter movía de una manera similar su propia cola cuando se encontraba meditabundo o nervioso por algo.

Estaba pensando cómo la abordaría cuando la chica se incorporó y empezó a retroceder de espaldas, justo hacia el escondrijo de Raphael, que se había parapetado detrás de la puerta abierta de acceso a la azotea. 

No perdió su oportunidad. Avanzó y agarró a la chica, poniendo una mano sobre su boca que silenció el grito que nacía en su garganta. Raphael envolvió su cintura con el otro brazo para evitar que ella se liberase, cosa que intentó desde el momento en que se sintió atrapada, y la apretó contra sí con fuerza para que no pudiera golpearle.

- ¡Shhh! ¡Calma! – le susurró - Soy yo, Raphael.

Ella dejó de revolverse, pero la tortuga mantuvo su agarre ya que no confiaba en que ella no le agrediera e intentara escapar si se lo permitía. Al menos su respiración se fue calmando poco a poco, aunque su cuerpo permaneció tenso.

- Ahora voy a soltarte, pero no quiero ni que grites ni que te vayas. Quiero hablar contigo, sólo serán cinco minutos. ¿De acuerdo?

Por un momento pensó que no le contestaría, pero entonces la muchacha asintió con la cabeza. A pesar de ello, la tortuga no las tenía todas consigo. Sin embargo, no tenía otra opción; así que con movimientos lentos la soltó.

Ella no perdió tiempo en separarse y volverse hacia él, pero no escapó. Debido a su capucha y al pañuelo Raphael sólo podía verle algo de cabello y sus ojos brillantes.

- Tío, me has dado un susto de muerte – le dijo bajándose el pañuelo para mostrar su cara – ¿Se puede saber que estás haciendo aquí?

A Raphael le hizo gracia que preguntara eso. Le dedicó su característica sonrisa torcida y se cruzó de brazos, enarcando una ceja.

- Creo que yo podría hacerte la misma pregunta.

Ella no replicó. En su lugar desvió la mirada y frunció el ceño.

- No es asunto tuyo – masculló.

- Tienes razón, no lo es – concedió él, divertido por su azoramiento.

- ¿Entonces qué quieres?

- Hacerte una pregunta, pero no la que temes.

La chica sacudió la cabeza, desconcertada.

- ¿El resto sabe que estás aquí? 

- No, he venido yo solo – mintió. No le agradaba hacerlo, pero era la única manera de ganarse su confianza, cosa de la que se sentía totalmente capaz de conseguir.

Ella se estaba planteando, a juzgar por la forma tan directa de mirarle, si podía confiar o no en él. Dado lo similares que eran y lo poco que sabía de ella Raphael estaba seguro que eso era lo que se le pasaba por la cabeza en ese instante. Y la cosa no pintaba del todo bien, pero lo único que podía hacer era continuar. Alzó ambas manos hacia ella en actitud conciliadora.

- Lo único que quiero es preguntarte una cosa y, después de que me respondas, me marcharé y no volverás a verme, si eso es lo que quieres.

Ella le estudió con atención y luego miró por encima de su hombro. Estaba valorando si aceptar la propuesta o ignorarla. 

- Supongo que, si te digo que no, me darás la brasa hasta que acepte. ¿Me equivoco?

- Has dado en la diana.

Ella suspiró.

- ¿Me prometes que me harás esa tonta pregunta y te pirarás si así te lo pido?

- Te lo prometo.

Lo pensó durante un rato, pero finalmente asintió.

- Está bien. Pregunta.

- Primero me gustaría ponerte en contexto. No me mires así, seré breve y te avisaré cuando llegue la pregunta en cuestión. ¿De acuerdo?

Ella asintió de nuevo, pero se la notaba impaciente. Raphael meditó un instante. Quería expresarse de forma adecuada. Siempre que tenía que hablar de algo serio con alguien que no implicara una orden directa se le mezclaban las palabras. De modo que cerró un momento los ojos, inspiró y se imaginó que hablaba consigo mismo.

- ¿No te ha pasado a veces que tu cabeza te dice una cosa y tu corazón otra? – preguntó. Como ella no dijo nada, pero tampoco se marchó, decidió continuar – Yo conozco a un tipo que le pasa mucho. Cuando las emociones toman control sobre uno poca cosa se puede hacer nada más que abandonarse y bailar a su son. A este tipo le costó mucho comprender que esa no es siempre la mejor opción y me consta que, aún a pesar de que lo tiene presente, le sigue resultando difícil resistirse a su influjo. ¿Sabes lo que es tocar fondo? Él sí. Tocó fondo el día en que casi daña de gravedad a un ser querido… ahí fue cuando abrió los ojos y se dio cuenta de que tenía que hacer algo por cambiar de actitud o provocaría una desgracia… metería la pata tanto que ya no habría marcha atrás. ¿Entiendes lo que quiero decirte?

La chica mantenía la mirada baja pero le estaba escuchando. Mantenía el brazo derecho elevado, frotándose distraídamente con la mano derecha el brazo izquierdo. Un gesto que a Raphael se le antojó de lo más infantil; era el mismo que solía adoptar Michelangelo cuando era pequeño y le caía bronca de Splinter por alguna travesura que hubiera hecho.

- Mira, no critico lo que haces porque esos tíos son mala gente – siguió Raphael, animado porque sus palabras parecían haber calado en ella – A fin de cuentas, nosotros mismos nos hemos zurrado varias veces con ellos. Pero lo único que consigues dejándote llevar por tu ira es ponerte en peligro; ellos son listos y son muchos. Tú te empeñas en ir a por ellos sola, exponiéndote a que te atrapen… incluso a que te maten – en ese momento ella alzó la cabeza, mirándole alerta – Oh sí, y no pienses que en caso de que te echen la mano encima lo harán deprisa. No es su estilo y más teniendo en cuenta lo que les estás tocando las narices. 

Dio un paso hacia la chica y ésta no retrocedió. Raphael lo consideró como una buena señal.

- Dicho esto, ha llegado el momento de hacer la pregunta que te prometí. ¿Qué conseguirías dejándote matar, ¿eh?

Había dado con el dedo en la llaga si bien para ello había empleado la técnica que tanto usaba el maestro Splinter con él para hacerle recapacitar. Aunque a veces lo detestaba había llegado a entender la preocupación de su maestro por él y esa era una de las razones que le impedían marcharse.

El maestro Splinter había hecho hincapié en lo sola que debía sentirse esta chica pues nunca antes había dado con otros mutantes como ella. Por tanto, era lógico pensar que quisiera solucionar sus problemas en soledad; estaba acostumbrada a ello, como dijo Splinter. Y por eso la niña era dura, pero lo que tenía que hacerle ver es que no era invulnerable.

Raphael aguardó pacientemente una respuesta que nunca llegaba. No la presionó, le daría todo el tiempo que ella necesitara. Finalmente, la chica se volvió y se acercó despacio hasta la baranda de piedra de la azotea. Por un momento la tortuga temió que fuera a saltar para huir, pero no lo hizo. Tampoco parecía tener ganas de retomar su ofensiva, porque se había dirigido a mirar en la dirección opuesta a la de los Dragones.

Decidió acercarse hasta ella y observó lo que ella observaba. La gran ciudad.

- Todo este tiempo he estado moviéndome de un lado a otro, intentando entender quién era yo y qué hacía en este lugar – murmuró ella a su lado, con pesar. El cabello que asomaba por debajo de la capucha se balanceaba mecido por la brisa nocturna – Veía a toda esta gente feliz, yendo y viniendo, con un propósito: ir a trabajar o a clase, reunirse con su familia, divertirse con sus amigos… ¿Y yo? A mí nadie me esperaba en ningún lugar, no tenía ningún sitio donde ir. Y si me muriese, nadie me echaría de menos…

Su voz era apenas un susurro en ese punto. Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas, pero ella se apresuró a limpiarlas con la manga de su abrigo. 

- Yo sólo… quiero encontrar eso que me falta para estar completa. Nada más.

- ¿Y “eso” es algo o alguien a quién tienen los Dragones? – le preguntó Raphael.

Ella meneó la cabeza y le miró no sin cierta desesperación.

- Si te digo que no tengo ni la más remota idea. ¿Me creerías?

Raphael no supo qué responder a eso. No había esperado semejante respuesta. Sacudió la cabeza.

- No sé qué quieres decir con…

- ¡Me refiero a que busco una quimera! – exclamó ella, echándose la capucha hacia atrás. Aún conservaba las tiritas que Splinter le había aplicado en la herida de la pedrada – Cuando veo a un dragón púrpura es como si… como si mi instinto me dijera que tengo que ir a por él. Que él sabe algo que yo no. Un secreto – volvió a limpiarse las lágrimas – Tu maestro me contó vuestra historia. ¿Y si te dijera que yo no recuerdo nada de la mía? No recuerdo dónde vivía, si tenía padres o hermanos… o amigos. O quizá no los tuviera, quizá viviera sola debajo de una roca en Central Park, tomando el sol mientras esperaba que la comida se presentara sola. ¿Puedes tú decir eso? ¿Puedes tú decir que no recuerdas nada de tu vida antes de este momento? Porque yo no.

Así que eso era. La niña tenía amnesia. La revelación dejó a Raphael atónito. Era tan simple que a ninguno se les había ocurrido. ¿Qué le habría pasado para no ser capaz de recordar nada?

- C-cuando intento pensar sobre ello me duele aquí – prosiguió ella y se llevó las manos a las sienes. Cuando volvió a hablar lo hizo entre hipidos – A v-veces me d-duele tanto que tengo ganas de gritar. U-una vez intenté seguir dándole vueltas a pesar del dolor y me dio tan fuerte que vomité y d-dormí más de doce horas seguidas… n-no sé qué hacer pero s-siento que los Dragones s-saben algo y p-por eso… p-por eso t-tengo que… t-tengo que hacerles c-cantar y… y… yyyyyyyyy….

Se echó a llorar a lágrima viva y se abrazó a Raphael. Éste se quedó petrificado por el contacto, pero toleró el abrazo; si eso la hacía sentir mejor que le abrazara y que le llorara encima lo que necesitara.


Ahora todo tenía sentido… aunque pudiera parecer lo contrario. Es decir, que ahora entendía las motivaciones de la muchacha. El maestro Splinter no tenía manera de adivinarlo, pero sí había acertado de lleno en una cosa: que no era más que una niña perdida y asustada moviéndose en un mundo que le quedaba grande.

La dejó desahogarse un buen rato durante el cual reflexionó sobre lo que acababa de descubrir a pesar de que se sentía realmente incómodo. Llegado a cierto punto alzó una mano, deteniéndose un instante en uno de los bolsillos de su abrigo, para a continuación alzarla más y comenzar a darle toques en la cabeza torpemente. Ella mantuvo el rostro hundido en su hombro, sacudiéndose por los sollozos, aunque muy poco a poco, éstos comenzaron a remitir.

- Bueno, cálmate y deja ya de llorar – dijo finalmente cuando la incomodidad se le hizo insoportable. Sintió que sonaba duro, pero esto le estaba resultando demasiado complicado: nunca antes le había abrazado una chica ni tampoco había tenido que consolar a ninguna. Intentó suavizar sus palabras– No sirve de nada llorar porque eso no te va a dar las respuestas que buscas. ¿No crees?

Se separó un tanto y la tomó por los hombros. Ella se limpió la cara de nuevo con la manga de su abrigo y asintió entre hipidos. Así parecía mucho más pequeña de lo que realmente era. 

- Si crees que los Dragones saben algo sobre ti entiendo que quieras ir a por ellos – le dijo – Pero no hace falta que lo hagas sola. Lo único que conseguirás actuando así es que te maten y tampoco solucionarás nada. ¿Lo entiendes ahora?

Volvió a asentir. 

- ¿Por qué no lo hablamos con calma y pensamos con cuidado el siguiente paso a seguir? – le sugirió y acto seguido decidió marcarse un farol – Podemos ir a la fábrica y…

- No, no, ya no vivo allí – consiguió decir ella con voz ronca – Encontré otro sitio.  Puedo llevarte, si quieres… y lo hablamos… de tranquis. ¿Sí?

Raphael no respondió enseguida pues estaba ocupado pensando en lo bien que le estaba saliendo todo. Ella malinterpretó su silencio.

- S-sólo si te parece bien. Quiero decir… no tenemos que ir si no quieres…

- ¿Eh? ¡No, no, claro que sí!

- ¿D-de verdad? Porque n-no quiero que pienses que voy… a robarte o algo así… l-la mayoría de las cosas que tengo las he sacado de la basura en realidad – agregó, agachando la cabeza.

Así que era eso. Raphael sonrió y agachó la cabeza.

- Cierto -  dijo él más para sí. A fin de cuentas, ella nunca escuchó sus disculpas -   Oye, siento todo eso que te dije en casa. Me pasé de la raya, fui un maleducado. Si robaste fue por necesidad. No creo que seas una desagradecida, ni que seas estúpida… ni que seas una niña pequeña…

- ¿Tampoco crees que sea fea? – preguntó ella con timidez, manteniendo la cabeza agachada.

Él se la quedó mirando un momento. Se rascó la cabeza, pensando en ello.

- Bueno… no, no creo que seas fea – asintió - Sólo…, un poco irritante, tal vez… Bueno, lo siento.

- Yo también siento lo que te dije… y… bueno… tú… tampoco eres feo – musitó ella.

Raphael no supo muy bien a cuento de qué decía eso ahora. ¿Por qué estaba tan avergonzada? Se hizo un silencio incómodo. Carraspeó.

- En fin, aclarado todo entonces, te diré que sí, que me parece bien que vayamos a tu nueva guarida y lo hablemos todo más… de tranquis.

La chica salió de su estupor y le miró. Raphael le sonrió y ella le devolvió la sonrisa.

- De acuerdo – dijo ella – Sígueme…



Justo cuando Raphael se disponía a seguirla pensando que se había salido con la suya y que la tenía en el bote su caparamóvil comenzó a sonar.

- ¿Qué es eso? – preguntó ella y le miró con suspicacia.

- ¡No es nada! Tan sólo un trasto inútil que…

No dio resultado. Ella se había dado cuenta de dónde provenía la fuente del sonido. Con un rápido movimiento se hizo con el caparamóvil. Lo miró arrugando el hocico.

- ¿Qué es esta cosa?

- ¡Eso es mío! ¡Devuélvemelo ahora mismo! – gritó Raphael echándose sobre ella.

- ¿Qué es? ¡Respóndeme!

Forcejearon durante un momento y entonces el caparamóvil salió disparado, cayendo al suelo. Con el impacto se abrió y se inició automáticamente la comunicación; su diseño simplificado, ideado por Donnie al tener en mente al maestro Splinter que era un negado para la tecnología, fue lo que echó a perder el plan de Raphael.

- Eh Rapha, no hay ni rastro de la chica por aquí – decía la voz de Leonardo al otro lado - ¿Alguna novedad?

¡Maldito Leo y su costumbre de comprobar cada dos por tres que todo anduviera bien! Ella volvió la cabeza lentamente y pasó de mirar al dispositivo a mirarle a él. Su rostro se contrajo en un rictus de rabia.

- ¡ME HAS MENTIDO! DECÍAS QUE NADIE MÁS SABÍA QUE ESTABAS AQUÍ – le gritó la muchacha, soltándose y retrocediendo.

Raphael alzó de nuevo las manos, incorporándose despacio.

- Puedo explicarlo…

- ¡NO! ¡NO puedes!

- ¿Rapha? ¿Estás ahí? – preguntó Leonardo al otro lado de la línea.

- ¿Qué parte de que intentamos ayudarte no entiendes? – preguntó Raphael comenzando a enfadarse.

- ¿Cómo quieres que crea eso si me vas mintiendo? – preguntó ella con voz de pito.

- ¡Porque eres tan testaruda y boba que no queda más remedio! – estalló él.

Ella le empujó, pero apenas hizo que él diera un paso atrás.

- ¡SI TANTO ME ODIAS NO SÉ QUÉ HACES AQUÍ! ¡LARGO, DÉJAME!

Ya no sólo por semejante afirmación si no por el tono despechado con el que ella lo dijo hizo que Raphael la mirase boquiabierto. Pero antes de que pudiera replicarle la puerta de la azotea se abrió de golpe y de ella emergieron varias personas, que se apresuraron a rodearles. No hacía falta fijarse en el dragón púrpura de su ropa para saber quiénes eran. ¡Los habían descubierto! ¿Había sido por las voces que habían estado dando? Raphael creyó que era lo más probable.

Entonces una persona que recién llegaba rompió el círculo y se aproximó a ellos. El Mohicano.

- Vaya, vaya, vaya ¿qué tenemos aquí? – dijo mirándolos por detrás de sus gafas de sol con una gran sonrisa que dejaba ver un diente de oro– Dos bichos raros bajo la luz de la luna. Espero no interrumpir nada…

Sus hombres se rieron. Todos portaban algún tipo de arma blanca excepto el Mohicano, que permanecía con las manos detrás de la espalda. 

- Le dijo la sartén al cazo ¿y tú nos llamas bichos raros llevando esas pintas? – le preguntó Raphael, girándose de tal manera que dio con el caparazón en la espalda de la chica. Entonces le susurró – No te separes. Yo te cubro.

- Como si lo necesitara – le susurró ella, pero a pesar de que seguía muy enfadada siguió su consejo. No le quitaba ojo a los recién llegados y los miraba con gran fiereza.

El Mohicano, quien no le hizo ninguna gracia el comentario de Raphael porque se le borró la sonrisa de la cara, volvió a hablar.

- Mi jefe está harto de vuestras intromisiones y quiere que os demos una lección. 

Los Dragones dieron un par de pasos hacia las dos figuras centrales. Raphael sacó sus sais y los hizo bailar en sus manos.

- Veinte contra dos es un poco injusto ¿no te parece? – le preguntó Raphael – Creo que deberías haber traído a otros veinte más, los vas a necesitar.

El Mohicano le enseñó los dientes, cada vez más molesto por sus impertinencias.

- ¡Dragones! ¡A por ellos!

Sin más preámbulos los veinte hombres y mujeres se abalanzaron sobre ellos.



Tal y como demostraban sus palabras a Raphael no le abrumaba en absoluto que los dragones fueran muchos más: a fin de cuentas, él y sus hermanos se habían enfrentado a enemigos mucho peores y en mayor número. Sin embargo y aunque no dudara de sus capacidades de pelea cuando ésta comenzó se obligó a mantener un ojo siempre puesto en la chica.

Los dragones atacaron de a una y Raphael dio una patada giratoria a tres de ellos, parando con los sais el golpe de un bate de metal de un cuarto, un tipo bastante grande y musculoso. Raphael echó un ojo a la niña y eso le costó una patada en un costado que le derribó al suelo. Sin embargo, se recuperó enseguida; rodó y alzó de nuevo los sais cuando el tipo cachas volvió a la carga intentando hundirle el bate en el cráneo. Raphael entonces empujó hacia arriba, desestabilizando al tipo y permitiéndole erguirse en toda su estatura. Entonces le golpeó con el pie en el pecho, haciendo que cayera contra otro que iba a golpear a la chica por la espalda. Ella se volvió un instante, le miró y volvió a lo suyo.

Los Dragones Púrpura no eran enemigos formidables ni mucho menos, al menos para las tortugas. Ni por asomo estaban a la altura de los ninjas del Pie, pero eso no significaba que no pudieran hacer bastante daño si se lo proponían. 


Pero nada de esto sabía la muchacha mutante y, aunque era muy diestra teniendo en cuenta que sus habilidades eran notablemente inferiores a las tortugas, para ella podían ser enemigos bastante peligrosos. Y traicioneros. En el mismo momento en que, tras derribar a un Dragón con un barrido con una de sus piernas, descargaba un puñetazo contra una mujer que le atacaba con una cadena de metal la muchacha sintió un dolor agudo en el cuello, como el picotazo de un mosquito gigantesco.

- ¡Ouch! ¿Pero qué dem…?

Se llevó la mano al sitio, palpó algo y lo arrancó, observándolo en la palma de su mano. Era una especie de dardo de metal diminuto. Entonces empezó a sentir mucho, pero que mucho sueño. Todo se volvió borroso. A duras penas alzó la vista y vio al Mohicano bajando un arma. Había sido él. Desgraciado hijo de… la chica dio un par de pasos vacilantes hacia el hombre pero a medio camino sus piernas le fallaron; nunca llegó a tocar el suelo porque dos fuertes manos se cerraron en torno a sus brazos en el momento en que todo se volvía negro.