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[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo VIII (Final)

 


Gioconda recuperó dolorosamente la conciencia. Se sentó en aquel sucio y viejo suelo, con la cabeza y la herida del hombro latiéndole de dolor. Se llevó una mano a la cabeza y… ¡Ouch! ¡Ahí dolía más! Entonces notó algo húmedo. Bajó la mano, frotando con el pulgar aquel líquido escarlata: sangre. Se había hecho una brecha, pero ¿cómo?

No sin cierto trabajo intentó recordar lo que le había pasado. Ese sitio cayéndose a pedazos, el débil aroma dulzón a jazmín… el olor de Hayami. Y Leo… ¡la había atacado!

La había sujetado por el cuello y había comenzado a apretar. Ella había intentado hablar con él, preguntándole tontamente qué es lo que estaba haciendo. Leonardo, por toda respuesta, se había limitado a apretar más su agarre a la par que se incorporaba, arrastrando a la chica con él. 

Gioco, tras entender que no iba a soltarla había decidido pasar a la acción. Comenzó aporreando con sus puños los brazos de la tortuga, con todas sus fuerzas, pero no funcionó. Había pues pasado a intentar zafarse con un movimiento para contrarrestar el agarre, pero también fue en vano. Por último, ya con desesperación porque empezaba a faltarle el aire, probó a golpearle en las costillas y aunque él pareció que iba a aguantar de nuevo estoicamente sus golpes, gruñó y dio unos pasos hacia atrás, tambaleándose por la resistencia de Gio.

Sin embargo, Leonardo la arrastró haciéndola dar media vuelta y la estampó contra la pared… ahí. Ahí fue cuando todo se volvió negro. Pero ¿durante cuánto tiempo?

- ¡MÁTALO! ¡MÁTALO!

Era la voz de Hayami. Y golpes; alguien estaba peleándose. Todo provenía del piso de abajo.

- Leo – murmuró, mirando el arco de la puerta del dormitorio. Y entonces se espabiló del todo – Yoichi…

Salió corriendo.


En apenas un vistazo desde la escalera vio a ambos enzarzados en un duelo a muerte mientras Hayami, de pie dándole la espalda, observaba la escena con notable diversión. Esa… esa… ¡zorra!

Gioconda apretó los dientes con furia, saltó sobre la barandilla a la par que extraía sus tessen y se lanzó sobre Hayami… para que ésta la esquivara con suma rapidez. Sus ojos amarillos brillaban de malicia.

- Confiaba en que mi esclavo hubiera seguido mis órdenes y me hubiera librado de tí, chiquilla, pero eres persistente – dijo, arrugando la nariz – Francamente empiezas a irritarme.

- Tiendo a causar ese efecto, sí – admitió Gioconda, adoptando una nueva postura de ataque y soplándose el flequillo – Es una de mis cualidades, según Raph: puedo ser como un grano en el culo. Por cierto, tú tampoco te quedas atrás…

Hayami gruñó y se lanzó a por Gioco sorpresivamente, usando sus garras. La chica esquivó por los pelos, encadenando una serie de saltos hacia atrás para alejarse lo máximo posible de ella. Aprovechó para lanzar una mirada de soslayo en dirección a los otros dos guerreros, pero eso casi la cuesta un zarpazo en la pierna. 

Yoichi les había hablado del kitsunetsuki, es decir, la posesión del zorro; en las historias se contaba que los kitsune eran capaces de poseer a sus víctimas. Sin embargo, el joven decía que él tomaba este acto con cautela, puesto que dadas las descripciones que se daban en esos relatos esa posesión no dejaba de ser una explicación o excusa de la época para justificar ciertas enfermedades mentales. Antiguamente la epilepsia, por ejemplo, no se consideraba una enfermedad si no una posesión demoníaca. Tal desconocimiento ocasionaba terribles consecuencias para el pobre desafortunado que la padeciera.

A pesar de ello y visto lo que había sucedido, para Gioconda saltaba a la vista que algo de cierto sí que tenía el kitsunetsuki; puede que no fuera una posesión demoníaca literal pero sí que parecía que el kitsune tenía cierta forma de influir en la voluntad de los demás: la prueba de ello era el comportamiento de Leonardo. Él jamás la habría lastimado. Pero ¿por qué la criatura no se limitaba a hacer lo mismo con ella? Gioconda no tenía respuesta para eso, pero poco importaba.

- “Debo distraerla de nuevo” – pensaba la chica – “Antes funcionó porque casi la obligo a cambiar de forma… quizá ahora pueda ayudar a que disminuya su influencia sobre Leonardo, pero… es rápida, es increíblemente rápida. No sé si podré seguir con este ritmo mucho más tiempo. ¡Vamos Leo! ¡Vuelve en ti!



Yoichi salió expelido hacia atrás debido al empujón, pero no perdió el equilibrio. Alzó nuevamente la katana, que se interpuso ante una de las espadas gemelas de la tortuga; tras rechazarla cambió su orientación y consiguió bloquear el golpe de la otra. Hacía rato que había cejado de insistir en razonar con él: Leonardo-san estaba, lamentablemente, bajo el kitsunetsuki. El joven Nomura no deseaba herirle, pero se quedaba sin opciones. Leonardo tampoco parecía estar en sus mejores condiciones físicas, puesto que su forma de luchar era más indisciplinada y burda que cuando cruzaron espadas en la residencia de su padre. Yoichi se había dado cuenta de esto, pero desconocía la razón; quizá fuera cosa del kitsunetsuki o puede que se debiera simplemente a que la tortuga estaba ya a esas alturas de la noche tan exhausta como él. 

El humano comenzaba a sentirse desesperado: o atacaba abiertamente a Leonardo arriesgándose a herirle de gravedad o podía huir, pues así no llegaría a ningún sitio.  Se había quedado sin más opciones.

Justo se preguntaba si debía intentar retroceder hacia la escalera para subir al piso superior y huir por allí, ya que no quería marcharse sin Gioconda, cuando la mutante hizo acto de presencia y comenzó a luchar contra la kitsune en el otro extremo de la estancia.

Esta irrupción hizo que sus fuerzas se renovaran, diciéndose a sí mismo que debía imponerse a Leonardo-san aunque tuviera que causarle algunas heridas; en ese caso intentaría que fueran mínimas.

Contrarrestó el último ataque del mutante adolescente y elevó la pierna de tal modo que asestó a la tortuga un puntapié en su mano izquierda, saltándole una de las espadas. Giró sobre sí mismo, proyectó de nuevo la pierna y le alcanzó en pleno mentón. Su contrincante retrocedió dando con el caparazón en una columna y Yoichi intentó clavarle a la misma por el hombro derecho para que quedara inmovilizado. Sin embargo, Leonardo se apartó y su katana se clavó en cambio en la viga de madera, quedándose ahí atascada. ¡Maldición!

Nomura tiró con todas sus fuerzas, pero el arma apenas se movió unos centímetros cuando Leonardo se le volvió a echar encima con la única espada que le quedaba y el joven se vio obligado a apartarse de la columna. Desarmado, tenía pocas opciones, pero un samurái solía tener muchos trucos bajo la manga. Se despojó de su obi, enrollándolo en parte alrededor de su brazo para acortarlo y esperó al siguiente ataque de la tortuga. Cuando Leonardo atacó Yoichi esquivó el golpe y envolvió las muñecas de Leonardo con su cinturón, tirando lo suficiente como para impedir que siguiera en su ataque.

Yoichi iba a iniciar un forcejeo cuando de pronto vio algo inaudito: la tortuga le había guiñado un ojo. Se quedó clavado en el sitio, aún aferrando la muñeca de Leo, mirándole de hito en hito.

- Buen movimiento – murmuró la tortuga, apenas abriendo su boca.

- ¿L-Leonardo-san? 

- La perla – dijo Leo y señaló con la cabeza a Hayami – Eso es lo que buscas. El Hoshi-no-tama, su colgante.

Yoichi dirigió su mirada hacia Hayami quien, en ese momento intentaba golpear con sus colas a Gioconda. Vio la perla, unida a la bonita cadena dorada, botando en su cuello: ahora que lo pensaba, jamás había visto a Hayami sin su colgante. Miró de nuevo a Leonardo, sorprendido y sintiéndose, por qué no, molesto.

- Te pido disculpas – se excusó Leo, entendiendo su expresión. Agarró el obi, soltándolo con sutileza – Por eso Gio sigue viva: he estado resistiéndome todo lo posible a su influencia – Así que eso era, entendió Yoichi: Leonardo no estaba bajo la influencia de la kitsune, de ahí que no hubiera estado luchando tan en serio– Pero es tan fuerte que aún la siento, en mi cabeza, a pesar de estar distraída. Si vamos a hacer algo, tiene que ser ya – agregó, viendo que Hayami había conseguido desembarazarse finalmente de Gioco, lanzándola por los aires contra la escalera.

- Es mía – susurró Yoichi, quedamente.

Leonardo asintió y le tendió su espada, pues no tenían tiempo de andar tomando la katana. Y a la par que el joven Nomura se lanzaba en pos de su enemiga la tortuga se mantenía en la retaguardia.



Ella le vio venir en el último instante. Había estado tan concentrada en derribar a aquella cachorrita persistente que no se dio cuenta del engaño del que había sido víctima.  La kitsune que se hacía llamar Hayami estaba de pie, a punto de pisotear sin piedad a la niña mutante, cuando percibió un peligro aproximándose a ella. Apenas tuvo tiempo de apartarse cuando notó un filo rasgándole dolorosamente la carne de su clavícula.

La kitsune aulló apartándose, golpeando y mordiendo casi a ciegas por la furia y el dolor; estas sensaciones provocaron que tomara la decisión de cambiar finalmente de forma. Se revolvió y se encaró a Yoichi quien la encaraba con una de las espadas de Leonardo en las manos, manchada de sangre… su sangre.

No sin cierta alarma Hayami entendió que Yoichi había descubierto su Hoshi no tama y había intentado arrebatárselo. Por suerte para ella, no lo había conseguido: como ahora poseía una forma completamente vulpina la esfera de poder colgaba de la punta de su cola central.

- Me has dado – dijo mentalmente, haciendo oscilar la esfera reluciente con el movimiento de sus colas– Toda una hazaña, te lo reconozco, aunque necesitarás mucho más que eso para obligarme a marchar. Y créeme, lo tienes difícil: me había limitado a jugar contigo pero ahora que por fin me ves tal como soy, no tendrás ninguna posibilidad. Te mataré, luego a tu padre y por último, a esa hermana tuya…

Yoichi apretó los dientes, furioso, pero no hizo ni un solo movimiento porque mientras hablaba la kitsune la esfera había comenzado a brillar más y más. Del hocico abierto de Hayami surgió un rayo de luz que el joven esquivó, rodando por el suelo a un par de metros más cerca del zorro. Hizo una pequeña carrera y de un salto intentó alcanzar una de las colas del zorro, pero falló su golpe. Hayami se volvió, golpeando con las colas, alcanzando a Yoichi y derribándole en el suelo; acto seguido saltó y quedó suspendida en el aire, el Hoshi no tama ondulando con los movimientos de su cola.

- Persistente pero inútil – se burló el zorro – Y dices llamarte samurái. Por mucho que lo odie he de reconocer que ni siquiera llegas a Tanjiro a la suela de los zapatos, por muy vil y traicionero que pudiera ser.

- ¡Silencio! – espetó Yoichi, incorporándose con trabajo y alzando de nuevo la espada de Leo - ¡Un ser como tú no tiene derecho a tachar de vilezas y traición!

Los ojos del kitsune relucieron.

- No tienes ni idea. Tengo todo el derecho del mundo a hablar de ese… ese despreciable hombre sin corazón.

- ¿De qué estás hablando? ¿De tu expulsión de la aldea a punta de espada? ¡Tus maldades debían tocar a su fin!

- ¡Necio, yo no era aquel kitsune!

Yoichi jadeó, sorprendido, pues no había esperado semejante réplica. El zorro bajó sus orejas y por una vez pareció completamente abatido.

- No era más que un cachorro, hambriento y miedoso – susurró el zorro – Solía esconderse para espiar a los humanos, fascinado y curioso por todas aquellas cosas que solían hacer durante el día. Por ello gustaba de adoptar el aspecto de uno de ellos para observarles más de cerca, provocando que a su madre le diera en más de una ocasión un gran susto cuando llegaba y no lo encontraba. Le advirtió que no se acercara a ellos, que no debía dejarse ver… pero él lo hizo. Eso atrajo a Tanjiro a la guarida; a él le daba lo mismo que fuera un cachorro o no… no sintió ninguna piedad cuando arrebató su vida - Una lágrima surgió de uno de los ojos de la kitsune, que resbaló hasta caer al suelo. Cuando alzó la cabeza lo hizo con las fauces abiertas, mostrando una hilera de dientes puntiagudos - ¡Era mi pequeño! ¡Mi único hijo! Él lo mató… lo mató y yo no estaba allí para protegerlo… fue a buscarle, a Tanjiro, porque necesitaba verle con mis propios ojos. Él nunca fue mi objetivo: sólo quería ver al asesino de mi hijo. Por eso juré que, un día cuando terminara mi luto y me fortaleciera, volvería y acabaría con su descendencia. Sólo una vez que la haya cumplido, mi hijo podrá descansar en paz…

Yoichi había aprovechado el descuido del kitsune para irse aproximando, despacio, paso a paso, con el único objetivo en mente de atrapar la esfera de poder. La historia revelada por Hayami le había conmovido ligeramente pero no podía permitir que ella le matara a él y a su padre: no podía hacerlo, independientemente de sus motivaciones. 

Estaba muy cerca y justo cuando creía que podría conseguirlo la kitsune le atacó. Cerró sus fauces en el brazo que portaba la espada de Leo que él soltó dando un alarido de dolor. El zorro se elevó en el aire arrastrando al hombre con él, al cual zarandeó y lanzó de cabeza contra la columna donde había quedado clavada su katana. Yoichi resbaló por la misma hasta dar con el suelo, semi inconsciente.

- ¡No me detendré hasta que el último de los descendientes de Nomura Tanjiro esté muerto! – bramó, con un ladrido agudo – Es hora de poner fin a todo esto, cachorro. ¡Daré la paz al espíritu de mi hijo que por fin podrá descansar en…! ¿Qué?

Visto y no visto. Hayami no había detectado a Leonardo tan ocupada estaba en terminar con Yoichi de una vez por todas. Pero sí notó el tirón, el corte, que separó la esfera de la punta de su cola central… y cuando quiso mirar vio a la tortuga de pie, con la esfera en una mano y un tantõ en la otra. Echó las orejas hacia atrás y mostró los dientes pero no le atacó.

- Tú… creía que…

- ¿Me controlabas? – preguntó Leo – Lo hiciste, Hayami, pero ya no. Como te dije, no soy un asesino, pero tienes razón en una cosa y es que es la hora de poner fin a esto, de una vez por todas…

El zorro descendió lentamente hasta posar sus patas en el suelo de madera, encogiendo sus colas y manteniendo las orejas gachas. La luz que emitía el Hoshi no tama se iba debilitando.

- Tortuga… Leonardo-san – dijo en un tono de voz calmado y suave – Eso que sostienes es parte de mi alma: si la alejas de mi… moriré.

- Quiero devolvértela, Hayami, o como quiera que te llames. Pero sólo si me prometes que dejarás vivir a la familia Nomura y esto implica que liberes a Tetsuo de tu influjo.

Ella gruñó.

- ¿Acaso no has escuchado lo que he contado hace un momento? Lo único que deseo es…

- Vengar la muerte de tu hijo. Sí, lo he escuchado. Estoy más familiarizado con la venganza de lo que puedas imaginar; si algo he aprendido es que la misma no soluciona nada. Tomar la vida de Yoichi y de Tatsuo no te devolverá a tu hijo perdido.

El kitsune se deshizo en gemidos y gañidos, temblando en el suelo, intentando aproximarse a Leonardo adelanto una pata y luego otra.

- Por favor – rogó – Devuélvemela.

- Si haces lo que te pido: sé que en este punto se hace un trato.. Yo te devuelvo tu Hoshi no tama, tu esfera de estrellas, y tú me concedes aquello que deseo, que es que olvides tu venganza, aceptes la muerte de tu hijo y permitas vivir a los Nomura.

Más gemidos. Sollozos.

- Eso es… injusto…

- La muerte de tu hijo fue injusta, pero él murió debido a tus acciones para con la aldea. Pagó por tus pecados, de modo que la única responsable de su muerte fuiste tú. Hubiera podido suceder en cualquier momento, en cualquier lugar, pero fue en aquel instante. Siento tu pérdida de todo corazón, pero matar a otros no es la solución. Lo hecho, hecho está y no puede deshacerse: eso es algo que he terminado aprendiendo y entendiendo. ¿Podrás hacerlo tú? Si no es así, sacrifícate por él: da tu vida con honor, para reparar tu error. Aquél por el que tu hijo pagó con su vida.

El zorro miró a Leonardo a los ojos, tendido como estaba con la panza sobre el suelo. Ambos se sostuvieron la mirada durante largos segundos. La esfera apenas emitía una tenue luz blanquecina, mortecina, preludio de lo que podía estar a punto de pasar en cualquier momento.

Pero entonces la kitsune habló.

- Tienes mi palabra – cedió, agachando la cabeza, derrotada – No dañaré ni ahora ni nunca a la familia Nomura, pero no pienso concederles mi perdón. Una madre no puede olvidar semejante dolor, pero te concedo tu deseo. Ahora, devuélvemela.

Leonardo accedió y lanzó el Hoshi no tama a su dueña, que lo recuperó tomándolo en su boca. Al instante la luz resplandeció con energías renovadas y la kitsune se alzó en el aire de nuevo, vigorizada.

Se dio la vuelta, agitando las colas y lanzando de nuevo la esfera, cuyo brillo iba en aumento, para colocarla en la punta de su cola central. Se disponía a marcharse, pero antes de hacerlo se volvió a Leonardo.

- No olvidaré esta noche tortuga – le dijo mientras el brillo de la esfera se hacía más y más fuerte hasta el punto que Leonardo se vio obligado a interponer su mano para no quedarse ciego– Te di mi palabra y como tal debo cumplirla, pero también te digo que es muy posible que nos volvamos a ver… y te aseguro que no será en términos amistosos.

Dicho esto, se desvaneció con un último destello, desapareciendo de la vista y sumiendo la casa abandonada en las tinieblas.

Una vez la kitsune que había adoptado la forma de una mujer llamada Hayami había desaparecido Leonardo bajó la cabeza. Cerca de él Yoichi Nomura se incorporaba lentamente y Gioconda, quien había permanecido por orden de Leo al margen desde que fuera derribada por la criatura, se aproximó a él.

- ¿Ya está? – preguntó, mirando a su hermano primero y luego a Yoichi - ¿Lo hemos conseguido?

Ninguno de los dos respondió pero en ese momento se escuchó un bip-bip que provenía de algún lugar del cuerpo del joven humano. Éste, que no lucía el mejor aspecto tras la pelea, con su moño medio deshecho, la sangre manchando un lado de su cara y manchando la manga de su kimono y cubierto de polvo blanquecino, se llevó la mano a uno de los pliegues y extrajo un teléfono móvil.

- Hai , Nomura Yoichi* – dijo y quedó a la escucha. Su rostro, normalmente serio, ¿demudó en una expresión de sorpresa – Honkidesu ka?**  – nueva pausa – Ima okonatteru!***  - Y colgó. Cuando alzó la vista vio a los dos mutantes mirándole, expectantes – Mi padre… acaba de despertarse y ha preguntado por mi… e-está bien. Lo hemos conseguido.

Leo y Gio suspiraron de alivio. Yoichi, a pesar de que no lo exteriorizaba, se sentía realmente entusiasmado. Se moría de ganas de volver al lado de su padre pero quería ir por orden. Sorprendió a los dos adolescentes mutantes cuando casi se arrojó al suelo, poniéndose de rodillas, las manos extendidas sobre el suelo y el rostro hacia abajo.

- Dõmo arigatõ  – dijo – E-estoy en deuda con vosotros, mutantes. Sin vuestra ayuda, jamás lo habría conseguido. Yo… por favor, decidme qué puedo hacer por vosotros para compensaros vuestros esfuerzos.

Gioconda se había quedado completamente estupefacta ante la efusividad de semejante agradecimiento.

 Observó a Yoichi con sus grandes ojos castaños y después a Leonardo, quien permanecía de pie al lado de ella.

- No es necesario que – empezó Leo, pero se interrumpió. Lo consideró mejor y continuó – Ponte en pie, Nomura Yoichi, hijo de Nomura Tetsuo – el interpelado obedeció – Acepto de buen grado tu agradecimiento, pero por ahora no se me ocurre en qué forma puedes ayudarnos.

- La kitsune – dijo Yoichi – Escuché lo que te dijo antes de marcharse. Lo ha vuelto a hacer: cumple su promesa pero a la vez lanza una amenaza… sabes que te buscará ¿verdad? – Leo asintió ligeramente con la cabeza – Cuando suceda, por favor, ponte en contacto conmigo y te ayudaré, tal como esta noche has hecho conmigo. Solamente debes mandar un mensaje a mi padre o a la persona que esté al frente de la Nomura Corporation por entonces; ellos me avisarán. Dime que lo harás.

- Lo haré sin dudar, te doy mi palabra.

Ambos se estrecharon las manos. Entonces Yoichi volvió el rostro hacia una de las ventanas, por las que se llegaba a ver parte del cielo nocturno entre los edificios de la ciudad: el alba comenzaba a despuntar. El joven Nomura sonrió con cierto aire ausente.

- Y así comienza un nuevo día – murmuró y se retiró para recuperar su katana. En el suelo, cerca, vio una de las ninjatos de Leonardo, que devolvió a su dueño. Una vez hecho esto se encaminó hacia la salida pero antes de marcharse, se dio la vuelta una última vez e hizo una nueva reverencia
.
- Ha sido para mi un honor conoceros, Leonardo-san… Gioconda-san. Espero que cuando nos volvamos a encontrar sea en un momento menos aciago que el que hemos vivido.

Dicho esto, atravesó la puerta y desapareció.



Una vez Yoichi se hubo marchado, Gioconda se llevó las manos a la zona lumbar y se estiró hacia atrás.

- ¡Uf! Ha sido una noche intensita – dijo y su espalda quiso confirmarlo con un sonoro crujido – Estoy molida. ¿Podemos irnos ya a casa? Leo… ¿Estás bien? – preguntó, poniéndole una mano en el hombro.
Leonardo parecía preocupado, como si estuviera disgustado por algo.

- Sí, ha sido una noche dura – respondió y viendo la expresión de la chica, forzó una sonrisa – Estoy bien, sólo un poco cansado…

- No es sólo eso y lo sabes. ¿Acaso es por la amenaza de la kitsune? No debes preocuparte; la hemos vencido una vez, podremos vencerla una segunda.

- Lo sé… pero no… no es eso lo que me ronda en la cabeza…

- Mm… oye, si es por lo que ha pasado arriba, no te preocupes, sé que no eras tú mismo.

- No, no lo era. Ella quería que te matara…

- Pero no lo hiciste.

- Podría haberlo hecho.

- Pero no lo hiciste – insistió ella – Le plantaste cara, demostraste que eres más fuerte que ella. Por eso sólo me dejaste inconsciente… si te soy sincera, prefiero este chichón que lo otro. Y no te guardo ningún rencor ¿vale?

- Es bueno saberlo pero, y no te enfades, en realidad no era eso exactamente – se interrumpió y como vio que ella aguardaba, decidió seguir – No he sido siquiera sincero conmigo mismo. Quiero decir, ella había perdido a su hijo... acaso… ¿qué diferencia hay entre sus motivos y los del maestro Splinter? No deja de ser la misma historia. ¿Acaso soy un hipócrita por haber impedido que Hayami obrara su venganza?

Gioconda guardó silencio, entendiendo su dilema; para ella también había sido un tanto fuerte haber descubierto el auténtico motivo por el que Hayami quería dañar a los Nomura. Su historia era muy triste, pero eso no justificaba sus ansias de querer matar… ¿o quizá sí, puesto que el maestro Splinter se la tenía igualmente jurada a Shredder porque éste asesinó, a su vez, a su querido maestro Hamato Yoshi? ¿Era lícito que ellos lucharan por cobrar esa venganza y Hayami no? 

- Yo… no lo sé, Leo – admitió de mala gana – Creo que hay sutiles diferencias entre vuestro caso y el de los Nomura, a pesar de que digas que es lo mismo, pero de todas formas yo no soy la más apropiada para darte una respuesta. Aunque – añadió, viendo el gesto de contrariedad de la tortuga – si quieres saber mi opinión, tampoco creo que matar sea la venganza sea la mejor respuesta para ello pues a menudo la volcaremos sobre personas inocentes, como nosotros… o como el propio Tetsuo. Porque aunque su antepasado mató al hijo de Hayami no fue él personalmente quien lo hizo. ¡Ni siquiera había nacido! Es decir ¿debe pagar él por el crimen de su tatatatarabuelo? Yo creo que no… yo misma he aprendido que la venganza es sólo es un fuego que consume tu alma hasta extinguirla del todo – hizo una pausa y le miró a los ojos – Pero eso es, repito, lo que yo creo. Si tanto te carcome la conciencia, deberías hablar con el maestro Splinter sobre ello…  venga. Volvamos a casa; lo único que quiero ahora mismo es abrazar a mi almohada…

Leonardo torció el gesto, fijándose en el alba que despuntaba. 

- Creo que a lo único que llegaremos a abrazar según lleguemos será la clase del sensei.

No pudo evitar echarse a reír tras ver la expresión de horror de la muchacha.



Así abandonaron Chinatown, dejando tras de sí una parte de su inocencia así como al solitario zorro de cinco colas que, oculto entre los árboles cercanos, espiaba su marcha, con una promesa de venganza ardiéndole en el corazón; algún día la kitsune regresaría para saldar sus cuentas pendientes… desde luego que lo haría.


FIN









* ¿Sí? o ¿Dígame?, respuesta formal a la hora de atender el teléfono.


** ¿Estás seguro?


*** Voy para allá. 

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo VII

 


Hayami contemplaba con el rostro desencajado por la furia a la joven mutante. Debido a que había tenido que volverse para encararla y esquivar su ataque había tenido que soltar a Leonardo, liberándole de su influjo.

- ¿Cómo te atreves? – preguntó Hayami en tono amenazador y miró a Leonardo – ¡Creía que habías dicho que te habías desecho de ella!

Él no respondió, pareciendo demasiado aturdido o debilitado como para reaccionar. Gioconda observó a su hermano.

- ¿Qué es lo que le has hecho, cabrona? – exclamó con los puños apretados.

La mujer sonrió.

- Nada que él no quisiera.

Esa respuesta enfureció a Gioconda, que fulminó a la mujer con la mirada desde su posición, dividida entre atacarla o aproximarse a Leo.



Mientras tanto Hayami dio unos pasos a un lado para situarse enfrente de la mutante, repasándola con la mirada de arriba a abajo, despacio. En su momento había sentido desconfianza hacia ella, si bien parecía habérsela ganado tras contar su historia, por lo que había recibido como buena noticia su supuesta marcha. Pero ahora estaba allí y conocía su pequeño secreto, sin duda lo habría averiguado en la casa de Nomura.

De modo que de nada valía seguir fingiendo. Quizá si hubiera olido antes su aroma podría haber evitado exponerse tan pronto, pero había bajado la guardia, tal como solía hacer cuando comenzaba a alimentarse, aunque apenas había tenido oportunidad de saborear la energía vital de la tortuga a través de sus manos: si hubiera llegado a besarle… no sólo hubiera podido comer más, sino que además le habría esclavizado por completo. 

En cualquier caso, debido al ataque sorpresivo de aquella chiquilla y al esfuerzo empleado en esquivarlo, no había logrado mantener su disfraz de modo que su aspecto físico había cambiado. En fin, tampoco es que importara mucho. 

De su cabello ahora surgían dos orejas puntiagudas, la izquierda mellada, y sus ojos castaños habían pasado a ser amarillos. Por no hablar que, detrás de ella, se alzaban nada menos que cinco colas de pelaje anaranjado con la punta castaña: las colas de un zorro. Sus labios rojos se curvaron en una sonrisa que hubiera podido resultar encantadora de no ser por el brillo peligroso de aquellos ojos ambarinos y esos colmillos pronunciados.

- Bien, jovencita. Ahora que lo sabes dime ¿qué piensas hacer? – preguntó, estirando los brazos a ambos lados de su cuerpo. Sus uñas crecieron varios centímetros - ¿Crees que tienes alguna posibilidad de luchar contra alguien como yo y ganar? 

- ¡La tenemos, kitsune! – exclamó una voz masculina y un hombre vestido de oscuro apareció detrás de la mutante, haciendo que Hayami se tensara de la sorpresa. Un gruñido gutural se alzó de su garganta.

- ¡Nomura Yoichi! – exclamó con odio.


El susodicho se llevó una mano a su obi, del cual colgaba su katana enfundada. Se había preparado para la ocasión recogiéndose el cabello al estilo chonmage* y vistiéndose con un kamishimo** en tonos azules. En la parte del kataginu podía verse el escudo familiar que se remontaba a los tiempos de su antepasado Tanjiro. Extrajo el arma empuñándola con ambas manos y apuntándola hacia Hayami.

- ¿Reconoces esta espada, kitsune? – preguntó Yoichi – Ya probaste su filo una vez hace trescientos años por mano de mi antepasado, Miyamoto Tanjiro, cuando te expulsó en dos ocasiones de los pueblos de los hombres a los que intentaste causar un gran mal. ¿Acaso deseas recordar su contacto?

Hayami gruñó y meneó su oreja mellada, vestigio de aquel enfrentamiento al que aquel descarado joven se refería; él, quien había impedido que ella culminara su venganza entrometiéndose en sus asuntos.

Cuando habló lo hizo con la voz cargada de rabia.

- ¡Vosotros, los humanos, sois unos hipócritas! – gruñó ella – Os creéis mejores que el resto de razas que pueblan esta tierra y las extermináis con la excusa de que os “causan un gran mal” cuando lo único que intentan es sobrevivir.

- ¡Tus actos no son de supervivencia si no de pura maldad! – contestó Yoichi, a voz en cuello - ¡Tú y todos los yõkai buscáis provocar el mayor daño posible sólo por pura diversión y maldad!

Ella enseñó los dientes y adoptó una expresión socarrona.

- A pesar de ser joven te crees muy listo, cachorrito. Estás convencido de que conoces y entiendes el funcionamiento del universo, pero en realidad no tienes ni idea – chasqueó la lengua - Resulta patético. 

- Basta de charla – la cortó Yoichi – Ya sabes qué es lo que he venido a buscar. Y te advierto que no me iré de aquí hasta conseguirlo…

Avanzó hacia Hayami y ésta, a pesar de su sonrisa despectiva, retrocedió un par de pasos, agitando sus colas tras de sí. 

Gioconda los miraba casi como hipnotizada. Para ella había resultado casi un shock que, al llegar con Yoichi momentos después que Leonardo, se encontraran con una casa sucia, ruinosa y abandonada, y el que había sido el dormitorio de Hayami no era una excepción. Llegó a dudar seriamente de no haberse confundido pero Yoichi le había contado que los kitsune eran propensos a encontrar refugio en casas abandonadas y que podían crear visiones muy elaboradas para engañar a sus víctimas. Sin duda, aunque increíblemente, la hermosa casa que viera la primera vez había sido tan sólo un espejismo. Uno más de sus muchos trucos.

- Ayuda a tu hermano – dijo el joven a la muchacha sin apartar la vista de Hayami – Aunque no esté del todo transformada sigue siendo muy peligrosa – entonces alzó la voz – Te daré una última oportunidad, kitsune. Libera a mi padre de tu influencia y déjanos en paz, olvida esa venganza que lleva siglos reconcomiéndote, y te doy mi palabra de honor que te dejaré marchar con vida.

Hayumi emitió un gañido que, en realidad, era una risa despectiva.

- ¿Palabra de honor? – preguntó con tanta indignación que casi escupía las palabras. La perla que portaba en su cuello parecía brillar con luz propia en ese momento - ¡No me vengas con esas, samurái! ¿Acaso crees que no tuve palabras huecas suficientes por parte de tu antepasado? 

- Es mi única oferta: acéptala o muere.

- ¡Vosotros los samurái aparentáis ser hombres sabios, honorables y valientes! Mostráis una apariencia impecable, como el de la manzana más lustrosa del árbol.  Pero cuando alguien os toma y mira en vuestro interior lo único que encuentra son gusanos…

- No lo repetiré de nuevo – insistió Yoichi, concentrado en no perder su objetivo de vista - Libera a mi padre y vive; niégate y muere.

Por toda respuesta recibió una sarta de palabras en japonés pronunciadas con tanto énfasis y odio que sólo podían ser insultos.

Yoichi guardó silencio un par de segundos antes de volver a hablar.

- Si es esa tu respuesta, sea así pues. 

Sin más preámbulos el hombre aguerrido cargó contra ella. A pesar de lo rápido de su ataque la mujer se apartó con una velocidad pasmosa de la trayectoria de la katana, pasando a estar a la espalda del hombre. Pero en lugar de atacarle corrió hacia la salida. Intentaba escapar.



Mientras Yoichi salía en pos de Hayami Gioconda ya había llegado hasta Leonardo, que seguía tendido en el suelo sin apenas moverse, pareciendo dormido o inconsciente.

- Leo… ¡Leo! ¿Puedes oírme? – le llamó, poniéndole una mano sobre la mejilla mientras que con la otra le sacudía el hombro con suavidad – ¡Contesta, por favor! ¿Te encuentras bien? ¡Leo!

- S-sí… creo que sí – respondió entreabriendo los ojos e hizo amago de incorporarse.

Gioconda le ayudó, despacio.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó al cabo de un momento, frotándose la cabeza con una de sus manos. Gioconda le aferraba la otra con sus dos manos - ¿No ha salido bien el plan?

- Más o menos, pero esa mala pécora te hubiera dejado seco de no haberme impacientado.

El plan que habían ideado con Yoichi para aproximarse a la kitsune había sido bastante sencillo: como Leonardo, dado su sexo masculino, era más vulnerable a su influencia ella se fiaría más de él que de Gioconda. Es más, probablemente Hayami sintiera cierto reparo en la presencia de la mutante, pues no contaba con que su magia la afectara de igual modo; si se sentían amenazados los kitsune podían ser bastante impredecibles, de modo que era mejor que ella se quitara de en medio. Una vez de regreso a su guarida Leonardo debía distraerla lo suficiente como para permitir a Yoichi acceder al lugar guiado por Gioconda, que conocía el terreno; el hombre les había advertido de que era muy probable que la kitsune quisiera alimentarse de Leonardo para asegurarse que estaba completamente a su merced, cosa que si no sucedía, la tortuga debería forzar la situación. Con esa maniobra Hayami muy probablemente mostrara su auténtica forma de modo que Leonardo sería capaz de dar con el Hoshi no tama. 

...

- Es arriesgado – les había advertido Yoichi – Incluso puede que ella ya no te considere útil y decida terminar contigo en ese mismo momento. Y no lo hará despacio como con mi padre, por lo que es posible que no haya mucho tiempo de reacción.

Gioconda había mirado preocupada a Leonardo pero éste parecía totalmente imperturbable, algo que tampoco era extraño. La tortuga raramente dejaba que sus emociones afloraran a la superficie, sobre todo en sus misiones o durante el combate.

- Estoy dispuesto a correr ese riesgo si con ello conseguimos dar con el Hoshi no tama – aseguró tras guardar unos segundos de silencio tras el aviso de Yoichi – No creo que Hayami esté dispuesta a colaborar por las buenas de modo que esa esfera será la única opción que tendremos para salvar a tu padre. De modo que, por mí, adelante.

Yoichi cerró los ojos e inclinó ligeramente la cabeza ante sus palabras. Entonces volvió a hablar.

- Convendría que fueras tú quien nos diera la señal de cuándo atacar, y más si te ves en peligro. Debe ser algo sencillo, como un sonido o una única palabra, pero que Hayami no conozca y que por tanto no la permita alarmarse. 

Leonardo lo meditó unos instantes. Entonces miró a Gioconda y sonrió. Ella le devolvió la mirada enarcando una ceja.

- ¿Qué te resulta tan gracioso?

- La palabra que he escogido.

- ¿Y bien?

- ¿No la adivinas?

Ella frunció el ceño mientras que la sonrisa de Leo se amplió.

- ¿Se te ocurre algo mejor que el grito de Mikey?

Ella abrió los ojos como platos y, entonces sí, sonrió.

- No estarás pensando en exclamar ESO ¿verdad? 

- ¿Por qué no? – preguntó él, encogiéndose de hombros – La desconcertará porque no lo esperará. Tampoco lo entenderá; es perfecto. No se me ocurre un grito de batalla mejor que ése, la verdad.

- ¡Madre mía, Leo! Que Raph no se entere de esto ¿quieres? ¡O le dará un ataque!

Dicho esto, Gioconda se desternilló de risa y Leonardo se le unió. Yoichi les miró de hito en hito, primero a uno y luego a la otra, sin entender qué era tan gracioso. 

- Disculpad, pero se trata de desconcertar a la kitsune y no a vuestro aliado – repuso, pero primera vez en toda la noche consiguieron que el hombre sonriese.

- En realidad es una tontería – había respondido Leonardo, risueño, instantes después – Sólo una bromita entre hermanos…

...

- No la dijiste – le reprochó Gioconda – La palabra mágica. Y por eso nosotros estábamos esperando como un par de pasmarotes, sin decidirnos si era buen momento para aparecer o arruinaríamos el plan. Menos mal que soy una impaciente y me dio por fisgonear antes de tiempo...

- Lo siento – se disculpó él – Pero Gio ¡ya sé dónde esconde Hayami el Hoshi no tama! Se trata de...

Entonces se escuchó un aullido; Leonardo se llevó las manos a la cabeza, cerrando los ojos con fuerza y gritó como si algo le doliera. 

- ¡LEO! ¿Qué te ocurre? – exclamó alarmada, intentando comprender lo que le sucedía - ¡Dime algo!

Pero tan súbitamente como había venido el malestar desapareció y Leonardo quedó tranquilo, pero contemplando la pared de enfrente, con la mirada perdida.

Y antes de que Gioconda pudiera decir nada más él la agarró por el cuello.



Yoichi había alcanzado a la kitsune en la planta inferior de la casa abandonada que la criatura usaba como escondite. Ella se había vuelto para atacarle con sus garras de tal modo que el joven tuvo que hacer alarde de una gran agilidad para bloquear su embestida con la hoja de la katana, que restalló con un retintineo.

Aprovechando su guardia Yoichi ejecutó un movimiento de contraataque, trazando un arco con la katana de izquierda a derecha y de arriba abajo, pero sólo alcanzó el aire, pues su enemiga había vuelto a evadir su ataque. Aún así él continuó concatenando varios movimientos de tal modo que consiguió cortar un mechón de su cabello.

Ella se apartó mientras él alzaba de nuevo la katana, preparado para seguir la lucha. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ella le había arañado en el brazo izquierdo, pues notó la sangre tibia empapándole la manga.

- Demasiado lento, cachorrito – dijo Hayami, relamiéndose los labios – Juegas a los guerreros pero apenas eres una sombra temblorosa en comparación con tu antepasado, aunque eres tan arrogante como él… igualito que tu padre.

Yoichi apretó los dientes furioso y volvió a cargar contra ella con un poderoso grito de batalla. Sin embargo Hayami se apartó y le azotó con sus colas, haciendo que saliera despedido contra la pared de madera que tenía justo delante; ésta, toda rota y medio podrida, cedió ante el embate del joven, que la atravesó en medio de una nube de polvo.

Ella se rió.

- ¡Y he ahí el ímpetu del guerrero del que tan orgullosos estáis! – se burló – Ahora dime, ¿qué tal se siente por morder el polvo por una vez?

Yoichi se alzó tambaleándose y tosiendo, pero sujetando firmemente la katana. Hayami aprovechó su vulnerabilidad para lanzarse hacia él, con las manos de largas uñas alzadas y mostrando sus colmillos pero el hombre, quien en realidad estaba más espabilado de lo que aparentaba, se las apañó para apartarse y propinarle un rodillazo en la cadera. Ella gruñó e intentó retirarse pero esta vez él consiguió cortarle en un brazo con su arma.

Hayami retrocedió, aferrándose con cara de espanto el brazo y entonces alzó la cabeza y aulló. Acto seguido miró a Yoichi quien pugnaba por recuperar el aliento, aún tosiendo por el polvo que le cubría tras haber atravesado la pared. Se había hecho una brecha en la sien y la sangre le resbalaba hasta la mejilla.

Entonces se oyeron una serie de ruidos sordos en el piso de arriba, seguidos por un contundente golpe. Luego pasos que corrían. Yoichi alzó la mirada, en dirección a la escalera, desde la que vio en su dirección una pequeña figura.

Leonardo aterrizó justo al lado de Hayami con las piernas flexionadas pero cuando se alzó portaba sus dos espadas gemelas apuntándolas en dirección al hombre… con una expresión hostil en su rostro de reptil.

- Equilibremos un poco la balanza, si me lo permites – susurró la kitsune, retrocediendo y colocándose por detrás de Leonardo. Inclinándose, agregó al oído de la tortuga – Mátale.



Yoichi contempló con cierta duda a la tortuga, que frunció aún más el ceño tras recibir aquella orden. ¡Maldición! ¡No había previsto que Leonardo estuviera tan influenciado por el poder de Hayami! Retrocedió un paso, intentando ganar tiempo, a la par que se preguntaba qué habría pasado con la otra mutante.

- Bushi – dijo, intentando hacerle volver en sí – Tú no quieres hacer esto. Baja las armas, no me obligues hacerte daño.

- No puedo hacer eso, bushi – respondió Leonardo, cargando el título con cierto desprecio – Porque quieres lastimar a Hayami-san y no puedo permitirlo…

- ¡No soy tu enemigo, Leonardo-san si no ella! – exclamó Yoichi, apurado, pues estaba muy cerca de dar con la espalda en la pared de detrás – ¡Recuerda lo que hablamos! Debes luchar, ¡resiste a su influencia!

Leonardo se detuvo, cerrando los ojos y apretando los dientes, pero fue sólo algo momentáneo, porque por detrás él Hayami sonreía.

- No le escuches, querido Leonardo-san – susurró con dulzura – Sólo debes atenderme a mi: mátalo y compláceme.

Como si sus palabras fueran el combustible necesario Leonardo se activó de súbito y se abalanzó contra Yoichi, con ambas espadas por delante.







* Chonmage - peinado asociado al período Edo y a los samurái, aunque en la actualidad se asocia más a los luchadores de sumo. El cabello se lleva liso y recogido en un moño relajado.


** Kamishimo - vestimenta más formal de los samurái, compuesta por la el hakama (pantalón largo con pliegues) y el kataginu  (chaleco con hombreras ostentosas. 

[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo VI

 


Mientras Yoichi se encargaba de prepararse para la misión Leonardo y Gioconda descansaron, mentalizándose para lo que estaba por venir, si bien Leonardo no podía dejar de sentirse avergonzado de sí mismo.

A pesar de lo que había expresado sus dudas sobre cuál sería la versión auténtica su intuición le decía que, efectivamente, debía creer al joven Nomura. Había ciertos detalles y ciertas obviedades que conseguían que ahora pensara así. Se preguntó, en ese caso, cómo podía haberse dejado engañar tan fácilmente. Era de suponer que, como líder, debía haber sido mucho más inteligente. El imaginar que ella le había engañado y manipulado para que hiciera el trabajo sucio hacía que se le retorciera el estómago. Y el pensar en cómo casi había estado a punto de matar a una persona inocente era lo que le causaba más inquietud. Por eso quería continuar, llegar al fondo de todo este asunto: quería restaurar su honor por haber atentado contra las víctimas y no contra el verdugo.

Ella había usado palabras amables, se había puesto en el papel de víctima indefensa acosada injustamente y él se había dejado cegar por su belleza y su aspecto vulnerable. Pero ahora que estaba lejos de su presencia Leonardo se creía más libre, más dueño de sus propios pensamientos; como si Hayami hubiera sido una droga que hubiera adormecido sus sentidos y ahora se hubieran pasado los efectos. Lo único que deseaba era volver donde ella estaba para enfrentarla, para corroborar la verdad; una parte de él deseaba estar equivocado, pero lo dudaba seriamente.

- ¿Estás bien? – le preguntó Gioconda, observándole con la cabeza ladeada. Por su tono denotaba que no estaba segura de si debía haberle preguntado o haberle dejado tranquilo. Una cosa que le gustaba de la muchacha: no agobiaba demandando respuestas, pero sabía demostrar que estaba ahí si la necesitabas.

- Sí, ahora sí – respondió él, suavizando su expresión. Suspiró; casi que necesitaba desahogarse, aunque igualmente lo hablaría más tarde con el sensei – Es sólo que… me siento tan estúpido por lo que ha pasado…

- ¿Significa eso que das credibilidad a la versión de Yoichi? – preguntó ella.

Él asintió 

- ¿Acaso tú no?

– Admito que la cosa está muy enrevesada pero hay demasiadas evidencias como para que sea mentira ¿verdad? – agregó mirando el cuadro del samurái con el zorro de varias colas y recordando que la propia Hayami tenía, en su biombo, un dibujo muy similar al de ese mismo kitsune – En fin, el estado prácticamente vegetativo del viejo es lo más decisivo de todo esto. En la historia de Hayami hay verdades mezcladas con pequeñas mentiras.

- Y por eso no puedo evitar sentirme así de idiota.

- ¿Por haberte dejado engañar por una cara bonita? – preguntó la chica con una sonrisilla - ¿Es eso lo que quieres decir? – cuando vio el mohín de él Gioco se apresuró a agregar – No tiene nada de malo, Leo. Es decir… ahm… eres de carne y hueso, por si no te habías dado cuenta.

- Pero se supone que he recibido entrenamiento para no caer en esos errores – insistió él – Como futuro jonin debo estar por encima de todo eso.

Gioco se le quedó mirando, tomó aire y se sentó a su lado,  pues antes se había levantado para admirar las piezas de colección del Japón Feudal del viejo Nomura, que por cierto habían quedado desperdigadas por el suelo de la estancia. Por suerte no eran de esas que se rompían.

Una vez se acomodó pareció tomarse su tiempo en responder. 

- Piénsalo de este modo – dijo, finalmente - Puede que tú te hayas entrenado para no caer en ciertas tentaciones, pero también estarán los que se han preparado a su vez para derribar ese tipo de defensas. Según el maestro Splinter yo misma, como kunoichi, debo aprender no sólo a usar las armas blancas si no también mi belleza natural para manipular, engatusar y sonsacar hasta al tipo más frío y duro del lugar – hizo una pausa y sonrió socarronamente - Ahora bien, no sé en qué casos me puede ser útil, la verdad, no es que sea una sex-symbol precisamente.

El último comentario lo dijo a modo de broma, para quitarle hierro al asunto, pero como vio que Leonardo seguía estando demasiado serio e incluso perdido de nuevo en sus pensamientos, lo dejó estar. Le dio un codazo suave en el brazo, obligándole a mirarla. 

- Eh, Leo. No es por hacerte la pelota, pero a mí me parece que, como líder, lo haces francamente bien. No te obsesiones con el tema: a fin de cuentas, no eres una máquina, ¿vale? No eres perfecto y nunca lo serás, por mucho que te esfuerces. No puedes evitar tener ciertos sentimientos. ¿Te acuerdas cuando me encontrasteis?  Yo os ataqué y aun así empatizaste conmigo cuando viste que era mutante. Si en lugar de eso hubieras hecho lo que debías como líder, proteger a tus hermanos independientemente de mi condición, muy probablemente yo no estaría aquí ahora; seguiría rondando por las calles sin rumbo fijo o quizá estaría muerta porque los Dragones hubieran terminando dado conmigo– agregó y, aunque notó cierto cambio en la postura de Leo, éste seguía demasiado hosco, de modo que probó con otra cosa - Además, ya escuchaste a Yoichi; ella llevará como tres siglos haciendo esto, de modo que es toda una experta. Mucho más que tú, ni qué decir yo, así que a mí me parece bastante lógico que haya podido jugárnosla.

- Pero a ti no te ha afectado tanto como a mí. ¿Me equivoco?

- Ya escuchaste a Yoichi; su objetivo son los hombres. Estoy segura de que lo hubiera hecho si me gustaran las chicas en vez de los chicos, que no por eso no deja de parecerme guapísima, ojo – puntualizó Gioconda – Creo que es normal que haya podido atraerte de ESA forma. De todos modos, si te sirve de consuelo, a mí me engañó igualmente al aparecer de esa guisa de damisela en apuros, de modo que no te machaques tanto ¿quieres? Eres demasiado duro contigo mismo; nacimos para cometer errores y aprender de ellos, no para fingir ser personas perfectas.

Leonardo no pudo evitar que se le escapara una sonrisa.

- Eso se parece mucho a algo que diría el maestro Splinter.

Gioconda torció su sonrisa.

- Quizá sea de mi propia cosecha, o quizá me lo dijera él poco después de llegar a vuestra casa, quién sabe – admitió, arrugando el hocico.

- ¡Sí, creo que a mí también me lo ha dicho alguna vez!

Ambos se rieron entre dientes y ella se inclinó para chocar su hombro con el suyo en un gesto de camaradería.

- No le des tantas vueltas y prométeme que no vas a seguir castigándote por eso.

- Lo intentaré – prometió Leo, al cabo de un momento – Gracias.

Ella sacudió una mano, restándole importancia.

- Más te vale – dijo Gioco, poniéndose de pie al ver que Yoichi regresaba, debidamente pertrechado – Porque además te necesitaremos bien centrado para lo que está por venir.



Poco después Leonardo regresaba a China Town, saltando de azotea en azotea, alejado de la mirada de los escasos transeúntes que pululaban, a pesar de las horas, por las calles. Ya se sabe lo que se dice de Nueva York: es la ciudad que nunca duerme.

Se coló en el jardín de la propiedad de Hayami y salto hasta el balcón de la segunda planta. La puerta de cristal estaba abierta y la cortina no estaba corrida del todo: tomó aire y la apartó.

- ¿Hayami? – preguntó.

La encontró sentada al estilo japonés, de rodillas sobre la estera del suelo, con los ojos cerrados y las manos puestas sobre su regazo. El largo y liso cabello negro caía sobre sus hombros hasta la cintura y ahora vestía un kimono de color rojo y negro con detalles en dorado. Sus ojos sesgados se abrieron al escuchar hablar a la tortuga, a la que miró sin variar su postura.  

Quizá fueran imaginaciones suyas pero Leonardo pensó que, desde ese ángulo, su rostro se asemejaba más que nunca al de un zorro. Sus ojos parecían brillar de una forma peligrosa.

- ¿Lo hiciste? – preguntó casi en un susurro - ¿Acabaste con el viejo Nomura y sus lacayos?

- No, no lo hice – admitió Leonardo, en un tono tranquilo. Aguardó algún comentario de la mujer, pero como nunca llegó, decidió continuar – Como ya te dije, no soy ningún asesino.

- Vaya cualidad más desafortunada para un ninja – comentó ella en tono despectivo. A pesar del enfado que sentía las palabras dichas por la mujer y sobre todo esa forma de pronunciarlas le golpearon como latigazos – Supongo que al menos fuiste capaz de darle el mensaje. ¿O quizá le dejaste esa tarea a tu hermana y por eso no está aquí?

- Por sus heridas tuve que mandarla de regreso a casa. Y en cuanto al mensaje lo hubiera dado, quizá, si el viejo Nomura no se encontrara postrado en cama en estado de coma. ¡Ah! ¿No lo sabías? – preguntó Leo cuando vio una confusión momentánea en el rostro de Hayami – Pues así ha quedado después de tus artes.

El rostro de Hayami se contorsionó por la ira.

- ¿Es eso lo que ese despreciable de Yoichi te ha dicho sobre mí? – siseó sin alzar la voz - ¡Fui yo la acosada y la amenazada!

- Eso fue hace trescientos años. Lo único que han hecho ahora los Nomura es defenderse de ti.

- ¿Qué? ¿De qué estás hablando? – ahora parecía confusa y afligida, vulnerable – Leo-san, no comprendo qué quieres decirme...

- Lo sabes perfectamente, deja de fingirte la víctima. Me engañaste y por ello estuve a punto de traicionar todos aquellos principios que mi padre me inculcó desde que no era más que un niño...

- Leo-san, escúchame – dijo ella, interrumpiéndole, llevándose la mano al pecho y poniéndose en pie – No sé qué te habrá dicho Yoichi-kun de mí, pero él me odia. Me odia porque me culpa de los males de su padre, que es un hombre obsesivo que es capaz de enfermar cuando no tiene aquello que quiere. Hasta esos extremos llega con tal de salirse con la suya… siempre fue inestable.

- Pero ¿tú te escuchas? ¿Cómo va a provocarse así mismo ese estado? No, Hayami, no voy a creer ninguna más de tus mentiras – dijo él, dándole el caparazón.

Leonardo percibió cómo ella se le aproximaba desde atrás y pronto el dulce aroma a jazmín inundó sus fosas nasales.

- No me des la espalda, por favor – rogó ella, en un tono de voz tan dulce y persuasivo que era muy difícil resistirse – Eres demasiado gentil y bueno; unido a tu juventud, te hace fácilmente influenciable al sufrimiento ajeno. Nadie se había preocupado por mí de una manera tan sincera, no en mucho tiempo al menos – calló un momento esperando que él dijera algo – Mírame – pidió de tal forma que él no pudo cuanto más que obedecer; ahora ella estaba muy cerca de él– Esos hombres que has visto esta noche son poderosos, ambiciosos, y por eso siempre se han creído con el poder de dictar a otros lo que tenían que hacer, donde tenían que vivir y en qué momento debían respirar. Son malvados, y por ello lo único que merecen obtener como pago es la misma moneda. Y, sin embargo, no todos son capaces de asegurarse de que sea efectivamente eso lo que reciban…

- Pero ellos no son malvados… ellos…

Leonardo se interrumpió incapaz de completar la frase. Hayami estaba muy cerca de él: aunque la mujer sobrepasaba su estatura con creces estaba inclinándose para poder mantener un contacto visual directo con la tortuga. Por un instante Leo se sintió aprisionado bajo aquella mirada para automáticamente decirse así mismo que sólo estaba imaginando cosas y que la idea era cuanto menos ridícula. Una vocecita en su cabeza comenzó a gritarle, instándole a que hiciera algo, pero embriagado por el aroma y su cercanía no se movió, ni siquiera cuando ella apoyó sus delicadas manos pálidas sobre los hombros de él.

- Shhh…  ¿Acaso no ves lo que han hecho contigo? – preguntó con una voz aterciopelada y dulce – Estás tan confundido. Te han engañado porque su fin es salirse siempre con la suya, conseguir lo que quieren a cualquier precio sin importar las consecuencias. A un guerrero de tan puro corazón como tú, cuya meta es hacer siempre lo correcto. Mírame – volvió a decir, su rostro a escasos centímetros del suyo – Yo no soy tu enemiga, Leonardo-san. Déjame que te lo demuestre y, a cambio, sólo pediré una parte de tu esencia…

¿Iba a hacer lo que él creía? Había cerrado los ojos, ladeado el rostro que aproximaba al suyo con los labios entreabiertos. Leonardo la miraba fascinado, dividido entre el impulso de corresponderla o apartarla pero, por algún motivo, era incapaz de tomar una decisión. A esas alturas había perdido la noción del espacio y del tiempo pues de pronto se dio cuenta de que no recordaba ni siquiera dónde se encontraba ni que había venido a hacer. No había nada más alrededor que Hayami.

Pero cuando ella estaba a punto de consumar ese beso Hayami pareció olisquear por la nariz y abrió los ojos enfocándolos no en Leonardo si no en un punto situado por detrás de ella. Mostró sus dientes, escapando de lo más profundo de su garganta un gruñido y se dio la vuelta a una velocidad pasmosa esquivando por los pelos una suriken que pasó rozándole el rostro y cortando varios de sus cabellos oscuros.

En el umbral de la entrada al amplio dormitorio había una figura de poco más de un metro y medio de estatura que contemplaba furiosa la escena, con un brazo flexionado con una shuriken en la mano.

- ¡Quítale a mi hermano tus sucias manos de encima, harpía! – gritó entonces Gioconda.



[Teenage Mutant Ninja Turtles] Las apariencias engañan - Capítulo V


- ¡LEO, YA BASTA!

Gioconda había tenido que actuar con rapidez para evitar que Leonardo cometiera un grave error. De un ágil salto la chica había llegado hasta el ninjato caído, lo había empuñado con ambas manos y había corrido presta para desviar la estocada mortal contra el humano llamado Yoichi. Ahora, cruzando espada con Leo, temblaba bajo la implacable fuerza de su hermano, que con la mirada fija en Yoichi y los dientes apretados, pugnaba por salirse con la suya.

- No… somos… asesinos – dijo Gioco con voz temblorosa por el notable esfuerzo que empleaba por contrarrestar la fuerza de la tortuga – ¿Qué… diría… el m-maestro S-splinter de esto?

La chica había dado con las palabras mágicas. Como si el nombre de su sensei fuera una clave para desactivarle Leonardo cerró los ojos, sacudió la cabeza y entonces vio a Yoichi tendido bajo su pie, y su espada cruzada con la que portaba Gioco. Entonces ahogó una exclamación, bajó su arma y retrocedió, aturdido. La mutante, aliviada y extenuada, resopló y bajó igualmente la ninjato.  Por último se la ofreció a Leonardo, que la recuperó sintiéndose avergonzado bajo el escrutinio de aquellos ojos castaños.

- Y-yo… yo no quería…

Se sentía bloqueado y finalmente soltó sus armas, que cayeron pesadamente al suelo, temeroso de que pudiera repetirse de nuevo aquella situación. Se llevó una mano a la frente y cerró los ojos de nuevo, intentando poner en orden sus pensamientos. Al poco notó la mano de su hermana adoptiva en el hombro. 

- No puedo creerlo – susurró, mirando entonces sus dos manos, abiertas con las palmas hacia arriba, temblorosas. No pudo evitar pensar en Raphael; eso le ayudó a encontrar las palabras exactas de lo que quería decir. Cerró las manos en puños – He… he perdido el control de mi mismo. No… no entiendo cómo ha podido pasar…

- Porque estás bajo el influjo de su mahõ, kappa.

Leonardo alzó la vista y su mirada se cruzó con la de Yoichi. Éste se había puesto de pie y les observaba con una expresión difícil de interpretar.

- No somos kappas – le espetó Gio mientras Leo guardaba silencio - ¿Y qué quieres decir? ¿Su qué?

El hombre observó por un par de segundos a la muchacha sin variar su expresión, les dio la espalda y avanzó hasta situarse al lado de su katana. Miró a sus hombres tendidos en el suelo, derrotados. Por último, extrajo la espada. Leonardo notó cómo Gioconda se tensaba a su lado, pero sus temores fueron vanos: el humano la enfundó.

- Su mahõ, su magia – aclaró, dándose la vuelta – Os ha embrujado, pero sobre todo a él – añadió, señalando a Leo - Tu compañero es…  es técnicamente un hombre, por eso su magia le afecta más.

La tortuga de antifaz azul sacudió la cabeza y Gioconda bufó.

- Si vas a explicarte así, tío, estamos apañados. ¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?

- Disculpa sus formas – dijo Leonardo con rapidez, pues se percató de que el hombre parecía haberse ofendido por la contestación brusca de Gio. Era orgulloso – Pero, como comprenderás, esto es muy confuso para nosotros. ¿Podrías explicarte mejor? ¿Quién me ha embrujado? ¿A qué te refieres?

El hombre se cruzó de brazos. 

- Baka!* – espetó, mirando a un lado – No sabéis nada y, aun así, habéis osado entrar en una casa ajena y que habéis destrozado, todo con ánimo de atentar contra la vida de su propietario. Ya no sé si de verdad sois kappas o tan sólo unos insensatos...

- ¿Disculpa? – dijo Leonardo, extendiendo un brazo para frenar a una Gioconda igualmente enfadada – Si hemos penetrado aquí es porque el propietario que mencionas ha amenazado la vida de una mujer inocente… de hecho tú mismo estabas allí, en aquel callejón.

El hombre soltó una risa despectiva. Leonardo, a pesar de lo que acababa de suceder, comenzó a impacientarse y a encontrar molesta la actitud de Yoichi. Sacudió de nuevo la cabeza y tomó aire: no ganaba nada con perder los estribos. Un buen líder jamás se dejaba llevar así por sus emociones, si no que actuaba con sabia y tranquila inteligencia. Y, sobre todo, confiaba en su instinto. Así se lo había enseñado su sensei.

Y ahora mismo ese instinto le indicaba que aquí había algo más de lo que parecía. ¿El qué? Sólo había una forma de averiguarlo.

Se inclinó para recoger sus espadas gemelas y las enfundó igualmente a su espalda. 

- Me parece que no hemos empezado con buen pie – dijo – Por favor, creo que deberíamos aclarar un par de cuestiones pues comienzo a estar cansado de información velada.

- Te lo concederé sólo porque estoy en deuda con ella – afirmó el hombre, señalando a Gio – Me acaba de salvar la vida. Le pagaré escuchando lo que tengas que decirme. Ahora sí, sé breve. Nunca he sido alguien paciente.

El hombre le había hablado con tono amenazante, pero Leonardo no dejó intimidar. Para él resultaba lógico que estuviera enfadado, pero apreció su predisposición a escuchar.

- Te lo agradezco. Me llamo Leonardo y ella es mi hermana, Gioconda. Como bien te ha explicado, nosotros no somos kappas, si no mutantes.

- No me importa lo que seáis realmente, criatura – espetó Yoichi – La cuestión es que habéis entrado en la casa de mi padre para matarle.

- ¡Nosotros no somos asesinos! – exclamó Gio, inclinándose hacia delante y los puños apretados apuntando al suelo.

- Espera, espera… ¿tu padre? – preguntó Leo, a la vez.

- ¡Nomura Tetsuo es mi padre! – exclamó el hombre - ¡Yo soy Nomura Yoichi, su primogénito! 

- Pero yo… yo creía que tú eras… su… lacayo, un asesino de la yakuza…

- ¿Cómo te atreves? – gritó Yoichi y se desnudó los brazos – ¿Acaso ves tatuajes ensuciando mi piel**? Eso es lo que esa maldita mujer os ha contado para que hagáis su trabajo sucio. Y vosotros os creéis lo primero que os cuentan…

- ¡No íbamos a hacerle daño! – gritó Leonardo, sintiendo que perdía el control de la conversación. Respiró hondo de nuevo, intentando centrarse – No… no somos asesinos. Mi familia practica el ninjutsu únicamente como método defensivo, te doy mi palabra de honor.

- Claro, por eso os aliáis con demonios – replicó Yoichi, sarcásticamente.

- Nosotros no nos hemos aliado con ningún demonio.

- ¡No, no lo habéis hecho! ¡Y sin embargo aparecisteis en el momento oportuno en aquel callejón, justo cuando la tenía acorralada!

- ¿Admites, pues, que acosabais a la mujer llamada Hayami? – preguntó Leo.

- ¿Mujer? – rió Yoichi - ¿Tan ciegos estáis? ¿Cuándo vais a quitaros la venda de los ojos para daros cuenta de que ella no es una mujer?

Leonardo se quedó petrificado en el sitio, un escalofrío recorriéndole la columna vertebral que yacía oculta bajo su caparazón. ¿Qué…?

- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó Gioconda y cómo Yoichi no respondió, si no que en su lugar se quedó mirándolos con una desagradable sonrisa, insistió - ¡Habla, maldita sea!

- La “mujer” que llamáis Hayami no es, en absoluto, una mujer. Es un espíritu maligno que os ha engañado y manipulado… ¡kitsune!



- Kyubi no kitsune – recitó Yoichi Nomura – En Japón es cómo se les conoce a estos yõkai… espectros, espíritus, demonios que son medio hombre, medio animal. Cuando alcanzan cierta edad se dice que pueden tomar forma humana, especialmente la de mujeres bellas y jóvenes, un disfraz efectivo para ocultar su verdadera forma y embaucar a los necios y débiles de mente – hizo una pausa – Tal y como hizo con mi padre. Veréis ahora mismo lo que esa mujer le hizo.

Según les había hecho la revelación Yoichi, tras calmar al personal de seguridad que para ese momento había recuperado el conocimiento, les había conducido hasta el dormitorio de la planta superior. Por lo que les indicó les habían descubierto por las cámaras de vigilancia camufladas repartidas por toda la casa y un sensor de movimiento oculto justo en la planta superior, que activaba una alarma silenciosa.

En el dormitorio pudieron ver la razón por la que Tetsuo Nomura no había salido alertado por el escándalo de la pelea: se encontraba postrado en cama, conectado a una máquina pues, según su hijo, estaba en coma por las acciones del kitsune. Por el día siempre había una enfermera privada cuidando de él y que dormía en el mismo edificio, en la planta inferior, por si surgía una urgencia. Tetsuo estaba literalmente consumido, pues sus huesos se marcaban tanto bajo su piel que su rostro casi parecía una calavera. A pesar de su palidez su cabello, que comenzaba a canear, estaba no obstante bien peinado y el pijama azul parecía impecable. Un tubo transparente iba de su nariz a la máquina, las vías intravenosas conectadas al suero que le mantenía con lo mínimo día a día, la sonda conectada para extraer sus desechos. Tetsuo Nomura, un hombre de negocios cuya moralidad era intachable, yacía de esa guisa ajeno a todo lo que le rodeaba y al hecho de que unos asaltantes habían intentado llegar hasta él con ánimo de amenazarle por algo que no había cometido realmente.

- Llegó a la empresa de mi padre pasándose por una joven mujer que buscaba empleo – había proseguido Yoichi poco después cuando volvieron al salón. Se sentaron en el suelo al estilo japonés, pues los muebles habían quedado destrozados por la pelea – Era joven, hermosa y discreta: el prototipo de mujer tradicional japonesa que mi padre tanto apreciaba para sus negocios. Por otra parte, siempre le gustaron demasiado las mujeres, incluso cuando vivía madre – hizo una pausa - Ella le sedujo con ánimo de acercarse hasta él y comenzar a usar su magia para influenciarle t: para volverle loco y así alimentarse de su genki… su energía vital – aclaró, para no confundir a sus dos oyentes, pues resultaba obvio que no estaban familiarizados con el japonés – Es por esto que le ha dejado postrado en cama, demasiado débil para seguir. Si volviera a alimentarse de él… terminaría con su vida.

- ¿Por qué hace eso? – preguntó Gioco.

- Porque eso le da poder – explicó Yoichi – Cuanto más antiguos son los kitsune más genki necesitan para generar sus colas y poder así ascender hasta los cielos.

- ¿Y cómo supiste que Hayami es una kitsune?

- En realidad no fui yo quien lo descubrió – suspiró, pareciendo avergonzado – Debería haberme dado cuenta antes, pero no lo hice, estaba demasiado ocupado al frente de la empresa en Tokyo y no prestaba mucha atención a las conversaciones que mantenía con él so pena que fueran de trabajo. Fue mi hermana quien lo notó primero. Cuando éramos pequeños nuestra madre nos contaba todo tipo de leyendas de nuestro pueblo, cuyos habitantes parecían vivir siempre rodeados de lo misterioso y sobrenatural. Suzume siempre fue más partidaria a creer en este tipo de historias supersticiosas, pues nuestra madre afirmaba ser descendiente directa de un samurái de bastante talento del período Edo y que, casualmente, protagonizó algunos encuentros con algunas de estas criaturas del folclore tradicional. Hasta no hace mucho yo era un hombre que rechazaba lo sobrenatural. En cambio Suzume, como he dicho, es más imaginativa: también mantenía mucho más contacto personal con padre que yo, si bien por las noches mientras tomábamos el té me ponía al día de lo que él hacía. Me habló de una joven de la que padre parecía haberse enamorado apasionadamente, de un modo que hasta a mi hermana le parecía extraño y fortuito. Y ya directamente un día me llamó directamente al despacho, preocupada, diciendo que padre estaba embrujado. Intenté tranquilizarla, pero fue en vano: aseguraba que veía en él la sombra de la acción de un espíritu malvado y me instó a venir a Nueva York lo antes posible. Conseguí convencerla de que se quedara y marché yo con ánimo de que así se calmaría y comprobar todo esto de lo que me hablaba. Cuando llegué él se enfadó muchísimo, no me quería aquí y me presionaba continuamente a que regresara a Tokyo para no descuidar la empresa, alegando que yo no era quien para meterme en sus asuntos personales, pues obviamente le expliqué el motivo principal de mi viaje. Pero justo cuando iba a marcharme vi a la mujer… sí, poseía una hermosura tal por la que cualquier hombre podía matar, pero también una gran soberbia, algo que tampoco sería llamativo. Pero mi instinto me alertaba de que aquella belleza era peligrosa– hizo una pausa – La animadversión que parecía sentir hacia mí se palpaba en el aire y me pregunté el motivo, pero estaba tan cansado por el viaje en avión, pues no había pegado ojo desde que saliera de mi país, que me dije a mi mismo que para pensar con claridad primero debería descansar.  Una vez repuesto y tras meditar sobre el tema, me dije a mi mismo que lo primero que debía hacer era saber más cosas de ella, de modo que mandé a un par de hombres que trabajan para la seguridad de mi padre a espiarla. Cuando ellos me contaron lo que habían averiguado no era gran cosa, pero para mí estaba claro que aquella mujer sólo se acercaba a mi padre por su dinero, pues parecía tener gustos caros; demasiado caros para un sueldo de una simple secretaria. Intenté hacérselo ver a mi padre, que por cierto cada vez le veía más y más deteriorado, demostrando una debilidad que hasta entonces jamás había sentido. Se me ocurrió usar un intermediario para ofrecerle una buena suma de dinero a la mujer para que dejara el trabajo y se alejara de mi padre, pero nunca lo hice porque un día que mi padre tenía una reunión de negocios ella decidió despedirse de la empresa y se marchó, llegando incluso a ignorar los esfuerzos posteriores de mi padre por comunicarse con ella. Estaba casi loco y esa desesperación, ese profundo apego insano hacia ella le hizo enfermar: sollozaba que todo era por mi culpa, que yo le había alejado de su adorada Hayami porque desde que yo llegué ella comenzó a comportarse de forma extraña. Telefoneé a Suzume y le conté todo, buscando su consejo, pues el médico dijo que el estado de nuestro padre no tenía ninguna explicación porque, físicamente, estaba sano como un roble. Y entonces mi hermana dijo “Yoichi-kun, por supuesto que padre es un hombre sano y no le aflige ningún mal físico, pues su enfermedad es espiritual. Es víctima de la magia del kitsune: recuerda la historia del viejo Tanjiro-san”. La regañé diciendo que dejara de lado por una vez las dichosas leyendas, pero entonces algo, una chispa, se encendió en mi mente: cuando miré a la mujer, vi algo más, algo debajo de ella. Una sombra de múltiples colas. Debí susurrarlo al auricular porque entonces Suzume me volvió a preguntar “¿Recuerdas la historia del viejo Tanjiro-san? ¿Recuerdas lo que hizo para ver al kitsune?”. Y yo contesté “La recuerdo, la recuerdo muy bien…” De modo que me hice con lo que necesitaría, averigüé su dirección y me presenté en su casa. No quiso atenderme, pero conseguí convencerla, alegando tener un obsequio bastante caro de parte de mi padre: ella accedió y abrió la puerta. Entonces vio lo que yo había llevado al menos por instante, su auténtica apariencia… había confirmado las sospechas de Suzume con esa pequeña artimaña. Pero como dudaba de mis propias capacidades de lucha y que estaba además en su territorio decidí posponer la caza, de modo que me dediqué a vigilar día y noche sus movimientos. Cuando encontré una oportunidad fue justamente cuando vosotros dos aparecisteis. 

- Ibas pues a matarla porque es una kitsune – dijo Gioconda, para asegurarse de que había entendido todo.

- No es mi intención matarla salvo que ella me obligue – replicó Yoichi – Dudo incluso que pueda hacerlo, pues es una kitsune bastante experimentada. Sólo quiero obligarla a liberar a mi padre de su embrujo; haría cualquier cosa por conseguirlo.



Llegados a este punto Yoichi Nomura guardó silencio. Gioconda lanzó una mirada de soslayo a Leonardo, que permanecía a su lado en la misma posición que usaba para meditar: piernas cruzadas, manos apoyadas en los tobillos y cabeza inclinada ligeramente hacia abajo. Parecía fijar la vista en la espada que había entre ellos, la espada de Yoichi, que éste había depositado en el suelo como garantía de que no iba a hacerles ningún daño. Incluso la chica se había dado cuenta que tanto la funda como la espada eran realmente antiguas, dada su elaborada y cuidada ornamentación.

Como Leonardo no dijo nada decidió hablar ella.

- Tenemos dos versiones de la misma historia bastantes parecidas entre sí. Puntos en común: que ella trabajaba en la empresa familiar, el enamoramiento de Tetsuo o las vigilancias a Hayami. Pero hay ciertas diferencias: según ella dejó el trabajo porque se sentía acosada por los sentimientos de Tetsuo a los cuales no podía corresponder.

- Vil mentirosa… ¡es ella la que se acercó a él en un primer momento y no se separó hasta que yo llegué!

- Y que cuando tú te presentaste en su casa fue para hacerle una proposición de parte de Tetsuo, una cena en la que ella tendría que aceptar casarse con él o las consecuencias de la negativa…

- Mi visita fue tan sólo para comprobar si ella era la kitsune de la leyenda de Tanjiro, tal como mi hermana sospechaba. 

- ¿Cómo lo confirmaste?

- Porque le mostré algo que los kitsune temen profundamente y, aunque no era de verdad, fue suficiente para que sus emociones la traicionaran.

- ¿Y qué era?

- Una figura de Hachiko***, el famoso perro fiel.

Gioconda se quedó estupefacta.

- No entiendo nada…

- Quizá debiera contaros la historia de Tanjiro-san primero.

- Por favor – rogó la chica, impaciente.

Yoichi guardó de nuevo silencio y su mirada se posó en el enorme cuadro que dominaba el salón: de estilo tradicional mostraba a un samurái, ataviado con su armadura y en actitud aguerrida, enfrentando con su katana a un zorro de múltiples colas.

- Miyamoto Tanjiro, mi antepasado, fue un orgulloso y poderoso samurái que vivió en el Japón Feudal – explicó entonces Yoichi, tomó el arma que había entre ellos– Esta espada le pertenecía; la heredó de su padre, como su padre antes que él. Es una reliquia familiar y ahora me pertenece a mi – hizo una pausa - Como sin duda recordareis, os dije que Tanjiro es protagonista de varias de nuestras leyendas familiares a las que yo nunca di ninguna credibilidad. Pero hay una de esas viejas historias que ahora sé que es verdad. Se cuenta que, durante uno de sus viajes, en una ocasión hizo noche en un pueblecito de las montañas donde pudo enterarse que alguien estaba hostigando a esas buenas gentes, provocando todo tipo de problemas y riñas entre la gente de la aldea. Como samurái era su deber salvaguardar los intereses y a las gentes de la comunidad de su daimio****, de modo que se puso a hacer sus investigaciones para dar con el culpable. Hizo reunir a toda la gente de la aldea en la plaza central y se hizo acompañar del señor que le había prestado cobijo y que observara de lejos. El samurái usó la excusa de un agradecimiento formal hacia la aldea por su hospitalidad. Una vez regresó con el hombre éste señaló a un joven muchacho al que no supo ubicar en ninguna familia. El viejo Tanjiro se aseguró de dar con la casa en la que vivía el rapaz, que resultó ser una propiedad en ruinas; se cuenta que hubo una cruenta batalla entre el samurái y el kitsune, pues eso era realmente aquel chico. No hay detalles, pero se dice que Tanjiro lo expulsó y aseguró poco después a la aldea que aquel ser jamás volvería a molestarles. Y así fue, de modo que aquella aldea siempre estuvo en deuda con él. Poco después regresó a su hogar sólo para darse cuenta de que había una criada nueva trabajando allí: hacía una sustitución de una de las asistentas personales de su esposa, Miyamoto Nozumi. Y él apenas la vio supo de inmediato que había algo extraño en ella, algo que él pudo ver en apenas un primer vistazo, pues Miyamoto Tanjiro era un hombre muy devoto y, en aquella ocasión, supo identificar al kitsune en cuanto lo tuvo delante. Sin embargo, el astuto Tanjiro mantuvo la calma, disimulando perfectamente el hecho de no haberse dejado engañar por la artimaña del yõkai. En su lugar se aseguró de mandar discretamente a una sirvienta a por uno de los perros que se usaban por la noche para la vigilancia, en concreto su favorito, Shinko, a quién él había amaestrado personalmente. Cuando poco después se retiró a sus aposentos el kitsune entró sigilosamente, ajeno a que Tanjiro fingía dormir. Y cuando estuvo justo a su lado, con el puñal alzado con ánimo de asesinarle, Tanjiro emitió un único silbido, el que se usaba para mandar a los perros atacar. El animal se lanzó directamente contra la sirvienta y entonces el kitsune mostró su auténtica forma, dispuesto a huir, pues se sabe que tienen un miedo visceral a los perros y los lobos. Pero allí estaba Tanjiro preparado, portando la misma katana que veis en la mesa; se cuenta que esta vez apresó al kitsune y, robándole su Hoshi no tama, le forzó a marcharse definitivamente con la promesa de que jamás volvería a intentar vengarse sobre él, ni sobre su esposa ni sus hijos y los hijos de éstos, a cambio de devolvérselo. El Hoshi no tama es una esfera que, se dice, posee parte del poder del kitsune o, lo que es lo mismo, una parte de su alma – explicó - Si se separa mucho tiempo de éste, el kitsune puede morir, por lo que para él es sumamente valioso. Y a pesar de que el kitsune es un ser taimado, traicionero e incluso malévolo, se ve obligado a cumplir sus promesas so pena de morir. Sin embargo, tras haber recuperado su Hoshi no tama y antes de marcharse, sintiéndose humillado, le advirtió que a pesar de su promesa se vengaría de Tanjiro por semejante ofensa ante alguno de sus descendientes.

De nuevo se hizo un pesado silencio. Gioconda, quién había escuchado absorta toda la historia, se echó ligeramente hacia atrás para estirar la espalda.

- Guau – dijo. Entonces frunció el ceño – ¿Y dices que crees que Hayami es la misma kitsune que aparecía en esta historia? ¿Cómo puedes estar seguro?

Pero no fue Yoichi quien contestó a la pregunta.

- Si la historia que cuentas es cierta, SON el mismo – aseguró Leonardo, rompiendo por primera vez su silencio desde que se le rebelara la auténtica naturaleza de Hayami – Quiere resarcirse atacando al linaje de Tanjiro – hizo una pausa - Háblame más del Hoshi no tama.

- ¿Qué es lo quieres saber?

- ¿Qué es exactamente? ¿Qué aspecto tiene?

Aquí Yoichi frunció el ceño.

- No sé decirte con seguridad, la leyenda nunca lo explicaba. Sólo sé que es una especie de esfera que el kitsune lleva consigo a todas partes.

- No vimos que Hatsumi llevara ningún objeto como el que describes – observó Leo, pensativo.

- Al parecer sólo se muestra cuando el kitsune cambia de forma.

- Entonces si queremos vencer a Hayami debemos forzarle a adoptar su verdadero aspecto.

Yoichi asintió. Leonardo pareció meditar.

- Como bien ha dicho Gio, tenemos dos versiones muy similares y a la vez distintas de lo que ha sucedido entre tu padre, Tetsuo y la mujer misteriosa, Hayami. ¿Por qué deberíamos creer tu versión en vez de la de ella?

Los ojos de Yoichi parecieron relampaguear.

- ¿Es que no has escuchado nada de lo que os he contado esta noche, tortuga? – preguntó - ¿Tan ciego estás por sus encantos que te niegas a ver la verdad? 

- He visto y he escuchado – aseguró Leonardo, decidiendo ignorar su intento de provocación – Pero no voy a precipitarme a la hora de tomar una decisión si no es con ciertas garantías. No pienso ponerme en riesgo ni a mí ni a Gioconda por ninguno de vosotros.

- Quizá lo que debas preguntarte es por qué deberías elegir ayudarnos a cualquiera de los dos. ¿Acaso es realmente de vuestra incumbencia toda esta historia? Si de verdad no quieres poner en riesgo a tu familia lo suyo es que decidas retirarte; yo jamás he pedido vuestra ayuda.

- Por un lado, tienes razón, no lo hiciste, pero te equivocas en cuestionar si esta historia nos compete. Porque lo hace; desde que decidimos poner nuestros pies en el callejón – dijo Leonardo – Nos entrometimos y ahora sólo estamos inmersos en las consecuencias. Mi padre me instruyó para ser un buen guerrero, y un buen guerrero hace una elección y sigue adelante hasta el final – ladeó ligeramente la cabeza, para mirar a Gioconda de reojo – Para bien o para mal.

- Somos valientes y estamos dispuestos – corroboró la chica para darle a entender su postura.

Leonardo sonrió para sus adentros, agradecido.

- Pero si voy a tomar esta decisión – continuó - necesito saber primero quién dice la verdad y quién miente. Yo… necesito saberlo – concluyó, frunciendo el ceño y apretando los puños.

Yoichi le miró en silencio y fijamente durante largo rato, casi como si fuera la primera vez que lo viera.

- A pesar de ser joven e inexperto hablas como lo haría un auténtico samurái – le dijo, haciendo que Leonardo alzara la mirada – No esperaba eso de alguien como tú.

- He sido educado por mi padre en los preceptos del bushidõ**** – se limitó a confirmar Leo.

- Yo también - Yoichi suspiró suavemente – Hemos sido sinceros el uno con el otro, bushi*****. Aun así entiendo tus reservas, pues efectivamente es mi palabra contra la de la mujer, que todo lo que has visto y escuchado puede tener diferentes sentidos según qué versión elijas. Pero hay algo que puedo garantizarte: Hayami no es humana. Y dada su edad es bastante poderosa, por lo que dudo seriamente que pueda enfrentarla yo sólo, de modo que como has decidido continuar, me gustaría llegar a un acuerdo contigo. Si demostrara que Hayami es una kitsune ¿me ayudarás para convencerla que libere a mi padre de su hechizo?

- ¿Y si estuvieras equivocado?

- Cejaría en mis hostilidades hacia ella, y te pediría que tú eligieras el modo en que podría resarcirme mi error y restituir su honor.

Leonardo guardó silencio durante un buen rato durante el cual sostuvo la mirada de Yoichi, que no pestañeó ni una sola vez. En cambio Gioconda no paraba de pasar de uno al otro, preguntándose cómo demonios acabaría todo este embrollo.

Entonces su hermano dio un paso al frente y extendió la mano.

- Tienes mi palabra. 

Yoichi se la estrechó.

- No es por ser aguafiestas pero ¿cómo desenmascaramos a Hayami? – preguntó Gio – No será tan simple como pedírselo ¿verdad?

- Hay que obligarla – respondió el joven humano.

- ¿Cómo? – preguntó Leonardo - No creo que vuelva a funcionar el truco de colarle la figurita del perro.

- Con astucia.





* Insulto japonés que suele traducirse como "tonto" o "necio".


** Es sabido que en Japón no gustan los tatuajes porque los Yakuza los usan como forma de demostrar su lealtad a sus jefes y señalar también su rango dentro de la organización. Irónicamente la yakuza surgió a raíz de la prohibición de los samuráis que, buscando una forma de ganarse la vida, se pusieron a trabajar para las bandas criminales. 


*** Hachiko: el famosísimo perro Akita que existió de verdad y cuya triste historia hizo que se le dedicara una estatua conmemorativa en la plaza de trenes de Shibuya, pues fue allí donde el animal estuvo por 9 años aguardando hasta su muerte el regreso de su amo, al que esperaba allí cuando volvía de trabajar, y que murió de un derrame cerebral. 

**** Daimio: o Daimyõ, señores feudales para los que trabajaban los samurái. A cambio éstos recibían como pago tierras y riquezas. Aquellos que no tenían un señor y trabajaban de manera independientemente eran conocidos como rõnin, que significa "hombre vagabundo".


***** Bushidõ:  el camino o la vía del guerrero. Era el código ético bajo el cual se regían los samurái. Algunos de sus preceptos eran el absoluto respeto hacia los maestros, la autodisciplina, comportamientos éticos y el respeto hacia uno mismo. Sus raíces filosóficas retoman aspectos del Budismo, el Confucionismo o el Zen.


****** Bushi: "guerrero", término que usaban los samurái para dirigirse a alguien de su misma condición.