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[Warcraft] Thrall y los Frostwolves - Capítulo 19


Cuando Thrall regresó para buscar a Langston lo hizo en medio de un torbellino de dolor e ira. Para ese entonces el hombrecillo ya estaba consciente y sus ojos se agrandaron por la sorpresa y terror de verle llegar pertrechado por la legendaria armadura negra. Tuvo el impulso de encogerse ante su presencia, pero no pudo debido al abrazo de las raíces que lo envolvían.

- Debería matarte – fue lo primero que dijo el orco cuando estuvo ante él, atormentado aún por la visión de Doomhammer agonizando. Su voz sonó ronca, gutural e inhumana a oídos de Langston.

- Cle-clemencia señor Thrall – pidió, pasándose la lengua por los labios en un tic nervioso.

El nuevo Jefe de Guerra postró una rodilla en el suelo y acercó su rostro a escasos centímetros del suyo. Langston no pudo evitar arrugar la cara con desagrado cuando le exhaló el aliento.

- ¿La misma que me mostraste tú? – rugió y el humano dio un respingo - ¿Cuándo interviniste para decir “Blackmoore, quizá ya lo hayáis apaleado lo suficiente” o “Blackmoore, lo hizo lo mejor que pudo”? ¿Cuándo salieron de tus labios?

- Qui-quise hablar.

- Y de verdad te lo crees– atajó Thrall y se incorporó de nuevo – Pero ambos sabemos que jamás lo sentiste, así que ahorrémonos tus mentiras. Me sirves más vivo que muerto… por ahora. Si me dices lo que quiero saber, te dejaré volver hasta las faldas de tu amo. Tienes mi palabra.

- ¿Qué valor tiene la palabra de un orco? – preguntó Langston en un arranque de rebeldía.

- Para empezar, vale tu patética vida. Ahora dime ¿cómo sabíais que éste sería el siguiente campamento que atacaríamos? ¿Hay un espía entre nosotros?

Langston se mordió los labios y ladeó la cabeza, desviando la mirada, actuando como un chiquillo enrabietado. Así que Thrall pensó en algo y súbitamente las raíces se apretaron, haciéndolo boquear. Sus ojos volaron hacia el orco de nuevo, destellando por la sospecha.

- Así es, las raíces acatan mis órdenes, al igual que los elementos – por supuesto esto no era así como bien sabemos, pero el joven chamán quería que Langston creyera que su control era absoluto – Ahora, responde a mis preguntas.

- No hay espía alguno – boqueó el hombrecillo, claramente estrangulado por la raíz así que Thrall le pidió a ésta que aflojara un poco su fuerza – Blackmoore ha apostado un destacamento de caballeros en cada uno de los campamentos que quedan...

- Y así da igual cuál hubiéramos atacado, estarían preparados – concluyó Thrall, terminando la frase – Arriesgado, teniendo en cuenta los costes que eso implica y la división de fuerzas. 

Era un alivio saber que no había un traidor en sus filas; Langston era un cobarde y en absoluto astuto, por ello Thrall tenía la certeza de que no mentía. Así que no necesitó torturarle de verdad, ya que con apenas un pequeño apretón de aquellas raíces Lagston estuvo más que dispuesto a contarlo todo. Así, el orco continuó con el interrogatorio, ya que estaba interesado en saber qué ases escondía su antiguo señor bajo la manga. Aunque Blackmoore era un alcohólico empedernido también era un hombre inteligente y por eso Thrall no osaba subestimarlo. También quiso saber con cuántas tropas podía contar el teniente general, así como los recursos armamentísticos que éste poseía y de los labios carnosos de su prisionero comenzaron a salir cifras, fechas, planes e incluso opiniones personales, ya que a su juicio la bebida estaba causando estragos en el raciocinio de Blackmoore.

- Está desesperado por recuperarte – sorbió Langston en cierto momento – Tú eras la clave de todo, por eso no asume perderte.

Thrall se tensó.

- ¿De qué estás hablando? – preguntó y alzando una mano, permitió que las raíces lo liberaran del todo. 

El hombrecillo se incorporó, más animado e igualmente dispuesto a continuar.

- Ya sabes que él te encontró cuando eras un bebé – continuó – Y en vez de abandonarte a tu suerte como fue su primer impulso decidió todo lo contrario; podría usarte, y no sólo como gladiador para ganar unas cuantas monedas. ¿Por qué quiso que aprendieras también a leer, a descifrar mapas y estrategia? – hizo una pausa, recomponiendo sus ropas – Porque en el futuro te quería como líder de un ejército de orcos.

- Mientes – siseó Thrall, entornando los ojos de furia - ¿Para qué querría Blackmoore algo así? ¡Haciendo eso estaría arrojando piedras sobre su propio tejado!

El hombre meneó la cabeza.

- No lo entiendes. No seríais el enemigo, si no sus súbditos… un ejército de orcos que podría usar contra la Alianza.

A Thrall se le desencajó la mandíbula. Sabía lo desgraciado y traicionero que podía ser Blackmoore, pero eso… ¡eso era alta traición! 

No, no podía ser verdad, era demasiado, incluso para el teniente general. Langston quizá si estuviera mintiendo al fin y al cabo, pero al joven chamán le bastó con echarle un simple vistazo para terminar de convencerse de que no era así. Y poco a poco fue entendiendo que en realidad Aedelas tenía mucho que ganar con eso.

- Eres lo mejor de ambos mundos – siguió Langston, expresando en voz alta aquellas cosas que a Thrall se le iban ocurriendo – El poder, la fuerza y la sed de sangre de un orco combinados con la inteligencia y la estrategia de los seres humanos. Serías invencible.

- Y Blackmoore dejaría de ser teniente general para convertirse en… ¿rey? ¿Líder supremo? ¿Señor de todas las cosas?

Langston asintió con vehemencia.

- No te puedes imaginar lo que tu fuga significó para él. Se ha ensañado con todos nosotros.

- ¿Qué se ha ensañado? – rugió Thrall - ¿Y qué crees que hizo conmigo? ¡Me aisló, me apaleó y me despreció hasta el punto de hacerme sentir menos que una mierda bajo la suela de su bota! A diario me jugaba la vida en la arena y ahora mi pueblo hace lo mismo aquí, luchando por nuestra libertad. ¿Y dices que para vosotros es difícil? No tienes ni idea del dolor y de las dificultades, así que no me vengas con esas.

Langston guardó silencio, dejando a Thrall sumido en sus propios pensamientos, meditando sobre todo lo que acababa de serle revelado. Fue así cuando terminó encajando las piezas sueltas que tenía de información escuchada aquí y allí durante sus años en Durnholde, cosas que en su momento nunca comprendió del todo pero que, unidas a esta última clave dada por Langston, completaban el rompecabezas.

Blackmoore no lo había tenido fácil dentro de la Alianza ni tampoco guardaba simpatía hacia la facción. Antes de la Primera Guerra su padre, el general Aedelyn Blackmoore, fue condenado por vender secretos de estado cuando Aedelas era sólo un infante. Esto lo estigmatizó por años, ya que era señalado como “el hijo de un traidor” pero Blackmoore hijo se ganó renombre y respeto peleando al final de la Primera Guerra y durante la Segunda, acumulando victorias y demostrando una particular ferocidad en su lucha contra los orcos invasores; tuvo que trabajar duro para demostrar a los demás que él no era un traidor como su padre. Esto sin duda afectó a su carácter… que, por cierto, ya se veía también perjudicado por la bebida. De su consumo había sacado esa fuerza y valor en su lucha en el campo de batalla y, cuando fue elevado a la posición que ostentaba actualmente como supervisor de los campos esto eliminó muchas restricciones que tenía que asumir para disimular su comportamiento, de modo que pudo abandonarse a sus vicios, llegando a mostrarse en público totalmente borracho, hecho que afectó de nuevo a su reputación, pues en dicho estado era incapaz de simular esa cortesía y amabilidad de las que tanto hacía gala estando sobrio.

Y fue entonces cuando le encontró a él, a Thrall, y fraguó aquel plan en su mente, el plan de un traidor, con lo que irónicamente se convertiría en lo mismo que su padre, aquello de lo que había estado intentando escapar toda su vida, guiado por aquel resentimiento enraizado en su interior desde hacía tanto tiempo.

Hizo de Thrall una herramienta, una a lo que continuamente usaría hasta quebrarla, una que quedó supeditada a él, sumisa y obediente, moldeada a base de falsas adulaciones y pequeñas recompensas cuando hacía algo bien y contundentes palizas cuando cometía el más mínimo error. Porque el teniente en realidad siempre lo había despreciado.

A su mente acudieron varios recuerdos de esto último, entre ellos uno que le hizo rememorar su último día de clase con el profesor Jaramin. Este hombre le había enseñado a leer y a escribir hasta que Blackmoore consideró que ya sabía suficiente.

- ¿Cómo va con las clases? – había preguntado el teniente general aquel día.

- Muy bien – había respondido el profesor – No sabía que los orcos fueran tan inteligentes.

Entonces Blackmoore había esbozado una gran sonrisa que había dejado ver sus dientes, si bien su expresión fue más bien condescendiente y cuando habló, lo hizo en un tono tan agudo que provocó que un Thrall de seis años se encogiera en el sitio, pues estos gestos eran señales inequívocas de que habría problemas.

- No es inteligente por ser un orco – había corregido – Lo es porque los humanos se lo hemos enseñado. Que no se te olvide, Jaramin – entonces le había mirado a él – Ni a ti tampoco, Thrall.

Y él, para darle a entender que lo había entendido para evitar un castigo, asintió con vehemencia, sus ojos clavados en una baldosa del suelo.

Fue justo después de eso que también le explicó el significado de su nombre, esclavo, y lo que esto implicaba.

- Quiere decir que me perteneces, que soy tu propietario. ¿Lo entiendes?

Thrall suspiró. Teniendo en cuenta toda su trayectoria, entendió que Blackmoore lo había tratado como mejor sabía, como había aprendido a su vez: Aedelas no había conocido otra cosa que el despotismo. Daba lástima, en cierto modo, pero no se ablandó lo más mínimo. La rabia superaba con creces la compasión, ya que él debía luchar por su pueblo y Blackmoore no era más que una piedra en el camino.

Volvió a mirar a Langston, quien había notado el cambio operado en él y ahora lo contemplaba con una extraña mueca que intentaba pasar por sonrisa.

- Mantengo mi palabra – le informó Thrall finalmente – Los supervivientes y tú sois libres para marcharos, pero lo haréis enseguida, sin monturas ni comida. Estaréis siendo vigilados, aunque no podáis ver por quién. Si por un solo instante pensáis en contraatacar, moriréis. ¿Ha quedado claro?

Langston asintió y no necesitó que Thrall le hiciera dos veces el gesto de que le daba permiso para salir corriendo. En la distancia, con sus ojos adaptados para ver en la oscuridad, pudo ver cómo se reunía con los caballeros supervivientes, quienes aguardaban bajo la vigilancia de un puñado de Frostwolves, para alejarse en la noche. Entonces elevó la vista a una rama situada por encima de él, donde desde hacía rato había posado un búho.

- Síguelos, amigo, si eres tan amable – le pidió – Vuelve para contarme si planean algo contra nosotros.

El animal ululó, agitó sus alas para saltar de su percha y se alejó dispuesto a complacerle. Entonces Thrall se estremeció; se había mantenido firme por el frenesí del acontecimiento, pero ahora que todo estaba calmo se dio cuenta de lo terriblemente exhausto y dolorido que se sentía. Pero no tenía tiempo para descansar, pues aún había tareas importantes que llevar a cabo.


Se tardó el resto de la noche en reunir y preparar los cuerpos de los caídos, siendo más numerosos en esta ocasión que en cualquiera de las anteriores. Al amanecer, una humareda negra y densa se arremolinaba contrastando con un radiante cielo despejado. Thrall y Drek’Thar le habían pedido al espíritu del fuego que ardiera más deprisa de lo que tenía por costumbre, para que los cadáveres no tardaran tanto en quedar reducidos a cenizas; estos restos fueron consagrados al espíritu del aire, así que éste las esparciría como juzgara oportuno.

Una pira de buen tamaño quedó reservada para el más noble de todos los caídos. Se requirió la fuerza de Thrall, Hellscream y otros dos orcos voluntarios, quienes resultaron ser Ifta y Roggar, para izar el gigantesco cadáver de Orgrim Doomhammer y llevarlo hasta la pira. 

- Aparte de que será todo un honor para nosotros – había expresado Roggar con firmeza, plantado delante de Thrall y Hellscream con Ifta a su lado, luciendo ambos contusiones y heridas de la batalla que no habían atendido – Nos sentimos en deuda con el gran jefe, ya que nos ayudó de forma altruista y voluntaria a rescatar a nuestra hermana Morga de los yetis.

A continuación, y con gran respeto Drek’Thar ungió el cuerpo semidesnudo de Doomhammer con aceites perfumados, mientras musitaba unas palabras que Thrall no pudo oír. Cuando hubo acabado indicó a su aprendiz que se uniera a él, y juntos colocaron el cuerpo en una actitud de desafío. Los dedos muertos los doblaron y los ataron con discreción alrededor de la empuñadura de un arma desechada. Y con él, yacieron los cadáveres de otros valientes guerreros que habían perecido en combate, los feroces y leales lobos. Uno estaba tendido a sus pies, dos más a cada lado y, sobre su pecho, en un lugar de privilegio, estaba el aguerrido Wise-Ear, de parda librea. Drek’Thar acarició la cabeza de su viejo amigo una última vez antes de que ambos chamanes retrocedieran.

Thrall esperaba que su mentor pronunciara las palabras apropiadas, pero, en vez de eso, Hellscream le propinó un discreto empujón. Indeciso, se dirigió a la multitud reunida en silencio alrededor del cadáver de su antiguo caudillo.

- No hace mucho que vivo rodeado de los míos —comenzó— Por ello desconozco muchas de las tradiciones del otro mundo. Pero sí sé una cosa: Doomhammer murió con toda la bravura con la que podría morir un orco, librando una batalla por la liberación de sus congéneres apresados. No me cabe duda de que nos verá con buenos ojos ahora que lo honramos en la muerte, igual que hicimos cuando aún vivía. —Miró al orco fallecido a la cara— Orgrim Doomhammer, eras el mejor amigo de mi padre. No he conocido ser más noble. Apresúrate a visitar el vergel  que te aguarda y a conocer tu destino final.

Tras pronunciar aquellas palabras, se encendió la pira y los dos chamanes elevaron de nuevo una solicitud. De inmediato, las llamas ardieron más deprisa y más candentes de lo que Thrall hubiera experimentado jamás. El cuerpo no tardaría en consumirse, y la carcasa que había albergado al feroz espíritu que en este mundo había sido conocido como Orgrim Doomhammer no tardaría en desaparecer. Mas no así sus ideales, ya que la causa por la que había entregado su vida, nunca sería olvidada.

Thrall levantó la cabeza y profirió un ronco aullido. Una a una se unieron otras voces a la suya, elevando su dolor con ánimo de que el espíritu del caudillo pudiera escucharlos allá donde estuviera. Porque si era cierto que los espíritus ancestrales existían, incluso ellos debían de estar impresionados por el volumen de las lamentaciones elevadas en honor de Orgrim Doomhammer.


Sólo cuando el rito hubo finalizado Thrall se permitió sentarse junto a Drek’Thar y Hellscream. También este último había sufrido heridas que había decidido soportar con estoicismo hasta que hubieran terminado. No así el anciano Drek’Thar quien, como ya se ha dicho, no podía batallar, pero auxiliaba todo lo posible a los heridos. Así se puso a curar las heridas de Thrall mientras que Ifta, quien se había aproximado para ayudar, atendía a Hellscream en silencio.

- ¿Qué campamento vendrá a continuación, Jefe de Guerra? —preguntó Grom, con gran respeto, mirando a Thrall, quien se encogió al escuchar el apelativo. Saberse propietario de dicho título revolvía la pérdida y el dolor que sentía por Doomhammer.

- Se acabaron los campamentos por el momento. Nuestras filas ya están lo bastante pobladas.

Drek’Thar arrugó el ceño, alzando su rostro ciego hacia él.

- Sufren.

- Lo sé, pero tengo un plan para liberarlos a todos a la vez. Para terminar con el monstruo, hay que cortarle la cabeza, no sólo las manos y los pies. Ya es hora de decapitar al sistema de los campos de internamiento. —Sus ojos restallaron—. Vamos a atacar Durnholde.

A la mañana siguiente, cuando hubo anunciado su próximo destino a las tropas, fue recibido por sonoros vítores. La batalla de la noche anterior había vigorizado a los orcos, a pesar de las pérdidas que habían tenido, no eran tan numerosas si se usaba como referencia su número, unos dos mil, y además contaban con el apoyo de los elementos. Se encontraban a varios días de marcha de su destino, pero los víveres eran abundantes y el ánimo, inmejorable. 

Así cuando el sol ya estaba en lo alto del cielo la Nueva Horda estaba en movimiento, llevándolos sobre sus pies al camino de Durnholde mientras a sus espaldas dejaban los restos del campo de internamiento, sobre el cual los cuervos volaban en círculo graznando agradecidos por el festín.



* Literal extraído de El Señor de los Clanes; que yo sepa nunca se nos ha desvelado lo que creen los orcos que sucede tras la muerte. O al menos yo no lo he encontrado. Teniendo en cuenta que existe el espíritu de la naturaleza que implica que todo ser vivo tiene un alma o espíritu, mínimo creerán en esto. Lo que ya suceda con esa alma es otra cuestión, aunque en Nagrand existe un sitio donde los orcos hablaban con sus ancestros (si mal no recuerdo, Oshu’gun, aunque en realidad este edificio es una nave espacial y esto lo conseguían por un naaru llamado K’ure, etc) Entiendo que debido al asunto de los brujos y el salto a otro planeta dieron de lado esta costumbre. Pero como todo esto es lore más reciente, del WoW… pues bueno.


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